Creep - Radiohead
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Febrero 95.
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El primer beso de Fred Weasley no fue el que se dio aquella noche de febrero con Sandy Scott, en el estacionamiento de la tienda de comestibles en la que trabajaba como repartidor.
Ya había besado a un par de chicas antes. Con doce años había dado su primer beso bajo un muérdago en una fiesta de navidad en la casa de un compañero. Había durado menos de un segundo y no había sentido absolutamente nada. Solo un par de labios resecos y nerviosos que habían chocado con brusquedad ante la presión de la docena de niños tontos que había alrededor. Aún así, Alice Prince, le había asegurado que había sido un buen beso, inflando así su ego de púber.
Pero a pesar que los labios de Alice sabían a fresas, y a él le encantaba las fresas, Fred se había preguntado muy seriamente si en realidad le gustaban las chicas, puesto que no había sentido absolutamente nada de lo que se supone debía experimentar al besar a una. Y volvió a cuestionárselo cuando beso a Emily Parker, luego que una botella la señalara en la fiesta de cumpleaños de su amigo Lee, cuando tenía catorce años. Emily era el sueño de todos los chicos del instituto. Era divertida, y por encima de todo, era hermosa. De cabellos dorados y rostro perfecto. Todo un Cherry pie como decía su hermano Charlie. Fred se había vuelto la envidia de todo el curso cuando acabo la noche besándose con Emily en un sillón solitario luego que el juego de botella acabara. Había sentido la envidad y las felicitaciones en las miradas de sus compañeros cuando se fueron de la fiesta, y Fred la acompaño hasta su casa en una caminata que había durado más del triple del tiempo necesario.
Y aunque había sentido su corazón acelerarse y un hormigueo agradable cuando Emily se apretó contra su cuerpo durante su último beso, lo cierto es que aún no le veía lo increíblemente genial que tenía el asunto de besar y salir con chicas. Después de esa noche no volvió a hablar con Emily. El siguiente lunes ella lo había ignorado sin ninguna explicación, y para sorpresa de hasta el propio Fred, aquella actitud lo hizo sentir aliviado.
No le gustaba Emily, solo se había enrollado con ella porque era lo que todos esperaban de él. Por eso, tanto los besos de Emily como el de Alice, terminaron perdidos en su memoria, olvidados en algún cajón junto a recuerdos importantes pero descartables, como el de su primer domingo o su primer día en bicicleta sin la rueditas entrenadoras.
Pero sin duda, su beso con Sandy Scott quedaría en su memoria para toda la vida, y ni la terapia lograría enterrarlo en lo más profundo de su mente. Es que nadie podía olvidar la noche en que se besa a una chica mayor y sexy, e inmediatamente después, le vomitara en el escote.
Eso fue el comienzo del caos. Fred sentía que el mundo daba vueltas a su alrededor. Jamás antes de esa noche había bebido más de media cerveza. Pero en aquella ocasión, con el aliento malicioso de una grupo de chicos mayores, se había llevado a los labios más de cuatro botellas, y el contenido amargo y misterioso de una petaca que le ofrecieron en el estacionamiento de la tienda ya cerrada.
Sandy gritaba histérica. Billy, Tony y Zack reían a carcajadas, completamente borrachos. Yuly, la novia de Tony comenzó a vomitar junto a los botes de basura, mientras que Jennifer, la mejor amiga de Sandy, intentaba limpiarla llenado su escote de pañuelos de papel.
Todos estaba muy borrachos, y hasta Yuly, entre vomitada y vomitada, reía a carcajadas. Pero Sandy seguía gritando, insultando a Fred que se disculpaba como podía mientras intentaba permanecer de pie. Pero Sandy gritaba tan fuerte que cuando el dueño de la tienda salió amenazando con llamar a la policía, la fiesta terminó oficialmente. Billy, que tenía un pésimo carácter, lanzó la cerveza a medio terminar que tenía en a mano. La botella impactó apenas a uno metro de la cabeza del dueño de la tienda, el señor Winchester, un hombre entrado en años que siempre tenía una sonrisa en los labios, aunque esa noche parecía haberla perdido totalmente.
Fred, que sentía que vomitaría en cualquier momento, pudo agitar la nube que parecía haberse instalado sobre su cabeza. Tal vez seguía muy borracho, pero no iba a permitir que aquel mono idiota lastimara a un hombre que era uno de los pilares de la comunidad, y la primera persona que le había dado un trabajo verdadero y justamente remunerado.
