La Nueva Emperatriz

Capítulo 7

Suspiró profundamente mientras escuchaba el constante crujir de las ramas bajo las patas de su corcel, quien se movía calmadamente entre los inmensos árboles que conformaban aquel aun oscuro bosque. Ni siquiera sabía que hacía allí, o, mejor dicho, no quería reconocerlo.

¡Maldita fuera la hora en que, con pleno conocimiento de causa, Eriol había elegido para ella aquella habitación cuya ventana podía verse con total claridad desde esa posición!

Si, realmente se sentía como un pervertido por el hecho de que pudiese observarla en secreto en la penumbra, pero, aunque se hiciera el duro y fingiera que no le importaba, hacer ese recorrido siempre que podía era la diferencia entre una noche en vela y un sueño gratificante. Siempre deseando que ella se asomara al balcón y en un descuido, allí en el completo silencio, le sonriera como hacía hace mucho tiempo cuando con solo ese gesto lo tenía tendido a sus pies.

-Si tan sólo las cosas hubieran sido diferentes. - Murmuró melancólico mientras volvía a suspirar y se sumía en sus recuerdos, pero antes de que pudiera reaccionar, escuchó un crujido entre las ramas sobre su cabeza y después de soltar un grito aterrado, alguien cayó estrepitosamente de la cima, derribándolo al instante.

No sabía que le dolía más, si su espalda que había terminado sobre un montón de piedras o su orgullo porque el que algo pudiera sorprenderlo de esa manera solo dejaba claro lo mucho que esa chiquilla lo tenía embobado. Menos mal que el cuatro ojos ese no estaba por esos lares para burlarse de él sino tendría que partirle la cara para que parara de reír.

- ¡Lo siento joven! No fue mi intención hacerle daño. - Exclamó en sobresalto la persona que ahora se hallaba sobre él y a pesar de lo raro que era que alguien pudiera entrar sin ser visto a aquel bosque que bordeaba el palacio, Touya no dijo nada mientras la veía intentar incorporarse.

Su voz le era tan familiar que le dejó completamente aturdido.

-Si me permite me retiraré cuanto antes de su presencia. Lamento las molestias que he causado.

-Espere, no creo que…- Las palabras salieron de su garganta demasiado tarde. La señora ya se hallaba tendida en el suelo a causa de lo que podía juzgar a simple vista era una especie de esguince. Era de esperarse. A juzgar por los mechones salpicados de canas que salían de debajo de la tela que cubría su rostro, aquella mujer debía al menos pasar de los cuarenta. Ninguna persona de su edad podía intentar treparse a un árbol y caer del mismo sin sufrir algún rasguño.

-No creo que llegue muy lejos así como está ahora.- Aseguró mientras la ayudaba a ponerse de pie y llevaba su vista hacia su pierna lastimada. – La llevaré hasta su casa en mi caballo.

-Oh no, no es necesario, seguro que puedo llegar sola, solo… - Un nuevo quejido salió de su garganta al intentar mover la pierna de golpe y entonces vio a Touya ponerse de cuclillas junto a ella para examinarla más de cerca comprobando así lo que ya sabia. Tenía el tobillo muy hinchado, sin mencionar que su pierna estaba llena de rasguños. Menos mal que siempre traía consigo herramientas básicas para tratar heridas de ese tipo. Haber sido hijo del médico más famoso de su país tenía sus ventajas.

- ¿Por qué está en un lugar como este a esta hora? Seguro que sabe lo que le ocurriría si la encontraran en terreno de palacio. – Se atrevió a indagar luego de haber limpiado las heridas de la señora y haber atado un trozo de tela en su tobillo. Con la poca luz que brindaba la luna en un lugar tan alejado, apenas podía contemplar con claridad el rostro de ella, pero no hacía falta ver su expresión para percibir la tremenda congoja que la embargaba en ese instante.

-Hace ya dos meses que se llevaron a mi hija a la fuerza para traerla al harem. Mi esposo me pide que esté tranquila, pero hoy simplemente no pude tolerarlo y aprovechando que está en un viaje de negocios me he arriesgado a venir para comprobar por mi misma que este bien. Se que es difícil de entender, pero… no hay nada más doloroso que perder a un hijo.

Escucharla reconocer aquello con tanto dolor le hizo llenarse de un sentimiento similar al que lo había invadido al ver llorar al herbolario cuando le había informado que su hija estaba a salvo.

