Disclaimer: Esta historia no me pertenece, los personajes son de S. Meyer y la autora es Mr G and Me, yo sólo traduzco.
Disclaimer: This story doesn't belong to me, the characters are property of S. Meyer and the author is Mr G and Me, I just translate.
Thank you Mr G and Me for trusting me with your story!
Los Caídos
Capítulo 24
La punta de lanza me ha otorgado un poder prácticamente ilimitado. Un poder que ahora fluye a través de mis venas; un poder del que estoy inherentemente consciente. Como si siempre lo hubiera poseído.
Me ha dejado completamente infalible, pero si en algún momento intento apuntar la punta de lanza hacia mí, me matará al instante. La clausula es irrevocable. Al utilizar el poder que contiene, eventualmente éste me matará. Caeré completamente y mi alma será enviada el Infierno. No hay forma de impedirlo.
Sin embargo, por tres días seré virtualmente indestructible. Tendré la habilidad de controlar los elementos del planeta y todos los cuerpos celestiales. Tendré fuerza y velocidad infinitas; dándome la capacidad de matar a cualquier miembro de los caídos o la Hueste Angelical. La punta de lanza me otorgará el poder para resucitar a cualquier demonio vinculado a una consciencia en la misma orden que a Gadreel, o enviarlos permanentemente al Infierno, al igual que para sanar a los enfermos y moribundos, y levantar a los muertos.
Y no habrá ninguna bestia, ángel o humano en el planeta en cuya mente no pueda filtrarme.
Eso incluye la de Bella.
…
Salgo de la Ciudad del Vaticano con mis pensamientos tan concentrados en regresar a Isabella que inicialmente no me doy cuenta del momento en que penetro su mente.
Es una mente que no debería ser tan familiar para mí, pero lo es. Es una mente íntimamente familiar, porque es una mente que literalmente está inmersa con imágenes y recuerdos de mí. Y verlo, escucharlo, por primera vez en miles de años desde que ella fue creada, casi me paraliza a causa del shock. De hecho, tiene tal impacto en mí que flaqueo a medio vuelo y prácticamente caigo desde el cielo.
Ahora que el velo que había escudado la mente de Bella de mí ha sido levantado, puedo leer sus pensamientos y ver a través de sus ojos a pesar de los miles de millas que todavía nos separan físicamente. Su mente es tan clara para mí como si la tuviera enfrente; como si nunca hubiera estado ciego ante ella.
Cada pensamiento, cada voluntad y recuerdo que ha pasado a través de la mente de Bella se proyecta en mí. A través de sus ojos veo su primer encuentro conmigo; parado en ese sucio callejón, con el pecho desnudo y mis alas grises extendidas, cerniéndome ante cuatro humanos muertos. Veo cada momento después de eso; de los seis meses que pasamos juntos en su habitación del convento, y veo los sueños que tuvo antes de que la encontrara. Sus sueños que son innegablemente recuerdos de su primera vida cuando fue mi Isobel.
A través de las opacas imágenes de su subconsciente, me veo a mí mismo en mi estado original de ser; un ángel en forma terrenal, de cabello negro, ojos dorados e inusualmente alto para tales limitaciones históricas, piel pálida que brillaba con la luz trascendente de mi creación. Y a través de cada vida que ella ha llevado, sin importar qué tan breve fuera, Bella ha soñado conmigo; me ha recordado. Incluso como infante antes de que las bestias se alimentaran de su alma, e incluso mientras yacía en el vientre de su madre, ella soñaba conmigo y con ese encuentro remarcablemente corto pero profundo que compartimos juntos cuando era su guardián. A través de la mente sumergida de Bella, presencio, revivo, cada acción que causó mi destierro, pero va mucho más allá de ver, también puedo sentir sus emociones. A través de ella soy capaz de comprender con total consciencia la magnitud de sus sentimientos por mí.
Ella me ama. Siempre me ha amado, y aunque la gravedad de ello la confunde, y a veces la asusta, para ella sigue siendo absoluto. A diferencia de mí, ella no intenta intelectualizarlo; simplemente lo acepta.
Comprendo, increíblemente, que ella siempre se ha sentido atraída a mí, tanto como su mera existencia me ha plagado. Se siente tan completamente atraída a mí que, a través de cada una de sus muertes a las manos de las bestias, su mente infantil me ha llamado subconscientemente.
Durante los cuatro milenios de vida, ella ha conservado mi recuerdo, incluso cuando la vasta mayoría de esos años fueron pasados en repetidos ciclos de desarrollo fetal.
Como humana es extraordinaria, pero sigue siendo solo una humana. No tiene precedentes y está más allá de la comprensión. Los humanos, por naturaleza, no están diseñados para cargar con algo tan infinito, pero esto nunca ha aplicado a Bella.
