Los hijos del basilisco


Capítulo VIII

La "Ley para la modificación del acceso a puestos ministeriales", mal llamada "Ley Granger", pasó los últimos trámites y, tras realizarle algunas modificaciones, fue aprobada para su entrada en vigor al año siguiente.

Había supuesto unas semanas de estrés demencial, pero tanto Hermione como el resto de sus compañeros de departamento se sentían orgullosos de su trabajo.

Sin embargo, al día siguiente de que se publicaran las novedades que esta incorporaba en la prensa, un pasquín informativo apareció en las casas de los magos y brujas de todo Reino Unido, cubriendo el suelo del Callejón Diagon e inundando el Gran Comedor de Hogwarts de búhos y lechuzas que lo dejaban caer sobre las mesas. Incluso los accesos al Ministerio amanecieron empapelados con él.

Estaba firmado por Los Hijos del Basilisco, que se autoproclamaban los guardianes de los valores y la esencia de los magos y brujas puros del país. En el folleto se acusaba al Ministerio de Magia, "plagado de sangre sucia", de estar instaurando una dictadura desde que Shacklebolt había llegado al poder. Le acusaba de haberse rodeado solo de impuros y traidores a la sangre, y de encabezar una vendetta contra los magos y brujas puros, en su empeño de destruir por completo la sociedad mágica. Aseguraba que el objetivo de los traidores era perseguir y eliminar a los magos sangre pura, y acabar así con su raza, promoviendo el mestizaje y promocionando a los hijos de muggles. Y declaraba que la "Ley Granger" era el siguiente paso.

Señalaba que el primero había sido la "Ley de Derecho de los Elfos Domésticos" en la que criminalizaban a los magos y brujas de buenas familias por usar a los elfos domésticos para aquello para lo que habían nacido: servirlos. En ese párrafo responsabilizaban a Hermione de darles a los elfos domésticos "más derechos de los que ahora se les reconoce a los sangre pura". Tampoco se olvidaba de señalar, como parte del supuesto complot para acabar con los magos de verdad, el hecho de que después de retirar el Monumento a la Magia erigido por Thicknesse en el Ministerio, no hubiesen devuelto a su lugar la Fuente de los Hermanos Mágicos alegando que trataba a elfos domésticos, duendes y centauros como seres inferiores. Atribuía esta acción a la desmedida sed de venganza de la "advenediza sangre sucia de Hermione Granger".

Y terminaba su demoledor alegato con la siguiente conclusión:

"Ahora Shackebolt y sus ruines seguidores van tras nosotros, los puros, los magos verdaderos, los que nunca nos mezclamos y preservamos la pureza de nuestra sangre, de la magia, de aquello que nos separa y nos eleva sobre los muggles. Si no les detenemos, desapareceremos.

Los Hijos del Basilisco no vamos a permitir que eso suceda. ¿Y vosotros?".

Hermione se quedó lívida cuando encontró la entrada al Ministerio empapelada y tuvo ocasión de leer uno de los folletos. Trató de arrancarlo pero estaba fijado por algún tipo de maleficio. Frustrada, entró en el edificio y vio el Atrio bullendo de actividad, con magos y brujas corriendo de un lado a otro, memorándums volando en todas direcciones y las chimeneas de transporte abarrotadas. En medio del frenesí nadie pareció reparar en ella y Hermione lo agradeció porque todavía sentía que le ardía la cara y el corazón le latía a mil por hora.

Se decidió a buscar a Harry en primer lugar para tratar de averiguar qué estaba pasando. El departamento de aurores también estaba envuelto en un furor de idas y venidas, memos y vociferadores, y no logró encontrar a Harry por ninguna parte. Por suerte, una aprendiz de auror le dijo que estaba en el despacho de Shacklebolt.

En efecto, lo halló allí con el primer Ministro, Robards, un puñado de brujas guardianas, secretarios, subsecretarios, asistentes, personal del departamento jurídico, del gabinete de prensa y seguridad mágica. Aunque el despacho de Shackelbolt era amplio, Hermione apenas encontró un pequeño rincón libre en el que introducirse.