Obviamente estaba borracho. De no estarlo, seguramente no se hubiera enfrentado al musculitos de Billy Page. Antes que pudiera entender que ocurría, ya estaba en el piso húmedo del estacionamiento. La boca se le llenaba de sangre, mientras escuchaba a Sandy alentando a Billy para que continuara con la paliza, rabiosa por su ropa estropeada.
Lo siguiente que supo, fue oír el chillido de los neumáticos del auto de Tony Barrie cuando abandonó a toda prisa el estacionamiento de la tienda, luego de que alguien gritara que habían llamado a la policía.
El señor Winchester le dio todo un sermón mientras lo ayudaba a ponerse de pie y lo llevaba a la trastienda, donde hasta minutos atrás, había estado haciendo el inventario.
—Billy Page y sus amigos ¿en que estabas pensando, Weasley? Creí que eras un chico listo. —lo dejó en el sillón de su oficina sin ninguna delicadeza.
Fred permaneció callado mientras su jefe le estampaba un paquete de vegetales congelados en el mentón, donde Billy había descargado toda su brutalidad con solo un golpe. Sentía el sabor de la sangre en la boca y le dolía el pecho cada vez que respiraba con demasiada fuerza. ¿Cómo les explicaría lo sucedido a sus padres? Su madre lo mataría si se enteraba que se había juntado con esos vagos y que además había bebido alcohol.
—George se fue ¿Por qué no hiciste lo mismo? —le preguntó su jefe sentándose en una silla plegable que había en un rincón de su diminuta oficina.
El señor Winchester era mucho mayor que sus padres. Bajito y con un poblado bigote plateado y gafas de culo de botella, a Fred le parecía más a una caricatura que a una persona. Pero era un buen tipo, y su estupidez casi hacia que Billy le reventara la cabeza de un botellazo.
—Lo siento— Hablar le provocaba un dolor terrible.
—Aún no lo sientes suficiente—le aseguró poniéndose de pie.—Vamos, te llevaré a casa.
Solo eran diez minutos en auto hasta su casa, pero a Fred aquel viaje le pareció el más largo de su vida. ¿Cómo les explicaría a sus padres como había logrado tener media cara hinchada? ¿Cómo se salvaría del castigo cuando vieran que apestaba a cerveza y era incapaz de caminar en línea recta?
Además estaba la mirada del señor Winchester. No parecía enojado, el nunca se enojaba. Pero esa noche parecía decepcionado, y aquello para Fred fue mucho peor. Le caía bien aquel hombre, era un buen jefe. Por nada del mundo quería que pensara que era un idiota o un vago borracho como aquellos chicos del estacionamiento que tantas veces lo habían molestado a él y a su clientela.
Cuando el auto paró frente a la casa de Fred, el lugar estaba en silencio y con las luces apagadas. Nadie lo esperaba levantado. Sus padres sabían que llegaría tarde ya que casi siempre se quedaba a ayudar en la tienda hasta tarde cuando al otro día no tenía clases.
Intentó abrir la puerta, pero esta estaba con los seguros puestos. Aquello solo significaba una cosa, el sermón de Oliver Winchester no había terminado. Resignado a aquel trago amargo, mientras su cabeza seguía dando vueltas, se quedó muy quieto a la espera de lo peor.
—Eres un muchacho listo...—comenzó a decir.
—Va a despedirme ¿verdad?
El hombre lo miró por un momento. Su rostro de pronto estaba llenos de arrugas y parecía muy cansado.
—Debería...—suspiró al final.—Pero aún recuerdo lo que es ser joven e idiota. —Le regaló una sonrisa torcida—Apenas tienes dieciséis, Fred. Tienes derecho a meter la pata, aunque sea una vez. Pero si quieres seguir trabajando para mi, tienes que pensar muy bien que quieres de tu vida ¿quieres seguir estudiando y enorgullecer a tus padres? ¿O prefieres beber cerveza barata con un grupo de inútiles, que ni siquiera terminaron el instituto y no saben lo que es ganarse el pan? ¿Qué es lo que quieres?
—Yo...
—Tienes todo el fin de semana para pensártelo bien, Weasley. Si el lunes no llegas a trabajar, sabré que decisión tomaste.
