Brujas antes que magos Parte 3
Caminando por una de las tantas calles de huesosburgo; Luis y Luz, al unísono, seguían cantando:
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Azura nació, con magia y corazón.
Su hermano la envidió, y la rechazó.
Zugo nació, sin magia ni corazón.
Su hermana lo notó, pero igual lo amó.
Con...
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—Wow.
La canción fue interrumpida por una leve exclamación de la chica del "duo musical". El sonido de patas y ruedas reverberaban los adoquines de del mercado. Una masa gelatinosa verde con el cerebro y los ojos expuestos por la transparencia de su cuerpo, pasó empujando su ensombrillado carrito de comida por la derecha, junto con un insecto gigante con cara humanoide que caminaba en sentido contrario. Como una pareja saliendo de la iglesia después de su boda, los hermanos Noceda atravesaron el umbral de la entrada cuyo arco se asemejaba vagamente a cierta maravilla parisina del mundo humano, aún tomados de la mano para no perderse, y forzadamente en paz con el ambiente de pesadilla.
De pronto, Luz jadeó y siguió con la mirada a una diminuta criatura que a plena vista parecía una mariposa bicéfala (con un gran ojo verde limón en la cabeza izquierda y una gran boca de labios gruesos morados grisáceos con un par de colmillos visibles en la otra) que pasó volando entre ella y su hermano mellizo.
Guardando la hoja con la lista de entregas que había estado revisando en su bolsillo canguro y deteniendo la marcha, este, cruzado de brazos, la reprochó:
—Mirar así es mala educación.
—Solo vi lugares como este en mis sueños... —dijo Luz—. ¡Es increíble! —Envolvió el brazo derecho alrededor de los hombros de Luis y rozó su mejilla con la de él—. Y somos los únicos seres humanos aquí.
—No he visto otros.
—Wow.
Él la apartó con gentileza, y ella se quitó la bolsa del hombro izquierdo para sostenerla con ambas manos, mientras veía hacia el vacío.
—Tiene que haber una razón ¿no es cierto? —prosiguió Luz entusiasmada—. ¿Por qué estamos aquí? —Miró a su hermano mellizo con seriedad por un instante—. Que tal si nosotros...
Pero antes de que pudiese articular cualquier otra palabra, Luis le tapó la boca con la palma siniestra.
—Luz, ya sé lo que vas a decir, y no, no hay ningún camino predeterminado hacia la grandeza —Apartó rápidamente la mano cuando intuyó que Luz iba a lamérsela—. Esa es solo una excusa de los escritores para hacer que los personajes principales de sus obras tengan una oportunidad contra los villanos aparentemente invencibles.
Al escuchar las realistas pero un tanto hirientes palabras de su hermano mellizo; Luz dejó la bolsa en el suelo y, entre molesta y burlona, agitando las palmas en el aire, le dijo:
—Uuuh llegó don pesimismo, traigan los pañuelos —Volvió a sonreír y apretó los puños—. Vamos, ¿quien sabe? Quizás por coincidencia tengamos uno igual al de Azura y Zugo.
Luis recogió la bolsa del piso, lo hurgó, y sacó una encorchada botella café claro en cuya etiqueta decía "Adiós forúnculos" junto con la cabeza de Eda con dicha protuberancia en la mejilla izquierda haciendo un gesto con el pulgar.
—¿Sí?, ¿y "por coincidencia" el camino a la grandeza de esos dos incluía entregar crema para forúnculos? —se burló sin humor, agitando levemente la botella en su siniestra.
—Hoy tenemos paquetes —afirmó Luz con optimismo, depositando el puño derecho sobre su palma izquierda, antes de señalar a su hermano con el indice del primero—. Pero mañana nos ganaremos el respeto de todos... —Giró sobre si misma juntando ambas manos—. ...en las Islas hirvientes con mi magia... —Levantó los puños y la mirada al aire—. ...y tu... eh... ciencia superior.
Luis le dedicó una sonrisa irónica.
—Lo dudo —Regresó la botella al saco y lo extendió hacia su hermana melliza—. Las Islas hirviente no parecen más que un pozo de desesperación.
Luz tomó el saco y se lo colgó al hombro izquierdo luego de decir:
—Más bien un pozo de diversión.