—…requisar y destruir todas las copias de inmediato —estaba gritando Robards —¡hasta no dejar rastro de este montón de basura envenenada!

—Legalmente no podemos hacer eso. No están incumpliendo ninguna ley —señaló Spinster, con el tono lacónico y aburrido que a Hermione le recordara mucho al profesor Binns.

—Spinster tiene razón —señaló Shacklebolt —Aparte de poco eficaz, sería una forma de censura ministerial. Les estaríamos haciendo un favor si reaccionamos así. De ese modo, quizás la sociedad empezase a ver algo de verdad en sus mentiras.

—Entonces, ¿no hacemos nada? —preguntó Harry. Estaba muy serio y apretaba las mandíbulas. Hermione intentó acercarse a él con disimulo, abriéndose camino entre la multitud.

—Es necesario realizar un control de daños. Los Hijos han dado su versión, demos nosotros la nuestra —propuso una mujer del gabinete de prensa ministerial.

Su comentario fue seguido de un coro de susurros, en su mayoría aprobatorios. Hermione logró colarse entre dos brujas guardianas y llegar hasta Harry. Él separó los labios al verla, como si fuese a decir algo, pero en lugar de hablar se limitó a darle un apretón en la mano.

Hermione se aferró a él con fuerza.

—Quizás sea hora de que revelemos al público alguno de los crímenes que atribuimos a los Hijos del Basilisco —coincidió Shackelbolt —Nada que involucre al Ministerio, pero sus ataques al mundo muggle, liberar información sobre el incidente del Victoria Park… La gente no simpatizará con unos asesinos a sangre fría.

Tras media hora de reunión, se decidió que el departamento de aurores intentaría rastrear el origen del pasquín y que el gabinete de prensa redactaría una nota con información oficial sobre los Hijos del Basilisco y la compartiría con los medios. Después, Shacklebolt dio por terminada la sesión y pidió a todos, excepto a Hermione y Harry, que abandonasen su despacho. Robards no pareció darse por aludido porque también permaneció allí y cerró la puerta después de que el resto de los presentes se fueran.

—Señorita Granger, siéntese —indicó Shacklebolt.

Ella obedeció como una autómata. Le temblaban un poco las manos desde que había leído el folleto.

—¿Cómo se encuentra? Sé que no es una figura anónima pero los Hijos le han dedicado gran parte de su atención. Creo que después de mí, es la persona a la que más aprecian —ironizó.

Aunque Hermione agradeció su preocupación, no sabía muy bien qué responder. ¿Cómo se encontraba? Nerviosa, indignada y asqueada. ¿Cómo podían existir magos tan llenos de odio? ¿Cómo podían querer un mundo así sin importarles a cuantos aplastaran en el camino a su gloria? ¿Es que la guerra no había servido para nada? Voldemort había sido derrotado pero, al parecer, sus ideas seguían tan vivas como siempre. Quizás porque no eran suyas, al menos no en exclusiva. La supremacía de la sangre era una sombra en la sociedad mágica desde sus orígenes, una que ni el paso del tiempo parecía poder aclarar.

—Estoy bien —mintió. Shacklebolt tenía problemas más importantes que sus sentimientos y preocupaciones y no le apetecía mucho hablar de ello en ese momento.

El primer ministro le lanzó una mirada penetrante, pero decidió no insistir en el tema.

—¿El señor Malfoy mencionó algo sobre este panfleto? —preguntó.

—No, no dijo nada.

—Es evidente que nos miente —gruñó Robards.

—Tal vez no lo sabía —terció Hermione. Se sentía agotada y no tenía ganas de defender a Malfoy pero el jefe de aurores la colocaba en esa tesitura todoel tiempo con sus constantes críticas, en ocasiones merecidas, casi siempre no tanto. Sabía muy bien que el antiguo Slytherin no era un santo pero tampoco creía que fuese el psicópata retorcido que Robards veía en él —Y aunque así fuera, tampoco es que hubiésemos podido hacer nada al respecto. ¿Cómo habríamos podido impedir que lo publicaran? No tenemos ni idea de desde dónde operan y como ha dicho Spinter, no han hecho nada ilegal. Quizás podríamos demandarles por calumnias pero, ¿a quiénes? Ni siquiera sabemos quienes son.

