Una disculpa por los errores que puedan encontrar.
Capítulo 8
EL MARTES, el primer día oficial de la feria, amaneció con un cielo brillante. No había una sola nube en el horizonte. El aire olía a café y a canela, dispuesto a tentar a los vecinos del pueblo cuando se abrieran las puertas.
Emma iba tomando un café mientras se dirigía a su caseta. Las primeras actividades de la feria darían comienzo en quince minutos. La mayoría de las ferias ambulantes decidían empezar a trabajar un día de diario para poder solucionar los problemas de última hora antes de que llegase el grueso de la gente durante el fin de semana, cuando tenía lugar la gran inauguración oficial. Y algunas actuaciones, como la de las bailarinas, tenían lugar sólo después de la puesta de sol.
Cuando su abuela trabajaba con ella se dividían. Una trabajaba por la mañana y la otra por la tarde-noche. Trabajando sola, Emma había planeado empezar temprano y cerrar la caseta alrededor de las ocho. Podría tener un horario flexible si fuera necesario, pero generalmente la gente estaba más interesada en comer y beber a partir de la puesta del sol.
Además de la lectura del tarot, las manos, etcétera… vendía algunos objetos místicos como bolas de cristal, polvo de hadas y barajas del tarot. Afortunadamente, no había llevado todas esas cosas a la caseta antes de que la destrozaran, pensó. También enseñaba el tarot y las clases eran muy populares.
–Hola, Emma –la saludó Will Scarlet, uno de los ayudantes de August.
–Buenos días. ¿Qué te trae por aquí?
–Quería pedirte ayuda –contestó él, nervioso.
–Dime –sonrió Emma, señalando una silla.
–Es que verás… es sobre una mujer de Storybrooke, una morena con el pelo hasta aquí –contestó él, señalándose el hombro–. Y siempre me mira mal, no sé si sabes a quién me refiero.
Emma no lo sabía, por supuesto.
–Lo siento, pero no tengo ni idea.
–Yo sé que la conozco de algo. No sé de dónde, pero tengo la impresión de que hay algo raro en ella. Por eso esperaba que me ayudases a recordar dónde la he visto antes.
–Puedo intentarlo. Pero ¿qué quieres decir con eso de «hay algo raro en ella»?-Scarlet se encogió de hombros.
–Algo raro, no sé, fuera de lugar. Y no me gusta nada, es un poco siniestro.
–Bueno, vamos a intentarlo. Lo que necesito es que visualices a esa mujer. Concéntrate… piensa en ella.
Emma intentó concentrarse también para entrar en su mente, pero algo la bloqueaba. Había alguien entorpeciendo su lectura. Una mujer, desde luego, pero no había nada siniestro en ella.
–¿Ocurre algo, Emma?
–Lo siento, Will. Veo algo, pero… es una mujer muy triste, no una mujer malvada.
–No te preocupes. Vendré a verte más tarde, a ver si conseguimos algo.
–De acuerdo.
Scarlet salió de la caseta y, un segundo después, Ashley, la chica embarazada, entró a toda prisa.
–Hola, Ashley –la saludó Emma, sorprendida.
–Hola, Artemisa. He traído dinero para que me leas el futuro –dijo la joven, tuteándola.
–Ashley… –Emma la llevó hasta una silla y se sentó frente a ella–. No puedo aceptar tu dinero. Necesito el permiso de tu padre para leer tu futuro.
–¿Y no puedes decirme sólo si él piensa volver? –preguntó la chica, angustiada.
–¿Por qué no me dices quién es?
Emma sabía que no debería intervenir, pero la pobre parecía tan perdida que no pudo evitarlo.
Esperaba que Ashley se animase con su pregunta, pero en lugar de eso, la chica miraba fijamente la mesa con las cartas.
–¿No vas a usar las cartas?
–No voy a leerte el futuro. Ya te he dicho que no puedo hacerlo sin el permiso de tu padre. Sólo vamos a charlar un rato. Háblame de tu novio.
–No es mi novio –murmuró Ashley–. Bueno, lo era, pero mi padre lo estropeó todo.
–¿Cómo lo estropeó todo?-cuestiono la rubia.
–Porque me llevó de vuelta a casa.-contesto la joven con una mano en su estomago
–¿Por qué?
–Porque me quiere –contestó ella, con expresión irónica.
–¿No crees que tu padre te quiera?
Ashley parpadeó. Parecía sorprendida por la pregunta.
–Claro que me quiere. Pero no confía en mí. Para él, soy una gran desilusión.
