Capítulo 17: La belleza que escondes

La falta de amor propio alimenta tus miedos; por eso no tienes que intentar ser más valiente, sino quererte más.

anónimo

Pov Rose

Los sentimientos eran complicados y yo lo sabía de antemano. Por eso me obligué a ser más dura conmigo misma y a apartar todo aquello que me provocara caer en esa debilidad. ¿Realmente los sentimientos eran una debilidad? Claro que sí, sobre todo si Scorpius Malfoy tenía que ver con ello. Desde el accidente, la relación entre nosotros se había convertido en una lucha de voluntades en el que el ganador conseguía una disputa más para la colección, a veces Malfoy cambiaba completamente y me mostraba aptitudes que me confundía y me hacían pensar que no todo estaba perdido, que aún había esperanza por lo menos para volver a tener la misma amistad que antes, pero luego su boca me atacaba sin piedad y todo lo que conseguía lo echaba a perder en cuestión de segundos. Y eso era lo que ocurría en este preciso momento: Scorpius Malfoy molestaba mi perfecta concentración mientras intentaba ensayar la coreografía con Nocturn para mi presentación de doma clásica.

Weasley, tengo calor y si me deshidrato será por tu culpa—Insinuó Malfoy aparentando ser digno de lástima.

Lo ignoré porque conocía exactamente lo que planeaba hacer. Quería desconcentrarme que perdiera el control de mis emociones y no lo iba a conseguir. Desde de que se cayó, me lo prometí a mí misma, nada de dejarse llevar por provocaciones, nada de perder los nervios, nada de desconcentrarse, aunque Malfoy se subiera la camisa y enseñara esa piel blanca como el mármol y que parecía estar cincelada por los mismísimos dioses. ¿Espera, qué? ¿Malfoy, de verdad se ha subido la camisa? ¡Por Merlín, sí que lo ha hecho! Sentí que me perdía en su abdomen, que aunque no estaba marcado a conciencia sí que era tonificado y bastante tentador a la vista. Mis ojos seguían el vaivén de su pecho al inspirar y espirar el aire. Quedé atrapada en un baile hipnótico del que no quería despertar y no pude evitar preguntarme; ¿cómo se sentiría tocarle? ¿Cómo sería el tacto de su piel entre mis manos? ¿Sería suave y frío o cálido y adictivo? Quería tocarlo y me avergonzó reconocerlo.

Los escorpiones viven en sitios calurosos y áridos como los desiertos—le contesté tragando saliva y ruborizada por las vistas que aparentaba no ver, haciéndome la indiferente—. No te vas a deshidratar por esto.

Ya estás de nuevo clavándome tus espinas Weasley. Ten piedad de mí, ya que compartimos el mismo unibrax deberías hacerte cargo de mí y tratarme mejor—sugirió Scorpius teatralmente—. Por tu culpa casi me muero.

Dolía, cómo dolía que utilizara eso para manejarme a su voluntad, pero era cierto y la culpabilidad me corroía cómo ácido en las venas. Con un suspiro, chasqueé la lengua y Nocturn paró de saltar y dar pasos. Con cuidado bajé de él, pero antes de llegar al suelo, sentí sus manos sobre mi cintura y su aliento caliente quemando mi nuca.

No era necesario, —intenté decir molesta, pero sin resultado—. Podía sola.

Lo sé, ne…Weasley—titubeó—. Sólo me aseguraba que pudieras ver el suelo, ya sabes por tus dimensiones que sobrepasan los estándares. No queremos más accidentes.

Ahí estaba de nuevo, dimensiones. ¿De verdad era tan horrible a la vista? Es verdad que no era una chica despampanante como las que le gustaban a Malfoy. Aquellas con piel fina como la porcelana, elegantes, con cabellos lisos y brillantes y con bustos grandes y piernas torneadas. Yo era alta y con caderas anchas, eso no significaba que estaba gorda, sino que era curvilínea. Y mis muslos, según mis primas, eran perfectos para tocar y acoger a un hombre entre ellos. ¿Entonces, por qué tantos desplantes, tanta humillación? Mi busto era pequeño, sin embargo, había hombres a los que les gustaba así. Cabreada por su contestación, aparté sus manos de mis caderas y le ofrecí las riendas en su cara para que se alejara de mí lo antes posible. Antes de que perdiera la tranquilidad.