—Bueno… —intervino Shacklebolt —eso no es del todo exacto.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Hermione. ¿Habían descubierto algo?

—Tenemos una sospecha bastante clara de quién es Herpa —anunció Robards.


Herpa parecía de buen humor. El rictus de una sonrisa se adivinaba en sus labios mientras acompañaba a Draco a la sala dónde solían reunirse. No tenía ni idea de qué era lo que la tenía tan contenta, pero decidió aprovecharlo en su favor.

—Quiero ver a mis padres —lanzó a bocajarro.

Herpa se detuvo y se giró hacia él parpadeando un par de veces, como si hubiese olvidado que era capaz de hablar.

—¿Disculpa? —su tono era bajo y grave, y la manera en la que se irguió, evocaba a una serpiente preparándose para atacar. Su buen humor parecía haberse disuelto.

Draco sabía que, igual que ante un animal salvaje, no podía mostrar debilidad o estaría perdido. Por un momento agradeció las enseñanzas de su tía Bellatrix. Había sido una profesora cruel y sádica, pero le había preparado para ocultar sus pensamientos, sus miedos y sus emociones. Así que se mantuvo impertérrito, sosteniéndole la mirada a Herpa sin parpadear.

—Quiero ver a mis padres —repitió con calma y seriedad.

Herpa apretó los labios, lo que dibujó con más nitidez sus marcadas mandíbulas.

—No estás en posición de negociar nada, Malfoy.

—No estoy negociando —admitió él —Te estoy pidiendo que me permitas verlos. Necesito saber que están bien… para poder centrarme en la misión.

Era un farol y sospechaba que Herpa lo sabía, pero no perdía nada por intentarlo. Quería demostrarle que no le tenía miedo, pero al mismo tiempo evitar desafiarla.

Ella lo observó en silencio durante unos minutos. Sus ojos de hielo parecían casi tan capaces de matar como los de un basilisco. Sin duda, había elegido bien el nombre de su organización.

Su escrutinio duró tanto que Draco empezó a temer que estuviese intentando usar la Legeramancia contra él, pero más allá de incomodidad, expectación y nervios, no sintió nada. Ninguna invasión, ninguna voluntad entrando en su mente para intentar tomar aquello que quería.

—Está bien —accedió ella al fin —Así verás que yo no soy como Voldemort. Premio la lealtad y el trabajo duro. Sírveme bien y no tendrás ninguna razón para temerme porque quiero lo mejor no solo para mí, sino para todos mis Hijos —le puso una mano en el hombro a Draco, provocando que se estremeciera sin poder evitarlo —Para todos los de nuestra clase.

Draco comprendió que todo lo que hacía y decía Herpa estaba calculado. Voldemort gobernaba a través del terror y un poderío mágico inigualable; en cambio, la líder de los Hijos del Basilisco tenía capacidades mucho más mundanas. Cierto carisma, habilidad para manipular y la astucia de saber qué decir a cada oído. Le recordaba más a una política que a una señora oscura.

Cuando era necesario, podía recurrir a la intimidación como hizo en su primer encuentro, pero Draco se había dado cuenta de que prefería utilizar otros métodos. Todo lo que decía eran eslóganes para engañar a incautos. Le gustaba actuar como si realmente fuese la madre de todos los Hijos del Basilisco, en lugar de su jefa. Como si se preocupara por cada uno de ellos, con una dedicación casi maternal. Pese a saber que era todo impostado, no le importaba si con eso conseguía ver a sus padres.

Herpa tocó el broche con forma de basilisco que llevaba en el hombro derecho y al cabo de unos segundos, un joven apareció por la puerta que había en el lado izquierdo del pasillo.

