IX

La puerta de la habitación de Adele está abierta de par en par. El viento baila hasta el pasillo, silbando su melodía refrescante. La ventana está abierta hasta arriba.

Entro para cerrarla. No quiero que mi hija se resfríe.

Cuando la cierro, me doy media vuelta y me percato de un detalle hasta ahora desconocido.

En mitad del dormitorio hay una mecedora. No recuerdo haberla puesto ahí, pero ni siquiera me cuestiono el motivo.

Comienza a mecerse sola. La cuna no está. La niña tampoco.

La mecedora sigue ahí, moviéndose sola, bailando al son de la melodía del viento, que aún entra a pesar de la ventana cerrada.

Paro su balanceo con la mano. El viento ha dejado de soplar.

Un arcoíris se refleja en la mecedora. Intento apartarla, pero es demasiado pesada.

Me percato de que hay alguien sentado. Vuelve a balancearse. Veo su pelo rubio rojizo y rizado que sobresale por encima de la mecedora.

—Sam —le llamo con voz serena.

Él me mira, pero no está muy contento. Entre sus brazos tiene a Adele, nuestra hija. Está dormida con su chupete en la boca.

Niega con la cabeza. Me acerco a él, pero se aparta, aún con la niña en brazos, poniéndose en pie.

—¿Qué ocurre? —le pregunto sin entender.

Sam sigue sin contestarme. Tan solo se limita a fruncir el ceño.

Despliega unas alas y sale por la ventana.


—Sookie… Sookie…

Todo lo veía borroso y la cabeza me daba vuelas. La voz de Eric la escuchaba distorsionada y me pitaba un oído. Me sujeté la cabeza por miedo a que se me fuera a caer. Me sentía ridícula pensando en esas cosas, pero es cierto.

Había una pequeña lámpara en aquel cuarto oscuro. Eric la había encendido para verme mejor. Estaba a mi lado, palmeando mi cara para ayudarme a despertar. No sabía cuánto tiempo llevaba ahí, pero no serían cinco minutos, precisamente.

Intenté incorporarme, pero seguía grogui. Me dolía mucho el cuello, probablemente del rato que llevaba tirada en el frío suelo de a saber dónde.

—Sookie —volví a escuchar—. ¿Me oyes?

Entrecerré los ojos para visualizarle mejor. Asentí débilmente con la cabeza.

—¿D-dónde estamos? —balbuceé como pude; tenía la boca seca.

—En una nave de un polígono industrial en mitad de la nada de Seattle —respondió Eric calmadamente.

—¿Qué? —Me dolía todo el cuerpo y solo quería morirme—. ¿Qué hora es?

—No lo sé, pero tal vez sean las dos de la tarde.

—¿Las dos? Si eran las nueve cuando entré en el despacho del señor Gibson…

—Llevamos aquí horas.

Me senté y apoyé la cabeza en la pared. Sentía que en cualquier momento iba a vomitar el desayuno. Respiré hondo para que eso no pasara.

Eric estaba dando vueltas por aquella habitación diminuta. Vislumbré, en la poca luz que había, que estaba junto a unas estanterías. Cerré los ojos.

—¿Cómo te encuentras? —me preguntó una ves¡z dejó de pasearse por la estancia y se agachó junto a mí.

—Mareada. Muy mareada —respondí como pude—. ¿Has conseguido descubrir algo?

—Sí. —Tomó aire y se puso de nuevo a dar vueltas; me estaba poniendo de los nervios, pero seguramente eso era lo único que le calmaba, así que me callé—. Tengo buenas noticias, pero también malas.

Esperé a que continuara, porque yo no me atrevía a decir nada.

—Empieza con las buenas.

—He visto a Pam y a Karin, y ambas están bien —dijo con una amplia sonrisa, pero se le notaba igualmente preocupado—. Yo tenía razón: están en una especie de habitación cubierta de plata. Las he podido ver cuando te han traído aquí, pero no pude hacerlo bien, porque me ha arrastrado en seguida hasta ti, como siempre.

—¿Has visto cómo me han llevado hasta aquí? ¿Por dónde he salido?

—La chica de la limpieza es un topo del hotel. Vi cómo te metía en el carrito de la limpieza que metió en el cuarto. Hizo una llamada a un tal Reina, pero no sé quién podrá ser. Todo el tiempo que he estado aquí no he escuchado ese nombre ni nada. Luego te bajó, con todas las sábanas sucias, hasta la parte trasera del hotel. Envuelta en una sábana, te metió en un camión donde un hombre condujo hasta aquí. Lo bueno de esto es que he visto cuántos hay. Esto parece una fábrica cárnica, porque donde están Pam y Karin tiene pinta de ser una cámara frigorífica adaptada para vampiros.

Tragué saliva como pude.

—¿Algo más?

—Sí, que he conseguido al fin traspasar puertas y paredes, por lo que si de aquí a que anochezca hay problemas, puedo ayudarte a salir y venir con los refuerzos necesarios.

—¿Refuerzos?

—Sí, bueno, esa es la mala noticia. —Se quedó en silencio un momento, intentando ordenar sus pensamientos, que debían de estar a mil por hora; se agachó otra vez a mi lado—. Hay algo en lo que sí que estaba equivocado: esto, desde luego, no tiene nada que ver con el Consejo vampírico.

—¿Cómo estás tan seguro?

—Porque hasta donde he podido ver, Pam y Karin no están solas. Y estaban… —hizo otra pausa, como asimilando todo—, estaban conectadas a unos viales que le estaban extrayendo sangre.

—¿Esto es un nido de drenadores?

—Eso me temo. Y puede que Karin y Pam solo estuvieran en el lugar equivocado. Está claro que el hotel es una trampa para capturarlos, porque otra cosa no tiene explicación.

—Y mientras tanto, el señor Gibson sin enterarse de la misa, la mitad.

—Sí, debe ser una cabeza de turco. O un títere. O vete a saber.

—¿Qué tienes pensado hacer?

—De momento, en cuanto despierte, llamar a Nicoleta. Evidentemente, al no ser cosa del Consejo, he de avisarla para que me ayude a rescatar a todos lo que están atrapados aquí.

—Lo que no llego a entender es por qué ella no está al tanto de todo esto.

—Probablemente porque sean vampiros nómadas, que no tengan nada que ver con ella o porque nadie los haya denunciado. Sin eso, no se puede hacer nada. Yo, como rey de Luisiana, no puedo estar al tanto de todo lo que sucede en todo el estado si nadie me informa de ello.

—Para eso está en sheriff de la zona, ¿no?

—Sí. Y lo más probable es que el sheriff de esta zona esté, irónicamente, en el ajo.

—¿Eso es posible?

—Todo es posible. Los hay que venderían a sus madres si pudieran. No sabes la cantidad de gentuza que me he topado en estos siglos. De lo que serían capaces de hacer por dinero.

—Bueno, pues debemos pensar con la cabeza fría. Aún hay tiempo y debemos planearlo todo muy bien.

—Sí. Lo único es que no sé cuántos vampiros pueden haber. Yo he visto unos cuatro o cinco, pero creo que hay más cuartos como el de Pam y Karin.

—Entonces, trae toda la sangre sintética que puedas, porque en cuanto los saquemos de aquí, van a tener sed, mucha sed. Pam y Karin llevan días aquí, pero no sabemos cuánto llevarán los demás.

—Puede que semanas, o meses. A saber.

—Trae también una manta —comenté, castañeando los dientes—. Tengo frío.

Se puso detrás de mí, rodeándome con sus brazos. Pude sentir su calor. Era una sensación extraña, porque jamás pude hacerlo cuando estábamos juntos, y me reconfortaban mucho.

—También traeré agua —murmuró—. Tienes la boca seca.

Afirmé con la cabeza.

—¿Crees que Nicoleta vendrá con todo lo previsto a tiempo?

—No lo sé. Necesitaremos un camión. Aunque podríamos robar uno de los que hay, pero no sé cómo salir de aquí sin que acabemos mal.

—Mejor traed uno por lo que pudiera pasar.

