Muken no era tan malo si te gustaba la oscuridad, la humedad y el silencio… si te gustaba estar solo con tus pensamientos.
Sería un buen lugar para él si pudiera tener algunas comodidades y un laboratorio; podría concentrarse en investigaciones y teorías… si además pudiera salir a voluntad. Pero, al ser la prisión en Soul Society, eso era imposible. Suponía que para alguien como el morador sentenciado a 20 mil años, atado salvo en sus pensamientos, no podía ser tan paradisíaco. Aunque tampoco creía que Aizen sufriera. Sabía que estaba planeando algo y tendría suficiente tiempo para planear los movimientos de su siguiente a realizar cuando fuera liberado de ese infierno. Pero, lo primero era lo primero.
—No te esperaba tan pronto —sonó la voz de Aizen en la oscuridad.
—No tenía planeado venir —mintió.
—Oh —se regocijó la voz de Aizen—, ¿un movimiento desesperado? —sonó divertido—. Dime, ¿cómo está nuestro nuevo rey?
Suspiró pesadamente pareciendo que se daba valor para poder hablar.
—Tan bien como cabe esperar —respondió sinceramente—. Dime tú ahora, ¿cuánto estudiaste del rey espiritual? —preguntó seriamente.
—Debes sentirte miserable, Urahara Kisuke. Todo lo que hiciste para evitarle esto al chico… y fallaste.
Aizen ladró una burla que trataba de imitar una risa.
—No sé de qué hablas —respondió calmada… mortalmente serio.
—Ahórranos las mentiras. Sólo te hacen sonar más desesperado. Un hombre de tu inteligencia sólo podría haber aceptado la existencia del rey espiritual por algún motivo. Sólo por una razón más grande hubieras aceptado el estatus quo que implica la existencia de tal cosa.
—Creo, Aizen-san, que depositas en mi tus justificaciones. Eres tú quien no encontró una razón para aceptar el estatus quo y quisiste probarte como superior a las leyes naturales.
—Y, aún así, el rey espiritual, supera esas leyes.
—No lo hace —arguyó sin emoción—. La naturaleza de esas leyes sólo cobran dimensiones diferentes.
El resto de su respuesta se vio interrumpida por un dolor inesperado mientras su piel se abría en una tosca herida vertical sobre su torso. Gruñó antes de poder detener la reacción al dolor.
—Lo siento —dijo la voz de Aizen, claramente sin estar arrepentido—. Aún estoy practicando.
—¿Qué crees que haces? —preguntó con las quijadas apretadas por rabia y no por dolor.
—No, ¿qué crees que haces tú aquí? Viniste a mí para salvar a Ichigo, ¿creíste que no te costaría nada más que esconder tus visitas de Central 46? Tienes razón en que investigué al rey espiritual; tal vez más que nadie. Es una curiosidad fascinante, mórbida y desagradable, pero fascinante. Y si quieres saber algo de mí, yo voy a obtener algo de ti.
Se guardó el gruñido que quería lanzar mientras sentía a Benihime vibrar con furia a su costado.
—¿Qué quieres de mí?
Aizen rio entretenido.
—Arroja tu espada, lejos —ordenó.
Frunció el ceño molesto y tratando de anticiparse a los movimientos de su contrincante; cerró los ojos con fuerza. Soltó el aire en sus pulmones y arrojó su Zanpakuto, enfundada. Sintió la fuerza de Benihime como si le reclamara. Lo sabía bien, él también odiaba tener que hacerlo.
Los siguientes cortes fueron menos brutos, más controlados, pero todos demasiado cercanos al primero. No pudo evitar gruñir en el tercero que parecía un latigazo.
—¿Esto es lo que quieres? —gruñó entre dientes—. ¿Desquitarte?
—¿Lo que quiero? —preguntó la voz de Aizen sonando de nuevo a burla—. Lo que quiero no tiene nada que ver contigo.
Y lo azotó una vez más.
