El coleccionista
Sumario: Algo extraño está sucediendo con Draco. Al menos, Harry sabe que el Draco que él conocía en Hogwarts no permitiría que lo tratasen de esta manera.
Género: Drama/Romance.
Claves: Casefic. Drarry/Harco. Post-Hogwarts. EWE. Harry sí es Auror, Draco tiene problemas…y adiós canon.
Disclaimer: Si HP fuese mío, esto sería canon. Ya que no lo es, saben lo que significa.
VIII
—…es una locura.
Quizás por enésima vez, Harry vio al antiguo Slytherin resoplar frente a su viejo compañero. Cuando se imaginaba las reuniones entre serpientes, de adolescente, no lo hacía de ese modo.
Era un curioso error, una imagen que tenía grabada en la cabeza, y ahora era destruida frente a sus ojos.
Blaise, con un jean muggle que asumía suponía una influencia de su novia y una camisa arremangada, estaba tendido en un sofá de dos plazas, de lado a lado, con la espalda apoyada contra uno de los reposabrazos y los pies cruzados sobre el opuesto. Tenía una cerveza de mantequilla en una mano y un cigarrillo mágico de menta en los dedos de la otra. Y ojeras. Harry no podía dejar de notar sus ojeras oscuras y enormes, que hacían que los ojos perdiesen importancia.
Draco, que le daba sorbos de vez en cuando a su propia cerveza, estaba inclinado hacia adelante desde un sillón, con expresión de ligero hastío. Supuso que aquello se estaba demorando más de lo que esperó en un comienzo.
Harry estaba en un sofá individual, en medio de la sala, por lo que veía el intercambio como si de una final de tenis se tratase. Estaba convencido de que saldría de ahí con dolor de cuello.
La anfitriona, Ilta, los recibió cuando llegaron, pero desapareció en alguna parte de la casa desde entonces, dándoles privacidad. Apenas podía creer que en verdad hubiese visto a Draco ser besado dos veces, una en cada mejilla, por una hija de muggles. No sólo eso, sino que la chica además le preguntaba si comió, si durmió bien y por Narcissa, y él le contestaba con la calma de quien sabía que aquello era lo que le esperaba desde un principio.
—Es lo más lógico que se me ocurre, basado en sus actuaciones pasadas…
—¿Podrían decirme qué es? —preguntó Harry, en un tono más tranquilo de lo que se sentía en realidad.
Desde que llegaron, hablaban en una especie de código del que comprendía poco o nada. Se sentía casi tan desorientado como si volviese a los primeros años en Hogwarts, parado frente a la mesa de trabajo del laboratorio de pociones y con Snape preguntándole la diferencia entre dos ingredientes de los que nunca escuchó hablar en su vida.
Ambos se detuvieron y giraron hacia él, como si la intervención fuese un crimen cometido en su contra. Blaise le dio un largo trago a su cerveza y se reacomodó, con la espalda en el respaldar, como correspondía, y las piernas cruzadas.
—No le has contado —La sonrisa lenta, pequeña, que esbozó tenía un deje burlón que no rozaba con lo malicioso. Le hacía pensar en cuando Ron lo fastidiaba o viceversa—, es por eso que no ha huido todavía. Comenzaba a preguntarme cuánto tiempo más estaría sentado ahí, con eso que tienes en mente.
—Sé que no suena muy bien…—empezó Draco, pero su amigo se echó a reír.
—¿Qué pasó la última vez que lo intentamos, Draco?
Él no contestó. Desde el otro sillón, le sostenía la mirada a su antiguo compañero, con una expresión que parecía pedirle que lo apoyase un poco. Blaise le dio una calada al cigarrillo y suspiró una humarada que llenó la sala de olor a menta.
—Dile a Potter primero.
—Sólo si tú nos ayudas —puntualizó Draco, sacándole otra media sonrisa al mago.
—Sabes que no haré gran cosa.
—Tus habilidades son muy útiles.
Luego Blaise elevaba y bajaba las cejas, insinuante, y Draco rodaba los ojos. Harry no sabía bien lo que acababa de pasar, pero se estrecharon la mano, así que supuso que aquella conversación al fin iba por buen camino. Más o menos.
