N/A: Costó mucho que saliera este capítulo porque me daba flojera/lata/pereza terminar el arco de la tormenta y ya quería empezar con otros tres arcos más, pero mi beta me agarró de una oreja y me hizo borrar todo y escribir este capítulo casi tres veces lol. Pero al menos cerré este arco y la historia no es un popurrí de ideas sin completar JAJA.

Bueno, SnK terminó en el 139 y no hubo RivaMika canon :( de todas maneras sí me gustó el final (excepto la parte en que Armin le agradece a Eren por convertirse en un genocida like wtf isayama?), y para el RivaMika tenemos los fanfics ejejeje, y esta historia es mi headcanon.

Gracias a todos por sus reviews! Ojalá les guste este capítulo porque me tomó sangre, sudor, y lágrimas escribirlo xd


VIII

La calma

Las Tropas de Reconocimiento solían realizar la mayoría de sus misiones por la noche –el momento del día en que los Titanes estaban inactivos– así que los ojos de Levi y Mikasa estaban acostumbrados a viajar en la oscuridad total. Pero ni siquiera un Ackerman podía controlar una tormenta eléctrica. Aunque a Mikasa no le importaban ni la lluvia ni los relámpagos. Su mente sólo tenía un objetivo: encontrar al doctor y ayudar a Historia. No dejar que le pasara nada. No en su guardia.

Un trueno retumbó en el cielo, y Mikasa empujó su caballo para ir más rápido.

–¡Cálmate, Mikasa!–, gritó Levi unos metros más atrás. –La tormenta no ha terminado y nuestro campo de visión es limitado–.

Mikasa pateó los costados de su caballo, oponiéndose a su capitán una vez más.

–Yo veo perfectamente–.

La lluvia seguía cayendo sobre ellos con fuerza. El suelo estaba húmedo e inestable, y la muchacha podía sentir cómo su caballo se esforzaba por atravesar el barro.

–¡Mikasa, más despacio!–, insistió Levi. –Estamos cabalgando bajo una puta tormenta– maldijo entre dientes.

Un rayo cayó cerca de ellos, casi como un presagio de que todo había sido una mala idea. El caballo se encabritó asustado, levantándose sobre sus patas traseras y arrojando a Mikasa de la silla. La muchacha aterrizó con un ruido sordo en el barro y su cabeza se golpeó contra una roca enterrada en la tierra. Todo era una confusión de lluvia, barro y relinchos, y Levi al fondo maldiciendo el cielo, la tierra, e incluso las malditas paredes, ya que estaba. A Mikasa el mundo le daba vueltas, mientras un zumbido retumbaba en sus oídos. Apenas pudo distinguir la oscura figura de su capitán cuando saltó de su caballo.

Cerró los ojos mientras el dolor le atravesaba la sien.

Cuando volvió a abrirlos, Levi estaba arrodillado a su lado, con una de sus manos tocando los lados de su cara.

–¡Oi! ¡Ackerman! Mírame–. Entrecerró los ojos para enfocar. La tormenta no le permitía ver mucho, pero pudo darse cuenta de que sólo les quedaba un caballo.

–Mi... mi... caballo...– tartamudeó, notando algo metálico en su boca. Estaba sangrando.

–Ya no está–, contestó Levi, todavía examinando el lugar donde la muchacha se había golpeado la cabeza. –No creo que tengas una conmoción cerebral, por suerte–. Se detuvo ahí, pero Mikasa pudo escuchar todas las palabras que se guardó para increparla más tarde.

Ella bajó la mirada avergonzada y se sobresaltó cuando Levi rió, en vez de gritarle como esperaba.

–Tch. Cabeza dura. Cualquier otra persona se habría quedado fuera de combate. Es increíble.–

–Deberías gritarme–. Las palabras se le escaparon antes de que pudiera detenerse. Sentía que se lo merecía.