–Si te quiere, aprenderá a confiar en ti. Pero no si tú sigues ocultándole lo que te pasa.
–Pero tú no lo entiendes…-continuo la joven.
–No necesito los detalles para entender la naturaleza humana, Ashley. Es instintivo no confiar en la gente cuando intuimos que no están siendo sinceros con nosotros… especialmente gente a la que queremos. Porque eso duele mucho.
–Tú no lo entiendes.-replico la adolescente con un tono molesto
–Ashley, mírame. Claro que lo entiendo. Y también entiendo que esto te duele mucho. Ya no eres una niña, tienes responsabilidades. Estás cansada, tienes hambre… vete a casa, date una ducha, come algo. Cuando te sientas un poco mejor, podrás tomar una decisión. Y hablar con tu padre de ello.
–No creo que me escuchase. Siempre me está diciendo que le he decepcionado…
–Entonces, ¿qué puedes perder?
–Todo –contestó la joven–. Pero gracias por hablar conmigo.
–Ashley –la llamó Emma cuando iba a salir de la tienda–. Ese chico no va a volver.
Emma suspiró cuando la chica se dio la vuelta sin decir nada. Esperaba haberla convencido de que aquello era ahora su responsabilidad y tenía que hacerse cargo, de una manera o de otra.
–¡Emma, Emma! –oyó entonces una vocecilla infantil. Se dio la vuelta a tiempo para sujetar en sus brazos a Henry, que se lanzó sobre ella como una tromba.
–Hola, pequeño.
Por supuesto, Regina estaba detrás de su hijo, mirando a Ashley.
–Cuidado con Ashley Boyd. Es una chica problemática.
–¿Qué quieres decir? ¿La conoces?-cuestiono confundida Emma
–Conozco mejor a su padre. El reverendo apoya al Comité. Es uno de los que más protestan contra la feria.
–¿Y eso tiene algo que ver con Ashley?
–Todo. Hace siete u ocho meses, el almacén contrató a un grupo de teatro. Ashley se lió con uno de los actores y cuando se fueron del pueblo se fue con él.
–¿Se escapó de casa? Regina asintió.
–El reverendo tardó un mes en encontrarla y traerla de vuelta a Storybrooke. Desde entonces no habla con nadie.
Esa revelación confirmó las sospechas de Emma. Pero no había anticipado la complicación de que su padre fuese un reverendo que apoyaba al Comité, además. Afortunadamente, no le había leído el futuro a la chica.
–Gracias por el aviso. Bueno, ¿y qué hacéis por aquí? Henry se puso a dar saltos.
–Mi mamá me ha traído a la feria por mi cumpleaños.
–Ah, es verdad –sonrió Emma, abrazando al niño–. Pero tú te estás saltando las reglas –le dijo a Regina.
–¿Qué reglas? –preguntó la morena, con total inocencia–. Sólo he venido para ver cómo estabas después del incidente de ayer.
–Estoy perfectamente –contestó ella–. He hablado con August y todo el mundo está alerta, por lo que pudiera pasar.
–Me alegro.-contesto seca la morena al escuchar el nombre del hombre, lo que no notó la rubia.
–Emma, ¿no puedes venir con nosotros a jugar? –preguntó Henry.
–Bueno, a lo mejor puedo tomarme una hora libre para estar contigo. Al fin y al cabo, es tu cumpleaños.
–¡Yey, Emma va a jugar con nosotros!
Al escuchar eso la morena de inmediato sonrío –Ya lo he oído, cariño. ¿Seguro que puedes tomarte una hora libre?
–Sí, claro. Por la mañana no suele haber mucho trabajo. Además, quiero enseñarte mi feria.
–Entonces, cierra la caseta y vamos a dar una vuelta.
Tardaron apenas unos minutos en hacer eso. Emma tomó a Henry de la mano y fueron saludando a unos y a otros por el recinto. Por supuesto, Henry, con sus ojitos azules y su sonrisa, se ganaba la simpatía de todos de inmediato.
Y el hecho de que la alcaldesa fuera con Emma también le hizo ganar puntos entre sus compañeros. Los feriantes eran gente leal.
Emma los llevó a los caballitos antes de nada, a petición expresa del niño.
–¿Quieres subir conmigo? –le preguntó Henry.
–Sí, claro.
–¿Dónde compramos las entradas? –preguntó su madre. August se acercó en ese momento.
–Eres amiga de Emma, así que es gratis. Además, es el cumpleaños del niño, ¿no?- contesto el hombre con una sonrisa complice.
–¡Sí, es mi cumpleaños!
