—¿Has oído a la lavandera que canta? Te juro que tiene una voz como la de un coro de ángeles,— dijo un hombre de barba a su compañero.

—Es cierto, pero reside aquí en la tierra y no parece estar casada. Estaba pensando que podría llamar a esa jovencita de apariencia tan agradable y suplicarle que asistiese a alguna fiesta conmigo,— respondió su compañero, engullendo una rosquilla con una jarra de cerveza.

—¿Contigo? ¿Por qué? Ella es demasiada señora para ser vista con alguien como tú. Además, tiene ese bebé con ella. Apuesto a que su hombre trabaja en las minas de oro y ella está sacando un buen dinero con su ropa.

—Bueno, no lo sabremos hasta que se lo pregunte, ¿no es así?

Espiando esa conversación entre dos brutos mineros que se encontraban de pie detrás de él en el bar, Levi frunció el ceño. Hubiese podido noquearlos a ambos dos, si hubiese querido. Después de todo, se dijo a sí mismo, en algunos círculos se consideraba un delito ofender el nombre de una dama en un saloon. Se dio la vuelta y les dio una mirada amarga, pero no se dieron cuenta. Erwin, que estaba de pie junto a él, obviamente se fijó, y se rió tanto que empezó a toser.

—Vamos, Levi,— dijo, recuperando el aliento, —busquemos una mesa para sentarnos.— Últimamente le había parecido que el abogado se cansaba tan pronto como un hombre viejo, y le había dado por llevar bastón. Era una cosa impresionante, con una gran cabeza de oro de filigrana y la virola lacada en negro. Sin duda parecía un correcto aparador para un tipo elegante como Erwin. Pero Levi notó que se apoyaba más de lo que lo arrastraba. Cogiendo una botella de whisky, Levi atravesó el multitudinario saloon hasta llegar a la mesa. Erwin se acomodó en una silla, riéndose de Levi de nuevo.

—Me sorprende que pienses que es gracioso,— comentó Levi, dejándose caer en la silla opuesta. Se tomó su propio tiro de alcohol. —¿No era eso lo que te preocupaba cuando Hanji decidió iniciar el negocio de la lavandería? ¿Que estuviese expuesta a —esas ofertas tan desagradables? —

—No me estoy riendo de eso. Me estoy riendo de ti. Quizás no lo quieras admitir, pero tú eres al que no le gustan ese tipo de ofertas.—Erwin tenía un brillo perverso en sus ojos hundidos. Se quitó una mota de pelusa de su abrigo hecho a medida.

—Simplemente no quiero que ella sea molestada por gente como Nile Dok— Levi inclinó la cabeza hacia los dos mineros. —U hombres así.

—Tal vez ella no lo vería como que la están molestado,— sugirió Erwin, manteniendo un ojo en él.

—Si piensas que está buscando atenciones de otro hombre, te puedo garantizar que te equivocas. Es la última cosa que quiere.— Levi puso sus pies sobre la silla de al lado.

—¿Y cómo lo sabes?

Levi pensó en el apasionado discurso que Hanji pronunció sobre su anhelo de darle a Sasha una oportunidad en la vida. —No hace falta ser un genio para darse cuenta de eso. Además, tu jerigonza en la mesa de atrás de Pixis no acabó con Zeke Jaeger. Todavía está legalmente casada con él, si lo recuerdas.

Erwin se encogió de hombros y bebió otro trago de su vaso de whisky. —Él la abandonó. Estoy seguro de que cualquier juez otorgaría una sentencia de divorcio, dadas las circunstancias.

Levi no quería pensar en eso. Mientras ella fuese técnicamente esposa de algún otro hombre, sentía una medida de seguridad ante los pensamientos que incesantemente, trepaban por él. —Me es indiferente—eso es asunto suyo. Lo único que quiere es ganar dinero, y por lo que sé, eso es justo lo que está haciendo.

El día estaba nublado, aunque el sol asomaba entre las nubes de vez en cuando. Una brisa fría, rígida amenazaba con llevarse el secado de lavado en los tendederos de Hanji. Había levantado una tienda de campaña en torno al cubículo de Sasha para que el viento no soplara en la cara del bebé. Hanji se puso sobre su caldera de hierro, revolviendo un poco de almidón con un remo roto. Hizo una pausa por un momento para subirse las mangas y se inclinó sobre el utensilio. A pesar de la brisa, se trataba de un trabajo caliente, duro. De hecho, todo lo relacionado con el negocio de la lavandería era agotador. Había renunciado a la perfección. La mayoría de la ropa que le traían estaba tan sucia con tierra incrustada y sudor, que nunca se vería verdaderamente limpia de nuevo, no importaba lo duro que restregarse. Así que, tuvo que conformarse con quedarse bastante limpia, aunque sus clientes estaban más que satisfechos.

