Disclaimer: Los derechos de autor de la presente obra, le pertenecen a Lora Leigh. Yo solo adapto a los personajes de Crepúsculo de Stephanie Meyer, con fines exclusivamente lúdicos o de entretenimiento.
Capítulo 7
¿Hacer una elección? ¿Él quería que ella hiciera una elección?
Ella se le quedó mirando con los ojos abiertos, tratando de sacar a su cerebro de la conmoción para tomar realmente la decisión de si estaba todavía durmiendo o no. Porque esto tenía que ser alguna clase de pesadilla ruin. Eso era todo.
—Déjame poner esto de manera simple. —Se retiró de él, simplemente porque se estaba poniendo tan mojada que sus bragas estaban húmedas y los ojos de él estaban más oscuros—. ¿Tu lengua tiene glándulas? ¿Que tienen un afrodisíaco hormonal dentro de ellas?
Él asintió mientras avanzaba hacia ella. No dijo una palabra, simplemente asintió con la cabeza mientras inhalaba profunda mente. Ella tembló al saber que realmente estaba oliéndola.
—Si me besas, ¿entramos en celo?
—Tú entras en celo. —Él sonrió, una curva dura y tensa de sus labios que denotaba una intención más masculina de la que pudiera hacerle sentirse cómoda.
Ella se aclaró la garganta.
—¿Qué haces tú?
—Apago las llamas.
Ella retrocedió.
De acuerdo. Estaba retirándose. ¿Y qué pasaba? Él la estaba acechando en la habitación como el maldito León que era. Y cuanto más se acercaba más cachonda se ponía ella.
—Edward… —Ella saltó sobresaltada cuando su espalda chocó con el muro, y se le quedó mirando aturdida cuando él se detuvo, a solo unos centímetros de ella, y su mano se alzó.
Él la tocó. El reverso de sus dedos rozó la garganta de ella antes de bajar deslizándose hasta su clavícula, y los ojos de él se guían cada movimiento que hacía sus manos mientras los senos de ella comenzaban a hincharse y palpitar.
—Te estás quedando sin tiempo. —Su susurro gutural hizo que su matriz se contrajera furiosamente y el aliento se le quedara atrapado en el pecho.
Este era un lado de Edward al que no estaba acostumbrada. Un lado que sabía que no debía estarla excitando como lo estaba haciendo. Apenas la había tocado. En casi seis meses de enfrentamientos, discusiones y agrios debates él nunca la había tocado, nunca la había besado, y ella estaba ardiendo por él.
Lo podía sentir en cada célula de su cuerpo, en cada duro latido de sangre en sus venas.
—¿Cuánto tiempo dura? —preguntó ella finalmente—. Eso del celo.
Sus ojos se entrecerraron mientras bajaba la cabeza. Iba a besarla, ella sabía que iba a hacerlo. Sus labios se movieron a su cuello, quemando con una caricia acalorada la carne sensible donde se unían su cuello y su hombro. Allí sus labios se abrieron, su lengua acarició su piel un segundo antes de los que incisivos se rasparan contra ella.
Las manos de ella volaron a sus brazos, sus manos asieron sus muñecas mientras sus rodillas se doblaban.
—Dura para siempre. —Un dolor triste y amargo llenó su voz—. Desde ahora para siempre, Bella. Siempre mía.
Él la mordió. No lo suficientemente fuerte como para romper la piel o para causarle un dolor excesivo. Pero mordió, sus dientes apretaron el músculo sensible mientras ella se empinaba sobre la punta de los pies y un destello chisporroteante de placer eléctrico arrancaba un grito estrangulado de sus labios.
Su clítoris palpitaba, su vagina lloraba, sus pezones estaban tan duros, tan tensos que eran casi un dolor violento, mientras una debilidad letárgica la dejaba jadeante en lugar de luchar por su libertad.
