Hola a todxs, otra vez lunes :(, ya que remedio, ha empezar la semana, espero que para todos sea buena.
Disclamer.- Todo pertenece a Sir Arthur Conan Doyle, a la BBC, a Moffat a Gattis y a un montón de personas de las cuales ninguna soy yo. Mía solo es la historia y escribo sin ánimo de lucro.
Para Violette Moore, porque ella lo pidió!
La Ecuación De Dirac
por
Adrel Black
VIII
Una vez que John ha salido de la habitación Sherlock espera un rato prudente, suponiendo que ya todos estarán en la fiesta, comienza a vagar por la casa, todas las habitaciones están cerradas podría forzarlas, pero no es lo que le interesa; la idea de las proporciones de la casa sigue molestándole, tiene que haber algún lugar algún pasillo, algo que no se ve a simple vista.
Camina sin hacer ruido, la gruesa alfombra que corre por todos los pasillos amortigua sus pasos, hay puertas por doquier, habitaciones sin usar, aulas sin usar, habitaciones llenas de pizarrones y pupitres en abandono.
Conforme se mueve a los demás pisos puede escuchar como las conversaciones son más audibles, luego las conversaciones se detienen y puede escuchar un piano.
Con sumo cuidado cruza el portal del salón, asegurándose que nadie le preste atención, puede ver a John, al fondo de la habitación, tiene lo que parece un vaso de whisky en la mano y mira con atención a White tocando el piano, el resto de ellos están desperdigados también por la habitación y miran a su vez.
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Al parecer que White les deleite con sus dotes en el piano es una de las diversiones habituales en esas fiestas, pues todos le pidieron que mostrara a John su habilidad y, aunque John admite que es bueno, no puede evitar la comparación del sonido con el violín de Sherlock. El sonido del piano le suena empalagoso, si tuviera una forma sería bombones derritiéndose, contrario al sonido del violín que es anguloso y cortante, como Sherlock.
Esa descripción tan metafórica es aplicable de la misma forma a los hombres, White parece demasiado interesado y disponible, todo lo contrario de su amigo, tan distante, aunque… el momento en que se acercó a pedirle que se cuidara, fue intenso, John estuvo tan tentado a buscar el contacto, pero mantuvo la espalda recta, los hombros hacia atrás y los puños apretados, la pose de un soldado, asintió y salió de la habitación hacia aquella insípida fiesta, con aquellas insípidas personas, que guardan silencio ante el sonido del piano y beben whisky a pequeños sorbos, John está jugando con la idea de vaciar su vaso de un golpe, pero se contiene y sigue mirando.
De vez en cuando sus ojos vagan hacia la ventana, esperaba en algún momento captar el movimiento de Sherlock volviendo a la sacristía, pero no fue así. No sabe si el detective se ha ido, o si sigue en su habitación, la idea de Sherlock en la habitación, esperándole, le hace respirar con fuerza y mantener la pose, el detective le pidió que se mezclara y que observara y es justo lo que piensa hacer.
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Es en el final del pasillo cuando encuentra algo que por fin llama su atención, es muy leve, casi imperceptible, es en el primer piso, más allá de alacenas y cuartos de servicio, es una especie de corriente de aire que no debería estar ahí, como si se filtrara a través de la pared; aunque no alcanza a ver desde donde viene.
Entra a la habitación más cercana y enciende la luz; es una despensa, hay estanterías llenas de conservas, latas y trastos, también aquí y allá cuelgan manojos de hierbas aromáticas o hay sacos de harina y leguminosas recargados contra las paredes.
Sherlock rebusca entre los paneles desnudos de madera, hasta que da con él, puede sentir como el aire se cuela también por una rendija muy pequeña entre un panel y otro, es apenas perceptible, si no fuera porque está específicamente buscándolo, sería incapaz de notarlo.
Trata de mover la estantería frente al panel, pero es demasiado pesada y está llena de frascos de vidrio. De modo que empuja lo mejor que puede por entre los entrepaños, hasta que nota como, lentamente, se abre un poco, sigue empujando, recoge con una mano su saco, para evitar que tire un frasco y con la otra manteniendo el panel abierto cruza hacia el interior.
Usa una de las latas, para evitar que la puerta se cierre, no está seguro de que se pueda abrir desde adentro, aunque tiene lo que parece una manija, no debe arriesgarse.
Enciende la linterna del móvil, y mira alrededor, es un pasillo de piedra, del mismo tipo que el resto del edificio. Está cubierto de polvo y telarañas, hacia la derecha solo puede ver la pared y una pequeña ventila en lo alto, desde ahí debe ser que corre el viento que sintió, parece ser el final del pasillo, de modo que marcha hacia la izquierda y sigue el camino.
