Capítulo 8: Un faro en medio de la niebla.
Harry, sintiéndose miserable, quedó estático mirando a la puerta que acababa de cerrarse, embobado. Dándose cuenta de que se había comportado como el hombre más lerdo y cruel del universo, corrió a abrirla para impedir que Ginny se marchase. Pero antes de poder lograrlo, escuchó gritos provenientes del exterior.
—¡Ah! —escuchó la voz de Ginny. Fue un grito seco, lleno de estupor y de miedo.
Él corrió como alma que lleva el diablo y, al lograr abrir la puerta, casi chocó de narices con Ginny quien, nerviosa, lo empujó dentro con insistencia; ella misma entró y cerró la puerta tras ambos.
—Ginny… Te he oído gritar. ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? —quiso saber, angustiado.
Al escuchar sus palabras, Ginny palideció como la cera. Se quedó mirándolo en silencio, aturdida. Ella creía que había girado el mecanismo del giratiempo lo suficiente como para llegar a casa de Harry antes que su otro 'yo', contarle todo lo que iba a suceder y marcharse antes de que, cuando ella misma llegase desde casa de Nate, ambos lo aguardasen para atraparlo, hacerle confesar sus oscuras y perversas intenciones, y poderlo encarcelar. Sin embargo, Nate ya había estado allí. Y si Harry la había oído gritar a ella… tan sólo podía significar que ambos ya se habían marchado al Puente del Diablo. Se dio cuenta, inmediatamente, de que no iba a poder impedir que Nate la pusiese en peligro, que la dejase colgando del puente, como 'cebo' para que Harry acudiese en su ayuda. Por tanto, si ella moría al caer de aquel puente, hiciese lo que hiciese tras su vuelta en el tiempo, jamás podría 'regresar'. Sin embargo, si decidía pedir a Harry que intentase salvarla fuera como fuera, no podría impedir que Nate acabase con la vida de él, del único hombre al que había amado desde niña, que amaría hasta su propia muerte. Recordó que los acontecimientos del Puente del Diablo se iban a producir en una secuencia de tiempo tan rápida, que lo más probable era que, pasara lo que pasara, nada sería capaz de evitar que uno de ambos muriera, si no los dos. Y la opción de contar todo a Harry para pedirle que no fuera a rescatarla… aquello, conociéndolo, no tenía sentido, siquiera. Así que, tuvo claro que, fuera como fuera, uno de ambos moriría. La cuestión se reducía a decidir entre la cantidad de víctimas: si una o dos.
—Ginny… ¿estás bien? —escuchó cómo la voz de Harry insistía, preocupada.
Y decidió.
Cogió a Harry por las solapas de su camisa y buscó su mirada, con ademán autoritario.
—Calla y escucha. Nate se ha pegado a mí cuando yo me he trasladado al Puente del Diablo. En este momento me está dando un sermón sobre sus locuras y desvaríos y después va a atacarme para que tú acudas en mi ayuda, pues en el fondo, es a ti a quien quiere matar. Yo voy a quedar colgando del puente, y finalmente caeré porque no voy a ser capaz de aguantar por mucho tiempo —resumió, con voz firme.
Él la miró como si se hubiese vuelto loca.
—¿El P-Puente del Diablo? ¿En este momento? ¿Pero qué narices estás diciendo? Oh… Dios mío… El giratiempo…—entendió, de pronto, al ver que ella lo miraba con la verdad reflejada en el rostro.
—Exactamente; el giratiempo.
—Entonces, tú estás aquí… ¿Y a la vez allí? —preguntó, sorprendido, aún sabiendo la respuesta.
—Es lo que hay —intentó hablar con voz desapasionada, o caería de rodillas, derrotada, debido al dolor que le producía saber que iba a morir—. He venido con un único motivo, por una única razón: salvar tu vida. Sé que, si no lo evito, tú me seguirás hasta el Puente del Diablo, pegarás a Nate una paliza brutal y lo dejarás inconsciente. E intentarás salvar mi vida. Pero no te darás cuenta de que Nate recuperará la consciencia y te apuñalará por la espalda. Tú caerás del puente. Y yo también.
Harry la tomó por ambas manos, horrorizado.
