Días después, luego de hacer comidas que no había que cocer, Harry y Dudley volvieron a intentar hornear algo. Esta vez, Petunia no los observaba.

—Idiota —murmuraba la palabra de vez en cuando, habiéndola escuchado alguna vez de su tío Vernon.

Dudley ya estaba llegando a su límite, estaba a punto de gritarle a Harry, cosa que él notó, por lo que sonrió y volvió a insultarlo, esta vez mientras ponía varias verduras en una olla con agua hirviendo.

—¡No soy idiota! ¡Dejá de llamarme así!

La saliva de Dudley salpicó su cara; pero Harry pensó que había valido la pena irritar a su primo.

—Estás tratando de arruinar mi comida pero no lo estás logrando —refutó sonriente y en un tono cantarín.

—¡No estoy arruinando nada! —Se indignó—. Y no es tu comida: ¡yo también ayudo!

—Dejá de mentir, ¿sí? —dijo mientras cortaba minuciosamente unas zanahorias.

Decidiendo ignorar las tonterías que decía su primo, Dudley procedió a cortar las salchichas y a mascullar insultos en voz baja.