–¿Quieres que te grite?– Era una pregunta sincera. Mikasa parpadeó la lluvia de sus ojos y lo miró por primera vez desde que salieron de la finca.

–No... pero... ¿pero no quieres gritarme?–, preguntó, la voz teñida con un leve matiz de sorpresa.

–Mikasa–, dijo Levi con calma, –lo único que quiero es sacarnos a los dos de este barro–.

Mikasa no supo qué responder. Levantó la cabeza, tratando de incorporarse y al instante volvió a resbalar. Los brazos de Levi se deslizaron alrededor de sus hombros y tiró de ella. Con su ayuda, finalmente pudo ponerse de pie. Tal vez no tenía una conmoción cerebral, pero su cabeza daba vueltas.

Levi volvió a mirar a su único caballo y sus labios se dibujaron en una fina línea.

Estaba taciturno, pero Mikasa podía darse cuenta de que estaba enfadado.

La subió al caballo con cierta dificultad y montó tras ella. Mikasa estaba cansada y dolorida y temblaba de frío, y cuando sintió que él subía al caballo, apoyó la cabeza en uno de los hombros de Levi, buscando algo de estabilidad.

–Ya está... vamos de vuelta–, declaró él y Mikasa sintió que el estómago se le hundía hasta los pies.

–Pero... Historia...–, protestó ella.

–Sólo nos queda un caballo. El tuyo se escapó–. Trató de hacerla entrar en razón, claramente exasperado. –Hay una puta tormenta fuera, y te acabas de golpear la cabeza, por el amor de Dios, Mikasa. Déjate de tonterías–. Ahí estaba. La irritación estaba ahí. Levi sólo había tratado de ocultarla, pero se asomó de todas formas.

El caballo dio un paso adelante y Mikasa casi perdió el equilibrio.

–Ackerman–.

–¿Hmm?–

–Agárrate–.

Mikasa hizo una pausa y luego rodeó su cintura con los brazos y enterró su cara en su espalda. Lo estaba cubriendo de barro, sangre y lágrimas, y probablemente él la odiaría por esto. Pero se sentía tan impotente. Nunca podía salvar a nadie. Primero Eren, ahora...

–Historia...– sollozó.

La lluvia empezó a amainar y los truenos no retumbaban tan a menudo. Fue entonces cuando Mikasa escuchó el sonido de los caballos en la distancia.

–Gracias al cielo...– Levi suspiró aliviado. Mikasa levantó ligeramente la cabeza y, si sus ojos no la engañaban, los guardias de la realeza volvían a caballo con un médico para Historia.

Levi dio un reconfortante apretón al brazo de la muchacha alrededor de su cintura.

–¿Ves? Ahora, vamos a darte un baño porque estás asquerosa–. Mikasa asintió, apoyando la cabeza en su hombro una vez más.

Había muchas cosas que Mikasa necesitaba, pero necesitaba una menos si se sujetaba a la espalda de Levi mientras atravesaban la noche.


Llegaron a la finca unas horas después que los guardias reales. Dos personas montando a caballo bajo la lluvia no era tarea fácil, y aunque Mikasa insistió en saber cómo estaba Historia, Levi la mandó a bañarse en cuanto bajaron del caballo.

(Y, a diferencia de todo lo que había hecho esa noche, ella obedeció sin decir una palabra).

Mikasa examinó su cuerpo tras quitarse la ropa. Se había golpeado la cabeza y raspado el interior de la mejilla y los brazos, pero aparte de eso y de un par de moratones, estaba bien. Podría haber sido mucho peor; caerse del caballo no era ninguna broma.

Se metió en la bañera humeante y trató de descansar un poco, pero su habitual y omnipresente dolor de cabeza le atravesó el cráneo. Tantos días sin dormir y toda la tensión a la que había estado sometida le estaban pasando la cuenta.