Claro que sabía lo doloroso que podía ser la separación forzosa, había tenido que vivirla cuando apenas tenía siete años. Aun podía sentir el calor del fuego ardiendo a su alrededor mientras escuchaba los gritos desesperados de su madre indicándole que huyera poco antes de que aquellos brazos hoscos y sin compasión terminaran por llevárselo lejos de todo lo que conocía. Habían pasado más de veinte años, pero aun se despertaba en las noches esperando escuchar la dulce voz de ella asegurándole que todo aquello no había sido más que un mal sueño. Por eso, en el fondo, podía entender el esfuerzo sobrehumano que estaba haciendo aquella señora solo por contemplar a su hija una vez más.

- ¿Y que tal si nos quedamos un rato hasta que ella salga? No puedo garantizarle que pueda verla desde aquí, pero al menos no se quedará con la incertidumbre.

Apenas pudo reaccionar antes de sentirla colgarse de su cuello mientras le agradecía su bondad y desviando la mirada avergonzado la alejó de si, la ayudó a ponerse de pie y la sostuvo mientras ella se trepaba al caballo. Solo conocía una persona en el mundo que era capaz de ser tan efusiva con alguien a quien apenas acababa de conocer. Sino fuera porque era simplemente imposible realmente creería que esa mujer era…

-Si está sobre Momo seguro se le hará más fácil ver a través de los muros. Es un poco caprichosa, pero si se queda quieta no creo que se resista demasiado.- Explicó mientras agitaba su cabeza para despedir ese pensamiento. Solo estaba siendo afectado por la melancolía y el cansancio de esa noche, seguro que ese timbre de voz y ese comportamiento errático e impulsivo era más común de lo que creía.

- ¿Y usted? ¿Ha venido a ver a su amante?

El cuerpo del trigueño sufrió un intenso sobresalto al escucharla preguntar aquello sin ningún miramiento y nunca antes había agradecido tanto que el manto de la oscura noche ocultara su sonrojo al darse cuenta de que aquella señora había escuchado su lamento de hacía unos minutos.

Rayos. Lo último que necesitaba era un sermón acerca del amor y las relaciones proviniendo de una extraña señora que apenas acababa de conocer.

Se preparaba para dar una explicación lo mejor elaborada posible al hecho de que estuviera allí solo a esas horas, cuando la escuchó exclamar un "¡Ahí esta!" lleno de congoja y emoción, mientras contemplaba a la jovencita de cabellos dorados de la que había escuchado hablar en múltiples ocasiones, pero a la que era la primera vez que tenía la oportunidad de ver.

Habían pasado un par de meses al menos desde que ella había llegado al harén así que era comprensible que sintiera un inmenso alivio al ver a su pequeña sonreír mientras hablaba con la chica frente a ella. Él estaba contagiado del mismo sentimiento. Ver a Tomoyo sonreír y lucir tan animada después de tanto tiempo le hacía sentir tan dichoso y miserable a la vez que simplemente no podía soportarlo.

Si tan solo…

-Hay que vivir cada día sin arrepentirse de nada. Más vale lamentarse por haber errado, que sufrir por jamás haberlo intentado. -Murmuró de repente la señora mientras colocaba la mano sobre su cabeza y le regalaba una tierna sonrisa. La calidez de sus ojos esmeraldas le hicieron sentir terriblemente pequeño mientras ella parecía leer exactamente sus pensamientos. Arrepentirse. Eso era lo que había estado haciendo todo el tiempo durante los últimos meses. El simple hecho de que estuviera allí era una prueba de eso, ¿en serio valía la pena dejar de contenerse y solo correr el riesgo de al menos intentarlo?

Su vista se deslizó en dirección a la señora quien ese momento acariciaba con su mano libre la pierna que había recibido la mayor parte del impacto y concluyendo en que no ganaría nada lamentándose allí en la oscuridad, le pidió que se hiciera a un lado y tomando las riendas del animal, se trepó en el mismo, emprendiendo el galope mientras la helada brisa de la noche otoñal golpeaba su rostro y la señora miraba su espalda y los mechones oscuros que bañaban su cuello.

-Si nada de aquello hubiera ocurrido, él tendría tu edad en estos momentos.

- ¿Dijo algo Señora?

-No. No es nada. - Aseguró ella mientras apoyaba su cabeza de la espalda del joven y dejaba que su cabello ya encanecido ondeara en el viento mientras pensaba en los casi veinte años de sufrimiento que le había provocado perder a su pequeño. Odiaba reconocerlo, pero no poder protegerlo era el mayor arrepentimiento que tenía.