El largo pelo castaño rojizo, los ojos de hielo y las mandíbulas pronunciadas le delataban como familia de Herpa. ¿Su hijo quizás? Debía tener más o menos su misma edad, así que Draco estaba seguro de que tendrían que haber coincido en Hogwarts. Sin embargo, era la primera vez que lo veía. ¿Habría estudiado en Drumstrang o Beauxbatons?

—Sylas —lo saludó Herpa —Escolta a Malfoy a los calabozos para que pueda ver a su familia.

El muchacho abrió mucho los ojos.

—¿Estás segura…?

—Obedece —le cortó ella con sequedad.

El tal Sylas apretó los labios y le dedicó a Draco una mirada gélida, como si de algún modo fuese culpa suya que lo hubieran reprendido. Se acercó a él, pero se detuvo con una mano en el aire, como si dudase de su siguiente paso.

Buscó los ojos de Herpa y ella asintió con la cabeza. Entonces Sylas sacó un trapo negro de debajo de su túnica verde y le hizo señas a Draco para que se inclinara, ya que era bastante más bajo que él.

La idea de que le vendasen los ojos no le entusiasmaba lo más mínimo pero era un pequeño precio a pagar por ver a sus padres así que Draco se dejó hacer. Sylas le ató la venda por encima de la nuca y después le sujetó con fuerza de un brazo. Tenía las uñas largas y se las clavaba sin ninguna delicadeza en el antebrazo.

Sin pronunciar palabra comenzó a guiarlo a través de pasillos y estancias. Decir que tenía poco cuidado sería un eufemismo: Draco estaba seguro de que hacía que se chocara contra muebles o quicios de puertas a propósito. Por fin, tras lo que le pareció una eternidad de idas y vueltas, comenzaron a descender por unas escaleras de caracol.

Draco aprendió a encorvarse después de chocar un par de veces con el techo sin que Sylas le advirtiera. Pegó una mano a la pared y trató de tantear los estrechos peldaños antes de apoyar sus largos pies sobre ellos, pero su guía no tenía lo que se dice paciencia, así que lo apremiaba con empujones y maldiciones. Tras estar a punto de caerse y resbalar no menos de cuatro veces, Draco encontró suelo liso bajo sus pies.

Sintió como Sylas lo adelantaba y se movía por la sala. Escuchó algo que sonaba como si estuviesen raspando una lija; después un chisporroteo y un ligero olor a quemado llegó a sus fosas nasales. A pesar del trapo que le cubría los ojos, percibió que acababa de encenderse una luz frente a él.

Oyó unos pasos a sus espaldas y de pronto le desanudaron la venda, arrancándole unos cuantos pelos en el proceso.

Sus ojos tardaron unos segundos en adaptarse a la pequeña fuente de luz. Era una antorcha sujeta a la pared de su izquierda. Estaba en un lugar oscuro, bajo y con un fuerte olor a humedad. Una gotera resonaba rítmicamente en algún rincón.

No había rastro de sus padres. Miró a Sylas, realizando una pregunta muda, y este señaló algo a su izquierda. Draco se acercó, notando como el corazón se le aceleraba.

Era una estrecha puerta enrejada. Al otro lado solo parecía haber vacío y oscuridad.

—¿Mamá? ¿Papá? —preguntó. Su voz sonó ronca y estrangulada al mismo tiempo, como si le faltara aire.

Un silencio profundo y cargado dominó la estancia durante unos segundos. Después escuchó un movimiento.

—¿Draco? ¿Eres tú?

—¿Mamá? —Draco se aferró a los barrotes oxidados de la puerta.

El sonido de pasos se hizo más fuerte. Draco parpadeó varias veces, intentando ver algo en la oscuridad. Le pareció percibir una sombra de un color más claro tambaleándose hacia él. Al cabo de unos instantes, algo le tocó la mano.

—¡Mamá!

Era ella. Apenas podía percibir su rostro con la escasa luz de la antorcha pero era su madre.

—Hijo —sollozó ella, aferrándose a él a través de los barrotes —¿Estás bien?

Una sombra apareció tras su madre y alargó la mano para tocarle también.