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Sintiendo el cuerpo en mejor estado que cuando había llegado a la división 4, terminó de vestirse calzándose el sombrero en la cabeza. Lo acomodó una segunda vez, sintiéndolo extraño después de tanto tiempo de no usarlo, encontrando el ángulo exacto hasta el segundo intento. Justo a tiempo para recibir a una inesperada visita.
Abarai-kun abrió la puerta de la habitación con un sonoro golpe y jadeó por aire.
—Urahara —dijo apenas recuperado—. Ichigo…
La mención de Kurosaki-kun, lo puso en alerta de inmediato.
—¿Qué pasó con él, Abarai-kun?
Abarai-kun dudó un segundo. Su gesto mutó, casi cómicamente, entre varias emociones. Cuando eligió una de tantas, volvió a ser el teniente de escuadrón.
—Ichigo escapó del palacio. Rukia está con él, me pidió que te buscara.
—Vamos —ordenó adelantando al teniente y tomando a Benihime aunque el contacto le causara pinchazos de dolor.
Con Abarai-kun a su lado, y sin poder deshacerse de él, salió del edificio sin agradecer a la capitána Isane-san por su ayuda en curar las heridas de su cuerpo; por darle un lugar y tiempo para meditar con Benihime. Su alma estaba furiosa y se había resistido siquiera a hablar con él. Cuando al fin logró entablar una conversación con ella; le había dejado en claro sus sentimientos: quería la sangre de Ichigo por la que él había derramado. Aunque quisiera sosegar aquella parte de su alma, ésta jamás se lo permitiría.
—Sólo quiero protegerte, Kisuke —soltó Benihime en su mente mientras se preparaba para volver al palacio—. Aunque sea de ti mismo.
—No me estás protegiendo —respondió de igual manera—. Me estás amenazando.
Y Benihime se quedó callada de nuevo.
El viaje duró apenas unos segundos. A su lado, el Shinigami de los tatuajes en el cuerpo se quedó sin aliento por el viaje, o por la presión espiritual que sentía en aquella dimensión separada del resto. Aunque Abarai-kun hubiera entrenado allí con la división 0 y aunque hubiera estado cerca del rey anterior, la presión que ahora reinaba en esa dimensión era completamente diferente. Viéndolo con tal reacción, sólo pudo imaginarse lo que la pequeña Shinigami estaría soportando.
Se apresuró a subir las escaleras del palacio para llegar a la fuente de tal presión espiritual. Encontró a Kurosaki-kun acostado en la cama doble y sólo se relajó cuando lo vio mover los párpados. Únicamente estaba dormido. Al verlo así, una parte de su preocupación pudo ser calmada. Sólo una parte.
Tratando de bloquear el reiatsu de Kurosaki-kun, buscó el de la mujer. La encontró alejada de la habitación y fue directamente a ella. Temía encontrarla desmayada o vomitando por lo que sería demasiado para un Shinigami común. Para su sorpresa, la encontró sentada en el piso de madera que emulaba la tienda de barrio del mundo material, con los ojos cerrados, pero respirando pausadamente.
—Kuchiki-san —llamó suavemente.
—Urahara —dijo ella abriendo los ojos—. ¿Qué le sucede a Ichigo?
—Es lo que quería preguntarte.
—Cayó rendido nada más cruzar las puertas del palacio. Dijiste que lo resolverías —atacó con severidad.
—Estoy haciendo lo que puedo con lo que tengo —dijo resignado, cerrando los ojos con el dolor que sentía ante su propia incapacidad de resolver la tortura del rey.
Las estrategias que había creado desde el principio comenzaban a agotarse y sólo podía pensar que no tenía toda la información necesaria para el trabajo. O que él no estaba a la altura. Contrario a Aizen, que creía poder superar al ente que se entendía como el rey espiritual; él sabía que no podía superar aquella existencia.
—¡No es suficiente! —gritó Rukia molesta.
—Rukia —terció Renji—. Cálmate.
—Lo sé, Kuchiki-san —respondió agudamente consciente de que era él quien no era suficiente. No estaba haciendo suficiente, no estaba haciendo lo correcto. Pero no podía imaginar qué le faltaba por hacer.