—Potter —llamó Draco, poniéndose de pie para ir por otra cerveza en cuanto terminó la suya. Atravesó la sala y bordeó la encimera que dividía esta de la cocina, para buscar dos botellas, como si se tratase de su propia casa. Al volver, le tendió una a Harry, que no supo a qué se debía el gesto tan ceremonial en lugar de atraerlas con un hechizo, hasta que continuó:—, vas a tener la desgracia, o fortuna, como lo quieras ver, de ser mi novio por los próximos días.
Harry le había dado un sorbo a la cerveza. Al oírlo, se ahogó con un ruido poco digno de un Auror a cargo de su propio escuadrón y comenzó a toser. Cuando el mago hizo ademán de palmearle la espalda, se apartó como si quemase, rodando por el sofá. Sólo el entrenamiento le impidió derramarse la bebida encima.
—Espera, ¿cómo dijiste? —Harry alternó la mirada entre uno y el otro, frunciendo el ceño. Tendría que haber sabido, desde que pisaron la acera frente a la casa de Blaise, que aquello no terminaría bien.
—No hablaba en serio, por Merlín —Draco meneó la cabeza, incrédulo, y de cierto modo, aquello sirvió para relajarlo y que volviese a acomodarse en el mueble—. Sólo necesitamos ir juntos a algunos sitios, como con la recaudación, dejar que nos tomen fotos y esparcir un pequeño…rumor cerca de Skeeter. Ella hará el resto.
Harry permaneció en silencio, con el entrecejo arrugado, mientras intentaba unir puntos.
—De acuerdo, explícate —aceptó Harry, reclinándose en el respaldar del asiento. Decidió que agradecía bastante que le hubiese puesto una cerveza en la mano poco antes de empezar—. ¿Cómo funcionaría eso? ¿Nosotros —Los abarcó a ambos con un gesto vago, que le arrancó un bufido de risa a Blaise— en una…relación? ¿Ese es el plan?
Draco se apretó el puente de la nariz, masculló lo que sonó a "sabía que lo vería así" y se giró para encarar a su divertido amigo, que se encogió de hombros, con el cigarrillo entre los labios, colgándole de un lado.
—Ilústralo —pidió Draco, con un dramático movimiento de muñeca, que lo hacía ver como si fuese el amargado presentador de un mago frente a una multitud imaginaria—, dile a Potter por qué es la única manera de hacer que Reed muestre su verdadera naturaleza.
Blaise arqueó las cejas. Por unos segundos, ninguno habló ni se movió, y cuando Harry estaba por decir algo más, vio que el otro ex Slytherin hacía que el cigarrillo se desvaneciese en el aire y se inclinaba hacia adelante.
—Reed tiene talento para la oclumancia —contó al Auror del grupo, con voz suave, tersa—; su mente es una caja, las emociones allí dentro tienen doble y triple cerrojo. Como un baúl. Un baúl bien construido, reforzado con encantamientos. ¿Me entiendes?
—Te entiendo —Harry asintió, dubitativo.
—Aparte de ser muy listo, esto le da una ventaja, que es tener la mente fría. Pensar en la mejor manera de actuar, sin emociones de por medio. La mejor forma de atraparlo, probablemente la única de conseguir algo, lo que sea, en su contra, es hacer que la caja se abra. Pierde el control de sus emociones, pierde el control de su magia. Reed no puede ser preciso y discreto cuando está molesto —explicó Blaise, como si hablase de alguien que conocía demasiado bien. Harry temía pensar de más en lo que significaba que así fuese—, armará un alboroto, no le importará quién esté presente, no tendrá miedo de las autoridades.
—Alterarlo, sí, entiendo el punto. Es un método que se usa en contra de criminales en constante observación, de los que no se obtienen pruebas para enjuiciarlos. ¿Esto lo haría perder el control?
Blaise pareció considerarlo un momento. Cuando siguió, lo hacía con un tono diferente, más sombrío.
