CAPÍTULO VIII
Bastante drenada de ánimo, se sintió un poco culpable al recordar los momentos incómodos de la mañana anterior. No imaginó venir lo que Garrett terminó confesándole, y aunque en principio la enojó, era capaz de empatizar con su situación y las razones que tuvo para alejarse de su hermana, donde una parte de él fue cobarde, pero la otra honorable… Y aunque ella dudaba que su vínculo con Ilva se viese afectado, nada era certero cuando el corazón de una persona estaba dolido; independiente de que ella no correspondiera al muchacho a quien quería como otro hermano. ¡Ese hombre es peligroso, Elia! Resonó en su mente la voz de él, haciéndole mirar al asiento de enfrente, donde apenas veinticuatro horas atrás, había estado desayunando acompañada.
La noche que había pasado no fue la mejor. Primero, porque su hermana había vuelto a mostrarse bastante inquieta, era fácil de verlo en ciertas alteraciones de su respiración, y en segundo lugar, porque a pesar de saber que él no iba a venir la noche anterior, por inesperado que fuera, había echado de menos su presencia. Podía ser serio, a veces poco hablador y reacio a los cumplidos, pero su compañía la había confortado mucho; no solo por cuidar de Ilva para permitirle dormir, sino porque inconscientemente alejaba esa soledad que a veces la abrumaba, como si impulsara su espíritu. Irónicamente él, que llevaba el aislamiento y la reticencia marcados como un cartel de propaganda en su frente; eso expresaban sus ojos, que a veces rehuían de ella.
Suspiró, enfocada en terminar su taza de té después de haberse comido una paila de huevos revueltos, pero se vio interrumpida por alguien llamando a su puerta, lo que trajo consigo el recuerdo de la mañana anterior. Por favor, no otra vez, rogó en su mente mientras limpiaba su boca con la servilleta y se dirigía a atender.
Cuando abrió y enfocó a la persona frente suyo se quedó pasmada y un repentino nerviosismo comenzó a recorrer su espalda, del mismo modo que el miedo. No obstante, al prestar atención se dio cuenta de la mirada llena de empatía con la que la observaba aquella mujer mayor, de cabello corto y claro a quien había conocido en el hospital.
- Buen día, señorita Stoltz – la saludó la enfermera que había estado presente en la habitación del hospital donde Ilva estuvo interna, cuando el doctor la puso a prueba para demostrarle que era capaz de cuidarla.
- Buen día – logró articular Elia, temiendo que hubiese venido a llevarse a su hermana, lo cual la mujer entendió perfectamente por su actitud a la defensiva - ¿En qué puedo ayudarle? – le preguntó.
La mujer le sonrió con amabilidad al responder.
- He venido de parte del doctor Prince – le explicó con tranquilidad – No se preocupe, que no estoy aquí para llevarme a su hermana ni nada parecido. Sólo es una examinación de rutina, para llevar un registro de los días que ha pasado fuera del hospital.
Elia se relajó instantáneamente al oír aquello. Si no, se hubiese visto obligada a pelear de la manera que pudiese por seguir siendo ella quien la cuidara.
- Usted es la señora Green, ¿no es así? – siempre era mejor preguntar, a pesar de que estaba casi segura de ello.
- Correcto – respondió la mujer, inclinándose levemente.
Elia se espantó un poco por su gesto, ya que era ella quien debía mostrarse más educada. Más ahora que no parecía representar una amenaza.
- Pase, por favor – le pidió, haciendo una reverencia mucho más pronunciada – ¿quisiera beber un poco de té, limonada o agua? – ofreció gentil.
- Agua está bien – aceptó ella, mientras dejaba su abrigo sobre la silla que estaba cerca de la entrada.
Mientras Elia iba a por la bebida, notó que al igual que el Capitán, ella evaluaba en silencio el lugar y al menos parecía satisfecha.
- Siento ser indiscreta pero, aquí sólo viven usted y su hermana actualmente, ¿es correcto? – le preguntó en el momento que recibía el vaso de sus manos.
- Así es – contestó ella sin dejarse afectar – nuestros padres fallecieron durante el ataque a la ciudad y no tenemos otros parientes. Mamá era huérfana, y papá hijo único; no queda nadie más vivo.
- Comprendo – dijo ella, que parecía sopesar algo en su cabeza por un momento – siendo ese el caso, ¿ha podido estar atenta a las condiciones de su hermana tiempo completo?
Elia podía ver a dónde iba con eso pero parecía que realmente no quería ofenderla ni ponerle en una encrucijada al preguntarle; debía ser parte de las cosas que el doctor demandaba saber.
- Totalmente – aseguró, mirándole directo a los ojos para que viera que no era una mentira – tengo dos buenos amigos que me han ayudado estos días. Aunque no tienen conocimientos médicos, han vigilado de cerca a mi hermana para otorgarme un par de horas de descanso. Claro, sabiendo que, en caso de cualquier eventualidad, han de informarme de inmediato.