Antes que alguno más pudiera hablar, un estruendo sonó proveniente de las puertas del palacio. Urahara se masajeó la sien y el creciente dolor de cabeza. Uno que prometía no detenerse pronto.
—¡Oye, pervertido de las sandalias! —gritó una voz que conocía demasiado bien.
Segundos después uno de los dos Kurosaki a los que no quería ver en muchos años entró a la habitación con zendos pisotones.
—Urahara-san —saludó el capitán Hitsugaya mostrando un gesto de total frustración—. Traté de detenerla.
—¡Qué demonios crees que estás haciendo! —gritó la pequeña Kurosaki de cabello negro, que ahora sólo era pequeña en comparación con él.
—Kurosaki-san —saludó forzándose a sonar jovial y sorprendido—. No te esperaba por aquí. ¿Alguien quiere té? —ofreció mientras cubría su cara con el abanico esperando poder ocultar el gesto de frustración que él mismo debía tener pegado a su cara.
—¡¿Quién quiere té en este momento?! —gruñó ella desenfundando su Zanpakuto.
—Kurosaki-san —siguió él fingiéndose "honestamente" sorprendido—; eso es justo lo que me estaba preguntando —y tal vez el tono que había usado no había sido el correcto porque la irascible mujer dio un paso hacia él. Con el arma presentada.
Urahara cerró el abanico mientras daba media vuelta hacia la cocina donde iría a preparar el té. Mientras se reía para sus visitantes, fingió que no huía de su público.
—¡¿A dónde crees que vas?! —gritó Kurosaki-san mientras se lanzaba hacia él.
Apenas tuvo tiempo para dar media vuelta a su atacante, desenfundar a Benihime y llamar su escudo de sangre como si de un instinto de supervivencia se tratara. El intento homicida de esta mujer nunca, nunca, debería ser tomado a la ligera. Con un carácter más explosivo que el de su hermano, pero teniendo la misma necesidad de proteger a sus seres amados, Kurosaki Karin tenía que ser temida como una fuerza de la naturaleza.
El agudo de metales chocando lo obligó a abrir los ojos con sorpresa. Apretó la quijada mientras cerraba los ojos y sentía el filo de su propia alma clavándose en su piel. No había habido ningún escudo de sangre para él. Tragó saliva con la amargura de una traición y se obligó a guardar la humedad en sus ojos para que no fuera confundida con una lágrima formándose allí.
—¿Pero… —comenzó Kurosaki-san viéndose como la primera sorprendida—. ¿Qué… —siguió aún sin apartar la espada del contacto.
Un segundo estruendo de metal contra metal sonó. El dolor del filo de Benihime dejando su cuerpo no se hizo esperar mientras veía a Kurosaki-san salir despedida unos metros hacia atrás. Hitsugaya-kun estuvo presto a evitarle el golpe contra la pared y verla con reproche de inmediato.
Frente a él, estaba la espada del tercer Kurosaki.
—¿Qué hacen aquí? —gritó el hombre, furioso. Su reiatsu, descontrolado pero… concentrado en la pelea que comenzaba.
Kurosaki-kun se lanzó hacia el frente sólo para detenerse tres pasos después. Reculó un par y agitó la cabeza como tratando de sacudirse algo.
—¿Karin? —preguntó sorprendido, como si acabara de reconocerla—. ¿Qué haces aquí? —preguntó confundido—. ¿Qué haces aquí? —repitió, ahora sonando asustado.
Kurosaki-kun miró alrededor como reconociendo o midiendo a todos los que estaban en la habitación. Él no podía sentirse peor por el hombre. Se acercó por su espalda y le tocó el hombro esperando que reaccionara. Si lo atacaba a él, al menos, podría evitarle el dolor de haber atacado a su hermana. Cuando volteó a verlo, sus ojos mostraban cuán perdido se sentía. Se aclaró la garganta antes de poder hablar.
—Kurosaki-kun; puedes bajar tu Zanpakuto. No quieres lastimarla —dijo suavemente.
—¿Ichi-nii? —susurró Karin dando un par de pasos dubitativamente—. Ichi-nii, ¿Estás bien? —preguntó con voz quebrada—. Luces terrible.