—Puede que tengas una muy mala imagen de él, Potter. No digo que sea bueno, no lo estoy defendiendo, pero él- Reed nos salvó; independientemente de lo que hizo después con nosotros, de sus planes, todo, hubo un tiempo en que nos salvó. Él era nuestro protector, más que un mentor, o un cuidador, un benefactor, él nos cuidaba cuando nadie más lo hubiese hecho —Blaise pausó y negó—. Cuando yo conocí a Ilta, a Reed no le importaba, ¿sabes? Podía ir y verla, siempre y cuando no interrumpiese la agenda social que él creaba para nosotros. Él no tenía problema con que yo tuviese una vida, fuera de las horas que me quería cerca. Reed nos restringía y era severo, pero no más de lo que lo hubiese sido un padre estricto con unos niños que causaron problemas con anterioridad. Mientras nos comportáramos era…era tan bueno que hubo un momento en que pensamos que era por nuestro bien.
—Hasta ese día —interrumpió Draco, tenso. La botella, medio vacía, estaba abandonada sobre la mesa redonda de la sala.
Blaise le dio la razón con un asentimiento escueto.
—Reed nunca nos alzó la voz, no nos hechizó, no nos amenazó, hasta el día en que le dije que me iría con Ilta. Él nunca nos trató mal —Otra pausa. Vacilaba—, hasta que supo que nos "rebelábamos". La única cosa por la que Reed perdería el control sería porque le arrebaten a- a uno de nosotros.
La última oración fue apenas un susurro tembloroso. Draco volvía a encararlo, cruzado de brazos. Rodeándose con ellos, más bien, como si pudiese constituir su propio escudo humano de hacerle falta.
—Reed es un coleccionista, Potter. Puede dejar que vean sus piezas- le gusta, le gusta exhibir sus nuevas adquisiciones, ser la envidia de sus socios. Pero un verdadero coleccionista no deja que alguien se lleve lo que es suyo —Por encima del hombro, le dio un vistazo a su ex compañero, que asintió, en una especie de acuerdo silencioso—, y Reed piensa que nosotros somos de él.
—Cada vez que salgo, es todo un problema para Ilta y para mí. La han seguido a San Mungo y de vuelta, la han esperado cerca de las barreras del Fidelius…—Blaise soltó una pesada exhalación—. Reed piensa que ella me ha "robado" de su colección, de la exhibición que construyó a mi alrededor para albergarme. Por eso, me ha buscado, ha intentado cortar mis opciones. Está desesperado porque sabe que voy en serio con Ilta, y no pienso regresar. Pero no cree lo mismo de Draco.
—Reed vigila mis pasos, busca mi casa, dónde tenga mi dinero. Él sabe cómo vivo —murmuró Draco, sin mirar a ninguno de los dos—, y que sólo es cuestión de tiempo.
—¿Cuestión de tiempo para qué? —inquirió Harry. La respuesta se demoró unos segundos más de lo que esperaba en llegar.
—Cuando nos acogió, se aseguró de poner una espada de Damocles sobre mi cabeza, Potter —Draco dejó escapar una risa áspera, sin nada de humor. Sus dedos jugueteaban con la cadena plateado-dorada, desde que aflojó un poco el abrazo alrededor de sí mismo—, y Reed me espera de vuelta en cualquier momento.
—Es fácil —añadía Blaise, dejando la botella de cerveza a un lado de la de su antiguo compañero, cuando se bebió lo que quedaba de un trago—; tener a Pansy es casi como tener a Draco. Tenerlos a ambos me ata a él. Seguimos siendo "suyos", dentro de su cabeza, hasta que cada lazo se haya cortado. Si llegase a creer que Draco lo está consiguiendo-
—Querrá "recuperarme".
—¿Y fingiendo esto lo creerá?
Los dos asintieron.
—Tuve que huir para encender su ira. Reed ha dejado vagar durante mucho tiempo a Draco, para lo controlador que es, porque siente que continua a su merced. Contigo —Blaise cabeceó en su dirección, suavemente—, aquella impresión se desvanecería. Hasta ahora, no se ha sentido amenazado porque sabe que no tiene a nadie importante, nada serio, ningún punto de apoyo más que nosotros, y Draco no tiene problemas para subsistir solo, pero en cuanto sienta que no lo necesitará- —Tomó una profunda bocanada de aire, que soltó por la boca después, lento—, Merlín, él va a enloquecer y tendremos que preocuparnos más de nuestra seguridad que de la de Pansy.
—Pero saldrá y estará expuesto. Y su casa, sola, es una vía libre para recoger a Pansy —insistió Draco, entre dientes.
