Marioneta

Percy siente la mirada de ocho dioses sobre él: Zeus, Hera, Poseidón, Ares, Afrodita, Atenea, Demeter y Hermes. Leo respira aliviado al ver que no está su padre. No son todos y aun así son demasiados, uno solo ya lo sería.

—¿Y bien? —pregunta Zeus con voz profunda—, ¿a qué han venido?

—¿De verdad piensan derrotarnos? ¡Ja! — Afrodita suelta una carcajada que hace eco en la sala—. Tres niños sin ejército, ni convicción contra 8 dioses.

—Podríamos simplemente convertirlos en ardillas. —Sugiere Ares—. O en cucarachas, son menos lindas.

—No, déjalos —dice Hera con una sonrisa de lado—, igual no podrán hacer nada. Leo Valdez —dice dirigiéndose a él—, tenía mejores esperanzas para tu futuro.

—Más bien tenías esperanzas de seguirlo usando a su antojo —dice Percy con saña—. Manipulándolo para que haga lo que necesitas que haga. Como todos ustedes.

—Percy —habla Poseidón—, sabes que no es cierto eso.

—¿Ah no? Entonces, ¿por qué nos usan siempre para conseguir lo que quieren?, ¿por qué siempre somos nosotros los que tenemos que sufrir por sus caprichos? No somos más que marionetas, piezas de ajedrez que cada cierto tiempo se acuerdan de mover.

—Pero siempre pueden decidir si aceptan ese movimiento —dice Atenea—, ni siquiera nosotros podemos controlar eso. Libre albedrío, lo llaman algunos. Si no, ¿por qué estás aquí?

Percy bufa.

—Por que estoy harto de ir en contra del destino. Lo único que me ha traído es dolor. Estoy cansado.

—Enfrentarte a nosotros también traerá dolor.

—Y muerte —agrega Ares.

Percy se permite mirar a Nico, ya que no ha dicho nada y si no fuera porque siente su presencia a su lado, habría jurado que se había ido. Apretaba la boca, pero por lo demás parecía calmado. Sus rizos negros ocultaban sus ojos. Miró a Leo, el ligero temblor de su cuerpo, se mordía los labios.

—¿Estás dispuesto a sacrificar a quien amas por esta estupidez? —dice Afrodita—. Eso no es mejor que lo que nosotros hacemos con ustedes, según tú.

Percy ya no quiere hablar. Cierra los ojos y se concentra. Se imagina el mar, a unos kilometros de distancia, puede sentir como si las olas se agitaran en su interior, como si su sangre fuera remolinos y marea, quema. Abre los ojos y ve a su padre con el ceño fruncido, siente cómo el mar opone resistencia y se esfuerza aún más.

En ese momento irrumpen en la sala los monstruos, algunos aún pelean con mestizos que intentan detener su avance.