CAPÍTULO VII

La emocionante mañana recreativa de Yūji comenzó con un no-tan-emocionante pintado de uñas. A Sukuna le gustaba tenerlas en color negro y su hermano era un excelente manicurista. Aprendió más de fuerza que de gana y en algún momento le tomó gusto; de hecho, también se las arreglaba a Nobara. Recordaba a la perfección la primera vez que tanto ella como Fushiguro quedaron anonadados ante su talento oculto. Uno de varios.

—¡Listo! —exclamó en cuanto terminó con la mano izquierda—. ¿Ya nos vamos?

—Todavía no. —Tomó el delineador para ojos y lo destapó—. Ven acá.

—¡Agh! ¡No! —se quejó, echando la cabeza hacía atrás, casi como un niño melindroso que se rehúsa a comer algo que deja mal sabor de boca—. Ya accedí a peinarme como tú por hoy. Debo lucir como un idiota, así que no quiero que me pintarrajees la cara.

—Tu ya pareces idiota, yo sólo hago el favor de arreglarte. —Agarró por las mejillas al chico con la mano que tenía libre—. Así que da las gracias, doble idiota.

Yūji sostuvo la muñeca ajena, intentando minimizar la fuerza aplicada sobre sus cachetes.

—¡¿Te das cuenta de que tenemos el mismo rostro?! Tú… ¡Triple idiota!

—¡Pedazo de…!

En algún momento aquello pasó de ser una sesión de belleza completamente masculina, a ser un intento de homicidio. Sukuna terminó sentado a horcajadas sobre el abdomen de Yūji, empujando un lápiz delineador contra el cuello de este, quien hacía todo lo posible con los brazos para impedir el avance del arma improvisada.

La única razón por la que Yūji estaba en contra, era porque cada que le maquillaban los ojos, le lloraban, así que debía hacer infinitas pausas para no derramar lágrimas que podrían hacer que se corriera el pigmento. Quizá sus párpados inferiores eran muy sensibles porque ya había perdido la cuenta de las veces que Sukuna lo "hermoseaba". No lo admitiría aún si le apuntasen con un arma en la sien, pero le agradaba tener apariencia de chico rudo de vez en cuando, con las ojeras falsas y todo eso; no obstante, jamás dejaría de odiar el proceso para obtener ese resultado.

—Vamos, déjalo ya —pronunció con una voz que denotaba el esfuerzo de su cuerpo, incluso algunas venas en el cuello se tornaron visibles en consecuencia—. ¿Por qué quieres que nos veamos iguales?

—Es divertido (a veces).

Yūji no podía tomar en serio a su gemelo diciendo eso con una mueca de asesino serial.

—Ah, con que quien despertó hoy en ese cuerpo fue el Sukuna tsundere —lo molestó, con un tono cargado de una pesada ironía.

Si había algo que no entendía de su reflejo malvado con libre albedrío, eran los cambios de opinión que parecían variar a la par del clima. De repente, odiaba que la gente los considerara un «paquete», un «dos por uno». Argumentaba que ser tratado como oferta era denigrante; luego, buscaba que fueran como dos gotas de agua.

—¡Ah! ¡Ya basta!


—¡Megumi, Megumi! —Gojō dio pequeños toques en el hombro del nombrado para llamar su atención.

—¿Qué pasa? —preguntó, sin despegar los ojos del celular. Revisaba que las críticas de la película que iban a ver fueran buenas.

—¿Acaso ellos son quienes creo que son?

Fushiguro redirigió la mirada hacia donde señalaba el otro. En aquel lugar se encontraban dos chicos que, de espaldas, lucían idénticos en complexión, estatura, vestimenta y color de cabello.

Los gemelos Itadori iban de negro, con playeras de manga larga y cuello de tortuga, muy ceñidas al cuerpo, unos pantalones de cargo, que se estrechaban en los tobillos, y botas estilo militar. Lo único que los diferenciaba era el cinturón, pues el de uno era color verde pino y, el del otro, rojo vino.

