8
Una vida con amor maternal.
Zanahorias, lechuga, tomate, berenjenas, brócoli, coliflor; todos los alimentos exhibidos y acomodados en sus respectivas cajas.
—Mamá, me aburro —lloriqueó una niña.
Hermione miró de reojo la escena, donde había una mujer mirando el sector de frutas del supermercado. En un carrito estaba sentada una niña que se balanceaba, inquieta, sin despegar sus ojos de la mujer cerca de ella: su madre.
—Quiero irme —insistió, ya que su primera queja fue ignorada.
—Ya casi nos vamos —respondió la madre con un tono cansado que indicaba que había dicho eso mismo al menos cinco veces antes.
Se alejó del carrito para alcanzar una balanza para pesar unas manzanas. La mujer era bonita, más baja que Hermione, de cabello y piel negra, un rostro expresivo con rasgos curvos…
Hermione se quedó helada al darse cuenta del curso de sus pensamientos y se centró en las zanahorias frente a ella. Se daba cuenta de que ahora no tenía excusas, le atraían las mujeres. «Y esta también tiene un hijo» reconoció de mala gana, odiando la coincidencia.
Si debía ser honesta consigo misma, nunca se lo había planteado antes. Le gustaban los hombres y si no fuera por Narcissa, que era tan pero tan atractiva que casi fue un cachetazo directo a la realidad, no se habría enterado que también la llamaban la atención las mujeres. Había muchas mujeres hermosas en el mundo y a veces su mirada se perdía en ellas, por supuesto, pero nunca lo había pensado más de dos veces porque... ¿qué importaba? Hermione era una mujer también, así que no tenía sentido pensarlo demasiado, lo lógico era que se centrara en los hombres. Lo cual cumplió hasta que Narcissa decidió aparecer y desordenar todo, volviendo lo improbable algo normal.
Por esta revelación, intentó escarbar en su pasado, buscando un sentido, algo «extraño» antes de Narcissa. Encontró varias cosas para su sorpresa y disgusto. Lo más lejano que recordaba fue su interés en su mejor amiga en el colegio secundario: Katie Bell. Durante su adolescencia no había asociado sus acciones como algo más que una apreciación a su belleza, pero ahora sospechaba que podría haber tenido tanto o más interés en besarla que a Cormac McLaggen; y si no era así, no encontraba otra explicación para recordar tan bien su rostro, en especial su boca, luego de tantos años sin verla.
Lo normal era que las mujeres no pensaran en mujeres de esa manera, pero Hermione lo hizo. Vivió tantos años sin darse cuenta de que podría haber estado nadando contra la corriente todo este tiempo de más maneras de las que hubiera imaginado, fingiendo que no había nada raro en ella hasta de manera inconsciente... para que resultara que no había una cosa rara en ella, ni dos, ¡sino muchas!
Buscó las verduras que escribió en su lista de la compra: remolacha, acelga, ajo, cebolla, papas, repollo y zanahoria; las colocó en su propio carrito y siguió caminando, adentrándose en los pasillos. Su última parada era el sector de productos para la higiene, necesitaba comprar más jabón.
Al terminar se fue a la caja registradora. Para su mala suerte había mucha más gente que la de costumbre. Eligió la Caja 6, donde había dos hombres, una mujer y una anciana esperando. Una vez se quedó quieta, tras todas esas personas, tiró sus hombros hacia atrás, enderezándose. Se sentía un poco extraña, como si estuviera esperando que alguien la señalara o la exponga. ¿Sería obvio en su cara todo lo que hizo recientemente? ¿La gente podría intuir sus desviaciones, saber que ella no era como el resto?
Cuando llegó su turno para pagar las compras, no se atrevió a mantenerle la mirada al cajero.
. . .
Por poco no estrelló su auto contra un árbol al ver aquel Ford Sierra color rojo estacionado frente a su casa. Se suponía que sus padres la visitarían mañana, no hoy, pero parecía que cambiaron de planes y no les pareció importante informarle a Hermione sobre eso. Al estacionar frente a su garaje y salir de su auto, sus padres no tardaron en unirse a ella para saludarla.
—Hermione, al fin llegas —dijo su madre, algo exasperada.
—Fui a comprar —masculló, yendo hacia el baúl de su auto para buscar las bolsas—. No se supone que vendrían hoy.
—¡Quería darte una sorpresa! Te extrañaba, y tu padre aún más.
—Un fiasco de sorpresa, estuvimos como media hora sentados en el auto —dijo su padre, acercándose al baúl para ayudarla con las bolsas.
