Disclaimer: Todo lo que aparece en el fic es de Rowling, incluidas sus contradicciones.
¡Confirmo que he avanzado todo lo que me gustaría y que he llegado a tiempo de revisar el capítulo que publicaré el sábado. Así que... aquí os dejo el de hoy y nos vemos en un par de días!
¡Muchísimas gracias por las lecturas y los comentarios! ¡Abrazos!
¡Expecto Patronum!
—¡Oh! —exclamó Draco con naturalidad, sin parecer especialmente avergonzado ni mostrar la actitud de alguien pillado in fraganti. Harry se frotó las palmas de las manos en los muslos, incómodo—. No pretendía molestar.
—No lo hiciste. Pero me levanté y fui a la sala común tras de ti.
—¿Cómo sabías dónde estaba? —preguntó Draco, extrañado.
—Lo averigüe ayer. Desperté en medio de la noche por una pesadilla, no estabas en tu cama y… Bueno, te busqué. Te encontré durmiendo en la sala común, así que anoche imaginé que volvías a estar allí. Cuando te levantaste, fui detrás de ti.
—¿Cómo que me buscaste? Un momento, ¿me estuviste espiando, Potter? —El rostro de Draco se había ensombrecido peligrosamente y había apretado tanto los labios que apenas era una fina línea pálida—. No puede ser, me habría dado cuenta de que… Oh, por Circe, ¿todavía tienes esa maldita capa invisible?
Harry asintió, avergonzado. Bajó la vista y tragó saliva dispuesto a afrontar la diatriba que anunciaba la cara de cabreo de Draco, incapaz de mirarle a los ojos sabiendo que estaba enfadado y que tenía la culpa sin justificación alguna, por muy preocupado que pudiera argumentar haber estado.
—¿No sabes respetar la intimidad ajena o qué coño te pasa? —le espetó Draco con desdén. Había recuperado en su voz aquella frialdad característica suya de los primeros días—. ¿No te has parado a pensar que si no me quedo aquí es precisamente porque no deseo que estés detrás de mí todo el tiempo, Potter?
—¿Qué? —Harry levantó la vista, asustado. Los ojos de Draco echaban chispas y su rostro se había sonrojado por la ira. A Harry le dolió escuchar su apellido, que hasta la noche anterior sonaba amistoso, arrastrado con el desprecio que Draco parecía ser un experto en imprimirle pero, sobre todo, le hizo daño la confesión de que Draco parecía estar harto de que hubiesen pasado prácticamente toda la tarde juntos—. Yo… pensaba que no te molestaba que pasásemos tiempo juntos. A mí sí me…
Se interrumpió al ver que Draco estrujaba la toalla que cubría sus piernas con el mismo rictus con el que se había aferrado a la manta la noche anterior y, pensando a toda velocidad, Harry supuso que, a pesar de todo, Draco no debía de estar tan enfadado con él por seguirlo como por el miedo de ser descubierto en un momento vulnerable. Harry suspiró. Si le dijese que una vez le había visto en la sala común se había vuelto al dormitorio, probablemente Draco le creería y se quedaría más tranquilo, pero aquel engaño no tendría mucho recorrido. Decidido a no mentir, desechó la idea y cogió aire para disculparse las veces que fuera necesario.
—Lo siento, sé que me he entrometido en algo que deseabas ocultar —admitió Harry intentando imprimir toda la sinceridad posible a su voz—. Me gustaría decirte, eso sí, que no es necesario que pases por esto solo, Draco. Todos hemos tenido pesadillas alguna vez. Yo fui a terapia para superarlas, a Ron y Hermione les ayudó que cuando dormían juntos…
—Cállate, Potter. —Draco se había puesto en pie, lívido y tenía los puños apretados. Su voz sonaba estrangulada, como si estuviese intentando mantener la compostura—. No sabes nada, ¿entiendes? No te metas, porque no sabes nada. Nada, ¿me oyes?
—Draco… —dijo Harry, que habría preferido poder darle un abrazo para poder decirle que todo estaba bien que estar haciéndole daño por inmiscuirse.
—¡No tienes ningún derecho a meterte en mi vida!
—Tienes razón, no lo tengo —admitió Harry apesadumbrado y arrepentido—. Debí haber hablado contigo en lugar de seguirte con la capa, pero en ese momento sólo pensé…
—¿Pensaste? ¿Piensas alguna vez, Potter? Sigues creyendo que deberías haber hablado conmigo, que te debo una explicación. No somos amigos, Potter. Que hayamos conseguido entendernos no nos convierte en amigos en sólo tres días —escupió Draco, rabioso, y se pinzó el puente de la nariz con los dedos antes de continuar, intentando tranquilizarse—. Tú no lo comprendes, Potter, pero no podemos ser amigos. No estamos en el mismo escalafón. Tú eres el puñetero héroe del mundo mágico y yo soy el imbécil que se dejó marcar como ganado.
Draco acompañó estas últimas palabras con un gesto para mostrarle el antebrazo izquierdo, sujetándose la sangradura con la mano derecha y apretando el puño. La marca tenebrosa, desvaída y apagada, pero visible todavía, se traslucía en la piel clara mucho menos nítida de lo que Harry recordaba. Los tendones y ligamentos de Draco se tensaban y destensaban por la fuerza con la que Draco apretaba el puño e intentaba relajarlo, dándole cierto relieve y movimiento.
—No estoy de acuerdo. —Harry volvió a levantar la cabeza y le sostuvo la mirada. Draco tenía los ojos empañados en lágrimas, parpadeando furiosamente para contenerlas—. Sí ha cambiado algo entre nosotros en estos días. Algo importante. Al menos por mi parte, Draco. Te considero un amigo. Vale, quizá no pueda considerarte tan amigo como a Ron o Hermione, a quienes me une una amistad desde hace ocho años, pero creo que habíamos alcanzado algo más que un entendimiento. Eso también es amistad.
—No seas idiota. Tú no puedes ser mi amigo, Potter —insistió Draco con voz ahogada—. ¿No ves mi brazo? Sabes perfectamente lo que significa.
—Ese tatuaje no te define. Tus pesadillas tampoco —respondió Harry tranquilamente, notando que la voluntad de Draco flaqueaba queriendo creerle, pero negándose a hacerlo—. Me caes bien, Draco. Me gusta pasar tiempo contigo. Y creo que podría ayudarte con tus pesadillas, porque yo también he pasado por ellas.