—Suena bien —reconoció Harry, concentrado en atar los cabos sueltos dentro de su cabeza—, pero tengo una duda: ¿por qué, si no ha pensado que Draco pueda tener algo serio, creería que lo es conmigo? ¿No pasará como con el resto? ¿Algo nos asegura que va a reaccionar de la manera en que los dos esperan?
Los ex Slytherin intercambiaron miradas. Blaise, que lucía en verdad sorprendido, esbozó una sonrisa lenta, que le restaba varios años y lo convertía en un adolescente travieso, borrando ojeras y cualquier otro vestigio del cansancio.
—No lo sabe —susurró—, no le dijiste. Draco, llegué a pensar que ya incluso se acost-
Draco carraspeó de forma ruidosa para interrumpirlo. Los pómulos se le teñían de un tono rojizo que resaltaba sobre la piel pálida, extendiéndose, poco a poco, hacia las orejas y los lados del cuello. Apretó las manos en puños e intentó ver hacia cualquier otro punto, lejos de él y su viejo compañero.
—No tenía planeado decirle, porque no se suponía que se diese cuenta de que Reed notaría algo siendo él…
—Entrenamiento de Auror —se excusó Harry, con una sonrisa culpable que el otro mago no notó—, no puedo dejar cosas importantes al azar sin recordar a mi profesor de la Academia advirtiéndome que la falta de información asesina más magos y brujas que los Avada.
—Muy cierto —aceptó Blaise, ahora con los codos apoyados en las rodillas y el rostro recargado en las manos. No podía lucir como si lo disfrutase más, a medida que la cara de su amigo se cubría del intenso color—, pero tranquilo, hay una buena razón por la que sabemos que Reed va a tomarte más en serio que a cualquiera.
—…Merlín bendito, necesito un trago para superar esto —Draco recogió su botella olvidada para bebérsela con tres largos sorbos. Soltó una temblorosa exhalación al terminarla. El alcohol, incluso en un grado tan bajo, por supuesto que no ayudó a que el rubor disminuyese.
Harry no habría podido apartar la mirada de su rostro enrojecido, incluso si lo hubiese intentado. Había algo fascinante en la manera en que su ex rival se removía, como si de pronto sufriese de una agonía lenta, rehuía de sus ojos, no dejaba quietas las manos. Sus facciones puntiagudas y elegantes se suavizaban de un modo que no habría creído posible bajo el color rojo, dándole un aspecto más dulce.
Era tan lindo verlo así.
Blaise se reía, libre, despreocupado, como si la guerra se le hubiese olvidado por un rato. Le lanzaba puyas que él no entendía, comentarios que debían pertenecer a viejas historias de sus años de convivencia en el castillo, hechos que jamás conocería.
—Suficiente —siseó Draco, llevándose las manos a las orejas, más que para hacer como que no le escuchaba, para cubrir la zona enrojecida—, no tiene que saberlo.
—Oh, pero quiero saber —comentó Harry, sonriendo más cuando él lo miró al fin. A pesar de que estrechó los ojos y pareció avadakedavrearlo dentro de su cabeza, reconocía que no había el odio fulminante de antaño en el gris que lo observaba—; si te pones así, debe ser interesante.
—Más de lo que te imaginas —Blaise sonreía de oreja a oreja, cuando el otro masculló lo que debieron ser insultos para ambos y se retiró a la cocina, llevándose su cerveza vacía en mano.
Harry no podía evitar que la sonrisa en su rostro siguiese ahí. Si Blaise lo notaba, o no, no dijo nada al respecto.
—¿Me vas a contar? —preguntó, sólo para saciar su curiosidad.
Blaise fingió pensárselo unos segundos.
—Bien, supongo que ya que estás metido en esto…—Y dejó las palabras en el aire, a propósito, con falsa resignación. Cuando se inclinó aún más hacia adelante, se notaba que llevaba tiempo esperando esa oportunidad—. Por ahí, un año antes de la guerra, por esa época- nunca se lo he preguntado para confirmar, él no me lo diría- bueno, Draco tuvo un ligero pero no tan ligero enamoramiento que marcó ciertas decisiones de su vida entonces. Y claro que después, en casa de Reed, se lo contó, cuando él todavía era…de confianza. Es la única persona por la que se ha sentido de ese modo, y Reed es perfectamente consciente de eso, al igual que nosotros.
