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Ukyo lo supo en la luz de sus ojos, en lo decidido de sus movimientos, en el ligero temblor de sus manos al instante de empujarla. Luchó contra la onda expansiva y trató de aferrarse a él con todas sus fuerzas. El cerdito negro en que se transformaba Ryoga, estaba inconsciente debido al esfuerzo físico y ella lo colocó a buen resguardo al interior de sus ropas para así, poder enfrentar a sus enemigas.
El jardín carmesí decía necesitar su sangre, su cuerpo o su vida para desestabilizar a Ranma. Ya lo habían hecho en la casa Kuno y sus semejantes deberían estar terminando el trabajo en aldea de las Amazonas Chinas, la única que faltaba era ella, la solitaria y abandonada cocinera. Aplaudían su resistencia física, al haber recibido un ataque directo de su líder, pero no sobreviviría a ellas.
Cornelia Tsukiori, era para sus flores como una Diosa en tierra de humanos y en vista de que se encontraba lista para la concepción, sus adeptas tenían la firme convicción de entregarle al mejor postor. Kuonji no entendía muy bien de dónde venía su enferma devoción, pero detestaba que por segunda vez la subestimaran. Incluso Ryoga lo hacía, aunque este no era el mejor momento para meditar en sus sentimientos por él.
Seis a una la enfrentaron bajo la lluvia, esperando un desenlace rápido, pero Ukyo empleó sus mejores armas, la masa pegajosa, la salsa espesa como la brea, las espátulas de cocina tan afiladas como diminutas dagas y el polvillo explosivo para replegarlas. En algún momento de la refriega, un sablazo cortó sus ropas por la parte frontal y P-Chan acabó cayendo. Debido al temor que le daba verlo morir, perdió la concentración y su gran espátula se quebró. La líder de este pequeño grupo sonrió con alevosía. La situación era simple: una vida por otra.
Ukyo negó con el rostro. Se quedó sin fuerzas, convicción y su cuerpo tembló en diminutos espasmos de terror. Jamás imaginó que vería morir a otro hombre por delante de sus ojos. La enfermedad de su padre fue lenta pero apacible. Ryoga había despertado hace unos momentos sólo para encontrarse debajo de una pesada bota.
La asesina prometió que sería rápido, cortaría su garganta de tajo a tajo y en vez de llevarle su cuerpo a Akane Tendo y Ranma Saotome, les tenderían al cerdito.
Su pañoleta amarilla bañada en sanguina bastaría para que supieran lo patéticos que eran. Ukyo pensó en cada una de sus travesías. Ella había hecho todo lo humanamente posible para sobrevivir, honrar el nombre de su padre, perpetuar su legado y desde luego, que ella no quería morir así, pero tampoco se atrevería a verlo morir.
Adoptó la posición humilde que le requerían, P-Chan chilló, pataleo y se retorció como un loco, pero no se liberó. Ella cerró los ojos y colocó las palmas de sus manos sobre la pequeña espada que Genma Saotome le obsequió, la llevaba oculta al interior de sus ropas, detrás del moño blanco con que cerraba su uniforme.
Recordó que esta espada protegería su vida si la empuñaba de la manera apropiada o se cobraría una vida humana si la usaba de la forma contraria.
En su haber, ella no había asesinado nada más grande que un pollo y no estaba segura de poder vivir consigo misma después de hacerlo, quizás pudiera matarla, salvar a Ryoga y después matarse. ¡El momento era ahora! ¡No había tiempo para las dudas o el arrepentimiento! Su asesina tiró de sus cabellos y ella comenzó en desenfundar la espada en el instante mismo que otra voz se alzaba.
—¡Detente, Dahlia! Las órdenes de Cornelia han cambiado, ya no precisa de ningún cuerpo. Todo se decidirá en un combate final, matará a La rubia roja delante de Saotome, pero cómo no han tenido tiempo de fraternizar ni intimar, les dará tres días más.
Así será más divertido, romper su corazón, trastornar su psique y finalmente…—las manos que tiraban de sus cabellos, la arrojaron al piso, su cara se estrelló contra la tierra mojada y el agua encharcada se coló por su nariz y boca. Tan intempestivas como llegaron, las flores ensangrentadas se fueron, dejándolos con el cuerpo maltratado, el corazón dolido y cientos de sentimientos arremolinándose en su interior.
Ukyo se obligó a levantarse y arrastrar sus pies en dirección de una cueva, la había visto mientras luchaban. Su tienda de acampar y todo cuanto traían se vio comprometido durante la pelea de modo que, aquel lugar era su única esperanza para socorrerse de la tempestad.
P-Chan la siguió de cerca. No tenía deseos de pensar en nada de lo ocurrido y por tanto, se desprendió de su pañoleta. A la joven de largos y enmarañados cabellos le tomó pocos minutos encender una rudimentaria hoguera con ayuda de ramas sueltas, hojas secas y un par de piedras.
Ryoga la miró de soslayo, sus ojos lloraban, sus manos se abrazaban y de manera general, tan solo temblaba. Se sintió impotente, tanto que salió y corrió hasta encontrar un cuenco que le serviría para calentar agua.