—Tienes razón.

Empecé a toser y sentí que la garganta me raspaba. Temía que me muriese aquí congelada. Los brazos cálidos de Eric no me eran suficientes para entrar en calor todo lo que necesitaba. Esperaba no ponerme mala después de esto. Echaba de menos ahora mismo una buena taza de té caliente delante de la chimenea de casa. Cerré los ojos y pesé en eso. Una vez leí que el frío es psicológico y que si no piensas en él se te pasa. Me concentré en esa imagen. No funcionaba del todo, pero algo conseguía. También pensé en mi abuela, la cual me ayudaba mucho en momentos de desesperación. Sí, ella estaba conmigo, tal como me dijo Klaus.

Klaus. También me acordé de él y en nuestra última despedida. Me moría de la vergüenza ahora que lo pesaba. Va a pensar que voy besando a todo el que pasa por mi lado y no es así. Tendría que aclarárselo cuando regresara a casa.

Si es que regresaba.

Mis esperanzas a veces se desvanecían a cada paso del tiempo. No sabía cuánto rato llevaba ahí metida, y tampoco lo que me quedaba. Sabía que Eric haría todo lo que estuviera en su mano, pero desde su hotel hasta aquí no sé cuánto puede haber. Y me preocupaba ese tiempo donde no estuviera él aquí, conmigo. Aún estaba adormilada y tenía las extremidades entumecidas. Abrí y cerré las manos, pero no las sentía del todo. Supuse que era por los efectos del calmante que me habían administrado.

Eric me acariciaba el pelo y eso me relajaba. Me recordaba a cuando era pequeña y me acurrucaba junto a mi madre, y ella me masajeaba la cabeza hasta quedarme dormida. Y eso estaba haciendo. Estaba tranquila, porque él estaba conmigo. El problema vendría si alguien entraba. No me sentía con las suficientes fuerzas como para defenderme por mí misma. Y miedo me daba que me hicieran algo indebido.

Escuché algo. O más bien a alguien. Estaba canturreando una canción mentalmente, eso no me quedaba la menor duda. Alerté a Eric en silencio, para que estuviera atento por si entraba.

El individuo desconocido estaba pensando en un apartamento: era moderno y tenía las paredes blancas. Abría la puerta de un armario y lo que vi me horrorizó tanto que no pude más que echarme a llorar desconsoladamente.

—¿Qué? ¿Qué ocurre? —quiso saber Eric, procurando que no acabara gritando.

No podía respirar por la imagen que estaba incrustándose en mi mente. Más y más clara. No podía ver el rostro del autor, pero deseaba hacerle cosas muy desagradables, Más de lo que estaba viendo.

—Es… es… —Ni siquiera podía hablar con claridad; me estaba ahogando—. Es Sabrina.

Eric se levantó de golpe, haciéndome a un lado, intentando no hacerme daño. Tenía la cara descompuesta, pero no tanto como la mía.

—¿Qué? ¿Qué as visto?

Meneé la cabeza, negándome a contestar, pero debía hacerlo, debía decir lo que ese malnacido había hecho con ella.

—Está en un cuarto, maniatada y semidesnuda. —Las lágrimas comenzaron a recorrerme el rostro—. Lleva varias quemaduras y cortes y… y…

Vi cómo a Eric se le encendía los ojos de la ira. Apretó los puños, queriendo golpear algo —o más bien a alguien—, pero se contuvo. Si llamaba la atención me podría poner en peligro.

—Continúa, por favor. —También estaba a punto de echarse a llorar de la impotencia.

—He visto cómo se echaba encima de ella y… y… —No podía seguir y ahogué una arcada que amenazaba con salir—. Oh, Eric. Estaba medio inconsciente y él… ese malnacido estaba aprovechándose de ella y…

—Ese hijo de puta debe estar cerca… —Se acercó a la puerta metálica y comenzó a darle puñetazos, pretendiendo llamar la atención del responsable de esas imágenes—. ¡Vamos, maldito hijo de perra! Ven si te atreves.

—Eric —grité ahogadamente—, ¿qué haces? Si viene, seguramente no podremos seguir con el plan.

—A la mierda el plan. ¡Quiero matarlo con mis propias manos!

Estaba fuera de sí. No paraba de vociferar, pero por suerte solo yo era capaz de escucharlo.

—Eric, para, por favor —le supliqué—. No sigas haciendo eso.

Se escuchó la puerta abrirse y tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para retener a Eric.

«Si le haces daño», pensé «nunca sabremos dónde está Sabrina». Se detuvo. No sé cómo, pero me escuchó. Me escuchó. A mí.

Me asusté.

El hombre, que era terriblemente corpulento, entró dando grandes zancadas hasta a mí, que estaba dando pasos hacia atrás, intentando alejarme lo que pude de sus garras.

—Vaya, vaya… a quién tenemos aquí…

Fruncí el ceño. ¿Qué quiso decir con eso? ¿Me conocía?

—No me toques, sabandija asquerosa.

—¿Por qué? Si lo que pienso hacerte te va a encantar y hasta vas a gritar de placer.

—Porque… porque… —tuve que pensar lo más rápido que pude y solo se me ocurrió decirle—: Soy bruja y puedo hacerte mucho daño.

El hombre se carcajeó tan fuerte que resonó en el cuarto.

—Claro que sí, lo que tú digas. Y si eres tan bruja como dices, ¿cómo es que no has escapado aún?

—Porque habéis caído en mi trampa.

—¿Qué trampa?

Hice una señal a Eric para que le empujara contra la pared y así lo hizo. Aunque se notaba que no tenía la misma fuerza que en su versión vampírica, porque le costó lanzarlo. El hombre me miró incrédulo.

—Vamos a jugar a un juego —rugí con fiereza, apretando los dientes—. Vas a decirme todo lo que te pida y yo te dejo con vida.

Hice un gesto con una mano y Eric le cogió del cuello, lo suficiente para que pudiera hablar entrecortadamente.

—¿Q-qué quieres? —murmuró con dificultad.

—Así me gusta. —La cabeza aún me daba vueltas y apenas podía enfocar bien el rostro de aquel esperpento de hombre, pero necesitaba aparentar que me encontraba bien—. ¿Quién eres?

—No pienso decírtelo —dijo riéndose; Eric apretó más su cuello—. Bug-eyes. Bug-eyes, me llaman así, lo juro.

—Buen chico. ¿Dónde está Sabrina?

—¿Qu-quién? —Le costaba hablar, así que le hice otra señal a Eric para que aflojara.

—Sabrina Townsend. Sé que la tenéis encerrada en un cuarto y que abusaste de ella.

—Ah, esa zorra que está tan buena… Me la follé tantas veces que…

Eric le dio un puñetazo en el estómago. Bug-eyes se dobló de dolor y Eric le dio otro mamporro en la nariz. Le hice un gesto para que parase de golpearle.

—¿Quién te envía? —preguntó Eric, sin recordar que tan solo yo podía escucharle.

—¿Quién es tu jefe? —pregunté.

Bug-eyes escupió sangre y se la limpió con el dorso de la mano. Eric aún le tenía sujeto del cuello y le costaba respirar. Temía que le asfixiara antes de que pudiéramos sacarle la información que queríamos.

—No sé su nombre. Solo sé que la llaman la Reina.

—¿La Reina?

—Sí, a mí no me dicen más. Solo se pone en contacto conmigo y yo hago el trabajo.

—Pregúntale cómo es —me ordenó Eric.

—¿Cómo es su aspecto?

Bug-eyes se echó a reír y comenzó a toser.

—Yo qué sé cómo es. Nunca la he visto en persona. Ya te he dicho que se pone en contacto conmigo y no hablamos de nada. Ella me da la dirección y yo obedezco.

—¿Qué tiene que ver Sabrina en todo esto? —quiso saber Eric.

—¿Por qué tenéis a Sabrina secuestrada, si no tiene nada que ver con esto?

—No tengo la menor idea. ¿Es que no me escuchas? Yo solo obedezco órdenes.

—Estamos dando palos de ciego, Sookie.