Gojō se aguantó la risa mientras les tomaba fotos, pues ambos separaron una pierna, recargándose en esta, se colocaron una mano en la cadera, la otra, la llevaron al mentón e inclinaron la cabeza hacia la derecha. Todo al mismo tiempo.

—Deje de hacer eso. Es acoso —recriminó Fushiguro.

—Descuida. Le quité el flash —indicó, levantando un pulgar en señal de complicidad.

—¡Eso no lo hace mejor!

Era una pérdida de tiempo intentar razonar con Gojō cuando no estabas en la misma línea de pensamiento.

—¿Apostamos? —preguntó, luego de guardar su celular en el bolsillo del pantalón y sacar un billete de diez mil yenes de la cartera.

Fushiguro lo miró con incredulidad durante unos segundos. Después, sacó mil yenes.

—Le falta un cero a ese papel.

—No pienso perder más que esto. —Se sentía ridículo por seguirle la corriente al viejo, algo que de manera cotidiana evadía, pero tenía la oportunidad de ganar diez veces lo que ponía en juego, por lo que la ocasión lo ameritaba.

—Yo digo que Yūji es el del cinturón verde.

—El del rojo. —Tenía sus razones; lo veía llevar sudaderas debajo del uniforme, la mayoría en tonalidades del amarillo al rojo.

—Oye —dijo Yūji, tras un tiempo de analizar los precios de los alimentos en las pantallas.

—¿Hm? —Sukuna se mantuvo corto de vocabulario.

—¿Por qué siempre miramos estas cosas si nunca compramos nada?

—Buena pregunta.

En ese momento, ambos metieron las manos en los bolsillos y cambiaron el peso que recargaban en una pierna, hacia la otra.

—Vaya, vaya. Miren a quién tenemos aquí.

Ante la suma claridad y cercanía de aquellas palabras, dieron media vuelta, topándose con dos personas bien conocidas.

—¡Pero si son los gemelos Itadori! —finalizó Gojō, quien fue el responsable de llamarlos en primer lugar.

Fushiguro se limitó a mover la cabeza en un gesto de saludo.

Sukuna y Yūji se voltearon a ver. Se cercioraron de tener la misma expresión neutra en el rostro, antes de regresar la mirada al frente.

Fushiguro pasó los ojos del uno al otro con insistencia, como en los juegos de «Encuentra las diferencias en las siguientes imágenes». Frunció de manera imperceptible entrecejo cuando no supo quién era quién y se relajó cuando tuvo la brillante idea de hacerlos hablar.

—Buenas —agregaron los gemelos al unísono… ¡¿Con el mismo tono de voz?!

«¿A qué están jugando?» Si bien, Fushiguro recordaba que Yūji llegó a comentar que era bueno con las imitaciones, nunca imaginó que aquello aplicase en una situación como la que presenciaba; su entonación ahora era algo grave, similar a la de Sukuna.

Por otra parte, la sonrisa casual de Gojō se borró de manera paulatina al toparse con la misma encrucijada mental en la que se hallaba el chico a su lado. Deslizó los lentes oscuros por la nariz, lo suficiente para analizar a los muchachos con la luz del día, e inclinó el rostro hacia abajo. En cierto sentido, era entretenido confirmar cómo empleaban el maquillaje: sutil. Les hacía lucir los ojos más profundos, que a juego con la vestimenta, les hacía emanar un aire lozano y rebelde.

—¿Quién es quién?

—Quién sabe —contestaron los hermanos, coordinados de nuevo.

En esta ocasión, exhibieron una sonrisa más tranquila y la entonación de las palabras era más jovial y fresca, como la de Yūji jugando una broma.

—Gojō-sensei —habló Fushiguro, con una notable extrañeza—. Estamos viendo lo mismo, ¿cierto?