—Cierto, los vi desde la calle antes de estacionar…
—Ustedes arruinan todo —se quejó su madre.
Hermione fue hacia la puerta, haciendo malabares para poder usar la llave mientras sujetaba sus compras, e ingresó, dejándola abierta para que los demás pudieran seguirla. Dejó las bolsas sobre su mesada y su padre la imitó. Suspiró, ya agotada con tan solo cinco minutos de interacción. Ella de verdad odiaba que las cosas no fueran de acuerdo al plan.
—¿No te gustaría poner un poco más de color? —preguntó su madre.
Casi bufó, pensando que Narcissa una vez dijo algo similar: «Demasiado blanco y sobrio, ni una prisión se atrevió a tanto».
—Podrías comprar algunas flores…
—No es necesario mamá —la detuvo.
Ignoró el suspiro dramático de su madre mientras comenzaba a ordenar los productos en su cocina. Al terminar de guardar la leche y las frutas sintió una presencia tras su espalda. Su madre sacó un paquete de arroz y un par de latas para ordenarlas en la despensa, ayudando. Una cosa positiva era que ambas tenían un orden similar para la cocina, después de todo, a Hermione se le daban bien los hábitos y vivió toda su infancia y adolescencia usando la cocina de sus padres...
—¿Whiskey? —las cejas de su madre se dispararon hacia arriba, mientras levantaba la botella.
Hermione por poco no se burla. Ella es una adulta ya, a nada de los treinta, así que no debería sorprender a nadie si quería comprar una bebida fuerte. Pero se apiadó y fue honesta, ella prefería tragos más suaves.
—Para papá.
—¿Para mí? —se sorprendió él—. Gracias.
—¿Y para tu madre no hay nada? —preguntó, algo celosa.
—Compré los caramelos que te gustan —dijo Hermione, sacándolos de una bolsa.
Su madre no se mostró avergonzada, más bien, puso un gesto exasperado, como si respondiera: «Te estabas tardando en decir algo tan importante».
Un golpe en la puerta terminó la conversación. Hermione se sorprendió brevemente, hasta que recordó que hoy Narcissa volvería a visitarla. Más pronto de lo usual porque, aunque no lo dijeron en voz alta, no querían esperar otra semana entera para volver a tener relaciones sexuales. Miró a sus padres, algo asustada, como si ellos pudieran saber lo que pensaba, o peor, lo que hacía. Un segundo golpe la hizo espabilar. Fue hasta la puerta con un andar tenso y la entreabrió, sin querer que sus padres pudieran ver lo que sucedía.
—Hola —dijo Hermione, apoyando su cuerpo en el marco de la puerta, obstruyendo el pequeño espacio.
Narcissa frunció un poco el entrecejo mientras una sonrisa se extendía por sus labios. Hermione había sonado demasiado nerviosa.
—¿Sucede algo?
—Mis padres están en casa. No sabía que venían hoy, lo siento —dijo de forma atropellada.
—¿Por qué estás tan asustada?
—Porque… ¡Tú sabes! Nosotras… —se calló, sin poder mantenerle la mirada—. Deberías irte.
Sus padres estaban atrás, viendo con curiosidad hacia la puerta, por lo que sentía que le picaba toda la espalda de culpa y vergüenza. ¡Si pudieran escucharla…!
—Estoy vestida. Dudo que sospechen algo —bromeó.
Hermione enrojeció sin poder evitarlo.
—¿Quién es? —se entrometió su madre.
Se había acercado de forma muy silenciosa y apoyó su mano en la espalda de su hija, causando que se enderece y trague saliva. El corazón de Hermione estaba alborotado, pero su madre no se daría cuenta de eso… ¿Verdad?
—Narcissa Malfoy, soy su vecina. Y me gusta pensar que también su amiga.
—¡Oh! Un placer. Soy la mamá de Hermione.
Luego de una pausa en la que se sonrieron con amabilidad, ambas miraron a Hermione. Ella de verdad deseaba poder sacar a todos de su casa, encerrarse en soledad y ordenarlo todo: su ya limpia casa, y en especial, el caos de su cerebro. Sucio, sucio. Todo tan inapropiado.
—La había invitado a pasar la tarde, pero le estaba diciendo que debería venir otro día por el imprevisto —explicó Hermione, reuniendo valor.
—Puede quedarse si quiere, no molestaremos —ofreció su madre.
—Gracias mamá, pero Narcissa no quiere…
—Al contrario, sí quiero.
Hermione giró su cabeza muy rápido hacia Narcissa, impactada. ¿Ella escuchó bien? ¿La acababan de interrumpir y contradecir?
