ESPECIAL

EN LLAMAS

La cabeza le dolía. A cada pensamiento que cruzaba su mente, mil agujas se le clavaban en todas direcciones, estallando desde dentro. Alzó la mano, frotándose las sienes con los dedos y dejó escapar un suspiro. El día, al menos, había sido provechoso pues había conseguido recuperar todos sus poemas gracias a la intervención de Maggie.

Contempló varios de los papeles, escritos de su puño y letra, y hubo algo que hizo que su corazón se estremeciera. Volteó varios de ellos para comprobar si lo que temía era cierto y expiró con lentitud al darse cuenta que así era. Prácticamente todos los poemas que había escrito tenían la misma dedicatoria: «para Sue».

Lejos de la fama o el reconocimiento, muy en su interior ya sabía para quién escribía o por quién quería ser vista realmente, pero Emily había estado demasiado ciega. O más bien, alguien la había cegado. «Maldita sea, ¿por qué?», se preguntó llevándose la mano al pecho, «¿por qué demonios tengo que sentirme así? ¡¿Por qué?!». Su tristeza e ira ante la traición de Sue se mezclaban con la impotencia de saber que jamás correspondería a su afecto. Le había quedado dolorosamente claro la noche en la que la vio junto a Sam.

Lo único que podía hacer era olvidarla y para ello debía dejar de verla, pues sabía que si la veía una vez más habría una parte de ella que no podría reprimir sus sentimientos. Guardó los escritos en el cajón del escritorio y entonces oyó a alguien llamar a la puerta.

—Largo —gruñó, malhumorada. No esperaba, ni deseaba, visitas.

—Emily… —oyó la voz de Sue al tiempo que la puerta se abría y eso hizo que se tensara—. He venido a verte.

Echó los hombros hacia atrás y apretó los carrillos. Pese a que podía sentir su presencia en el cuarto, no quería mirarla. Era mucho más sencillo pretender que no estaba ahí. Al fin y al cabo, ¿cómo diantres tenía la desfachatez de venir a verla? Sabiendo lo que había hecho. Emily se recordó a sí misma el respirar y tragó saliva.

—Vete —le espetó.

—Emily, tenemos que hablar —continuó Sue, cerrando la puerta.

—No quiero hablar contigo. Ni siquiera quiero mirarte. Y, si lo pienso bien, tampoco deseo volver a verte —dijo Emily del tirón.

Escondió las manos sobre su falda, pues juraría que le temblaban casi tanto como la voz. Nada de lo que pudiera decirle cambiaría lo ocurrido, pues nadie era capaz de borrar el pasado. Y lo que ella había vivido, lo que había visto, estaba grabado a fuego en sus retinas y el eco de sus gemidos retumbaba sin cesar en su oído. Cada vez que el recuerdo volvía a ella, como el oleaje, le desgarraba poco a poco el alma.

Oyó los pasos de Sue acercándose y eso hizo que se tensara aún más.

—Dame la oportunidad de explicar mi versión —le pidió Sue.

—¿Qué tienes que explicar? —cuestionó ella, mordaz—. Puedo verlo todo perfectamente claro.

—No. Hay cosas que no puedes ver —repuso Sue en un hilo de voz—. Tienes todo el derecho a estar enfadada conmigo…

—No te estoy pidiendo permiso —la interrumpió Emily, mirándola por primera vez desde que había entrado a su cuarto.

Aquella afirmación la había sacado de sus casillas y se había volteado sin darse cuenta. Pese a lo borrosa que tenía la mirada, pudo distinguir perfectamente a Sue. Llevaba uno de sus mejores vestidos, probablemente se habría arreglado para ir a la iglesia, y el cabello recogido en un moño que, a diferencia del suyo, estaba bien sujeto. Apretó los labios, incapaz de apartar la vista. Era preciosa y una parte de ella sólo tenía ganas de besarla.

«¡Te ha mentido! ¡No es la Sue de la que te enamoraste!», se recordó a fin de descartar la idea.

—Sé que él te interesaba… —continuó ella, bajando el tono.