De vez en cuando se demoraban para charlar brevemente con ella, los mineros solitarios con su lavado bastante limpio, envuelto en papel de estraza y metido bajo el brazo. Su experiencia con los hombres era limitada, pero ella percibía interés en las preguntas que le hacían. ¿Cómo había decidido empezar con este negocio de lavandería? ¿No está siendo un verano caliente? ¿Le gusta bailar? Hanji era educada, pero les recordaba que era la señora Ackerman, y les sugería que podrían hacer negocio con su marido en su tienda de comercio. Algunos de ellos, de hecho, lo habían hecho. También había tenido un par de experiencias desagradables. La fiebre del oro había atraído a hombres de todos los ámbitos sociales, la mayoría de ellos, se sorprendió al enterarse, habían venido tratando de huir, más que por conseguir oro. Buscaban refugio de esposas o suegras, cobradores, trabajos forzosos, y la ley. Algunos de ellos le recordaban a Zeke, la miraban especulativamente, como si estuvieran evaluando su capacidad de ser dominada, y, posiblemente, porque ella estaba ganando más dinero que ellos.

Un hombre le ofreció dinero a cambio de que cantase para él en privado. Otro estalló en cólera cuando no pudo quitar una mancha de vino de la parte frontal de su camisa. Sin embargo, la policía montada hacía acto de presencia, y patrullaba por la calle lateral, justo lo suficiente para controlar cualquier situación que se fuese de manos.

Sí, el trabajo era duro, pero ¡oh! tan bien pagado. Acumulaba cada grano de polvo de oro que recibía, y los pesaba cada noche. Por si acaso, había cosido un botón de cierre en el bolsillo de su delantal donde lo guardaba, y de vez en cuando, sobre todo cuando más le dolía la espalda, le echaba mano para sentir el peso del mismo. Había tenido la intención de pagarle a Levi la deuda de Zeke, y, en el fondo de su corazón, sabía que su plan había sido más como promesa solemne de un niño que una certeza. ¿Cómo demonios iba a hacerlo? Ahora, sin embargo, estaba empezando a creer que iba a lograr ese objetivo.

No había visto ni había oído nada de Zeke desde aquella tarde en el Saloon La Chica de Yukon, y agradecía que así fuese. Él se había apoderado de sus frágiles esperanzas de tener una vida mejor y había pisado sobre ellas antes de abandonarla. Al principio había sido muy cautelosa, vigilando su posible regreso. Gente como Zeke rara vez se marchaba para siempre, volvía a aparecer como la famosa falsa moneda. Y conocía a Zeke lo suficientemente bien como para tener problemas para creer que ya había visto lo último de él. Pero a medida que pasaban los días sin ningún rastro de él, comenzó a bajar guardia. Deseaba no ser todavía a su esposa, pero con el tiempo tal vez eso podría remediarse.

De vez en cuando, levantaba la vista del caldero burbujeante de almidón para mirar la ventana del lado del Comercio de Ackerman. Levi no estaba parado junto a la ventana. No estaba segura de si ella esperaba verlo o no. Él seguía siendo todo un misterio para ella. Hanji sentía que algo lo impulsaba, y que un resquemor—una vieja decepción, tal vez—que se escondería en su pasado, había coloreado su punto de vista.

Sin embargo, el miedo inicial que sentía por él, ahora se había convertido en curiosidad, y últimamente se había dado cuenta de que siempre lo miraba por las mañanas mientras se afeitaba. Siempre era lo mismo—de pie descalzo ante el espejo, sin camisa, sus pantalones colgando bajo su cintura, su cabello negro noche rozando sus anchos hombros—

—Señora, ¿es usted la señora Ackerman? — Hanji se tambaleó de nuevo al presente y vio a dos hombres acercándose en un carro y deteniéndose en la calle lateral. En la cama llevaban una lona que parecía cubrir un objeto de gran tamaño.

—Sí, soy la señora Ackerman,— respondió ella, deteniendo el remo. Era extraño lo rápido y fácil que se había acostumbrado a usar el apellido de Levi. Esperaba que un cargamento de ropa sucia no estuviese escondido bajo esa lona.

El conductor asintió y luego echó el freno y ató las cuerdas a la palanca. —Señora, traemos su pedido,— dijo, y los dos hombres saltaron del vehículo.

—¿Pedido? Yo no he pedido nada.

—Aquí dice que sí lo hizo.— Agitó una hoja de papel delante de ella con tanta velocidad que sólo puedo ver algo impreso a gran tamaño, antes de que el hombre se guardase el recibo en su bolsillo trasero. Había sido capaz de leer que se trataba de una factura de venta y de pago. —Por lo menos, nos contrataron para hacer una entrega aquí.

El otro hombre, haciendo caso omiso de la conversación, ya había comenzado a desatar las cuerdas que sujetaban la lona.

—Pero, ¿qué es?

El hombre que estaba desembalando el misterioso pedido, retiró la lona con una reverencia. —Aquí tiene, señora.

Hanji pudo ver un gran cartel que decía: LAVANDERÍA DE LA SEÑORA ACKERMAN.

Estaba pintado maravillosamente bien, con letras de fantasía en negro, y sus bordes, en color oro.

—¿Quién ha comprado esto?— Preguntó, asombrada.

—Bueno, veamos.—.El hombre sacó la factura de nuevo y se la entregó. Leyó la firma audaz de Levi, y el precio—¡Setenta y cinco dólares! Al parecer, no importaba lo duro que trabajase, su compromiso con él seguía creciendo. Y ni siquiera ella había pedido tal cosa.