Toma, ya puedes hacer lo que quieras. Mis dimensiones y yo nos apartaremos de tu vista.

Weasley, espera… ¿A dónde vas? —preguntó.

Eso no te incumbe, Malfoy. Querías tú unibrax y ya lo tienes. No tengo más nada que hacer aquí.

Di la vuelta para salir del campo de doma, pero su mano me cogió del brazo y me detuvo sin contemplaciones. ¿Qué quería este chico? Cada vez me confundía más.

Suéltame, Malfoy.

No.

¿Cómo qué no? —le pregunté empezando a enfadarme—. Ya he terminado el entrenamiento por hoy, así que quiero irme y si al señor escorpión albino le molesta tengo una solución al problema. Échate en agua.

¡Vaya humor, pecas! ¿Qué pasa, tienes mucha prisa?.

Pues ahora que lo dices…—pausé para hacerme la interesante— Voy en busca de la persona a la que mis dimensiones le parecen interesantes y sabes que, según él, mis muslos están hechos para acogerlo.

Los ojos mercurio de Malfoy se oscurecieron y de inmediato quise borrar esas palabras de mi boca porque lo que iba a acontecer no sería agradable para mí, lo sabía muy bien y ¿sin embargo, lo retaba? ¿Por qué lo hacía? En el fondo lo sabía, quería que me viera como la mujer que era como la chica que lo amó durante años y cuyo corazón destruyó sin reparos. Quería que se diera cuenta que para otros sí que soy evidente, que hay otros hombres que me miran y desean por igual y que, aunque para él no sea suficiente para otros sí.

¿Y el qué quiere que lo acojas entre tus muslos, es Arnau o me equivoco?.

Frío. Eso era lo que sentía sobre mi piel y que me estremecía sin remedio alguno, como una niña a la espera que el monstruo saliera del armario. Todo mi cuerpo me mandaba señales inequívocas de que algo se había roto, algo que yo desconocía pero que Malfoy sí.

Eso no te importa, Malfoy—titubeé nerviosa—. Sea quien sea sólo me incumbe a mí porque es mi cuerpo y tan sólo yo, soy dueña de este.

¡Vaya Weasley!, hablas como toda una experimentada. Por lo visto has resultado más ligerita de cascos de lo que esperaba—se burló con frialdad—. Al final eres como una cualquiera que a la desesperada se ha abierto de piernas.

¿Cómo te atreves a faltarme el respeto de esa manera? —le encaré con tristeza. Mi alma se resquebrajaba por momentos y no podía controlar el dolor que punzaba continuamente mi corazón

¿Faltarte al respeto? Yo no te lo he faltado, Weasley, No te equivoques. Tú solita estás quedando en mal lugar diciendo por tu boca que has follado con ese—señaló sin sentimiento alguno riéndose de mis palabras, — él mismo que ahora está ligándose a otra cazurra justo detrás de ti. ¡Das pena, Weasley! Ni para tenerlo entretenido sirves.

Desconexión. Eso es lo que ordenaba a mi mente hacer. Olvidaría estos últimos minutos y haría como si jamás hubiera existido, pero el dolor era difícil de obviar, aunque la magia existía, no todo se podía arreglar con ella y las palabras pertenecían a esa lista de imposibilidades. El frío se hizo aún más intenso, ahora el hielo era el dueño de mi corazón y nada ni nadie podría quemarlo porque hay momentos en los que comprendías que mantener una ilusión no significaba que se volviera realidad.

Justo cuando iba a contestar llegó Albus con Caronte y decidí aparentar que nada había ocurrido y que me retiraba por hoy. Si Albus notó algo no lo comentó, fue discreto y se lo agradecí de corazón. No deseaba hablar y mucho menos que me compadecieran. Esta vez, no. Por el camino, me encontré con Scarlet que estaba con su equipo practicando saltos, guardé los sentimientos de desolación bajo llave y maquillé mi expresión en una perfecta máscara de la que con seguridad no abandonaría pronto. Una vez juntas, le pregunté si les apetecía salir luego ya que los exámenes habían terminado y sólo esperábamos los resultados. Ella, con emoción aceptó y me preguntó si podía acompañarnos Lorcan, a lo que yo le contesté que podía invitar a quien quisiera. Si no podía olvidar, al menos aparentaría que nada había pasado y en los últimos años se había convertido en toda una experta en la materia.