Todo en ella era un revoltijo de sentimientos contradictorios. Mikasa pensó que se sentiría mejor si era ella quien conseguía el doctor para Historia, pero su plan siempre había sido un desastre desde el principio, y había arrastrado a Levi con ella, perdiendo un caballo en el proceso. Estaba claro que le había salido el tiro por la culata, porque ahora se sentía peor que nunca. Y la culpa seguía comiéndola viva. "Deja de hacerte esto", había dicho Levi. Pero era difícil dejar ir la culpa así como así.

Cuando volvió a la habitación principal después de su baño, Levi la estaba esperando, sentado en un sofá junto a la chimenea. Se había puesto ropa seca y miraba el fuego con los brazos cruzados. Un punzante sentimiento de culpa le removió la conciencia.

–¿Estás… bien?–, murmuró ella.

Él levantó una ceja.

–¿Quieres decir, después de tu pequeño viaje suicida?– Su voz era una mezcla de sarcasmo y sincera irritación. Ella guardó silencio.

Entonces recordó el motivo de su viaje suicida.

–¿Cómo está Historia?–, preguntó con un nudo en la garganta.

–Historia está bien–, dijo él con un suspiro. Le hizo un gesto con la mano para que se sentara frente a él.

–¿Y el bebé?–, insistió ella, ignorando el gesto del capitán.

–El bebé también está bien. Contracciones prematuras. Historia está en reposo en este momento, y la están vigilando–. Se detuvo un momento, y luego añadió: –Preguntó por ti–.

Eso era todo lo que Mikasa necesitaba oír. Se dejó caer en el sofá y soltó un largo suspiro.

Levi la miró durante un minuto y luego negó con la cabeza.

–No has cambiado nada, ¿eh?–, dijo de repente, y Mikasa lo miró.

–¿Qué quieres decir?– Ella esperaba una reprimenda, pero la irritación anterior de Levi había desaparecido. Sólo parecía... cansado.

–Siempre has sido así, desde que te conocí. Si alguien que te importa, principalmente Eren, está en problemas, pierdes todo el sentido común y el pensamiento racional y te lanzas a la lucha como si tu vida dependiera de ello.–

Mikasa frunció los labios y bajó la mirada. Le hubiera gustado replicar, pero no tenía fundamentos para hacerlo. Actuaba igual que la chica que había perseguido al Titan femenino en el bosque, llevada por su ardiente voluntad.

Y se había quemado, haciéndose daño a sí misma una y otra vez.

–Nunca hemos estado en condiciones de perder a ningún soldado–, continuó Levi, –pero especialmente ahora, con Marley pisándonos los talones, necesito a mi escuadrón. Te necesito a ti. Ya no puedes actuar de forma tan imprudente–. No era un consejo ni una orden, y la imparcialidad de su voz hizo que Mikasa se sintiera más consciente de sus acciones de lo que ya estaba. El capitán estiró los brazos sobre el respaldo del sofá e inclinó la cabeza hacia atrás. –Tengo una idea de dónde lo sacaste–, continuó con los ojos fijos en el techo. Mikasa sabía perfectamente de quién estaba hablando. –Y ya ves a dónde le llevó su imprudencia–.

–Confío en Eren–. Ella recitó su mantra personal como siempre hacía y Levi enarcó una ceja. Se dio cuenta de que dudaba de ella. Y por primera vez su determinación se resquebrajó. –Quiero decir... que debería confiar en él. Deberíamos confiar en él... ¿no?–

Levi se quedó callado.

–Le dije...–, dijo con calma después de un momento, –le dije que nunca podría aconsejarle sobre lo que debía elegir. Nadie podría decirle de antemano cómo sería el resultado–. Fijó sus ojos en ella. –Te diré lo mismo ahora–.

Mikasa sólo pudo apretar los labios y aferrarse a las mantas que la rodeaban.

