V I I I
LO QUE depararía la noche no lo sabía. Pero lo que sentiría cuando volviera a ver a esos animales... A lo mejor no estaba preparada.
Una larga hilera de Hummers negros se dirigían a Dudley. Ella iba en el primero con su abuelo Homura, Obito y Kakashi. Sakura miró hacia atrás y Kakashi le guiñó uno de sus ojos oscuros.
—No estés nerviosa. No se acercarán a ti —le aseguró él.
Ojalá pudiera estar tan segura. Sasuke era intimidante y fuerte. No hacía falta tener facultades sobrenaturales para adivinar lo poderoso que él era. Aunque ella no lo temía. No era eso. Él la había hecho sentir sucia y muy vulnerable. Y no quería volver a sentirse así nunca más. Le había hecho daño físicamente, pero el dolor más profundo corría por dentro. Su primera vez... Cerdo. La había obligado con sus caricias a disfrutar con él. Y eso era confuso y enloquecedor para ella.
—Sakura, arrancarás el mango de la puerta si sigues apretándolo así —observó Homura con su ya tranquilidad habitual.
—Oh, perdón —apartó la mano de allí y la puso sobre sus piernas. Había tirado la ropa que le dieron los vanirios. A cambio su abuelo Homura ordenó a sus asistentes personales que hicieran una visita relámpago a las tiendas más selectas de Londres y compraran un vestidor entero para todo el año para Sakura.
Homura le había explicado que su familia había tenido un nombre importante dentro de la aristocracia inglesa. Supieron hacer grandes inversiones y acabaron enriqueciéndose más de lo debido, cuando se revalorizaron los terrenos de Inglaterra. Él en particular había heredado propiedades y terrenos de sus predecesores, así que vendió y literalmente se forró.
Podía vivir plácidamente de los intereses que le daban al mes los bancos, sólo con lo que tenía a plazo fijo, pero él, que era inquieto, compró una flota de barcos para estudiar el fondo marino y rescatar tesoros perdidos. Había encontrado ya miles de piezas preciosas, vendiéndolas algunas en el mercado negro, otras guardándolas en el sótano de su casa, y las demás donándolas o vendiéndolas al estado.
—¿Qué talla usas, preciosa? —le había preguntado su abuelo mientras hacía esperar a su asistente al teléfono—. Y no me niegues este capricho, Sakura. Tómatelo como un regalo de cumpleaños.
—No es necesario, abuelo. Podríais ir a Barcelona y traerme todo lo que tengo allí. Incluido mi perro —cómo lo echaba de menos—. Necesito a mi perro —musitó.
—Ya irás, cariño. En cuanto se aclaren las cosas, pero mientras...
—De acuerdo —dijo a regañadientes. —Un 39 de pie y una M de todo. De arriba y de abajo. Una 90 de sostén y una 38 de cintura. Mido un metro con setenta.
—¿Noventa-sesenta-noventa? —preguntó divertido.
Sakura se sonrojó, pero sonrió afirmando con la cabeza.
—Como tu madre —había contestado él.
Más tarde Homura la llevó por aquella mansión de estilo Victoriano, forrada toda de madera por el interior y la guió hasta un salón comedor decorado con muebles caros y exclusivos. Al fondo del salón y cobijado por una serie de butacas de la regencia había una chimenea. Y sobre la chimenea un retrato de familia. Homura, su mujer Akina y su hija Jade Mebuki.
Cuando Sakura paró enfrente del cuadro no pudo reprimir las lágrimas. Supo de quién se trataba nada más verla. Su madre debería de tener unos siete años. Llevaba dos coletas recogidas con lazos rojos a ambos lados y un vestido rojo y blanco de graciosos volantes bordados en los hombros. Estaba sentada sobre la pierna de Homura y le pasaba un bracito pequeño por encima del cuello del hombre. A su lado su abuela Akina cogía la mano pequeña de Jade Mebuki entre las suyas.
Jade Mebuki tenía los ojos muy grandes y expresivos, de un color verde intenso, labios gruesos, una nariz fina y un hoyuelo en la barbilla.
Sakura se rozó la barbilla con la mano y halló esa marca parecida a la de su madre. Lo sabía, venía de ella. Venía de Homura. Y los ojos rasgados y turquesa claros vendrían por parte de su padre Kizashi al igual que el color de su cabello rosa. Las pestañas negras y rizadas y los pómulos altos eran herencia de su abuela Akina. Pero de la nariz para abajo era de Homura. Sintió ganas de abrazar el cuadro, pero como no podía hacerlo se giró y apoyó la frente en el pecho de su abuelo Homura. Homura enseguida la cubrió con sus brazos y la consoló.