—¿Que me interesaba? —la cortó de nuevo Emily, sonriendo con incredulidad. Aquello era lo que le faltaba—. Tú me empujaste a interesarme por él. ¡Prácticamente me obligaste! Era como si quisieras que me enamorase de él, pero… ¿Por qué? Si eras tú quien lo amaba desde el principio.

—Yo no le amaba —aclaró Sue—. Jamás lo amé.

—Qué mentirosa —siseó Emily. No quería oír aquello, no quería albergar esperanzas, pues se sentía incapaz de ver a través de su red de mentiras.

—Me importa una mierda ese hombre —afirmó Sue con seguridad. Emily parpadeó, perpleja, y acto seguido la ira le trepó por el cuerpo.

—¿Entonces por qué te acostaste con él? —le preguntó, poniéndose en pie. Se había quedado a escasos centímetros de ella, de modo que podía oler su perfume—. ¿Y por qué…? ¿Por qué no hacías más que decirme que le diera mis poemas? —añadió.

—Porque no soportaba lo que me hacían sentir tus poemas —admitió Sue, la voz quebrada—. Tus poemas son demasiado fuertes. Son como serpientes, se deslizan en mi interior, se enroscan alrededor de mi corazón y me aprietan hasta que no puedo respirar. Son rutilantes, venenosos y muerden. Me asusté, Emily. De ti, de cómo me agarras, de cómo me envenenas… —matizó.

Emily tensó los carrillos. Los ojos le ardían, pero no quería derramar ni una lágrima, así que cerró los párpados y suspiró mientras continuaba escuchándola en silencio. Sabía que Sue se comportaba de un modo diferente con ella desde hacía un tiempo, pero escuchar aquello de sus labios era algo muy distinto. Insoportablemente distinto.

—Cuando me casé con Austin y nos convertimos en hermanas, el único vínculo que hubo entre nosotras fueron tus poemas. Tú empezaste a escribir muchísimo y yo era la única que leía todo lo que hacías —sollozó Sue. Tenía el rostro bañado en llanto—. Me sentí abrumada. Y pensé que si te apartaba sólo un poco…

—Si me apartabas de ti, pasaría a ser el problema de otra persona, ¿no? —repuso Emily.

Sue calló, pero sus ojos titubearon, como si aquella respuesta no fuera del todo lo que esperaba. No obstante, Emily comprendía al fin cuál era su tipo de relación y qué límites debían haber entre ambas a partir de ese momento. Si algún día existió de verdad la Sue que la amaba… ya no. Al menos no era la persona que tenía delante.

—Pues, ¿sabes qué? Ya no soy tu problema, Sue —añadió—. Puedes volver a tus veladas perfectas, con tus vestidos preciosos y a ser todo lo exquisitamente vacía que quieras, porque no volveré a hacerte sentir nada más. Y, sin mí… —calló. Las palabras se le habían quedado atrapadas en la garganta y un par de lágrimas rodaron inevitablemente por sus mejillas.

—¿Qué? —le preguntó Sue en un susurro.

—Sin mí... Creo que no sabes cómo tener sentimientos —sentenció Emily.

Sue apretó los labios y bajó la mirada a la par que Emily alzaba la suya. Sabía que con esa declaración le había hecho daño. Es más, era lo que buscaba. Quería que se marchara de una vez, que la dejara sola para poder recuperarse. Y es que si permanecían un poco más en aquella habitación, juntas… «Calma», le inquirió a su corazón.

El pecho no había dejado de latirle con fuerza desde que sus ojos se cruzaron y su boca estaba sedienta, anhelando beber de sus labios. ¿Cómo podía pensar en algo así pese a todo lo que había visto? ¿Pese a todo lo que le había hecho? Sentía asco de sí misma por tener que echarla de ese modo y sin haber sacado de su pecho todo lo que verdaderamente quería decirle. Pero no podía soportarlo ni un minuto más.

—Muy bien —respondió Sue, camino a la salida del dormitorio.

—Cierra la puerta al salir —le pidió, dándose la vuelta para volver a sentarse frente a su escritorio.

Al fin todo había acabado. No volvería a verla jamás y lograría, de algún modo, desprenderse de sus sentimientos por ella. Como quien se quita un abrigo cuando hace calor. Lo único que debía hacer era controlar sus impulsos e ignorar el punzante dolor que le abrasaba las entrañas, gritándole que se diera la vuelta y que no la dejase marchar.

