CAPÍTULO VI.

La Gran Fiesta.


Todo aquello era demasiado para la princesa de Noruega, nunca el Señor le había puesto pruebas de su fidelidad y paciencia tan grandes como las que tenía delante de ella en ese instante, jamás había dudado tan intensamente de sus propias capacidades de mantener la calma y mostrar su mejor imagen… la imagen digna de una futura monarca.

Ella, incluso si ocultaba de los vikingos en cada una de sus fiestas de cumpleaños, había estado en una cantidad exorbitante de bailes reales, reuniones importantes y fiestas de gastos exorbitantes. Había visto todo tipo de gente, había sido juzgada por cada nación y las miradas de pena y asco se le habían clavado en la piel desde que tenía uso de la razón. La habían vestidos de antiguos ropajes alemanes, se le había hecho un martirio colocarse las prendas tradicionales japonesas, y había soportado todo tipo de baile, costumbre o cántico.

¿Pero esto? Esto era completamente diferente.

Elsa se había visto de lejos las fiestas de la clase baja, donde las muchachas se alzaban las faldas y los hombres tocaban lugares indebidos y rogaban por atención sexual, había visto a mujercitas tomando cerveza como si fuesen sedientos hombres de guerra y más de un hombre, demasiado borracho para distinguir quién era ella, le había pedido una danza o algo más. Pero esta fiesta vikinga era sencillamente superior a todo eso.

Comían las carnes sin ningún cubierto, peleaban animadamente con espadas y escudos, se subían a las mesas hombres y mujeres a zapatear, aplaudir erráticamente o bailar como si la mesa ardiese. Gritaban y se emborrachaban como si el día de mañana no fuese a llegar, parecían felices de verdad, justo como las clases bajas… también eran honestos, honestos como ningún burgués o monarca había sido jamás con ella.

–Pues yo creo que eres algo feúcha –le había dicho el primogénito de Oswald el Amable, intoxicado por el aguardiente–, no sé por qué todo el mundo anda babeando por ti.

Las mejillas de Elsa se sonrojaron de la vergüenza, nadie jamás le había dicho que era poco agraciada, desde pequeña la habían alabado por su hermosura casi inhumana.

–¿Cómo osa a decir algo como eso? –uno de sus guardias se adelantó a ella, se trataba Sander Nordness, el coronel de la guardia real noruega al que sus majestades, los reyes de Noruega, habían ordenado explícitamente defender bajo cualquier medio la integridad, salud y honra de la princesa.

–¿Eh? –parecía que el hijo del jefe berserker estaba más que borracho–, ¿y tú quién eres, panoli?

El coronel Sander desenfundó velozmente su espada y apuntó al heredero con ella. En cualquier otra fiesta, aquello hubiese sido más que suficiente motivo para detener la música, la danza y todo tipo de bulla, hubiese sido más que suficiente para que el padre del muchacho se hubiese levantado furioso y hubiese exigido la decapitación inmediata del guarda. Pero ellos no harían eso solo porque un patético soldado levantase la espada contra uno de los suyos, porque ellos eran vikingos y todos esperaban que, si aquella amenaza fuese sería, Dagur fuese capaz de defenderse por su propia mano.

Y así lo hizo, dejó escapar una escalofriante carcajada que, de no haber sido por el resto de ellas, hubiese resonado por todo el salón. De la funda de cuero de su espalda, saco un hacha corroída por el tiempo y manchada de sangre reseca. Era un arma enorme y seguramente muy pesada, pero aquel joven la sostenía como si de una rama se tratase, incluso se dio golpecitos en la palma derecha con ella. En su cara se extendió una sonrisa asquerosa al ver lo asombrados que los guardas quedaron ante su reacción.

–Al fin, un poco de diversión –fue lo último que escuchó Elsa antes de que una mano la tomará de la muñeca y otra tapase sus labios, ahogando un grito, haciendo que solo pudiera apreciar la limpieza y rapidez con la que el resto de los soldados sacaron sus espadas para pelear junto a su coronel.