—La abuela era preciosa ¿Qué le pasó? —preguntó con la voz entrecortada.
—Murió en una pelea hace casi cuarenta años de los vuestros. Este retrato nos lo hicieron un mes antes de que falleciera.
—¿Cómo murió? —sintió que Homura se tensaba—. No importa, abuelo, no hace falta que...
—En una cacería contra los Dona-Madadh. Los vanirios entorpecieron la pelea y lucharon contra nosotros y contra los Dona-Madadh y ella... Cayó por error —apretó la mandíbula—. Uno de los lobeznos la mató.
—¿Habéis tenido muchos enfrentamientos con ellos?
—A menudo. Aparecen mucho en la zona céntrica de Birmingham. Allí hay mucha energía joven y eso les llama la atención, igual que a los Nosferátums.
—¿Fue allí donde murió la abuela?
Homura asintió observando el rostro hermoso de la que fue su mujer.
—Estábamos haciendo guardias por grupos. La noche parecía tranquila, o al menos eso creímos nosotros. Cuando aparecieron los Dona-Madadh en escena, nos quedamos sorprendidos. Se levantó una batalla campal. Otros grupos de vanirios, se unieron a la pelea y se abrieron tres frentes. Los vanirios luchaban contra nosotros y contra los lobeznos. Nosotros, debido a nuestra animadversión, también luchamos contra los vanirios y contra los lobeznos. Y los lobeznos luchaban contra ambos. Fue una de las pocas noches en las que las mujeres accedieron a acompañarnos en nuestras guardias nocturnas.
—¿Por qué no iban con vosotros más a menudo? ¿No son guerreras como vosotros?
Homura la abrazó más fuerte y le sonrió.
—Ah, pequeña... Una mujer berserker es un imán para el sexo opuesto. Todavía no sabes cuál es tu poder. Imagínate. ¿Cómo íbamos a proteger a los humanos, teniendo los instintos divididos entre la protección hacia nuestras hembras y la de ellos? Y lo peor: ¿cómo íbamos a querer defender a los hombres, cuando estos mismos tiraban los tejos e intentaban seducir a nuestras mujeres? La cuestión es que aparecieron más lobeznos de los esperados y, más tarde, se les añadieron Nosferátums que olieron la sangre a distancia. Akina y tres hembras más cayeron en manos de los vampiros.
Homura mantuvo la respiración y luego exhaló como si cada gramo de aire cortara su garganta.
—Lo siento mucho, abuelo.
—Gracias —sonrió apesadumbrado—. Tu abuela te habría encantado.
Sakura estaba segurísima de ello. Con la mirada clavada en el rostro de Akina pensó en la seguridad del lugar donde se encontraban ahora.
—¿Y en Wolverhampton? ¿Han venido aquí alguna vez?
—Nunca han llegado hasta aquí. Y no vendrán. Un lobezno aquí no duraría ni medio minuto. Este es nuestro santuario.
Abrazó con más fuerza el torso de Homura y se frotó con la mejilla. Por fin tenía con ella a alguien de su familia y finalmente se sentía en casa.
—Me gusta el nombre de Jade Mebuki —susurró sin poder reprimir las lágrimas.
Homura inclinó la cabeza y apoyó su mejilla sobre la coronilla de Sakura.
—Se lo pusimos por el color de sus ojos. Verdes como el jade, y Mebuki por mi madre.
Ahora, en el coche, con esa ropa nueva, discreta y a la vez insinuante no podía negar que se sentía mejor. Vestía una camiseta rosa, un pantalón negro extra-corto que dejaba al descubierto sus blancas y esbeltas piernas con bolsillos militares en los laterales y unas botas negras de medio tacón que le llegaban cuatro dedos por debajo de las rodillas. Qué gran cambio. Duchada, perfumada y acompañada de personas en las que empezaba a confiar se sentía mejor y más fuerte. Se sentía femenina y seductora y más consciente que nunca de lo que provocaba en el sexo opuesto. Y por primera vez en su vida eso la estimulaba y la divertía. Tenía ganas de jugar. Y estaba convencida de que en veinte minutos, cuando se pusiera el sol, empezaría el juego.
