8

TEMARI

SÓLO ME QUEDABAN unos cuantos días.

En unos días, todo aquel precioso mundo desaparecería. No tendría a un hombre fuerte que me diera calor en medio de la noche. Todos mis derechos me serían arrebatados. Estaría desnuda, helada, hambrienta y asustada. Tendría una argolla alrededor del tobillo en todo momento para no poder escaparme cuando entrara Tristan.

Y tendría que volver a mirar la fea cara de Tristan.

Una cara que había intentado olvidar con todas mis fuerzas.

Sabía que tendría que volver desde el principio de mi estancia. Mi partida no me cogía por sorpresa. Desde luego no me había pillado desprevenida. El tiempo había pasado rápidamente, pero yo no me esforzaba por juzgar su paso.

Simplemente, no había pensado que fuera a ser así de difícil.

Quería quedarme allí para siempre.

Obito no era el hombre perfecto, pero me había ofrecido luz cuando me encontraba en un pozo de oscuridad. Me había demostrado amabilidad cuando podría haber sido cruel fácilmente. Aquella era la auténtica definición del carácter de alguien: cuando podía hacer algo malo, pero decidía no hacerlo. Obito tenía las manos manchadas de sangre y era un criminal, pero para mí era inherentemente bueno.

Lo echaría tanto de menos como a mi propia familia.

Aquella noche me costó mucho dormir. Sólo podía pensar en el tiempo que me quedaba. En cuanto volviera a estar en poder de Tristan, recibiría un puñetazo en la cara. Probablemente así era como me daría la bienvenida. No vería una sola marca en mi cuerpo y seguramente notaría que había ganado peso. Se daría cuenta de lo bien que me habían tratado y se esforzaría el doble por hacerme sentir peor.

Lo conocía muy bien.

El corazón me latía a toda prisa dentro del pecho. No lograba calmarlo. Me sudaban las palmas de las manos y la nuca. La ansiedad se apoderó de mí y sentí que no podía respirar. Estaba casi histérica de terror.

Llena de pánico por el poco tiempo que me quedaba.

Me incorporé en la cama y aparté las sábanas con los pies. Obito estaba dormido como un tronco a mi lado, desnudo y musculoso. Hasta dormido era sólido como el cemento. Balanceé los pies fuera de la cama, permitiendo que el aire evaporara el sudor de mi nuca. En lo único que podía concentrarme era en mi respiración, así que aquello fue lo que hice.

Hice todo lo que pude por calmarme.

Obito debió de oírme, porque se incorporó un momento después.

–¿Bellissima?

Era mi apodo favorito, como más me gustaba que se dirigieran a mí. Aquello sería lo que más echaría de menos. Era tan tierno y dulce, un contraste radical con la brusquedad con que me trataban cuando estaba en poder de Tristan.

―¿Qué pasa? ―Se desplazó por la cama hasta estar justo detrás de mí. Sus labios se posaron en la parte de atrás de mi hombro y empezó a darme suaves besos por todas partes, mimándome.

―Sólo... he tenido una pesadilla.

―¿Quieres hablar de ello?

Me acerqué las rodillas al pecho y me las rodeé con los brazos.

―No.

Él abrió las piernas y las estiró a ambos lados para sentarse justo detrás de mí, rodeándome firmemente la cintura con los brazos.

―Estoy aquí preparado para escuchar si cambias de opinión.

Yo continué respirando erráticamente, con el corazón yéndome a mil por hora. Seguía acalorada y sudorosa. Hice todo lo que pude por disimular mi ansiedad, pero era imposible que no la sintiese al tenerme abrazada contra él.

―¿Bellissima?

―¿Hmm?

―Cuéntamelo. Te sentirás mejor.

―Es sólo que... estoy asustada.

Apoyó la cara contra mi nuca.

―No quiero marcharme. Después de estar un mes aquí, entiendo lo terrible que era en realidad. Has sido tan bueno conmigo, te has convertido en un amigo de verdad para mí. Te voy a echar de menos...

Él respiró hondo.

―Yo también te voy a echar de menos.

―Sólo me quedan unos cuantos días... El tiempo ha pasado muy deprisa.

―Sí.

―Estoy intentando conservar la calma, pero no lo consigo. Siento que no puedo respirar.

―¿Sabes lo que hago yo cuando tengo miedo?

–Pensaba que me habías dicho que nunca lo tenías.

―Bueno, pues mentí ―susurró―. Yo lo que hago es pensar en otra cosa, en algo que me ponga contento o me haga reír. Cuando pienso en ello el tiempo suficiente, dejo de pensar en lo que me altera.

―¿Cuándo fue la última vez que hiciste eso?