—Tienes razón —oyó decir a Sue.

Emily parpadeó al escucharla. ¿Por qué se empeñaba en seguir ahí? Deslizó las manos por su cara y bufó.

—¿Tengo razón en qué? —le preguntó en un suspiro ahogado.

—El único momento en el que siento algo es cuando estoy contigo —confesó Sue.

—«Lanzó sus elogios como puñales con todo fulgor...» —recitó Emily en voz baja, negando con la cabeza. «No la escuches, está mintiendo de nuevo», se recordó.

—Yo te empujé hacia él porque quería escapar de lo que sentía. Y me acosté con él porque no quería sentirlo —continuó ella. Emily hundió los dedos en la madera del escritorio—. Hay tantas cosas que no quiero sentir, Emily. Y lo que más temo sentir es…

—¿El qué? —la interrumpió, incapaz de soportarlo. Hacía mucho que había pasado el límite de su paciencia—. ¿Hmm? ¿¡El qué!? —inquirió, la rabia se había adueñado de su cuerpo y la había guiado hacia ella, a paso decidido—. ¿Qué es, Sue? ¡Dilo!

—Que estoy enamorada de ti —le respondió. Emily sintió el aire desvanecerse de sus pulmones y un nudo oprimirle la garganta.

—No te creo —masculló. Volvían a estar la una frente a la otra y el corazón le bombeaba con frenesí, tan fuerte que temía que Sue llegara a oírlo. Que cualquiera en Amherst pudiera oírlo.

—Es verdad —aclaró Sue, sonriente.

Después de tantas lágrimas, volver a ver su rostro de aquel modo hizo que una corriente le recorriera la espalda. Aquella sonrisa, a diferencia de las que le había visto hacer durante mucho tiempo, parecía genuina. «Recuerda todo...», se dijo mientras las imágenes de aquella noche le azotaban las retinas.

—No, no es verdad. ¡Nada de lo que me dices es verdad! —gritó Emily, más para sí misma que para ella—. Ya ni siquiera eres Sue. Eres…. eres una persona distinta, una persona falsa —vapuleó, la voz quebrándose por momentos—. No puedo ni reconocerte, ¡y todo lo que me dices es mentira!

—Emily, te quiero —respondió Sue, reduciendo la distancia que las separaba con un paso al frente.

—¡Deja de mentirme! —exclamó ella, agarrándola por los hombros mientras la empujaba hacia detrás.

La ira la cegaba y no podía ver más allá de los dedos que habían trepado hasta rodear el cuello de Sue. La tenía apresada contra la puerta y notaba su respiración golpearle la mano. Podía sentirla a su merced, pendiendo de un hilo. Emily se encontró con la vista cabalgando entre sus ojos y sus labios, sedienta. Era incapaz de creer en lo que le decía, pues las palabras no hacían más que caer en un saco roto, pero no podía evitar que todo su cuerpo ardiera. Las llamas de su deseo por Sue eran más fuertes que cualquier otro sentimiento.

Tensó los carrillos, peleando contra sus impulsos una vez más.

—¡Te quiero! —gritó Sue, repitiendo su confesión. Emily sintió un escalofrío.

«Basta, ¡basta!», apretó un poco más los dedos sobre su cuello, el rostro a escasos centímetros del suyo. Por el amor de Dios, se moría por besarla

—Y aquella noche noté tu presencia en la biblioteca porque siempre estás conmigo —continuó Sue, la voz ronca ante la presión que ejercía su mano—. No puedo huir de ti, porque lo único verdadero que sentiré jamás… Es mi amor por ti.

La mano de Emily aflojó la presión con la que la sujetaba y sus dedos se deslizaron por su cuello. Sue jadeó al sentirse libre, pero la oyó en un segundo plano. Tenía la mente embotada, llena de ideas que se superponían entre sí. «¿Y si está diciendo la verdad?», se preguntó por primera vez desde que iniciaran su conversación.