Dos buenos amigos… en realidad una lo era, pero no sabía si podía darse el lujo de decir que el Capitán Levi era su amigo. Ella lo consideraba como tal, pero lo que él pensara sobre ella ya era totalmente ajeno a su conocimiento, sin embargo, de lo que estaba segura era de que al menos parecía menos parco y más relajado cuando mantenían alguna conversación. Pero claro, no tenía derecho a autodenominarse una amiga, pero para efectos prácticos, era la mejor respuesta a su pregunta; siempre existían aquello detalles que estaban demás de ser compartidos.
- Me alegra mucho escucharlo – confesó la mujer con cierto alivio – ahora, si puede llevarme con ella, por favor – solicitó, poniéndose de pie.
Elia asintió e indicó que la siguiera. Su casa no era demasiado grande, por lo que era fácil ubicarse en los espacios.
Cuando entraron en la habitación, su hermana se había estabilizado desde que realizó el mismo proceso de limpieza en sus fosas nasales y boca esa mañana, pero de igual modo, continuaba con ese cambio en el ritmo de su respiración. La enfermera se detuvo cerca de la cama, solicitando indirectamente su consentimiento para acercarse a la muchacha y así revisarla, a lo que ella volvió a asentir.
Observó a la mujer atentamente durante los minutos que le tomó evaluar a Ilva, sin decir ninguna palabra durante el proceso, excepto responder alguna pregunta ocasional.
- Regresemos a la sala, por favor – dijo la mujer, después de enderezarse y terminar de anotar algunas cosas en una libreta que traía consigo.
Al llegar allí, tomó asiento frente al mesón principal y terminó de anotar sus últimas observaciones antes de mirarla. Pero la forma en que sus ojos se moderaron justo antes de hablar, la instaron a adelantarse e interrumpirle.
- Sé que está entrando en la etapa final – admitió, uniendo la palma de sus manos sobre la mesa para mantenerse en calma – ha ido apagándose cada día un poco más. La apnea no era frecuente hace dos días, pero desde ayer por la tarde comenzó a ser recurrente, sin importar lo que yo hiciera. Su pulso también se ha alterado, pero debe ser a causa del esfuerzo que hacen sus pulmones por oxigenarse.
- Me tranquiliza ver que en momentos como éste logre mantener su cordura – le comentó la mujer, con tristeza – no es fácil dejar ir a un ser querido.
- De cierta forma, siento como si ella se hubiese ido de este mundo el mismo día que cayó en este estado – lamentó Elia, bajando su cabeza y desviando la mirada hacia su izquierda por unos instantes – porque estar así… No es estar realmente vivo.
- Realmente lamento mucho su situación – manifestó la mujer, atribulada por sus pensamientos – yo perdí a mi esposo de una manera similar, por eso es que entiendo lo que está viviendo.
Elia miró cerró los ojos con fuerza, obligándose a no llorar. No podía hacerlo aún.
- Sé que no es el momento más oportuno para recomendarle algo como esto, pero… – la oyó comenzar a decir con respeto y delicadeza – Creo que sería bueno para usted obtener una certificación como enfermera. Le tomaría mucho menos tiempo que a la mayoría de las estudiantes, porque ya cuenta con el conocimiento y la práctica – Elia se incorporó y vio que lo decía con total sinceridad - Por experiencia propia, puedo garantizarle que ayudar a otros ha sido una manera de sanar. Ese es mi humilde consejo, señorita.
- Agradezco sus palabras y solidaridad en todo esto – a pesar de no tener ningún lazo previo, algo en ella la hacía parecer cercana, cálida y confiable – De hecho, lo he pensado bastante desde que di con mi hermana y ya me había propuesto hacerlo. En especial si pudiese hacerlo para la milicia; me gustaría poder ayudar a personas que luchan como ella.
- Una vez más, me alegro de escucharla tan llena de convicción – comentó la mujer, acercando una de sus manos para ponerlas sobre las de ella y darle a entender que podía contar con su apoyo – en ese caso, probablemente trabajaremos juntas.
Elia le sonrió, gratamente sorprendida por su nivel de humanidad e innegable bondad. La mujer le devolvió el gesto entretanto se colocaba de pie e iba a por su prenda para regresar al frío del exterior y marcharse.
- Va a ser difícil, señorita – le dijo, deteniéndose unos segundos antes de atravesar la puerta que Elia mantenía abierta – pero con el tiempo, irá saliendo adelante. Contar con un objetivo y rodearse del cariño y apoyo de sus amigos, son el camino más recomendable para que lo que sea que venga.
- Llámeme Elia, por favor – le pidió, realizando una vez más la reverencia e intentando por ahora no pensar en lo que el mundo sería sin su hermana.
- Nos veremos entonces, Elia – se despidió la mujer con esa aura maternal que era como un analgésico para el alma – si necesita cualquier cosa, ya sabe dónde encontrarme.
- Muchas gracias, señora Griselda.