—Créeme que no eres el único que sintió escalofríos al saber que uno de ellos es Sukuna y que puede poner una cara como esa —respondió al instante, sabiendo de sobra el por qué le preguntaba aquello.

Yūji no soportó más y se echó a reír con el comentario. Sukuna soltó un suspiro fastidiado; con lo bien que les estaba quedando la actuación.

Por suerte y para alivio de Fushiguro y Gojō, los Itadori retomaron sus gestos habituales. Por si fuera poco, se fijaron en el color de sus cinturones, antes de que hubiera algún inconveniente.

Gojō estiró la mano hacia Fushiguro.

—Me debes mil yenes.

—Qué mal educado —esclareció, luego de chasquear la lengua y sacar la billetera. ¿Es que no se podía esperar a no tenerlos a ellos de frente?

—¿Apostaron? —preguntó Yūji, sin sentirse mal por ello.

—¡Yup! —exclamó Gojō; acto seguido, tomó el billete que le era entregado y lo guardó en el bolsillo—. Aunque yo ofrecí diez veces esta cantidad. Megumi es un avaro.

El nombrado se limitó a desviar el rostro por la vergüenza.

—Gojō-sensei no dejaría de molestarme si me negaba. Fue pura estrategia —se excusó, aunque, en parte, no era una conclusión errónea.

—En fin —Gojō hizo uso de la palabra mientras regresaba los anteojos a su lugar—, ¿qué hacen por aquí, muchachos?

A Sukuna le tembló la ceja a voluntad al escuchar eso.

«¿En un cine? Oye, no sé. Qué buena pregunta. ¡Deberíamos hacer una jodida barbacoa!» pensó con una venenosa ironía.

Yūji, al percibir cómo su hermano se cruzaba de brazos y antes de que hiciera o dijera algo que arruinara el ambiente, lo tomó por los hombros y cambió de lugares, dejándolo frente a Fushiguro y quedando, él, cara a cara con Gojō.

—Ah, whops —soltó una risilla nerviosa.

Sabía de sobra que aquello empujó a Sukuna al borde de la rabia; no porque éste creyera que Gojō era un adulto metiche y molesto que no se comportaba como alguien de su edad, y detestaba oír su voz, sino porque formuló algo que su hermano había bautizado como «preguntas pendejas», y era consciente de lo mucho y lo fácil que ese tipo de cuestiones lo sacaban de sus casillas.

—Ya-Ya sabe, la película, la película —apresuró a decir, aún intranquilo—. ¡Dark Phoenix! —Finalizó, usando el índice y el pulgar para hacer un corazón con cada mano, las cuales colocó a la altura de los hombros.

—Oh, veremos la misma. ¿Te gusta la saga de X-Men? —preguntó, por la mímica, aunque desvió los ojos a Sukuna por un momento, aprovechando que los anteojos lo ocultaban.

—Es por Jennifer Lawrence —dijeron Sukuna y Fushiguro en coro. Acción que hizo que el primero le mantuviera la mirada y el segundo la evadiera.

Pese a que su pelea ocurrió un par de meses atrás, Fushiguro aún se sentía incómodo cerca de Sukuna, en especial porque desde el intercambio de palabras que tuvieron en el gimnasio, no se había presentado ocasión alguna en la que necesitaran hablar. No tenían nada en común.

A Gojō le fascinaba el horrible ambiente tenso y engorroso que se formaba entre ellos, por lo que ya buscaría alguna tarea que pudiera dejar en clase para formar parejas y ponerlos a trabajar juntos. No tenía ningún perverso motivo oculto, sólo quería saber si se mataban o no.

—Iré a comprar algo para comer —indicó Fushiguro tras revisar la hora en su celular. No lo hizo antes porque Gojō se habría terminado las cosas mientras esperaban. De paso, extendió la palma de la mano hacia el susodicho.

Gojō hizo como que no vio eso.

—No finja demencia. No pienso pagar su parte.