—¿Dónde está Sabrina? —repetí.

Más risas por parte de Bug-eyes. Eric le tiró al suelo y le pisó la cara. Me agaché y le toqué el brazo. Me concentré en rebuscar en su mente algún resquicio que me pudiera ayudar con la búsqueda de Sabrina.

Lo vi. Vi con claridad el sitio. Aunque no tenía el lugar exacto, al menos era una gran pista.

—Lo tengo —anuncié, más para Eric que para Bug-eyes.

Eric le soltó y Bug-eyes se incorporó, dando una gran bocanada de aire y limpiándose la sangre de la boca y la nariz con el dorso de la mano. Tosió al intentar ponerse en pie y escupió más sangre. Respiraba con dificultad.

—Si llego a saber lo zorra que eres, tendría que haberte follado cuando tuve la oportunidad cuando estabas inconsciente, como hice con tu amiguita…

Eric se encendió y comenzó a darle puñetazos en la cara sin parar. Bug-eyes acabó de nuevo en el suelo y Eric no paraba de golpearlo con toda sus fuerzas. Pensé que lo iba a matar, pero supongo que esa era la intención. De haber estado en su forma vampírica, seguramente ahora tendría el cuello partido.

Eric lloraba de rabia y tuve que pararlo cuando vi que Bug-eyes perdió la conciencia. Me agaché y le tomé el pulso. Aún respiraba, pero seguramente necesitara asistencia médica. Aunque me daba exactamente lo mismo.

Eric rompió a llorar desconsolado. Se llevó las manos a la cabeza y comenzó a dar vueltas por la pequeña habitación, respirando alteradamente. Me acerqué a él, como pude, y le intenté calmar. Se sentó en el suelo, hecho un mar de lágrimas. Cerré la puerta, con la intención de que nadie viera lo sucedido, y la atranqué con una estantería. Ahora mismo, aquel lugar era lo único que tenía para protegerme. Eric no podría con todos si se me echaban encima.

Me senté junto a él y le consolé como pude. Aún seguía grogui por la droga, por lo que los ojos todavía me pesaban y no le podía enfocar bien del todo.

—Eric —comencé a decir—. Sé que ese malnacido se merece la muerte más que nadie, pero si acabamos con su vida, nos mancharemos las manos en algo que no queremos.

Asintió, dándome la razón, y apoyó su cabeza en mi hombro. Se limpió la nariz con la manga de su camisa y le acaricié su larga melena. Eso siempre me suele relajar a mí, por lo que sabía que eso le gustaría.

—Necesito que me digas dónde está Sabrina —murmuró una vez calmado.

—No sé el piso concreto, pero está en un edificio azul, frente a la plaza de la fuente que hay detrás del Fangtasia.

Eric me miró con los ojos muy abiertos.

—¿Sigue en Shreveport?

—Eso parece.

—No comprendo qué tiene que ver con esto, Sookie. ¿Por qué fueron a por ella?

—No lo sé yo tampoco. Tal vez descubriera este tinglado por la misma persona que le sopló que estabais aquí, ya sabes.

—Es posible. ¿Pero por qué secuestrarla y hacerle daño?

—A saber. Puede que te quisiera ir con el cuento en cuanto regresaras y le taparon la boca. Aunque hay algo que me preocupa…

Hice una pausa más larga de lo que pretendía. Eric me miró, esperando que continuara.

—¿El qué?

—Yo lo que vi de Bug-eyes era un recuerdo. No sé cuándo se produjo aquello. Ya llevaba magulladuras y cortes que estaban cicatrizando. Si ella está en Shreveport, ¿quién nos asegura que sigue con vida?

—He de avisar a mis sheriffs…

—Esa es otra… ¿confías plenamente en ellos? En Bill sé que sí, porque él está aquí. Pero, ¿y los demás?

—No, pero no tengo más remedio que hacerlo si quiero salvar la vida de mi novia. Después de esto, de lo que le ha pasado, he de hacer que me olvide de algún modo. No puedo arriesgarme a que le vuelva a ocurrir lo mismo.

Volvió a echarse a llorar. Podía sentir su culpabilidad recorriéndole el cuerpo. Y el mío a través de nuestro vínculo. Era extraño sentir todo esto sabiendo que él estaba en estado de letargo en la otra punta de la ciudad.

Sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo. Me estaba empezando a encontrar débil. Tal vez por el gran esfuerzo que tuve que hacer hace un momento, pero cada vez tenía menos fuerzas y mi cuerpo no reaccionaba como debía. Me tumbé en el suelo, lejos de Bug-eyes. Necesitaba reponer energía. Eric se puso a mi lado e hizo la vez de almohada. Apoyé la cabeza en su regazo. Me daba también calor. Tenía demasiado frío y temía morir en aquel lugar en mitad de la nada, dentro de un armario de vaya usted a saber dónde. Eric me susurraba cosas, pero no le presté mucha atención porque estaba demasiado cansada para hacerlo.

Aquella habitación ni siquiera tenía una ventana para poder imaginarme la hora que sería. Me parecía una eternidad. Me preguntaba cómo estarían Pam y Karin en estos momentos. Bueno, sabía que estarían dormidas, pero me refiero a cuando despertasen. Seguramente estén hambrientas, porque dudo mucho de que les den mucho de comer por aquí. Y si lo hacen, será poco.

También pensaba en Sabrina. No era santo de mi devoción, pero se me revolvía el estómago de pensar lo que le estaban haciendo. Recé todo lo que pude para que no le hubieran hecho más daño. Y sobre todo que siguiera con vida el suficiente tiempo como para que pudiéramos ir a rescatarla.

—Eric… —murmuré, agotada.

—¿Sí?

—¿Crees que esto saldrá bien?

—¿Por qué preguntas eso?

Me encogí de hombros.

—Me ha entrado la duda de repente. Si alguien apareciese ahora mismo y viera en qué estado está ahora Bug-eyes, va a dar la voz de alarma y puede que se vaya todo al traste.

—Nadie abrirá esa puerta, no mientras yo esté aquí.

—Pero… —meneé la cabeza, intentando ordenar mis pensamientos—, de tu hotel a aquí hay alrededor de tres cuartos de hora, ¿cierto?

—Exacto.

—En ese tiempo, pueden pasar muchas cosas… Y ahora es cuando tengo miedo.

—Bueno, recuerda que los vampiros podemos conducir mucho más rápido que los humanos.

—Eso es cierto. Podéis reducir el tiempo a la mitad.

—Así es. Procuraré que sean veinte minutos nada más.

Me empezaba a picar la garganta. No me quería poner hipocondríaca ahora mismo, pero temía ponerme enferma.

—Eric…

—¿Sí?

—Necesito que me prometas algo.

—¿El qué?

Tomé un poco de aire y le hablé sosegadamente:

—Si me ocurriera algo en este rato que no estés aquí…

—No te va a pasar nada. No lo permitiré.

—Bueno, pues en el hipotético caso de que eso ocurra, prométeme que te encargarás de que a Adele no le falte de nada.

—No te prometeré nada que no va a pasar. Además, te olvidas de Jason…

Bufé.

—Mira que eres terco.

—Mira quién fue a hablar. Cuando te pones dramática…

—Solo soy realista, Eric. Jason está aún convaleciente y le quedarán semanas de recuperación por delante. Además, tú no has visto lo mismo que yo. No sabes las barbaridades que le estaban haciendo a Sabrina.

Me estremecí al recordar esa imagen. Miré de reojo a Bug-eyes, que aún permanecía inconsciente en el suelo. Por un lado, no quería que le pasara nada, porque no quería que muriese por nuestra culpa, pero por otro… deseaba aplastarle la cabeza hasta que se le reventara como un melón.

No podía quitarme la imagen de Sabrina por más que quisiera. Eric me abrazó, percibiendo mi malestar causada por ese recuerdo.

—Todo va a salir bien —me susurró al oído.


En cuanto Eric se despertó, salió de la cama de un salto. Se dio una ducha tan rápida que ni la pudo disfrutar.