Levi se inclinó hacia delante y cruzó las manos entre las rodillas. –No sé qué hace ese mocoso en Marley. No sé qué está planeando. Ninguno de nosotros lo sabe. No puedo decirte si confiar en él es lo correcto en este caso. Sólo podemos creer que no nos arrepentiremos de la elección que hicimos–.

Sin arrepentirse... Ya lo había dicho antes.

Mikasa dejó que las palabras calaran. Levi tenía razón. Sólo había una manera de saber con certeza si su fe en Eren estaba bien puesta o no.

Apretó los dientes. Tendrían que ver lo qué pasaba cuando fueran a Marley.

Pero no poder controlar el resultado la estaba destrozando. Y se daba cuenta. Armin estaba preocupado por ella. Incluso Levi parecía preocupado por ella.

Es que...

–No quiero mirar atrás y ver que hice lo incorrecto–, logró decir finalmente.

–Tch–, dijo Levi mientras se recostaba en su silla, –¿Quién quiere hacer eso?–.

Ella le había preguntado antes de qué se arrepentía, y él dudó de la respuesta. De repente, ahora quería saberlo. Con muchas ganas.

–No has respondido a mi pregunta–, empezó ella.

Él levantó una ceja. –¿Hmm?–

–De lo que te arrepentías. Dijiste que no importaba–.

–No importa–.

–A mí sí me importa–.

Levi levantó la mirada bruscamente. –¿Quieres saber todos mis errores, Ackerman?–

–No–, dijo Mikasa; no era eso lo que quería decir en absoluto. –Pero si tú puedes cometer errores y seguir siendo quién eres ahora, entonces… quizá yo pueda hacer lo mismo. Aunque haya tomado decisiones equivocadas–.

Levi pareció dudar por un momento, y Mikasa esperaba que la ignorara de nuevo.

Pero no lo hizo.

–Yo era Eren–, dijo finalmente. No era la respuesta que ella esperaba, y la pilló desprevenida. Pero él no esperó a ver su reacción y continuó: –Actué por mi cuenta. Dejé a mis dos mejores amigos solos mientras me iba a una misión en la que no tenía nada que hacer. Ellos murieron. Y yo sobreviví–.

Mikasa tragó saliva. No tenía ni idea de nada de esto. Y ahora que lo pensaba, no sabía nada de la vida de Levi antes de conocerlo.

El capitán se detuvo un momento y se pasó una mano por la cabeza. Se había puesto ropa seca, pero su pelo seguía húmedo por la lluvia.

–Si me hubiera quedado con ellos también me habrían devorado los titanes–, continuó. –O tal vez podría haberlos mantenido a salvo. No hay forma de saberlo con seguridad–. Levantó lentamente la mirada y sus ojos se encontraron con los de ella. –Eren está haciendo eso ahora. La diferencia es que él conoce el peligro. Sabe a lo que está invitando a sus amigos y compañeros. Será un baño de sangre en Marley. No creas que no. Pero eso pesará en la conciencia de Eren. No la mía. No la tuya–.

–Otra cosa pesará en mi conciencia–, dijo Mikasa en voz baja. Ahora lo veía claramente. Todo lo que estaba haciendo era desperdiciar su vida obsesionándose con hechos que no podía cambiar y dejando que la culpa la consumiera. Y si las cosas seguían así, sería lo mismo en Marley, quedándose de brazos cruzados mientras cientos de inocentes eran masacrados, tal vez incluso sus amigos. ¿Podría entonces apoyar a Eren? Su respuesta consciente fue inmediata. No. No podía.

Sin embargo, no podía decirlo en voz alta.

–No puedes arrepentirte de algo que aún no ha sucedido. Todavía hay tiempo para hacer las cosas de otra manera–. Levi se levantó y se dio la vuelta para irse. Mikasa volvió a bajar los ojos y se aferró más a sus mantas.

Todavía había algo que no entendía, y no podía quedarse con la duda. No tenía ningún sentido. Sin embargo...