—Ahí tenemos de nuevo tu complejo de héroe. Quieres ayudarme con las transformaciones, con el patronus, con las pesadillas… No soy tu maldita obra de caridad, Potter. Puedes meterte tu ayuda por donde te quepa. Deja de querer salvar a todo el mundo, cojones.
—¿Quién ha hablado de caridad? —protestó Harry, indignándose—. Te ofrezco ayuda porque quiero que seas mi amigo. Porque te considero mi amigo, joder, y te estoy tratando como a uno de ellos cuando me necesita. Igual que yo acepto ayuda de mis amigos cuando la necesito.
Draco se quedó inmóvil, mirándole, todavía sujetándose el brazo izquierdo. Deslizó la mano derecha hasta la Marca, restregándola y apretándola, como si le doliese. Respiró hondo un par de veces antes de contestarle.
—No quiero seguir hablando de esto ahora —dijo finalmente, con la voz contenida—. Te prohíbo que vuelvas a espiarme. ¿Serás capaz de respetar eso, al menos?
—Sí, claro —aceptó Harry apesadumbrado.
—Pues no hay más que hablar.
Draco sacó ropa limpia del armario con gestos bruscos, tirándola encima de la cama con descuido. Hizo lo mismo con la toalla, que arrojó al suelo y pateó con rabia antes de vestirse. Harry se quedó sentado donde estaba, disgustado, bajando la mirada pero dirigiéndole fugaces vistazos, intentando averiguar hasta qué punto estaba enfadado y hasta cual sólo estaba frustrado o compadeciéndose de sí mismo. Draco se vistió de espaldas a él, procurando evitar todo contacto visual con Harry y cuando salió del dormitorio cerró la puerta azotándola con fuerza.
Harry suspiró antes de levantarse y entrar en el baño para darse una ducha breve. Se cambió rápidamente, maldiciéndose porque el desayuno estaba a punto de terminar y probablemente no podría comer hasta la hora del almuerzo. Desganado, consultó el horario y decidió que podía saltarse Historia de la Magia aunque fuese el primer día, ya que dudaba que Binns se diese cuenta de la ausencia de nadie. Con una idea en la cabeza al ver qué día era en el calendario de pociones que guardaba junto con el horario, arrancó un trozo de pergamino, garabateó una nota para Hermione donde la explicaba su ausencia de clase y, encantándola para que pareciese una paloma de origami, la hizo volar, abriendo la puerta para salir tras ella tras cerciorarse de que llevaba la capa invisible dentro de la mochila.
Salió de castillo, deteniéndose un momento en la puerta para asegurarse de que no había nadie a la vista. Sacó la capa de la mochila y se dirigió a los invernaderos a paso rápido, distinguiendo a los alumnos que tenían clase de Herbología caminando en grupo a lo lejos. Se desvió hacia el invernadero dos, escuchando la potente voz de la profesora Sprout intentando hacerse oír sobre el bullicio de los alumnos de tercero y dirigiéndoles hacia el invernadero cuatro.
Esperó junto a la puerta a que todo el mundo hubiese desaparecido de los alrededores e, intentando ser discreto, entreabrió la puerta y se deslizó dentro antes de cerrarla, rezando porque Sprout no hubiese adquirido la costumbre de colocar hechizos alarma que pudieran delatarle. Harry recorrió el invernadero vigilando las plantas de su alrededor, consciente de que algunas podían ser peligrosas, hasta llegar al fondo, donde varias macetas de diferentes tamaños estaban alineadas. Recordando sus clases de Herbología de seis años atrás, descolgó un protector auditivo de la pared y se lo ajustó cuidadosamente.
Levantó firmemente varias de las plantas, descubriendo sus raíces berreantes y suplicando mentalmente porque la potencia de sus gritos no llegase hasta el invernadero donde estaba la profesora dando clase. Cuando por fin encontró una planta lo suficientemente madura, volvió a enterrarla, sacó la varita y transformó una piedra en un cuchillo afilado. Escogiendo dos de las hojas más verdes de entre las más pequeñas, las cortó con un gesto fluido.
Se quitó los auriculares y lavó las hojas cuidadosamente en el grifo que había en el invernadero antes de envolverlas en un trapo de algodón limpio y guardarlas en la mochila. Rápidamente, salió del invernadero y volvió hacia el castillo, satisfecho con el botín. Al abrir la puerta del castillo para deslizarse dentro, todavía con la capa, descubrió una pajarita de pergamino similar a la suya topándose contra la madera de la puerta con insistencia que voló hacia él en cuanto entró en el vestíbulo.
«Binns ni siquiera ha pasado lista. Luego te paso lo que hayamos dado. ¿Las has conseguido? Estás loco si piensas que va a funcionar. Deberías esperar a que McGonagall avance un poco más en el temario. Draco está muy serio y parece triste. ¿Ha ocurrido algo?».
Quemó la nota sonriendo, orgulloso de haber sabido que, aunque no pudiese resistir advertirle, Hermione le apoyaría con aquello. Consultó el reloj y vio que aún quedaba casi media hora para la siguiente clase, por lo que corrió hacia las cocinas dispuesto a pedirles un poco de desayuno tardío a los elfos y sacarles un poco de chocolate para esa tarde, suponiendo que podría ayudarle si conseguía hacer las paces con Draco.
Un rato más tarde Harry entró el último en el aula de Teoría Mágica, pero la profesora todavía no había llegado. Los elfos de la cocina, siempre serviciales, le habían entretenido demasiado tiempo, obsequiándolo con montones de tabletas de chocolate procedentes de Honeydukes a su petición. Había comido tanto, que Harry dudaba que llegase con hambre al almuerzo.
Harry echó un vistazo a su alrededor cuando llegó a la siguiente clase. Según su planificación curricular, nadie del grupo la había elegido, así que McGonagall lo había integrado con el pequeño grupo heterogéneo de las cuatro casas pertenecientes a séptimo para que pudiese recibirla. Hermione había querido matricularse también, pero tuvo que decantarse entre esa y Estudios Antiguos, prefiriendo la segunda, así que no contaba con ella. Luna lo saludó desde una de las filas, sentada al lado de un compañero de su casa que no conocía. Se lo devolvió con una sonrisa dirigiéndose a las filas del fondo, como había hecho en todas las clases.