Lo primero que hizo fue hacer una multillamada a sus sheriffs. No confiaba plenamente en ellos, pero no le quedaba más remedio que hacerlo si quería salvar a su novia. También llamó a Chiara, la novia de Bill, ya que ella se encontraba mucho más cerca del lugar que los demás. Le explicó brevemente lo ocurrido y ella accedió sin pensárselo dos veces. Le avisó de que no estaría sola para hacer el trabajo, pero Bill le comentó lo buena que era rastreando.

—Gracias, Chiara —le dijo aliviado—. Te debo una muy grande. Cuando colgó, se dio media vuelta y la vio detrás de él—. Sookie. —Se abrazó a ella, intentando calmar sus nervios—. Lamento no estar allí ahora.

—No podías hacer mucho más. Me he quedado dormida y eso es bueno por ahora. Al menos podré ser útil mientras tanto.

Eric asintió. En realidad, ella no podía hacer mucho, pero le gustaba tenerla cerca.

—He de llamar a la reina de Washington.

—¿Por qué no le mandas un mensaje?

—No le gustan. Ni siquiera los mira. Prefiere las llamadas, que son más directas.

Sookie aceptó el asunto. Eric marcó el número de Nicoleta y esperó a que sonara el primer tono. También suplicó que no le saltara el buzón de voz.

Nicoleta descolgó al tercer tono.

—Nicoleta. Eric al habla. Tenemos un problema de vital importancia… —Silencio durante unos segundos—. Me han dado el chivatazo de que mi progenie está en una fábrica en un polígono industrial junto a un montón de vampiros más. Parece que es contrabando de sangre de vampiro… —Otra pausa, esta vez más larga—. Sí, necesitaríamos un camión para poder sacarlos de allí. Y algunos refuerzos… Sí, estoy con Bill, pero no creo que sea suficiente. Me han dicho que son unos cuantos hombres… No, no creo que haya hombres lobo. Al menos mi fuente no me lo ha comentado… Tengo una infiltrada allí, pero no sé en qué estado estará… No, no, es humana. De mi entera confianza… De acuerdo, ¿en dónde dices? —Otra pausa, pero más breve—. Está bien, aquí esperamos. Nos vemos en unos minutos.

Colgó y le comentó a Sookie dónde había quedado con la reina de Washington. Salió por la puerta, en dirección al dormitorio de Bill. Eric le hizo un breve resumen de lo que sabía, aunque, evidentemente, se saltó el detalle de cómo sabía todo aquello. Le había dicho exactamente lo mismo que a la reina, pero Bill no estaba tan seguro de esa fuente.

—¿Y a qué hora vienen a por nosotros? —quiso saber Bill, evitando preguntar lo que llevaba unos minutos en mente.

—A las ocho y media. ¿Quieres tomar algo antes de que llegue el coche?

—He tomado una botella justo ahora.

Eric se dirigió hasta el minibar y se sirvió una botella, que se bebió casi de un trago. No tenía tiempo de tomarla más despacio. Estaba inquieto, pero lo único que le tranquilizaba era saber que, por el momento, Sookie estaba a salvo en un cuarto escondido. Solo esperaba que aquel asqueroso de Bug-eyes no se despertara antes de tiempo y empezara a hacer las cosas aberrantes que a saber qué le habrá hecho a Sabrina. Se estremeció solo de pensarlo.

Ahora se preguntaba si los suyos ya la habrían localizado. Aún no había recibido noticias de ellos, ni de Chiara. Lamentaba un poco haberla metido en este embrollo, pero se hallaba cerca del lugar y debía ir a lo seguro.

—Una manta para mí, Eric —comentó Sookie; Eric la miró de reojo, disimulando.

—Debemos llevarle una manta y algo de beber a Sookie.

Bill lo miró ceñudo.

—¿Como sabes que lo va a necesitar?

—No hace falta ser un experto para darse cuenta de que en ese lugar hace frío. El agua es por si acaso. Nunca se sabe.

Se acercó a la ventana, intentando que Bill no le hiciera más preguntas al respecto. Menos mal que tenía a Sookie para recordarle todo lo que tenía que hacer. Solo esperaba que la reina de Washington viniera a recogerlos en breve, porque si algo detestaba Eric era que le hicieran esperar. Sobre todo cuando hay tanto en juego.

Bill abrió el armario y sacó una manta. Vació su bolsa de mano y la metió allí. También metió una botella de agua del minibar. Solo deseaba que Eric tuviera razón y encontrarla en buen estado.

—Ya están aquí.

—¿Cómo lo sabes?

—Reconozco el coche de Nicoleta.

Ni siquiera esperó a que Bill dijera nada más cuando ya estaba saliendo por la puerta. No tenía la paciencia que otros días y tampoco le apetecía estar dándole explicaciones. Bajó por las escaleras y Bill hizo lo mismo.

La berlina de seis puertas estaba aparcada frente a la puerta del hotel. Eric se apartó un segundo de Bill y se dirigió a Sookie. Cogió su teléfono para disimular.

—¿Puedes ponerte en la parte de atrás? En cuanto abra la puerta, entra y sitúate justo detrás de mí.

—De acuerdo —asintió la telépata.

Hizo exactamente lo que le había indicado. Eric entró detrás de ella, para que le diera tiempo a colocarse bien. La reina de Washington estaba sentada en el asiento del copiloto, algo poco habitual en ella, pero Eric la conocía lo suficientemente bien como para saber que detestaba sentarse al lado de sus invitados.

—Un camión está ya esperándonos allí —informó Nicoleta Ardelean—. En cuanto les dé la orden, entrarán a hacer su trabajo.

Era una mujer no mucho mayor que Eric cuando fue convertida. Tenía la piel pálida, el pelo rojo fuego y los ojos de un azul hielo que podrían congelar a cualquiera solo con la mirada.

El trayecto hasta el polígono industrial se le hizo a Eric interminable. Colocó la mano detrás del asiento, donde Sookie se la agarró para tranquilizarlo. Sabía que dentro de poco, en tan solo unos minutos, todo habría terminado, y podrían regresar a casa, como estaba previsto.

Sookie le apretó la mano y Eric se relajó.

Todo va a salir bien, todo va a salir bien, se repetía una y otra vez durante el recorrido. Vio a lo lejos la fábrica donde Pam y las demás estaban presas.

—Estamos llegando —le avisó Eric, señalando la zona.

El coche se detuvo a unos doscientos metros de la fábrica. Eric miró a Bill, ceñudo, que también tenía gesto de sorpresa. Bill se encogió los hombros. Tampoco entendía nada de lo que estaba pasando.

Nicoleta se apeó de la berlina y abrió la puerta donde estaba Eric.

—Sal del coche, Northman.

Eric se quedó paralizado unos segundos, porque no entendía a qué venía todo esto.

—¿Qué ocurre, Nicoleta?

—Tu acompañante también.

Sookie salió apresurada de ahí como pudo, antes de que Bill cerrara la puerta del coche.

—Eric —comenzó a decir Sookie—, no quiero alarmarte, pero creo que me están despertando. —El vampiro ladeó ligeramente la cabeza para escucharla mejor sin que nadie se enterase—. Creo que tengo a alguien encima… Oh, date pri…

Sookie desapareció de la vista de Eric y este comenzó a ponerse más nervioso si cabe.

—Nicoleta, no sé por qué haces esto, pero debemos actuar ya.

—No. Vosotros os quedáis aquí.

—¿Qué? ¿Por qué? —quiso saber el rey de Luisiana.

—Porque no confío en ti, Northman.

Eric emitió un leve gruñido que solo la reina de Washington pudo escuchar. Se irguió para verla mejor en la oscuridad. Meneó la cabeza.

—Necesito una explicación mejor.

—Verás, tengo contactos en el Consejo. Y no me han hablado demasiado bien de ti. Y lo peor de todo es que esto no es cosa de ellos, tal como me dijiste cuando te presentaste aquí hace dos días.

—Lo sé. Eso era lo que pensaba. Pero fue mi fuente quien me hizo cambiar de opinión.