Y así fue como la vio alejarse por su calle hasta doblar hacia la avenida. Quien sabe cuándo volverían a verse y en qué condiciones. Lo que sí tenía claro era que a veces terminabas encontrándote con este tipo de personas que inexplicablemente traen un poco de esperanza hasta en los peores momentos. Recordándote la fuerza que llevas dentro, recordándote quién eres y que tu vida sigue teniendo un horizonte, a pesar de todo lo malo o desalentador que el mundo a veces era.
Eso había sentido de su reencuentro con Petra, y así mismo se sentía cada vez que el Capitán estaba cerca.
Por ilógico y ridículo que fuese, sus nervios estaban a flor de piel desde que había iniciado su día. Como todo lunes, después del desayuno, comenzaba la instrucción semanal y luego se acercaría el momento crucial.
- ¿Qué te sucede, Petra? – Auruo le daba golpecitos con su codo en el costado – te ves muy ansiosa, y no paras de mirar hacia las puertas. ¿Esperas a alguien?
Ella se rio un poco nerviosa. Miró a su camarada sentado a su lado mientras todos los demás parecían prestar atención a las instrucciones de Mike Zacharias, el oficial a cargo designado durante la semana. Lo peor de todo es que no podía decirle ni a él ni a los otros, pero de igual modo se daban cuenta de que no era la de siempre.
- No es nada – le aseguró – es que me duele un poco el estómago – siendo sincera, el estómago le molestaba a ratos, pero no por algo que hubiese comido.
- Ya falta poco – le dijo este, notoriamente más relajado y creyendo su pobre excusa.
Auruo siempre se daba cuenta de lo que le pasaba, y Petra imaginaba perfectamente la razón, pero el muy cobarde no le decía nada. Y ella no iba a ceder tan fácil. Sus metas profesionales estaban antes que cualquier ilusión de pensar en comprometerse siquiera.
- Eso es todo por hoy – escuchó decir a Mike – sus asignaciones individuales están en el mural principal – les indicó – Ya pueden retirarse.
¡Ay no!, se dijo la chica. Consciente de que como segunda al mando, lo primero que debía hacer después de ver el mural, era presentarse en la oficina del Capitán.
- Deberías ir ahora si no quieres llegar tarde – le decía Auruo, notando su sobresaltó, y mirándola suspicaz – ya sabes que al jefe no le agrada la impuntualidad.
La pelirroja se hizo hacia atrás, sonriendo con mayor nerviosismo y asintiendo varias veces justo antes de salir corriendo y sólo del susto, llegó en un santiamén al piso de los sanitarios. Por tanto, aprovechó de lavarse nuevamente la cara con agua fría para disminuir la tensión, dándose de golpecitos con las palmas en las mejillas para infundirse valor.
En el momento que llegó afuera del despacho, su mano detuvo a la otra en el aire justo cuando iba a tocar la puerta, mientras gritaba internamente del susto. Comenzó a inspirar con fuerza, inhala, exhala, se dijo varias veces, antes de intentarlo nuevamente. Fue así como después de dos minutos, se aclaró la garganta y se acercó a su puerta resignada, pero resuelta a llamar; eso sí, con los ojos cerrados.
Extrañamente, sus golpecitos no dieron con algo sólido, y solo por eso, automáticamente los abrió.
- ¡Kyaaaaaaaaaahhh! – gritó, alejándose en reversa y a toda velocidad hasta la pared a su espalda y con su mano en el pecho, como si temiera que el corazón se le fuese a salir.
El Capitán la miraba serio y con una ceja alzada, sin entender su reacción.
- Ya me parecía extraño que no hubiese llegado, Petra – le dijo él, dándose la vuelta y caminando de regreso a su escritorio – Necesito despachar estos informes y concertar una reunión con el Comandante antes del final del día.
La chica se había puesto de pie y lo miraba recelosa entretanto él le daba la espalda y tomaba una carpeta para comenzar a revisarla. Así que hará como que ayer no pasó nada, se dijo ella, más relajada mientras lo seguía adentro de la oficina y sacaba su agenda para anotarlo todo. Luego, él sacó sus ojos del documento en su mano y señaló los otros que ya habían sido firmados y estaban apilados en la esquina de su mesón. La pelirroja los retiró con más prisa de lo normal, pero asintió dándose por entendida y esperó a su orden para poder darse media vuelta e ir a cumplir con sus obligaciones.
- Si envían o solicitan algún otro informe, deben hacerlo antes las dos de la tarde. Si no, quedarán pendientes para mañana – le dijo luego de mirar el reloj que colgaba en la pared izquierda – Puede retirarse.
- Entendido, Capitán – dijo ella asintiendo una vez más y dándose la vuelta.
Con cada paso que daba se mantenía alerta, pero afortunadamente, todo lo que la acompaño hasta la puerta fue nada más que silencio.
Una vez fuera y lejos del despacho, Petra exhaló increíblemente aliviada. De hecho, se sentía bastante tonta porque el Capitán no tenía idea de lo ocurrido, y probablemente no le interesaba saber todo lo que ella había escuchado después de que se hubo marchado de la casa de Elia. Que por lo demás, tampoco parecía inquietarle habérsela encontrado allí.