―Cuando casi maté a Sakura... Sasuke dejó de hablarme. Pensé que había perdido a mi hermano para siempre. La idea de no tenerlo en mi vida me dolía muchísimo. Me daba pánico. Me hacía perder el sueño. Así que intentaba pensar en otra cosa, en algo positivo. Normalmente me ayudaba a superar la noche.

Asentí.

―Te gusta trabajar en las bodegas, ¿verdad?

―Sí...

―¿Qué es lo que te gusta de trabajar allí?

―Las vistas ―contesté―. Siempre son preciosas. Y las hojas de parra huelen tan bien... Me encanta el vino y la gente. Hay un ambiente fantástico. Y el queso... Podría estar comiendo queso todo el día.

–¿Y qué más?

Le hablé de la pareja de ancianos que había venido a Italia ahora que estaban jubilados. Habían enviado a sus hijos a la universidad y decidido gastar un poco en sí mismos, por una vez. Hicieron la degustación de vino y compraron cinco botellas antes de marcharse.

―Eso suena agradable.

―Sí.

Me atrajo contra su pecho y me volvió el rostro hacia él. Frotó su nariz contra la mía antes de depositar un suave beso en mis labios.

Sin más, mis problemas se derritieron como la mantequilla. No pensaba en mi destino fatal, ni en la hora de mi muerte. No pensaba en cómo serían los últimos minutos de mi vida. No pensaba en el daño que me haría Tristan.

Sólo pensaba en Obito.

.

.

.

HABÍAMOS TERMINADO CON UNA DEGUSTACIÓN POR LA TARDE Y AHORA SAKURA Y YO ESTÁBAMOS recogiendo. No hablábamos mucho porque estábamos ocupadas atendiendo las mesas que había en el exterior del almacén. Casi todos los clientes nos preguntaban qué tal era vivir en un sitio tan bonito. Sakura tenía mejores respuestas que yo. Yo sólo llevaba allí un mes, y no había visto demasiadas cosas.

Pero estaba agradecida por haber podido a ver algunas gracias a Obito.

Sakura le puso el corcho al vino sobrante y metió las botellas en la nevera.

Me pregunté cómo sería su vida cuando yo me fuera. ¿Seguiría trabajando allí? ¿Tendría una familia que criar?

–¿Sakura?

―¿Sí, bonita? ―Recogió las copas usadas de vino del mostrador y las puso en el fregadero.

Yo me acerqué a la barra y apoyé la escoba contra el mostrador.

–¿Pensáis tú y Sasuke tener hijos pronto?

―¿Pronto? ―preguntó―. No. Pronto desde luego que no.

–¿Pero queréis tenerlos algún día?

Ella lavó las copas con agua y jabón, con la vista fija en sus manos.

–Me gustaría. Sasuke no descarta la idea, pero tampoco le vuelve loco.

―¿No es un hombre familiar? ―Siempre había querido formar mi propia familia. Quería tener tres hijos. No me importaba que fueran niñas o niños, mientras naciesen sanos. Quería tener una casa cerca del océano para poder llevar a mis hijos a la playa todos los días.

―Él cree que no, pero definitivamente lo es. ―Dejó las copas sobre el mostrador que tenía al lado y las secó con el trapo―. Él y Obito están muy unidos, y nunca ha superado la pérdida de Naori.

―¿Quién es Naori?

―Su hermana. ―Me dirigió una mirada mientras pulía cuidadosamente el cristal―. ¿No sabes nada sobre Naori?

―Creo que Obito la mencionó una vez...

―Bien, pues... el hombre que me capturó... fue el que la mató a ella. La mantuvo prisionera, y antes de que Obito y Sasuke pudieran rescatarla, la mató de un tiro. Ninguno de los dos lo ha superado realmente.

Se me rompió el corazón por aquella mujer a la que nunca había conocido, por aquella mujer que había compartido el mismo destino que yo estaba a punto de aceptar. Obito poseía una oscuridad particular que no tenía nada que ver con sus tendencias criminales.

Tenía el corazón destrozado.

―Me sorprende que nunca te lo haya contado ―me susurró.

Dado que yo estaba en la misma posición, probablemente no había querido asustarme, recordarme el destino que estaba a punto de vivir.

―No hablamos demasiado... ―Casi todo eran besos y caricias, entre otras cosas.

Ella secó la última copa antes de dejarla a un lado.

―Temari, ¿te puedo hacer una pregunta?

Era la única amiga que tenía en el mundo. Me podía preguntar lo que quisiera.

―Por supuesto.

―¿Estás enamorada de él? ―Me miró directamente a los ojos, observando hasta la más mínima de mis reacciones.