Sus ojos se perdieron en el reflejo de la luna que inmensa y redonda reinaba sobre la noche, bañando con su luz la espesa arboleda que la separaba del sitio que una vez soñó fuera su hogar y donde ahora yacía todo lo que en verdad amaba. El castillo de Liones era tan inmenso, tan majestuoso, que se preguntaba si desear al cielo cada noche que llegara el momento en que pudiera ocupar un lugar allí era demasiado presuntuoso.

-No puedes dormir. – Sus ojos se deslizaron hacía la figura que se acercaba a ella cubierta con sus ropas de cama, y sonriéndole gentilmente se limitó a asentir mientras intentaba disimular su tristeza y argumentaba que no terminaba de acostumbrarse a aquella habitación tan encumbrada.

En parte era verdad. Saber que aquel pasadizo secreto se hallaba a sólo unos centímetros de su lecho y que podía huir a través de él si las cosas se complicaban le brindaban cierta seguridad, seguridad que, aunque sabía que Shaoran estaba allí tras la puerta cuidándola, por alguna razón no conseguía siquiera acercársele. Para ella, estar allí no era más que un constante recordatorio de su impotencia, de que, no era capaz de mantenerse a salvo por sus propios medios.

-¿Te gusta alguien Tomoyo? – La repentina pregunta de la castaña no sólo consiguió sacarla de sus meditaciones, sino que desfiguró su rostro en una mueca casi hilarante que dejaba claro su desconcierto. De hecho, si no fuera porque se trataba de Sakura seguro hubiera desviado la pregunta con toda la pericia que la caracterizaba, pero no podía negarse a aquellos ojos esmeraldas llenos de curiosidad que siempre le habían brindado la más completa sinceridad.

-Si, así es.- Reconoció mientras veía a la castaña abrir los ojos emocionada, no pudiendo contener una carcajada al escucharla preguntar si se trataba del consejero imperial.

-El señor Eriol es como un padre para mi -. "O más bien un tío". Pensó Tomoyo para sus adentros mientras sonreía ante la ocurrencia de Sakura y lo disparatado que le resultaba solo pensar que ese tipo de sentimientos alguna vez se desarrollara en ella. Entendía que siendo el único hombre con el que la hubiera visto interactuar terminara pensando que su familiaridad se debía a cierta atracción, pero aunque creía que barreras como la edad o la posición social no debían ser un obstáculo para que el verdadero amor se desarrollara, simplemente sus corazones tenían dueño desde hace tanto tiempo que el simple hecho de verse al lado de alguien diferente les resultaba imposible. – La persona que me gusta es un soldado.

- ¡¿Soldado?! ¿Y cómo lo conociste? Es decir… no te dejan salir de aquí y me dijiste que nunca has vivido fuera de la torre así que…

La manera tan nerviosa en que la castaña agitaba las manos, la llenó de ternura.

Había sido muy cuidadosa con los detalles de su verdadero origen, pero, claramente tener tantas reservas con ella era exagerado. Era obvio que aunque Sakura estaba muy atenta a la poca información que había consentido darle acerca de su pasado, su curiosidad era guiada por un inocente interés en ella y no por el interés de conseguir información que pudiera usar en el futuro. Claro que no podía decirle que era hermana del emperador, pero ponerla al tanto de la manera en que conoció a Touya y su verdadero origen parecía lo justo después de convertirse en la única testigo y confidente de su primer amor.

-De hecho, él salvo mi vida cuando apenas era una niña pequeña.-Comenzó a explicar mientras su rostro se llenaba de una mezcla de pesar y añoranza al recordar las pocas memorias que conservaba de ese entonces. Su padre había muerto en la guerra mucho antes de que ella naciera y su madre había fallecido de una extraña enfermedad cuando apenas tenía tres años. Al final, sus demás familiares no quisieron hacerse cargo de ella temiendo que la enfermedad de su madre fuera contagiosa, y como último recurso habían decidido venderla a un traficante de esclavos.

La manera en cómo Sakura llevó sus manos a su boca acallando un grito al escucharla relatarle aquello, la hizo darse cuenta de que su historia sonaba aun mas descorazonadora de lo que de por si podía ser para ella. Si, era cierto que tan pequeña como era todo aquello le había parecido de lo más horrible, pero la realidad era que su suerte no haría más que mejorar a partir de entonces.