Kurosaki-san no estaba equivocada, Kurosaki-kun se veía mal. Había perdido peso y músculos, no estaba en los huesos pero se veía más débil que nunca. Tenía ojeras y la piel pálida. Del hombre joven de apariencia saludable, fuerte y francamente guapo que había sido, quedaba poco más que el cascarón.
—¡Qué le estás haciendo! —gritó Kurosaki-san lanzándose a él una vez más.
Esta vez Hitsugaya-kun no había sido tan rápido para detenerla. Enfundó a Benihime en un movimiento, listo de inmediato para sujetar a la mujer con sus manos si era necesario.
Zangetsu agitó el aire frente a sus ojos y la punta de la espada apuntó directo a Hitsugaya-kun.
—¡Por qué la trajiste! —gritó mientras desarmaba a la hermana con un golpe de Zangetsu.
Cuando volteó a su hermana, Kurosaki-kun agitó la cabeza de forma histérica.
—¿Qué hacen ustedes aquí? —gritó de nuevo—. Les voy a hacer daño, demonios. Me alejé para salvarlos, para que no murieran, para que no pelearas contra…
Kurosaki-kun soltó a Zangetsu para apretarse la cabeza, con fuerza. Lanzó un grito histérico, desgarrado.
—Ichi-nii —dijo Kurosaki-san tocando a su hermano para calmarlo.
Kurosaki-kun apartó el contacto con un golpe y se alejó.
—¿Karin? —preguntó como si la reconociera de nuevo—. ¡Vete! —rugió volteando la vista a otro lado.
—No me voy a ir, Ichi-nii —dijo la mujer testaruda—. Todo va a estar bien.
—¿Bien? —estalló mientras se alejaba de nuevo—. ¡Nada va a estar bien de nuevo! En mi cabeza ya no hay nada "real", nada "ficticio"; nada "seguro" salvo que me estoy volviendo loco. Pero, de nuevo —dijo cambiando su tono a uno derrotado—, ¿es real el estar volviéndome loco o siempre he sido así? —terminó sin fuerza.
No pudo detenerse de acortar el paso que lo separaba del hombre mortificado ni a sus brazos de rodearlo por los hombros caídos. Tragó con fuerza el sentimiento de ver a alguien tan fuerte como Kurosaki-kun pasando por tal angustia y se recriminó de nuevo el no haber encontrado las respuestas.
Había pasado tanto tiempo desde el principio… cuando había creído tenerlas.
Y tal vez podría conseguirlas, pero no iba a tratar a Kurosaki-kun como un experimento de laboratorio. Aunque eso estuviera causando tanta desesperación en el joven.
Kurosaki-kun peleó contra el contacto de inmediato; peleó fuerte, logrando conectar un par de codazos en su costado. Se encorvó hacia un lado para no recibir otro golpe; tenía la ventaja mientras apretaba los brazos de Kurosaki-kun para inmovilizarlo.
—Tienes que calmarte, Kurosaki-kun —dijo suavemente, apenas más fuerte que un susurro pero igual de íntimo—. Necesitas protegerlos; protégelos —siguió mientras sentía los músculos del otro ir perdiendo la tensión—. Puedes hacerlo si respiras —aseguró con un inapropiado orgullo al sentir al joven reaccionar ante sus palabras—. Baja el arma —indicó relajando un poco de la sujeción que mantenía sobre él.
Kurosaki-kun dejó caer la espada al suelo.
Suspirando aliviado sintió a Kurosaki-kun perder la fuerza y caer al piso. Apretó su agarre para evitarle el golpe y suavemente guió el otro cuerpo hasta el piso. Kurosaki-kun peleó débilmente para separarse de él, o eso creyó antes que volteara el rostro y lo pegara a su torso. Por un segundo quiso advertirle de la sangre en su cuerpo, pero no tenía palabras para darle mientras sentía los puños del joven apretarse sobre su samue como otro lo haría a una línea de salvamento.
—Váyanse —susurró Kurosaki-kun sonando…roto, como nunca antes.
