Lucien retrocedió un paso soltando al Alto Lord que volteó a ver a Enyd sorprendido, lo que sea que había hecho click en su interior pareció llamarle la atención.

—Parece que te has encontrado una compañera— murmuró Lucien.

Compañera. Había escuchado esa palabra antes, pero jamás asumió que ese tipo de conexión existiría para ella, eso era para los afortunados, para los que vivían en historias que ella solo escuchaba. Era compañera del alto lord de la primavera, el responsable de una corte rota.

A sus espaldas el alto lord se levantó y pasó un brazo por su cintura.

—Tienes un mes, para unir las tres partes de tu corte. Ese es el plazo que los altos lords te han dado. No lo desperdicies, Tamlin. Sabes sus consecuencias—El tono de Lucien había cambiado en la última oración que dijo, casi parecía una súplica.

A su lado el otro hombre, Jurian la miró sorprendido, pero se mantuvo en silencio. Prestando atención a las sombras en las que Nettie se escondía, pero no dió otro paso hacia ella.

En pocos minutos ambos se habían marchado, como si solo hubieran sido un espejismo.

Enyd se volteó a ver al Fae que estaba detrás de ella. Era muy alto, de cabello rubio y largo, sus ojos brillaban de un verde sobrenatural, como el follaje de los árboles de la corte. Era el hombre más apuesto que había visto en su vida, parecía que una luz dorada lo acompañaba todo el tiempo.

No sabía que pensar. Todo ese tiempo que había perdido escondido en las ruinas de su mansión, el amor por el que tanto había esperado había venido directo a su puerta, pero tal vez demasiado tarde, solo le quedaba un consuelo, que había vivido lo suficiente para ver su rostro.

Sus ojos cafés como la corteza de los árboles, como la tierra misma que daba vida. Esa piel tostada y su cabello negro y rizado que ahora caía en desorden por su espalda. No podía evitar querer tratar, ella lo miraba de vuelta analizando cada facción.

El Alto Lord se sintió inseguro. De perder ese lazo que apenas se formaba, como un pequeño hilo dorado que los conectaba, tenía que alejarse, no podía permitirse que su temperamento volviera, que cometiera el mismo error, la debía dejar libre.

No sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que se estaban mirando el uno al otro. Pero podía sentir la indecisión que venía del Alto Lord, cada uno de sus sentimientos como una pequeña corriente eléctrica directo a su corazón.

Y podía sentir el latido de su corazón, que con cada latido parecía querer sincronizarse con el suyo.

Al final fue la voz de Lynette la que la sacó de ese trance.

—¿Quienes eran ellos? — dijo sin cruzar el umbral en el que ambos estaban parados.

—Lucien Vanserra, compañero de Elain Archeron. La embajadora de la primavera y Jurian encargado de las tierras mortales—contestó el alto Lord.

Había escuchado de la hermana de Feyre la rompehechizos, ella era una de los tres Lords y Lady´s que regían los territorios de la Primavera, encargados de unir algo que seguía respondiendo a su compañero por magia antigua.

Empezó a sentir enojo hacia él. Tenía el poder de cambiar las cosas para los demás, pero aún así se sentaba en las ruinas de una mansión a compadecerse a sí mismo. No sabía de dónde venía esa furia, tal vez del hecho que un solo cambio en él podía mejorar los cultivos, el aura de todo un territorio, el podía hacer que los crudos inviernos en las tierras mortales cesaran.

"No es tan fácil" escuchó en su cabeza. Él le estaba hablando directamente "mi poder se está apagando".

"Es tan simple como tratar" contestó.

—Nettie, creo que debemos dejar que el Alto Lord piense en lo que hará—y avanzó al otra ala, lejos de él.

Regresaron a su habitación y ambas fae se acostaron a dormir.

El enojo la hizo levantarse con la frente sudando en la madrugada. Quería romper algo, quería destruir todo a su paso, dejar que la casa se cayera encima de ella. Ese sentimiento no era suyo, pero era tan intenso que bien podría serlo.

Se levantó de la cama, directo hacia la fuente de esos. Al llegar a las escaleras que le conducían al ala del Alto Lord se paró un momento, no estaba segura de lo que pasaría una vez que cruzara ese umbral.

Otra ola de ira jaló de su conexión y terminó de subir los escalones. Seguía los gritos por los pasillos de la mansión. Toda el ala estaba destruida, los retratos, pinturas, todos los muebles. La luz de la luna se filtraba por las ventanas y reflejaba en el mármol dándole un aire fantasmagórico. Avanzó con firmeza hasta el final del corredor.

Una puerta abierta de color dorado y detrás de ella, su compañero.

El no notaba su presencia mientras aventaba flechas alrededor de un cuadro que ella no alcanzaba a distinguir por la figura que se erguía enfrente de ella. Una bestia, terriblemente bella y letal que maldecía por lo bajo.

—Me pregunto cuál habrá sido el pecado de ese cuadro—se burló Enyd. La verdad es que estaba aterrorizada por esa demostración de enojo, pero sabía que la ira era solo una manera de distraerse, de no afrontar algo.

La bestia la volteó a ver, por un momento la ira se desvaneció de su mirada. Pero aun la veía como una presa.

—¿Es que los inocentes muebles han de pagar por todas sus frustraciones?—solo recibió un gruñido como respuesta— todos estos años de destruir muebles ¿qué le han traído?

—La certeza del olvido—contestó.

—Así que quiere desaparecer, con mucho gusto lo haría ya.

—Pues no siga gastando su aliento, no se detenga por nadie. Es libre de hacerlo si es que quiere ¿O es que no se atreve? ¿aún hay esperanza de que alguien regrese por usted?—sabía que estaba jugando un juego muy peligroso al desafiar a alguien con tanto poder de esa manera, pero toda la situación le provocaba mucho enojo. Era como un niño que hacía un berrinche para conseguir lo que quiere.

—Hay magia que impide que los Altos Lords se quiten la vida.

—¿Por qué no pedir que alguien más termine su trabajo como ya lo hacen con la corte?

—No voy a contestar preguntas a una extraña que con tanto entusiasmo se empeña en provocarme.

—Soy tan extraña para ti como tú para mi—por unos minutos se miraron el uno al otro, un duelo silencioso. Al final ella acabó por darse la vuelta.

—Lo siento—ella volteó a verlo, otra vez estaba en su forma fae.

—¿Por qué habría de lamentarse?

—Por importunar con mi ira

—Sé de primera mano, Tamlin—se obligó a decir su nombre mientras veía sus ojos oscurecidos— que el enojo solo es una manifestación de algo que no decimos o de las tristezas que cargamos, pero nadie puede ayudarle si usted no quiere salir.

Esta vez avanzó hacia el pasillo. El viento de la primavera ondeando su camisón blanco.

—Aun no sé tu nombre—replicó su compañero.

—Enyd—y se marchó. Mientras él contemplaba su silueta a la luz de la luna, como un espectro, un recuerdo de algo que siempre quiso, algo que se obligó a olvidar, porque el sabe que los compañeros no están hechos el uno para el otro, porque él quería escoger a quién amara.

Pero ese hilo invisible le hacía querer ir hacia ella, arrodillarse enfrente de ella y llorar en su lecho, que lo abrazara y solo estar en su compañía por el resto de su vida.

Enyd, repitió su nombre.

Un nombre adecuado, porque ella es la vida misma y él no estaba seguro de querer vivirla, pero podía tratar.