La historia de Neville


Un rayo atravesó el cielo. La lluvia se desató al instante, con toda la furia, y casi al instante el autobús noctámbulo se detuvo en seco, en medio de un paraje desértico.

-Demonios -dijo el conductor, un hombre adulto llamado Stan Shunpike-. Maggie, fíjate si puedes repararlo, debe ser el potenciómetro.

Una chica adolescente llena de granos, que pedía los boletos, bajó del autobús bajo la lluvia y se dirigió al costado trasero del vehículo.

Goldstein alzó la mirada por encima de su asiento. Hacía un buen rato que estaba ahí arriba, y solo quedaban él y una anciana bastante obesa en todo el transporte, que en ese horario tenía asientos en vez de camas. La señora se puso de pie y empezó a caminar muy lentamente hacia la salida, apoyada en un bastón.

El auror miró a través de su ventana, con el ceño fruncido, cómo la anciana caminaba muy despacio por el barro, bajo la lluvia total, sin siquiera un paraguas. Todo alrededor eran campos ingleses sin absolutamente nada, ni una sola casa o construcción. Había vacas a la vista entre el aguacero, y la calle sobre la que se había detenido el autobús noctámbulo era de tierra, un camino rural. La anciana se perdió de vista entre la niebla y la lluvia, caminando lentamente con su bastón...

Maggie volvió a subir al vehículo, empapada, y negó con la cabeza a Stan. El chofer se puso de pie, salió de detrás del volante y se acercó a Goldstein, el único pasajero que quedaba allí ahora.

-Lo siento, amigo, estamos averiados -le dijo-. No sé cuánto demore en repararlo. ¿Puede aparecerse?

Goldstein se quedó serio y negó con la cabeza.

-Tenía que renovar mi licencia esta semana y no lo he hecho. ¿Cuán lejos cree que estemos de Hogwarts?

-A unos doscientos kilómetros, quizás -Stan se encogió de hombros-. Estamos en medio de la nada. Mire, si quiere lo llevo a Hogsmeade mediante aparición conjunta.

-De acuerdo, gracias -Goldstein sujetó sus cosas con fuerza, tomó el brazo de Stan y, mientras la chica con acné lo saludaba con la mano, sintió un tirón horrible y la sensación de pasar por un tubo de goma muy estrecho.

Aparecieron en medio de la calle central de Hogsmeade, bajo un diluvio infernal.

-¡Aquí lo dejo, amigo, tengo un autobús que reparar! -le gritó Stan bajo la lluvia.

-¡Muchas gracias, que le vaya bien! ¡Hasta luego! -Goldstein observó a Stan desaparecerse y corrió a buscar refugio bajo el tejado que sobresalía de Las Tres Escobas, sobre la acera. Mientras lo hacía, rebuscó en su bolso hasta encontrar el paraguas plegable. Lo abrió enseguida y se puso a caminar.

Llegó a la estación de trenes. Las vías del tren estaban vacías y solo había un montón de carruajes prolijamente ordenados uno junto al otro. Más allá, unos animales se refugiaban de la lluvia en un pequeño galpón ferroviario.

-Hola, ¿qué tal? -saludó Goldstein al mago que atendía la boletería-. ¿Tienen servicio de carruajes al castillo?

-Sí, claro -le dijo el mago, un hombre bastante anciano-. Los carruajes a Hogwarts salen todos los días menos el 1 de septiembre, cuando están reservados para los estudiantes. Cuesta siete sickles solo de ida, o veinte sickles ida y vuelta con el carro estacionado frente al castillo esperándolo. Diez sickles adicionales por cada hora de espera.

Goldstein asintió y sacó dinero para pagarle. Entonces el mago le indicó con el dedo el carruaje más próximo, que estaba estacionado saliendo de la estación bajo la intensa lluvia. Goldstein vio que uno de los animales salía del galpón y se dirigía hacia este, como si supiera que recibiría a un pasajero, y se colocaba él solo en la parte de adelante, preparándose para tirar del carro.

-El de aquí, el primero de todos -le señaló el mago de la boletería.

-Sí, sí, ahí ya veo al thestral -dijo Goldstein, asintiendo-. Muchas gracias.

-Ah, vaya, ¿puede ver a los thestrals? -dijo el mago, asombrado-. No muchos pueden, ¿sabe?