Antes de que pudiera darse cuenta, Sue la sujetó por la cintura y la empujó hacia la pared lateral del dormitorio. La espalda le golpeó la madera y Emily abrió la boca en una mueca de dolor que Sue calló con sus labios. Cuando la besó, su mente se despejó por completo y todos sus sentidos se centraron en ella. No le importaba nada más, así que se dejó llevar por aquellos labios que la buscaban con desespero. Ambas se apretaron contra la otra. Las manos de Sue buscaban su cabello y Emily la tomó por las mejillas, besándola con el mismo fervor. El cuerpo estaba en llamas y por más que entrelazaba su lengua con la de ella, no lograba apaciguar su sed. Necesitaba más.

Emily se apoyó en sus hombros y cambió las tornas, empujándola hasta hacer que fuera Sue quien estuviera contra la pared. Sin embargo, ni siquiera en ese momento se despegó de sus labios. Una parte de ella seguía bullendo de rabia, sin poder perdonar todas las mentiras y todo lo que había visto aquella noche en la biblioteca, haciéndole imposible la tarea de diferenciar entre la ira y su fogosidad. Tiró del labio de Sue con los dientes y ella gimió, sujetándose en la estantería que había junto a ellas. Emily sonrió con malicia y rodó con la boca por su cuello, entre besos, lametones y mordiscos.

Desabotonó la parte superior de su vestido y jugueteó con sus pechos, apretándolos con fiereza. La piel bajo el corpiño se sentía tan suave y a la vez tan caliente… Emily jadeó, embriagada, y ahogó su propia excitación en los labios de Sue. Podía oír su respiración acelerada y los pequeños gemidos roncos que, de tanto en tanto, florecían al ritmo de sus caricias. La besó una última vez antes de apartarse y se quedó mirándola.

Sue le devolvió la mirada, las pupilas totalmente dilatadas, el cabello revuelto y el pecho vibrando al ritmo de sus expiraciones. Buena parte de su cuello estaba enrojecido y marcado por sus dientes. Emily tragó saliva. «No es suficiente», pensó a la par que tiraba de ella hasta hacerla caer sobre la cama. El colchón se hundió cuando las rodillas de Emily se apoyaron en él, gateando hasta quedar sobre una expectante Sue. Se inclinó para besarla y ella entrelazó los brazos por detrás de sus hombros.

La mano le bajó por su cuerpo, separando los pliegues de su vestido y abriéndose camino por su ropa interior. Cuando los dedos llegaron a su centro, le sorprendió gratamente lo mojada que estaba Sue. Esta tembló al notar la presión de su tacto, mordiéndose el labio. Emily movió los dedos, repasando el contorno de sus puntos más sensibles y guiándose por la respiración y los gemidos de Sue. No podía dejar de observarla, hipnotizada por ella.

Acarició sus labios con la mano que tenía libre y Sue le lamió los dedos. Tragó saliva. Ese simple gesto había hecho que Emily se mojara aún más y pese a que era ella quien estaba tocándola, no podía evitar sentir que era Sue quien verdaderamente llevaba las riendas. La diferencia de experiencia entre ambas la abrumaba y a la vez le recordaba su reciente traición. Frunció el ceño ante la idea y se encontró a sí misma deslizando la mano de sus labios a su cuello. Quería volver a recuperar el control de algún modo, quería sentir que Sue era suya. De nadie más. Apretó los dedos sobre su garganta y al instante notó cómo la humedad que le empapaba la mano derecha crecía.

Incapaz de reprimir una sonrisilla de satisfacción, entró en ella con brusquedad, deslizando dos dedos. Sue jadeó, tan cerca de su oído que hizo que la piel se le erizara y que una corriente eléctrica le recorriera la espalda. Pero no iba a detenerse ahí. Empezó un vaivén con las muñecas al tiempo que sus dedos iban entrando y saliendo con lentitud. Las paredes de su interior se contraían al mínimo roce y sus piernas estaban tensas, apretándose contra ella.

Emily aceleró el ritmo de sus embestidas, bajando los labios por el cuello de Sue hasta llegar a sus pechos. Apresó su pezón derecho con los dientes, lamiéndolo a posteriori.

—No puedo m-más… —gimió Sue, la voz entrecortada.