Cuando el auto arrancó, Fred se quedó inmóvil frente a la verja que tantas veces a lo largo de los años, había pintado durante los veranos con la ayuda a su hermano George. La casa, enorme y silenciosa, lo miraba expectante, casi retándolo a que entrara. La luz de su habitación estaba prendida, seguramente su gemelo lo esperaba, listo para soltar un "te lo dije" bien merecido.
Pero él no tenía valor para cruzar la puerta principal. No quería ver la decepción en los ojos de sus padres. No quería ser la oveja negra...
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Where, oh where, can my baby be? the lord took her away from
Me. she's gone to heaven, so I've got to be good. so I can see my baby when i
Leave this world
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Había música. En la agonía del dolor que sufría su cerebro, las notas musicales lo atravesaban como un clavo al rojo vivo.
Sus hermanos lo acusaban de estar obsesionado con la música de la época de antaño, y comenzó a darles la razón cuando la versión del 64 de Last Kiss hecha por J. Frank Wilson y los Cavaliers se volvió la banda sonora de su tormento.
Soltó un gemido que fue ahogado por una rápida y pequeña mano que se plantó en sus labios aún rotos.
Contuvo un sisero al tiempo que abría los ojos. La luz del sol invernal que entraba por la ventana de cortinas rosas, lo cegó momentáneamente. Parpadeo unas cuantas veces hasta que el rostro de Hermione se volvió nítido ante él. La chica tenía los ojos bien abiertos y se había llevado un dedo a los labios, suplicando que guardara silencio.
—Mamá está a punto de irse.—le dijo en un susurro.
Se escuchó pasos en el pasillo, acercándose.
—Me voy, cielo—se escuchó la voz de Janet al otro lado de la puerta. —¿Segura que estás bien?
—Si ma, solo es un poco de dolor. —Le aseguró Hermione elevando la voz, logrando que otro clavo ardiente atravesara la cabeza de Fred —Me quedaré un rato en la cama, y ya se me pasara.
—Bueno... —no parecía muy convencida. —Si ves que no mejoras, llámame ¿si? O a tu padre, si yo estoy con un paciente ¿vale? Lo llamaré para que esté atento.
Hermione arrugó el rostro ante la idea de que su padre apareciera por allí, preocupado por su hija, la cual estaba obviamente fingiendo un malestar.
—Solo son cólicos, mamá. Ya pasarán. —Sus mejillas se volvieron carmesí al tiempo que Fred fruncía el ceño —Por favor no metas a papá en esto.
—Vamos Hermione, menstruar es completamente normal, tu padre no se espantara si lo llamas...
—¡Mamá!
La resaca podía estar matando a Fred, pero tuvo que contener la risa cuando vio el rostro como un tomate de su amiga.
—Está bien, está bien... No sé por qué tanto secretismo, es algo natural. —Bufó su madre desde el pasillo. — Te veo en la tarde, cielo. Te quiero.
—Y yo a ti.
Ni Hermione ni Fred se atrevieron a moverse hasta que escucharon el sonido de la puerta principal cerrándose.
—Ni una palabra—le advirtió la chica en cuanto vio su mirada divertida.
—Soy una tumba —. En otras circunstancias guardaría ese momento para divertirse a costa de Hermione otro día, pero sentía que aquella mañana le debía una muy grande a su mejor amiga.
Se incorporó como pudo, aún un poco mareado. Estaba en la cama de sábanas rosas de Hermione. Aún llevando la ropa del día anterior y sus zapatos embarrados estaba cuidadosamente colocados a un lado de la puerta. Tenía un sabor asqueroso en la boca y tenía una mezcla de acidez y náuseas en el estómago que no le parecía del todo normal.
Hermione le ofreció un vaso de agua. Lo aceptó sin pensar y lo terminó enseguida. De inmediato lo rellenó con una jara que tenía sobre la mesita de noche, entregándole también dos aspirinas.
—¿Qué pasó anoche? —se atrevió a preguntar el pelirrojo después de acabarse su quinto vaso de agua bien helada.