—Una fuente muy sospechosa, ¿no crees?

Eric calló, no quería empeorar las cosas.

—Por favor, debemos irnos ya.

—No. Ya he dicho que no confío en ti. Los rumores que he escuchado sobre ti hacen que no pueda hacerlo.

—¿Puedo saber qué rumores son esos?

—Cosas sobre que te libraste del atentado de forma nada casual, por así decirlo.

—Majestad —se manifestó Bill, que no había hablado en todo ese rato—, si me permite unas palabras, podré explicarle eso. —Nicoleta le miró con sus ojos de hielo—. Yo soy testigo de que el señor Northman tuvo problemas legales con un exempleado del Fangtasia, el local que antes dirigía él y ahora pertenece a Pam, una de sus hijas y que ahora está secuestrada en ese lugar. Yo estuve con él en ese juicio, y te puedo asegurar que tenía su billete de vuelta. —Ni siquiera miró en ningún momento a Eric; sabía que, cualquier movimiento en falso, todo se iría al traste y no quería eso por nada del mundo—. Eric tiene muchos enemigos, eso lo sabemos todos, pero de esto es inocente. Hay mucha gente que le desea mal y quiere quitárselo de en medio, por eso inventan ese tipo de calumnias, para perjudicarlo más aún.

Eric también evitó mirarle, pero su asombro estaba presente en todo momento. La reina de Washington le escuchó atentamente y fijó la mirada en Eric.

—Muy bien, si todo eso es cierto, entonces no tendrás problemas, Northman, en decirme quién es tu fuente y cómo es que se ha comunicado tan rápido contigo. Hasta ayer no tuve noticias, por lo que tuvo que ser nada mas anochecer.

—Así es. Tenía un mensaje de voz de su parte y lo escuché nada más despertar.

—Quiero escucharlo.

—¿Qué?

—Lo que oyes. Quiero escucharlo.

Eric no sabía dónde meterse.

—No puedo.

—¿Por qué?

—Porque eliminé el mensaje en cuanto terminé de escucharlo.

—Y cómo sé yo que no me está mintiendo?

—No puedo hacer más. No sé como se recuperan los mensajes eliminados.

—Tal vez tu amigo Bill sepa. Tengo entendido que es un experto en esas cosas…

—Necesitaría mi ordenador y no lo tengo aquí. Perdería mucho el tempo y es lo que no tenemos precisamente.

Justo en ese momento, Eric volvió a escuchar la voz de Sookie detrás de él.

—Eric… —murmuró—. No quiero alarmarte, pero ya no estoy en el cuarto donde me viste. Me han sacado de allí y he podido ver cómo me sacaban entre tres de allí a rastras. Ahora estoy atada a una silla y me quedé inconsciente después de que me golpearan varias veces. Me están interrogando, pero no sé cuánto más podré aguantar.

Eric comenzó a ponerse nervioso. ¿Cómo es que no estaba sintiéndola? Puede que su vínculo sanguíneo se hubiera esfumando ya; a fin de cuentas, no tomó casi nada de su sangre y sabía que no le duraría nada. No esperaba que fuese tan poco.

Se llevó una mano a la cabeza. Y otra al pecho. Se dobló e intentó recuperar la compostura.

—¿Qué ocurre? —le preguntó Bill. Eric miró de reojo a su sheriff.

—Es… —Fingió costarle hablar, como si le doliera donde se señalaba—. Es Sookie. —Miró a la reina de Washington retorciéndose de dolor—. Nicoleta, tengo a una amiga allí.

—¿Ella es tu fuente?

—Sí. Y ahora está en peligro. La están torturando. La puedo sentir ahora mismo.

—¿Es humana? —Eric afirmó con la cabeza—. ¿Y cómo se comunicó contigo? No creo que llevara el móvil para hacerlo. ¿O sí?

—Llevaba encima un micrófono conectado al teléfono de Eric —respondió Bill sin pensárselo dos veces; no tenía ni la menor idea de cómo habría hecho Eric para contactar con ella, pero sabía que debía echarle una mano.

—¿Tú estabas al tanto? —le preguntó Nicoleta Ardelean.

—Así es, Majestad —contestó de inmediato Bill.

—Y creo que se lo han descubierto, porque hace un rato que no consigo dar con ella —informó Eric, con el móvil en la mano, al ver que Sookie ya no estaba con él.

Nicoleta pasó la mirada de Eric a Bill varias veces. Eric se estaba impacientando y sentía el impulso de hacer las cosas por su cuenta.

—De acuerdo —dijo al fin la reina—. Pero lo haremos a mi manera.

Eric se relajó. Poco le importaba cuáles fueran esas maneras. Tan solo quería sacar de allí a Pam, Karin y Sookie. Lo demás, era asunto de ella.

La reina regresó al coche, pero Eric no quiso entrar. Prefirió ir volando. Le ordenó a Bill que fuera con ella. Necesitaba estar solo. Era su manera de despejarse antes de entrar en la acción. Quedó con ella en la entrada, junto al camión para los vampiros.


Me sentía mareada. No sabía muy bien dónde estaba. Me daba vueltas la cabeza, me dolían las mejillas y un ojo parecía que se me iba a salir. La boca me sabía a metálico. La lámpara del techo me molestaba en los ojos.

—Dime quién te manda —preguntó un hombre alto y robusto; ni siquiera podía verle la cara con claridad, ya que la lámpara se movía mucho y mi visión era borrosa. Aunque podía escucharle «como no nos diga nada en claro, la Reina nos va a matar personalmente». Había más gente allí. Al menos una mujer y otro hombre detrás de mí. Podía escuchar sus voces ansiosas por que contestara.

—No pienso hablar —contesté con la garganta seca.

Sentí otro golpe en la cara y unas cuantas lucecitas en mi ojo derecho aparecieron brevemente. Un hilo de sangre me salió de la nariz.

¿Cuánto rato llevaba aquí? No tenía la menor idea, pero deseaba que se terminara cuanto antes.

Pensé en Pam y en dónde me dijo Eric que se encontraba. Me preguntaba si se encontraría bien. Yo estaba dentro de lo que cabía bien, pero no estaba segura de si podría darle mi sangre de salir de esta. Tal vez pudiéramos intercambiar sangre y así nos recuperábamos juntas. Eso siempre y cuando tuviera la suficiente como para poder darme, porque a saber cuánto le habrán escurrido estas sanguijuelas.

—No te lo voy a repetir más —dijo el hombre robusto—. O me respondes ahora mismo o…

—¿O qué? —vacilé—. ¿Me vas a matar? —Escupí sangre hacia el suelo y la segunda vez iba más dirigido hacia él, pero mi puntería estaba siendo nula por el mareo de mi cabeza.

El hombre gruñó y yo me eché a reír. Sabían que me necesitaban con vida para responder a sus dudas, pero no estaba por la labor de colaborar con ellos. Prefiero antes la muerte.

—Esta zorra no va a cantar —dijo la voz del hombre que había detrás de mí—. Habrá que pasar al plan B. Tal vez así nos imite a Madonna.

La mujer que estaba a su lado se echó a reír por la estúpida broma. Pero era una risa entre malvada y ansiosa. Sí, también estaba nerviosa, porque no le gustaba tampoco la idea de que yo no hablase.

Escuché un ruido. Uno que me era familiar. Bizqueé para ver de qué se trataba. Era un taladro.

Sookie, vamos, piensa en algo. Debes salir airosa de esto.

Recordé lo que me dijo Tara una vez que se encontró en peligro: «Si alguna vez tu vida corriera peligro, hazte la dormida o inconsciente. No podrán hacerte mucha cosa si estás en ese estado y con suerte te dejarán en paz». Siempre pensé que era una tontería, pero por intentarlo no perdía nada. Y eso hice. Cerré los ojos y relajé el cuello, que cayó hacia adelante. También la boca, haciendo que otro chorro de sangre saliera de ella.

—Joder —gruñó entre dientes la mujer—. Se ha desmayado. De poco nos sirve si está inconsciente.