Sabía que estaría cerca de estallar de placer por lo apretada que podía sentirla. Cerró los dedos con fuerza alrededor de su cuello, aumentando la presión de su mano sobre su garganta, al tiempo que arqueaba los de su mano derecha.

—E-emily —volvió a gemir, casi en un murmuro.

El cuerpo le palpitó al oír cómo pronunciaba su nombre. Entre aturdida y sobreexcitada, ella incrementó la velocidad con la que la tocaba. Sentía los gemidos de Sue vibrar primero bajo su piel para después abandonarse y morir en el silencio del cuarto. Por más que quisiera, ya no podía controlar nada, ni tan siquiera su respiración.

Sue arqueó el cuerpo hacia atrás al sentir la profundidad e intensidad de sus movimientos. Cada vez estaba más tensa, podía verlo por el modo en el que sus manos se aferraban a las sábanas. Tras unos minutos más de constante vaivén, mordiscos y besos, Sue culminó en un orgasmo que la dejó sin aliento. Cuando logró destensarse, Emily sacó los dedos de su interior y la miró con una sonrisa ladeada.

—¿Q-qué? —dijo Sue, respirando con dificultad.

—¿Te ha gustado? —le preguntó Emily. Ella abrió los ojos, incrédula, y sus mejillas se enrojecieron.

—Qué cosas de preguntar —se quejó, echando la vista al lado—. Además, ya lo sabes.

—Pero quiero que me lo digas —insistió Emily, tumbándose a su lado para poder verla.

—Agh… —masculló Sue. Rodó los ojos y, tras suspirar, volvió a mirarla—. Sí. No te haces una idea de lo mucho que he anhelado y he esperado este momento, Emily. En mis sueños, en mis pensamientos, siempre has sido tú. Claro que me ha gustado.

Ella se acercó para besarla con ternura y después echó la espalda sobre el colchón. Pese a lo mucho que estaba sonriendo, no podía dejar de sentir cierta inquietud en el fondo de su mente. ¿Qué ocurriría con ellas a partir de ese momento? ¿Sería capaz de perdonarla? ¿Podrían tener verdaderamente un futuro? Con la cabeza algo más fría, habían vuelto a ella todos los recuerdos desagradables. Una parte de Emily continuaba desconfiando y albergando rencor hacia Sue por todas las mentiras y el dolor al que la había sometido. Sin embargo, había una parte mucho mayor que la impulsaba a creer en ella, a estar a su lado. Al fin y al cabo, Emily amaba a Sue por encima de todo.

Con todo, no podía evitar estar hecha un lío sobre lo demás, pero también sabía que continuar dándole vueltas no serviría de nada. No, lo que de verdad ella quería era...

—¿En qué piensas? —le preguntó Sue en un susurro.

—En que quiero comer algo —comentó Emily, la vista al techo.

—¿Comer? —cuestionó Sue, ladeándose hacia ella. Emily rió.

Era simple, sí, pero no quería fustigarse ni reprocharle nada. Sólo quería ser feliz a su lado todo el tiempo que fueran capaces. Y tal vez ambas pudieran aprovechar parte del festín que Maggie había preparado horas antes, aquel cuyo propósito había sido hacerla sentir mejor. Si mal no recordaba, había dulces y frutas de todo tipo. Y cuando hubiera saciado su apetito, quizás podría convencer a Sue para que ambas se dieran un baño juntas.

El mero pensamiento de sentir su cuerpo, desnudo y húmedo, junto al suyo hizo que sintiera un pellizco en el estómago.

—Sue, tengo una idea —dijo Emily, moviéndose por el colchón hasta quedarse de nuevo sobre ella.

La besó, primero con dulzura y después entreabrió ligeramente los labios para dejar que las lenguas juguetearan. Sue correspondió a su beso, pero se quedó huérfana y boqueó en busca de Emily cuando esta decidió apartarse de nuevo. Alzó una ceja, expectante, y Emily acentuó su sonrisa.

—¡Vamos para abajo! Esto no ha hecho más que empezar —añadió con picardía.


Notas de la autora:

Espero que este especial os haya gustado y de nuevo quisiera aprovechar estas dos líneas para daros las gracias por haberme acompañado a lo largo de esta historia.

¡Nos leemos pronto!