Miraba las llamas, absorto. El infierno. Que sabría esa cría. Lo que él había pasado los últimos dos años era mucho peor que lo que los muggles consideraban el infierno.

Había visto tantas cosas, que cerrar los ojos por la noche seguía siendo una tortura. Y aunque no viera las imágenes, los sonidos no se podían bloquear. En cualquier momento, daba igual la situación, empezaban a sonar de repente en su cabeza. Los llantos de los niños, sus gritos aterrorizados, las súplicas, los lamentos de los que agonizaban, el sonido de las mandíbulas del monstruo al que aquel esperpento llamaba mascota. Y su cerebro traidor reaccionaba a aquellos sonidos. A veces con sudores, con escalofríos o incluso vahídos. Otras veces eran sus propias cicatrices las que dolían como si fueran heridas recién infligidas.

— ¿Qué pasa contigo, Draco?

Apartó la mirada de la chimenea. En el sillón de enfrente estaba sentada Daphne. Daphne cabreada, algo que no era habitual. Ella era la equilibrada, la dulce. Pero cuando sus ojos azules se ponían del color del mar en día de galerna, cualquiera de los que la conocía bien sabía que había metido la pata hasta el fondo.

— ¿Qué se supone que he hecho?

En cualquier época pasada, Draco habría usado su encanto personal para enfrentar a la Daphne cabreada, pero en ese momento el encanto personal del príncipe de Slytherin era cosa del pasado, así que le contestó con bastante hostilidad. Si Theo hubiera estado presente, le habría dado seguramente una colleja.

— ¿Has llamado a mi hermana traidora a la sangre?

Draco se cruzó de brazos y se apoyó en el respaldo, sin variar el aire hostil.

— Además de traidora, chivata. Tu hermana es una joya.

— Y tú un imbécil desagradecido —contestó con voz muy dura—. ¿Acaso crees que todas esas noches que te has pasado dando vueltas por el castillo han sido tan pacíficas? Si no fuera por ella y por Theo seguramente estarías muerto. Porque hay mucha gente que te tiene ganas, Draco. Y parece que no te das cuenta de que esa actitud de mierda que tienes no va a ayudarte a salir del agujero en el que estás metido.

La miró, atónito. Nunca la había visto tan enfadada.

— ¿Qué os pasa? —preguntó con voz grave Nott, colocándose entre los dos sillones— Este no es el mejor sitio para discutir, se os oye desde las habitaciones.

Daphne se levantó con toda su dignidad y miró por última vez a Draco.

— Discúlpate con Astoria. Y espabila, Malfoy, tienes todo a tu alcance para salir adelante.

Y se marchó de la sala común, seguida por la mirada de los dos chicos.

— ¿Es verdad?

— ¿El qué?

— Que me habéis protegido por las noches.

Los ojos verde pálido de su amigo parecían muy cansados cuando se giró a mirarlo desde su casi metro noventa de altura.

— Astoria organizó guardias. Y convenció a algunos de los otros premios anuales y prefectos para que te echaran un ojo cuando andabas por ahí.

—¿Por qué? —preguntó más bajo, sin poder sostenerle la mirada a Theo.

— Porque por mucho que quieras ignorarlo, eres de los nuestros, jamás te abandonaríamos —le respondió, sentándose en el sillón que antes ocupaba Daphne—. Deberías disculparte con ella, pero no lo hagas si realmente no lo sientes. Astoria es muy lista, lo sabrá con solo mirarte.

Draco se encogió un poco en el sillón, mirando de nuevo al fuego. Las viejas heridas escocían. Subió los pies al asiento y se abrazó las piernas, ocultando la cara en sus rodillas.

Sintió a Theo suspirar y moverse a sentarse en el brazo de su sillón. Le puso, despacio, la mano en el hombro, y él se inclinó hacia la seguridad de ese gesto.

— Draco, habla conmigo.

Movió la cabeza, negando. Theo volvió a suspirar y apretó un poco más tarde el agarre en su hombro.