Ella siempre ha sido la excepción, y aunque nunca entenderé la importancia que hay detrás en relación a mí, sé que no hay ni una sola cosa bajo el Cielo y la Tierra que no haría por ella.
Edward… se lamenta su voz mental, llena de una torturada angustia que me saca inmediatamente de mis pensamientos.
La preocupación que siente por mí la consume. Un miedo que la está destrozando. Esto a pesar de los mejores esfuerzos de mi padre por tranquilizarla, tanto por su bienestar físico como psicológico.
—Estoy aquí, mi amor. Voy de regreso a ti —le respondo en voz alta a su subconsciente.
¡Edward! Se nota la alarma y el evidente alivio tanto en su voz mental como su voz audible cuando me responde. ¿Estás bien? ¿Dónde estás?
Estoy bien. Llegaré pronto, le prometo, usando mi voz telepática. Te regresaré el alma, cariño.
Se le escapa el aliento. Lo escucho como si la tuviera aquí a mi lado, y prácticamente puedo captar el aroma en el aire.
¿Cómo puedes escucharme? Pregunta y está sonriendo; puedo sentir la calidez de su sonrisa expandiéndose dentro de mi pecho. De hecho, puedo sentir cada partícula de ella como si fuera el viento en mi rostro.
Te lo explicaré todo cuando llegue. Solo aguanta un poco más, ¿sí? respondo, cerrando los ojos e imaginando sus delicadas facciones en mi mente.
Esta increíble chica humana que me obligó no solo a reevaluar el significado de mi propia creación, sino el de ella. La chica que me hizo valorar la mera premisa de la humanidad al mirar en esos hipnóticos ojos café nogal que tiene. Ojos que traicionan su juventud al mismo tempo que ilustran la sublime naturaleza de su alma.
Su alma por la que estoy deliberadamente preparado para sacrificar mi propia continuidad con tal de restaurarla, porque una vida humana suya vale más que una eternidad mía.
Isabella nace al mismo tiempo de la luz viviente y de la carne, mientras que yo nací solo de la luz, y he sido creado siempre para ser su sirviente.
Para pertenecer a ella.
Estaba tan preocupada, Edward, continua, el temblor de su voz audible transmite esa misma preocupación. Daniel se fue tan de repente, ¡y se veía muy alterado!
¡Daniel!
Ante la mera mención del nombre de la bestia, mis pensamientos se centran en él y me es revelada su ubicación exacta.
Está a poco menos de cinco millas de la Ciudad del Vaticano, y su mente rebosa con una inquieta anticipación. El demonio está ansioso y lleno de esperanza por mí, y no hay indicación de su clarividencia, o de algún engaño en lo que a Bella respecta. Sus pensamientos y recuerdos sobre ella parecen benignos, y no datan más allá en el pasado que las últimas horas que pasó en la casa de mis padres después de que me fui.
Girándome de mi trayectoria actual, me dirijo de regreso hacia Roma con la intención de interceptarlo.
Lo alcanzo en dos minutos; desciendo sobre él desde una milla hacia arriba. No me ve venir; las bestias ya no pueden sentir mi proximidad.
Se hace consciente de mí un segundo antes de tenerlo agarrado de la garganta y por la velocidad en la que viajaba la fuerza de la masa en mi cuerpo le destroza el cuello cuando lo impacta.
Lo obligo a aterrizar a tres millas al oriente de Roma en San Lorenzo, en el techo de una de las muchas torres cuadradas de la Muralla Aureliana; la estructura defensiva le debe su nombre al emperador romano del sigo tres.
La bestia está paralizada del cuello hacia abajo y en el instante en que lo libero, su cuerpo se desploma, sus miembros se quedan flácidos e inertes contra el antiguo piso de ladrillo.
—Te daré la cortesía de preguntar, bestia —digo con furia, mi voz suena baja y amenazadora cuando me inclino sobre él y lo vuelvo a agarrar de su debilitada garganta.
Tiene los ojos bien abiertos y queda evidente, sin tener que leer sus pensamientos, que está completamente confundido por este repentino cambio en mi comportamiento.
En respuesta a mí, asiente de prisa.
—Hermano… —intenta apaciguarme cuando lo interrumpo bruscamente.
—¡¿ENGAÑASTE A BELLA PARA QUE YO ME VIERA OBLIGADO A APRENDER SOBRE LA PROFECÍA?! —rujo la pregunta mientras el enojo que hay detrás hierve a la superficie y durante un precario momento amenaza mi control.
Sus ojos siguen bien abiertos, su confusión es evidente cuando sacude la cabeza rotundamente de un lado a otro.
—Hermano, te lo juro. Hasta ayer no sabía nada de la profecía.