- Ya luces mejor – comentó Auruo al verla acercarse hasta el mural, donde la esperaban sus tres camaradas.
La pelirroja se rio con naturalidad, consciente de que había sido bastante irracional e idiota al ponerse ella nerviosa cuando al Capitán parecía no importarle en lo absoluto. Pero por un segundo, cuando lo vio enfocarse sobre su hombro en lugar de sus ojos, le dio la sensación de que evitaba su mirada deliberadamente.
- Todo en orden – le comentó a él y los muchachos, mientras sacaba sus asignaciones y comenzaba a revisarlas. Frunció el ceño al notar que ese día no tendrían tiempo, y a la mañana siguiente, debían reportarse temprano, lo que hacía imposible poder visitar a Elia ese día.
- ¿Por qué esa cara? – inquirió Erd, preocupado.
- La hermana de Elia – dijo ella, acongojada – me temo que está entrando a su fase final, por lo que ella me explicó ayer.
Los muchachos se miraron, y bajaron la cabeza un tanto desmoralizados. Nunca llegaron a tratar demasiado con la muchacha, pero para su corta edad, había sido una gran soldado, y su hermana había sido muy amable con ellos el día que la conocieron, pese a las circunstancias.
- Me hubiese gustado al menos ir hoy en la noche, pero veo que es medio imposible dado esto – les dijo, sosteniendo su hoja como si fuera algo lleno de palabrotas.
- Nosotros estamos en la misma situación – comentó Gunther – pero mañana después del almuerzo, yo al menos tengo libre el resto del día.
- Igual yo – comentó la chica, conformándose con lo que podían hacer.
- En ese caso, si no es inconveniente, podría acompañarte – le dijo el hombre, mirando a sus camaradas, por si se unían.
- Me parece muy amable de tu parte, Gunther – dijo Petra, animada ante la idea de que Elia conociera a uno de sus hermanos en armas.
- Demonios, yo no tengo libre hasta pasado mañana – informó Auruo, mirándola alicaído.
- Lo mismo yo – dijo Erd, negando con la cabeza y mirándose el brazo firmemente vendado – quisiera poder ayudarle en algo.
- No te desanimes, Erd. Ella realmente disfrutó el almuerzo que tu prometida y tu suegra le enviaron la otra tarde, además del desayuno de ayer – dijo ella, tocando el hombro de su compañero, y luego giró hasta su otro camarada – Bueno, seremos sólo nosotros dos entonces, Gunther. Quizá más adelante ustedes puedan unirse, muchachos – les dijo a los otros dos.
Los hombres asintieron y luego cada uno se dirigió a cumplir con los deberes que tenían, sin haberse percatado de que su Capitán se hallaba cerca y que había escuchado la mayor parte de la conversación entretanto se preparaba mentalmente para cumplir sus propias obligaciones del día antes de ir a verlas esa noche.
No había tenido chance de poder cambiarse para ir, ya que era bastante tarde cuando salió de la oficina. Llevaba consigo el contenedor que ella le había dado el día anterior, y en el bolsillo interior de su gabardina, la carta que Erwin había firmado a petición suya.
Exhaló de sopetón el aire que había estado conteniendo mientras recordaba lo que había oído de sus subordinados; el final se estaba acercando, y quería al menos regalarle eso a la muchacha, antes de partir. No tenía idea si pudiera llegar a escucharle, pero su hermana le había comentado en una de sus visitas, que nadie en realidad sabía si existía la posibilidad de que, pese a que su cuerpo no podía moverse o reaccionar, sus sentidos sí lo hiciesen. Por eso pensaba que no perdía nada con intentarlo.
- Capitán – parecía un poco sorprendida de verle allí tan entrada la noche, cuando él siempre había aparecido poco antes de las nueve – pase, por favor.
- Con todo el asunto del juicio, se llevaron varias reuniones y preparativos que tomaron más tiempo del que pensé – le explicó sin pensarlo demasiado. Solo entonces se percató, internamente impresionado, de que se estaba excusando con ella cuando rara vez lo hacía con nadie.
No se sentía un poco extraño por comentar algo que toda la población debía de saber sobre lo que acontecería ese viernes, pero sí de la naturalidad con la que se lo dijo. Lo que por fortuna, ella no tenía cómo saber.
- No tiene por qué disculparse – le aseguró la mujer, un poco más animada.
Levi notaba que una vez más, las bolsas bajo sus ojos estaban bastante marcadas y se notaba exhausta. No debía estar lejos al imaginar que, con el deterioro que su hermana había estado teniendo, no había querido despegarse de ella ningún segundo. Desconocía hasta qué hora había permanecido su subordinada con ella el día anterior, pero esperaba que al menos hubiese dormido un poco estando Petra allí. De no ser así, no había cerrado los ojos desde su última visita.