Astoria no levantó los ojos de su libro cuando sintió los pasos acercarse a su mesa. Ya estaba acostumbrada a que le hostigaran en la biblioteca, ignorarlos solía ser lo más sencillo.

Un libro apareció en su campo de visión. Y una mano blanca. Miró el título con curiosidad. Era el libro de leyes sobre el que había preguntado ayer. Y Pince le había dicho que no lo tenían en la biblioteca. Era un tomo nuevo, podía olerlo.

Levantó la mirada, Malfoy estaba junto a su mesa, tenso, mirando hacia otro lado.

— ¿Malfoy?

Los ojos grises se movieron un segundo hacia ella. No le había mirado directamente desde que cenaron juntos en Nochevieja.

— Es el libro que querías.

Alzó las cejas sorprendida, ni siquiera había sido consciente de que él estuviera alrededor cuando fue a hablar con la bibliotecaria. Siguió mirándolo, a la espera de que se explicase.

— Es para ti.

Y se dio media vuelta, saliendo apresurado de la biblioteca. Abrió el libro, nada emocionante, derecho administrativo. Entre la tapa y la primera página había una nota escrita con letra temblorosa.

"Lo siento"

El cuarto libro lo encontró Ginny sobre la mesa. Habían salido las dos al baño, dejando sus cosas en la biblioteca, supuestamente vigiladas por Luna. Pero cuando Ginny le preguntó por el paquete envuelto colocado sobre las cosas de Astoria, todo lo que consiguió fue una distraída historia sobre nargles y torposoplos.

Astoria abrió el paquete despacio, con un pequeño revoloteo en el estómago. En esta ocación, además de un libro de leyes, había una cajita con dulces. Dentro del libro encontró otra nota. Las tres anteriores habían sido iguales. Esta le sorprendió.

"Sé que son tus favoritos, le pregunté a Daphne. ¿Me perdonas por ser un imbécil desagradecido?"

A su lado, Ginny lo miraba todo curiosa.

— ¿Un admirador?

Negó con la cabeza y miró al fondo de la biblioteca. En el otro extremo, unos ojos grises se centraron rápidamente en el pergamino que tenían delante.

— A Draco le gustas —afirmó risueña Luna.

Las dos la miraron sorprendidas.

— ¿Lo has visto dejar el paquete entonces? —interrogó Ginny en un susurro.

— No. Pero su aura lo dice a gritos. —Luna se inclinó hacia delante y tomó una de las manos de Astoria— Tiene miedo, está triste y los recuerdos lo están matando. Necesita sanar desde dentro. No va a poder hacerlo solo.

— Yo no soy una sanadora, Luna —respondió despacio Astoria, retirando la mano.

— El cariño también sana.

— Malfoy está muy roto —dijo, con el estómago otra vez dando vueltas—, necesita un psicomago, no una novia.

Ginny apretó los labios antes de hablar despacio, midiendo las palabras.

— La terapia ayuda, todos lo hemos visto con Harry. Pero lo primero que necesita es motivación. Y ahí quizá le puedas ayudar más tú. Aunque sea como amiga.

Astoria volvió a mirar a la cabeza rubia, que en ese momento consultaba un libro y tomaba notas en un pergamino. Tomó aire y se puso de pie, caminando hasta sentarse frente a él. Los ojos gris claro se fijaron en ella, los pálidos pómulos marcados ligeramente ruborizados.

— Gracias por los dulces.

Consiguió una pequeña sonrisa.

— ¿Quieres dar un paseo? Parece que ha dejado de llover.

Malfoy la miró un momento, estaba claro que le había pillado desprevenido. Pero no dudó, volvió a sonreír un poco y asintió.

— Voy a recoger y a despedirme, nos vemos afuera en diez minutos.


¡Buen comienzo de semana! hoy no estoy especialmente inspirada, solo os diré que entramos en el final de la primera parte de esta historia.

¡Abrazos! os veo el miércoles