Sin siquiera ser capaz de defenderse, la princesa noruega fue llevada entre la confusión y el festejo desenfrenado hasta el último peldaño de la escalinata que conducía al Gran Salón. Al salir de allí, noto que la falta de la gran fogata del salón conseguía que el ambiente tuviese tonos azules y solitarios, en contrario al hogareño tono naranja que había en esa estancia, la carencia de ese fuego magnífico también daba paso al cruel frío que le azotó el cuerpo entero de manera abrupta.

Una vez se acostumbró por completo al nuevo clima, a la bulla apagada por los grandes portales y a su corazón dando fuertes golpes en su pecho pudo ver finalmente el rostro de su captor.

Enfureció y se sonrojó de la vergüenza al ver que no era otro que su futuro marido quien aún le tapaba la boca y le sostenía firmemente la muñeca. Él, por otro lado, le enseñaba aquella sonrisa de lado tan característica suya, acompañada por una mirada brillante de adrenalina y burla.

–Hola –repitió mientras la soltaba, con el mismo tono de la mañana en la que confirmó que no había muerto trágicamente.

–¿¡Qué creéis que hacéis!? –chilló ella dando pasos hacia atrás, olvidando sus modales, pero no del todo–. ¿Cómo os atrevéis a llevar a cabo tal acto desvergonzado? Podréis ser el hombre que en un futuro desposaré, pero no tenéis derecho alguno a tratarme de la manera en la que lo habéis hecho. Soy la virtuosa hija legítima de los reyes noruegos…

–Ya, ya, cálmate –la interrumpió con una risa, Elsa apretó los labios y lo miró de hito a hito, buscando en él alguna respuesta de por qué tenía que ser desposada por tal sinvergüenza–. Solo te estaba acostumbrando.

Alzó una ceja, calmándose un poco por la confusión. –¿Acostumbrándome? ¿A qué? Si se puede saber.

Fue entonces Hiccup quien la miró de hito a hito, para luego acercarse un poco a ella, solo los pasos que ella había retrocedido. –No me digas que nunca te lo han dicho. Ya sabéis… el cómo tratamos los vikingos a nuestras futuras esposas… –susurró cerca de ella, cortándole la respiración y haciendo temblar su cuerpo entero. Recordó en ese momento, todo lo que se decía de los vikingos, la manera en que saqueaba pueblos inocentes y desprotegidos, como las aldeas víctimas de sus ataques terminaban arrasadas, como asesinaban a sus enemigos para obtener sus tronos…

Como secuestraban y abusaban de las mujeres que querían.

Hiccup luchó en contra la carcajada que amenazaba a salir de su garganta en cuanto vio su cara, haciendo que los miedos de Elsa se disiparán al verse ridiculizada.

Tomó aire y alguno de los pliegues de su vestido, le dio la espalda para luego decir. –Regresaré a la fiesta.

Sorprendido por tal cambio de comportamiento, el vikingo la tomó de la muñeca, tiró nuevamente de ella de forma que sus cuerpos quedasen muy cerca. Elsa lo miró a los ojos de su sorpresa, encontrándose con esas esmeraldas sin un solo rastro de burla o picardía, solo encontró los destellos de un ser vivo, los destellos de un alma dentro de aquel vikingo y supo entonces, por la forma que esos iris luminosos le hacían sentir y llena de vergüenza e indignación, que lo amaba platónicamente.

–De acuerdo, de acuerdo –a penas comprendía lo que balbuceaba contra ella, pues él hablaba atropelladamente y ella no podía concentrarse–, perdóname, voy a dejar las bromas pesadas, ¿de acuerdo? –inclinó un poco el cuerpo, lo suficiente como para que la poca diferencia de altura se eliminará–. Solo quería enseñarte algo, pero si no quieres regresamos a la fiesta y te dejare en paz.

Miró su rostro entero con sumo cuidado en busca de alguna muestra de mofa, pero no encontró nada más que unos finos labios que estaban levemente corroídos por el frío del norte y unos ojos sinceros que parecían llevar danzas paganas en ellos incluso con la falta de fogata, los cuales componían mágicamente una expresión lo suficientemente confiable.