- ¿Cómo ha seguido su hermana? – era mejor ir directo al grano, para alentarla a dormir un poco.
- Temo que entrando en su fase final – de un momento a otro, su voz se había apagado considerablemente cuando dijo aquello entretanto le guiaba hasta la ya familiar habitación – es como una bomba de tiempo que puede detonar en cualquier minuto.
Al entrar allí, entendió claramente lo que quiso decir. La muchacha estaba mucho más pálida que la mañana anterior, pero lo que más destacaba era el sonido de su respiración, que se había tornado pesada y muy lenta. Había incluso momentos en los que parecía dejar de respirar por un tiempo prolongado y luego volvía, inhalando con más fuerza.
Los recuerdos difusos en su mente volvían a hacerse presentes, recordándole imágenes parecidas de cuando aún era demasiado joven para entender y aceptar.
- La dificultad para respirar es cada vez mayor, y eso hace que su pulso se incremente conforme pasan las horas – le explicó ella, al ver su expresión consternada – Suele suceder cuando se está recibiendo poco oxígeno; el corazón automáticamente comienza a bombear más sangre para mantenerla viva.
- Suena espantoso – fue lo único capaz de decir. Hubiese agregado "jodidamente" pero por alguna razón, no le gustaba maldecir demasiado delante de ella y la soldado. No porque pretendiera ser alguien distinto, sino más bien porque inspiraban en él algo que ni sabía cómo explicar. O tal vez lo delicada que era la situación se lo impedía. No estaba seguro.
- En eso tiene razón – le concedió ella con la mirada perdida en su hermana – se supone que el cuerpo trabaja de manera perfecta, pero es cruel que mientras una parte de éste trabaja por salvarla, otro intente lo mismo, pero hay un efecto colateral de por medio.
- ¿Cuánto tiempo lleva así? – le preguntó Levi, mirándola a ella preocupado. Era fácil ver que efectivamente, no había dormido desde que él se marchó la última vez.
- Desde ayer en la tarde comenzó a empeorar – le dijo aún sin perderla de vista – Y se ha mantenido estable dentro de su gravedad, pero ella… - no terminó la frase, pero él sospechaba que iba a decir que no quería dejarla sola por si algo sucedía.
Levi la entendía, realmente lo hacía. Pero si iba a ocurrir, y la encontraba en aquel estado de extremo agotamiento, podía ser peligroso.
- Entiendo que desee estar a su lado – comenzó él, con el mayor tacto del que era capaz – pero si sigue así, no podrá continuar el día de mañana.
- Lo sé, pero ¿y si algo sucede durante la noche? – estaba asustada. Por mucha experiencia y habilidad, nada cambiaba el hecho de que era su familia la que estaba muriéndose.
- Puede estar segura de que ante cualquier cambio, por pequeño que sea, la iré a buscar – ofreció él, serio y con toda la seguridad que podía transmitirle – pero debe dormir un poco. Permítame ayudarles mientras puedo hacerlo – le pidió.
Ella volteó a verle a los ojos llena de temor, más por el modo en que asintió en silencio hacia él, también podía ver que confiaba en lo que acababa de prometerle. La vio acercarse a su hermana y besar su frente con dulzura, y como siempre, susurrándole algo que él no podía llegar a escuchar. Después le pidió que saliera un minuto para comprobar su estado general, y dejar las anotaciones de su libreta sobre la mesita de noche; de ese modo él tendría con qué compararlas.
Apoyado en la pared del pasillo, con los brazos cruzados y esperando a que saliera del cuarto, Levi comenzaba a comprender el por qué era tan distinto tratar con ella; allí no existían presiones ni tampoco habían de por medio deberes u órdenes a cumplir o a dar.
Demasiados años habían pasado desde que él se había acostumbrado a tratar con hosquedad al mundo, inconscientemente poniendo una barrera que lo protegía de cualquier mierda por parte de quien fuera. Pero con ella no lo necesitaba; su propio mundo era una cruel miseria en ese preciso instante, y estaba tan deshecha que jamás podría haber representado una amenaza de ningún tipo para él. Por eso la trataba con tanto respeto, del cual nunca se creyó capaz, pero ahí estaba.
Lo mismo aplicaba de su parte para con él. La mujer no le temía, sino que lo respetaba como persona; y no como soldado, Capitán o por sus habilidades. Ella lo hacía sentir normal, y por eso él se sentía tan a gusto en su compañía, tan cómodo y libre, incluso de sí mismo.
- Acudiré de inmediato. Lo prometo – Levi se lo dijo una vez más, cuando ella se acercó hasta donde estaba e iba en dirección al final del pasillo.
La vio asentir, sonriéndole agradecida y agotada justo antes de continuar su camino en silencio.
Él miró el reloj, que indicaba que ya faltaban solo diez minutos para la medianoche, por lo que se mantendría haciendo una revisión del pulso y la temperatura la muchacha cada media hora para estar seguro.