–¿Por qué me seguiste?– Preguntó antes de que el capitán se fuera.

Levi se detuvo y se dio la vuelta. La miró de arriba abajo como si ella acabara de hacerle la pregunta más tonta que se le hubiera ocurrido a cualquier soldado.

–Porque me importas–, dijo sin rodeos, y el color subió a la mejilla de Mikasa. –Y no quiero que te mates cabalgando bajo la lluvia, o por un Titán, o por tu imprudencia en general–.

Si algo iba a matarla, eso último era lo más probable.

Pero lo único en lo que podía fijarse era en una cosa: le importaba a Levi. El hecho la golpeó directamente en el pecho. Mikasa podía enfrentarse a diez titanes por su cuenta, pero aún no sabía cómo enfrentarse a su propio corazón. Sintió que un manojo de cosas que necesitaba decir se alojaba de repente en su garganta. Pero la frase equivocada salió.

–Gracias. Por todo–. No era lo que quería decir, pero fue todo lo que pudo conseguir modular. Levi se limitó a asentir. Y se dio la vuelta para abandonar la habitación.

–¿Señor?– Ella lo detuvo por segunda vez. No fue hasta que esa única palabra salió de sus labios que se dio cuenta de que no se había dirigido a él formalmente en absoluto. ¿Y él no la había llamado Mikasa un par de veces? No Ackerman... Mikasa .

–¿Sí?–

–¿Qué era esa misión en la que no debía estar?–

–¿No te estás pasando de entrometida?–

Mikasa se sonrojó de nuevo. Levi se dio la vuelta y se dirigió a la puerta, deteniéndose con la mano en el pomo.

–Estaba tratando de matar a Erwin–.

La muchacha se quedó boquiabierta, y la puerta se cerró tras él con un clic, dejándola sola con sus pensamientos.

Esa era una historia que quería escuchar en algún momento.

De vuelta en su cama, siguió meditando sobre su conversación una y otra vez. La culminación de las últimas semanas se precipitó en su memoria. Las pequeñas declaraciones. Los pequeños detalles. Incluso el origami en la oficina del capitán. Su corazón era un enigma para todos, incluso para ella misma, pero escuchó un clic en su cabeza cuando parte del rompecabezas se unió en su cerebro. Y eso era nuevo.

A él le importaba. Más de lo que ella le había pedido alguna vez. Y si dejaba de pensar en Eren, en Historia y en el resto, podía reconocer la parte de su corazón que se preocupaba por él también.


Mikasa no durmió muy bien esa noche, pero ¿quién podría dormir bien después de tener el día que acababa de tener? Un dolor punzante en su nuca le recordó su estúpida imprudencia de la noche anterior. Todo acto tiene sus consecuencias y era algo que debía aprender tarde o temprano.

¿Eren conocía las consecuencias de lo que estaba haciendo? ¿Ya las había aceptado? No había forma de saberlo.

Sacudió la cabeza tratando de no pensar en Eren y recordó lo que el capitán le había dicho la noche anterior.

Eso pesará en la conciencia de Eren. No en la suya.

Ya tenía suficiente de lo que arrepentirse para toda la vida. No añadiría los remordimientos de Eren a la lista.

Antes de salir de la finca, se despidió de Historia. La chica estaba en su habitación, sentada en la cama y mirando por la ventana. Las luces de la mañana iluminaban su cabello dorado. Se veía pálida, pero estaba bien. Y eso era lo único que le importaba a Mikasa.

Sus ojos se iluminaron cuando vio entrar a su amiga.

–Me contaron lo que hiciste por mí–, dijo con una suave sonrisa y Mikasa sólo pudo sonrojarse.

–No hice nada...–, respondió en voz baja, y luego añadió: –Aparte de hacer enfadar a Levi–.