—Ginny…Tengo que ir, tengo que salvarte…
—Ya te he dicho que tengo claro que tú vas a ir, de todos modos; te conozco demasiado bien. Además, debes detener a Nate, te prometo que él ha enloquecido; quién sabe hasta dónde es capaz de llegar y lo que es capaz de hacer. No debes darle oportunidad de hacer daño a nadie más, Harry; es tu responsabilidad. Así que escucha. Y escúchame bien, porque vas a hacer, exactamente, lo que yo te diga. ¿Entendido?
Harry la miró, confuso, sin saber qué decir.
—Este giratiempo es de un único uso. Y es mío; me ha sido legado a mí, para que yo haga con él lo que me venga en gana —dejó claro—. Y lo que yo voy a hacer con él es, salvar tu vida.
—Ginny, no. De ningún modo yo…
Pero ella, aún agarrada a las solapas de su camisa, lo atrajo hacia sí aún con más fuerza reclamando toda su atención. Y continuó.
—Porque mi vida no vale la pena si no puedo vivirla contigo. Así que, repito, irás al Puente del Diablo y te asegurarás de que Nate no pueda apuñalarte. Lo reducirás, lo encarcelarás y harás justicia con él, para que nadie, jamás, tenga que volver a sufrir por su causa. ¿Has entendido? Y vivirás. Porque, que tú vivas es lo que yo deseo, lo que yo he decidido. ¡¿Me has entendido!? ¡¿Me has entendido?! —le gritó sin contemplaciones—. Me da igual que no quieras estar conmigo. Yo quiero que vivas; que TÚ vivas. Y vivirás. Lo harás por mí. ¡Júramelo!
Harry le acarició el rostro con ambas manos y buscó su mirada, destrozado.
—¡Pero yo sí quiero estar contigo! ¡No soy capaz de imaginar la vida sin ti! ¿Y cómo vas tú a regresar, si yo permito que mueras en ese puente?
—La cuestión es, tenlo bien claro, que tú no vas a poder evitar que eso suceda. Así que, haz lo que te ordeno—. Le dedicó una mirada llena de dulzura, de ternura y de amor—. ¡Júramelo! ¡No queda tiempo, Harry! ¡Me lo debes!
—¡Te lo juro! ¡Maldito sea por ello!—le aseguró con toda su rabia, presa de un llanto agónico y convulso.
Ginny se abalanzó sobre él y lo abrazó con todas sus fuerzas.
—Te amo. Nunca me olvides.
Dicho esto, y sin que Harry fuera capaz de evitarlo, hizo un rápido uso del giratiempo y desapareció.
—¡Ginny! ¡Ginny! ¡Nooooo! ¡Maldita sea! ¡Maldita sea!
Harry se juró a sí mismo, por todo lo más sagrado en el mundo, que iría al Puente del Diablo y, fuera como fuera, cumpliría el juramento hecho a Ginny: salvaría su propia vida. Pero también que contra el mismísimo tiempo, contra el propio mundo y contra el universo, si era necesario, también salvaría la vida de ella. Pues, los juramentos se hacen para ser cumplidos.
—¡Socorro! ¡Por favor, no me dejes caer! —Ginny suplicó a Nate, presa del pánico.
—Oh… no pienso ayudarte. Pero aguanta, palomita. Si caes antes de que él llegue, las cosas se podrían complicar —él respondió, con serena crueldad.
—¡Harry no vendrá! ¡No vendrá! Si me matas, él acabará con tu miserable vida —le aseguró, con furia.
—En absoluto. Morir no figura entre mis planes inmediatos. Sin embargo…
No pudo terminar la frase, pues recibió un derechazo en plena mandíbula, que lo derribó. Harry, presa de una titánica ira, lo golpeó en pleno rostro, con saña, una y otra vez, hasta dejarlo inconsciente. Pero sabía que ese maldito demente no tardaría mucho en despertar. Así que, buscó su varita en el bolsillo de su chaqueta para inmovilizarlo definitivamente. Y no la encontró. Desesperado, se puso en pie y, bajo la poca luz que la luna ofrecía aquella noche, intentó hallarla; sabía que debía habérsele caído hacía poco, pues se había asegurado de llevarla encima cuando salió de Godric´s Hollow. Exhaló, aliviado, cuando la halló tirada a un par de metros de sus pies. Se apresuró a intentar alcanzarla, mas no pudo dar un paso, siquiera, porque Nate le propinó una fuerte patada en la pierna que casi logró derribarlo. Revolviéndose como un león enjaulado, él mismo dio una patada brutal a su oponente y corrió a alcanzar su varita. Estaba perdiendo un tiempo precioso. Y lo sabía.