Todavía de pie, miró hacia la puerta por la que había desaparecido y se dirigió al cuarto con la muchacha, imaginando que su hermana mayor probablemente ya había caído instantáneamente dormida por el nivel de fatiga acumulado, lo que generaba el momento idóneo para dejar la carta dirigida a la soldado, notificando de su adhesión al equipo elite. Buscó en la habitación, siendo el pequeño cajón del velador al lado de su catre, el mejor sitio donde dejarla, justo debajo de un cuadernillo que decía únicamente "copia", escrito a mano y con una caligrafía imprenta y cursiva que recordaba bien. Al terminar, se sentó en la cabecera de la cama, mirando hacia la muchacha y, apoyando sus manos sobre las rodillas.
- Si mi reconocimiento era lo que buscabas – comenzó él con un tono que estaba entre la determinación y el orgullo, sin dejar de mirar su rostro – te digo que lo has tenido desde hace un tiempo, soldado Stoltz. Fui yo quien solicitó tu baja temporal, sólo porque tenía la intención de reclutarte a ti y a esos revoltosos amigos tuyos, los Möser, una vez regresáramos de la misión. Pero todo se fue al demonio – confesó, inclinándose hacia adelante y apoyando sus codos sobre las rodillas con las manos hacia arriba y apoyando su frente en ellas – Solo quería comunicarte que el Comandante Erwin lo aprobó. Eso y, pedirte una disculpa por hacerlo oficial sólo hasta hoy, soldado.
Exhaló meditabundo, alzando su vista hacia ella una vez más, permaneciendo en la misma posición por varios minutos sin decir nada más. Si no fuera por la cantidad de personas jóvenes que ya había visto morir a lo largo de su vida, le hubiese parecido antinatural verla apagándose así. En especial por la fuerza con la que ella vivía cada día; eso sólo mencionando lo que podía apreciar en su mundo como soldado. Uno donde vio a esa chica siendo exactamente el mismo tipo de persona que Isabel: exudando alegría, siempre viendo más bondad que cosas negativas alrededor, y soñando con un mejor futuro. Alguien que sonreía a pesar de todo y contagiaba de esa energía única a quien la rodeara, incluido él. Por eso comprendía los sentimientos de la mujer que ahora dormía a solo pasos de ellos; Levi había querido a esa loca desquiciada de Isabel Magnolia como una hermanita, pero ella se había marchado para siempre.
Una sonrisa llena de melancolía se posó en el rostro del Capitán, al ver que, a pesar de las circunstancias, esta niña había sido feliz; podía apreciarlo ese ese genuino afecto y admiración que su hermana mayor le profesaba, lo que a su vez hacía fácil imaginar que sus padres también lo habían hecho. Eso era lo único que daba un poco de paz a su espíritu entretanto la contemplaba.
Afortunadamente, ya habían pasado poco más de cinco horas y la soldado se había mantenido estable dentro de su gravedad. El único problema era que ahora, los periodos donde dejaba de respirar por más segundos habían comenzado a ser más frecuentes. No queda de otra, se dijo a sí mismo, luego de comprobar que la temperatura y ritmo cardiaco eran los mismos al menos, antes de salir de allí.
Siguió la dirección en la que iba hacia el baño, sabiendo que la última puerta por el ala de enfrente, y a la que nunca había entrado, debía ser la habitación de sus padres. Se acercó resignado y tocó tres veces, pero nada sucedía. Suspiró con fuerza y volvió a tocar; esta vez con mayor ímpetu, pero una vez más nadie respondió. ¡Qué demonios!, maldijo para sí mientras se agarraba parte del rostro y cabello, frustrado y nervioso, pero sin otra opción más que entrar.
Avanzó con cuidado en la penumbra de aquel cuarto, que era un poco más grande al que ellas compartían, teniendo cuidado al caminar mientras se acercaba a la única cama, donde alcanzaba a ver su silueta gracias a que se había destapado, pero seguía profundamente dormida. Levi se acercó hasta el lado de la cama, notando que dormía de lado, pero estaba de espaldas a él, con su brazo y pierna derecha descansando armoniosamente sobre sus otras extremidades; la única parte que no veía era su rostro, gracias a que su cabello tapaba parte de éste.
No podía perder mucho tiempo, así que se aclaró la garganta, pero aquello tampoco la despertó. A eso siguió tocar su brazo con cuidado de no alarmarla, pero una vez más, no lo logró. Levi no sabía si tenía el sueño pesado o si se debía a su estado, pero no le quedaba otra opción más que hacerla voltear y zarandearla un poco. Una idea que le causaba bastante ansiedad, pero las opciones se le habían acabado. Inhaló y exhaló para tranquilizarse y en el momento que lo hizo, su cuerpo quedó mirando hacia el techo y él la soltó abruptamente, quedándose de piedra por la impresión. Estaba profundamente aturdido. Aunque la imagen de su cabello suelto y ondulado contrastando sobre la almohada era casi irreal, algo en lo profundo de él se removió al ver unos hilos invisibles y brillantes cayendo por sus mejillas; ella estaba llorando dormida. Probablemente lo hizo antes de caer en el sueño, pero dado el tiempo que llevaba, era ilógico que las lágrimas no se hubiesen secado.