La reina se rió. –Ya me lo imagino. No parece muy contento ahora–. Volvió a mirar por la ventana, y Mikasa se dio cuenta de que Levi era visible desde el dormitorio de la reina. El capitán estaba fuera, hablando con los mozos de cuadra (probablemente pidiendo otro caballo ahora que sólo les quedaba uno, y no digamos de quién es la culpa) y preparando las monturas para el viaje.

Levi parecía haber vuelto a ser el apático y duro capitán de siempre. Su ceño era visible incluso desde allí. Mikasa frunció sus labios. Incluso cuando había perdido un caballo y le había hecho cabalgar inútilmente bajo la lluvia, él seguía haciendo todo esto por ella. Bajo esa expresión pétrea había un corazón que latía, pero no se lo dejaba saber a todo el mundo. Sólo a algunos privilegiados, como ella. Y pensar en ello hizo sonreír a Mikasa.

La muchacha volvió a mirar a Historia justo a tiempo para captar la sonrisa burlona que se dibujaba en los labios de la reina. Mikasa se apresuró a cerrar las cortinas mientras sus mejillas ardían y su corazón se agitaba. La Reina sólo alargó su sonrisa.

–Pensé que nunca te darías cuenta–, comentó despreocupada, y Mikasa parpadeó repetidamente.

–¿Darme cuenta de qué?–

La sonrisa de Historia abandonó de su rostro tan pronto como apareció, sustituida por una mirada de resignación.

–Bueno, tal vez todavía no lo has hecho–.

Las chicas se abrazaron. –Cuídate mucho–, instó Mikasa en voz baja.

Historia asintió. –Lo prometo–.

Y antes de partir, Mikasa también se despidió de los sirvientes que las cuidaron durante los últimos días.

Cuando llegó al establo, Levi estaba terminando de atar una montura al nuevo caballo. Su actitud seguía siendo la misma, estoica y profesional, como si todas las conversaciones que habían tenido el día anterior no hubieran ocurrido en absoluto. Mikasa se abofeteó mentalmente. Quizá fue demasiado pensar que algo iba a cambiar entre ellos.

Levi tardó un momento en darse cuenta de que estaba allí.

–Voy a montar en el nuevo caballo–, afirmó antes de que Mikasa pudiera decir algo. –Tú puedes usar a Apfel. Él ya te conoce–.

Se le secó la garganta cuando Levi le entregó las riendas.

–Fue una tontería perder el caballo–, dijo ella.

–Sí, lo fue. Y se llamaba Birne–, respondió él sin rodeos.

Ella esperó a que continuara, pero no lo hizo. –¿No vas a... gritarme?–, tartamudeó.

–¿Cuándo les he gritado yo alguna vez?–, preguntó él, mientras ponía el pie en el estribo y se subía al caballo.

Mikasa se detuvo a pensar. Tenía razón.

Nunca le había gritado a ninguno de ellos. Había pateado a más de alguno, claro. Pero nunca les había gritado.

Simplemente no se había dado cuenta hasta ahora. Y esta semana, Levi había pasado su precioso tiempo en una finca en medio del bosque, muy lejos de donde debería estar, sólo para que Historia y Mikasa pudiera arreglar las cosas entre ellas. Y no se había quejado ni una sola vez.

Levi no era sólo su capitán. Siempre había sido más que eso. ¿Por qué había tardado tanto en darse cuenta?

Una calidez que no tenía nada que ver con el sol sobre sus cabezas subió a sus mejillas, y Mikasa subió a su caballo.

Levi chasqueó la lengua con su habitual Tch . –¿Recién te diste cuenta?–, preguntó.

Mikasa sonrió. –Sí–, respondió ella. –Sólo recién–.

Y así, cabalgaron de vuelta a casa.


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N/a: Así es, acabo de nombrar los caballos Apfel y Birne (Manzana y Pera en alemán) (un minuto de silencio para Birne que desapareció en la tormenta). Muchas gracias por sus comentarios :D Estoy ansiosa de leerlos!