—Draco —murmuró. Ese era su padre.

Draco se tragó el nudo de lágrimas que se estaba formando en su garganta, y lo sintió bajar, arañando todas las paredes de su esófago hasta quedarse atascado en su pecho, como si fuese un puñal.

—¿Estás bien?

—¿Estáis bien?

Sus preguntas se solaparon, mientras se tocaban e intentaban verse en la penumbra. Draco podía percibir sus rasgos, el pelo apelmazado y sucio pegado a sus cabezas, las túnicas polvorientas.

—Estoy bien —mintió. Lo último que quería era preocuparlos más —¿Y vosotros? ¿Qué os han hecho?

Se volvió hacia Sylas, que aguardaba en un rincón con expresión de aburrimiento, y le lanzó una mirada llena de odio y reproches.

—¿Qué les habéis hecho? —bramó.

—Nada irreparable —se limitó a contestar Sylas. No había ningún tipo de emoción en su voz, pero algo en sus ojos, un ligero de brillo de vida, hizo que Draco intuyera que estaba disfrutando de todo aquello.

—Draco —lo llamó su madre —No te preocupes. Los alojamientos dejan mucho que desear, por no hablar de la comida, pero estamos bien.

—¿Y tú, hijo? ¿Te han hecho algo? —preguntó su padre, palpándole la cara con ansiedad. Era casi como si no pudiera verle. ¿Cuánto tiempo llevarían ahí metidos a oscuras, encerrados como animales? Hasta Azkaban era mejor que aquello, al menos ahora que no había dementores.

—No os preocupéis por mí, estoy bien. Os sacaré de aquí. No sé cuándo, pero Herpa me ha prometido que no os hará daño si trabajo para ella. Si obedezco… —Draco reprimió el temblor de sus dedos apretándolos con fuerza contra las manos de sus padres —dice que os liberará.

—Oh, Draco. Sé que lo harás, que nos sacarás de aquí.

La fe que sus padres tenían en él a pesar de que era su culpa que estuvieran en esas circunstancias, acabó por romperlo por dentro. De pronto fue como si la daga en la que se habían cristalizado sus lágrimas girara en el interior de su pecho y se lanzara directa a sus ojos.

—Lo siento —pronunció esas palabras con la voz quebrada, en un esfuerzo desesperado por no llorar. No quería hacerlo allí, no delante de sus padres y de Sylas —Todo esto es culpa mía. Si hubiese aceptado unirme a los Hijos en primer lugar…

—No —le cortó su padre —Hiciste lo correcto. Eres… eres mucho mejor que yo, Draco.

Lo único que siempre había querido era que sus padres estuviesen orgullosos de él. Ese había sido su aspiración, lo que había detrás de cada una de sus acciones desde que había entrado en Hogwarts. Por eso aceptó -aunque, no creía que hubiese tenido elección en realidad -heredar el puesto de mortífago de su padre cuando lo enviaron a Azkaban por primera vez. Por eso se comprometió a matar a Dumbledore aunque no quería hacerlo. Por eso se quedó en Hogwarts en medio de la batalla y trató de atrapar a Potter, pese a que no había nada que deseara más que no estar allí en ese momento.

Casi desde que aprendió a andar, su padre había sido su modelo a seguir. Durante la guerra, deseó parecerse más a su madre. Pero tanto entonces, como ahora, todo lo hacía por ellos. Todo lo haría por ellos.

Quizás no fuesen un familia convencional, con besos en la frente antes de dormir y bromas compartidas sobre la mesa. Pero se querían con fiereza. Más que la sangre, más que el prestigio, más que el dinero, lo único que querían los Malfoy era mantenerse a salvo y juntos. Y Draco haría todo, cualquier cosa, paraconseguirlo.

—Papá, yo…

—Suficiente —Sylas se había acercado. Tenía una expresión de asco y desprecio en el pálido rostro. Al parecer, no era muy fan de los intercambios de afecto familiar —Ya los has visto. Hora de irse.