Aun así, se detuvo a observarlo tanto como pudo, todo el tiempo que se pudiese confundir con dubitación, tan solo para apreciar mejor todos los elementos que conformaban su rostro. Él realmente no estaba ni tan siquiera cerca de la imagen que ella se había formado de su posible marido vikingo, no cuadraba en lo absoluto de todas las imaginaciones que habían surgido de las quejas de su comportamiento de parte de las demás princesas o infantas, ni de los lamentos de sus sirvientas, nodrizas, ni damas de compañía. Era cierto que los modales de su prometido dejaban mucho que desear y eran completamente reprochables, pero aquel rostro suyo la detenía de hacerle saber cualquier queja o disgusto, dejándola indefensa por completo ante él.

Él, quien, al igual que su futura esposa, en ese momento de dulce silencio se detuvo a observar la inhumana belleza del rostro de su princesa. Lo primero que noto, porque sus manos podían pelear contra sus instintos más bajos pero sus ojos no, fue que sus labios se diferencian implacablemente del resto de su piel, pues estos eran de varios tonos más rojizos que el resto de su piel. Los labios de su futura mujer eran muy contrarios a los suyos, pues, a parte de distinguirse de su piel, eran gruesos y no habían sido magullados por el frío del norte. Quiso besarlos, sus instintos y su corazón le dijeron que tenía que besar esos preciosos labios, pero el cerebro le dijo que aún era muy pronto para tal cosa.

Al final su cerebro ganó, por lo que dejó de mirar sus labios y marcó algo de distancia que, sin saber por qué, ella volvió a romper con tan solo un paso.

–Ven conmigo –susurró contra su oído, causándole un delicioso escalofrío que recorrió todo el cuerpo y un potente sonrojo en sus mejillas. Sin necesidad de taparle la boca o tomarla desprevenida, el vikingo pudo llevarse a la princesa lejos de sus guardias, haciendo de ese el primer paso de la futura rebeldía noruega y el primer avance de su futuro e interminable romance, ese romance que transcendería el deber, las normas y el tiempo.

Y es así como el cuento vuelve al inicio, con ambos futuros soberanos recostados en el verde pasto luego de un precioso paseo por los cielos que duró hasta el amanecer, y aunque eso parecía demasiado tiempo, realmente apenas fueron necesarias unos cuantos minutos que apenas llegaban a más de una hora y media, pues los festejos vikingos eran una verdadera locura que podían durar perfectamente hasta que no quedase ni una sola gota de hidromiel.

Seguramente había sido por su cansancio por lo que no había pensado bien las cosas, porque realmente a la joven princesa le había parecido una buena idea intentar besar a aquel que dentro de años se volvería su esposo, solo porque había notado cómo los ojos de él se desviaban a sus labios, aventurándose a tener la osadía de dejar de lado todo el protocolo que conocía del tema romántico. Por lo que la sorpresa al ver como se alejaba con la excusa de la diferencia de edad fue sencillamente inmensa y bochornosa.

Decidió que, si otro avance se tenía que hacer en esa relación, lo haría él, que para algo era el hombre.

Avergonzado y ocultando todo lo que podía su arrepentimiento, él le ofreció un nuevo paseo por los cielos, pero viéndose incapaz de resistir tenerlo tan cerca o de tan siquiera caminar sin dar tumbos por el sueño, la princesa prefirió pedirle volver atrás en sus pasos y recostarse nuevamente en el verde pasto para tomar una pequeña siesta, algo corto, apenas unos minutos.

Al verla tan adormilada no encontró más respuesta en él que un asentimiento. Así que, con ella recargada en uno de sus brazos, los futuros soberanos de Noruega regresaron al sitio que apenas tuvieron tiempo de abandonar. Hiccup incluso tuvo que ayudarle a recostarse en el pasto, pues la princesa apenas y tenía las fuerzas suficientes para no caer dormida de porrazo en los brazos del vikingo.