-Bueno, lo que pasa es que soy auror -dijo Goldstein, encogiéndose de hombros-. Luego de mi primera semana en este empleo ya podía verlos. Hasta luego, que tenga un buen día.

Se alejó bajo la lluvia, trotando hacia el carruaje, y se subió tan rápido como pudo. Este empezó a moverse fuera de la estación y hacia el castillo, tirado por el animal.

Era difícil ver nada en medio de la fuerte lluvia, pero alcanzó a distinguir, momentos después, los cerdos alados en los pilares que conducían dentro del castillo. El carruaje anduvo solo por el camino de entrada, y Hogwarts apareció entre medio de esa espesa neblina, como salido de la nada por arte de magia. El castillo estaba tal y como lo recordaba de sus años de estudio allí.

Mientras Goldstein miraba por la ventana de su carruaje, le pareció ver algo extraño. Quizás era solo su imaginación, porque era imposible ver nada a través de esa niebla y la lluvia, pero le dio la impresión de que una niña lo observaba fijamente desde una de las ventanas del castillo, aproximadamente desde la altura del primer piso…

El thestral estacionó el carruaje frente a la entrada principal. Goldstein se bajó de un salto y anduvo hasta la escalinata de piedra y las puertas de roble. Estas se abrieron solas antes de que pudiera tocarlas.

-¿Señor Goldstein?

Era el mismísimo director, Neville Longbottom.

-Buenos días -lo saludó el auror.

-¡Adelante, por favor! Pase, se está empapando.

Goldstein ingresó al castillo y, en cuanto las enormes puertas se cerraron tras él, se aplicó un hechizo a sí mismo que secó su ropa y su paraguas, y dejó sus botas limpias.

-¿Me estaba esperando? -le preguntó a Neville, algo sorprendido.

-Sí, claro, lo estuve esperando aquí. Teníamos pactado este horario.

-Disculpe, señor Longbottom, mi transporte se averió, por eso la demora.

-¡No hay problema! -dijo Neville, sonriendo-. ¡Qué clima, ¿verdad?! Horrible. Venga, vamos a mi despacho, le prepararé un té caliente.

-Gracias.

Subieron hasta el despacho del director, atravesando pasillos donde no había muchos alumnos, aunque sí se oían sonidos de hechizos y voces dentro de las aulas. Debían estar en una de las horas de clase de media mañana, las últimas antes del almuerzo.

Sin embargo, cuando llegaron ante las gárgolas de entrada al despacho del director, Neville se detuvo en seco.

-Espere… -dijo. Goldstein vio que se quedaba en silencio varios segundos, mirando fijamente hacia delante de forma inexpresiva.

-¿Señor director? ¿Está usted bien? -le preguntó, con el ceño fruncido.

-Sí, mire… -Neville se volvió hacia él, y este notó enseguida que algo pasaba: lucía extraño, como si algo grave acabara de pasarle.

-¿Qué ocurre? -preguntó Goldstein enseguida.

-Mire, creo que no tiene sentido hacerlo perder tiempo -dijo Neville entonces-. Usted vino a interrogarme y la verdad es que yo… yo puedo ayudarlo con todo esto.

Aquello tomó al auror totalmente por sorpresa.

-¿Disculpe? ¿A qué se refiere exactamente?

-Estaba esperando a que vengan, para decirles -dijo Neville. Parecía afligido, pero también nervioso. Como si tuviera una mezcla de emociones dentro. -Creo que será mejor que vayamos directo al grano. No creo poder quedarme callado más tiempo.

-¿Qué tiene para decirme, señor Longbottom? -preguntó Goldstein, y algo dentro suyo le indicó que no fuera como su jefe, que no perdiera la calma. Decidió agregar algo más: -Es decir, podemos hablar donde usted se sienta más cómodo. Su despacho me parece un buen lugar…

-No, mejor no en mi despacho -Neville negó con la cabeza-. Es que tengo que mostrárselo, así que será mejor que lo vea con sus propios ojos. Sígame. Es por aquí.

Totalmente confundido pero intrigado a la vez, Goldstein siguió a Neville por los corredores que acababan de atravesar, esta vez en dirección contraria, bajando tramo tras tramo de escaleras por pasillos colmados de aulas con estudiantes dentro; hasta que llegaron al primer piso.