Hermione que había pasado todo el tiempo sentada en el piso enmoquetado junto a la cabecera de la cama, sin apartar sus estudiosos ojos del chico, hizo aquella mueca que tan bien conocía Fred. Estaba apretando los labios con fuerza mientras reprimía con todas sus fuerzas una sonrisa. Solo usaba esa expresión cuando se trataba de él. Cuando sus travesuras estaban entremedio de lo divertido y lo censurable.
—Le vomitaste el escote a esa chica que trabaja en la peluquería de la señora King, esa tal Sandy Scott.
Fred se removió incómodo en la cama. De pronto cayó en la cuenta de que era la primera vez que entraba en aquella habitación. Y cómo bien le había prevenido su hermana Ginny, los muros estaban alarmantemente llenos de la cara de Paul McCartney. Todos con miradas de reproche, o al menos así le parecía Fred.
—Yo...
—La besaste. —La expresión de la castaña era neutra— Y luego vomitaste en sus pechos...
Sin poder evitarlo apartó la mirada de aquellos ojos marrones. Sintió el estómago agitarse con más fuerza, pero poco tenía que ver con los síntomas de la resaca. No sabía porque, pero no quería que Hermione supiera que había besado a una chica. Con ella no se sentía un triunfador, ni quería alardear como lo haría con sus hermanos o sus amigos. Bajo su mirada se sentía insignificante, como si besar a alguien fuera algo incorrecto.
—Apareciste anoche dando tumbos y diciendo tonterías. Usaste la linterna que escondite entre las masetas del jardín para llamarme. Tuviste suerte que siguiera despierta y que mi madre duerme como un tronco desde que usa pastillas para dormir. Si nos hubieran descubierto, hubiéramos estado bien jodidos, Weasley.
—Lo siento. —Lo decía de verdad. La castaña estaba más despeinada de lo normal y mientras hablaba se masajeaba el cuello. Había aparecido en su casa borracho, y ella lo había metido en su habitación, peligrando de ser castigada de por vida si los descubrían. Había pasado la noche cuidándolo y durmiendo en el piso para dejarle la cama a él.
Sobre la mesita de noche había una bolsa de chicharos descongelada y un botiquín de primeros auxilios abierto. Había curado sus heridas...
Si alguna vez había dudado de hasta qué punto llegaba la lealtad de su mejor amiga, podía irse olvidando de tan absurda pregunta. Jamás conocería ser más leal en el universo.
—Más te vale que lo sientas—bramó, aunque Fred sentía que se esforzaba en mostrarse severa. Parecía más preocupada que enojada. —¡¿Cómo se te ocurre salir con los idiotas de Billy y sus monos? ¿En qué estabas pensando?!
—No estaba pensando—admitió. —Salía de mi turno y me los encontré en el estacionamiento. Me invitaron una cerveza y acepté.
—¿Donde estaba George?
—Evitando problemas, dijo que no y se fue.
—¿Y por qué rayos no hiciste lo mismo y te fuiste con él?
—Porque no somos putos siameses—escupió con más rabia de la que quería. Hermione dio un respingo y Fred volvió a sentirse un despojo de la humanidad. —Lo siento... Tienes razón, debí irme también. Nada de esto hubiera pasado si hubiera escuchado a George. —Se tocó el mentón, no necesitaba un espejo para saber que se le había formado un moretón de los importantes. —Fui un idiota
—Si que lo fuiste. —Asintió al tiempo que se ponía de pie. Se sentó en el marco de la ventana, mirando por ella con atención.
Fred recorrió el lugar con la mirada mientras seguía tomando agua. Sentía su garganta como una lija. Dejando de lado la infinidad de póster y recortes de revistas de su amor platónico, y el exceso de rosa en las cortinas y en la ropa de cama, el cuarto era lindo y agradable. La cama era cómoda aunque un poco estrecha. Obviamente la habitación de Hermione tenía libros. Montones de ellos en estanterías por toda una pared, donde también había un escritorio y una silla. Allí fue donde descubrió de donde venía la música que había escuchado al despertado. El radiocasete que su madre le había regalado en su cumpleaños número doce, estaba sobre el escritorio, entre un oso de peluche y un lapicero hecho en alguna clase de arte de la primaria. El casete que el mismo había grabado para ella y entregado la tarde anterior antes de irse a trabajar, había llegado a su fin en el lado A, y ahora la casa entera estaba en silencio.
—¿Dónde está tu motocicleta? —le preguntó la castaña sin apartar los ojos del exterior.