Fue así como terminaron en aquella situación, ella completamente acabada por el cansancio, durmiendo por primera vez en su vida en algo que no fuera el suave colchón de una preciosa habitación especializada para ella. Él, por otro lado, no podía encontrarse con el sueño a pesar de lo cansado que ya estaba su cuerpo entero, sus extremidades dolían, los ojos le ardían de tal manera que los párpados luchaban contra la tiranía del cerebro para poder cerrarse. Pero la cabeza se negaba por completo, tenían que mantenerse despiertos.

¿Por qué? Se atrevía a preguntarle a su cerebro.

Porque quiero que recuerdes la tontería que hiciste. Respondía susodicho.

Pero yo no quiero recordar eso.

Cállate.

Pero los crueles tiranos tan solo duran lo que el pueblo quiere –en los mejores de los casos– y aquel pueblo que estaba constituido por el resto de su cuerpo estaba dispuesto a derrocar a aquel opresor de masas… Y así lo hicieron, y así dejaron que princesa, vikingo y dragón durmiesen uno apoyado en otro, protegidos de la brisa mañanera por el calor corporal del otro.

En algún momento de aquella siesta, que duró más de lo planeado, la princesa noruega, en busca de más calor corporal y una comodidad mínimamente aceptable, terminó aferrándose más de lo debido para una señorita al cuerpo del vikingo, reposando su cabeza en el delgado pecho de él, permitiendo que sus piernas se entrelazaran en un desorden perfecto digno de una pareja que tenía años de confianza, alzando una de sus manos al hombro del muchacho y permitiendo, mientras dormitaba, que él dejase reposar una de sus manos en su estrecha cintura. El dragón, por otro lado, rodeaba el cuerpo de ambos con su cuerpo y los cubría con una de sus negras y poderosas alas, en el lugar exacto para que ellos no terminasen asfixiados bajo su peso.

Sin embargo, a pesar de que aquella imagen era digna de la novela pastoril más romántica jamás escrita, o del cuadro más romántico de un gran maestro pintor que se hubiese vuelto loco de tanta perfección, al llegar luego de tantas horas al escondite más privado de todo Berk, los soldados noruegos solo pudieron sentirse asqueados por aquella escena, espantados y tremendamente furiosos.

Sin siquiera pensarlo o avisar a sus hombres, el coronel Sander Nordness apartó bruscamente el ala de la bestia, despertándola de manera que se obligó a estar lista para el combate, contrajo las pupilas en un cortísimo segundo y soltó un gruñido que hubiese hecho temblar al hombre más valiente.

Pero lo que conducía a Sander no era su valentía, era el deber. El deber de proteger a la princesa tal y como había jurado ante su rey. Porque el coronel Sander era un hombre de verdad, uno virtuoso, fiel a su mujer y a su rey además de un ejemplar cristiano, tan reconocido como honrado por toda persona que lo conocía, tenía un prestigio, un nombre, una reputación que había de mantener frente a todos los suyos. Fue por ello por lo que ignoró la amenaza de la bestia y tomó entre sus anchos y firmes brazos el cuerpo de la princesa, seguro de que estaba en lo correcto, tan seguro como lo estuvo hace once años.

La niña soltó un aguado chillido al sentirse, de momento a otro, lejos de la calidez del vikingo y del dragón, atrapada ahora en unos brazos diferentes. Planeaba patalear, temiendo que esto fuera algún ataque de los nuevos enemigos de la, ahora rota, Nueva Unión vikinga, pero sintió alivio y nervios al mismo tiempo al notar que era el soldado más leal y confiable de su reino quien la tenía bien sujeta a su cuerpo.

Sentía alivio, pues el coronel Nordness no era precisamente un bárbaro terrorífico que la usaría como chantaje para sus padres, y nervios, pues ser descubiertos por aquel soldado valeroso y fiel a la corona noruega era, sin duda alguna, la peor conclusión posible para aquel hermoso tiempo a solas que había tenido con su prometido.