—¿Siempre? —Debería haber estado alarmada. No se suponía que siempre estuviera en su vocabulario. No tenía deseos de estar bajo el pulgar de un hombre, solo bajo el cuerpo de este hombre.
Sus labios se movieron de vuelta al cuello de ella, su lengua lamió su carne mientras un gruñido retumbaba en su pecho.
—Solo probarlo —susurró mientras se acercaba a sus labios y sus brazos bajaban de su apoyo en la pared al lado de su cabeza—. Quédate muy quieta nena. Solo necesito probarlo.
Sus labios vagaron sobre los de ella mientras ella le miraba fijamente, su mirada atrapada en la de él, viendo el hambre, el dolor, la profunda necesidad de su alma que había mantenido ocultos bajo las pestañas bajas o el humor burlón.
Pero ahora le fue desvelado, tan claro, tan desesperado como el hambre dolorosa de él que palpitaba en su estómago.
Ella tembló cuando sintió sus manos en la parte delantera de su ropa, sus labios mordisqueando los suyos, separándolos, retirándose solo para volver por más mientras ella lo sujetaba por las muñecas con un apretón mortal.
Los botones de su ropa cedieron, los bordes se abrieron mientras ambos respiraban ásperamente, el silencio de la cocina roto solamente por sus gritos ahogados de placer.
—Estás tan mojada. Puedo oler lo mojada que estás. Lo dulce que es —susurró él mientras la miraba y sus dedos trabajaban en los botones de su bata—. Como la fragancia del verano, calentándome, recordándome la vida, el vivir.
Sus palabras la sacudieron hasta lo más profundo.
—¿Sabes lo que me hace el olor de tu sexo? —Él abrió su bata y el aire frío se rozó contra sus senos desnudos mientras ella gemía con una excitación tan aguda, tan desesperada, que se preguntó si sobreviviría a ella— Me vuelve hambriento, Bella. Hambriento por tomarte, por oírte gritar debajo de mí mientras entierro cada pulgada de mi polla tan profundamente dentro de ti cómo es posible.
Ella gritó fuertemente, incapaz de contener el sonido. ¿Podía una mujer alcanzar el orgasmo solo con palabras? Su lenguaje explícito estaba llevándola hasta el borde, terrenal y lujurioso, lleno de un deseo que ningún hombre le había mostrado antes.
Él hizo una mueca y mostró los incisivos a los lados de su boca mientras su mirada se movía al rápido ascenso y caída de sus senos.
—Mira qué bonito. —Él apartó la mano de ella de su muñeca, extendió los dedos y luego cubrió con ellos el montículo exuberante.
Ella lo miró conmocionada, y sus ojos fueron vacilantes hacia donde ella sostenía su propia carne, con su mano rodeada por la de él.
—Aliméntame con él —susurró él con voz perversa y llena de lujuria—. Quiero probarlo.
Ella se estremeció, y un quejido escapó de su garganta ante el puro erotismo de lo que le estaba haciendo.
Su mano volvió a la de ella.
—Dámelo, Bella. Aprieta ese bonito y duro pezón contra mi boca.
Ella no podía creer lo que estaba haciendo. Que estuviera alzando su seno, inclinándose hacia delante mientras él doblaba sus rodillas, se agachaba para permitir que la pujante protuberancia pasara sus labios.
Él lo lamió primero.
—¡Oh, Dios, Edward! —Ella estaba temblando como una hoja, con pequeñas puntos de placer explosivo detonando por su cuerpo.
Él lo lamió de nuevo, con su lengua que raspaba duramente como terciopelo húmedo que se deslizaba sobre la punta sensible.
Luego gruñó. Un sonido duro y salvaje mientras sus labios se abrían, se separaban, para envolver el duro punto con el calor húmedo y salvaje de su boca.
Ella alcanzó el clímax.
Las manos de Bella salieron disparadas a la cabeza de él, sus manos se enredaron en los mechones ásperos de su pelo mientras algo explotaba de lo profundo de su matriz. El placer se precipitó por su sexo empapándola, derramándose por sus muslos mientras ella perdía el aliento.
