El sábado bajó a desayunar temprano. Los niños aún dormían. Sentado a la mesa, Remus leía El Profeta con una taza de té y un trozo de tarta de chocolate. Al pasar junto a él le dio un apretón cariñoso en el hombro.
— Buenos días, Moony.
Su amigo dejó el periódico sobre la mesa y le miró mientras masticaba un trozo de tarta. Dio un sorbo a su té antes de responder a su saludo.
— Tienes buena cara. ¿Alguna novedad en el caso?
Negó con la cabeza mientras se servía una taza de café y un plato de huevos revueltos. Llevaba fuera de casa cuatro días.
— ¿Qué tal por aquí? —preguntó entre ganchada y ganchada.
Una emergencia en el caso le había sacado de la cama casi nada más acostarse tras besar a Severus. Había sido difícil esos días no distraerse de vez en cuando recordando. Y preocupándose por lo que pasaría al volver a casa.
— Los chicos están inquietos. Demasiado encierro.
Estaba a punto de preguntar por el otro habitante de la casa cuando justo entró por la puerta. Vestido de negro como siempre, con ese gesto distante que era su sello.
— Buenos días, Severus —saludó Remus sin perder de vista el cambio en la cara de Sirius, que se había iluminado como un árbol de navidad.
— Buenos días —respondió, sentándose en el otro extremo de la larga mesa con un café y un libro.
La mirada de Remus viajó entre los dos hombres. La cara de Snape no delataba nada, aunque su postura era aún más tensa de lo normal. La de Sirius había pasado de la alegría a la preocupación en segundos. Sabiamente, optó por acabar su té y desaparecer,
En cuanto se quedaron solos, Sirius se levantó para sentarse mucho más cerca de Severus. Solo entonces consiguió llamar su atención y que los ojos negros se despegaran del papel.
— ¿Cómo estás? —preguntó con voz suave.
Cerró el libro y le dio un sorbo al café antes de mirarle, pero no le contestó.
— Mi trabajo es así, Severus.
— ¿Te ha dicho Remus que los niños están inquietos?
Lo miro confuso, sin saber que tenía que ver.
— Estaban preocupados por ti.
— Yo…
— Draco no lleva bien que los adultos a su alrededor desaparezcan.
Sirius entendió lo que quedó en el aire: "Primero no puede ver a los Tonks, luego cuatro días sin noticias tuyas".
Snape se puso de pie y tomó la taza y el libro para salir de la habitación.
— Perdí a dos compañeros la primera noche y luego ya todo se volvió una locura.
Severus se quedó allí plantado, sin saber reaccionar al dolor en la voz de Black. En ese momento escuchó el sonido de los pequeños pies bajando la escalera y enseguida Draco entró corriendo a la cocina.
— ¡Tío Sirius! —gritó, a la par que se abalanzaba sobre su tío.
Lo vio cogerlo en volandas, colocándose la sonrisa que siempre tenía para él. Los dejó en la cocina, haciéndose cosquillas y trasteando con la caja de las galletas de chocolate.
Subió despacio las escaleras, pensativo. Al llegar al primer piso se encontró con Harry, que bajaba las escaleras lentamente, agarrándose al pasamanos con una mano mientras con la otra se frotaba los ojos.
— Buenos días, tío.
Por un momento pensó que el pequeño, que había dejado sus gafas como siempre en algún sitio que no era su cara, lo estaba confundiendo con Sirius. Se agachó para ponerse a su altura.
— Buenos días, Harry —le saludó, tratando de suavizar su habitual tono seco, mientras hacía un accio no verbal y esperaba con la mano tendida a que aparecieran las gafas.
Le ayudó a ponérselas y el pequeño parpadeó varias veces, antes de girarse hacia él y colgarse de su cuello.
— Gracias, tío Sev.
El niño se quedó ahí, abrazándole, seguramente esperando a que le riñera como reñía a Draco cuando le llamaba así. Lo que no esperaba Harry era que Severus se pusiera de pie y bajara de nuevo las escaleras con él en brazos hasta la cocina, donde fueron recibidos por dos Black alborotadores.
Escala de adorabilidad infantil a punto de explotar. Ya estamos a miércoles y solo hemos tenido un beso solitario... a ver que nos depara el jueves.
Besos a todes y hasta mañana.