Cuando llegué a mi cuarto, con el olor a rosas que tanto me encantaba flaqueé un poco, así que con fuerza de voluntad decidí ocuparme para no pensar que es lo que más solía funcionar. No tuve que intentarlo mucho porque Auba, mi compañera de cuarto—de la que aún no sabía si considerar algo más— se encontraba meditabunda tendida sobre la cama y con los ojos llorosos. ¿Cómo si hubiera estado llorando? ¿Qué le habría pasado? ¿La habría atacado el troglodita de su novio o quizás había algo más? Me decantaba por esa última premisa porque luego de la pelea en la que Fred y Abel terminaron mal parados y de la los tres desaparecieron durante varias horas, las cosas no volvieron a ser igual. Sobre todo, entre Fred y ella. No es que se llevaran bien, lo normal era que pelearan y se chincharan continuamente, pero cuando volvieran después de horas de ausencia, Auba rehuía a Fred y mi primo estaba estoico, sin reaccionar como si no la conociera. ¿Habría pasado algo entre ellos? Aun con la duda me acerqué a su cama, esperando no incomodarla. Me senté y con delicadeza le acaricié el pelo como hacía mi madre todas las noches cuando era pequeña y algo perturbaba mi sueño. Ella se sobresaltó, pero cuando me vio se volvió a relajar y yo seguí acariciándola hasta que dejó de llorar y sus lágrimas dejaron de caer sobre la almohada de algodón.

¿Te encuentras mejor? — le pregunté con amabilidad no quería importunarla.

Ella solo asintió y como una niña necesitada de cariño, giró hacia el lado derecho de la cama—donde yo estaba sentada— y me abrazó.

¿Te gustaría hablar, Auba? Sé que apenas nos conocemos y que quizás no me tengas confianza, pero si de verdad lo necesitas, estaré para ti.

Gracias, Rose.

Ella se aferró a mi polo de equitación, ensimismada con sus pensamientos y me mantuve allí, acompañándola con mi presencia porque a veces tan sólo estar presente cambiaba muchas cosas.

Sabes, Rose…—dijo ella con el corazón en la mano, — hasta ahora creía que los sentimientos podían controlarse que con esfuerzo uno podía llegar a tener cierto dominio sobre ellos, pero he descubierto que no.

¿Y eso te asusta? — le pregunté porque conocía perfectamente ese sentimiento.

Sí, me asusta, pero a la misma vez me hace preguntarme si: ¿estoy equivocada? Si por alguna razón me estoy engañando a mí misma.

El tiempo te dará la respuesta que necesitas, Auba. Ya lo verás. Todo lo que ahora no tiene respuesta se resolverá, sólo espera.

Si, eso haré—contestó con una sonrisa en sus ojos—. Sabes, cuándo me has tomado de la mano he sentido mucha paz. ¿Acaso me has hechizado?

No, Auba. Sólo he escuchado tu corazón y eso te ha liberado.

En realidad, sí que lo había hecho, pero nadie tenía conocimiento de ello. Poseía el don de la sanación emocional. Tenía la capacidad de adormecer el dolor y de ayudar a sanar a otros y no a mí misma. Por eso, Auba hablaba de esa manera porque mi don traspasó su barrera del dolor y le calmó su desazón.

Ahora, ¿qué te parecería si nos cambiamos y vamos a dar una vuelta con las chicas a Vallgorguina?

Dame, diez minutos y estaré lista.

Que sean 15. Necesito darme una ducha—contesté con una sonrisa. Al menos, podía ayudar a alguien.

Una vez arregladas, nos encontramos con Lorcan, Scarlet y Luna en el vestíbulo de entrada y como siempre que teníamos que trasladarnos a otro lugar, nos dirigimos a la puerta multi lugar en la que la ruleta marcaba el valle de las brujas como destino. Pasamos todas juntas con cuidados de que la puerta no nos separara en la teletransportación. Después de un cosquilleo aterrizamos junto al Banco, que como siempre desde que llegué a este lugar estaba a rebosar de gente.