Él ni siquiera la había besado todavía.
La cabeza de él se alzó de su pezón, sus manos se alzaron y apartaron las de ellas de su pelo mientras las colocaba contra su costado.
Él se apoyó contra sus hombros, alisando la bata desabotona da y deslizándola lentamente por sus brazos mientras ella temblaba delante de él.
Bella tragó fuertemente, y pequeños quejidos pasaron sus labios mientras ella permanecía desnuda delante de él. Desnuda — nunca usaba ropa interior debajo de su bata— mientras él estaba completamente vestido, y la observaba con unos brillantes ojos verdes con vetas doradas que tenían una expresión predadora y salvaje.
—Dulce pequeña virgen —susurró él, con su mirada bajando por su cuerpo hasta descansar finalmente en los pliegues desnudos y escurridizos—. Pequeña nena traviesa. —Sus ojos volvieron a los de ella—. Imagina cómo se va a sentir ahí mi lengua. Deslizándose a través de ese jarabe caliente y dulce. ¿Te correrás para mí, Bella? ¿Gritarás por mí de nuevo?
Él tomó la mano de ella y la movió al cierre de sus pantalones mientras la contemplaba con ojos salvajes.
—Haz tu elección ahora, Bella. Acéptame.
¡Buen Dios!, ¿qué se suponía que tenía que hacer con él? ¿Ella estaba allí parada, desnuda frente a él, y él todavía no podía comprender que ella ya lo había aceptado? Incluso con todo ese asunto extraño del emparejamiento de las Castas no podía imaginarse no aceptarlo.
—Bésame —exigió ella violentamente, y sus dedos se movieron a los broches metálicos del pantalón y los liberaron lentamente, con el fuerte calor de la erección de debajo dificultado la tarea.
—Dios. —Él gruñó la plegaria mientras se estremecía contra ella, con sus manos asiendo las caderas mientras cerraba los ojos fuertemente durante largos segundos.
—Bésame, Edward —susurró ella, y tendió la mano hacia él, sus labios le rozaron mientras la cabeza de él bajaba con ojos ar dientes de hambre, dolor y necesidad mientras la miraba—. Vuélveme más loca.
La parte delantera de sus vaqueros se separó bajo sus dedos temblorosos y la dura y generosa anchura de su erección se alzó de la tela, enrojecida y desesperada mientras ella bajaba la mi rada nerviosamente.
Ella se lamió los labios.
—Espero que tú sepas qué hacer. —Ella finalmente tragó saliva ligeramente—. Porque yo no tengo ninguna pista.
Y él no se molestó con las explicaciones.
En ese segundo su cabeza bajó, sus labios se inclinaron sobre los de ella cuando su lengua lamió y luego presionó exigentemente entre sus labios.
Inmediatamente el sabor a especia explotó en su boca. El calor la rodeó, azotó su mente y luego, célula a célula, comenzó a invadir su cuerpo.
Ella pensó que el hambre atormentadora y desgarradora que sentía por su toque, su beso, no podía empeorar.
Estaba equivocada.
Los toques explosivos de sensaciones empezaron a rasgar sus terminaciones nerviosas. Su matriz se apretó, se anudó. La carne ya dolorida entre sus muslos empezó a arder con una necesidad violenta y espasmódica.
Ella gritó en su beso, alzándose de puntillas en busca de más, apretándose contra él, tratando de hundirse en el calor que emanaba de debajo de su ropa.
Él apartó sus labios de los de ella, con la respiración dura y áspera, mientras ella intentaba atrapar su cuerpo y capturar sus labios de nuevo.
—Esa jodida píldora. —Su voz era animal, áspera, hambrienta.
—No. Bésame de nuevo. —Ella le tiró del pelo, bajándole de nuevo la cabeza hasta que sus labios cubrieron los de ella otra vez, y un gemido rasgó la garganta masculina cuando la lengua de ella empujó entre sus labios.