Harry tenía una sensación de vértigo repentina, que no hacía más que crecer conforme la realización acerca de lo que acababa de escuchar lo alcanzaba. Abrió mucho los ojos, boqueó, y apuntó a Blaise y luego a sí mismo, y a alguna parte de la casa, donde creía recordar que estaba la cocina en la que Draco desapareció.
Blaise asintió, despacio, la sonrisa seguía plasmada en su rostro. El boqueó.
—Lo único que me sorprende es que todavía reaccione como un adolescente —Blaise se rio—, no te imaginas la cantidad de veces que Pans y yo lo fastidiamos con el tema.
Cuando Draco estuvo de vuelta, llevaba otra cerveza de mantequilla, y Harry lo observó boquiabierto, aturdido por la absurda impresión de que algo había cambiado en la manera en que lo veía.
Enamorado.
Draco estuvo enamorado de él, nada más y nada menos. El Draco Malfoy cretino, irritable, con que se batió a duelo y maldijo, el que resguardó su identidad en la guerra, al que vio perderlo todo en los Juicios posteriores.
¿También estaría enamorado de él por aquel entonces? Cuando observó el rostro deforme que le dieron los encantamientos, en el salón del cuartel de Voldemort, y dijo que no sabía quién era. O cuando estaba encadenado en la silla en medio del tribunal, como si fuese un criminal maníaco y no un demacrado mago entrando en la adultez, y al escuchar que daba comienzo a su defensa, levantaba la mirada por primera vez desde que entró a la sala.
Harry siempre recordaba la manera en que lo miró, como si fuese la única luz del mundo. En su momento, lo atribuyó a la incredulidad de que estuviese hablando a su favor.
¿Pero no sería por otro motivo?
De repente, estaba mareado. Draco tomaba asiento, ahora junto a su viejo amigo y a una distancia prudente de él, cruzaba las piernas, y Harry no entendía cómo podía lucir tan relajado cuando sabía que él sabía.
Harry era el más nervioso de los dos.
—¿Vas a ayudar o no? —espetó Draco, tal vez con un poco más de brusquedad de la necesaria.
Cuando asintió, era Harry quien tenía el rostro ardiendo, y Blaise todavía se reía en silencio.
—0—
—…es que todavía no me lo puedo creer —Ron alternaba la mirada entre uno y el otro. Harry estaba de pie junto a una de las entradas, donde un grupo de Aurores jóvenes, que los reconocieron a ambos sin el uniforme, interrumpieron su tarea de revisar las varitas de quienes ingresaban para saludarlos. A lo lejos, Hermione arrastraba del brazo a un Draco envuelto en una túnica de gala, que lucía como la viva imagen de la amabilidad como parte del acto de la noche—. Digo, es…él —Y arrugaba la nariz, emitiendo un vago sonido de desagrado que él conocía bien.
Harry seguía la trayectoria de aquella combinación dispar con la mirada, más interesado en cómo Draco saludaba con una jovial y falsa sonrisa a algunos conocidos, figuras importantes para la comunidad mágica inglesa, en su mayoría, y supuso que cuando preguntaban con quién estaba ahí, apuntaba en dirección a él y hacía algunas aclaraciones.
Draco podía ser un perfecto caballero sangrepura, si le interesaba lo suficiente. Guiaba a Hermione a través de la multitud que se reunía para el discurso del Ministro y posterior apertura de uno de los centros de cooperación políticos mágico-muggle, mantenía una expresión suave y sonreía cuando debía, le hablaba en voz baja a Hermione y era lo bastante cuidadoso para haber colocado un encantamiento que evitaba los hechizos de escucha de cualquier tipo, así que nadie tenía forma de saber lo que sea que le estuviese diciendo a la mujer.
Su trabajo consistía en atraer la atención para que cada uno de los invitados fuese un emisor del rumor que tenían planeado extender. Que caminase junto a Hermione, conocida por ser la secretaría de los asuntos en el Departamento de Seguridad Mágica, aspirante al puesto de Jefa y próximamente a ocupar el asiento del Ministro, no hacía más que aumentar las expectativas.