La cabeza estaba por estallarle. Las imágenes de todos esos rostros en su cabeza reían, se enfurecían, bromeaban, lloraban; gritaban de furia, se burlaban, gritaban emocionados… gritaban en agonía. Y los sonidos, en su cabeza, lo aturdían como si estuviera entre altavoces. El sonido de metales chocando, de filos cortando y de rugidos de batalla no paraba mientras veía enemigos, amigos, amantes, familia y traidores en los mismos rostros de su cabeza.
Aunque quería apartarse de la calidez que lo rodeaba, se apretó más a ésta.
¿Cuándo desaparecerá la paz de esta temperatura?, se preguntó mientras algo más invadía su cabeza. El movimiento de esa calidez sobre su espalda evitó que su mente fuera invadida y se encontró deseando que ese toque lo abandonara. No quería acostumbrarse a una paz que no duraría, no quería relajarse y sentirse protegido en ella para después perderla.
—Déjalo pasar —sugirió al joven a su cuidado en un susurro.
Hitsugaya-kun fue el primero de los visitantes en darse cuenta de que Kurosaki-kun lloraba. Sorprendido más por la escena casi trágica ante sus ojos que por la cambiante locura del muchacho, tomó a Kurosaki-san por el hombro y le hizo un gesto con la cabeza.
—Vámonos —indicó Hitsugaya-kun a todos los demás.
Kurosaki-san abrió los labios para objetar y los cerró ante la dura mirada que le lanzó. Ella entrecerró los ojos, terminó por asentir un segundo después. Cuando fue a recoger su Zanpakuto, y vio la escena que el capitán del escuadrón 10 había notado primero, Kurosaki-san apretó la quijada mientras aparecía un gesto de culpa en su rostro.
Aunque le hubiera querido ahorrar eso, la hermana menor había provocado que la situación se saliera de control en la cabeza de aquel a quien quería proteger también.
—Dile que no entrene —escuchó el susurro del hermano mayor al mismo tiempo que Hitsugaya-kun.
Ambos cruzaron una mirada y Hitsugaya-kun inclinó la cabeza hacia él. La mirada que le devolvió no sólo mostraba gratitud, sino una profunda desesperación. Por primera vez en tanto tiempo, vio a Hitsugaya-kun perder el férreo control que había conseguido en sus emociones.
—Dos pilares de una Soul Society actual, quebrados bajo el peso de la realidad —dijo el capitán de cabello blanco con desprecio a dicha realidad, con la quijada apretada como si rabiara por ello… o por no poder hacer nada para evitarlo.
Negó con la cabeza en el silencio que el capitán no mantenía. Aunque Kurosaki-kun fuera un pilar de Soul Society, él no lo era.
Cuando vio a los visitantes marcharse en un silencio derrotado, se permitió acariciar la espalda de Kurosaki-kun para calmarlo. Destrozado por verlo llorar sin sonido, y aun así buscar proteger a su hermana de lo que estuviera pasando por su cabeza, el nudo en su garganta se apretó aún más.
—¿Qué pasa por tu mente? —preguntó dulcemente antes de darse cuenta que el hombre bajo sus caricias estaba en coma de nuevo.
Parpadeó rápidamente para desaparecer las propias lágrimas de sus ojos y cargó al Rey en brazos.
Cuando llegó a la cama doble del cuarto real, lo depositó allí con extremo cuidado antes de cubrirlo con la sábana. Fuera por las lágrimas de desesperación que había visto en él por primera vez o fuera por las propias que no derramaba, se permitió acariciar el rastro salado que humedecía la piel ajena.
—No sé qué más hacer, Kurosaki-kun —confesó en voz alta—. ¿Qué puedo hacer para salvarte de esta existencia que te consume? ¿Será que matarte te liberaría de tu dolor? —dijo una vez más en su vida, y las lágrimas corrieron de nuevo así como lo habían hecho tanto tiempo atrás—. Te lo ruego, Ichigo. Dime qué quieres que haga.
Pero él no respondió. De nuevo no podía.