Al volver, Kuonji se había desecho de la parte arruinada de sus ropas, él la observó sin pudor, consciente de que era una mujer sobradamente hermosa, aunque en este instante, su mente parecía absorta, ni siquiera lo escuchaba o miraba. Pasado un momento cumplió su objetivo, calentó el agua y recuperó su apariencia humana.
Aquella, podría considerarse tanto una buena como mala idea. Ahora estaba totalmente desnudo frente a ella, la cocinera le arrojó sus prendas a la cara, le ordenó que se tapara y él obedeció.
—¡¿Qué te pasa?! ¡Eres un exhibicionista o tan solo te pasas de idiota! —espetó con el rostro en llamas y aunque él se avergonzó hasta las puntas de sus pies, otra parte de su mente agradeció que por lo menos, le hablara. El silencio que se extendió a continuación era un silencio incómodo, uno que hasta ahora no habían compartido y por ello, enfatizó lo obvio.
—Ibas a morir por mi…
—¡Claro que no! —aulló y le mostró la espada que llevaba a cuestas. Él sudó frío porque aquel escenario era mucho peor. Asesinar en su nombre, no se lo pediría ni a Ranma Saotome.
—¡No lo hagas! ¡Jamás te atrevas! ¡Yo no valgo la pena! —Ukyo lo escuchó, resopló y volvió a calificarlo de idiota. ¡No se trataba de él! sino de su padre. Ella lo había visto morir y se negaba a repetir una experiencia tan horripilante.
—Entonces déjalo ir…—espetó mirándola a los ojos con toda la sinceridad que pudo ofrecer. —Dices que te gustaría honrarlo y eso está bien, pero también deberías pensar en ti. Si quieres terminar tus estudios o vivir en la playa, entonces ve. El Dr. Tofu me dijo que tarde o temprano deberíamos dejar de luchar y pensar en una manera estable de vivir.
—Deseo ambas cosas…—respondió y tanto en la luz de sus ojos como el candor de su voz, él detectó una ambición nueva que le llamó la atención.
Sus cuerpos a medio vestir eran iluminados por la danzar errático de las flamas de su rudimentaria hoguera, creaba luces y sombras en zonas jamás tocadas de su piel aunque las mejillas de Hibiki se colorearon al reconocer que P-Chan, sí había estado contra su pecho, sintiendo el latir de su corazón, su calor y pasión. Ukyo continuó hablando, mirando a la cueva y no a él.
—Quisiera terminar la escuela y reunir el dinero suficiente para traspasar mi negocio a otro lugar. Sin embargo, no tendría tiempo para hacerlo.
—Déjame ayudar. —ofreció convencido de ello. —Yo no voy a la escuela así que podría aprender tus recetas, abrir tu negocio mientras estás estudiando. ¡Juro que no pondré lagartijas, roedores ni nada que no esté indicado!
—¿Por qué lo harías? —preguntó Ukyo mirándose en sus ojos. Desde antes había decidido que su compañero de desventuras tenía unos ojos admirables más una sonrisa agradable y confiable. Un cuerpo atractivo, alto, delgado y de envidiable musculatura, mismo que justo ahora se encontraba totalmente desnudo y a muy poca distancia del suyo. Su corazón se aceleró por este hecho, las puntas de sus dedos se congelaron y entumecieron. Sus propias ropas eran una desgracia ahora, no consideró el pudor al momento de quitarse la parte exterior aunque tampoco es como si se sintiera incómoda o desconfiara de él.
Ryoga se rascó la nuca, reconoció que no tenía ningún plan de vida. Ni siquiera poseía un hogar, pero podría colocar su tienda de acampar cerca de su establecimiento. Ukyo lo consideró y le pareció plausible.
—¿Qué pasaría con Akane? —preguntó porque hasta ahora caía en la cuenta de la ausencia de su pañoleta amarilla, la que traía P-Chan atada al cuello, la misma que Akane debería acariciar al sostenerlo contra su cuerpo.
—Ella estará bien. Antes de venir, le pedí a Ranma que le dijera que su cerdito, podría no volver.
—¿Estás seguro de eso? —inquirió acercándose a su cuerpo. Ryoga asintió y se ruborizó hasta las orejas al tenerla tan cerca.
—Desde hace tiempo he querido intentar algo nuevo, aunque primero…—Hibiki comenzó a juguetear con sus dedos, lo que irremediablemente llevó a la prenda que sostenía contra su entrepierna a terminar en el suelo. Ukyo gritó y le dio la espalda por ser un insolente, descarado y exhibicionista de lo peor.
¡Lo primero en su lista debería ser, avisarle a Ranma sobre la amenaza! Ella no tenía idea de quién podría ser la rubia roja hasta que Hibiki recordó una conversación que tuvieron Kasumi y Akane en el jardín de su casa. El significado de su nombre provenía de una pequeña planta de hojas verdes y pétalos amarillos de la que curiosamente, se extraía un tinte carmín.
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N/A: Efectivamente, el nombre de Akane proviene de una planta comúnmente llamada: la rubia carmesí.