—Oh, por favor, no, no puedo aceptar esto. Van a tener que devolverlo.

—¿No le gusta?

—Oh, no, es una señal maravillosa, es preciosa. Pero no puedo quedármela. Por favor, ¿no la podrían devolver?

El hombre se frotó la barbilla sin afeitar, obviamente preparado para esa posibilidad. —No, no podemos hacer eso, señora. Mire, la cosa ha sido comprada y pagada adecuadamente, y también se nos pagó para colocarla. De todas formas, ¿qué iba a hacer el pintor de letreros si se la devolvemos? No podría vendérsela a otra persona a no ser que haya otra, señora Ackerman lavandera en Dawson.

—Pero yo...

—Es un regalo, Hanji.

Se dio la vuelta y vio a Leví acercándose. Su paso era digno y elegante. El viento azotaba su cabello lejos de su bonita cara y aplastaba su camisa contra su torso, delineando el marco de sus músculos. El sol intermitente destacaba el vello de sus brazos, haciéndolo brillar. Deseó poder aprender a ignorar su físico impactante.

—Dijiste que querías una señal. Así que encargué que pintaran una.

—Pero quise decir cuando me lo pudiese permitir. No esperaba que tú pagases por ella.

Se encogió de hombros e hizo un gesto hacia la parte trasera del carro. —Bueno, ya está aquí, y yo quería pagar por ella. Así que—¿qué vas a hacer, Hanji?

El hombre que le hizo la entrega, la miraba expectante. Levi sonrió y miró vagamente triunfante, como si supiera que iba a salirse con la suya. Hanji no sabía qué otra cosa hacer sino aceptar. Le molestaba, una vez más, no haber tenido ni voz ni voto en una decisión que la afectaba. Sin embargo, mezclado con su molestia era una sensación de placer ante el hecho de que Levi hubiese pensado realmente de ella, y hubiese hecho algo agradable para sorprenderla.

—Está bien,— les dijo a los hombres. —Póngala ahí arriba.

El día siguiente era domingo, y por estricta orden de la policía montada del noroeste, la viva Dawson que nunca dormía, que todo el mundo conocía durante los seis primeros días de la semana, había llegado a un punto muerto. Todos los negocios de la ciudad, incluyendo los saloons y salas de baile, estaban cerrados a cal y canto. El único sonido que se escuchaba era las débiles variedades de himnos procedentes de los misioneros católicos y anglicanos que habían viajado a Dawson para salvar a los que codiciaban la riqueza y sus males asociados. Un aire de arrepentimiento poco entusiasta se cernía sobre todo.

Levi estaba irritado por la inactividad forzosa semanal. Una cosa era que un hombre decidiera tomarse un día libre—y otra muy distinta, cuando así se le exigía. Ni siquiera podía mantener la tienda cerrada y trabajar dentro de sus muros. Los negocios estaban obligados a mantener sus luces encendidas para que la patrulla de los montados pudiese ver el interior y tener la certeza de que nadie violaba la ley.

En la mayoría de los domingos, Levi aprovechaba el tiempo caminando por las colinas. Echaba de menos tener un caballo, pero no había visto muchos allí arriba, ni mucho ganado de cualquier tipo. Hacía dos semanas, Dawson había visto una vaca por primera vez, traída en barco por un hombre llamado Samuel, que inmediatamente vendió la leche a treinta dólares por galón.

Hoy, sin embargo, Levi permaneció en la sala contigua a la tienda, mirando las calles desiertas. El cielo estaba gris y bajo de nuevo. Dios, realmente odiaba en lo que esta ciudad se había convertido. Seis días y noches a la semana, era ruidosa y estaba llena de gente. Y a pesar de que estaba rodeada de desierto, en tan sólo unas semanas había crecido hasta tener casi el tamaño de Portland y Seattle.

La ciudad no había sido tan mala cuando él llegó. No era donde quería estar, pero el lugar tenía su belleza, una grandeza en su dura inmensidad que a Levi le gustaba. Ahora tenía dos bancos, dos periódicos, cinco iglesias, y postes de teléfono alineados en las calles. Era como un maldito carnaval. Las cicatrices de los sueños de los hombres que llegaban hasta allí, les hacían recorrer el terreno circundante, lo cual desfiguraba aún más estas cicatrices que esos sueños se iban encontrando a su paso compuertas, cabañas feas, colas y pozos mineros.

Parecía como si hubiese transcurrido toda una vida desde que había visto aquellas colinas verdes; los bosques y acantilados rocosos que había dejado atrás en The Dalles. El río Columbia, feroz y ancho, cortaba un curso implacable desde su cabecera en Canadá a través de las Cascade Mountains en su camino hacia el Océano Pacífico. En su camino tallaba la garganta del río más hermoso que Levi había visto jamás. Suspiró y metió las manos en sus bolsillos traseros. El deseo de verla de nuevo, de vivir en esa tierra una vez más, era lo que hacía que Dawson fuese soportable. Tendría el dinero que necesitaba, esperaba en los próximos meses. Luego volvería a The Dalles y viviría de la manera que quisiera. Su padre tendría que aceptar que el hombre no tiene que engañar o mentir en su camino por la vida para tener éxito.