Levi respiró hondo y se acercó nuevamente, colocando la mano en su hombro derecho esperando no asustarla.
- Usted – le dijo con su voz profunda pero clara – oiga.
Ella abrió los ojos de par en par y se sentó demasiado rápido, pestañando varias veces. Luego cerró los ojos con fuerza porque el movimiento brusco pareció provocarle un mareo.
- No se asuste – le pidió él, sin moverse del lado de la cama – es solo que usted solicitó que le avisara cualquier cambio, por eso vine. Llamé a la puerta, pero como no respondía, tuve que entrar – explicó apresuradamente.
- Por supuesto, descuide – dijo ella entretanto se giraba para colocarse los zapatos y amarrarse el cabello en una simple coleta, usando la liga que había dejado sobre la mesita de noche antes de recostarse - ¿Qué sucedió?
- El pulso y temperatura se han mantenido, pero el ritmo de su respiración se alteró – le explicó él lo mejor que pudo – los periodos en que deja de respirar se siguen prolongando.
- ¿Por cuánto tiempo? – inquirió mientras le seguía hasta la habitación, vestida únicamente con aquel pijama, que era un buzo, y parecía quedarle grande.
- Nueve segundos – dijo seguro – Cuando llegué, solo llegaba como mucho a siete.
- Conforme las horas pasen, esto se irá agravando – explicó ella, comenzando a tomar los signos de la muchacha manteniendo la calma.
- ¿Eso qué implica? – quiso saber él.
- Como le está costando respirar – respondió la mujer, mirándolo afligida entretanto colocaba cuidadosamente otro almohadón debajo del que soportaba la cabeza de la muchacha para inclinarla un poco – su corazón está entrando a trabajar al máximo para ayudarle, pero sus pulmones ya no tienen fuerza. Eso significa que cualquiera de los dos puede fallar primero, como pueden hacerlo ambos, si ya pasa a lapsos más prolongados.
Levi miró a la muchacha, cuyo cuerpo luchaba por seguir viviendo y se preguntaba si ella tenía alguna noción de su situación. Esperaba que no.
- Tal vez soy un monstruo al pensar que lo mejor es que ella parta – le oyó decir en voz alta, más a sí misma que a él. Sus ojos miraban a la soldado, pero en realidad parecían no ver nada. Solo había tristeza y miedo.
Levi se alejó un poco, quedándose apoyado en el umbral de la puerta, atento a lo que pudiese necesitar.
Era difícil no rememorar los recuerdos del día en que vio los últimos momentos de su madre, a quien nunca dejaría de extrañar, pero a pesar de haber sido tan pequeño cuando la perdió, se daba cuenta de lo que sufrió postrada en esa cama, abandonada por el mundo y afligida por el destino del hijo al que amaba enormemente y que se quedaría solo.
- Dígame... ¿usted la quiere, no es así? – Levi parecía impasible, pero dejarle ver más tristeza no ayudaría en nada.
Ella asintió, volteando a verlo.
- Entonces no debería pensar que es un monstruo – recalcó – porque nadie que aprecie a otra persona, desearía seguir prolongando esto – dijo él, señalando a la soldado con la mirada – Existir y vivir no es lo mismo. Usted lo sabe.
Ella bajó la mirada y se quedó así unos momentos, pero él había alcanzado a ver el peso del dolor en ella y cómo sabía que estaba en lo cierto.
- Lo sé - respondió ella, alzando su rostro con una sonrisa devastadoramente triste – aun así, es cruel que ella se vaya y yo, que soy mayor y he vivido más, siga aquí. Saber además que, pese a mis conocimientos medicinales, no hay nada que pueda hacer. Pero sobre todo, es difícil aceptar que nunca más volveré a verla o escucharla.
- Lo que a este mundo le sobra es crueldad – dijo el Capitán, concentrado en sus manos, las que empuñaba impotente y le provocaban el impulso de querer tomar, pero se mantuvo a distancia, alejando el inútil pensamiento de su mente para volverse a enfocar en lo que había pensado horas antes, cuando cuidaba a la soldado en silencio – pero debería hacerse usted la siguiente pregunta… ¿Fue feliz el tiempo que vivió?
De pronto vio cómo la fuerza con la que sus puños se cerraban cedió, y Levi volvió a mirar su cara, sumergiéndose directamente en sus ojos y tan gris como las rocas secas a orillas de un río, absolutamente conmovida por lo que acababa de decir. Sin embargo, aunque ella lo miraba directamente, parecía estar viendo algo a lo que su persona no tenía acceso: sus propios recuerdos. Momentos que le demostraban que lo que él le había dicho era la única verdad que importaba.
- Gracias, Capitán – susurró ella casi inaudible, sonriéndole aún apenada pero su mirada, que ahora sí lo veía a él, le dejaba ver un ápice de conformidad y algo de paz, que antes no estaban ahí.