La pregunta me cogió por sorpresa. Pensé que iba a preguntarme algo sobre volver con Tristan, sobre mis sentimientos al respecto. No pensé que estuviera pensando en Obito. Le tenía cariño a Obito y me importaba de verdad, pero el amor nunca se me había pasado por la cabeza.

―Eh... Creo que no. O sea, me encanta estar con él. Es un hombre muy dulce. Sólo finge ser duro y cruel, pero por dentro es un blando. Cuando estoy con él, me siento feliz. Pero enamorarse en mi situación es sencillamente imposible.

–¿Por qué?

―Por lo poco que ha durado nuestra relación. En dos días tengo que volver con Tristan.

Sakura continuó mirándome fijamente, como si esperara que dijese algo más.

–¿Por qué me lo preguntas?

Ella se encogió de hombros.

―A veces me pregunto si no estará enamorado de ti.

Desde que llegué Obito siempre había sido amable conmigo, pero no creía que él fuese capaz de sentir nada más profundo. Me había dicho que me iba a devolver a Tristan. Si estuviera realmente enamorado de mí, no haría una cosa semejante.

―No lo está.

―¿Por qué estás tan segura?

―Lo estoy, simplemente. Ahora tenemos una conexión, un vínculo. Sé que me echará de menos cuando no esté. Yo también lo echaré de menos a él. Pero el amor no es algo que entre dentro de nuestras posibilidades. No creo que pudiera enamorarme jamás de un hombre en estas condiciones. No es mi idea de algo romántico.

―Yo tampoco imaginaba que iba a conocer así a mi marido, pero no cambiaría nada.

―No pretendía ofender con mis palabras...

―Lo sé ―dijo en voz baja―. Es simplemente que nunca he visto a Obito comportarse así con nadie.

―Bueno, sí que me compadece...

―Y él no demuestra compasión por nadie.

―Tiene el corazón más grande de lo que deja entrever. Desde que llegué siempre ha sido muy bueno conmigo. Nunca me ha obligado a hacer nada que yo no quisiera. Me ha dado toda la libertad que ha podido entre cuatro paredes. Es amable conmigo... Me hace feliz. Ha sido una auténtica bendición. Me ha ayudado a creer que hay gente buena... que hay esperanza para todo el mundo.

Se le llenaron los ojos de tristeza.

–Lo siento muchísimo, Temari...

―Ya lo sé, Sakura. Pero no te sientas mal. No hay nada que vosotros podáis hacer. Eso lo entiendo... así que, por favor, no te sientas culpable.

―No me siento culpable ―contestó―. Sólo muy desdichada. Esto no debería pasarte a ti, ni a mí, ni a nadie. No debería estar permitido que los hombres nos consideraran una propiedad, una cosa que pueden tomar sin más. No deberían tener ese tipo de poder, poseernos sólo por haber estado en el lugar incorrecto en el momento inadecuado. Odio tanto todo esto, Temari... No te haces una idea.

Escuché el dolor en su voz, los recuerdos que todavía la atormentaban. Ella había sufrido durante mucho más tiempo que yo. Yo sólo llevaba una semana siendo el juguete de Tristan cuando apareció Obito. Por lo que había podido entender, ella había sufrido meses los tormentos de Bones antes de escapar. Había miles de mujeres en todo el mundo que tenían que sufrir de la misma manera. Era algo inherentemente malo, un crimen contra la humanidad.

–Lo sé.

.

.

.

OBITO ME ENVOLVIÓ LA CINTURA CON LOS BRAZOS Y ME ESTRECHÓ CONTRA SU PECHO, CON LA ESPALDA apoyada en el cabecero y los ojos oscurecidos de ardiente intensidad. Con su frente contra la mía, me guiaba arriba y abajo sobre él. Ambos estábamos consumidos de excitación, nuestros cuerpos húmedos y resbaladizos. Se movía en lo más profundo de mí lentamente, con una amabilidad intencionada que resultaba muy placentera. Hacía semanas que no follábamos como animales. Ahora, cada vez que me penetraba, era de un modo profundo y lento, lleno de pasión y carente de violencia.

Cuando lo sentía así en mi interior, no pensaba en el poco tiempo que me quedaba. Sólo pensaba en esos ojos oscuros que me perforaban con su mirada. Sólo pensaba en aquellos labios suaves, aquella fuerte mandíbula y el modo en que su cabello se rizaba al pasar mis dedos por él.

Me habían separado las piernas a la fuerza y me habían arrebatado mi virginidad. Fue cruel y doloroso. Pero estar con Obito era algo totalmente diferente, como si me hubieran dado una segunda oportunidad para disfrutar de algo que casi me había destrozado. Me había enseñado que podía ser placentero; que incluso con su tamaño, no tenía por qué doler. Me había hecho anhelarlo cuando estábamos separados todo el día. Me había hecho desearlo en medio de la noche. Me había hecho querer algo que antes despreciaba.