—Que poco considerado eres —fingió indignación, a la par en que le entregaba el efectivo—. Por eso no tienes novia.

—Eso no es asunto suyo —intentó esconder el enfado en sus palabras, no así la de los ojos, y se fue de allí sin perder más tiempo. La fila era larga.

—Está enojado —dijo Yūji.

—Desde esta mañana —complementó Gojō.

—¿Y eso?

—Hm. —Colocó la barbilla en la escuadra que formaba el índice y el pulgar, intentando recordar la razón—. Digamos que olvidé comprar los tickets en línea, así que llegué a comprarlos aquí y como la sala estaba algo llena, nos tocó en lugares separados.

—Ay, ese Fushiguro —suspiró entre resignado y divertido, negando con la cabeza.

—Debe ser la adolescencia. —Puso las palmas de las manos hacia arriba, como restándole importancia—. Cambiando de tema, ¿ustedes no comprarán nada?

Los chicos señalaron hacia los pantalones, haciendo notar los múltiples bolsillos y respondieron con la misma coordinación de antes.

—Contrabando.

—Ya veo. —Por alguna razón eso le causaba ternura—. ¿En qué sala les tocó?

—En la siete —respondió Yūji.

—¡Estamos en la misma! ¿Me dejas echar una mirada a sus asientos?

—Seguro. —Metió la mano en uno de sus bolsillos traseros, sacando el celular, y le mostró en la pantalla la fila y el número de los asientos asignados.

Gojō creyó que la suerte estaba de su lado cuando sacó el par de boletos de su chamarra para corroborar los dígitos y ver que, él y Fushiguro, estaban separados justamente por los muchachos.

—¡Qué maravilla! —exclamó, tomando a Yūji por los hombros—. Megumi y yo terminamos a cada lado de ustedes. —Le entregó los tickets para que lo confirmara—. ¿Crees que podamos reacomodarnos los cuatro para que Don Berrinches deje de montar su teatro? —Señaló hacia donde se encontraba Fushiguro, aunque incluso sin aquel gesto era evidente de quién hablaba.

Yūji se rió, pero antes de contestar, volteó a ver a su hermano, como buscando su aprobación con la mirada.

Sukuna se encogió de hombros. La verdad, no le importaba, tan sólo no quería quedar a un lado de Gojō y sabía que eso quedaba implícito.

—¡Claro! —Yūji regresó la mirada a Gojō—. Sin problemas.

—Perfecto. ¡Ya regreso!

Los chicos siguieron a su profesor con los ojos, quien se dirigió hacia Don Berrinches. Gracias a eso, Sukuna aprovechó para hacer un breve interrogatorio.

—Hey, ¿qué relación tienen esos dos?

—¿Hm? ¿Por qué preguntas?

Sukuna rodó los ojos antes de responder.

—Estaban juntos. Fushiguro Megumi estiró la mano por dinero... —¿Tenía que decir más?

—Ah, eso… —Guardó silencio un par de segundos sin saber qué responder.

Fushiguro le había pedido que no lo divulgara, aunque, bueno, Sukuna era del tipo curioso, mas no chismoso, y no había grandes cosas que se ocultaran el uno al otro, así que tal vez podría comentarlo.

—Gojō-sensei es su tutor legal.

—Hm. —Levantó las cejas—. Qué situación más curiosa.

—Lo sé. ¡Ah! Pero no lo vayas a soltar por ahí —se colocó un dedo sobre los labios, indicando que era un secreto—. Se supone que nadie lo sabe, sólo Kugisaki y uno que otro senpai.

Mientras ellos dialogaban al respecto, Gojō y Fushiguro también tenían una pequeña charla.

—Adivina qué, Megumi —anunció Gojō, con su bien conocida voz cantarina.

—¿Qué ocurre?

—Justo entre nuestros asientos están los gemelos, así que nos podemos reacomodar.