—Por supuesto —afirmó Luis con evidente sarcasmo—. Con el paisaje alrededor que nos recuerda a todos la inevitabilidad de la muerte... —Se llevó las manos al bolsillo canguro—. ...y algunos de sus habitantes que parecen salidos de una pesadilla, este lugar está lleno hasta los topes de alegría.
Luz lo miró de reojo con el ceño levemente fruncido por un momento, luego, soltó una risita, y sin (mucha) mala intención, se burló:
—Ya no me cabe la menor duda —Se inclinó y le dio un pequeño beso en la nariz—. Realmente eres el amor de mi vida~
—Gusana de libro... —empezó a decirle su hermano mellizo con una calma espeluznante, limpiándose la nariz con la manga derecha de su sudadera—. ...en serio juro que uno de estos días te lavaré esa bocota con cloro.
Pero Luz ya no le hizo caso; dobló las rodillas, hizo sombra a sus entrecerrados ojos con la siniestra, y recorrió el lugar con la mirada en busca de algún potencial cliente.
—¡Ajá!
Con seguridad, la chica Noceda se echó a correr hacia un puesto de "Huevos de bestia calabaza" que quedaba al lado de uno de sacrificios donde soltó un jadeo al ver a una criatura que a simple vista (y de espaldas) se veía como un centauro normal de pelo semi-largo castaño, que tomaba uno de los tantos "huevos" para examinarlo.
—¿Que tiene cuatro patas, y quiere una pasión? —le bromeó al acercarse, dándole golpecitos con el codo izquierdo—. Este chico —agregó alzando la mirada y señalando con manos de pistola hacia el aparente "rostro" del centauro.
La criatura suspiró y bajó el "huevo-calabaza". Luego, al tiempo que señalaba su tórax compuesto por un par de redondos ojos verde olivo en el lugar de los pezones, junto con una gran boca entre los pectorales y abdomen marcado (cuyas partes superiores actuaban como una ceja y barbilla partida), miró a Luz con algo de molestia, y dijo:
—Mis ojos están aquí.
—¡Nwah!
Luis, quién apareció detrás de una boquiabierta Luz, miró a la criatura con una expresión neutral y serena.
—Tendrá que perdonar a mi hermana, señor —Colocó la siniestra sobre el hombro izquierdo de su hermana melliza—. La pobre jamás vio a un centauro blemio en su vida.
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Cuando los hermanos Noceda llegaron a una casa con paredes agrietadas. Luz tocó el timbre (cuya forma era la de una boca con enormes labios lavanda y dientes blancos humanos que casi se la come de no ser por Luis quién la apartó a tiempo) y los atendió un chico bastante atractivo. Era alto (como unos quince centímetros más que los mellizos), de tez lechosa, ojos de pupilas amarillas, cabello esponjado color granate cuyo flequillo le tapaba el ojo izquierdo, un lunar arriba de la ceja derecha y unas orejas puntiagudas adornadas con un par de aretes negros parecidos a los de Luz (solo que un poco más grandes). Llevaba nada más que una bata de baño rosa oscuro y unas pantuflas del mismo color.
—¿Puedo ayudarles? —les preguntó con una sonrisa amable.
—Uh...
Luz, levemente embobada por la belleza del joven, intentó decir algo. Pero como no le salió una sola palabra, Luis habló por ella, diciendo:
—Buenos días —Miró de reojo a su hermana melliza, quien hurgó la bolsa, sacó una botella de tamaño mediano envuelto en papel madera atado con una cuerda marrón claro y se la extendió al cliente con la surda algo temblorosa—. Mi hermana y yo venimos de parte de la señorita Eda, ¿usted pidió el jabón liquido de granadas del inframundo?
—Sí, gracias —Contento, el apuesto chico tomó dicho objeto con la diestra—. Lo he estado esperando.
—Son cincuenta caracoles, por favor —le informó Luis inexpresivo.
La sonrisa del joven se desvaneció de su bello rostro dando paso a una expresión pasmada.
—¿¡Cincuenta!? Debe ser una broma—Frunció levemente el ceño al apartarse el flequillo—. La dama búho y yo quedamos en que solo serían treinta.
Luz miró al suelo, apretó la bolsa y se la llevó de vuelta al hombro izquierdo mordiéndose el labio inferior de la vergüenza, mientras que Luis solo se encogió hombros, y con simpleza, dijo:
—Treinta por el producto y veinte por la entrega.