Descubrió con sorpresa que Draco estaba sentado en un rincón, él solo. Harry se extrañó al verlo allí y por un momento consideró que se había confundido de aula. Al ser una clase optativa que solía tener pocas matriculaciones impartiéndose en un aula normal, había sitios de sobra, pero Harry se dirigió con paso firme hasta el pupitre doble donde estaba Draco y se sentó a su lado.
—No sabía que tomabas también Teoría Mágica —le dijo a modo de saludo, forzando una sonrisa amable, esperando que el otro chico no estuviese tan enfadado como para no dirigirle la palabra.
Este le miró con expresión incrédula. Había esparcido sus cosas por ambos pupitres, señal de que había contado con no tener compañía, pero Harry consideró que dado que se habían sentado juntos en todas las asignaturas, bien podían hacerlo en esa también.
—En Alquimia no había suficientes alumnos de séptimo para sacar una clase, así que elegí esta para cubrir esa hora libre —contestó Draco a modo de explicación con voz neutra, mirándole todavía con los ojos muy abiertos. Harry sonrió más ampliamente, contento de que Draco no fuese a castigarle con silencio a pesar de estar enfadado con él.
—Vaya, cualquiera diría que dado que este año hay clases con tan poca gente, no tendría importancia una más, ¿no?
—Únicamente estaba yo matriculado —murmuró Draco, parpadeando antes de apartar la vista de él y retirando apresuradamente sus cosas de la mesa de Harry para hacerle hueco—. McGonagall me dijo que el Ministerio no había autorizado la contratación de un profesor sólo para mí. Si Dumbledore hubiese estado vivo no habría habido problema, según me explicó, pero ella no tenía conocimientos suficientes para impartírmela.
—Lo siento mucho. —Harry no sabía si sentía que no pudiese recibir la asignatura que quería o que sabía que si la hubiese solicitado él el Ministerio habría movido tierra y cielo para satisfacer su deseo.
—¿Y tú? —preguntó Draco de vuelta—. No necesitas Teoría Mágica para ser auror.
—No la escogí porque la necesite para ser auror —negó Harry cautelosamente.
La profesora entró en ese momento y ambos se centraron en la clase. Draco estaba en lo cierto, Harry nunca había creído que fuese a necesitar matricularse en esa asignatura y era la primera vez que la daba, así que tenía mucho retraso con respecto a aquellos compañeros que ya habían tomado la optativa años atrás. La profesora les explicó que dedicarían el primer trimestre para repasar conceptos de otros años, pero Harry comprendió que igualmente iba a necesitar comprar libros menos avanzados y trabajar mucho por su cuenta para ponerse al día.
Observó a Draco de reojo, que garabateaba apresurado un par de títulos en un trozo de pergamino. Distraído, Harry se quedó un rato mirándole, pensando en lo mucho que le agradaba la cara de concentración que ponía cuando estaba tomando apuntes. Draco levantó la vista y le descubrió mirándole, pero se limitó a hacer una mueca que apenas podría haber pasado por una sonrisa antes de seguir anotando cosas. Eso hizo que Harry recordase que se suponía que Draco estaba enfadado con él y mermó un poco la actitud alegre que le había dado su idea y la incursión a los invernaderos.
Ambos salieron juntos del aula al acabar la clase. Harry se sentía como si le hubiesen dado una paliza y gran parte de su buen ánimo se había terminado de evaporar.
—Creo que ha sido un error matricularme en esto —confesó Harry con amargura mientras caminaban en dirección a la sala de estudio para aprovechar las horas libres que tenían antes del almuerzo—. No he entendido ni la cuarta parte de lo que la profesora ha dicho.
—¿No habías tomado ya esta clase en años anteriores? —preguntó Draco frunciendo el ceño.
—No, es la primera vez que la escojo. Pensé… pensé que sería buena idea.
—¿Buena idea tomar una clase que no has recibido en años anteriores y de la cual careces de cualquier conocimiento básico? —Draco le miraba como si estuviese loco.
—¿Tú sí? —contraatacó Harry con una pregunta, sintiéndose estúpido. En su momento le había parecido buena idea y ahora se sentía como un idiota.
—Claro que sí. Por eso la escogí cuando me enteré que no podría dar Alquimia, que sólo se imparte en séptimo. No era mi prioridad, pero siempre es mejor que no dar nada. Pero no la necesito, así que no tendría sentido quedarme en ella si no pudiese seguir el ritmo. Y tú no la necesitas, Potter —repitió Draco, que caminaba mirando al suelo con el ceño levemente fruncido.
Harry apretó los labios, titubeando sobre si debía contarle las dudas tanto laborales como académicas que le habían llevado a regresar a Hogwarts. Se notaba que Draco seguía enfadado con él pero, a pesar de ello, seguía hablando con él con normalidad. Quizá estaba un poco más cortante que el día anterior, pero Harry estaba seguro de que Draco no estaba intentando alejarle y que debía de ser cuestión de tiempo que el cabreo se le acabara pasando. Además, estaba razonablemente seguro de que en su última frase había escondida una pregunta.
—No quiero ser auror —admitió Harry tras unos segundos caminando en silencio. Draco le miró con cara de interés, levantando una ceja—. Lo estuve pensando durante el verano, tras la batalla.
—Eres toda una caja de sorpresas, Potter. —La ligera sonrisa de Draco le pareció todo un triunfo.
—Yo… bueno… no se lo podía contar a mi terapeuta muggle, claro, habrían sido demasiadas mentiras o romper el estatuto del secreto, pero en una ocasión me dijo que algunos de mis traumas le recordaban a los niños soldado.
—Creo que me hago una idea de lo que es eso —dijo Draco, frunciendo el ceño.
—Niños y adolescentes que son obligados a pelear en guerras como soldados. Algunos de mis problemas psicológicos, traumas y complejos vienen de ahí, creo. —Harry se interrumpió, consciente de que aquello les acercaba al tema del que habían hablado esta mañana y deseaba respetar la voluntad de Draco de no hablar de ello—. Otras de mi infancia, claro. La cosa es que lo estuve reconsiderando y llegué a la conclusión de que sólo quería ser auror porque estaba proyectando cosas que sentía en ese momento: obligaciones bélicas impuestas sobre mis hombros. Atrapar al malo porque era lo que se esperaba de mí.
—Tiene sentido —comprendió Draco.