-Aquí es donde ocurrió el asesinato -murmuró Goldstein. Neville se había detenido en el punto exacto en que habían encontrado muerto a Harry Potter solo unos días atrás.

-Exacto -Neville asintió-. Mire, la verdad es que, luego de que ocurrió todo, no pude evitar quedarme pensando… Las cosas daban vueltas en mi cabeza -Neville parecía nervioso, pero decidido a hablar y contar algo que parecía ser muy importante-. Estuve pensando en todo esto día y noche… hasta que lo descubrí.

-¿Qué descubrió, señor Longbottom?

-Descubrí quién es el asesino.

Las palabras de Neville fueron seguidas por un instante de silencio. Goldstein no se había esperado aquello para nada. Todo parecía indicar que el interrogatorio de Neville no sería más que uno más del montón, porque no había pistas firmes que lo implicaran a él, al menos no tanto como a los demás. Pero tampoco habían oído que tuviera información valiosa hasta ese momento.

Goldstein no supo qué decir durante unos segundos, hasta que se dio cuenta de que solo había una cosa que decir:

-¿Y quién es?

Ahora fue Neville el que tardó en responder. Miró alrededor, y Goldstein también. No había nadie en ese corredor. Por las ventanas se veía la lluvia cayendo con furia sobre los terrenos de Hogwarts, un auténtico diluvio. El corredor estaba más oscuro que los demás, y no había aulas con alumnos allí, por lo que había bastante más silencio que en las otras partes del castillo.

El corredor ya no tenía sangre como antes, y ya no tenía un cadáver colgando al final, contra un muro de piedra, atado con sogas a una lámpara de forma grotesca. Sin embargo, la imagen que había visto una y otra vez aquellos días, en fotografías que aún estaban en su oficina, eran totalmente vívidas para el auror.

-En cuanto lo vi... -murmuró Neville, con la mirada en el lugar donde había aparecido el cuerpo de Harry-...vino a mi mente.

-¿El asesino? -preguntó Goldstein en voz baja.

-No, no el asesino… La Cámara de los Secretos.

Goldstein frunció el ceño, confundido.

-Estaba colgado de la misma forma… -dijo Neville, como absorto en lejanos recuerdos-. Igual que el gato del señor Filch, todos esos años atrás… Y el mensaje escrito con sangre… el rastro de sangre en el suelo, en vez de agua… Todo era tan parecido…

Goldstein pensó a toda velocidad, atando cabos.

-Usted se refiere a la segunda apertura de la Cámara de los Secretos, durante sus años en Hogwarts -comentó el auror-. He leído al respecto. No sabía que una muerte de aquel entonces hubiera tenido una similitud con la de este caso.

-No fue una muerte -aclaró Neville-. Pero sí, hubo varias similitudes con esto. Y por eso fue que decidí investigar…

-¿Y qué encontró, director?

-Luego de que retiraron el cuerpo de Harry, cuando todos se fueron del castillo… ingresé en la Cámara de los Secretos. Pensé que, si el asesino había querido hacer una referencia a ella, por algo debió haber sido.

-¿Y entonces…?

-Entonces lo descubrí -finalizó Neville, respirando muy hondo.

-Pues bien -Goldstein se aclaró la garganta-. ¿Quién fue, señor director? ¿Quién lo hizo?

Otro silencio.

-El asunto es... -siguió Neville, aun sin decirlo, en una actitud que, pensó Goldstein, hubiera irritado mucho a su jefe. Pero decidió mantener la calma y actuar de una forma más tranquila. -El asunto es que la persona que asesinó a Harry formaba parte de mi grupo de mejores amigos -la voz de Neville se quebró un poco, afectada por aquello, al tiempo que un brillo empañaba sus ojos.

-Lo entiendo, señor Longbottom -dijo Goldstein-. Pero creo que esa persona ha hecho algo que merece un castigo. Seguramente usted también lo cree así, ¿no es verdad?

Neville asintió lentamente, su mirada aún en otro sitio.

-Sí, claro -dijo entonces, negando con la cabeza-. Pero primero… Antes de que usted vaya y envíe a Azkaban a esta persona… necesita entenderlo. Necesita saber por qué lo hizo. Solo si entiende bien todo lo que ocurrió, podrá hacerse justicia de la forma correcta.

