Durante el día 20 de Agosto del año 2010, Harry Potter fue golpeado por la maldición Mens destrui en su médula espinal.
Fue una conmoción en los periódicos, cómo en medio de una misión de los Aurores, un hechizo tan peligroso había alcanzado al héroe del mundo mágico, y cómo además de todo, ni siquiera había dado en su objetivo: la cabeza. Si no en la espalda.
Draco también se sorprendió al encontrarse con esa información. No sabía nada de Potter desde hacía años, no realmente desde su juicio, donde el galante héroe había hablado por él, y lo había salvado de Azkaban.
Fue aún más grande la sorpresa de ver a Granger y Weasley implorar por ayuda un mes después. Aunque debía haberlo suponido.
Nunca se había arrepentido tanto de haber estudiado medimagia como en ese momento.
Pero no podía negarse, no después de que Potter lo había salvado, no solo una vez.
Era su turno de salvarlo él.
Nunca pensó que sus sentimientos de la adolescencia pudieran llegar a ser correspondidos, pero ciertamente jamás creyó algún día estar en esa posición. En esa posición que dolía tanto. Merlín, tanto.
El tiempo había pasado, y él egoístamente había dejado que su relación creciera. Sabía que estaba mal, que estaba tomando provecho de su vulnerabilidad. Solo no podía detenerse, no después de haber tocado el cielo con ambas manos. Sabía que debería haberlo hecho.
Entonces, un día antes de que Harry se marchara al centro, aquel sensor de emergencia se activó, aquel que indicaba que Harry estaba pasando por una fuerte crisis.
Se levantó a toda velocidad, transfigurando su ropa por una más formal, casi corriendo hasta su chimenea y gritando la dirección de San Mungo.
Caminó rápidamente por los pasillos, yendo hasta el cuarto de Harry, con cuidado de no tropezar con nadie, pero no lo suficiente para no llegar a tiempo.
Su corazón latía con fuerza, y una fina capa de sudor cubría su frente por la preocupación. El moreno aún tenía dolores, y siempre eran muy fuertes. Si no llegaba rápido, sería peor.
El pasillo donde se encontraba se hizo presente y se apresuró aún más, poniendo su mano encima del picaporte antes de girarlo, siendo recibido allí por una expresión de dolor puro, algunas lágrimas resbalando por las mejillas del ojiverde, que le rompían el corazón, y el resto de medimagos a cargo de él sujetándolo para que no se hiciera daño.
Draco llegó hasta el pelinegro, sacando su varita para calmar su agonía, pero ahí, sus vibrantes orbes se fijaron en él, deteniéndolo en su lugar, con una ira que pudo haber quemado un bosque entero. Su estómago se revolvió.
—¡¿Malfoy?! —gritó, mientras el resto de Sanadores trataba de contener el dolor. Estaba rojo, y una vena sobresalía de su cuello, sus ojos rozando la locura—. ¡¿Qué haces?! ¡Aléjate de mi!
Fue dicho con tanto asco, tanto odio, que tropezó hacia atrás, el resto de medimagos dedicándole miradas de disculpa mientras seguían tratando de calmar a Harry, que no despegaba su mirada de él. Tantas, tantas emociones que creía olvidadas pasando por su expresión.
Pudo haber insistido, pero no se sentía capaz. En cualquier momento iban a fallarle las piernas; necesitaba salir de allí. Necesitaba que alguien más lo ayudara.
Se apoyó en la pared del pasillo afuera del cuarto, sintiendo el frío aire pegar contra sus mejillas, tratando de regular su respiración y la presión en el pecho que no hacía más que aumentar con cada día, sintiendo las características lágrimas comenzando a florecer en sus ojos.
Parpadeó un par de veces, ahuyentando la humedad, y considerando la opción de llamar a Hermione, o a Ron. Era solo un día. Solo uno. ¿Cómo esto pasaba antes de que todo terminara? Parecía que el destino se estuviese riendo de él en su cara.
Levantó la mirada, decidiéndose a traer a los amigos de Harry y allí viendo una mujer a lo lejos. La reconoció de inmediato. Era la siguiente encargada del caso clínico de Harry, la que lo ayudaría a sanarse. O al menos lo intentaría.