El cliente se quedó viendo a Luis por unos instantes, luego, suspirando y volviendo a sonreír, dibujó un circulo mágico en el aire con su indice surdo e hizo aparecer una pequeña pero abultada bolsa de cuero.
—Muchas gracias —le agradeció el chico Noceda, agarrando dicho objeto con la diestra al momento en que este llegó flotando hasta él, antes de guardarlo en su bolsillo canguro—. Fue un placer hacer negocios con usted.
—Eres lindo, ¿sabes?.
—Pffft.
Ante tales palabras salidas repentinamente de la boca del apuesto joven; Luz se llevó la diestra a la boca para contener la risa al tiempo que miraba de reojo a su hermano mellizo, quién se había quedado pálido y con cara de poker.
«Alerta de corazones», bromeó para sí misma la chica Noceda.
Luis tragó saliva y miró al peli-granate con una ceja levantada.
—¿Disculpe? —le preguntó sin dar mucho credito a sus oídos.
El joven cliente amplió su sonrisa.
—Oye...—le empezó a decir con un leve rubor en sus mejillas al tiempo que se frotaba la nuca con la mano izquierda—. ...iba a estrenar mi nueva y elegante bañera con agua de Estix, ¿te gustaría acompañarme? —Su sonrisa cambió de dulce a levemente triste—. Es que mis padres no están y la verdad odio estár solo... Invité a unos amigos pero... Me cancelaron a último minuto.
Durante una milésima de segundo, un bastante molesto, avergonzado y temeroso Luis consideró la idea de sacar su arma de electrochoque para rostizar al semejante degenerado que tenía en frente, pero en lugar de eso...
—M-Me encantaría —Agarró a Luz (quién ya estaba desternillándose de la risa) del antebrazo derecho—. Pero esta gusana de libro y yo tenemos otras entregas que hacer... Que tenga un buen día, señor.
Se echó a correr cual medallista olímpico entre las carcajadas de su hermana melliza, mientras el chico peli-granate le vociferaba:
—Espera, acabo de hacer unos dulces de petalos de rosa y también tengo licor de claveles, ¿o prefieres ponche de amor?
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Un poco más tarde, luego de una regular venta de pociones y entrega de paquetes, los mellizos descansaban sentados al borde de la acera de un callejón a la izquierda del mismo puesto de comida de la misma criatura gelatinosa verde que habían visto en su llegada al mercado.
—Bueno... —decía Luis, dándole un bocado a su "Not dog", cuya consistencia era la de alguna especie de insecto o arácnido dentro de un pan—. Ñam ñam... suficiente diversión por un día.
Luz, a su derecha, miró con disgusto lo que su hermano mellizo estaba comiendo.
—¿Como puedes comer eso?
Luis tragó y volteó a mirarla.
—Tengo que sobrevivir —Dio otro bocado, masticó y volvió a tragar—. Sabe a pollo y bacalao, y los órganos, huevecillos y el excremento le dan un toque de dulzura —Acercó la surda con el Not Dog hacia su hermana melliza—. ¿Quieres probar?
El rostro de Luz se tornó algo verde.
—Jeje gracias Luchito pero...—Apartó gentilmente la surda de su hermano mellizo con ambas manos—. Paso.
Luis se encogió hombros y se metió lo que quedaba de su Not Dog a la boca.
—Ñam ñam... —Masticó, tragó y se chupó los dedos de la surda—. Como quieras.
Luz suspiró abatida.
—Pensé que ser los únicos seres humanos en el mundo mágico nos haría especiales pero... —Hurgó en el interior de la bolsa de pociones a su izquierda con ambas manos, sacó su libro favorito y observó la portada con algo de tristeza—. Parece que todo el mundo quiere gritarnos, acosarnos o... —Levantó la surda en puño solo para encontrar a cierta mariposa bicéfala cuya cabeza siniestra de labios gruesos le succionaba el codo—. Comernos.
Luis sacó su móvil taser, calcinó a la criatura de un electrochoque antes de volver a guardarlo y Luz iba a darle un beso de agradecimiento pero...
—¡Blurp! —Se apartó cubriéndose la nariz y la boca con la diestra—. Apestas a bicho.