Goldstein se quedó pensativo unos instantes, y entonces asintió. Estaba decidido a no ser como su jefe, a no perder la cabeza y exigirle al director de Hogwarts, a los gritos, que le dijera el nombre de una vez. Decidió dejarlo que expresara lo que tuviera que expresar a su modo. Se dio cuenta que si el hombre ante él no había revelado que tuviera esa información hasta ese momento, era porque quería explicarla con el mayor detalle posible primero, no quería decir el nombre simplemente; quería que los aurores entendieran lo que había ocurrido, para evitar una sentencia injusta.

-De acuerdo, señor Longbottom -le dijo finalmente-. No hay ninguna prisa. Tengo toda la tarde. Puede explicarme lo que ocurrió, decirme lo que sabe como a usted le parezca… Yo entenderé la situación, y se la transmitiré al resto del Ministerio exactamente como usted me la haya dicho.

Neville lo miró y asintió con la cabeza. Lucía muy triste.

-De acuerdo -dijo entonces-. Solo… espéreme aquí. Tengo que ir a buscar una cosa.

Al ver que Goldstein lo miraba con la frente arrugada, añadió:

-Creo que lo mejor será que lo vea por usted mismo, lo que yo vi en la Cámara de los Secretos cuando ingresé. Pero para entrar, hay que decir una palabra en lengua pársel. Hay que decir "ábrete", aunque en pársel es algo así como "saia jaya se je, sa jaia nasa…", no lo sé, es dificilísimo. Por suerte ingresó hace unos meses una nueva colección a la biblioteca, en la Sección Prohibida, por supuesto, de Defensa Contra las Artes Oscuras para alumnos de séptimo año. Y hay un diccionario de lengua pársel en ella. Iré a buscarlo. Espéreme aquí, por favor.

Goldstein asintió y observó cómo Neville desaparecía por el corredor, en dirección a la biblioteca. El auror se quedó allí de pie, mirando el muro de piedra ante él.

Se le ocurrió la posibilidad de enviarle una lechuza a su jefe. Abbott debería estar allí con él, debería haber ido. Aquello se había convertido, súbitamente, en el interrogatorio más importante de todos, de forma inesperada. Pero no había forma de que la lechuza llegara a tiempo. Lo mejor sería encargarse él, y asegurarse de registrar toda la información que le diera Longbottom con el mayor detalle posible para que no hubiera inconvenientes después.

Mientras pensaba en todo esto, caminó distraído por el corredor. Pero, entonces, vio algo por el rabillo del ojo que lo hizo volverse en el lugar.

Había alguien allí. Una niña.

Ni bien lo vio, la niña se escondió detrás de una armadura, casi al final del corredor. Goldstein se quedó mirando hacia allí unos instantes.

-¿Hola? -saludó, caminando lentamente en esa dirección.

La niña salió de su escondite. Era muy pequeña, quizás de primero o segundo año. Llevaba una túnica con el logo de Hufflepuff.

-¿Cómo estás? -la saludó él, sonriendo. Por algún motivo inexplicable, sintió que era la misma niña que creyó haber visto desde el carruaje, a través de la ventana.

La niña lo observó en silencio. La lluvia caía con estrépito contra los vidrios, y las velas parpadeaban un poco. No parecía que fuera el mediodía, parecía más bien como si ya fuera de noche.

-¿Ha venido solo, señor? -preguntó la niñita entonces, sin dejar de observarlo fijamente con unos intensos ojos negros.

La pregunta era extraña, pero Goldstein respondió.

-Así es, ¿por qué pregunta, señorita?

La niña tardó bastante en responder.

-Mi papá dijo que vendría a verme… Dijo que tenía que venir, que estaría por aquí, en este piso -señaló el corredor tras ellos-. Lo estoy esperando hace rato. Pero no vino con usted, ¿verdad?

Goldstein se rascó la barbilla, mientras pensaba.

-¿Cómo te llamas, pequeña?

-Daiana -dijo ella, retorciéndose las manos entre sí.

-¿Y tu apellido?

-Abbott.