Si salgo de esta con vida, iré a Nueva York a visitar a Tara para darle las gracias por sus sabios consejos.

—¿Y ahora qué hacemos?

—Bueno, Bug-eyes seguramente querrá darle lo suyo.

Joder.

Ahora era yo la que necesitaba un plan B para evitar eso. Ya me lo había intentado quitar por segunda vez cuando se despertó, pero no sabía si podría aguantar una tercera; esta vez estaba muy débil y probablemente perdiera la conciencia de verdad en breve. Solo podía rezar para que Eric y Bill consiguieran venir lo antes posible.

¿Cuánto había pasado desde la última vez que contacté con Eric? Lo menos veinte minutos. ¿Y si me concentro para contactar con él y se dieran prisa? Respiré hondo, pero muy lentamente. Me concentré mucho en Eric. Pensé en él para poder visualizarlo mejor.

Me dormí. O eso creía. Al menos durante unos segundos.


—Eric —dijo la reina de Washington nada más reunirse con Eric en la entrada de la fábrica—, ve delante, ya que seguramente tú eres quien puede saber mejor que nosotros dónde está donde tu cómplice te ha comentado. Ve hasta donde están tus hijas. De los demás nos encargamos nosotros. No os vayáis hasta que estén todos fuera, ¿entendido?

Eric afirmó con la cabeza. Miró a Bill, que hizo exactamente lo mismo. Él solo obedecía a Eric, pero éste le dijo que hiciera todo lo que Nicoleta le pidiera.

—Eric —susurró la voz de Sookie justo al lado del rey de Luisiana—. Necesito que os deis prisa… Creo que estoy en un cuarto al fondo del pasillo de donde estaba antes. He conseguido quedarme inconsciente, pero no sé cuánto podré aguantar esta vez.

Desapareció de su vista. Miró de reojo a la reina, que iba a estar justo detrás de él y se irguió.

—Vamos.


Ni siquiera sé cuánto tiempo estuve inconsciente. Cuando desperté, estaba tirada en el suelo, tapada con la manta que me habían traído, fuera de la fábrica, y con Bill y Eric a mi lado. Tenía un oído taponado y apenas les podía escuchar con nitidez. Todo estaba distorsionado: sus caras, sus voces… Vislumbré la muñeca ensangrentada de Eric y me di cuenta de que pretendía que bebiera. Al principio me negué, pero… recordé la promesa que me hizo cuando todo esto terminara.

Obedecí, aunque a regañadientes. Llevaba años sin necesitar de aquello, por lo que detestaba tener que hacerlo para sobrevivir. Sentí cómo mis pómulos iban mejorando poco a poco. Aunque sabía que no me recuperaría del todo, pero lo haría mucho más rápido de lo normal.

Bebí de su sangre todo lo que él me permitía. Era consciente de que no podía hacerlo mucho más, así que paré. Me sentía lo suficientemente bien como para poder incorporarme y andar por mi cuenta.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Bill, pasándome un pañuelo de papel para que me limpiara la boca.

—Mucho mejor. ¿Y Pam? ¿Karin? —quise saber.

—Están perfectamente —respondió Eric—. Ahora se encuentran en el coche de Nicoleta, donde nos vamos a ir todos al hotel.

Asentí.

—Me parece bien.

—Lo único malo… —Eric miró al suelo, buscando la mejor manera de decirme lo siguiente—: Lo malo es que no se ha resuelto esto de forma pacífica, precisamente.

—¿Qué quieres decir?

—Que ninguno de tus secuestradores está con vida —respondió tajante Bill.

—Así es —corroboró Eric—. Sé que no te gusta que corra sangre en estos casos, pero no estamos en Luisiana y es Nicoleta la que manda aquí.

Me encogí ligeramente de hombros.

—Supongo que es lo justo —murmuré—. Es decir, estamos en su territorio y sus normas son así. Bastante con que nos haya ayudado a salir de esta.

—Exacto —murmuró Eric—. Ahora solo nos queda regresar al hotel y marcharnos mañana en el primer vuelo.

Miré a Eric. Recordé todo lo que había pasado hasta llegar hasta aquí. Me dio un escalofrío solo de pensarlo.

—No quiero regresar a mi hotel.

Eric frunció el ceño sin entender muy bien, hasta que cayó en la cuenta. Teniendo en cuenta que él fue quien lo vio todo, debió percatarse del motivo por el que no me apetecía volver.

—No te preocupes. Bill y yo iremos a por tus cosas y tú te puedes quedar en mi habitación. Tiene una cama grande, así que… —Me sonrió de ese modo de siempre caundo se quiere salir con la suya.

Negué con la cabeza por la idiotez.

—Solo lo haré por respeto a Bill…

—Yo puedo quedarme con Eric si lo prefieres.

Eric gruñó, sin gustarle nada la propuesta.

—No, Bill, gracias, pero me quedo con Eric. Él puede quedarse en el suelo… O en el armario. Como en los viejos tiempo.

Bill reprimió una risa, pero a Eric no le hizo mucha gracia la idea. Yo le sonreí complacida por la idea de que hiciera eso. No podía leerle la mente, pero podía leer sus gestos y me decían que me fuese al carajo.

Me metí en la berlina de la reina de Washington. Eric me abrió la puerta y la cerró una vez que se acomodó a mi lado. Me miró de reojo. Quería cogerme la mano, como cuando estábamos de camino hacia aquí, pero sabía que ahora sí nos podían ver y no sería buena idea.

Eché la mirada a los asientos que había detrás de mí. Pam y Karin estaban muy calladas, mirando a la nada. Probablemente, por orden de Eric. O eso espero.

Estuvimos casi todo el camino en silencio. Tan solo la reina se dirigía a Eric de vez en cuando, felicitándole por su labor. También me dijo que yo había hecho un buen trabajo, pero no entendí nada cuando mencionó lo del micrófono. Afirmé con la cabeza sin decir nada. Supuse que era por algo que le habría dicho Eric, así que mejor callar.

Aún me sentía agotada, pero era más cansancio emocional que otra cosa.

No tenía más ganas de nada, pero al final Eric me dijo que tenía que ir yo a por mis cosas, ya que en recepción no le dejaban ir sin mi autorización. Como iba a mi nombre… La política de empresa. Sí, bueno, me río yo en esa política. Ganas me daban de darles un sillazo.

Nicoleta se ausentó el rato en el que estuvimos recogiendo mis cosas. Yo no quise preguntar, porque poco o nada me interesaba lo que hiciera. Después de lo que vi mientras estaba presa, como si le partía un rayo. Puedo entender sus sospechas, pero estaba en peligro y no había tiempo que perder. Supongo que estaba resentida por ello.

Cuando salí de mi habitación con mis pertenencias, Eric se me acercó muy serio. Tenía cara de malas noticias que darme.

—¿Qué ocurre? —le pregunté sin tapujos.

—Hay cambio de planes.

—¿Ha habido problemas con la reina?

—No. Ella le está haciendo una visita al señor Gibson, porque no puede ser es que desaparezcan vampiros en su hotel delante de sus narices y él no se esté enterando. Así que le está apretando las tuercas.

—Y espero que los huevos.

—Sí, eso también. Nicoleta aporta mucho a este hotel, por eso se hacen tantos eventos aquí. Y está en su derecho a ponerle los puntos sobre las íes. Sabe que, sin ella, este hotel se va a pique.

—Esperemos que el señor Gibson haga algo por una vez.

Eric negó con la cabeza. Me cogió el equipaje y salimos por la puerta.

—Es un patán, ya lo viste el otro día.

No pude discutirle. Se había quedado corto. Muy corto.

—¿Y cuáles son las malas noticias, pues?

—Verás… Resulta que pensaban que Pam y Karin se habrían dejado la documentación en el hotel por un descuido, y por política, si está más de una semana, tienen la obligación de enviarla a la dirección que corresponde.

—¿Y lo han enviado?

—Sí, van de camino a mi casa desde ayer.

—Pues eso es bueno, ¿no? Así no tienen que renovar esos documentos…

—Sí. Bueno, está bien no perderlos, pero ahora nos viene fatal.