—Oh, entonces —giró el rostro hacia donde estaban los precios de los alimentos—, ¿debería pedir lo de siempre? —Quería asegurarse, pues antes de eso acordaron comprar dos paquetes individuales, en lugar del combo de mayor tamaño que acostumbraban.

—Sip. —Levantó una mano, haciendo el símbolo de «amor y paz»—. Que sean dos de esos.

Fushiguro arqueó una ceja y eso bastó para que la pregunta se formulara sola.

—Digamos que es para agradecerles, ¿sí? —A modo de complicidad, guiñó un ojo tras los lentes oscuros.

—Está bien.


Una vez dentro de la sala de cine se acomodaron Fushiguro, Gojō, Yūji y Sukuna, justo en ese orden para evitar cualquier atentado. Pese a que todo inició en tiempo y forma, Sukuna prestó más atención a lo que ocurría a su lado, que a lo que se proyectaba al frente.

¿Por qué?

Era bien sabido que Gojō era académicamente imparcial, aunque solía llevarse de manera amistosa con sus alumnos en lugar de mantener una distancia profesional, por lo que no era raro ver que les pusiera una mano en la cabeza o que les despeinara, inclusive aceptaba tomarse fotos con varias alumnas. Era una especie de celebridad escolar.

No obstante, en varias ocasiones lo había atrapado invadiendo el espacio personal de su hermano, como cuando se acercaba por detrás y recargaba el mentón en la cabeza de Yūji o cuando lo atrapaba bajo el brazo para susurrarle algo al oído. Si bien, las situaciones en las que aquello ocurría no eran extrañas en particular, no le gustaba que lo agarrara con tanta confianza.

No, no eran celos, pues no toleraba el contacto físico ajeno, salvo si se trataba de Yūji y dependía de la situación y el momento. Sin embargo, no podía explicarlo y tampoco sabía el porqué, pero todo eso le daba mala espina. El repugnante sentimiento empeoró ese día, dentro de esas cuatro paredes oscuras, iluminadas apenas por una enorme pantalla.

En algún punto, Gojō se tomó la libertad de rodear los hombros de Yūji con el brazo y aquello habría pasado desapercibido, si tan sólo el oído de Sukuna no estuviese tan cerca del hombro que sostenía la mano de ese hombre. El movimiento de los largos dedos sobre la ropa fue lo que terminó por llamar su atención; caricias lentas de arriba hacia abajo, dibujando ocasionales círculos.

No había manera en que aquello fuera normal, es decir, por ciertas circunstancias, Sukuna tenía una buena relación con Nanami. Increíble, pero cierto, y entre ellos estaba lejos de pasar lo que ocurría con Yūji y Gojō.

Por otro lado, el contacto no iba más allá de eso. Yūji estaba tan embobado con la película, que parecía no percibirlo. ¿Sería Gojō consciente de aquello? De no serlo, seguro tenía algún tipo de problema del que no estaba al tanto, por hacer ese tipo de cosas de manera mecánica, pero en dado caso de saber exactamente lo que hacía… ¿Qué demonios pretendía?

De cualquier forma, no podía ser tan estúpido y arriesgado como para saltar en ese momento. Por ahora, haría de la vista gorda, más tarde averiguaría tanto de él como le fuera posible. Preguntar a Nanami parecía ser una buena opción para iniciar, tal vez, hablarlo con su hermano también.

Lejos de eso, el resto de las horas que compartieron, transcurrieron con relativa normalidad y calma. Cada quién tenía cosas pendientes, por lo que Gojō se ofreció a acompañar a Yūji hasta la estación de tren, importándole poco el hecho de que había llegado con Fushiguro. Yūji, por su parte, continuaba emocionado, discutiendo los detalles de la película con Gojō, ignorando que arrastró a su hermano como acompañante original.