Llegaron a la puerta de la sala de estudios y ambos se pararon, dejando pasar a un grupito de estudiantes de quinto que entraban. Cuando lo hicieron, siguieron parados mirando la puerta, como si ninguno se decidiese a atravesarla.
—Pensé… —titubeó Harry, que era la primera vez que iba a decirlo en voz alta—. Pensé que quizá podía ser profesor.
No se lo había dicho a nadie, ni siquiera a McGonagall, que le había mirado con perspicacia cuando, el día antes de regresar a Hogwarts, le había pedido poder recibir la clase de Teoría Mágica a pesar de no haberla solicitado nunca. A Hermione y Ron les había dicho solamente que deseaba un cambio y que volvía a no tener su futuro laboral claro, pero no les había dado más detalles. Hermione le había mirado con expresión suspicaz, pero tampoco había dicho nada, respetando su silencio.
Harry había pensado en ello durante varios días. Había sido en parte un arrebato de último momento y en parte un intento más de abrirse un posible camino de elección que algo firme. Había creído que si se matriculaba en Teoría Mágica estaría abriéndose una puerta pero no tomando una decisión definitiva y ni siquiera había pensado todavía que debería elegir una materia en la cual especializarse tras los EXTASIS para poder impartirla llegado el caso.
Haberse ofrecido a ayudar a Draco con Transformaciones le había salido instintivamente, pero al reflexionar sobre ello se había dado cuenta de que había sido una decisión inconsciente que apoyaba su elección consciente. Ayudar a la gente había sido una de las cosas que le había atraído de ser auror. Sin embargo, Harry recordaba cómo los aurores se habían visto supeditados a la incredulidad de un ministro incompetente en quinto y en la guerra habían sido completamente inútiles para ayudar a las personas. Sin embargo, se había dado cuenta de que ayudar a alguien a aprender cosas nuevas encajaba mejor con él. Recordaba el Ejército de Dumbledore y lo feliz que se había sentido cuando Neville consiguió desarmar a su contrincante por primera vez o cada vez que alguno de ellos podía realizar un patronus. No había sido sólo la satisfacción de desafiar a Umbridge. Había habido algo más y esa idea había empezado a fijarse en su cabeza cada vez con más insistencias en las últimas semanas.
—Tengo suficientes habilidades en transformación y encantamientos, conocimientos de defensa, estoy intentando mejorar con las pociones… Creo que tengo la formación global necesaria… excepto Teoría Mágica —añadió Harry, observando expectante la reacción de Draco, con ansiedad por conocer su opinión.
—Sí, es necesaria para cualquiera de las asignaturas que quieras impartir. Debiste haberlo pensado mucho antes, Potter, para eso se hace una sesión de orientación en quinto que te ayuda a escoger las asignaturas adecuadas —dijo Draco con un gesto contrariado.
—Lo sé. Lo sé —repitió Harry, suspirando frustrado una vez más—. Pero no he tenido tiempo jamás de pararme a pensarlo realmente, hasta que hice lo que se esperaba de mí. Una guerra tampoco es que sea demasiado alentadora para pensar en algo más que el futuro inmediato. De hecho… es la primera vez que se lo digo a alguien.
—¿Ni siquiera a Granger? —preguntó Draco mirándole a los ojos con una expresión extraña. Harry negó—. ¿Es un secreto que debería guardar?
—No. Sí. No lo sé, supongo que sí. Preferiría que no lo supiese nadie de momento, sobre todo ahora que me doy cuenta de que no sé si podré sacar Teoría Mágica. Supongo que uno cree que puede con todo y luego la realidad te machaca a golpes.
—Eso es absurdo, Potter —dijo Draco ásperamente y con un deje de impaciencia—. Claro que puedes sacar la asignatura. Recuerda cómo comprendiste y desarrollaste la teoría de la animagia y su relación con el patronus anoche. Puedes de sobra con ella; te costará trabajo aprender los fundamentos básicos e intermedios y ponerte al día, pero si realmente es lo que quieres lo conseguirás. —Draco hizo una breve pausa antes de preguntarle con un brillo de alegría en los ojos—. ¿Habías pensado una asignatura en concreto?
—Defensa —confesó Harry, sonrojándose—. Creo que… bueno… está Voldemort y también el Ejército, al que di clases en quinto, y pensé… bueno es una tontería, pero…
—Es buena idea. —Harry sintió una emoción en el pecho al oír su aprobación. Draco todavía estaba mirándole directamente a los ojos, ya sin rastro de enfado en su rostro o en su voz—. Eres muy competente explicando las cosas. Dices que ayudaste a Longbottom a hacer un patronus y sabe Merlín que eso debería convalidar asignaturas enteras. Tienes una gran autodeterminación, sobre todo con el tema de la animagia. Y muchas ganas de enseñar a juzgar por lo cabezota que te pones conmigo.
—¿Tú crees? —preguntó Harry, asombrado por el discurso de Draco.
—Bueno, es cosa tuya creértelo y luchar por ello si es realmente lo que quieres. Mientras tanto, yo puedo ayudarte con Teoría Mágica, tengo los libros de años anteriores en el baúl y con una hora extra de estudio al día seguro que puedes alcanzar el ritmo de los demás antes de que acabe el trimestre.
—No quiero ser una molestia, Draco —dijo Harry, recordando que a pesar de que estaban hablando con normalidad, no hacía ni tres horas que habían discutido en la habitación y Draco se había enfadado con él—. Tampoco quiero obligarte a…
—Potter, esta mañana has dicho que aceptabas ayuda cuando la necesitabas —le cortó Draco. La sombra de la discusión volvió a planear sobre el ánimo de Harry.
—Lo siento, tienes razón. Claro que sí, la acepto. —Harry le sostuvo la mirada, preguntándose qué estaba pasando exactamente ahí—. Es sólo… pensaba que seguías enfadado conmigo.
—No. O sí. Un poco. No lo sé. —Harry soltó una risita nerviosa al darse cuenta que ambos tenían la misma capacidad de expresión y anotándolo en su mente como una de las cosas que les unían. Draco suspiró—. Estoy enfadado contigo. Me ha molestado mucho lo que has hecho porque odio que me espíen. A veces uno tiene sus propias razones para querer un poco de intimidad.
—Perdón —repitió Harry, dispuesto a disculparse tantas veces como fuese necesario.
—Potter, por Merlín… —dijo Draco, exasperado y poniendo los ojos en blanco. Harry comprendió, demasiado tarde, que Draco estaba jugando.