Esto está a reventar —comentó Auba que parecía estar más alegre—. Parece que todos esperan con ansías la velada de San Juan.

¿La velada de San Juan? —preguntamos todas confusas.

La velada de San Juan es una fiesta que se celebra en la madrugada del 24 de junio y normalmente suele ser en la playa. Allí la gente se reúne con amigos y hacen una hoguera donde muchos queman lo que quieren olvidar o desear. Pueden ser desde papeles escritos hasta libros con apuntes de asignaturas que odies a más no poder—cortó Molly a Auba que acababa de aparecer de la mano de Manel. Por lo visto habían salido juntos—.

Exacto, Moll, aunque también—agregó Auba—. Hay más tradiciones como por ejemplo el salto de la hoguera para traer buenos augurios, el baño, no mirarse al espejo, los mensajes con hierbas de junio bajo la almohada y encender velas rojas para atraer el amor.

¿Velas rojas para atraer el amor? —preguntaron Lorcan y Scarlet a la vez, emocionadísimas por saber más.

Es una tradición de la velada, deseas encontrar el amor mientras enciendes las velas rojas en tu dormitorio y ya las nornas se encargarán de hacer el trabajo, aunque como brujas que somos lo mejor y más efectivo es hacer una poción de hierbas y ramas y si entre ella hay pétalos de rosa mucho mejor.

¡Vaya cursilada! —comentó Luna mirando hacia la tienda de tatuajes—. Seguro que se forran vendiendo la idea a los normis. Me sorprende hasta dónde pueden llegar por dinero.

Supongo que de cierta forma esa es la única conexión que los normis tienen para conectar con la magia. Puedo llegar a entenderlo, —expliqué— es decir solemos desear lo que no tenemos y aunque haya evidencia de que la magia existe, no todos podemos poseerla.

Todas quedaron calladas ante mi reflexión, supongo que al estar tan familiarizadas con la magia nos costaba entender esa necesidad, sin embargo, yo lo entendía. Mis abuelos eran muggles y no poseían ni una sola gota de magia y no por ello no la deseaban. Siempre manteníamos conversaciones sobre qué sucedería si ellos también fueran magos, seguro que no tendrían tantos accidentes en la consulta. Había niños que eran pirañas.

Bueno, chicas. Ya que estamos aquí por qué no probamos algún helado—llamó la atención Auba—. Hay un vendedor ambulante que a veces pasa por aquí y que con suerte se deja ver, pero si lo ves te aseguro que no te arrepientes. Todos sus helados están buenísimos.

Genial, yo quiero probar algún sabor raro—dijo Lorcan—. ¿Y tú Scarlet?

Quiero que me sorprendan, así es más divertido.

Voto por eso—dije.

Yo, me uniré después—comentó Luna que seguía mirando interesada la tienda de tatuajes y comprendí que necesitaba pasar tiempo allí. Amaba todo lo relacionado con los tatuajes.

Yo, tengo que irme chicas—se disculpó Molly con su mano agarrada a la de Manel—. Tenemos otros planes.

Claro, Molls. Pásalo bien—le deseó Auba—. Vámonos nosotras entonces chicas.

Todas comenzaron a alejarse y yo no pude evitar observar con algo de envidia como a lo lejos las manos de Molly y Manel permanecían unidas y como sus miradas se entrelazaban comunicándose lo que seguro eran mensajes secretos. Me hacía feliz verla así, disfrutando y con el corazón lleno de amor, pero también sufría porque sabía a ciencia cierta que para mí el amor ya no tenía cabida, al menos con la persona que mi corazón deseaba y que mi cabeza negaba como un mantra.

Tuve que pasar algún tiempo observándolos porque las chicas habían desaparecido y ni siquiera las veía cerca. Estaban tan emocionadas que no habían notado que no iba con ellas y la verdad no me extrañaba, con tanta gente resultaba incluso hasta complicado andar. Dispuesta a encontrarlas lo más pronto posible seguí andando, mirando las tiendas que ya se preparaban para recibir a los turistas. Barcelona era una ciudad muy visitada y los magos no éramos la excepción, nos gustaba viajar y sobre todo descubrir sitios y costumbres interesantes. Las calles adoquinadas de Vallgorguina eran de época medieval como muchas zonas de Cataluña. Todo parecía un cuento de hadas, aunque claro, aunque las hadas existan, los cuentos… No existían, cada vez lo tenía más claro.

