Los personajes de Candy Candy pertenecen a sus autoras Mizuki e Igarashi. Esta historia es de mi autoría como todas las que he escrito y lo hago sin fines de lucro, solo por entretención.


CAPITULO XXV

Elisa es la culpable

Cuando Candy regresó a la mansión, se encerró en su habitación y se puso a llorar, pensando en la locura que iba a cometer. Pero no se sentía arrepentida por que amaba a Albert y con tal de verlo libre era capaz de hacer cualquier cosa. Sabía que no iba ser fácil engañar a Neil, pero tenía que intentarlo. Más tranquila comenzó a hacer su maleta, donde guardo algunos vestidos y cosas personales para cuando tuviera que marcharse con Neil. También escribió una carta que le dejaría a su esposo explicándole todo.

Querido Albert.

Cuando leas esta carta tú estarás en libertad y yo muy lejos de aquí. Espero que puedas comprender lo que hice, pero era la única manera que tú salieras de esa horrible cárcel. Neil me propuso irme con él a cambio de que el delatara al verdadero asesino del barón. Yo acepte porque te amo, y no voy a permitir que pagues por un crimen que no cometiste. Mi plan es irme con Neil, con la esperanza de poder escaparme o mandarte una carta donde te diga de mi paradero. No te preocupes yo estaré bien y confía en mí que en poco tiempo volveremos a estar juntos.

Te amo Albert y donde quiera que este mi corazón estará contigo.

Siempre tuya

Baronesa de Andrew.

En eso tocaron la puerta, Candy rápidamente guardo la carta en el escritorio y escondió la maleta debajo de la cama, para que nadie descubriera lo que pensaba hacer.

—Pasen –contestó.

Mi lady, el joven Anthony desea hablar con usted –le anuncio la joven sirvienta.

—Voy enseguida haberlo.

Candy se acomodó el cabello y se fue a la habitación de Anthony, donde este la estaba esperando.

—¿Querías hablar conmigo? –le preguntó la rubia al llegar a la habitación.

—Si Candy, pasa –respondió el desde su cama –. ¡Ocurrió un milagro!

—¿Que milagro?

—Pude mover los pies.

—¿En serio, Anthony?

—Si los pude mover. Sofía dice que es una buena señal.

—Claro que lo es –dijo Candy sentándose en una silla -. Eso significa que tus piernas están respondiendo.

—¡Me siento tan feliz!

—Te dije que volverías a caminar.

—Si mi hermano no estuviera preso todo sería perfecto.

—No te preocupes, yo sé que Albert pronto quedara libre.

—¿George, descubrió quien mato al barón?

—No precisamente, pero yo sé que aparecerá el verdadero asesino.

—Eso espero, Candy. Me siento tan culpable que mi hermano este pasando por esto.

—Tú no tienes la culpa de eso, Anthony.

—Claro que la tengo, por qué él fue a la mansión del barón para hablar con Elisa sobre la niña.

—Era algo que se tenía que aclarar. Pero, no te sigas atormentando con eso Anthony, yo estoy segura de que Elisa está mintiendo que la niña no es tu hija sino del barón.

—Puede ser…

—Ahora tienes que pensar en recuperarte, para que puedas volver a caminar pronto.

—Ojalá.

—Ten fe, es una señal que hayas podido mover los pies.

—Lo que más deseo es recuperarme y cuando eso pase quiero que vuelvas hacer mi prometida –le dijo Anthony mirándola a los ojos.

La rubia bruscamente se paró de la silla.

—Anthony eso no puede ser, yo ya no siento lo mismo por ti.

—Pero yo te sigo amando, Candy.

—¡No Anthony! ¡Tienes que olvidarme!

—No quiero, yo sé que puedo volver a recuperar tu amor –le dijo el joven esperanzado.

—Lo lamento Anthony, pero es mejor que me olvides. Yo sé por qué te lo digo –dijo Candy marchándose de la habitación.

...

Dos días después…

—Marqués, le tengo buenas noticias –le comunicó George al llegar a la carcel.

—¿Que noticias? –preguntó él impaciente.

—Apareció el culpable del crimen del barón.

—¿Y quién fue, George?

—Su propia esposa, la baronesa Elisa.

Albert quedo con la boca abierta.

—¡Elisa!

—Si ella lo mato. Su propio hermano Neil la delató.

—Vaya, pero porque Neil hiso eso delatar a su propia hermana.

—No lo sé…marqués. Lo importante que ahora mismo quedara en libertad.