—Oh, vaya… ¿No podéis viajar en avión?

—Negativo.

—¿Y qué vais a hacer?

—He cancelado los billetes de Pam, Karin y mío. Salimos en una hora.

—¿Vais a ir en coche?

—No tenemos otro medio para regresar a casa.

—Vais a tardar mucho. Es como… no sé, día y medio por lo menos por carretera.

—Sí, pero vamos a conducir entre Pam y yo por la noche, y durante el día nos llevará uno de los hombres de confianza de Nicoleta. Iremos en una furgoneta y podremos resguardarnos allí sin problema.

—¿Cuánto pensáis que tardaréis?

—Si salimos ya, con suerte mañana por la noche estamos en Shreveport.

Entramos en el ascensor. Me preocupaba que ese hombre de confianza no fuese precisamente de fiar. La que no se fiaba de la reina de Washington era una servidora. Me daba muy mala espina, pero debía tener un poco de fe. Además, como siempre he dicho, Eric siempre ha sido un hueso duro de roer, que ni su difunta esposa, la reina de Oklahoma, pudo con él.

—Está bien. Pero quiero esperaros en Shreveport para recibiros. No me quedaré tranquila hasta que no estéis allí.

—Sookie… —Se escuchó la campanilla que anunciaba que estábamos en la planta baja—, no nos va a pasar nada. Va a ser humano, por lo que si no nos queda de otra…

—Entiendo. Usareis vuestras mañas vampíricas.

—Esperemos no tener que usarlas. Pero nunca se sabe. Aún ando con la mosca detrás de la oreja.

—Aún no crees que todo esto haya terminado, ¿verdad?

—No. Y mucho menos cuando no tenemos ni idea de quién estaba detrás de estos secuestros. Nicoleta va a investigar, pero no está segura de conseguirlo, ya que todos los que estaban en la fábrica acabaron muertos.

—¿No quedó nadie?

—Ni uno. Intenté convencerla de que dejara al menos a uno, pero eran sus normas.

—¿No te resulta un poco extraño todo eso?

—¿El qué?

—Que no quisiera dejar ni uno vivo…

—Sí, un tanto extraño sí que es.

—¿Crees que ella pueda ser la Reina de la que hablaba Bug-eyes?

Eric negó con la cabeza.

—Lo dudo mucho. Bug-eyes dijo que recibió una llamada de ella para que te llevara… por lo tanto, dudo de que fuese Nicoleta. Además… —hizo una pausa mientras dejaba la llave en recepción; ya no estaba Simone, la recepcionista que me atendió por la mañana y en mi llegada. Salimos del hotel, y Eric retomó la conversación una vez que nos cercioramos que nadie nos podía escuchar—: hay novedades con respecto a esto: resulta que la chica de la limpieza que entró en tu habitación ni siquiera trabaja aquí. Lo más seguro es que consiguiera infiltrarse de algún modo para hacer su trabajo.

—¿Y quién pudo haberle dado la orden?

—Solo se me ocurre una persona.

—La recepcionista.

—Bingo. Ella era la única que sabía que tenías que cambiar de sábanas por lo que seguramente sea el topo.

—Sí, yo también lo estuve pensando. Es muy sospechoso todo.

Nos encaminamos hasta el hotel donde se estaba alojando Eric.

—Bueno. Lo importante ahora mismo, mi querida Sookie, es que mientras esté ausente, no bajes la guardia ningún segundo. El hecho de que lo hicieras un momento esta mañana me preocupa un poco.

—No volverá a ocurrir, créeme.

—Sé que puedo parecer estricto, pero no quiero que te pongan más en peligro. La Reina aún está ahí fuera y estoy más que seguro que estás en su punto de mira. Y en el mío, por no decir del de Pam y Karin. Así que debemos andarnos con mucho ojo.

—Tendré cuidado.

Llegamos en seguida al hotel William Pratt. Era de un estilo clásico. Me recordaba a las películas de los años cincuenta. Seguramente, el hotel tendría ese tiempo, solo que con el tiempo y la salida del ataúd de nuestros amigos chupasangres, los adaptarían para que pudieran alojarse también.

Llegamos a la habitación 511, la de Bill.

—¿Qué hacemos aquí?

—No me odies, pero prefiero que esta noche no estés sola. —Cogió la llave magnética y la introdujo en la ranura, haciéndola abrir de inmediato. Bill aún no había regresado, pero lo haría en breve—. Prefiero que te quedes con Bill esta noche.

—Está bien. Esperemos que no le cause ningún problema el que durmamos en la misma habitación.

—No creo que él vaya a dormir en toda la noche, Sookie.

—Touché. —Había olvidado momentáneamente la condición de Bill. Debía ser por el cansancio, que no me dejaba pensar con claridad.

Justo en ese instante, mi compañero de habitación estaba llamando a la puerta del dormitorio. Eric le abrió la puerta.

—No le quites ojo a Sookie en ningún momento hasta el amanecer, ¿entendido?

Bill asintió y Eric se dirigió a mí.

—Llámame o mándame un mensaje todo lo que puedas. —le supliqué—. No me importa que sean las cuatro de la mañana, hazlo.

—Está bien. Te dejaré mensajes de voz en tu buzón.

—Para eso tendría que apagarlo y no sé si me quedaría tranquila…

—En ese caso, se los mandaré a Bill. Él te avisará si pasara algo. Necesito que descanses, ya sabes…

Asentí. Lo único que me apetecía en estos momentos era darle una ducha caliente y meterme en la cama.

—De acuerdo. No pienso llevarte la contraria en eso…

—Pero antes… —Se me cercó a mí, muy lentamente. Miró de reojo a Bill, que nos observaba muy callado. Me miró muy serio a los ojos—. Sookie Stackhouse, te libero de nuestro lazo sanguíneo.

Sentí una especie de escalofrío y dejé de percibirle.

—¿Ya está? ¿Así de fácil?

—Así de fácil.

—No era necesario hacerlo ahora. Podrías haber esperado al menos a llegar a Luisiana. No me molestaba que…

—Un trato es un trato. Y te dije que cuando todo esto terminara, te liberaba, ¿recuerdas?

—Sí, pero… —me interrumpí porque no valía la pena seguir protestando. Desde luego, parecía como que no le interesaba seguir atado a mí.

—Bill… —dijo dirigiéndose a su súbdito—. Nos vemos mañana en Luisiana.

Bill le hizo una reverencia. Me seguía resultando extraño, pero son cosas del protocolo, supongo.

—Sookie, que tengas una buena noche y un buen viaje para mañana.

Le paré justo cuando estaba a punto de irse. Le convencí para acompañarle hasta abajo, donde le estaba esperando el chófer de Nicoleta. Tan solo quería «conocerle», porque no confiaba del todo en él. Cuando me cercioré de que no había nada por lo que preocuparse, me despedí de Eric. Pam estaba en la parte de atrás. La saludé, pero ni siquiera me miró. Me preocupaba un poco el gesto, pero no le quise dar más importancia.

Regresé a la habitación de Bill. Estaba reventada, pero olía fatal. Aquel lugar y encima los cerdos que había tenido encima me habían dejado mal olor. Tal vez fuese psicológico, pero de verdad, necesitaba estar bajo el agua caliente y quitarme aquel olor a violador despiadado.

Me disculpé con Bill, quien no se inmutó. Me metí en la ducha.

Me quedé como nueva. Parecía otra persona. Cuando salí del baño, Bill estaba al teléfono. Cogí la ropa que me había quitado, que estaba manchada con mi propia sangre, y la metí en una bolsa. Tenía la intención de tirarla a la basura al día siguiente; me daba demasiados asco como para volver a ponérmela. Me daban náuseas solo pensar en hacerlo, la verdad.

Se me pasó por la mente quemarla, pero lo descarté porque no sabía dónde podría hacerlo. Solo quería deshacerme de lo que me recordaba a ese mal trago.

Cuando Bill colgó, le vi preocupado.

—¿Estás bien? —quise saber.