Algunos vendedores decoraban las tiendas con farolillos y otros tipos de luces que rodeaban las calles de una farola a otra. También en cada esquina se escuchaba música, todas de grupos mágicos españoles que no conocía. Seguro que Fred sí o incluso Nique que adoraba cantar siempre y cuando no la vieran hacerlo.

Iba tan distraída que sin darme apenas cuenta tropecé de bruces con un cartel que anunciaba lo siguiente:

Cansada de que el noi que t'agrada, et ignori? Cansada que et rebutgin? (¿Cansada de que el chico que te gusta te ignore? Cansada de que te rechacen?)

En cadena d'amor tenim la solució. Amb tan sols uns pocs argent, seràs la venus que sempre has desitjat. Dejarás a tots bocabadats! (En cadena de amor tenemos la solución. Con tan sólo unos pocos argent, serás la venus que siempre has deseado. ¡Dejarás a todos boquiabiertos!)

¿Sería verdad? ¿Podría ser tan bella como para que nadie me rechazara? No pienses en eso, Rose. Seguro que es un engañabobos. Pero, si fuera cierto, podría dejar a Malfoy sin palabras por una vez. Podría restregarle en su principesca cara lo que siempre ha despreciado y que ya nunca podrá tener. Por una vez, quería que sufriera lo que yo sufría con sus rechazos y sus insultos. Quería demostrarle que yo también podía valer tanto como la más hermosa y demostrarles a todas esas personas que nunca me valoraron, que siempre he valido algo, que siempre he sido … ¿Qué decía, por Godric? Este resentimiento que me llenaba me asustaba. ¿De dónde venía? ¿No podía venir de mí o sí? Yo jamás había odiado a nadie, nunca. A Malfoy, se lo insinuaba siempre, pero no le odiaba a pesar de desearlo con todas mis fuerzas. Yo era incapaz de tener sentimientos negativos por los demás y sin embargo, ahora me invadía el resentimiento. Mis pies se movieron solos y se adentraron en Cadena d'amor. No controlaba mi cuerpo y muchos menos mis pensamientos. ¿Qué pasaba? La tienda llena de estanterías con un montón de artículos me atraía como la miel a la abeja. Las paredes pintadas de rosa y rojo creaban un cuadro demasiado espectacular. Intenté parar mis pies, pero fue imposible porque estos siguieron hasta llegar al mostrador donde la encargada me esperaba con ojos deseosos.

¿Qué te trae por aquí pequeña bruja? —preguntó la ninfa

La dependienta era un hada del bosque de mirada ámbar y cabellos verde hoja . Entre sus cabellos había bonitas flores blancas que despedían un olor a fresas que me hacía temblar. Olía igual que mi amortentia.

He leído el cartel y me ha llamado la atención

¡Oh, el cartel de los pasadores de venus! Es una gran elección pajarillo—comentó con voz seductora—. ¿Te gustaría verlos? Los tengo de todos los colores y tamaños, pero para ti tengo uno que es perfecto.

Sí. —accedí—. Me gustaría verlo.

¿Pero qué decía? ¿Desde cuando hablaba sola? La situación se me iba de las manos, ahora sabía que me habían tendido una encerrona y no tenía escapatoria alguna. Mis labios pegados no se movían para hablar a no ser que la ninfa me preguntara algo, mis pies tampoco respondían ni hacían movimiento alguno, era como un robot controlado. Respira, Rosie. No pierdas los nervios. Tú puedes salir de aquí, tú puedes. La ninfa regresó en pocos minutos, ya que mientras pensaba en mi situación había salido a buscar los pasadores de venus. Abrió su mano y allí vi el pasador más hermoso del mundo, aunque creo que en mi estado todo me parecía hermoso. La horquilla tenía color verde agua, con piezas de pedrería blanca, juraría que eran perlas. Al final del pasador pegada al extremo superior, había una rosa roja preciosa.