Detrás de él, en el lavabo, Hanji estaba terminando de bañar a Sasha en un bol de porcelana con flores. El sonido de las salpicaduras de agua, y el arrullo entre la madre y el bebé no estaban tan mal, admitió. De hecho, creaban un ambiente hogareño. Miró por encima del hombro a tiempo de ver a Hanji poniéndole a Sasha uno de los vestidos que había hecho para ella.

—¿Cómo está hoy?— Le preguntó.

Hanji acunó a Sasha en el hueco de su brazo, con el faldón del bebé colgando, y la llevó hasta la ventana. —Oh, está muy bien, ¿verdad, princesa?— Respondió con una sonrisa, mirando más a Sasha que a él. —Ya ha comido y se ha lavado, y tiene su ropa limpia.

Ese silencio entre la madre y la niña se veía tan bonito como la aurora. Aunque Hanji estaba ocupada todos los días desde la mañana hasta la tarde, Levi se dio cuenta de que tenía mucha mejor apariencia que la primera vez que la vio. Todavía estaba demasiado delgada, pero su figura comenzaba a redondearse. Sus ojos marrones eran más claros, y su piel había adquirido un tono luminoso, como una flor de color melocotón. O el trabajo le sentaba muy bien, o su liberación de ese bastardo de Zeke la había ayudado. Demonios, tal vez eran ambas cosas, pensó.

De un modo u otro, se estaba convirtiendo en una distracción que Levi no había anticipado el día que su marido se la traspasó. En aquel entonces, agarrando al bebé contra su delgadez no parecía mucho más que una niña. Eso había cambiado definitivamente. Levi extendió un dedo para que Sasha lo agarrase, y su pequeña mano se cerró alrededor de él con un fuerte apretón. Ella lo miró fijamente, aparentemente aún más fascinada con él de lo que él estaba con ella. Algo sobre la pequeña agitaba su corazón. Olía a jabón y agua fresca, muy diferente a su madre.

De pie tan cerca de Hanji, sintió cómo la sangre comenzaba a latir con fuerza por sus venas. Las medialunas de sus pestañas le hizo pensar en un oscuro, liso sable. Su mejilla, suavemente curvada, tenía una mancha rosa pálida como el cielo del atardecer. Y su boca, llena y de color coral, ligeramente separada cuando la punta de la lengua se asomaba a tocar su labio superior.

Ella era una mujer casada, y Levi nunca había coqueteado con la esposa de otro hombre, por muy tentador que fuera. O, como en este caso, no importaba lo bajo que su marido fuese o lo finos que fuesen los lazos de unión de la pareja. Su mente sabía lo que tenía que hacer, pero su cuerpo no le daba el más mínimo crédito a la moral o la ética. No tendría porqué haber sido un problema cuando aceptó este arreglo. Pero mientras contemplaba la zona ligeramente húmeda de sus labios, que su lengua había rozado, se preguntó de nuevo qué daño habría en un solo beso—¿Te gustaría cargarla?— Le preguntó Hanji.

Miró hacia arriba y encontró su mirada, reclinándose sobre él. Sintiéndose repentinamente consciente de sí mismo, sacó su mano del puño de Sasha y retrocedió un paso. —Oh, bueno, no... Yo...— Se frotó las manos contra sus pantalones y se encogió de hombros. El bebé, claramente infeliz por la pérdida del dedo de Levi, arrugó la cara y empezó a llorar.

Hanji apenas reprimió una pequeña risa. Ahí estaba ese gran —en carácter—hombre salvaje, que llevaba un cuchillo de aspecto desagradable atado a su muslo y que tenía otro carnicero bajo su mostrador de la tienda; un hombre que podía ser tan completamente intimidante que podía robarle el aliento. Y en cambio, se había apartado de Sasha como si fuera un ogro de seis metros de altura.

—No te va a morder aún no tiene dientes,— bromeó ella, disfrutando de su ventaja. Sabía que Levi sentía curiosidad por Sasha. Lo había visto detenerse a mirar al bebé mientras ella dormía, o balancear su reloj delante de ella, pero nunca la había tomado en sus brazos.

—Pero es muy pequeña,— dijo por encima de los gritos de la niña. —Probablemente le haré daño.

Ella no pudo evitar sonreír. —No vas a hacerle daño, aunque parece que está bastante disgustada contigo por haberle quitado tu dedo.

La incertidumbre estaba escrita en su hermoso rostro. —Bueno, no sé cómo— Hanji cerró la distancia que había abierto entre ellos y acercó a Sasha hacia sus brazos. Él la abrazó con torpeza, con evidente inexperiencia.

—Sólo tienes que mantener su cabeza y espalda,— dijo, explicándole la técnica apropiada. —Acércatele un poco más.

Tan pronto como la tomó en sus brazos por completo, el llanto de Sasha se detuvo. Miró hacia Levi y le sonrió, agitando un puño mojado de saliva delante de él. Él la devolvió la sonrisa, luego miró a Hanji. —Es muy suave.— Parecía sorprendido.