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Las cosas para John se ponen incómodas casi al momento, sobre todo el mirar a Davis y a Taylor poniéndose un poco subidos de tono en un rincón, las luces han ido menguando, John supone que tiene algo que ver con Barclay a quien ha visto jugueteando con los apagadores en más de una ocasión.
White se acercó ofreciéndole un pitillo, John lo tomó sin titubeos e intentó que nadie notara la falta de práctica debido a los años sin fumar. Ahora el salón en el que se encuentran además de en penumbras tiene una leve capa de humo, casi toda la iluminación viene de una gran chimenea, Barclay se sirve una y otra vez, Bryant mira con lascivia a los hombres que se hacen arrumacos en un rincón , Smith, el cocinero por su parte va y viene con bandejas que deja sobre la chimenea y en las mesillas, para luego dedicarse a comerse todo lo que se queda al alcance de su mano.
White, mientras tanto, de pie junto a John, le habla de cerca sobre cosas a las que John no está poniendo demasiada atención, desvía la vista constantemente también hacia los hombres del rincón, no porque le atraiga la visión como parece ocurrir con Bryant, sino porque le parece un poco inverosímil.
—Esos dos han estado magreándose por años, —dice White, —aunque para llegar a esto, —hace un gesto con la cabeza, —suelen ocupar un poco de ayuda.
—¿Ayuda?
White le sonríe, se aleja con rumbo a los hombres y, casi sin que se percaten del asalto, saca una pequeña bolsa de polvo blanco y se acerca a John con ella, entregándosela.
—¿Coca? —pregunta John, a White se le arrugan los ojos al sonreír.
—No, es algo diferente, algún tipo de anfetamina, —luego como aclarando, deja la bolsa sobre una de las mesas de dónde Bryant se apresura a tomarla. —No es que la haya necesitado alguna vez, de modo que no estoy seguro.
White está tan cerca que John, a pesar de la luz mortecina, puede ver las pocas canas que empiezan a nacer en sus sienes. Le mira, los ojos duros como acero y fríos, en lo que espera sea su mejor pose de seducción.
—¿Y los alumnos?, —su boca casi roza la de White.
—¿Qué tienen que ver los alumnos en esto? —pregunta White, alejándose un poco, pero John le atrae de vuelta.
—Nada, solo preguntaba si los alumnos también consumen cuando están aquí.
— Oh, no, —aclara el hombre, —estas fiestas son solo entre nosotros, ni siquiera Samuel o el Diácono que tenga en turno vienen aquí. Luego se desplaza más cerca y por fin besa a John.
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El pasillo corre por entre corredores, es como un laberinto, hay escaleras que suben y bajan, aquí y allá, corre como si fuera una madriguera entre los salones, hay puertas bloqueadas y algunas escaleras que parecen demasiado frágiles para ser usadas, los pasillos se mezclan con las paredes de la casa no hay ninguna habitación que no sea visible desde aquel lugar, hay visillos camuflados entre cortinajes, cuadros y adornos, es así como es testigo de los avances de White y de cómo éste besa con voracidad a John.
Una parte de su mente está siendo clara, John no parece complacido, ni deleitado con el beso, de hecho, parece frío y peligroso. Pero hay otra parte, una más primitiva y menos práctica, que le aclara que ese que está ahí es John y que John, su John, está permitiendo que aquel hombre millonario y de ojos azules le bese.
Una parte del cerebro de Sherlock le aclara que John está cumpliendo con la parte que le corresponde, le había pedido que se mezclara y es lo que John hace, pero, otra parte, una menos civilizada, le dice que debe usar sus conocimientos de química para envenenar a White.
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John rompe el beso, White, sin embargo, no parece satisfecho y se acerca al momento por más.
—Eres malditamente bueno —susurra White antes de volver a castigar los labios de John.
Hay algo dentro del Doctor que grita, a pesar de su semblante serio y firme, hay algo en el fondo que se quiebra, él no quiere besar a este hombre, por mucho que sea parte del trabajo, por mucho que tenga que mezclarse, no quiere sentir el cuerpo de este desconocido junto al suyo y cuando la mano de White se aventura a ir hacia la espalda baja de John, el doctor es incapaz de imitar el movimiento.
Barclay se acerca entonces, invasivo, se desliza entre John y White, por la reacción de White, aquello no es la primera vez que ocurre. John se retira un poco.