—Está en el depósito de la tienda. El señor Winchester no me permitió ni acercarme. Fue él quien me trajo a casa anoche en su auto. Creo que lo defraudé a él también.
—Ese hombre nos vio crecer a todos, Fred. Debió ser un golpe duro verte comportándote como un idiota del estilo de Billy. Sabes que ese imbécil siempre está haciendo líos en su tienda.
No tuvo valor de decir nada. El señor Winchester no tenía hijos, su esposa y él no podían. Por esa razón, Fred creía que era tan atento con todos los niños del pueblo. Era entrenador en un equipo infantil de fútbol, y era el primero en ofrecerse como auspiciante de cualquier proyecto que tuvieran en el instituto. En Halloween repartía dulces hasta que su propia reserva para vender menguaba de manera peligrosa. Trabajar en su tienda había representado el primer trabajo verdadero para muchos jóvenes del pueblo, entre ellos Bill y Charlie Weasley. Decepcionar al señor Winchester era como decepcionar a su propio padre
—Bueno, la cosa irá más o menos así—Hermione se puso de pie con renovada energía— No te haces una idea de la suerte que tienes de que tu madre no te diferencie de George cuando está medio dormida.
—Eso hace tiempo dejó de ser divertido.
—Pues ahora juega a nuestro favor. —Le aseguró cruzándose de brazos— según tu madre, tu acabas de salir muy apurado de tu casa camino a ver a Lee.
—¿Por qué pensaría eso? ¿Acaso no se dieron cuenta que no llegué a casa anoche?
La vio rodar los ojos.
—Pues no, llame a George anoche y el te cubrió, y ahora mismo se está haciendo pasar por ti, tonto. Vendrá aquí con ropa.
—¿Ropa?
—Uno: no puedes aparecer en tu casa con la ropa de ayer. Y dos, perdón que te lo diga ¡pero apestas!—Arrugó su nariz de una forma graciosa. Fred no se lo discutió— Te darás un buen baño y te preparare café. Creo que si nos esforzamos podernos evitar que tus padres se enteren de este desastre.
Sin más, salió de la habitación, dejando a un Fred boquiabierta y demasiado agradecido como para producir palabra alguna.
Cuando la puerta volvió abrirse, fue George quien entró. Llevaba puesta una de las chaquetas viejas de Fred y de su hombro colgaba la mochila que este solía llevar a instituto, con la letra F bordada en una de las coreas.
Su gemelo lo inspeccionó de arriba abajo, estudiándolo con ojo crítico. Sus ojos se oscurecieron al ver su labio partido y el moretón en la barbilla.
—Vale, no se ve tan grave. —lo tomó de la cara para mirarlo de diferentes ángulos.
—¡Auch! Eso duele—protestó Fred apartándolo de un empujón.
George no le hizo mucho caso.
—Hermione cree que podemos decirle a mamá que te caíste y se lo tragara. Yo tengo mis dudas, pero viendo la alternativa, creo que mentir es lo mejor—asintió, como si hablara consigo mismo y no con su hermano— A mamá le daría un infarto si se entera que estuviste con esos chicos, más aún luego de lo que paso en la madrugada.
—¿Qué cosa paso?—preguntó al tiempo que sacaba de la mochila la ropa que le había traído su hermano.
Vio a George dudar un momento, pero al final lo soltó todo.
—Chocaron.—quedo lívido de solo decir esa palabra, mientras Fred lo miraba con los ojos como platos— Estamparon el coche contra un muro de contención. Escuche a la señora Potter contándoselo a mamá cuando salía para acá. Iban todos borrachísimos. Tony no sobrevivió al impactó, Billy y Zack aún están vivos. Tuvieron que mandar a Billy a Londres, pero dicen que será un milagro si sobrevive.
Se quedaron en silencio. Para Fred su resaca parecía una niñería comparado a lo que acaba de contarle su hermano.
—¿Y las chicas? Sandy, Jennifer y Yuly estaban con ellos en el coche cuando se fueron de la tienda del señor Winchester.
—Las tres están bien, en casa de Yuly, creo.—lo tranquilizó— La señora Potter dijo algo sobre que se salvaron porque habían ido a cambiarse. Sandy estaba sucia de vomito, o una cosa así.