Era fuego incontrolable. Era destructivo. Ella podía sentir las llamas lamiendo su cuerpo, punzadas de electricidad sensibilizan do su carne. Y placer —el placer era aplastante.
Ella sintió que la alzaba. Le apartó los pies del suelo mientras ella alzaba las piernas y las doblaba para abrazar sus caderas, mientras la longitud fiera y caliente de su erección quemaba de repente los pliegues de su sexo.
Él estaba moviéndose. Andando. ¡Cielos!, ¿cómo podía andar?
Él apartó sus labios de nuevo, con movimientos espasmódicos mientras apoyaba el trasero de ella sobre la isla de la cocina y abría el pequeño contenedor de plástico.
Él empujó la píldora entre sus labios.
—Trágala —gruñó él—. Ahora, Bella.
Él se estaba moviendo contra ella, su pene deslizándose en los jugos de su sexo mientras clavaba fieramente la vista en ella, frotando el brote tierno de su clítoris, enviando espasmos de sensaciones que rasgaban su vientre.
Ella tragó la píldora antes de que su mirada cayera a sus mus los.
Ella gimió.
—Hazlo —susurró ella mirando cómo la hinchada cabeza de su pene la separaba y luego se deslizaba hacia arriba, frotándose contra su clítoris.
—Maldición. —La voz de él está llena de lujuria, de una exigencia intensificadora mientras sus dedos se enredaban en su pelo, echando la cabeza de ella hacia atrás para forzar su mirada en la suya—. Te lo dije. Me voy a comer primero ese dulce coñito.
—No puedo esperar, Edward —gimió ella, con sus manos tirando de la camisa de él, asombrada cuando los botones se rompieron y revelaron su pecho dorado—. Ahora. Lo necesito ahora.
—Puedes esperar.
Pero él no iba a hacerlo.
Los ojos de ella se dilataron cuando él la empujó hacia atrás, abriendo sus muslos mientras alzaba sus piernas y hundía su cabeza entre ellas.
Los primeros golpeteos de su lengua por la sensible raja de su sexo hicieron que gritara. Él la lamió, bebiendo los jugos que se derramaban de su vagina mientras gruñía contra su carne.
Ella nunca había imaginado un placer tan agonizante. Se retorció bajo él, se enroscó y corcoveó contra su boca mientras él rodeaba su clítoris, solo para moverse más abajo para lamerla de nuevo.
Él mordisqueó los sensibles labios, los separó y luego, de repente, asombrosamente, introdujo su lengua dentro de ella. Explotó en una tormenta de placer ardiente cuando su lengua la folló con golpes duros y abrasadores. Sus músculos se apretaron, se estremecieron, y se derramó más líquido ardiente de sus avariciosos labios.
Y aun así no era suficiente.
Ella jadeaba, las lágrimas mojaban su rostro mientras se estremecía una última vez, alzando la vista hacia él cuando él se en derezó entre sus muslos.
—¿Edward? —Ella sollozó su nombre implorantemente— Necesito más.
Ella estaba agotada, pero el fuego que ardía en su matriz era interminable.
—¡Shh, nena! —Él la alzó rápidamente en brazos— Me niego a tomarte sobre el mostrador de la cocina, Bella. No lo haré.
Él tropezó cuando las piernas de ella se enrollaron alrededor de él, abrazando fuertemente sus caderas, su clítoris frotándose contra el eje de su pene mientras empezaba a llevarla hacia las escaleras.
—No llegaré arriba. —Ella estaba montando la gruesa cuña, el placer agonizante le rasgaba la mente.
Si solo pudiera conseguir la posición correcta. Solo un poco más alto...
Ella sintió que la separaba la cabeza fuertemente crestada, se alojaba contra la tierna abertura antes de que su primer paso en las escaleras lo forzara a introducirse dentro de ella.