—¿Qué pasa? —pregunta White.
—¿No quieres compartir?
—Preferiría mirar, —responde John, la guerra le enseñó a manejar las situaciones de estrés, aun así, que su voz suene tan firme le sorprende.
—Eso es muy de soldados, —acota Barclay y lanza una mirada a Bryant que, en un rincón, mira con lascivia las situaciones que se desarrollan frente a él. Tiene un vaso vacío en la mano y la bolsa con el polvo blanco está a sus pies, incluso si John no fuera médico notaría lo drogado que está. Al cabo de unos momentos Bryant abandona la habitación, probablemente se haya aburrido del espectáculo.
White y Barclay no se guardan nada, John intenta presenciar la escena con frialdad clínica, con esa misma mirada con la que tratas al moribundo frente al herido en el campo de batalla.
Intenta pensar en ellos no como dos hombres follando frente a sus ojos, intenta no pensar en su atractivo, ni prestar atención a las miradas de White, intenta mirar todo aquello como si se tratara de una película, acerca una de las licoreras a la mesa junto a él y se sirve de nuevo, al diablo los modales, no es que nadie le preste atención, vacía el vaso de golpe y se sirve de nuevo.
Aquello continúa por lo que parecen horas.
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Parecen horas, las que Sherlock pasa de pie mirando como un fisgón cualquiera a través de la rendija a John siendo acariciado por White, también puede ver cuando Barclay se acerca a ellos y cuando John se aleja a mirar.
Sherlock no puede seguir ahí, de pie mirando, debe investigar el resto del pasillo, que parece recorrer toda la casa, pero no puede, las piernas no le sostienen y su cabeza es incapaz de interesarse por aquel misterio.
¿A quién en el puto mundo le importa, si aquellos hombres asesinaron a Thomas Morgan? A Sherlock no.
Necesita irse, siente los músculos ateridos por el frío y los ojos vidriosos, necesita estar solo.
Solo por esa noche, solo por lo que queda de madrugada, necesita estar solo, no le importa el misterio, ni el trabajo, ni encontrar al culpable, ni que su mente corra desbocada en busca de una respuesta, todo lo que necesita es estar solo.
Desanda el camino con una orientación envidiable, en apenas unos pocos minutos está de vuelta en la despensa y en unos pocos minutos más, cruza la casa hacia los jardines.
El aire frío de la madrugada inglesa le golpea como un látigo, se abraza el torso y camina cercano al perímetro del terreno, ahí donde hay más árboles, de forma que evita ser visto desde la casa.
Está tan perdido en la sensación de dolor y vacío en el pecho, que no se da cuenta de la presencia de Bryant entre los árboles hasta que no está apenas a un metro de él.
—Vaya, —dice el hombre, la voz arrastrada, los ojos negros por completo y las manos temblorosas, —estaba pidiendo compañía a una estrella fugaz y apareces, Padre William.
—No podía dormir, —aclara Sherlock, —y salí a caminar por un rato.
—Te he visto salir de la casa, —responde Bryant, Sherlock niega —estabas mirando, ¿no es así?, sabías que habría una fiesta y te sentiste tentado a mirar, —Sherlock niega de nuevo. —Si hubiera sabido que te gustaba te habría llevado, ¿a quién le importa lo que ese fanático del Padre Samuel opine?
—Debo volver a la sacristía, —Bryant luce la pistola del veintidós fajada en la cintura del pantalón.
Sherlock da un paso, pero Bryant le cierra el paso. El detective ha estado drogado las veces suficientes y acompañado por drogatas otras muchas, como para distinguir los efectos: las pupilas dilatadas, la obvia erección, la sudoración, la tensión en los músculos.
—Podríamos usar tu boca para algo que no fuera rezar, —el pulgar y el índice toman la barbilla de Sherlock con fuerza, de forma extraña Bryant no parece agresivo, sino desbordante de confianza.
—Debo irme, no quiero tener problemas con el Padre Samuel. —Sherlock intenta calcular qué posibilidades hay de que Bryant le acierte con la veintidós en el estado en que se encuentra. Sin duda el detective, debe ser más rápido, aun así, mientras hace estas consideraciones Bryant le toma por la solapa y le estrella contra el tronco de uno de los árboles, Sherlock siente como el aire se escapa de sus pulmones. Bryant es mucho más fuerte que él y el estado alterado en el que se encuentra lo convierte en alguien peligroso.
—Por favor, —pide Sherlock, la mente le da vueltas, por el golpe, por John, por Bryant aplastándole contra la corteza rugosa de lo que, en otras circunstancias, reconocería como un nogal.