—¿No estás enfadado entonces? —preguntó, esperanzado. Draco negó con la cabeza, esbozando una mueca que pretendía ser una sonrisa amable—. De todos modos, perdón de nuevo. No debí hacerlo.
—Ya lo has pedido antes. Yo también debería disculparme. Creo que he dicho algunas cosas horribles esta mañana que no siento. —Harry asintió, preguntándose a qué se refería exactamente Draco, o si era algo sobre toda la conversación en general—. Tú también me caes bien, Potter.
—Me alegro —sonrió Harry, sintiendo que su pecho se hinchaba de alegría al oír eso.
—¿Entramos a estudiar? —propuso Draco.
Harry asintió y ambos entraron en la sala de estudio, buscando asiento en un lugar lejos de los demás alumnos y sentándose juntos. Draco sacó su libro de Teoría Mágica y empezó a desgranar en un pergamino algunos de los conceptos básicos mientras Harry le escuchaba atentamente, sintiéndose muy contento por haber conseguido solucionar el problema con Draco. Pensó que en ese momento podría conjurar el patronus más fuerte del mundo.
Durante el almuerzo, Harry escuchó con paciencia todos los detalles que Hermione le dio sobre la clase de Historia de la Magia, consciente de que la chica estaba deseando interrogarle sobre los contenidos de las notas que habían intercambiado. Terminaron de comer y se levantaron para ir al dormitorio. Draco también dejó la cuchara, sin terminarse el pudin de chocolate e hizo ademán de seguirlos.
—Podemos esperarte si quieres —observó Harry, dándose cuenta de que Draco deseaba ir con ellos y sintiéndose incómodo porque dejase su comida a medias.
—Realmente he terminado —negó Draco—. No puedo comer más, de veras.
Caminaron hacia la habitación. Cuando por fin llegaron a un pasillo que se veía desierto, Harry miró Hermione con una amplia sonrisa en la cara.
—Las he conseguido —le informó. Draco le miró con cara de intriga.
—Lo suponía por tu cara de alegría cuando has llegado a almorzar —contestó Hermione en tono conspirativo, siguiéndole la broma. Harry se mordió la lengua para no decirle que eso se debía más bien a que había conseguido hacer las paces con Draco y haber pasado las horas de estudio con él, pero se juró a sí mismo que antes se enfrentaba de nuevo a Voldemort que contarle eso a Hermione—. Sigo pensando que deberías esperar. McGonagall no se va a negar a tutelarte.
—Lo siento —intervino Draco, mirándoles con apuro—. Debí haber supuesto que queríais hablar a solas y me he entrometido. Si queréis puedo quedarme rezagado y…
—No digas tonterías —contestó Harry—. Hermione lo sabe porque le mandé una nota esta mañana para avisarle que no iría a clase, pero a ti te lo voy a contar en cuanto lleguemos al dormitorio porque es algo de los dos.
—Espero que intentes hacerle entrar en razón, Draco —le pidió Hermione—. Aunque cuando se pone en este plan no hay nadie más cabezota que él.
—Qué me vas a contar… —bromeó Draco. Harry soltó una carcajada.
—Va, Hermione, no seas aguafiestas.
—Es peligroso, Harry —negó Hermione, poniéndose más seria.
—Lo sé. Pero tendremos cuidado, te lo prometo. Iremos poco a poco. Te consultaremos si es necesario —le prometió Harry—. Y si no lo vemos claro, iremos a McGonagall.
—¿Estás incluyéndome en todas esas promesas, Potter? —preguntó Draco con voz cauta.
—Sólo mientras no sepas de qué se trata. Luego podrás decidir por ti mismo. Pero espero que digas que sí.
Llegaron al dormitorio y Hermione se despidió de ellos, guiñándoles un ojo. Harry se sonrojó, pensando que a juzgar por su comportamiento cualquiera diría que estaba enamorado de Draco. El pensamiento le puso serio, dándose cuenta de que había algo en su forma de actuar esa mañana que no se alejaba mucho. Se había deprimido durante su discusión con Draco, sintiéndose dolido y triste porque este se hubiese enfadado con él por haberle decepcionado y luego se había sentido más contento que nunca cuando Draco lo había perdonado.
Draco dejó la mochila en el escritorio y comentó algo de utilizar el baño y ponerse ropa más cómoda. Harry se sentó en el borde de la cama, igual que esa mañana, sintiéndose confundido. Sí, Draco le gustaba. En esos días había descubierto a alguien interesante. Reconocía quizá en un primer momento había pecado de prejuicioso, pero esa mañana había sido sincero cuando le había dicho que le caía bien y quería ser su amigo. Y no menos importante: le parecía muy atractivo.
—Potter… —Draco estaba delante de él, doblando pulcramente la camisa del uniforme antes de ponerla sobre la cama. Harry levantó la vista, siendo consciente de que, aunque llevaba un rato pensando justo en él, se había olvidado que estaba allí—. Sí quería haberte preguntado antes por qué no habías ido a clase de Historia.
—¡Oh! No tiene importancia. Te lo habría dicho para que me acompañaras, pero… —Dejó la frase en el aire, no queriendo sacar el tema otra vez ya que estaba zanjado.
—Quise preguntarte cuando vi que no estabas —insistió Draco, mirándole intensamente—. Granger se sentó con Longbottom, porque contigo habríamos sido pares; estaban los Hufflepuff de séptimo con nosotros. Creo que dio por hecho que te sentarías conmigo y… bueno, fue raro sentarme solo.
—Lo siento, no pensé en eso.
—No te disculpes —dijo Draco, exasperado—. No lo digo por eso. Luego me recordé a mí mismo que se suponía que estaba enfadado contigo, por eso no te pregunté en Teoría y después no hubo momento.
—No importa, vas a saberlo cuando te muestre lo que he traído —le anunció Harry. Rebuscó en la mochila, sacando la capa y el trapo en el que había envuelto las hojas de la mandrágora. No se le escapó la mirada de interés de Draco en la capa, pero decidió que si tenía curiosidad ya se la dejaría ver en otro momento. Le tendió el trapo con una sonrisa—. Ábrelo, una es para ti.
Draco obedeció y él se levantó, aprovechando para quitarse la camisa, deseando ponerse ropa más cómoda también.
—Estás loco, Potter.