Él tropezó, gruñó, un brazo se afirmó alrededor de ella mientras él apoyaba su mano en el muro, respirando pesadamente.
—No así —musitó él bruscamente—. ¡Oh, Dios, Bella! No así. No tu primera vez...
Pena, remordimiento. Ella lo vio en su expresión, lo oyó en su voz. Pero estirando su entrada, jugueteando con ella, tentándola, estaba la cabeza del instrumento que necesitaba para aliviar la lujuria atormentada que se aferraba a su sexo.
Ella se movió en su abrazo, le sintió deslizarse más dentro de ella antes de pararse contra la prueba de su virginidad.
—Nena… —Él susurró el arrumaco contra su oído mientras avanzaba a duras penas otro paso.
Cada movimiento retiraba su pene, lo empujaba hacia dentro y la acariciaba no más de unos centímetros dentro de los músculos de su vagina que lo aferraban, enviando sacudidas estremecidas por todo su cuerpo ante el exquisito placer.
Estaba matándola.
—Lo siento. —Él se paró, flexionándose, colocando su trasero en el borde del escalón mientras se arrodillaba delante de ella—. ¡Dios, Bella, lo siento!
Ella no tuvo más que un segundo de advertencia antes de que sus caderas se flexionaran y luego empujara hacia delante, llevando su erección gruesa y ardiente a las mismísimas profundidades de su vagina hambrienta y absorbente.
Impactante, abrasador. La repentina penetración hizo que se arqueara cuando el placer y el dolor de su brusca entrada chisporrotearon por sus terminaciones nerviosas. Repleta, fuertemente estirada, podía sentir su pene palpitar dentro de ella, y poner llamas en sus profundidades ultra sensitivas.
La cabeza de Bella cayó contra un escalón superior, sus piernas se alzaron y aferraron fuertemente su espalda cuando él empezó a moverse dentro de ella.
Era diferente de cualquier cosa que hubiera imaginado. Podía sentirle separando sus músculos tiernos, acariciando el tejido de licado y enviando unos azotes de placer insoportable por su sistema.
Ella se agarró a él, sintiendo sus labios en su cuello, sus incisivos arrastrándose sobre su carne mientras la presión empezaba a formarse dentro de su matriz, el placer fundiéndose, reforzándose con cada embestida desesperada de su pene en las profundidades acogedoras de su vagina.
Apenas podía sentir la dura madera del escalón bajo ella. Todo lo que sentía era a Edward: duro, ardiente, amplio, llenándola, haciéndola tomar más, empujando dentro de ella con un ritmo creciente hasta que sintió que el mundo se disolvía alrededor de ella.
Entonces sintió más.
Sus ojos se abrieron desmesuradamente y miraron conmocionados al techo sobre ella cuando sus dientes mordieron su hombro y la inmovilizaron para algo tan increíblemente irreal que es taba segura de que tenía que estárselo imaginando.
Él embistió profundamente, su cuerpo se tensó cuando ella sintió una erección adicional, una extensión que salía de debajo de su glande, acariciando un haz de nervios que estaban en lo alto de su vagina, y enviando a su apresurado éxtasis anterior hasta el arrebato. El calor de su semen la llenó, pulso tras pulso violento, que resonaban en las profundidades agitadas mientras él gruñía dolorosamente en su cuello.
Él estaba encerrado dentro de ella. La extensión que le mantenía en su lugar enviaba cataclismos de sensaciones que explotaban dentro de ella una y otra vez.
Cuando finalmente terminó, cuando los chorros fuertes y pulsantes de su liberación y los violentos estremecimientos de la suya propia terminaron, sus ojos se cerraron por el agotamiento.
Había pensado que ninguna excitación podía ser peor que la que había conocido antes de su beso. Estaba aprendiendo rápida mente lo equivocada que estaba.
Que levante las manos la que tenga calor! Bueno, o una si puede ;)