Minutos después, Albert salía de la cárcel en compañía de George. Se sentía feliz, por fin la pesadilla había terminado y ahora continuaría con su vida tranquilamente junto a su familia y a la mujer que amaba, su querida Candy.

—¿Marqués cómo se siente ahora que está en libertad? –le preguntó George.

—Muy bien –respondió él –. Ahora quiero llegar a mi mansión y darme un buen baño. Me hace mucha falta.

—Jajajaja, me imagino marqués. Vamos a buscar un carruaje para que nos lleve.

En ese momento se estaciono un coche, donde venía Elisa con Neil. Albert y George los quedaron mirando.

—¡Eres un maldito traidor! –gritaba Elisa enloquecida –¡Como fuiste capaz de delatarme!

—Lo siento hermanita, pero tienes que pagar por lo que hiciste.

—¡Te vas a repentir de esto Neil! Algún día vas a pagar muy caro tu traición.

En eso llegaron dos hombres de la policía y llevaron a Elisa a la cárcel.

Neil al ver la presencia de Albert se acercó a él.

—¿Cómo esta marqués? –le preguntó con un tono burlón.

—Estoy muy sorprendido, al enterarme que Elisa asesinó al barón.

—Si, ella lo mató y gracias a mí ahora tú estás en libertad.

—¿Por qué lo hiciste, Neil? Si tú debes de odiarme por la muerte de tu padre.

—Claro que te odio marqués de Andrew. Siempre te voy a odiar, pero vas a pagar de otra forma lo que le hiciste a mi padre.

—¿Me vas a matar?

—No marqués, ya sabrá a lo que me refiero. Por ahora disfruté de su libertad –dijo Neil marchándose del lugar pensando que ese mismo día se iria con Candy para siempre.

Una hora después, el marqués llegó a su mansión, donde todos lo recibieron con mucho cariño. El se sentía muy feliz de volver a estar con su familia.

Minutos antes que el marqués llegara a la mansión Candy sin que nadie la viera con una maleta en sus manos se marchó de la mansión Andrew, con el corazón destrozado por dejar al hombre que amaba. Sin embargo, se sentía tranquila que el estuviera libre. Al menos Niel había cumplido su parte y ahora ella tendría que marcharse con él, con la esperanza de algún día regresar a los brazos de su esposo el marqués.

—¡Oh mi sobrino, por fin estas con nosotros! –le dijo Elroy abrazándolo.

—Tía, pensé que iba pasar el resto de mi vida en esa cárcel –contestó Albert.

—Gracias a Dios eso no paso y apareció el verdadero culpable.

—¿Primo cuenta quien mato al barón? –le preguntó Archie curioso.

—Fue Elisa.

—¡Elisa! -repitió Anthony asombrado.

—Si, Anthony –confirmó George –. Ella acecinó al barón y su propio hermano la delato.

—¡Neil hiso eso! –exclamó Stear incrédulo.

—Si, aunque ustedes no lo crean –contestó Albert.

—Bueno, ya no hablemos de cosas triste –dijo madame Elroy –. ¿Que les parece si hacemos un almuerzo especial para celebrar la libertad de mi sobrino?

—Si, tía Elroy –la apoyó Anthony –. Hay que celebrar la libertad de mi hermano.

—Le diré a Candice que me ayude a organizarlo todo.

—¿A propósito donde esta Candy? –preguntó Albert que se moría por verla.

—Debe estar en su habitación –respondió Stear.

—Voy a llamar a una de las sirvientas para que vaya a buscarla –dijo Elroy.

La sirvienta fue a la habitación de Candy, pero esta no la encontró. Y tampoco vio la carta que la rubia había dejado, ya que se cayó debajo de la cama.

—Madame, lady Candice no está en su habitación –le anunció.

—¿Y dónde pudo haber ido, Candice?

—Parece que se fue de viaje, porque el ropero estaba abierto y faltaban varios de sus vestidos.

—¡Candy se fue! –exclamó Anthony.

—Eso no puede ser, Candy no pudo haber ido –expresó Albert desconcertado con lo que estaba pasando.

—A lo mejor decidió hacer un viaje –dijo Archie.

—Pero, sin avisarnos –dijo Elroy –. Esto es muy extraño.

—Tal vez Patty y Annie deben saber dónde fue Candy –sugirió Stear.

—Claro, ellas deben de saberlo –dijo Archie –. Stear vamos a casa de nuestras novias.

—Si, hermano.

—Espero que ellas sepan donde esta –dijo madame Elroy preocupada.