—De una forma u otra, bestia, conoceré la verdad —le prometo, sacando la espada de Miguel de mis pantalones y liberando su cuchilla—. Y si descubro que me has traicionado, esta será la espada que encaje en tu pecho. —Alzo el arma de mi hermano, enfatizando mi amenaza, antes de dirigirla al centro de su frente y permitirle que queme su piel.
Se aparta de mí mientras la desesperación que hay tras sus pálidos ojos se multiplica.
—Hermano, por favor…
Ya no estoy para cuestionarlo y, sin decir otra palabra, me filtro en su mente.
Sin duda alguna este demonio tiene el don de la clarividencia y a través de su segunda visión veo el futuro; un poder que la punta de lanza no me ha otorgado.
Él me ha previsto transformando a las bestias, y a través de sus ojos me veo a mí mismo regresando a cientos de ellos a su estado original del ser. Y mientras que su visión no se extiende a su propio futuro, él ve a los cinco miembros de su manada restaurados a las esferas de la Orden Angelical. De Ramuell a Asbeel y hasta Jacob; la bestia que conocí en el Nebraska rural.
Ve el momento en que la punta de lanza destruye mi cuerpo físico con Bella tirada sobre mí, gritando histéricamente y sacudiendo mi inconsciente figura.
Bella…
También ve a Bella, pero no solo como la chica de diecinueve años que es hoy, sino como una hermosa mujer madura en la tercera década de su vida.
Una mujer que está casada; casada con un hombre con el que tiene hijos.
Inmediatamente corto mi sondeo dentro de su mente mientras mi corazón se agita. Por un momento, el shock me deja suspendido mientras retrocedo impulsivamente –como si la distancia pudiera eliminar lo que acabo de presenciar– y casi pierdo el equilibrio.
Este hombre con el que ella se casa se parece a mí. Su cabello es de la misma tonalidad, es aproximadamente de la misma altura y físico, y la estructura ósea de su cara es similar, pero no soy yo.
Mientras que un elemento inusual de él se parece a mí, la mayor parte de su ser no lo hace.
Es completamente humano.
Sacudo la cabeza con brusquedad de un lado a otro, queriendo desesperadamente deshacerme de las imágenes en mi mente, pero la imagen de Bella, encantadora y plena, es demasiado importante.
Sin embargo, la visión de Daniel es un consuelo, una garantía que tendré éxito en restaurar el alma de Bella y le permitiré seguir adelante para vivir una vida plena, pero…
Es una vida de la que evidentemente no formaré parte.
Bufo para mí, impaciente y por lo bajo. Por supuesto que no seré parte de su vida. En tres días caeré completamente. Mi cuerpo morirá y mi alma será condenada al Infierno para ocupar el lugar de la de Bella.
—¿Lo ves, hermano? —habla Daniel mientras levanta torpemente con los codos su cuerpo en proceso de sanación, y hay cierta afinidad en su voz; como si pudiera empatizar conmigo.
No respondo. No puedo; ninguna palabra se forma en mi mente. Todo lo que puedo ver es a Bella y este hombre, feliz; inconfundiblemente feliz.
Bella –una Bella de veintitantos– con el estómago redondeado y protuberante cargando a los infantes gemelos que ella le dará.
Bajo la vista a mis pies cuando el peso de todo eso –el dolor puro que causa– comienza a amasarse en mi pecho. Una vez más solo sacudo la cabeza, pero en esta ocasión es por el shock y la angustia de la derrota.
—Sabía cómo reaccionarías, Dashiel; tenía que escondértelo —explica Daniel mientras lentamente se pone de pie.
Alza la vista, capto su mirada, pero rompo el contacto casi de inmediato. Sus ojos que han visto demasiado; no puedo soportar verlos ahora.
—Lo siento, hermano —murmura, posando su mano en mi hombro—. Pero la salvas. Por ti, ella vivirá la vida que le ha sido negada durante siglos.
Dejo caer la cabeza, esta vez mecánicamente, mientras mis ojos se pegan en la punta de lanza que tengo en mi agarre. Apretando la palma en ella, la alzo ante mí como si pretendiera examinarla de cerca.
Ella vivirá…
¿No es eso todo lo que importa? ¿No es por eso que me estoy sacrificando libremente, para que Bella pueda vivir?
¿De verdad esperaba que viviera en celibato? ¿Que se uniera a la hermandad y permaneciera en el convento? ¿Que no encontrara pareja? ¿Asumí que ella se removería del fundamento mismo de la humanidad?
¿Es eso lo que quiero para ella? ¿Vivir en soledad sin familia, sin experimentar el amor –el amor verdadero como fue predeterminado– todo porque egoístamente no puedo concebir la idea de ella entregándose a otro hombre?