-En el carruaje en el que me transportaban, había otros niños de diferentes edades quienes lloraban profusamente en voz baja por miedo a que nuestros captores los golpearan como habían hecho con otros niños para que guardaran silencio. No parecíamos tener ni siquiera un atisbo de esperanza. Pero de repente uno de los niños, el más silencioso de todos, se puso de pie y empezó a silbar con fuerza, consiguiendo no sólo que los demás niños callaran, sino que el carruaje se detuviera de golpe. Al principio todos intentaron detenerlo, temían que su osadía les costara caro, pero él no les hacía caso, de hecho, ni siquiera parecía tener miedo de lo que podía pasarle. Jamás había visto a nadie tan valiente, ni tan decidido. Sus ojos cafés tenían algo que me hacía sentir segura y aunque no entendía bien que estaba pasando, decidí en mi corazón creer en él y no fui desilusionada.

Aun recordaba a detalle la imagen de Touya de pie frente a ella silbando y haciendo ruido a todo pulmón. En ese entonces tendría apenas unos diez años, pero su temple y decisión le hacían ver como alguien mucho más maduro y enfocado. Características que se había mantenido intactas en él con el paso de los años.

-Las puertas del carruaje se abrieron de repente, pero contrario a amedrentarse o mostrarse inseguro, el chico se acercó a ellas y tan pronto vio a las personas fuera, les reprochó haber tardado tanto en rescatarnos mientras uno de ellos alborotaba su cabello contra su voluntad y lo felicitaba por haber hecho tan buen trabajo. No entendía nada entonces, pero aquellas personas eran en realidad un famoso grupo que se dedicaba a localizar a los principales traficantes de esclavos de la zona para atraparlos y así, acabar con la trata de personas. Lo que casi nadie sabía, era que para llevar a cabo aquella peligrosa misión, aquel chico se dejaba capturar por los traficantes y cuando se acercaban al lugar de la venta, les indicaba con su silbido cuales eran los carruajes que se dedicaban a aquel vil negocio. Él era pequeño, sí, pero su corazón y entereza era mayor a la de cualquier adulto. - Sus ojos azules brillaban de tanto orgullo que a Sakura no le quedaron duda del profundo amor que la nívea sentía por esa persona. De hecho, aunque no lo conocía, con solo escuchar su relato ya estaba completamente segura de que se trataba de una persona admirable y correcta que amaba y defendía la justicia sin temor.

Aunque debía reconocer que él no era la única persona en ese campamento con esas características.

-Está rico. ¿No lo crees?- Escuchó preguntar a una voz gentil y cariñosa a su lado y al levantar la vista hacía él pudo ver unos ojos ámbar que le miraban con gran curiosidad. Su cabello castaño era corto y rebelde y sus manos estaban llenas de vendajes debido a lo que parecían ser heridas de batalla, pero su sonrisa era tan dulce y serena que le hacía sentir increíblemente tranquila. Casi tanto como para olvidar el hecho de que era la única niña a quien sus parientes se habían negado a recibir de vuelta y que por tanto no tenía un lugar al cual ir.

-Si, ese niño es en serio increíble. No puedo creer que hiciera esto solo.

-¿Verdad que lo es? Sino fuera por su ayuda ya nos hubiéramos muerto de hambre o desangrados. Aunque es muy tímido y se enoja cuando intento elogiarlo.- Aseguró el señor mientras observaba al niño de ojos oscuros quien en ese momento vendaba las heridas de los demás hombres del grupo. Según parecía aquel chico no sólo era muy valiente sino que tenía muchas habilidades que le hacían ser alguien útil para aquellas personas. Era tan diferente a ella… al menos él si tenía un lugar al cual regresar.

- ¿Sabes? Touya también estuvo a punto de ser vendido como esclavo, aunque su historia es un poco distinta a la tuya. Él si tenía familia esperándolo, pero, aunque consiguió escapar y librarse de ese destino, jamás fue capaz de regresar a su verdadero hogar. El mundo puede ser cruel para los niños, por eso, me pidió encarecidamente que no dejara que sufrieras el mismo destino que él.

Abrió los ojos como platos al escuchar aquella declaración y sintió como las manos de aquel hombre tomaban las suyas mientras se ponía de cuclillas a su lado. No sabría describir todo lo que le hizo sentir esa mirada, era como si se convenciera que podía confiar en lo que sea que dijera o hiciera aquel señor.

-Sabes, en el lugar de donde vengo hay una mujer. De hecho, es la mujer mas maravillosa del mundo, es fuerte, astuta y ama a los niños. Es mas, siempre ha deseado tener una niña a quien cuidar. Dice que Touya y Shaoran solo son dos mocosos impertinentes.

- ¿Touya y Shaoran?- Preguntó extrañada mientras lo veía señalar con el dedo al niño en la distancia.

- El chico huraño y buen cocinero es Touya, y Shaoran es mi hijo pequeño. Es apenas dos años mayor que tú. Su vida tampoco ha sido fácil, pero siempre hemos tratado de llenarlos a ambos de cariño y comprensión.