—Stear, Archie yo voy con ustedes –añadió Albert que se sentía muy afligido por la desaparición de su esposa, presintiendo que algo malo le había ocurrido.

Una hora después el marqués, juntos a sus sobrinos llegaban a la casa de Annie que precisamente estaba con Patty, pero ellas tampoco sabían nada sobre Candy. Albert desesperado salió a buscarla por los alrededores de Escocia, pero tampoco pudo dar con ella. Sin saber más donde buscarla regresaron a la mansión.

—¿Y cómo les fue? ¿Supieron algo sobre Candice? –preguntó Elroy que estaba con Anthony en el salón.

—No, tía Elroy –respondió Albert –. Ni Annie, ni Patty saben nada sobre ella. La estuvimos buscando en otros lugares y tampoco la encontramos.

—Todo es mi culpa –dijo Anthony llorando como un niño.

—¿Por qué dices eso, primo? –le preguntó Stear.

—Candy se fue porque le dije que yo todavía la sigo amando. Ella me rechazo y me dijo que la olvidara.

—¡Pero Anthony! ¿porque lo hiciste? –le reclamó Albert con rabia –. Entiende que Candy no puede corresponderte, ella ahora es mi esposa.

—¿Que estás diciendo, hermano?

—Anthony, primos ya es hora de que sepan que Candy y yo nos casamos en América.

—¡No, eso no puede ser verdad! –expresó Anthony negando con la cabeza –. Tú y ella no pudieron haberse casado.

—Así es hermano, Candy y yo nos enamoramos en América y si no lo dijimos, fue porque tenía miedo de que Raymond Legan le hiciera daño a mi esposa.

—Es verdad lo que dice tu hermano, Anthony -le confirmó Elroy -. Ni siquiera yo lo sabía, lo descubrí por casualidad.

—Yo… también lo sabía –confesó Archie –. Candy me lo conto cuando estuviste preso.

—¿Cómo pudiste ocultar algo así? –le reprocho Anthony –. Y yo pensando que entre Candy y yo…que imbécil fui.

—Lo siento Anthony, no quise…

—¡Yo tenía razón, entre ustedes siempre existió algo!

—No Anthony. Candy y yo nos enamoramos en América, nunca paso algo con ella cuando era tu prometida.

—¡No te creo nada…!

—Es la verdad, hermano.

—¡Ya no me digas más hermano, porque desde hoy has dejado de serlo! –le gritó Anthony mirándolo con resentimiento y decepción.

Días después…

Candy y Niel llegaron al suroeste de Inglaterra donde los Legan tenían una casa de campo en aquel lugar. Era una residencia grande y alejada que Raymund había comprado poco tiempo antes de morí, por lo que nadie sabía de su existencia.

Monsieur, bienvenido –le dijo Louise la dama de llave de la casa una mujer de origen francés –. No esperábamos su visita.

—Es que fue un viaje repentino –contestó él.

—Nos enteramos de la muerte de su padre. Lo sentimos mucho.

—Gracias, fue un golpe muy fuerte para mí –dijo Neil con tristeza -. Louise, quiero presentarle a mi prometida lady, Candice White.

—Es un placer conocerla, mademoiselle.

—Lo mismo digo –contestó seria.

—Mi prometida y yo nos quedaremos una temporada en la casa.

—Entiendo, monsieur. Enseguida voy a decirle a las sirvientas que preparen las recamaras.

—Gracias, Louise.

La dama de llave que era una mujer altiva y seria se retiró del salón, que tenía una decoración muy elegante. Con muchas alfombras, candelabros de plata, cuadros en las paredes, cortinas de terciopelo en las ventanas y un juego de sofá en color verde oscuro.

—¿Y qué te pareció la casa, Candy? –le preguntó Neil acercándose a ella.

—Me da lo mismo –respondió ella con molestia –. ¿Se puede saber por qué le dijiste a la dama de llave que soy tu prometida?

—Por qué lo eres preciosa. Eres mi prometida.

—Yo no lo soy.

—Cálmate, Candy –la interrumpió Neil –. Mira que podría haber dicho que eras mi amante.

—Eres un…

—Ya calla mi amor, que ahora estas en mis manos. Mejor disfruta de nuestra estadía en este hermoso lugar, donde nadie nos podrá encontrar jajajaja.

Continuará...

Hola mis lindas chicas


Espero que se encuentren muy bien. Aquí les dejo otro capitulo de este fic, espero que lo difruten y comenten.

Muchas gracias por su cariño y todo su apoyo.