Draco lo miró. Era bastante más bajo que él, delgado y con un aspecto enfermizo. Gregory le había requisado la varita cuando se presentó a buscarle en Malfoy Mannor, como siempre hacían antes de llevarle ante Herpa, pero estaba bastante seguro de que podría vencer a Sylas en una pelea cuerpo a cuerpo.

Luego buscaría algo con lo que abrir la celda de sus padres y… ¿y después qué? Su varita no era necesaria para aparecerse. No podían hacerlo allí, claro. Herpa debía haber deshabilitado esa opción para impedir fugas, pero si lograba volver a la sala donde siempre le llevaban a él podría sacarles. Sylas se había asegurado de desorientarle durante todo el camino pero quizás, con la motivación adecuada, les llevase de vuelta.

Miró a sus padres, intentando comunicarle sus intenciones, pero apenas había apretado los puños cuando escuchó nuevos pasos a sus espaldas.

Herpa apareció ante su vista al pie de las escaleras de caracol, iluminada por un Lumos. Llevaba la máscara de serpiente y la capucha verde cubriéndole el cabello. Si los mortífagos habían parecido la misma muerte, los Hijos parecían auténticos basiliscos con su indumentaria.

¿Por qué se había molestado en taparse? Draco estaba seguro de que eso significaba que sus padres la conocían. No quería desvelar su identidad.

—Querido —saludó —¿Has encontrado todo a tu gusto?

—Dijiste que mis padres estaban a salvo —escupió —No en un tugurio insalubre donde no se esconderían ni los boggarts.

—Lamento que no te guste la hospitalidad de los Hijos del Basilisco. Si tan solo hubiese alguna manera de mejorar la situación de tus padres…

—¡Estoy haciendo todo lo que me pides! —Draco apretó los puños para impedir que su mano se moviera hasta la varita que llevaba en el bolsillo de la túnica. No quería precipitarse y poner en peligro a su familia.

—A regañadientes —replicó ella con frialdad —Espero más dedicación y entrega de mis Hijos.

—¿Quién eres? —intervino su padre. Se apretaba contra los barrotes, intentando ver bien a Herpa —Juro por Merlín que si le haces algo a mi hijo, yo…

—Oh, Malfoy, ya hace tiempo que tus amenazas no valen ni los segundos que empleo en escucharlas —le atajó Herpa —Tú y tu familia estáis acabados. Seguisteis al Señor equivocado y después le traicionasteis. Los nuevos líderes de la sociedad mágica son vulgares y patéticos, pero al menos no son unos miserables.

—¡Cómo…

—¡Suficiente! —cortó la mujer —No os interesa hacerme enfadar. Joven Mafoy, he sido muy generosa al permitirte verlos, no hagas que me arrepienta. Ahora vámonos. Sylas, asegúrate de apagar la antorcha antes de salir.

Herpa sonrió de una manera sórdida. Los colmillos que remataban la máscara brillaron a la luz de su Lumos antes de que se diera media vuelta para volver por donde había venido.

Draco se giró hacia sus padres, viendo sus angustiados rostros apretados contra los barrotes por última vez antes de que Sylas volviese a cubrirle los ojos con una venda, sumiéndolo todo en la oscuridad.


¡Hola!

Aqui vuelvo a la carga con otro capítulo. Me temo que en este no hemos tenido interacción entre nuestros protagonistas pero sí algunas novedades. Los Hijos tienen a Hermione en el punto de mira en todos los sentidos... pero al menos el Ministerio cree saber quién es en realidad Herpa. Por otro lado, Draco ha podido ver a sus padres, que están pasando una temporada en el Hotel Tugurio, acompañados por el siniestro Sylas. ¿Quién es exactamente?

Espero que os vaya gustando la evolución. No prometo nada porque soy un desastre, pero espero poder escribir y actualizar con más frecuencia durante el verano. Siento la tardanza entre capítulo y capítulo. Muchísimas gracias por vuestro apoyo en forma de review ^^!

Con mucho cariño,

Dry

PD: Deja un review para ponerle a Draco una venda en los ojos...