Draco con mucha dificultad, la tomó del brazo cuando pasó por su lado, antes de que ingresara, con ojos preocupados y suplicantes. Ella lo miró confundida, pero no protestó. Se detuvo frente a él, con la pregunta impresa en sus facciones.
—Sé que no me conoce —dijo con voz estrangulada, tragando un poco para aligerar el picor de su garganta—. Pero soy el ex medimago de Harry Potter y yo... —hizo una pausa, mordiéndose la lengua— me preocupo, y siento que esto sea imprudente de mi parte, pero--¿Cree que recuperará su consciencia real por completo algún dia? —preguntó, con miedo de que su voz se quebrara.
No le agradaba en lo absoluto la expresión lastimera que le estaba dedicando la mujer, su frente arrugada con comprensión. Cómo si entendiera. No tenía una puta idea. Realmente no. Pero no podía decir nada.
—Es probable que sí. Solo lo sabremos con el tiempo —aseguró ella, moviendo su cabeza de arriba a abajo y dedicándole una pequeña sonrisa que hizo que sus entrañas se revolvieran—. Ha hecho un trabajo fantástico, Sanador Malfoy. Es cosa de meses para que el Señor Potter vuelva a recuperar su antigua mente. Su antigua vida.
Draco procesó sus palabras cómo si fuesen estacas en el corazón, asintiendo, y la dejó ir ausentemente.
Su nudo en la garganta creció, oyendo los gritos de Harry dentro del cuarto.
Entendía que nadie podía prometerle nada. A él nunca le gustaron las promesas.
Pero la necesitaba, Salazar, la necesitaba tanto. Porque no sabría qué hacer si es que debía estar el resto de su vida visitando a alguien que no lo reconocería jamás.
Y del que nunca dejaría de estar enamorado.
Esos momentos eran los peores. Cuando Harry recobraba la consciencia a medias. Cuando se daba cuenta que todo el tiempo había estado en San Mungo. Cuando no recordaba que él era su medimago, ni que en otra de sus muchas facetas, le juraba amor eterno. Estaba acostumbrado a esos cambios tan bruscos.
Eso no quería decir que no dolieran.
Y es que así era. La mente de Harry había quedado destruida y fragmentada a miles de pedazos.
Uno de los fragmentos aceptaba su condición con una calma impresionante, y creía que Draco y él eran amigos, sin reconocerlo realmente. Uno, no recordaba jamás qué estaba haciendo allí, qué había pasado. Otro solo tenía pedazos de aquí y allá, confundido por los sentimientos que algunos de los fragmentos poseía sobre él. Alguno de ellos había quedado en sus quince años, asustado por la presencia de "Malfoy" hasta que se veía en un espejo, y no era capaz de comprender que habían pasado más de una década y que tuvo un accidente. También estaba aquel violento, que ni siquiera podía aceptar a Draco como su Sanador.
Luego estaba el delirante. Ah, sí. El que vivía en su propio mundo. El que pensaba que estaba en su casa de Grimmauld Place. El que creía y perjuraba que lo amaba. El que quería casarse con él.
Draco no estaba seguro cual de todos ellos era el Harry real, el auténtico, el que sería sin que la horrible maldición le hubiese afectado. Quizás ninguno. Quizás todos.
No tenía cómo saberlo.
No después de que trataran de preguntarle a cada uno, y ninguno de ellos haya sido capaz de comprender que habían más versiones de su propia persona. Que no recordara sus otros fragmentos.
Sabía que debía haberlo pensado mejor, antes de enamorarse, antes de saber que en realidad, Harry ya no sabía quién era.
Esperaba que hubiese esperanza para ambos.
Mens Destrui:
Mente destruida.
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No me maten, por favor. Este fue el final desde un inicio, y si releen, sabrán que dejé pistas todo el relato de que Harry, la verdad, nunca dejó San Mungo. Que lo que él creía que era su habitación, en verdad era un cuarto de hospital.
Si les sirve de algo, en mi mente, Harry se recuperó, pero esta historia lamentablemente no se centraba en eso.
Muchísimas gracias por leerme en esta pequeña aventura, y siento si he causado dolor, porque no es la idea. Pero quería que al final de todo quedara aunque sea una luz de esperanza para mis chicos.
Muchos muchos besitos, y nos estaremos leyendo pronto.