Esta vez Hanji no pudo evitar reír. —Sí que lo es. Los bebés son suaves. ¿Nunca has tenido uno en brazos antes? ¿Tal vez un hermano o hermana? ¿Un sobrino o una sobrina?

Él negó con la cabeza. —No. Mi hermano es sólo un par de años más pequeño que yo. De todas formas, nunca hemos estado, lo que podría considerarse, unidos.

Ese atisbo de información arrojó otro tronco de leña en el fuego de la curiosidad de Hanji. Podría ser su oportunidad de aprender algo sobre Levi. —¿Vino al norte, también?— Recogiendo el lavabo, se dirigió hacia la puerta.

Su risa fue breve y mordaz. —¿Floch? Diablos, no. Por lo que sé, está todavía en The Dalles, siguiendo el ejemplo de mi padre y aprendiendo su manera de conseguir las cosas.

—¿Eso es malo?— Equilibrando el bol sobre su cadera, abrió la puerta y salió al rellano para tirar el agua del baño de Sasha por encima de la verja.

—Sí, lo es para la gente que el viejo excluye de su negocio bancario — Sacudió la cabeza y se echó a reír otra vez, manteniendo la mirada fija en el bebé. —Él nunca parecía pensar que podía estar haciendo algo malo. Supongo que su lema podría ser, aprovéchate de los demás para servirte a ti mismo.— Sosteniendo a Sasha como si llevara un objeto de arte de valor incalculable, se sentó en una silla a la mesa. —Además, Floch tiene una esposa.— Esto último lo dijo con una amargura especial.

Ella cerró la puerta de nuevo y lo consideró. —No pareces el hijo de un banquero. Al menos no de la manera que yo imagino que sería.

—¿Sí? ¿Y cómo es la apariencia que tú crees que debería tener el hijo de un banquero?

—Bueno, ya sabes, más almidonado, supongo — Hizo un gesto en su dirección. —El cabello más corto, y probablemente si un cuchillo ni pantalones de gamuza.

—Eso es lo que mi hermano y mi padre pensaron, también.

—¿Tu familia sabe que viniste hasta aquí?

Él frunció el ceño, sus cejas descendieron para descansar sobre sus párpados, haciéndole parecer tan fiero como el día en que lo vio empuñar el cuchillo de carnicero. Se puso en pie y llevó a Sasha a su caja.

—No, no saben dónde estoy, y no son mi familia — La palabra sonó tan afilada como una botella rota. —Yo era la tierra en el picnic de su almuerzo—la conciencia que les preguntaba qué estaban haciendo—y ellos se sentían avergonzados de mí. Mi padre y mi hermano echaron a viudas, niños y ancianos de sus casas si no podían pagar sus hipotecas. Apilaban sus pertenencias en frente de sus casas y les decían que no era nada personal... Sólo negocios. Eran codiciosos. Me avergonzaba de ellos, y no me importa si no los vuelvo a ver. No es exactamente lo que se conoce como un grupo leal, ¿eh?— Caminó de nuevo hacia la ventana, alejándose de lo que parecía el sonido de una campana de una iglesia distante. Cuando estaba enfadado parecía llenar cualquier espacio que ocupaba. Parecía más alto —figurativamente—, más ancho de hombros, más grande que nunca. Era extraño, Hanji tenía menos miedo de él esta vez, tal vez porque se dio cuenta de que su ira no estaba dirigida realmente a ella. Pero era una cosa palpable, rugiendo en su pasado.

—¿Te desvinculaste de todo el mundo? ¿Incluso de tu madre?— Pensó en su madre, a la que nunca volvería a ver, y sintió un nudo en su corazón.

—Ella murió durante una epidemia de gripe. Yo tenía unos once años, creo. ¿Algo más que quieras saber?— Se dio la vuelta y la miró directamente.

La pregunta sonó más como una acusación, y Hanji se dio cuenta de que estaba más enfadado de lo que ella creía.

—Sí, ¿qué quieres para cenar?— Era una pregunta tonta, pero salió sola de su boca.

Él la miró y se echó a reír. Su sonrisa reveló sus dientes rectos y blancos, y sus hoyuelos. La tensión en la pequeña habitación de madera se evaporó. Sacudió la cabeza con tristeza y frotó su nuca. —Hanji, eres un tipo diferente de mujer,— admitió. No sabía porqué—después de todo, en realidad no era un cumplido, exactamente—pero había sonado como lo más bonito que le habían dicho en años.

Dos días más tarde, Hanji estaba metida hasta los codos en agua jabonosa caliente, restregando con todas sus fuerzas para terminar un pedido de camisas para el Gran Dimo Reeves. Conocido como el Rey del Klondike, su riqueza y sus intereses de negocios eran tan grandes que cuando el Banco de Comercio los enumeraba, le llevaba varias horas y empleaba a todo el personal. Le había prometido a Hanji un extra de doscientos dólares si tenía las camisas listas por la mañana, y tenía la intención de hacerlo. Mientras Sasha alcanzaba la cuerda de cuero crudo con abalorios que un cliente había colgado encima de su pequeño cubículo, Hanji cantaba —Dulce Marie,— mientras frotaba.

