CAPÍTULO 6

Bella

«No soy Anthony».

Obviamente, las palabras de Edward tenían sentido. Yo conocía a la familia Cullen desde que era niña, aunque no muy bien. Pero claro que sabía que Edward y Anthony eran gemelos. Los había visto a los dos juntos hacía solo unos días en casa de Esme. Simplemente no me había esperado que uno fuera el otro, confundiéndolo todo en mi cerebro.

Él siguió hablando mientras mi mente intentaba seguirle el ritmo.

—Primero hablaste con Anthony. Él se ha ido. Ha ido a buscar a tu hermana. Formó un equipo y tuvo que hablarle de ORP a mi hermano Jasper porque necesitaba un muy buen piloto. Jasper está haciendo la sustitución, y es mejor que bueno pilotando prácticamente cualquier cosa que pueda ir por aire, pero su especialidad son los helicópteros, precisamente lo que Anthony necesitaba ahora. Ya están en el extranjero.

Yo sacudí la cabeza.

—No lo entiendo. ¿Por qué no negaste que fueras Anthony? É l dio otro trago de su copa.

—Porque se supone que soy una distracción. Los enemigos de Anthony conocen la existencia de ORP y a menudo lo vigilan para ver si ha vuelto a reunir al grupo. Necesitaba tiempo para salir al extranjero. Todavía lo necesita. Yo lo he ayudado antes y lo estoy ayudando de nuevo porque quiero que tenga todas las ventajas posibles para rescatar a tu hermana. No quería decir nada abajo. No estaba seguro de cómo reaccionarías.

Mi cerebro finalmente se puso al día y lo miré conmocionada.

—¿Me estás diciendo que tú y Anthony os intercambiáis los papeles?

Entonces ¿le pedí ayuda al verdadero Anthony?

—Sí.

—¿Me acosté contigo? —Tenía que hacer esa pregunta, pero de algún modo ya sabía cuál sería la respuesta.

—Sí. Aquella noche hace doce años solo me llamaste Cullen y no me di cuenta de que no sabías que era Edward hasta que saliste corriendo del coche al llegar a casa de tus padres. Pensé en seguirte, pero sabía que necesitabas tiempo para arreglar las cosas con ellos en ese momento. Así que, esperé a que llamaras. —Hizo una pausa para vaciar el resto de su copa—. Nunca llamaste.

«Ay, Dios, eso significa...», pensé horrorizada.

—¿Vi al verdadero Anthony con su novia? Él asintió.

—Probablemente yo estaba en casa, todavía esperando a que te pusieras en contacto conmigo.

Me temblaban las manos mientras las retorcía con nerviosismo.

Tenía sentido... ahora. Pero había reaccionado con tanta intensidad al ver a Anthony hacía tantos años que ni siquiera había pensado en su gemelo.

—Podrías haberme llamado. Tenías mi número.

—Llamé. Muchas veces, como estoy seguro de que recuerdas. Antes de volver a la universidad hace doce años, fui a tu casa. No recuerdo toda la conversación, pero Ángela básicamente me dijo que me odiabas porque te había mentido. Pensé que, para entonces, ya sabías que, en realidad, yo era el hermano gemelo de Anthony y que estabas enfadada. Me dio un portazo en las narices antes de que yo pudiera enterarme de toda la historia. Tu hermana dijo que te habías ido.

Suspiré.

—Y así era. Me fui a California. Había decidido lo que quería hacer con mi vida y quería ver el programa de arquitectura de Berkeley. Ángela sabe lo que pasó y ella estaba conmigo cuando vi a tu madre, a Anthony y a su novia.

—Ya me lo imaginé, —respondió él estoicamente, dejando su copa vacía en la mesita de café frente a él.

De pronto, todo lo que creía que era real había cambiado, y la verdad me repugnaba.

—Pensé que habías jugado conmigo. Éramos jóvenes.

Él me lanzó una mirada decepcionada que hizo que se me revolviera aún más el estómago.

—Yo nunca haría eso, Bella. Aquella noche significó mucho para mí.

Mis ojos se empaparon de lágrimas al percatarme de lo mal que lo había juzgado cuando él no era culpable de nada, excepto de la mala comunicación. Sinceramente, no contestar al teléfono cuando él había llamado tantas veces era culpa mía.

—Lo siento, —dije con voz que apenas era un susurro.

—No lo sientas. Éramos unos niños tontos. Debería haber hablado contigo yo mismo.

Yo le sonreí débilmente.

—No hice que encontrarme fuera fácil.

—No contestabas al teléfono, —farfulló él.

—No podía. Estaba… dolida.

—Pensé que no querías hablar conmigo.

—No sabía que no estabas liándote con una morena guapísima en el momento en que nos separamos, —respondí yo débilmente.