Creced y multiplicaos; eso fue lo que mi padre les indicó que hicieran, y Bella siempre estuvo destinada a ser parte de Su gran diseño.
Ella nunca estuvo destinada a mí, y la razón misma de por qué ha sufrido junto conmigo a través de los cuatro mil años de esta estancada existencia es porque erróneamente intenté reclamarla para mí.
Antes de que la punta de lanza me destruya, tengo que dejarla ir; tengo que permitirle vivir la vida que fue destinada para ella antes de que yo interviniera.
Sigo mirando la punta de lanza por tanto tiempo que empieza a perder su forma tras mis crecientes lágrimas.
No he derramado lágrimas en dos milenios –al menos, lágrimas que surjan de un dolor emocional– no desde que fui bautizado, y mientras que caen libremente, no estoy preparado para el dolor que las acompaña. Ni para la absoluta desesperanza que empieza a despertarse dentro de mí. Que, aunque actualmente tengo más poder que excepto el creador del universo, sigo teniendo cero control sobre mi propio destino.
O el de Isabella.
—¿Puedes perdonarme, hermano? —La bestia me saca momentáneamente de mis preocupaciones, su voz suena tranquila, pero sumisa.
Mi mirada se aparta de la lanza una vez más para encontrarme con la suya, me limpio rápidamente las lágrimas con el dorso de la mano que todavía sostiene la empuñadora de la espada de Miguel. Daniel sostiene firmemente mi mirada, incluso cuando sus cejas se fruncen con un acumulado dolor.
Tiene lástima de mí. Es tan palpable que no necesito leer sus pensamientos para reconocerlo, y es una burla.
Él es un demonio caído. Él creó la abominación que causó que nuestro padre inundara el planeta. Fue su especie los que estaban destinados a ser compadecidos; los que fueron exiliados sin esperanza de una redención.
No yo.
No, yo fui exiliado a la Tierra con el conocimiento de que mi gracia era rescatable. Se suponía que debía salvar a Bella al igual que a mí mismo.
No se suponía que debía llegar a esto.
De repente, me encuentro lleno de furia por toda la injusticia de esto. La ironía poética que hay en todo. Que habría tenido más esperanza si me hubiera convertido en caído como la bestia ante mí.
El demonio, Daniel, cuya expresión empieza a profundizarse con inquietud entre más tiempo permanezco callado y encerrado en el latente furor del resentimiento.
La bestia está consciente del peligro en el que se encuentra, pero antes de que pueda componer sus pensamientos para contemplar una escapada, alzo la lanza y la hundo profundamente en la base de su cuello, donde éste se curva para encontrarse con su hombro.
Se congela inmediatamente, su boca se abre, su cuerpo se pone rígido mientras sus ojos se agrandan y su mirada se fija en mí; llena de traición.
Comparado con Gadreel, la transición de Daniel es más acelerada; toma solo una décima parte del tiempo para que las cadenas de su condena se vean despojadas de él.
Solo puedo concluir que se debe a que lo perforé más cerca del corazón, pero en menos de treinta segundos Daniel, un ángel resucitado, se para ante mí.
Durante la pausa más larga baja la vista a los restos de su forma demoniaca que permanecen amontonados alrededor de sus pies antes de patearlos lejos de él con evidente desagrado.
Se siente tan asqueado por eso que invoco un repentino golpe de aire que suavemente aleja las cenizas y ascuas que siguen ardiendo.
Alza la cabeza de golpe como si acabara de recordar que sigo en su presencia. Durante el periodo más largo solo me mira; su expresión inmensurable por la profundidad de la emoción.
—Hermano… —musita, su voz tan crispada por el sentimiento que suena desarticulada.
Sacudo la cabeza rápidamente, impaciente por dejar atrás sus muestras de gratitud antes de la llegada de Gabriel.
—Ella sigue sin tener guardián, Daniel. Necesitar ser eso para ella. Especialmente cuando yo no esté. ¡Prométemelo!
Asiente, sus sobrios ojos dorados sostienen firmemente los míos.
—Tienes mi palabra, hermano.
Asiento en respuesta, exhalando mi aliento y permitiéndole a mi cabeza caer por una fracción debido al cansancio puro que sigue extendiéndose ante mí antes de que mis pensamientos se concentren una vez más en Bella.
Sin embargo, antes de ser consciente del siguiente segundo, mi corazón se inquieta detrás de mis costillas.
Ella está gritando por mí. Su voz suena aguda, pero llena de tensión y abrumada por el miedo genuino que rebana a través de mi mente; convirtiendo en hielo la sangre de mis venas.
AYÚDAME, EDWARD. ¡ME ESTOY MURIENDO!