—Cantas muy bien, Jiji. No sabía que podía cantar tan bien.

Hanji se quedó inmóvil, sus manos rígidas sobre el tejido de las camisas de Rod. Incluso sin oír ese familiar diminutivo, que tanto odiaba, reconoció perfectamente la voz de la persona detrás de ella. Su corazón dio un vuelco, como un caballo desbocado dentro de su pecho. Zeke Jaeger se acercó a la tina y se puso frente a ella. Ella se quedó mirando, sin habla. Se había dejado llevar tontamente por la creencia de que ya había visto lo último de ese hombre. Si es posible, se veía aún más disipado y andrajoso que el día que se la vendió a Ackerman. Tenía un gorjeo y una tos blanda como si hubiese pasado demasiado tiempo en un lugar húmedo. Su ropa colgaba de su cuerpo flaco y parecía como si se hubiera dormido en la cuneta con ella. Un pico de su sucia camisa colgaba por fuera, y su bragueta estaba parcialmente abierta.

—He estado escuchando todo acerca de la bonita señora lavandera que canta para pasar el tiempo.— Miró hacia el cartel con los ojos entrecerrados. —Excepto que oí que su nombre era la señora Ackerman, así que no me figuré de inmediato que se tratase de ti

Desesperadamente, Hanji miró a su alrededor, esperando que alguien, cualquier persona, pasase por allí. Levi había ido a encontrarse con un barco de vapor en el río, y ella no tenía idea de cuándo volvería. La policía montada ya se había dejado caer por allí antes, y no esperaba volver a verlos hasta mucho más tarde. Los hombres y los animales y los carros viajaban hacia arriba y abajo de Front Street, pero ninguno se desviaba hacia allí. Nunca esa calle parecía estar tan desierta y aislada.

—¿Qué quieres, Zeke?— Preguntó ella, tratando de mantener la voz firme. Durante las últimas semanas había estado perdiendo el miedo, capa a capa; de la forma en que una persona pelaría una cebolla. Pero ver a Zeke lo trajo todo de vuelta, y estaba envuelta con fuerza dentro de ese terror otra vez. Era mucho más difícil dejar hábitos y actitudes de lado, que aprenderlos, se había dado cuenta.

Él la miró de arriba abajo con evaluación, con los ojos inyectados en sangre, sin perder ningún detalle de ella. —Se te ve jodidamente bien, Jiji. Me gusta la trenza de tu pelo y tu ropa nueva.— Su tono era insinuante y jovial. —Justo como imaginé, bastante aceptable estando limpia.— Él sonrió, dejando al descubierto sus dientes de aspecto espumoso, y se pasó la lengua por los labios de una manera que hizo que el estómago de Hanji se revolviese. No quedaba nada del hombre que ella recordaba sentado a la mesa de la cocina con su padre y su hermano. No había sido ningún premio por ese entonces—pero ahora, sin embargo, parecía haber tocado fondo en la vida.

—Todavía no me has dicho qué quieres,— dijo ella, agarrándose al borde de la tina con sus dedos inertes.

—Has estado ganando dinero también, por lo que se ve,— prosiguió, acariciando una camisa en su tendedero. —Parece que te hice un gran favor al permitir que Ackerman se ocupará de ti durante un tiempo — Automáticamente, Hanji llevó su mano hacia la parte delantera de su delantal donde guardaba su bolsa de oro, pero se contuvo a tiempo. Si Zeke sabía que tenía ese oro en polvo, se lo arrebatará sin dudarlo, en un instante.

—No se te permite venir por aquí, Zeke. Ese papel que firmaste en el saloon lo dice.

—Pamplinas, nada me puede prohibir tal cosa—chasqueó sus sucios dedos—y menos un papel. De todas formas, ha vuelto en mí un ansia por recuperar a mi mujer. Así que guarda tus cosas y sigamos adelante.

Ella lo miró, horrorizada. —¡No me voy a ir contigo! ¡Tú me abandonaste, me vendiste; no te pertenezco nunca más!

—Y has conseguido reunir agallas, también, ¿no es así?— Dijo, echándose su grasiento pelo hacia atrás con una mano. Él la evaluó de nuevo con una mirada lasciva que hizo que su corazón golpease de nuevo su pecho, con más fuerza aún. —Me gusta, siempre y cuando no te excedas— Ella vio el destello de maldad a través de sus ojos. Volvió a toser, un gorgoteo húmedo y con flemas, y luego arrastró el dorso de la mano por su boca.

Una vez más, Hanji miró hacia Front Street, buscando a alguien que interrumpiera, incluso si era sólo uno de sus clientes que le llevaba más ropa. Pero no había nadie. Se sentía como un nadador que se ahoga mientras divisa la orilla en el horizonte y sabe que está demasiado lejos para alcanzarla.

Hanji respiró hondo y trató de sonar valiente. —No quiero tener nada que ver contigo nunca más, Zeke. Quiero que te vayas.

—Estás empezando a poner a prueba mi paciencia, nena,— advirtió, sonando más como el hombre que ella recordaba. —Te voy a dar cinco minutos para que vayas a por tus cosas, o te llevaré conmigo, tal como estás ahora. Y no creo que te guste demasiado teniendo en cuenta que me deshice de toda tu ropa vieja.