—¡Ginny, aguanta! ¡Por lo que más quieras! ¡Aguanta! —gritó a la chica, mientras cogía su varita y apuntaba a Nate con ella.
—No te preocupes por mí —escuchó la voz débil de Ginny del otro lado del puente.
Sabía que ella mentía, que estaba llegando al límite de sus fuerzas, de su resistencia.
—¡Immobulus! ¡Incarcerous! —ejecutó rápidamente.
Por fin, el cuerpo congelado de Nate, constreñido por fuertes cuerdas, dejó de moverse.
—¡Ginny! ¡Ya voy contigo! ¡Ya estoy ahí! —gritó a la desesperada, mientras corría, intentando infundirle los ánimos suficientes para que ella no se rindiera.
Tan sólo llegó a tiempo para que, en la lejanía, las miradas de ambos se lanzaran un último juramento de amor eterno, antes de que, ante los ojos de Harry, tan sólo quedase la negrura.
—¡'Arresto Momentum'! —lanzó a ciegas, desgarrando su garganta—. ¡'Arresto Momentum'! ¡'Arresto Momentum'! —insistió, a pesar de que la negra noche le había arrebatado la visión de su objetivo de un modo suficiente como para que el hechizo no pudiese surtir efecto—. ¡No! ¡Nooooooooo! —su voz ahora ronca reclamó, como si aquella orden pudiera, por sí misma, hacer volver atrás el propio tiempo.
No podía saltar tras ella; se lo había jurado.
Destrozado por el dolor, se dejó caer de rodillas y rompió a llorar. Sin darse cuenta de que una luz azulada, profundamente hermosa con silueta de ciervo, se detenía junto a él, como un faro en medio de la niebla.
—¡'Arresto Momentum'! —se oyeron dos voces, casi al unísono. Ambas procedían de lo más hondo del barranco.
Un segundo después, un chapoteo, casi inaudible, se oyó en medio del arroyo.
Al escuchar las voces tan conocidas y queridas para él, como movido por un resorte, Harry se puso en pie y corrió hacia las escaleras que descendían hacia el fondo. Las saltó de seis en seis, de ocho en ocho, alocado, y casi estuvo apunto de bajar rodando por ellas cuando trastabilló en medio de las sombras. En cuestión de segundos las hubo bajado.
Corriendo como un poseso se adelantó a Ron, quien había comenzado a correr hacia el cuerpo inerte de su hermana observado de cerca por Hermione. Se desplomó, cayendo de rodillas junto a ella, notó cómo una gruesa piedra le hacía polvo una rodilla, pero no le importó. Con suma delicadeza, buscó el pulso en su cuello y acercó el dorso de su mano a su nariz para comprobar su respiración; parecía que el ritmo cardíaco era constante y su respiración se mostraba normal. Aún así, ella estaba inconsciente.
—Ginny, amor mío, mi vida, te lo suplico. No me dejes, te lo suplico.
Alguien puso una mano en su hombro. Airado, enarboló su varita en dirección a la nueva amenaza, dispuesto a protegerla hasta la muerte. Pero era Ron quien estaba buscando su atención, mirándolo desesperado. A su lado estaba Hermione, quien no podía parar de llorar.
—Llévala a San Mungo, Harry —Ron le pidió, casi susurró, pues su garganta estaba atenazada por la angustia—. Tú eres el único de nosotros con permiso del Ministerio de Magia para poder usar la desaparición y aparición. Nosotros os seguiremos dentro de nada.
Él asintió. Se puso en pie como buenamente pudo y, con ella fuertemente sujeta entre sus brazos, desapareció.
COMENTARIOS DE LA AUTORA
Pues finalmente sí; sí que he tenido tiempo para publicar un capítulo más esta semana. Todo se ha conjurado a mi favor para que haya podido hacerlo (el trabajo, las ideas que revoloteaban en mi mente con una insistencia incluso cansina...). Tenía que hacerlo. Tenía que publicar este capítulo. Lo necesitaba.
Para mí, no sé bien porqué, es difícil hacer dedicatorias en esta ocasión. Quizá sea porque, de algún modo, es el capítulo más importante de todo el relato. Así que, no sería justo que lo dedicase a alguien en concreto. Por ello, lo dedico a todo aquel que está leyendo o leerá este relato, tan especial para mí, en algún momento de su vida.
Con todo mi cariño.
Hasta muy pronto.
Rose.