- ¿Llenarlos? Entonces esa mujer… ¿es su esposa?

-Supongo que algo así.- Rascó su nuca sin estar seguro de cómo explicarle a una niña tan pequeña la engorrosa situación amorosa en la que se encontraba. - No podemos estar juntos como quisiéramos, pero nos amamos tanto como podemos. Nuestro sueño es que algún día podamos ser una gran familia unida y llena de amor. Una gran familia… de cinco miembros.

- ¿Cinco?- Preguntó haciendo el recuento en su cabeza. -Pero ustedes solo son cuatro personas.

-No por mucho tiempo. ¿Te gustaría ser mi hija a partir de hoy?

No recordaba ninguna ocasión en la que llorara tanto. Era como si por primera vez en la vida supiera lo que en verdad se sentía tener un padre. La señora Ieran se enojó bastante con él cuando llegó a casa con otro niño a quien cuidar, pero a pesar de eso le acogió con los brazos abiertos y la trató como una verdadera madre. Fueron años maravillosos, ellos cinco y también su tío Eriol y posteriormente su esposa. Todos formaban una gran e inusual familia. Hasta que ese día…

-Perdonen, pero la señora Keyla quiere ver a las doncellas de inmediato.- El anuncio de Shaoran quien había estado escuchando la conversación desde hacía un rato la hizo darse cuenta de que estaba contando demasiado. No podía hablarle de como su padre, madre y tía adoptiva habían ido de excursión a Mongolia y habían fallecido en una emboscada cuando regresaban con la cura para la terrible enfermedad que azotaba el país. Todos sabían de la historia del emperador, de cómo en un intento por proteger a su pueblo había muerto calcinado traicionado por sus propios soldados. Si le decía aquello a Sakura no sólo revelaría su identidad sino que la expondría al peligro de ser lastimada por aquellas personas. Confiaba en ella, pero no podía exponerla a tal peligro.

-Estoy seguro de que Touya siente lo mismo por ti, es solo que…

-Está bien, hermano. Yo y Touya hemos aclarado las cosas y… estoy conforme con su decisión. No te angusties por nosotros. Tu tienes cosas más importantes por las que preocuparte.- Aseguró interrumpiendo al castaño una vez se hallaron ambos fuera de la habitación, lejos del alcance de el oído de Sakura.

El castaño dejó salir un hondo suspiro dándose cuenta de que no tenía caso tener aquella conversación. Si algo había aprendido en los últimos años era que cuando a uno de esos dos se le metía algo en la cabeza no había dios en el cielo o en la tierra que los hiciera cambiar de opinión. Habían decidido romper por completo sus lazos y ahora aunque los dos murieran de amor y anhelo, estaban resueltos a cargar con el peso de la culpa de haber perdido a sus seres queridos y a pagar con su amor la penitencia.

Una decisión cruel y desatinada que por ningún motivo pensaba apoyar pero a la cual no se sentía en derecho de replicar, pues a su manera… el también se estaba castigando por no haber podido hacer nada para salvarlos.

-Sabes hermanito, creo que ella también siente lo mismo por ti. Deberías tomar la iniciativa y decírselo. Tal vez… todo esto puede terminar antes de lo que esperamos.

El castaño no pudo evitar teñirse de rosa al ver como su hermana había desviado por completo la conversación poniéndolo en un severo aprieto y soltando una risita complacida la nívea se dispuso a continuar su camino y salir a los jardines a tomar algo de aire fresco. Había recordado y revivido muchas cosas y aunque intentara fingir al respecto hablar de su pasado había tocado una fibra muy sensible de su corazón.

-Animar a otros a hacer lo que nosotros no nos atrevemos es de hipócritas, princesa. Las personas verdaderamente valientes jamás esconden la verdad tras una sonrisa.

-Lo siento mamá pero… creo que me he convertido en la más hipócrita y cobarde de todas. - Murmuró mientras veía al cielo estrellado y apretaba con fuerza su pecho, pensando en la valiente y decidida mujer que la había criado y a la que por mas que lo intentaba no era capaz de imitar.


Hola de nuevo.

Perdonen la tardanza. Este capitulo estaba atorado en mi sistema deseoso por salir pero había tanto que queria contar que no encontraba la manera de resumirlo.

Muchas gracias a todos los que se tomaron el tiempo de animarme seguir. Me esforzaré por que no trascurra tanto hasta la próxima actualizacion.

Les envio un abrazo y nos leemos pronto.