Goldstein recorrió el rostro de la niña con la mirada y se detuvo en su cabello rubio. Entonces le sonrió nuevamente.

-Tu papá se llama Mike, ¿verdad?

Ella asintió enérgicamente. Él se dio cuenta de que su jefe jamás le había mencionado que tuviera una hija.

-Lo siento, pequeña -le dijo-. Papá no pudo venir. Le surgió un imprevisto, pero te envía saludos. Me dijo que te saludara de su parte, que te diga que le da mucha pena no poder venir.

-Mentira -dijo ella al instante, arrugando la cara-. Mi papá nunca diría nada de eso.

Goldstein quedó un tanto atónito.

-¿No? ¿Por qué lo dices?

-Mi papá nunca dice cosas lindas -sus ojos se llenaron lentamente de lágrimas-. ¡Mi papá es MALO!

La niña se dio la vuelta y empezó a correr, lejos de allí. Goldstein se asomó al corredor que salía de aquel, pensando en llamarla, pero desapareció rapidísimo.

Aquel día estaba resultando cada vez más y más extraño…

Se volvió hacia el punto donde había quedado en esperar a Neville. Caminó hasta la otra punta del corredor y se asomó a la escalera más próxima. Estaba tardando demasiado.

Pasaron los minutos, y sus pensamientos sobre su jefe y su hija jamás mencionada poco a poco dieron lugar a una preocupación por la larga espera a la que lo estaba sometiendo el director del colegio.

Sonó la campana, y el corredor se inundó de alumnos que salían de sus aulas. Pasaron todos junto a él, ignorándolo por completo en su mayoría. Todos bajaban al Gran Salón, para almorzar.

No tenía sentido seguir esperando. Algo debía haber demorado al director, y era mejor ir a averiguar qué había sido.

El auror anduvo a pasos largos por los corredores y no se detuvo hasta llegar a la biblioteca, que conocía muy bien. Madam Pince alzó la mirada al verlo entrar y le sonrió.

-¡Vaya! Qué gusto ver ex alumnos por aquí.

-Hola, Madam Pince -la saludó, buscando con la mirada entre las estanterías de libros-. ¿Cómo está?

-Muy bien, Goldstein. ¿Y usted? ¿Cómo va esa carrera de auror?

-Bien, gracias.

-¿Ha venido aquí por lo de… ya sabe, lo de Potter?

-Sí, exacto. Estoy buscando al director del colegio. ¿Lo ha visto?

Seguía buscándolo con la mirada, entre las mesas y los estantes.

-¿A Neville? No, no lo he visto hoy. Estoy segura que estará en su despacho.

-Dijo que vendría aquí… ¿Segura que no lo ha visto entrar, hace solo un rato?

-No, estoy segura. No ha entrado aquí.

-De acuerdo… Oiga, ¿puede ayudarme con un libro? Según el director, hay un diccionario de lengua pársel en la Sección Prohibida. Lo estoy necesitando, y ya que estoy por aquí…

-Mmm, usted ya no es alumno, Goldstein, debería buscar sus libros en otras bibliotecas. Pero bueno, me ha puesto de un inusual buen humor verlo. Quizás haga una excepción -le guiñó un ojo.

-Gracias, Madam Pince. Las demás bibliotecas de magos son muy inferiores a la suya, siempre lo he dicho.

Ella rió, halagada, y desapareció entre las estanterías. La sonrisa se borró del rostro de Goldstein de inmediato. Mientras la bibliotecaria buscaba, él se estrujó las neuronas, tratando de recordar dónde estaba la entrada a la Cámara de los Secretos. Sabía que su ubicación había sido públicamente descubierta, y estaba en los subsuelos del castillo, pero jamás había ido allí. Se entraba por un baño, según recordaba, pero, ¿cuál?

Entonces lo recordó: Una vez había oído que el baño en cuestión era el de Myrtle la Llorona. Nunca había estado allí, porque era de mujeres, pero no era lejos del lugar en donde habían encontrado el cadáver de Potter…

-Aquí está -dijo Madam Pince, sonriendo. Estaba de vuelta ante él, con un tomo ligero en la mano titulado: La lengua del naja naia sejé, sajaia nassa, o simplemente pársel para dummies.

-Gracias -dijo él, con otra forzada sonrisa.