–Pues entonces, hoy sois nuestros invitados.
–No, de verdad…-decía la mujer un tanto molesta por tener que ver al hombre.
–Insisto –sonrió August.
–Venga, Henry, vamos –dijo Emma entonces.
Emma se subió a uno de ellos y colocó a la niña delante para sujetarla bien. Sonriendo de oreja a oreja, Henry se agarró a la barra con todas sus fuerzas y empezó a gritar en cuanto los caballitos se pusieron en marcha. Para cuando terminaron, a Emma le pitaban los oídos.
Una vez en el suelo, Henry corrió hacia Regina para contárselo todo sobre su aventura. Como si no hubiera estado mirando con ojos de halcón y saludándoles con la mano cada vez que pasaban por delante.
–¡Mira, barcos! ¿Podemos subir a los barcos?
El niño empezó a correr, pero su madre le tomó de la mano.
–Espera un poco, cariño. Más despacio.
–Mamá… –protestó Henry, pero no se soltó. Al contrario, con la otra mano buscó la de Emma–. Venga, daos prisa.
Emma miró a Regina y, al mismo tiempo, levantaron a Henry, que no paraba de reír mientras se acercaban al carrusel de los barcos. Era imposible que Emma cupiera en esos artilugios tan diminutos, de modo que tuvo que quedarse abajo, con Regina.
–Lo está pasando de maravilla. Gracias –dijo la morena, apretándole la mano.
Piel contra piel, los sentimientos se mezclaron con las emociones, que se mezclaron con la reacción física. Pero Emma no quería pensar. Sólo quería concentrarse en la alegría que le producía estar a su lado. En la alegría de aquel día, en la risa de Henry.
¿Cómo podía resistirse a esa felicidad?
Especialmente sabiendo que Regina rara vez disfrutaba de momentos así.
¿Qué daño podía hacerle vivir el presente, aunque sólo fueran unas horas? Sabía que le dolería en el alma cuando se fuera de allí. ¿Por qué no disfrutar de lo que el destino ponía en su mano?
–No tienes que darme las gracias. Yo también lo estoy pasando fenomenal.
–Venga –sonrió Regina, golpeándola suavemente con el hombro–. Tú estás en las ferias todo el tiempo. Esto tiene que ser aburrido para ti.
Emma le apretó la mano.
–Pero momentos como éste hacen que todo parezca nuevo. Debería darte las gracias a ti, en realidad. La feria es mágica, pero de vez en cuando necesitamos que alguien nos lo recuerde. Sobre todo, los niños.
Henry les demostró eso corriendo hacia ellas con un brillo de pura felicidad. Luego fue charlando hasta el siguiente carrusel, aquella vez de coches. Y así estuvieron, Henry disfrutando de las atracciones, Regina y Emma disfrutando la una de la otra.
Después, fueron a la caseta de tiro al blanco donde, con la ayuda de Jefferson el esposo de August para sorpresa de Regina, consiguieron un enorme elefante de peluche para Henry. Luego el niño quiso algodón dulce, pero Emma la convenció para que pidiese una manzana caramelizada. No podía soportar el olor del algodón después de haber tenido que limpiarlo con lejía.
Al final, acabaron de nuevo en su caseta.
–Ah, por cierto, tengo algo para ti, Henry –sonrió. En realidad, se habían encontrado con las bailarinas y Emma les había pedido que fueran a buscar el regalo a su roulotte y lo llevasen allí antes de que llegara al niño.
–¿Un regalo? ¿Para mí?
–Claro, por tu cumpleaños. ¿Quieres abrirlo?
–Pero aún no es mi fiesta. No será hasta el sábado. Mi mamá lo ha dicho.
–Cariño, yo no podré ir a tu fiesta, pero seguro que no le importa que lo abras hoy.
–No, yo quiero que vayas a mi fiesta. Es el sábado –insistió Henry haciendo ojos de cachorro.
–Lo siento, pero me será imposible.
–¿Por qué?- cuestionó confundido con un puchero
–Porque tengo que estar aquí, trabajando.
–¿Y no puedes dejar de venir aquí? Mi mamá no va a trabajar ese día.
–Es verdad. ¿Por qué no te tomas el día libre? –preguntó Regina. Emma se volvió hacia ella.
–Tú sabes que no es buena idea.
–Es el cumpleaños de Henry y quiere que vayas.
Era un error, el sentido común se lo decía. Pero ¿por qué iba a empezar a escuchar al sentido común ahora precisamente? Aunque deseaba hacerlo con todo su corazón.
-Muy bien. Allí estaré.