Agarró su antebrazo, y Hanji intentó liberarse de él, pero él era más fuerte de lo que parecía. —¿Por qué tengo que irme contigo?— Le preguntó, tratando de escucharse por encima del pulso latiendo en sus oídos. —Me dejaste aquí, y así es como quiero que sea. Estamos divorciados.

Su ira estaba en pleno dominio ahora, pero era lo bastante astuto como para no alzar la voz para evitar llamar la atención de algún transeúnte que pasase por allí. —No soy estúpido, Jiji, y tengo mis derechos. No me importa lo que el amigo abogado de Ackerman, dijese. No estamos en los Estados Unidos, estamos en Canadá, y lo que ese dandy de Louisiana dijo, no vale nada aquí. Sé que no había nada en ese divorcio que fuese legal. Sigues siendo mi esposa, y la niña sigue siendo mi bebé. —Señaló a Sasha, y Hanji sintió cómo el caballo salvaje ascendía por su pecho hasta la garganta. — Y no me importa un carajo lo que Levi Ackerman diga. Has practicado adulterio con ese hijo de puta. Conocimiento carnal ilegal, lo llaman. Yo lo llamo hacer de puta. La ley está de mi lado. Tu papá te entregó a mí, así que tú me perteneces. ¡Incluso si eres una puta!

—No, Zeke, por favor—no sabes lo que estás diciendo,— exclamó, horrorizada por sus acusaciones de inmundicia.

Él apretó su agarre en su brazo, lo que la hizo sentir un hormigueo creciente por sus dedos, y tiró de ella en torno a la tina, acercándose a él. La abofeteó una vez, bruscamente, trayendo un zumbido a sus oídos y lágrimas a sus ojos. —Vendrás conmigo, o te daré una buena lección para responderme.

Luego, con un brillo realmente malvado en sus pequeños ojos brillantes, agarró al bebé con un brazo. Sasha empezó a llorar. —Ahora, hagamos un poco de lo que le has estado regalando a ese Ackerman,— dijo, y con su brazo libre la atrajo contra su cuerpo maloliente. Ella luchó para alejarse al ver como su boca se aproximaba a la de ella, pero él mantuvo su cabeza firme. Oh, Dios, por favor, envía a alguien—

De pronto, como si Dios se hubiese apiadado de ella, era libre. Levi estaba allí. Agarró a Zeke por el pelo y tiró de él, apartándose de Hanji. Aprovechando el momento, ella le arrebató a Sasha de su brazo, agarrándola con toda la fuerza que consiguió reunir, tratando de acallar los gritos de la pequeña. De pie detrás de él, Levi se apoderó del copete de Zeke y arrastró su cabeza hacia atrás sobre su hombro en un frío abrazo. La larga hoja de su cuchillo brillaba al sol como un espejo, le tocó a Zeke garganta con él. —¿No te dije que no volvieras lloriqueando por aquí, sabandija?— Gruñó.

Hanji miró la lucha, y pensó que Levi parecía cien veces más aterrador que Zeke. Su rostro se puso rojo con manchas, y una vena latía en su sien. Levi aumentó la presión sobre el pelo de Zeke, sus ojos verdes, como esmeraldas ardiendo en llamas. —¿No te dije que te mantuvieses alejado de ella?— Repitió. —¡Respóndeme!

Zeke hizo un ruido estrangulado con su garganta que sonaba como una afirmación.

—Así es, Jaeger,— dijo junto a su oído. —Pero no te dije qué es lo que te haría si alguna vez te encontraba merodeando por aquí.— Levi aumentó la presión sobre la hoja del cuchillo contra su cuello, causándole un rasguño que comenzó a gotear sangre.

Hanji soltó un chillido. —¡Levi, no!— Ella había sospechado que en sus momentos más oscuros, Levi Ackerman sería muy capaz de matar a un hombre. Si él mataba a Zeke, la policía montada lo colgaría, a ciencia cierta.

—¡Levi!

Alzando la vista, Hanji vio a Erwin dirigirse hacia ellos, caminando tan rápido como podía. Se le veía más débil cada vez que lo veía, pero su voz resonaba como un trueno; como lo había hecho aquel día en el saloon. Vestido impecablemente como siempre, mantenía su bastón con la cabeza de oro como si fuese un cetro, pero la ira en su delgado rostro le daba el aspecto de una calavera con el ceño fruncido. Levi mantenía su control sobre Zeke, la furia aún saliendo de él, su mandíbula bloqueada. No levantó la mirada ni tan siquiera reconoció a su amigo. Hanji creyó que no era consciente de nada a su alrededor excepto el debate en su propia mente entre matar a Zeke o dejarle marchar. Los ojos de Zeke estaban tan dilatados como las tapas de las ollas, y el color había desaparecido de su rostro cetrino. El olor punzante del miedo emanaba de él, añadiendo al hedor fétido que ya exudaba.