—No sé cómo no te diste cuenta de que estaba loco por ti, —respondió él, en tono ligeramente herido.

—No lo sabía, —confesé.

De haber sabido entonces lo que sabía ahora, lo habría buscado. Dios sabía que había necesitado una eternidad para evitar recordar esa noche con él todos los días durante años.

La verdad caló. «Me acosté con el senador estadounidense Edward Cullen, y no con su hermano Anthony», me dije. Tenía muchos interrogantes ahora que no tenía verdaderas razones para odiarlo. Había intentado ponerse en contacto conmigo y mis sentimientos estaban muy frescos por aquel entonces. Durante años, había intentado no recordar lo traicionada que me sentí por el primer hombre que me enseñó el placer sensual y una intimidad que nunca había vuelto a experimentar.

—Edward, —musité, solo para escuchar su nombre en mis labios, probándolo para ver cómo sonaba.

—Es la primera vez que me llamas por mi nombre desde que éramos niños,

—respondió él con una sonrisa.

—Era cruel contigo, —admití de mala gana.

—Sí. Ángela me caía mejor por entonces. Era más simpática. Yo le devolví la sonrisa.

—Siempre lo fue. Escapar fue una experiencia reveladora para mí. Era una niñata malcriada.

—No esperes que te lo discuta, —respondió él con tono burlón.

—No lo sé. —Sabía exactamente lo perra que había sido antes de descubrir que el mundo no giraba a mi alrededor a la edad de dieciocho años. Todo era sobre mí. Pensar en cómo me había comportado de niña y luego de adolescente hizo que me estremeciera horrorizada—. Crecí, — le aseguré.

—Preciosamente, —respondió con habilidad.

Me ardió la cara cuando sus ojos me recorrieron de arriba abajo. No había pasado mucho tiempo durante la última década preocupada por mi aspecto ni intentando conocer a ningún chico, precisamente. Toda mi concentración la había dedicado a mi carrera y a mi causa para ayudar a las personas sin hogar.

—Entonces ¿qué hacemos ahora? —Respondí impotente—. He pasado doce años odiándote. Bueno, odiando a Anthony, supongo. Y de pronto, todo lo que creía que era correcto, resulta no serlo. De hecho, Anthony apenas me conoce. Y estoy segura de que tú también me odiabas, porque nunca hiciste nada malo.

—Nunca te odié, Bella.

—¿Por qué? En tu mente, te estaba dando calabazas. Él negó con la cabeza.

—Creí que estabas enfadada o decepcionada de que no fuera Anthony. Supongo que tenías derecho a estarlo. Nunca te dije la verdad. Pero tampoco se me ocurrió dudar de que supieras quién era hasta que me llamaste Anthony justo antes de entrar corriendo a casa el día que volvimos de Denver. —Hizo una pausa antes de añadir—: Creo que he estado... esperando.

—¿A qué...? —lo insté a responder.

—A ti. Otra oportunidad.

Su respuesta me hizo caer en picado. No sabía qué decir ni qué creer.

—Han pasado doce años, Edward. Solo fue una noche.

—Puede que para mí eso fuera todo lo necesario. Te dije que esa noche había sido especial para mí. Lo decía en serio. Puede que no estuviera esperando conscientemente a que volvieras, pero creo que una parte de mí siempre ha mantenido viva la esperanza de volver a verte.

Una sola lágrima cayó en mi mejilla y lloré por lo que podría haber sido de no haber sacado conclusiones precipitadas, o de haber respondido una sola vez a su llamada. Sabía que no podía tener una relación seria con él, pero quizás podríamos haber sido amigos. Tal vez, la amargura entre nosotros se habría resuelto hacía años.

—No sé qué decir.

—No vuelvas a decir que lo sientes, —solicitó—. No tienes que sentirlo por nada. No me di cuenta hasta que Anthony me contó lo que le dijiste que lo habías visto con otra. Me hubiera dolido por aquel entonces. Estoy seguro de que fue doloroso para ti.

Asentí mientras me secaba la lágrima de la cara.

—Lo fue. Supongo que era porque fuiste el primer chico.

—Nunca sabrás cuánto significó eso para mí ni cuánto me desgarró el alma el hecho de que no volvieras a hablar conmigo, —respondió con voz ronca.

—Quería que fueras tú, —dije con una voz apenas audible. —Sabía que los sentimientos eran correctos. Nunca me arrepentí, Edward.

—¿Ni siquiera cuando creías que había jugado contigo? —preguntó.

—No tanto lo que había sucedido, sino por qué, —reconocí—. Es posible que me destrozara cuando pensé que no eras el hombre que yo creía que eras, y me pareció que mi buen criterio había apestado. Pero, en realidad, nunca me arrepentí de lo ocurrido. Hubo de todo. Placer. Emociones y la pura dicha de intimar contigo.