Sukuna y Fushiguro caminaron detrás de ellos durante de todo el trayecto, tirándoles de la ropa cuando, por ir de estúpidos distraídos, estuvieron a centímetros de cruzar la calle cuando el semáforo peatonal marcaba un alto. Aún con eso, parecían pasar inadvertidos en presencia. No obstante, se sentían aliviados de no ser la víctima del insistente parloteo de su respectivo idiota y, por razones personales, en ningún momento se vieron o dirigieron la palabra.

En la estación de tren, se despidieron y, por fin, tanto Sukuna como Fushiguro gozaron de paz y tranquilidad, al menos hasta que llegaron a sus hogares correspondientes.


Al día siguiente, durante la hora del receso, Sukuna esperó a que el salón de clases se vaciara lo más posible. Previo a resolver las dudas de lo acontecido el día anterior, debía atender otro asunto importante, uno que no dejó de dar vueltas en su cabeza durante todo el fin de semana.

Así, se levantó de su asiento, en silencio, y se paró delante del pupitre de una chica albina, de cabello liso y corto, que, por el pase de lista, sabía que se llamaba Uraume.

Ella levantó el rostro, mas se mantuvo en silencio, con una mirada curiosa y sorprendida a la vez.

—Hoy, al terminar las clases…

Aquellas palabras llamaron la atención de los pocos presentes, incluidos Fushiguro, su hermano y Nobara, quienes comían cerca de la ventana donde se sentaba el primero de ellos.

—Quiero verte detrás del edificio de los de primer año —continuo—. No me hagas buscarte.

Lo siguiente que hizo dejó aún más boquiabiertos a los compañeros, pues le vieron inclinarse y llevar los labios hacia el oído de la chica, lo más seguro, para susurrar algo. También dirigió una mano hacia su cuello y, con lentitud, la movió hacia la nuca, por debajo del cabello.

A los pocos segundos, se irguió y salió del aula como si nada hubiera pasado.

El par de amigas de Uraume, que la acompañaban a comer, sentadas frente a ella, no tardaron en bombardearla con preguntas en voz baja.

—¿Qué fue eso?

—¿Qué te dijo? ¿Qué te dijo?

—¿Desde cuándo se conocen?

—¿Hablan seguido?

Ellas, que conocían a Uraume y sabían de su corto temperamento, sólo eran capaces de asumir que le había dicho algo muy romántico o intenso, como para dejarla congelada y el resto de los alumnos no pensaban algo muy diferente de eso.

Poco se imaginaban que no fue así en absoluto.

«Que sea detrás de este edificio. Ni se te ocurra comentarle a nadie más, porque lo pagarás caro y no tendrás otra oportunidad» habían sido las palabras de Sukuna, quien tiró de su cabello para acentuar el ultimátum, lo hizo cerca de la raíz y sin la brusquedad necesaria, para evitar que se quejara y que nadie se diera cuenta.

—Hey, Itadori —susurró Nobara, jalando el uniforme que le cubría el brazo para llamar su atención—. Reunión de emergencia.

En ese punto, Fushiguro y ella se encontraban agachados sobre el pupitre. Yūji no tuvo más remedio que imitarlos.

—No nos habías dicho que a tu hermano le gustaba Uraume.

—Hn —asintió Fushiguro, pues no podía decir gran cosa mientras comía.

—Porque no le gusta —explicó.

—¿Hah? ¿Entonces eso de ahora qué fue? —agregó Nobara, casi indignada al sentir que trataba de engañarla.

—Te juro que no es lo que parece.

Fushiguro se mantuvo en silencio. Estaba de acuerdo con ella. Eso había parecido hasta sexy, como sacado de un drama de televisión.

Sin embargo, Yūji había visto a su hermano hacer eso antes, era algo que sólo aplicaba con chicas, justo para dar la impresión que todos tenían en esos instantes.

—De hecho —tragó saliva, tanto sus facciones como su voz denotaban seriedad—. Estoy seguro de que va a amenazarla.

El por qué, no lo tenía claro, mas podía afirmar que eso era lo que ocurriría.