Para cuando estuvo acomodada en el cuerpo del soldado correctamente, el dragón ya había dejado atrás el ensoñamiento y su cuerpo entero estaba dispuesto a atacar, fue tal la rapidez con la que el dragón había realizado todo ello, que el vikingo no pudo evitar el impacto de su nuca contra el suelo una vez su cabeza dejo de estar reposando en el cuerpo de su compañero, el golpe lo obligó a sentir un mareo muy profundo aunque leve y un espanto que alborotó de mala manera su corazón. Se alzó con toda la rapidez que pudo. Como cualquier vikingo debía ser entrenado, sobre todo al ser hijo de un jefe, Hiccup estaba acostumbrado a despertarse con brusquedad, en medio de una pelea, de fuego, sangre y gritos coléricos o de dolor puro. Pero jamás le enseñaron a alzarse con una pierna metálica, por lo que dio un par de tropezones antes de incorporarse dispuesto a batallar.

Pero no comprender que pasaba, no tener a Elsa al lado y la fugaz visión de esos condenados escudos decorados con los emblemas del infierno hicieron que sus piernas temblasen y su corazón quisiera salir por la garganta.

Una vez comprendió que lo que estaba pasando era que él y su dragón estaban dispuestos a pelear con los soldados extranjeros que lo habían encontrado durmiendo abrazado a la honorable princesa de Noruega el corazón pudo latirle con tranquilidad y ya estaba dejando de lado los planes de escape. Acercó sus manos a Toothless, dándole tan solo fugaces miradas, intentando que se calmará, poniendo su delgaducho cuerpo entre el dragón y los soldados, esas dos fuerzas contrarias dispuestas a dar rienda suelta a una batalla sangrienta.

–¿¡Qué creéis que estáis haciendo!? –bramó el coronel Nordness mientras desenfundaba su espada, un terrible escalofrío recorrió el cuerpo del vikingo, las memorias de aquella noche golpearon cruelmente su cerebro.

Estaba tan desorientado, tan impactado por la imagen, tan… sencillamente conmocionado que ni una sola palabra pudo salir de su boca, no pudo evitar el temblor, ni el nerviosismo consumiendo su interior... no pudo responder con la elocuencia burlesca que siempre usaba con esos memos. No podía hacer nada, todo lo que consiguió hacer con su cuerpo fue temblar y apretar los puños… justo cuando el momento lo apremiaba, ni una sola pisca de toda la seguridad que había ganado en esos años apareció, ningún comentario o idea. Todo a causa de esos hombres, esas espadas y esos emblemas tan característicos de los demonios que hace años llegaron a destrozar todo a su paso años antes. Los gritos regresaron a su cabeza, el fuego invadió sus pulmones, todo oscureció a su alrededor y era el símbolo de esas gentes la única información que su cerebro procesaba.

Quiso llorar cuando se dio cuenta que a la hora de la verdad, justo cuando su honra debía ser defendida, él seguía siendo el niño de cuatro años que había visto estático y manchado de sangre como los extranjeros masacraban a su gente.

Así que, por primera vez en su vida, tan solo agachó la cabeza y dejo que un noruego le gritase tanto como quisiese, permitió que esa gente lo humillase. La pobre princesa vio todo aquello con el corazón en mano, luego de esos días en los que creyó que lo único inamovible de su prometido era su gran carácter verlo desmoronado de esa manera era sencillamente desgarrador.

Princesa y vikingo, sin siquiera saberlo, se juraron que aquella sería la última vez que un noruego humillase a un vikingo.


Febrero de 1843, La Gran Fiesta vikinga.

Escribir un romance entre Hiccup y Elsa mientras tienen 15 y 11 años respectivamente es incómodo... muy incómodo, sobre todo porque suelo confundir mi imagen mental de Hiccup entre la primera película y la segunda serie... mucho. Pero bueno, también es tierno... en cierta medida.

¿Vamos a tener más romance entre estos dos? Oh sí... mucho más.