Fred estaba demasiado sorprendido para decir nada. Tomó la ropa y las toallas limpias que Hermione le había dejado y fue a darse esa necesaria ducha. Mientras el agua caía, comenzó a reír como desquiciado. Una risa hueca y temblorosa. Dejó que el agua corriera hasta que logró dominarse. Lo último que quería era asustar a Hermione y a su hermano comportándose como un lunático.
Aún así, seguía temblando cuando salió de la ducha. El espejo del baño le mostraba a un chico pecoso mortalmente pálido y con el pecho lleno de cardenales ¿lo había pateado cuando ya estaba en el suelo? No pudo ni enojarse ante esa idea. Tony estaba muerto, y sus amigos cerca de seguirle los pasos. Sintió un escalofrío de solo pensarlo.
Si el alcohol no le hubiera sentado tan mal y tan rápido... si no hubiera vomitado el escote de Sandy... si el señor Winchester no hubiera aparecido... Tal vez, solo tal vez, él hubiera estado en aquel auto durante el accidente. Esa idea le heló la sangre.
Quería creer que no. Que si Billy le hubiera ofrecido ir con ellos en busca de diversión y mas cerveza, él hubiera sido lo sufrientemente inteligente para decir que no. Quería pensar que al final de la noche, tendría el carácter suficiente para no subirse en ese auto y regresar a casa caminado.
Pensó en Sandy y en su mirada de odio cuando le vomito encima. Aquello le había salvado la vida, a ella y a sus amigas.
Cuando salió del baño ya aseado y con toda su ropa sucia en la mochila, encontró a George y a Hermione en el cuarto de esta. La chica había hecho la cama y guardado el botiquín. No quedaba nada del desagradable aroma agrio que la resaca de Fred había dejado impregnada en las mantas. Ahora todo volvía a oler a flores y a suavizante.
En cuanto Fred entró, quedaron callados. Vio el rostro pálido y los ojos enrojecidos de Hermione, y supo que George le había contado sobre el accidente. Su gemelo, sentado en la silla del escritorio también estaba pálido. Cuando sus miradas se encontraron, entendió que él no había sido el único que había entendido lo cerca que había estado Fred de encontrarse en aquel coche.
George se puso de pie, dejando una mano sobre el hombro de su hermano y apretándolo con fuerza. No le dijo "te lo dije", ni siquiera se le cruzó por la cabeza hacerlo. Sus ojos decían "Por favor, no vuelvas a ser tan idiota, no quiero perderte...". Fred solo asintió. En sus conversaciones las palabras a veces sobraban.
En cuanto George se apartó, una maraña de cabellos castaños se abalanzó sobre él, abrazándolo con todas sus fuerzas. Acarició su cabello y la rodeó con sus brazos, mientras sentía como temblaba mientras lloraba.
—Lo siento—les dijo a los dos, pero especialmente a Hermione— Soy idiota y casi...
—No lo digas—chilló la voz amortiguada de Hermione, cuyo rostro estaba enterrado en el pecho de Fred—Ni se te ocurra decirlo.
George le dio una palmadita en la espalda antes de marcharse, muy consciente que aquello era algo íntimo y era mejor no inmiscuirse.
—Estoy bien. Soy un tonto, pero estoy bien. Estoy aquí. —la apretó un poco más, intentado que lo comprendiera. A Hermione no le gustaba llorar, menos frente a él, lo sabía muy bien. Le partía en alma verla tan vulnerable. Y todo por su culpa.
—Eres mi mejor amigo—dijo con voz temblorosa— No puedo perderte... no quiero que nada malo te pase...
Fred sonrió muy a su pesar. Frotó sus hombros que seguían temblando y le dio un suave beso en la coronilla. Sus labios magullados le dolieron, pero no le importo.
—Nada malo me va a pasar, niña.—le aseguró sin apartar los labios de sus cabellos—Siempre voy a estar aquí, no importa cuánto llueva o truene, siempre seré tu mejor amigo.
Aún así no lo soltó. Ni siquiera cuando le ofreció quedarse con ella hasta que se convenciera de que nada malo le pasaría.
Fred sabía que parte de su arrebato era por la falta de un descanso adecuado. Por su culpa había pasado la noche en el piso de su habitación cuidando de un borracho. Pero Hermione no quería irse a dormir cuando podía seguir abrazando a su amigo, en un vano intento de mantenerlo seguro y lejos de cualquier mala influencia.