Hizo algunos intentos más por encontrar al director, pero fueron en vano. No estaba en el Gran Salón, y tampoco en la Sala de Profesores. Había perdido ya toda la mañana, el almuerzo de los estudiantes llegaba a su fin, y él seguía allí, sin reencontrarse con la promesa más fuerte que hubiera habido hasta ahora de respuestas. Abbott estaría histérico si tuviera conocimiento de la situación. Tenía que encontrar a Longbottom de inmediato. Necesitaba que terminara de decirle lo que había empezado a decir...

Decidió que solo quedaba algo por hacer: ir a la Cámara de los Secretos.

Un relámpago iluminó los vidrios. Todo estaba muy oscuro. Los alumnos estaban en clase otra vez, y él andaba solo por los corredores de Hogwarts. Las velas temblaban con el fuerte viento que retumbaba en las ventanas. El auror anduvo por los corredores del segundo piso hasta encontrar el baño en cuestión: el de aquel fantasma y el lavamanos que sabía se convertía en la entrada a la Cámara de los Secretos, con la contraseña indicada.

Buscó en el diccionario. No tardó en encontrar lo que tenía que decir: "ábrete".

No había rastros de Myrtle la Llorona. Ya estaba ante los lavamanos. Empezó a probar con todos ellos, buscando símbolos de serpientes en los grifos y practicando la lengua pársel en voz alta, intentando.

Intentando e intentado… Hasta que de pronto…

Se abrió. El chirrido de los cerámicos apartándose y liberando un hoyo en el suelo retumbó por todos lados como un cañón. El eco del baño amplificaba el estruendo.

El agujero quedó abierto ante él. Y él saltó, sin dudarlo.

Cayó por un túnel sin fin que se introducía en las mismísimas entrañas del castillo. Luego de una caída larguísima, aterrizó de bruces en un suelo rocoso donde otro túnel empezaba, totalmente oscuro.

-¡Lumos!

Avanzó por allí, con el corazón latiéndole a toda velocidad. Algo se sentía mal allí.

Algo se sentía muy mal.

Mientras avanzaba, las preguntas trepaban a su garganta: ¿Qué había ocurrido con Longbottom? ¿De verdad sabía quién era el asesino? ¿O acaso el asesino era él, y esto era una trampa? ¿Acaso estaba conduciéndolo a él, a Goldstein, a un lugar perfecto para asesinarlo también?

Tenía su varita lista y sus reflejos activos, agudos. Anduvo todo el trayecto hasta una puerta enorme con una serpiente grabada en piedra que no podía ser otra cosa que la entrada a la cámara.

Respiró hondo, preparándose para lo que fuera.

Ese era su trabajo, y tenía que afrontar lo que fuera que hubiera del otro lado.

-Ábrete -dijo, en un pársel bastante aceptable.

La puerta se abrió.

Y la cámara apareció ante él.

Casi todo tenía aspecto normal allí. Mientras caminaba por el largo camino rodeado de columnas, vio el esqueleto de un basilisco asesinado mucho tiempo atrás. En el fondo, había una enorme escultura del fundador de Slytherin. Y en ella…

Se le detuvo el corazón. Tuvo que esforzarse por respirar con normalidad y no sucumbir ante lo que veían sus ojos.

Luego de contemplar rápidamente aquello, apartó la vista y miró alrededor, en busca de una trampa.

-¡¿QUIÉN ANDA AHÍ?! -gritó, apuntando su varita hacia todos lados.

Empezó a correr por toda la cámara, registrándola. Buscando a alguien, algo. Buscando otra salida de aquel lugar, un escondite desde el que pudieran estar observándolo…

Entonces regresó al camino central, y volvió a enfrentarse con la cruda y terrible verdad que estaba dibujada ante él:

Colgando de la parte más alta de la escultura de Salazar Slytherin estaba el mutilado cuerpo de Neville Longbottom, atado con cuerdas y perdiendo un largo rastro de sangre que chorreaba hasta el suelo, claramente sin vida.

Y, tras el cadáver, había una pintada roja y enorme en la pared con el símbolo de Los Originales 6 -el triángulo con el círculo, la línea y el número seis dentro-. Y, bajo el símbolo, un mensaje que decía:

"Ya van 2. Pronto los seis yacerán muertos".