Cuando regresaron junto a ellos, para enorme desconcierto de ambos, Draco había estrechado la mano del Ministro, que estaba por subir al estrado, y dejó a Hermione a un lado de su esposo.
Draco se colocó junto a Harry en el momento en que el Ministro extendía un sonorus para hacerse escuchar en el gran salón.
—Vas a venir conmigo cuando el viejo termine —Le escuchó decir, en voz baja y entre dientes. Ni siquiera parecía mover los labios al hablar, lo que era muy útil si no querían que se enterasen de que tenían un tema más importante en mente que lo que el Ministro pensaba de la cooperación con muggles—. Finge que estás complacido, al menos, Potter. Granger descubrió a cierto insecto revoloteando por ahí y eso es lo que estamos esperando.
—¿No es mala idea que me digas esto, cuando Skeeter podría estar acechando por aquí cerca? —Se le ocurrió preguntar, con la misma discreción. Por los siguientes segundos, ambos con los ojos puestos en el estrado, aparentaron ser las personas más atentas de la multitud, como si el nivel de incremento de niños mágicos hijos de muggle tuviese que ver con cualquiera de ellos.
—Ya me encargué de eso. Tú limítate a adorarme como haría cualquier otro en tu lugar.
Harry, que tenía sus dudas al respecto aun después de haber aceptado todo aquel plan, se preparó para replicar y sintió que las palabras se le atascaban en la garganta, al momento en que el otro mago deslizaba un brazo por debajo del suyo. Se tensó. Luego se dijo que era ridículo reaccionar así a un gesto tan simple, tan superficial.
Si Draco escuchó en verdad o no el resto del discurso, jamás lo sabría. Tenía claro que él no habría encontrado una respuesta si alguien le hubiese preguntado, al terminar la velada, qué fue lo que dijo el Ministro. Su antiguo rival era una presencia firme, cálida y llamativa de un modo que debía serle atribuido al brillo que desprendía el cabello rubio platinado bajo las luces de la decoración, como si hubiese calculado el ángulo exacto para colocarse de manera que llamase la atención, sin encandilar. Conociéndolo, puede que incluso eso fuese parte de su etiqueta general como sangrepura, tanto como lo era poner en las túnicas su género y estado sentimental.
Al finalizar, el Ministro bajaba y era rodeado por algunos reporteros. Skeeter, salida de alguna parte, estaba entre las primeras.
Draco le dio un suave tirón para que se moviese.
—¿Ahora qué? —inquirió Harry después. Los reporteros acribillaban a preguntas al Ministro, y él no creía que pudiesen ser más intrigantes para su objetivo que el hombre que pretendía unir los mundos mágico y muggle sin que estos últimos lo supiesen y manteniendo el Estatuto Secreto.
—Ahora esperas —Draco asintió a manera de saludo, con una encantadora sonrisa ladeada, a una pareja mayor, en la que ambos ostentaban puestos en en la Embajada francesa—. Paciencia, Potter.
Ya que Harry no le contestó, ni dejó de mirarlo fijamente, él se giró tras unos segundos, arqueando una ceja en una cuestión silenciosa. Le llevó un momento comprender que esperaba algún tipo de explicación.
—Sólo- se me hace tan extraño verte sonreír así, es todo —murmuró Harry, de repente cohibido y con ganas de salir corriendo, pero el agarre firme en su brazo no se lo hubiese permitido de todos modos.
—Vete a la mierda, Potter —A simple vista, Draco no perdió para nada la compostura, y cuando alcanzaron a una bruja del Wizengamot que quería acercarse a él, Draco se mantuvo pegado a su costado, abrazándole como si lo hubiese hecho toda la vida y no sintiese la misma incómoda sacudida en el estómago que Harry tenía.
Alrededor de media hora más tarde, en el evento convertido en una reunión de pequeños grupos que se dedicaban a conversar, sin nada de gran interés, y los reporteros dispersos o retirándose, el ex Slytherin los detuvo cerca de la salida hacia un pasillo aledaño que daba a los baños y una puerta trasera. Le tendió un caramelo azul, y Harry le frunció el ceño para hacerle saber que no entendía a qué quería llegar.