―Bellissima... ―Respiró hondo mientras me estrujaba las nalgas. Me masajeaba el trasero con las puntas de los dedos, presionando contra los músculos. Su miembro continuaba dilatándome con cada empujón, enterrándose profundamente en mi interior―. Me torturas cuando tienes ese aspecto...

―¿Qué aspecto?

―Te llamo Bellissima por una razón. ―Metió la cara entre mis pechos y me lamió, diseminando besos por mi piel cálida. Se metía mis pezones en la boca mientras continuaba haciéndome subir y bajar sobre su erección, una y otra vez. Elevaba mis caderas generosas con las manos y me besaba en el cuello, bañándome la piel con su cálido aliento.

Eché la cabeza hacia atrás y le cabalgué con un poco más de energía.

―Me voy a correr...

Me mordisqueó el cuello, siendo más agresivo que antes. Tiraba de mí hacia abajo con más fuerza, empujando a través de mi estrechez y envolviéndose en mi excitación empapada. Metió una mano entre mis piernas y me frotó el clítoris con intensidad.

Como si yo necesitara más estimulación.

Sabía que quería que llegara al orgasmo lo antes posible porque él ya no era capaz de contener su excitación. Estaba a punto de estallar, llenándome con toda su semilla.

Le pasé los brazos alrededor del cuello y me aferré a él mientras me corría, descendiendo sobre su miembro con más fuerza y profundidad. Grité junto a su oreja, pero él no se volvió. La humedad se acumulaba entre mis piernas, empapando su sexo. Todo mi cuerpo disfrutaba de él, catapultándose a las alturas celestiales hasta llegar al paraíso y más allá.

―Bellissima... ―gruñó al correrse, llenándome con todo su deseo. Me gimió en el oído mientras disfrutaba del mismo placer que yo acababa de experimentar. Se agarró a mí con más fuerza, a pesar de que yo no me iba a ir a ninguna parte. Me enterró los dedos en la carne con el pecho resbaladizo de sudor.

Hundí la cara en su cuello mientras recuperaba el aliento, mi cuerpo tensándose y relajándose al mismo tiempo. Cerré los ojos y me aferré a él, sintiendo la única forma de felicidad que conocería jamás. Cuando estábamos solos los dos, no pensaba en lo que se avecinaba. Sólo en la paz tranquila que existía entre nosotros.

Obito salió de mí y me miró a los ojos. Tenía esa expresión tierna que no mostraba demasiado a menudo. Era amable, dejando ver al hombre dulce que había debajo de toda aquella dureza. Me besó la comisura de la boca antes de depositarme sobre la cama.

Yacimos juntos, cubiertos en sudor y calidez. Todavía me rodeaba con un brazo, su cuerpo gloriosamente firme elevándose y descendiendo al respirar profundamente. Su enorme mano me ciñó suavemente la cintura, la zona en la que se habían acumulado la mayor parte de mis nuevos kilos.

Yo notaba cuánto había cambiado mi cuerpo por estar todo el día sentada hartándome de una comida deliciosa, pero a Obito no parecía importarle. Cuanto más rellenita estaba, más me deseaba. Era el sueño de cualquier mujer hecho realidad.

Apoyó el rostro en mi cuello y me abrazó estrechamente, manteniendo el calor de mi cuerpo con el suyo cuando ambos volvieron a un estado de calma. Sus potentes músculos actuaban como un calefactor personal para el disfrute de ambos.

No me podía creer que sólo me quedara un día.

Un día nada más.

Obito levantó la cabeza de mi cuello y pegó su rostro al mío. Me miró a los ojos mientras sus dedos me acariciaban suavemente la mejilla. Me metió un mechón de pelo detrás de la oreja, tensando la mandíbula mientras me contemplaba.

Hasta sus facciones eran oscuras. Era alto, pelinegro y atractivo... y exudaba peligro. Si me lo hubiera encontrado en algún lugar de noche, me habría asustado. Incluso ahora, seguía dándome un poquito de miedo. Pero por debajo de aquella dura superficie, era un hombre con un corazón tan grande como el mío. Era un gigante amable, un monstruo amigable.

Un ángel oscuro.

Suspiró mientras me miraba, con los pensamientos aflorándole a los ojos.

Aquello le dolía tanto como a mí.

―Gracias por ser tan bueno conmigo ―susurré―. Me lo he pasado como en mi vida.

―No me des las gracias.

–Pero te las mereces.

―No. No actúes como si fueras a marcharte ya. Todavía tenemos tiempo. No lo desperdiciemos.