Bryant se lanza contra el cuello de Sherlock, el detective intenta apartarlo, el hombre le muerde de forma dolorosa, una de sus manos sostiene la muñeca de Sherlock de forma brusca doblándola, Sherlock, intenta apartarse, pero el peso de Bryant le mantiene apretado.
La erección dura de Bryant se le clava en la pierna, y los dientes del hombre le hacen magulladuras contra el cuello. John, John lo podría salvar, John estaría aquí y haría lo necesario para poner a Sherlock a salvo de su propia estupidez, pero John no está, John está en la casa, siendo besado por un hombre que no es Sherlock.
—Basta, —grita Sherlock y a pesar del dolor que le causan los dientes de Bryant al ser arrancados de su cuello bruscamente le empuja.
El hombre le ve con molestia. Sherlock, sin embargo, no se detiene a mirar, corre hasta la iglesia, sin mirar atrás y sin saber si Bryant le sigue, cruza la puerta, va hasta la sacristía, entra a su habitación y echa el cerrojo, luego con la única silla que hay en su celda atranca la puerta.
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El espectáculo entre Taylor y Davis ha seguido adelante, también entre Barclay y White. Bryant se fue mucho antes y Smith yace dormido en un sillón abrazado de una bandeja de aperitivos y con la pechera de la camisa manchada de paté. John está seguro de que nadie se fijará que se ha ido, también está seguro que ahí no hay nada que investigar como no sea el hecho de que aquellos hombres parecen tener drogas ilegales con ellos, abandona el salón sin hacer ruido y camina con rumbo a su habitación.
Hay una parte de él que desea que Sherlock esté ahí, sería grandioso cruzar esas puertas tan adornadas, de ese lugar desconocido y encontrar a Sherlock, al otro lado. Con los ojos de colores y el cabello revuelto, dispuesto a escuchar a John y divagar, con su aroma a loción cara y a te Earl Grey, con su cuerpo larguirucho envuelto en una camisa de seda.
John echa el cerrojo al ver la habitación vacía y se dirige directo al baño, tiene el sabor de White en los labios y el whisky quemándole aun la garganta, se desviste y se mete bajo la ducha, necesita alejar de sí la sensación del cuerpo de White, casi sin previo aviso siente el vómito formándose en si estómago, se acerca al váter y devuelve la cena, el whisky, todo.
Ojalá pudiera solo tomar de la mano a Sherlock y pedirle que volvieran a Londres, a la calle Baker, ojalá pudiera decirle a Sherlock todo, todo lo que por años ha guardado, lo que por momentos fingió que no existía, lo que luego, al ya no poder negar ha seguido acumulando, ojalá pudiera hacer entender a Sherlock que no necesita que devuelva sus sentimientos, lo único que necesita para seguir adelante es la seguridad de que Sherlock se quedará con él, incluso a pesar de esos sentimientos que Sherlock considera tan prescindibles.
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Sherlock está seguro que lo está imaginando, su ropa no puede oler a whisky y a la loción de Bryant, sabe que no es posible, pero aun así se desnuda, no quiere tener sobre el cuerpo nada que haya tocado ese hombre.
Si solo pudiera ir a John, si solo pudiera desandar el camino hasta la casa y pedirle a John que prepare té para los dos.
Si solo pudiera decirle a John que ya no le importa este misterio, que vuelvan a Londres, juntos, que no vuelvan a tomar casos en los que tengan que separarse.
Si solo pudiera decirle a John que contrario a lo que dijo en su primera cena en Angelo's, ahora el trabajo es algo prescindible, que lo único que quiere es tener a John en su vida, incluso no le importa si el Doctor no le quiere de la misma forma, si sigue llevando a sus insulsas novias para que la Señora Hudson las conozca, Sherlock está incluso dispuesto a aceptar que John tal vez en algún momento se case y forme una familia, siempre y cuando, a cambio, le permita seguir a su lado.
Sherlock aún desnudo se envuelve en la única manta que su raquítica cama tiene y en posición fetal pasa la noche, pasando frío y pensando en qué hará si John le abandona.
Hasta aquí por esta semana, que chicos tan tontos, cómo no se dan cuenta que se andan muriendo el uno por el otro.
Hola Ariniet.- Nada que agradecer, es un placer. No, Sherlock no es de hierro y mira, yo que amo a John no lo culpo para nada. Empezamos una nueva semana, espero que tengas muy felices días, nos leemos pronto.
Bueno, nos leemos en una semana, que estén muy bien.
Adrel Black