—Deja que se vaya,— le ordenó Erwin. Su tono de mando casi disfrazaba su aliento jadeante. Se quedó a escasos dos metros de Levi con Zeke posicionado entre ellos. —Levi, maldita sea... ¡Déjale ir! Si lo matas... Lo perderás todo... Cada cosa que has conseguido... Vamos, hombre... ¡No merece la pena!

Erwin dio marcha atrás posteriormente cuando un ataque de tos lo alcanzó; era el peor que Hanji había escuchado hasta el momento. Con su rostro grisáceo ante la falta de oxígeno, tropezó con un barril de manteca de cerdo que estaba volcado junto a los tendederos y se sentó, apretando un puño contra su corazón. Hanji se acercó y puso una mano sobre su huesudo hombro. Sus labios estaban teñidos de un azul tenue, y sus ojos se abrían alarmantemente con cada ronda de tos, pero mantuvo la mirada fija en su amigo.

Después de lo que pareció una eternidad, Levi soltó el pelo de Zeke y le dio un fuerte empujón que lo tiró al suelo. La respiración de Levi estaba muy acelerada, y los músculos a lo largo de sus mandíbulas palpitaban por la tensión. Zeke se deslizó hacia un lado por el suelo, con sus piernas trabajando como si estuviese pedaleando una bicicleta imaginaria.

—Es la última vez, Jaeger,— dijo Levi entre sus dientes apretados. —Si alguna vez vuelves a dejarte caer por aquí, nadie va a ser capaz de salvarte. Nadie.

Increíblemente, Zeke hizo una última protesta después de que consiguió ponerse en pie. —Hanji es mi mujer, y ésta es mi hija. Me pertenecen. Sé cuáles son mis derechos,— insistió con una valentía acuosa, agitando un dedo tembloroso hacia ellos mientras retrocedía. —¡Tengo mis derechos, por Dios!

Todavía agarrando el cuchillo, Levi dio dos pasos amenazadores hacia él y le escupió a sus pies. Zeke dio un salto hacia atrás. —No tienes una mierda. Lo diste todo tu mujer, tu hija, y el derecho de llamarte a ti mismo, hombre—el día en que me las vendiste por mil doscientos dólares. Hanji se pertenece a sí misma ahora. La próxima vez que te vea por aquí, no vas a ser capaz de irte caminando. Tendré que llamar al Padre Nick para que te lleve a su hospital.

Boquiabierto como un pescado que acaba de tocar tierra, al parecer a Zeke no se le ocurrió nada que decir. Con sus pequeños ojos llenos de miedo y odio impotente, se volvió y corrió hacia Front Street tan rápido como sus piernas flacas se lo permitieron. Para volver, esperaba Hanji, a la roca debajo de la cual habría salido.

Nadie habló durante un momento, y luego, el silencio fue roto por la respiración a trompicones de Erwin y la disminución de los lamentos de Sasha. Levi puso el cuchillo de vuelta en su funda, y luego se dirigió a Hanji. —¿Estás bien? — Poniendo el dedo debajo de su barbilla, levantó su rostro levemente, y ella vio la furia corriendo de nuevo por sus ojos verdes. Estremeciéndose, ella trató de apartar la cara. —¡Jesús!, ¡Jesucristo! ¿Te ha pegado?

Supuso que la mano abierta de Zeke debía haber dejado una huella roja en su mejilla. Asintió con la cabeza, tratando de encontrar su voz, pero tenía la garganta muy apretada. Sus entrañas se estremecieron como la gelatina Fannie Farmer, y su exterior no se sentía mucho mejor.

Dejando caer su mano, Levi se paseó delante de ella, con su furia de vuelta en todo su esplendor. —¡Debí haber matado a ese hijo de puta! ¡Maldita sea, debería haberlo hecho! Lo encontraré...

Hanji encontró su voz y agarró el brazo de Levi. —¡No, Levi, no!— Rogó. —Erwin tiene razón. La policía te desterrará de Dawson. Él no va a volver. Simplemente deja que se vaya.— Debajo de la tela de su manga podía sentir el contorno de todos sus músculos apretados.

Después de pasear un rato más, asintió a regañadientes y luego pasó un brazo por los hombros de ella. Anhelaba apoyarse en él, entregarse completamente a la comodidad de su fuerza infinita. ¿Era posible que tal comodidad y seguridad pudiese encontrarse en los brazos de un hombre? Hanji creyó en ello una vez y fue engañada por el hombre que se acababa de marchar. No iba a arriesgarse de nuevo. Se enderezó y se apartó del brazo de Levi.

—¿Y el bebé?— Preguntó, agachándose para apartar la manta de la cara de Sasha. Los gemidos del bebé cesaron

—Oh, ella está bien.— Dijo Hanji, dándole un beso a la pequeña en la frente. —Gracias,— susurró con su garganta hecha un nudo.

—¿Y tú?— Levi le preguntó a Erwin

—Por Dios,— el hombre jadeó, —nadie puede decir que esta ciudad sea aburrida. Iba de camino hacia el saloon cuando eché un vistazo hacia aquí y te vi en un altercado con Jaeger. Menos mal que se me ocurrió pasarme antes de que lo hicieran los montados. Hanji pensó que había sido un milagro que Levi hubiese llegado antes de Zeke le hubiese hecho algo mucho peor.