—Pasa entonces, adelante —su madre la empujó sin mucha fuerza, para abrir la puerta en su totalidad—. Mira, él es mi marido, el papá de…
Hermione se desconectó, sin poder seguir del todo la conversación. Lo único que podía pensar era que quería asesinar a su madre y a Narcissa. Se sentía en blanco; expuesta, encandilada. Extendió su mano, agarrando en antebrazo de su… ¿Vecina? ¿Amiga? ¿Amante?
—Ya vuelvo mamá, quiero mostrarle algo —dijo Hermione, arrastrando a Narcissa hacia afuera.
Salieron al patio trasero cubierto de nieve ya por las fechas. Hermione se quedó en silencio, mirando al frente, enfocada en el pequeño cerezo que crecía bajo un techo de vidrio que evitaba que demasiada nieve le cayera encima.
Ella no se consideraba alguien muy fanática de las plantas, como parecía ser Narcissa con sus flores. El cerezo parecía ser algo que siempre estuvo ahí, tan parte de su rutina y su vida que lo sentía tan propio como su nombre y apellido. Él exigía un cuidado constante, un riego adecuado. Le gustaba especialmente por su firmeza, siempre tenaz, capaz de superar temperaturas heladas y florecer luego de ellas.
—No quise ofenderte —dijo Narcissa.
Hermione se estremeció y giró la cabeza para verla. ¿Estaba ofendida? O peor, ¿enojada? Mirando a la otra a la cara, podía responder que no. Ella estaba nerviosa, pero no por Narcissa. Estaba acostumbrada a tener gente impertinente cerca. Todo el mundo lo era. Su madre, sus amigas, la gente del supermercado. Ellos la empujaban, siempre, así es la vida, su vida, pero Hermione es tenaz, firme, lo suficiente para superar las miradas heladas o el invierno.
—¿Qué piensas de tu hijo?
—¿Disculpa?
—¿Cómo ves a Draco?
—Esa es una pregunta demasiado ambigua. ¿No lo crees?
Hermione miró al frente otra vez, a la nieve más blanca con cada segundo que pasaba, gracias a la luz del sol, blanquecina también por las nubes, que reflectaba y molestaba a la vista, pero era de todas formas más cómodo eso que ver a los ojos a la mujer que estaba a su lado. Soltó un suspiro, porque Narcissa tenía razón. Hacía mucho frío, así que pudo ver su respiración, aquel vapor brumoso. Sintió sus labios fríos y secos, sus dedos comenzando a resentirse.
—Una madre debe opinar algo de sus hijos, seguro debes tener expectativas para él —dijo Hermione.
—No me pareció que tus padres estén descontentos contigo, si eso es lo que te preocupa.
—No puedes saberlo solo por un minuto de conversación. Estoy sola, sé que no les hace gracia.
—Pensé que habías solucionado tus inquietudes, aceptado lo que querías, entendido que no puedes complacer a todos…
—Si solo contara tu propia opinión sobre tu propia vida, quizá así sería.
—¿A qué te refieres? —rió—. Claro que eso es lo que importa.
—Eres el tipo de persona que solo hace lo que se le antoja, te lo concedo. —El bufido indignado de Narcissa la interrumpió—. Aún así, ni tú escapas de esto.
—¿De qué, exactamente?
—De ser quien los demás dicen que eres, señora Malfoy —dijo, enfatizando su apellido—. Eres la esposa de Lucius Malfoy, Narcissa Malfoy. Ni siquiera importa tu apellido de soltera, de hecho, no sé cuál es, porque para todos, para los demás, eres de él.
—¿Acaso… estás celosa?
—¿Qué? —se desconcertó—. Bueno, supongo que a través de ti vivo como alguien posesiva o como quien siente envidia de tu matrimonio. ¿Lo ves? Ahora mismo, ya hay dos versiones de mí. La celosa y la que no. Seguro la mayoría pensarían que soy la primera porque es más normal que alguien sienta celos.
—No quise decir eso, sé que no eres así.
—¿Y aun así lo pensaste? ¿Por qué fue eso lo primero que se te ocurrió?—preguntó con humor amargo, endulzado con una sonrisa torcida—. Pero está bien, lo entiendo. Todos somos quienes nos dicen que somos. ¿Quién soy yo para llevarte la contraria? Mi vida no me pertenece más a mí que a los demás...
»Lo que seguro vemos de igual manera es que por nada del mundo querríamos que lo nuestro salga de mi cuarto.
—O del mío —agregó con tono jocoso.