—Sí. Lo siento, va en el pack. —Arrojó los pantalones al suelo y puso uno de sus antiguos chándal de jugar quidditch—. Hay que tenerla en la boca sin tragársela ni sacarla durante todo un mes. Y tiene que ser hoy.
—¿Por qué?
—Hay luna llena. —Harry se había cerciorado mirando el calendario de pociones antes de salir hacia el invernadero—. Si no lo hacemos hoy, tendremos que esperar un mes.
—Granger tiene razón. No podemos hacerlo así. No va a pasar nada porque esperemos.
—Sí que podemos. Ni siquiera es algo muy definitivo, tan sólo es llevar la hoja en la boca durante un mes. No es peligroso, ni implica que hagamos nada si después no podemos dar los siguientes pasos.
—Es una locura —repitió Draco, asustado—. Ni siquiera he empezado a intentar hacer el patronus, no sabemos qué animal vamos a ser, McGonagall no nos ha explicado nada...
—Está bien, Draco —le tranquilizó Harry—. Esto no nos compromete a nada. Sólo pensé que podíamos ir avanzando ese tiempo. Además, es necesaria una noche de tormenta y otoño es la mejor época. Ni siquiera tenemos la garantía de que vayamos a ser capaces de mantenerla en la boca, no debe ser algo sencillo, sobre todo si queremos seguir manteniéndolo en secreto. Estudiaremos, investigaremos y nos prepararemos durante este tiempo. Tenemos un mes entero por delante. Si cuando llegue el momento no estamos preparados, acudimos a McGonagall como le he prometido a Hermione, y dejamos que sea ella quien nos tutele, aunque perdamos el factor sorpresa que querías —añadió, esperando que Draco fuese lo suficientemente sensato como para acceder a esa última parte.
Draco alternó la mirada entre las hojas y Harry, con expresión incrédula. Finalmente, soltó una carcajada que le desconcertó.
—Está bien —accedió Draco—. Pero si dentro de un mes no estamos preparados, acudiremos a McGonagall, aunque sea diciéndole que es… interés académico.
—Te lo prometo —se rio Harry—. Aunque dudo que McGonagall se trague eso.
—Ya veremos. Has hecho muchas promesas hoy, Potter —le advirtió Draco con gesto severo antes de sonreír de nuevo.
—Son las mismas. Puedo ser un poco imprudente, pero no soy voy a poner en riesgo mi vida —«NI la tuya», pensó inmediatamente.
Draco cogió una de las hojas y la dobló hasta conseguir compactarla. Con cuidado, abrió la boca y se la metió entre la mejilla y la mandíbula superior. Después, probó a abrir y cerrar, sopesándolo.
—Esto es un coñazo —admitió Draco sin apenas vocalizar, echándose a reír—. La he encajado entre la encía y el carrillo de arriba, para que no se mueva mucho cuando hable, pero por Merlín que la gente va a notar que hablo raro.
—Dios, pareces idiota —se rio Harry al escucharle.
—Ya puedes ir practicando tú también, porque como McGonagall nos pregunte algo en clase, nos va a pillar en cuanto digamos una palabra —bromeó Draco.
Harry tomó la segunda hoja y, imitando a Draco, se la metió en la boca. Tenía un sabor suavemente amargo, pero no del todo desagradable. Draco terminó de cambiarse y ambos se sentaron en el escritorio, todavía con una sonrisa en los labios. Harry se conminó a concentrarse en la teoría de transformación que tenía que explicarle a Draco, resistiéndose a mirarle para no quedarse embobado una vez más.
Hermione llamó a la puerta varias horas después, cuando ellos ya habían saltado de Transformaciones a Pociones, luego a Teoría Mágica y de ahí a Historia de la Magia, ya que Draco se había empeñado en pasarle sus apuntes a pesar de que Hermione ya le había resumido la primera clase y de que no habían avanzado demasiado contenido.
—¿Bajáis a cenar?
Harry negó con la cabeza antes de mirar a Draco, que le miró con las cejas levantadas. Iba a decirle que había pensado en practicar el encantamiento patronus, pero este se adelantó y, comprendiéndole sin palabras, también dijo que no.
—No deberíais convertirlo en costumbre o McGonagall os llamará la atención. Ya te has saltado el desayuno esta mañana, Harry —dijo Hermione, entrando en la habitación y dejando varios libros encima del baúl de Draco, el más cercano—. Encontré esto en la biblioteca; por si estáis decididos a intentarlo, después de todo.
—Muchas gracias, Hermione —balbuceó Harry, incómodo todavía. Notaba la hoja de mandrágora moverse cuando hablaba y, sabiendo que era probable escupirla o tragarla sin querer al ser pequeña, intentaba no mover mucho la boca—. Intentaré pensar una manera de que podamos alternar nuestras ausencias y que McGonagall no sospeche nada.
—Bastará con que abras la boca para dar los buenos días en clase para que no tenga necesidad de sospechar nada —indicó Hermione levantando una ceja con ironía—. Veo que ya habéis tomado la decisión. Tened cuidado, por favor.
—Lo tendremos —prometió Harry. Draco se echó a reír otra vez al oírle hablar, contagiándole. Llevaba riéndose toda la tarde y eso le satisfacía mucho, porque Harry también se sentía muy contento.
Hermione se despidió y salió. Draco le miró con las cejas levantadas.
—Espero que tengas un buen banquete en una fiambrera oculta, Potter, porque tengo hambre.
—Gracias por seguirme la corriente. Con tantas cosas, se me olvidó comentártelo. Pensé que podíamos aprovechar este rato para practicar el patronus con discreción.
—Me lo he imaginado —asintió Draco.
—Tampoco pasará nada si no cenamos. He conseguido chocolate de las cocinas, lo necesitaremos para practicar —dijo Harry sacándolo de la mochila—. Si lo regamos con un par de cervezas de mantequilla no será la cena más saludable de la historia, pero bastará.
Ambos salieron a la sala común, que estaba desierta. Harry descorchó dos botellas de cerveza de mantequilla y le tendió una a Draco, que la aceptó con un asentimiento de agradecimiento. Después, transformó una de las mantas en una alfombra mullida antes de descalzarse y sentarse. Draco le imitó segundos después y se sentó a su lado.
—El movimiento es sencillo, sólo tienes que…
—Sé cuál es el movimiento del encantamiento, Potter —le interrumpió Draco—. Sin acritud, lo he intentado en varias ocasiones.