Así fue como acabaron acurrucados en la estrecha cama de la chica. Acariciaba su cabello casi por inercia, mientras Hermione intentaba no dormirse, temerosa de que desapareciera en cuanto sus parpados cedieran.
A Fred todavía le dolía un poco la cabeza, pero no dijo nada. Puso en marcha el lado B del casete y Last Kiss volvió sonar. Se había olvidado que la había puesto dos veces.
Esta vez sintió un escalofrío al escuchar la letra. Abrazó con fuerza a su mejor amiga, besando su frente al tiempo que su corazón golpeaba con fuerza en su pecho. En aquel instante, era más consiente que nunca de lo importante que ella era para él.
Y también comprendió lo poco digno que era.
En menos de veinticuatro horas ella había puesto en manifiesto lo valiente e inteligente que era. Había demostrado hasta donde estaba dispuesta a llegar con tal de darle su ayuda. Mientras que él había hecho una tontería tras de otra. La había asustado, la había expuesto... ¿Qué tipo de amigo de mierda era?
Ella era especial... y el era insignificante.
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¡Hola gente hermosa! ¿Cómo se encuentran?
Antes que nada quiero darles un anuncio muy importante. Ya que son fan del fremione (yo lo sé, tú lo sabes, el mundo lo sabe, el cura que contrataron para hacerte un exorcismo lo sabe y ya se volvió fan también) quiero invitarlas a que se den una vuelta por el canal de youtube de Historias Mágicas – Audiolibros (para los amigos doña Sonia, talentosa y adorada.) donde (-agárrense los calzones-) hizo un audiolibro con mi one "El truco más dulce" ¿se la creen? Porque yo aun estoy flipando! Así que les pido con amabilidad que vayan y le den su amor. Y también las amenazo! Porque si no van y le dejan un saludo de mi parte y un buen me gusta, les juro que se acaban las actualizaciones semanales y les dejo en hiatus esta historia por un mes ¡Se lo juro por el sagrado bigote de Freddie Mercury! *Sale dando un portazo… y regresa para dejarles el link xd *
www. youtube watch?v=s02QAdDHsVU&t =193s (eliminen los espacios) (o también lo pueden encontrar como: "El truco más dulce" (FREMIONE Oneshot) de Elly Luz. Audiolibro)
Bueno, y después de este pequeño y extraño corte publicitario, continuamos con nuestra programación habitual.
¿Qué les pareció el capítulo? La última frase esta inspirada directamente de la canción que da título a este relato. Siento que le queda como anillo al dedo a este Fred. El quiere seguir siendo el chico de las bromas y los problemas a pesar que George haya tomado otro camino, y eso ha hecho que se meta en todo este lio, logrando así ya no sentirse digno de la amistad de Hermione. Y es que desde "La niña que ama a The Beatles" tenemos a un Fred que cuida de Hermione más que a nada. Lo ve como su obligación, hasta como su propósito en la vida, y lo hace encantado, pero en este momento fue él quien la ha lastimado con sus acciones, poniéndose en peligro y exponiendo a su amiga a un mundo mucho más oscuro.
Me gusto mucho el personaje del jefe y le tome muchísimo cariño en su pequeña aparición. Es un hombre inteligente y Fred tiene suerte de recibir sus consejos. Meter la pata cuando eres joven es un derecho, pero tampoco hay que ser pendejo.
También me gusto la forma natural como George y Hermione orquestaron todo para ayudar a Fred. Nuestro pelirrojo tiene suerte de contar con personas que lo quieren tantísimo.
En fin, este relato es muy importante, y no solamente para Fred. Desde aquí hay un antes y un después para ambos.
La canción Last Kiss que suena en la habitación de Hermione, cuenta la historia de una pareja que tiene un accidente y la chica muere en brazos de su novio, dándole así un último beso con sus últimas fuerzas. Siendo honesta cuando comencé con la historia no planee lo del accidente (iba a quedar todo en la borrachera y la paliza) pero escuchando esa canción se me ocurrió. Creo que le da mucha más fuerza a toda la situación y nos deja más en claro en el peligro tan grande en que se metió Fred. (¿Divago mucho, verdad?)
Sin más me despido. Como siempre les agradezco todo el apoyo que me dan cada semana.
Los quiero 3001!
Luz