—Porque eres quien eres, la esposa de él —la ignoró—. Así es para todos. Eres una esposa, una madre. Puedes decir que te da igual, que a Lucius esto le parece bien, pero puedo apostar lo que sea a que si el feje de Lucius se enterara de esto entre nosotras, o no lo sé, Rosmerta y su boca floja, no te haría ni pizca de gracia.
—Pero nadie se tiene porqué enterar. ¿Cuál es el punto de sentirte perseguida por algo que no sucede y probablemente no sucederá?
—¡No puedes saberlo! Una vez lo vean y puedan señalarlo, será como si jugaran al tiro al blanco con tu cabeza.
—¿No es exagerado?
—¿Te parece poco? ¿No te resultaría un problema que te tachen de…? De… ¿Puta? Tú serías la perra infiel y yo la prostituta de tu matrimonio.
Narcissa apretó los labios, su sonrisa se le escapaba.
—¡Oh por Dios, no es gracioso! —dijo, alterada.
—Qué vocabulario el tuyo… Uno esperaría que alguien como tú no tenga tantas sorpresas —se burló, riendo al final.
—Mi reputación, mi vida, no me parece un chiste.
—No tienes escrito en la frente nada, Hermione. Te preocupas siempre sin razón aparente.
—¡Si sucedió una vez, puede suceder dos veces!
Había momentos en las conversaciones donde el frío se sentía más. Se notó, en la exhalación larga de Narcissa, en el vapor que se creó por ese aire caliente, en cómo apretó sus manos, retrayendo sus dedos algo entumecidos, resguardándolos del frío. Ambas mujeres estaban abrigadas, pero tampoco tanto, y todavía seguían en el patio, ocultas tras la cerca de poca altura.
—Nadie te obliga Hermione —dijo entonces—. Lo aprueben o no, tú eres tú. Si te da miedo desear algo, ese miedo sigue siendo tuyo, no de los demás. Si el miedo te supera, vive con él, haz una vida con él —hizo una pausa, en la que pareció que por primera vez Narcissa estaba en conflicto con algo—. Pero si realmente lo deseas, puedes venir a mi casa cuando quieras.
Narcissa no la miró. Hermione prefirió centrarse en su cerezo. Sentía sus ojos húmedos, pero no su rostro mojado.
—Pienso que Draco es un chico inteligente, le va muy bien en sus estudios, estoy orgullosa de él y estoy segura de que como adulto le irá muy bien —dijo Narcissa—. También, es muy sensible y amable, te darías cuenta si algún día le hablaras. Lo que espero… es que no se deje manipular por ser así. Su falta de carácter me molesta. Sigue bajando la cabeza ofendido y abochornado todavía hoy, como si tuviera aún tres años de edad, obedeciendo a su padre, o a mí. Pienso que, cuando conozca a una de sus novias, las haya tenido o no ya, me resultará aborrecible, porque sé que será un hombre tontorrón que se dejará manejar como si fuera un muñeco.
»¿Si opino sobre Draco, me preguntaste? Soy su madre, claro que tengo una opinión para cada cosa de él. Pero aprendes con el tiempo que eso no importa. Si tú quieres que él coma verduras, pero él no quiere, aún si consigues que se las trague, él no dejará de odiarlas. Si él quería unos dulces, sin importar cuánto se los negara, los iba a conseguir, o quererlos aún sin tenerlos, esperando el momento en que sí pueda, se los de yo o no, en mi presencia o a escondidas. Lo crié toda su vida, lo conozco. Tengo opinión sobre su forma de vestir y hasta de sus amigos. Y no importa. Draco es quien es, sin importar cuánto le diga cómo ser. Aun cuando obedece a sus padres, todavía está él, en el fondo, luchando, existiendo. Él me da alegrías y disgustos. Me da orgullo y me avergüenza. Él hará cosas, lo quiera yo o no. Y lo amaré siempre, aun cuando haga lo peor. Con todo lo que no quiero de él, con todo lo que detesto… aun así, con lo bueno y lo malo, lo amo.
»No hay una respuesta correcta. Lo que opine yo, tú o la sociedad entera, ninguna es mejor que la otra. Ellos tienen unos deseos, tú tienes otros. Yo prefiero pensar cuáles importan más. ¿Lo que los demás quieren, o lo que tú quieres? ¿Cuál va a ganar? O quizá, para esta conversación debería decir: ¿Vas a volver a perder, Hermione?
A Hermione le gustaba cuando nevaba, justo como ahora. Había algo reconfortante en ver cómo Narcissa se alejaba y la nieve caía. Cuando se llora, las emociones se vuelcan, todo sale, el pecho se aligera. Los copos se deslizaban, fríos, pero calientes contra su mejilla.