—Genial —Luis le sonrió con sarcasmo—. Veo que mi nuevo repelente de nutrias fue un excito.
Ambos rieron y, cuando dejaron de hacerlo, Luz abrió su libro con tristeza.
—A esta altura Azura y Zugo se encontraban en una búsqueda encantada —Le mostró a su hermano mellizo la página donde se mostraba la imagen de la bruja buena y el anti-brujo arrodillados frente a lo que parecía ser un mago de prominente barba, túnica morada y con un pergamino envuelto en cinta negra flotando sobre su palma diestra—. ¿Donde está el mago que nos enviara en una misión así?
—Siento decepcionarte nutria, pero... —comenzó a informarle Luis, poniéndose de pie y señalando alrededor con la palma diestra—. Nadie aquí viste tan elegante.
Luz regresó su libro al saco, antes de levantarse y llevárselo al hombro izquierdo mientras decía:
—Fue un día muy duro... ¡Uop!
Entró en el callejón y su hermano mellizo la siguió con las manos en el bolsillo canguro.
—Entreguemos este ultimo paquete y volvamos a casa —continuó Luz en tono desanimado—. Tal vez este mundo no es lo que creí.
Al llegar hasta una grisácea cortina que cubría la salida del callejón, Luz la apartó con la surda y, al cruzar, soltó tal jadeó que a Luis, del susto, casi se le corta la respiración.
—Que hermoso.
Alumbrado por la resplandeciente luz solar, un majestuoso castillo grisáceo, con banderas doradas en sus ventanas y torres de techos azulados se encontró ante los ojos de los mellizos.
Emocionada y sin perder tiempo; Luz cruzó el sendero rodeado de césped naranja, algunas flores blancas, árboles rosas y arbustos índigos en dirección a la entrada principal, seguida de su desconfiado hermano mellizo. Oprimió el celeste botón del dorado timbre y las enormes puertas dobles marrones se abrieron lenta y automáticamente hacia afuera.
—Dejemos el paquete rápido y corramos gritando como niñitas —le sugirió Luis entre serio y sarcástico—. Las casas grandes siempre son de grandes chiflados —Cerró los ojos y levantó su indice izquierdo—. Eso lo aprendí de los Noroes...
Pero Luz no pareció escuchar, cruzó la puerta. Y con su tonta sonrisa de siempre, dijo:
—Hola.
—Ey espera, nutria —Luis, levemente molesto, entró caminando a toda prisa detrás de su hermana melliza—. Este lugar me da un...—La puerta repentinamente se cerró de un portazo detrás de él, haciéndolo respingar y temblar del susto—. ¡Ay mami! ¡Luz!
Con la extraña sensación de que necesitaría ropa interior limpia, el chico Noceda corrió tras su hermana melliza. La alcanzó cuando entraba a un enorme y oscuro salón.
—Aaahp... Venimos a entregar un paquete de la señorita Eda, la Dama Búho —decía Luz mientras seguía caminando con la palma siniestra haciendo sombra a sus entrecerrados ojos.
—Como usted ya pagó por adelantado, podemos solo dejar su pedido y... —agregó Luis en un tono molesto al final—. Obvio.
Cuando los mellizos se detuvieron al borde de una escalerita, fueron testigos de como las lámparas comenzaron a encenderse. De pronto el salón se llenó poco a poco de luz revelando que en este se destacaba una gran biblioteca cuyos estantes, lamparas y cuadros cubrían las paredes hasta el techo.
En el umbral del tercer y ultimo piso, bajo un gran cuadro que contenía la imagen de un estereotipado mago con las yemas de sus dedos juntas y las manos colocadas bajo su invisible barbilla, apareció el mismo en persona (y en la misma pose que en su retrato). Era muy anciano, a juzgar por su pelo, moustache y desmesurada barba blanca con toques de lavanda claro. Llevaba una larga túnica lavanda con estrellas amarillas, un gorro y chancletas del mismo color. Sus ojos rosas eran claros, brillantes y centelleaban detrás de unas gafas de cristales de media luna.
Luz dejó caer el saco de su hombro diestro, y con una prominente sonrisa acompañada de un jadeo, abrazó a su hermano mellizo por el cuello.
—Es nuestro día de suerte —le susurró entusiasmada.
Luis no dijo nada; solo se quedó mirando con evidente desconfianza al supuesto mago.