—Tienes razón. Prueba a hacerlo entonces.
Draco asintió. Dio un trago a la botella y la apartó a un lado antes de empuñar la varita y carraspear. Concentrándose, comenzó el movimiento de la varita un par de veces antes de decidirse.
—¡Expecto patronum!
No ocurrió nada. Harry se inclinó hacia él, mirándole con interés. Después, Draco lo repitió y Harry siguió su movimiento de varita con la mirada, cerciorándose de que lo estaba haciendo correctamente.
—¿Has seleccionado un recuerdo feliz?
—Claro que sí, Potter —dijo Draco, sonando exasperado—. Te he dicho que sé cómo funciona la teoría.
—Lo sé —intentó tranquilizarlo Harry—. Pero a veces el recuerdo no funciona bien. A mí me tocó cambiar varias veces antes de dar con uno que me funcionase. Luego todo es más sencillo si lo has conseguido al menos una vez.
—No tengo muchos recuerdos donde elegir, Potter —espetó Draco con amargura—. Tendrá que valer este o alguno similar.
—¿En qué estás pensando? —preguntó Harry, curioso por el recuerdo, con la intención de determinar cuán poderoso podía ser—. Quizá si me cuentas podamos…
—No te lo voy a decir, Potter.
—Está bien. —Harry suspiró. Apenas llevaban un intento y Draco ya se había cerrado en banda. No iban a avanzar gran cosa con esa actitud, pero se resignó a trabajar con ello—. ¿Volvemos a intentarlo?
—¡Expecto patronum! Esto es una pérdida de tiempo. Comámonos el chocolate, Potter, y dejémoslo estar.
—¿Te vas a rendir tan rápido? —preguntó Harry, perplejo—. Hace unos minutos estabas de un humor excelente y ahora te has rendido tras apenas dos intentos.
—Sólo intento ser realista.
—No, sólo crees que no puedes y ni siquiera vas a darte una oportunidad —le contrarió Harry—. Pues ríndete si quieres, porque yo no pienso hacerlo.
Se puso de rodillas y culebreó hacia Draco, colocándose más cerca de él para observar mejor cómo lo hacía. La posición le resultaba incómoda, pero la cercanía con el cuerpo de Draco lo compensaba y sonrió tontamente sólo de pensarlo.
—Vamos a volver a intentarlo —le dijo Harry con determinación—. Ya sé que con la mandrágora es difícil, pero intenta pronunciar más claramente, ¿vale? Sólo por tener todos los flancos bien cerrados.
—De acuerdo —suspiró Draco, resignándose.
—No te centres sólo en el recuerdo: intenta recrear las sensaciones que tuviste, trata de acordarte de ellas y reproducirlas en tu mente. Intenta impulsar el recuerdo a través de la varita. Funciona un poco como el desenfoque de la caja de música. Tienes que visualizar el recuerdo, pero al mismo tiempo difuminarlo en la felicidad que sentiste. —Draco asintió y tragó saliva, decidido.
—¡Expecto patronum!
—Espera, no has hecho bien el movimiento —le interrumpió antes de que terminase de intentar el hechizo. Draco le miró airado, pero Harry le retó con la mirada, levantando las cejas, y el otro chico bajó la mirada avergonzado y asintió—. Presta atención.
Acercándose todavía más, Harry se sentó detrás de Draco, poniendo las piernas a los lados de las suyas. Este dio un respingo, envarándose, pero inmediatamente se relajó contra su pecho, como si estuviera dándole permiso para estar tan cerca. Era la primera vez, salvo cuando Draco le había sujetado la mano durante las pesadillas, que Draco le permitía tocarle. Emocionado, Harry sintió el calor de su espalda, el roce de sus piernas con las suyas y el cosquilleo del pelo de su nuca en la nariz. Una oleada de excitación le invadió el vientre.
Sintiendo el corazón bombeándole a mil por hora, Harry alargó el brazo, sujetando la muñeca y el dorso de la mano de Draco con cuidado. Este se estremeció bajo su contacto, pudo notarlo en la forma en que su espalda le tembló contra el pecho. Emocionado porque Draco estaba teniendo una reacción similar a la suya, Harry aspiró aire con disimulo, buscando y consiguiendo captar el mismo aroma floral de la noche anterior y notando que su cuerpo reaccionaba en respuesta. Obligándose a concentrarse en lo que estaba haciendo tragó saliva, nervioso. Intentó controlar el pulso de la mano para que no le temblase y no delatarse. Draco parecía estar haciendo algo similar, apretando la varita tan fuerte que tenía los nudillos blancos.
—Relaja los dedos —le indicó Harry en voz baja. La mano de Draco tembló un segundo, antes de obedecer—. Haz el movimiento. Sin decir las palabras. Sólo el giro, ¿de acuerdo?
Draco lo hizo. Harry lo acompañó suavemente sin guiarle, buscando en qué momento su movimiento difería del de Draco.
—Ahí, ¿lo has notado? Mi mano ha tirado hacia abajo cuando la tuya todavía estaba moviéndose hacia la derecha.
—Sí —murmuró Draco, asintiendo. Otra oleada del aroma le invadió y su pelo le cosquilleó de nuevo en la nariz. Harry contuvo un suspiro.
—Tienes que acortar ese giro, hacerlo más cerrado. —Asiéndole más firmemente la mano, lo guio con su mano, poniéndole el ejemplo. Draco lo repitió un par de veces más hasta que Harry juzgó que le salía bien. Con pesar, Harry retiró la mano rozando el dorso de la suya con las yemas de los dedos antes de decirle—: Concéntrate otra vez en las sensaciones del recuerdo, revívelo en tu cabeza y vuelve a intentarlo, empujándolo hacia adelante.
—¡Expecto patronum!
Algo pasó. Harry no estaba muy seguro de qué era, porque no había salido el gas que indicaba que el hechizo había funcionado ni voluta alguna, pero había sentido cómo salía una gran cantidad energía de Draco, canalizada por la varita.
—Joder —jadeó Draco con cansancio, bajando la varita.
—Vas por el buen camino, creo —comentó Harry, intentando analizar qué había ocurrido—. Debería haber salido una voluta de humo o algo, pero creo que el recuerdo no es lo suficientemente potente o no estabas visualizando bien las sensaciones que te provocó en su momento.
—¿Tú también lo has sentido, entonces? —Draco se retorció para poder mirarle y Harry asintió—. Es la primera vez que consigo algo así.