Levi sintió que sus propias mejillas ardían, por lo que esta vez fue él quien agachó la mirada. Los cumplidos seguían pareciéndole algo molesto, pero fue más la sinceridad con que lo dijo lo que lo descolocó.
- Sé que necesita marcharse dentro de poco – comentó ella, cambiando de tema y mirándose a sí misma algo avergonzada; acababa de percatarse que seguía en pijama. Lo que a Levi no le importaba, pero por el modo en que se disculpó, podía ver que a ella sí – no me gusta abusar de usted Capitán, pero ¿podría concederme unos minutos para poder ducharme?
- Si logra aguantarlo, el agua caliente ayuda bastante con los músculos agarrotados – dijo él, recapacitando segundos después; ella seguramente lo sabía bien.
- Si usted lo dice – la vio erguirse y hacerle una pequeña reverencia antes de salir del cuarto que una vez más lo sobresaltó. Lo que una vez más ella no vio al haber seguido de largo casi de inmediato.
Levi entró en la habitación y se sentó en la silla que estaba cerca, intentando hacer caso omiso al hecho de que volvía a sentir sus mejillas ardiendo.
- Tch – resopló aturullado.
Pero la sensación desapareció tan pronto como llegó al mirar a su hermana menor.
Sabía que la tristeza jamás se iría, pero al menos ayudarle a no dejarse ahogar de angustia, inexplicablemente sosegaba su propio espíritu.
Al poco rato la vio llegar vestida con ropa limpia y su cabello había vuelto al estilo de siempre, armonioso y profesional. Y aunque quisiera no pensar en ello, le daba curiosidad el haberlo visto tan diferente cuando fue a buscarla; si no hubiese estado llorando, probablemente sería de las cosas más bellas que había llegado a ver. No obstante, en las circunstancias actuales, jamás tocaría un tema como ese, y en especial porque lo ponía nervioso que ella supiera de sus observaciones. Como en ese preciso instante, al percibir lo agradable de su olor tan cerca cuando pasó por su lado y le pedía amablemente unos momentos para asistir a la muchacha.
Levi se levantó en silencio y se fue directo a la cocina. Necesitaba un poco de té, y al mismo tiempo estaba pensando en dejarle un poco listo dado el reducido tiempo con el que ella contaría. Al menos se ve un poco mejor, pensó él, considerando que no fueron demasiadas horas las que durmió, pero las suficientes para continuar. Con que no tuviera el problema de insomnio que él sí, aquello no lo preocupaba demasiado; ella era fuerte.
Después de beberse dos tasas, lavó la suya y regresó con ella, quien se hallaba sentada con las piernas cruzadas sobre su cama, anotando algo en la libreta con la que a menudo la veía en las manos.
- Le dejé un poco de té en la cocina – informó él, entretanto se ajustaba su gabardina, sin acercarse demasiado.
Ella volteó a verlo, se puso de pie y se acercó para acompañarlo hasta la puerta, como solía hacer desde el inicio de sus visitas. Sin embargo, esta vez la vio quedarse justo frente a él, provocando en él aquel extraño nerviosismo; esperaba que no fuese a darle las gracias nuevamente, principalmente porque eso lo hacía sonrojar, así que interrumpió lo que sea que iba a decirle.
- No estoy seguro de poder venir esta noche, pero tengo entendido que mis subordinados lo harán – le comentó, notando un fugaz dejo de decepción en su semblante, pero bien podría haber estado imaginando cosas; últimamente, su cerebro le parecía un lugar ajeno al de siempre. Por lo general era bastante sereno y estable – puede confiar en ellos – le aseguró.
- Lo hago, señor – respondió ella con seguridad. Y repentinamente, la vio tendiéndole su mano con respeto y formalidad – Al igual que confío en usted – agregó con un tono lleno de certeza en el momento que él extendió su brazo e hizo contacto.
Levi se perdió por unos segundos en aquellos ojos que lo llamaban continuamente, sin darse cuenta de que seguía estrechado su mano con total naturalidad. La vio asentir, imitando su propia manera de anunciar su llegada o partida, y eso fue lo que le hizo reaccionar. Y por primera vez, Levi se inclinó levemente ante ella, para luego dar media vuelta y marcharse.
A medida que avanzaba por las calles desiertas, con el horizonte aproximándose, en vano trataba de no pensar en la reciente cercanía; era agradable, pero al mismo tiempo lo ponía ansioso. Y para su mala suerte, no contaba con que a pesar de flexionarla seguido, la mano responsable siguiera ardiéndole y cosquilleando, sin importar cuan fría estuviese aquella mañana.
Un capítulo más breve pero cada vez más intenso entre ellos dos.
Es lindo imaginar el modo en que Levi se pone así de nervioso, claramente sin entenderse a sí mismo. Su mundo es de lo más racional, hasta que alguien logra alterarlo. Pero bueno…ahora vamos a por el noveno capítulo, ¿verdad?
Gracias por leer.
Namärié