—Sí. Es solo que he tenido una intensa conversación con Chiara, eso es todo.

—¿Va todo bien?

Se encogió de hombros.

—Supongo que sí. Solo está mosqueada porque Eric le ha pedido algo que ella detesta hacer. Y le ha parecido bastante turbio.

—¿No está acostumbrada a hacer esto?

—No. Más bien al contrario. Ella… por así decirlo, huye de todo este tipo de asuntos desde hace mas de una década. Desde que tuvo que convertir a Kara, se replanteó dejarlo y así lo hizo. Ya no se sentía a gusto y decidió mudarse a Luisiana, porque era un lugar tranquilo hace diez años. Apenas había vampiros.

—Bueno, seguramente no sea nada. No te preocupes.

—No sé yo qué decirte. Desde que nos conocemos, sabe de mi lealtad hacia Eric. No le hace ni pizca de gracia que yo sea uno de sus sheriffs, pero ahora mismo no le puedo dejar en la estacada. Ahora que tenemos esta especie de tregua, no puedo desaprovecharlo. Y a mí me gusta mi trabajo. No es tanto como ser rey, pero no tan poco como un simple súbdito cualquiera.

—¿Y a ella le molesta que tengas estos trabajos?

—Sí. Prefiere tener una vida más tranquila sin meterse en problemas. Y yo lo intento, es por eso que he cambiado de trabajo a uno donde pueda estar en casa y poder hacer el resto de trabajo desde Bon Temps, pero por lo visto, no basta con eso. Ella en verdad lo que desea es que yo abandone mi puesto como sheriff de la zona cuatro.

—¿Y tú qué es lo que quieres?

—Ya te he dicho que me gusta mi trabajo. Y es por eso por lo que decidimos casarnos. Al regresar a Bon Temps, nos íbamos a ver menos. Y pensamos que esta sería una buena idea. Solo que… ahora no lo tengo tan claro.

—¿A qué te refieres?

—Después de hablarlo contigo, puede que tengas razón: es posible que no sea tan buena idea eso de pasar por el altar cuando apenas nos conocemos y que sería mejor que solamente nos mudemos juntos y a ver qué tal nos va.

—Cariño… —intenté asimilar todo lo que me estaba diciendo—. Yo no pretendía eso. De hecho, yo estoy de acuerdo con lo que decidas. Pero no lo hagas por lo que te dije. No…

—No, no te preocupes. Es solo que tal vez lleves razón, como siempre.

—Pero ella sabe que te encanta tu nuevo cargo, ¿y aun así quiere seguir adelante con esa boda?

—Eso es lo que me preocupa. No sé si ella lo llevará bien una vez que se mude conmigo. Es por eso por lo que prefiero aplazar la boda. Tampoco quiero que cometamos un error, ya sabes.

—¿Se lo has comentado?

—Sí. Y no le ha hecho mucha gracia. Piensa que Eric está detrás de este cambio de opinión tan repentino…

—¡Santo Cielo! Pero si él no tiene la culpa de nada.

—Lo sé, pero en parte sí, no al menos de forma directa. Nunca me ha dicho que esté en contra de lo que haga con mi vida privada, pero a Chiara no le cae muy bien. Ha sido desde que estoy en esta misión que me he dado cuenta de que no quiero dejarlo. Y que si me lo pidiera ella… no sé qué haría.

—A veces las relaciones son complejas. Tal vez podríais llegar a un acuerdo.

—Sí. Es una mujer muy razonable. Y seguramente se le pasará. No es la primera vez que tenemos este tipo de disputas y lo hemos solucionado sin problema.

—Ya verás como sí. —Le dediqué una de mis mejores sonrisas, pero me daba ala sensación de que estaba siendo demasiado forzada.

—Cuando regrese a Luisiana, hablaremos más tranquilamente.

—Por cierto, creo que no me has contado cómo os conocisteis. —¿Estaba siendo un poco chismosa? No lo sé, pero a lo mejor así le cambiaba ligeramente de tema.

—Ella trabaja en la fábrica donde me mandó Eric.

—Vaya, vaya… así que la tenías cerca…

—Sí. Ella probaba la sangre sintética y yo supervisaba que todo estuviera en condiciones. Hacíamos un buen trabajo juntos.

—Suena interesante…

—En verdad es mucho más aburrido de cómo suena. Ella detesta algo ese trabajo, pero es mejor que estar matando gente por dinero como hacía años, antes de retirarse.

—Vaya…

—Sí, vaya… Es por eso que no le gusta que haga justo lo que ella lleva evitando tanto tiempo. Y el hecho de que Eric le metiese por en medio en este asunto…

—¿Te ha comentado algo de Sabrina?

Bill afirmó con la cabeza.

—Ojalá no lo hubiese hecho. Se encuentra bien, dentro de lo que cabe, pero… tiene un aspecto lamentable, según me ha comentado. La ha llevado hasta la casa de Eric y esta noche se va a quedar con ella hasta que regrese Eric.

—Me parece un bonito gesto de su parte.

—Sí. Tampoco quiere darle de su sangre, Así que imagina lo que le apetece estar haciendo esto.

—La recompensaremos de algún modo.

—No es necesario. Ya lo haré yo cuando regrese.

—Sí, sí que lo es. Mira, mañana, en cuanto anochezca, podemos ir a verla a su casa. Por lo que me contó Eric, vive no muy lejos de donde se encontraba Sabrina, así que…

—Sí, muy cerca. Pero ella estará en casa de Eric. Así que no será necesario ir hasta allí.

—Cierto. Igualmente, le daremos las gracias con más motivo.

Me hubiese gustado seguir con la conversación, pero Bill estaba notando que se me estaban cerrando los ojos. Me lavé los dientes y me metí en la cama. Le mandé un mensaje a Klaus, para que no se preocupara. Tenía varias llamadas perdidas de él y Amelia, por lo que seguramente estarían preguntándose si seguía con vida.

Puse la alarma. Bill sacó el ataúd con el que mañana le llevarán hasta el aeropuerto. Nuestro vuelo sale a las siete de la mañana, por lo que debía irme ya a dormir. Con suerte, a mediodía ya estaría de regreso en casa, abrazando a mi pequeña. La echaba mucho de menos, y después del día que llevaba, más aún. También le haría una visita a mi hermano.

Bill me dijo que estaría toda la noche con su tablet contestando e-mails de todos estos días que había estado ausente —sí, cosas de ser sheriff—, así que tendría trabajo para rato.

Yo apoyé la cabeza en la almohada, pensando en Adele, en mi hermano y en mi regreso a casa, y me dormí de inmediato. A pesar del duro día de hoy, mañana también sería muy largo.


NDA: Llevo varios días en los que tengo la sensación de que todo lo que escribo es... bueno, porquería. Así que si no es lo que esperabais, lo siento. n.n" Ando estos días con estrés emocional y esta es mi única vía de escape, pero también sigo con mis demonios internos que regresan de vez en cuando.

En verdad este capítulo iba a ser más largo, pero me lo pensé mejor y decidí incluirlo en el siguiente. Esta vez me he dejado la intriga para el siguiente. xD Además, llevo varios días atascada con la historia (y bloqueada en general) y necesito un respiro, así que no sé cuándo voy a poder actualizar otra vez. :/ No lo pararé, porque no lo quiero dejar a medias (y porque es lo único que me mantiene con la mente en otra parte), pero iré más despacio, eso sí.

Ya me dejo el drama por ahora. xD

Agradecimientos: Cari1973 (siento que me vas a echar a los leones, pero este capítulo preferí no centrarme en esas otras incógnitas; tranquila, que algunas se resolverán en el capítulo siguiente. :P); ciasteczko (your comment is much longer than until now and I like that. As I said, a few things will be revealed in the next chapter. Thanks for your review. :D); Perfecta999 (And I love that you love it. Thanks for your comment.:3)

En fin, eso es todo por ahora.

Espero que os haya gustado aunque solo sea un poquito.

Un saludo y hasta el próximo capítulo,

~Miss Lefroy~