—Queda mucho camino por delante. Espera —dijo Harry, sujetándole el brazo cuando vio que lo levantaba decidido a volver a intentarlo. Alcanzó una de las tabletas de chocolate, abriéndola y tendiéndosela—. Primero come esto. Te sentirás mejor.
Draco aceptó, dando un mordisco a la tableta y suspirando de placer cuando el chocolate se derritió en su boca.
—Ten cuidado con la mandrágora —le recordó Harry—. Si te la tragas no servirá de nada y no tengo más. —Draco asintió con un murmullo y siguió masticando.
—Estaba pensando en la primera vez que vi Hogwarts —dijo Draco en voz baja cuando tragó. Harry sintió que el pecho se le inflaba de orgullo por la confianza de Draco a pesar de que inicialmente se había negado a contárselo. Reprimió el impulso de rodearle la cintura con los brazos—. Cuando el castillo apareció imponente ante nosotros sobre el lago, gigantesco, recortándose en la oscuridad, las ventanas iluminadas como faros. Llevaba años queriendo ir al colegio, oyendo hablar de él. Había tantas cosas que quería hacer, tantas esperanzas puestas allí…
—No parece un recuerdo feliz —murmuró Harry, emocionado por sus palabras. Él había sentido algo parecido a pesar de que apenas se había enterado de la existencia de Hogwarts un mes antes de asistir.
—¿Qué dices, Potter?
—Es más bien un recuerdo agridulce. Estás volcando tus expectativas actuales en el recuerdo de aquel momento. No es un recuerdo feliz, aunque sí sea nostálgico y te traiga paz.
—Puede ser —admitió Draco en voz baja—. ¿En qué piensas tú habitualmente?
Harry miró la nuca del chico, admirando los mechones, que parecían suaves y sedosos desde tan cerca. Resistiendo la tentación de acariciarlos, lo que seguramente provocaría que Draco se envarase, se conformó con seguir sentado así con él a pesar de que no estuviese ayudándole con la varita e intentó darle una respuesta concreta.
—Depende. La primera vez que convoqué conscientemente un patronus corpóreo y fuerte fue extraña porque hay una paradoja temporal implicada. A veces rememoro ese momento y lo feliz que me sentí al saber que podía salvar mi vida y la de mi padrino. Otras veces recuerdo algunos de los buenos momentos con Ron y Hermione. Ellos están en mis recuerdos felices. Hogwarts también es un recuerdo feliz, pero está empañado por muchas cosas, como el tuyo.
—Voy a intentarlo con un recuerdo de la infancia —dijo Draco con decisión—. La primera vez que me recuerdo soplando las velas de una tarta de cumpleaños, rodeado de mis abuelos paternos y maternos.
—Suena bien —opinó Harry. Draco tragó saliva y respiró varias veces antes de intentarlo.
—¡Expecto patronum!
Esta vez el efecto fue claro y no hubo duda. Varias volutas de humo plateado salieron de la punta de la varita de Draco condensándose en una semiesfera delante de ellos que duró unos segundos antes de disiparse. Draco cayó hacia atrás, recostándose totalmente sobre su pecho, y Harry le sujetó instintivamente por la cintura, abrazándole de una manera similar a la que había deseado unos minutos antes.
—¿Lo has visto, Harry? —preguntó Draco, jadeando por el esfuerzo, pero con la voz emocionada—. ¿Lo has visto?
—¡Sí! —Harry estaba entusiasmado también, pero se contuvo, buscando otra tableta de chocolate para ofrecérsela—. Toma, come.
—¡Lo he conseguido!
—Enhorabuena. Ese recuerdo era más potente, desde luego. Necesitas buscar algunos más e ir probándolos. Incluso, puedes intentar utilizar varios similares. Las sensaciones de felicidad, los recuerdos y la práctica harán que lo consigas muy rápido, ya verás.
—Voy a volver a intentarlo —dijo Draco entre bocado y bocado.
—No —se negó Harry, tajante—. Es mejor que practiques un poco cada día que agotarte hoy. Sé que estás entusiasmado por el progreso, pero ahora que sabes que puedes hacerlo, bastará con entrenar un rato cada día. Si no, te drenará demasiada energía y avanzaremos mucho más despacio.
—Sólo una vez más, Potter —insistió Draco, emocionado y tan entusiasmado como él—. Por favor…
—De acuerdo —accedió Harry, incapaz de negarse ante el entusiasmo avasallador de Draco, deseando ceder a su capricho fuese el que fuese—. Pero come un poco más de chocolate antes.
—Creo que tenías razón. No es que Severus no consiguiese enseñarme o que yo fuese un inútil para hacerlo o qué sé yo. —Harry no podía verle la cara, pero el tono de Draco no sonaba triste ni nostálgico, sólo entusiasmado. Comprendió que, aunque Draco no hubiese dicho nada, sí le había dado vueltas en la cabeza al tema. Draco masticó otro poco de chocolate antes de añadir—: Que ese loco no esté lo hace todo más fácil.
Comprendiendo su emoción por haberlo conseguido por primera vez, Harry le permitió intentarlo un par de veces más antes de plantarse y negarse definitivamente, viéndole más pálido de lo habitual por el esfuerzo. En cualquier caso, Draco apenas consiguió repetir la hazaña de extraer varias volutas de humo difuso de la varita. Juntos, comieron un poco más de chocolate. Harry pensó que debería levantarse: no tenía excusa para estar sentado detrás de Draco dado que ya no estaba mostrándole el movimiento del hechizo, pero Draco se había recostado cómodamente contra él mientras remataba su cerveza de mantequilla. Sintiendo una sensación de calor en el estómago, Harry disfrutó del contacto mientras se felicitaban por los progresos de Draco con el encantamiento y se quejaban de lo difícil que era beber algo con la hoja de una planta dentro de la boca.
Se estaba tan cómodo allí sentado que Harry perdió la noción del tiempo, cayendo en la cuenta de que sus compañeros estaban terminado de cenar justo cuando Justin y Ernie entraron en la sala común, mirándoles con sorpresa al encontrarlos recostados el uno contra el otro en medio de la sala. Ambos se levantaron rápidamente, azorados. Harry balbuceó algunas excusas hasta que Draco le dio un codazo para hacerle callar, lo que provocó una mirada extrañada entre Ernie y Justin.