—¿Tienes que cuestionarlo todo? No te envenenaría en un lugar donde todos nos miren, si quisiera hacerlo, por Merlín —siseó Draco, presionando el caramelo y los dedos contra su labio inferior, consiguiendo que abriese la boca. Introdujo el dulce y Harry lo masticó. Se trataba de una menta.
—¿Esto tiene alguna función?
Draco asintió con tal solemnidad, que la siguiente respuesta lo dejó descolocado.
—No me gusta besar a alguien que tenga mal aliento y tú probaste los bocadillos muggles cuando estaba con Granger. Te vi, no creas que no.
Estaba consciente de que debía tener la expresión más ridícula del mundo. La palabra "besar" encendía una alarma dentro de su cabeza. Que Draco estuviese implicado en el contexto sólo lo aturdía.
Aquello no iba a salir bien.
Harry cerró los ojos cuando sintió las manos que le sujetaban del cuello de la túnica y lo hacían girar un poco, el agarre anterior desvaneciéndose con el reemplazo. La colonia ajena era más perceptible con la nueva cercanía.
Si hubiese aguardado, se habría percatado de que Draco titubeaba a último momento, y nada tenía que ver con los ojos curiosos que podían encontrarlos, ni el riesgo de una cámara, sino, tal vez, con una cuestión más personal e importante. Habría notado que miraba sus párpados cerrados y sus labios después, y se relamía los propios.
Si lo hubiese hecho, se habría dado cuenta de ciertas cosas que, de otra manera, tendrían que esperar a un ambiente más propicio para salir a la luz.
Pero ya que no lo hizo, cuando la boca del otro atrapó la suya, Harry se forzó a relajar los músculos tensos y a seguirle la corriente, y lo siguiente que sabría, lo único que sabría, era que resultaba complicado mantener la idea de que tenían una razón para aquello, cuando esos labios finos le hacían invitaciones tan explícitas y el cuerpo se le llenaba de un cúmulo caliente y sin nombre, concentrado en la parte baja de su vientre, que le borró los pensamientos inútiles de la cabeza.
El titular de Skeeter, enorme y en negritas, alcanzaba casi la misma relevancia que el discurso del Ministro, sólo que en diferentes ámbitos del periódico mágico. La fotografía, que no supo en qué momento fue hecha, mostraba a Draco y a él besándose en un rincón apartado del salón; Harry aparecía sosteniéndose de los costados de su capa, aferrándose, con las manos formando puños en la tela, de una manera en que él no recordaba haberlo hecho. Al separarse, todavía con los ojos cerrados, tenía una expresión de haber conseguido la escoba que deseaba para navidad, que lo avergonzó lo suficiente para quemar la edición de su periódico con un encantamiento no verbal y sin varita.
La edición de Corazón de Bruja de esa semana tenía una encuesta sobre cuál de los dos ex príncipes de Hogwarts (y vaya que era curioso que utilizaran ese título) era más atractivo y cuál tenía más posibilidades de regalarles un poco de información sobre su historia romántica, lo que parecía entusiasmar al mayor número de lectoras, por lo que alcanzó a ver.
En el Ministerio, recibía miradas de reojo, y en el Departamento de Aurores, su Jefe lo había recibido con las cejas arqueadas y Dennis con la boca en una perfecta "O", olvidándose de que era su superior cuando empezó a hacerle preguntas que no tenían respuesta.
No era nada que no pudiese soportar, por supuesto. Pero seguía siendo extraño que, por los próximos días, cuando cerraba los ojos, sentía unos labios suaves que se posaban en los suyos y se movían con lentitud, como si le pidiesen el permiso necesario para tomar lo que les pertenecía, sin ser conscientes de eso.
A comienzos de la siguiente semana, Harry en verdad estaba algo preocupado por sí mismo.
Dennis tipo: ¡lo sabía! ¡Lo sabía!
Flancitos, estos días he estado corrigiendo dos libros para Amazon, mi vista está en su límite, así que avísenme si hay errorcitos en el cap /corazón, corazón.
La frase "espada de Damocles sobre mi cabeza" proviene de una historia en que se le permite a alguien ser rey por un día, pero al sentarse en el trono, descubre que le han puesto una espada colgada de un fino hilo, que le puede caer encima en cualquier momento.