—También lo hubo para mí, —dijo Edward con voz ronca—. En el fondo, tenías que saberlo.

Yo me encogí de hombros.

—No creo que quisiera profundizar tanto después de cuánto me dolió verte con otra mujer. Pero me alegro de saberlo ahora. Nunca me arrepentiré que fueras el primero. Hiciste que fuera perfecto.

Los dos permanecimos en silencio y miré a Edward mientras tomaba un trago de su bebida antes de dejarla en la mesa de café. Al final, preguntó:

—Entonces, cuéntame por qué decidiste intentar salvar edificios históricos e incorporarlos en diseños de nuevas instalaciones. Por cierto, me parece una idea brillante.

Poco después de hacerme arquitecta, mi nombre se había dado a conocer en mi sector al hacer un diseño que salvó el encanto de un edificio histórico, pero permitió que edificar a su alrededor completara una estructura muy necesaria para hacer que la compañía prosperase.

La historia contra el progreso.

Debido a que la compañía era enorme a nivel internacional, mi diseño se había hecho famoso. Sin querer, me convertí en la arquitecta de referencia para grandes empresas que querían conservar parte de su patrimonio al tiempo que añadían nuevas instalaciones necesarias.

Yo le expliqué el comienzo de mi historia mientras él escuchaba atentamente.

—Sabes que tu trabajo benéfico también es goza de buena fama, —señaló Edward cuando terminé de hablarle de mi carrera arquitectónica.

—Solo son edificios. —Construía refugios para personas sin hogar y los apoyaba donde podía—. No es que necesite el dinero, y ya no hace falta mucho para hacerme feliz. Dejé atrás a esa adolescente mimada hace mucho tiempo.

Sinceramente, me satisfacía más el saber que había ayudado a algunas personas a dormir calientes y secas por la noche que con todo ese dinero aparcado en el banco. Mis padres habían sido tan ricos como los Cullen y nos lo habían dejado todo a mí, a Ángela y a nuestros tres hermanos.

Mientras que nuestros hermanos tomaron su dinero y emprendieron carreras profesionales en puestos de responsabilidad, Ángela y yo elegimos trabajos que nos hacían felices.

—No finjas que no es nada, —insistió Edward—. A la mayoría de los ricos no les importan las personas sin hogar.

Yo sabía que lo que decía era verdad. A algunos les importaba. A otros, no.

Yo simplemente resultaba ser una persona rica a la que le importaba.

—La mayoría de los ricos no se preocupan por los servicios públicos a menos que les beneficien, —indiqué—. Tú también haces cosas buenas, Edward.

Él me sonrió.

—Puede ser. Cuando no me apetece obligar a la gente a dejar de discutir—.

Es frustrante.

Teniendo en cuenta el clima político, estaba bastante segura de que el ambiente en Washington era cualquier cosa menos agradable.

—Habría sido feliz si hubieras aportado algo de sensatez a los miembros del Congreso que no aprobaban la financiación para el cuidado de la salud mental de las personas, dije con ligereza.

—Lo intenté, —respondió enojado—. La mayoría de las personas tienen otras prioridades. Por desgracia, él era uno de una minoría que no se había opuesto a la financiación. —Seguiremos intentando que se apruebe —dijo con una voz de advertencia simulada.

—Te ayudaré todo lo que pueda, —prometió.

Me sorprendió lo cómoda que se había vuelto nuestra conversación, como si dos amigos volvieran a conocerse.

El problema era que nunca fuimos amigos en realidad. Solo éramos dos personas que habían disfrutado del cuerpo del otro cuando éramos jóvenes y hormonales.

Ahora, era adulta y me aterrorizaba que mi hermana podría no volver a casa nunca. Incapaz de evitar el tema por más tiempo, pregunté con nerviosismo: —¿Crees que Anthony y Jasper realmente podrán ayudar a Ángela?—

Podía escuchar el miedo en mi voz, una incertidumbre que no era natural en mí.

Sus ojos grises se oscurecieron.

—Intentarán todo lo que yo no quiera les ocurra para sacarla de allí si sigue con vida.

Esa era la posible verdad a la que yo no quería pronunciar y, lo único que no podía aceptar.

—No puede estar muerta.

Dije las palabras porque quería desesperadamente que fueran ciertas.

Edward se levantó y vino a sentarse a mi lado, abrazándome como si fuera perfectamente natural para él—. Espero que no lo esté.

El tono reconfortante de su voz finalmente hizo que me viniera abajo. Llevaba semanas preocupada, preguntándome si Ángela todavía seguiría con vida. La fractura por estrés de mi corazón finalmente se abrió de par en par, y lloré.