¿Qué me dices brujita? ¿No la quieres para ti? —me tentó el hada—. Con ella serás tan poderosa como quieras y todos sucumbirán a tu belleza, sobre todo aquel que tu corazón más quiere. No lo pienses más y cógelo. Te aseguro que te convertirás en la venus de la tierra.

Hipnotizada. Completamente ida, así me sentía frente a esa criatura y lo que me ofrecía. No podía apartar los ojos por más que lo intentara, el olor, el brillo, las palabras llenas de poder dormían mi consciencia y me perdía. Iba a cogerla, mi cuerpo así lo quería. Mi mano, que hasta ahora permanecía junto a mi pierna izquierda, fue levantándose poco a poco.

Vamos, tómala—siseó con voz cada vez más inhumana.

Sí, la tomare y seré la más hermosa.

Justo cuando iba a tocar el pasador, la sensación de hipnosis desapareció de pronto. Sucedió tan rápido que perdí el equilibrio y era incapaz de mantenerme de pie.

Tranquila, Rosie—me susurró una voz que me parecía conocida—. Sigue tocándolo y agárrame bien la mano.

Aturdida me dejé guiar por esa pequeña y cálida mano que me llevó hacía la salida de la tienda. Tardé un poco en sobreponerme porque al parecer la hipnosis en la que me encontraba era bastante poderosa.

Sigue tocándolo, Rosie y no me sueltes la mano.

¿Nique?.

Sí, nena—asintió mientras me dirigía a algún lugar porque mis piernas apenas tenían fuerzas—. Coge aire y relájate, puede que te cueste un poco, pero te pondrás mejor. Confía en mí.

¿Qué me ha pasado? Recuerdo que estaba leyendo un cartel y luego todo estaba borroso. Como si hubiera estado sedada.

Has estado bajo la hipnosis de un hada—explicó mi prima—. Te quería obligar a aceptar un objeto mágico a cambio de algo.

¿A cambio de qué? —pregunté confusa—. Que yo sepa en el anuncio no ponía nada de eso.

Ni lo pondrá, cariño. El anuncio es el emisor, una vez que lo lees caes en una especie de control que al final acaba en un contrato donde la parte perjudicada siempre es la humana. Puede que incluso lo que ofrecían no fuera cierto y que sólo quisiera que aceptaras para luego pedirte algo que deseara.

Pero, no tiene sentido. ¿Para qué haría eso Nique?.

Por diversión, por aburrimiento, por muchos motivos Rose. Las hadas son inmortales y se aburren bastante y los magos no les caemos demasiado en gracia. Así que bueno con este tipo de estrategias consiguen distraerse a nuestra costa. Gracias a circe que he llegado a tiempo, podría haberte pedido cualquier cosa incluso que te mataras con el mismo pasador.

Temblé por la atrocidad que escuchaba. ¿Esos seres tan maravillosos y deslumbrantes podían ser tan letales? Si mi prima no hubiera llegado, no sé qué hubiera pasado conmigo, en el peor de los casos estaría muerta. Desde el principio me resultó raro por los sentimientos que me embargaron al leerlo, me transformé en alguien totalmente distinta. Tenía odio y resentimiento y sobre todo necesitaba venganza a como diera lugar. Mi prima no soltaba mi mano, de hecho la apretaba con fuerza y ella al igual que yo temblaba. Entre nuestras palmas observé que tenía una especie de planta verde con bolitas rojas. Seguro que no eran bolitas, de hecho la planta me sonaba, pero me encontraba tan mal que no podía siquiera pensar.

Nique, ¿qué tengo en la mano?

Es serbal—contestó pasando sobre la marabunta de gente que nos aplastaba como sardinas en lata—. Es una de las plantas que son capaces de romper las hipnosis de las hadas. ¡Suerte que siempre llevo un poco conmigo!.

Y menos mal que la llevaba. ¿Qué habría pasado si mi prima no hubiera llegado? La piel se me puso de gallina. ¿Por qué llevaría Nique el serbal? ¿Ya habría estado en peligro otras veces? Quería preguntarle si se encontraba bien, si necesitaba algo porque seguía nerviosa y algo me decía que no sólo era por mi accidente. Me fijé en su ropa. Estaba guapísima y salvaje, sólo a ella le quedaban bien esos dos adjetivos. Las botas de plataforma negra con cordones la hacían más alta, los shorts vaqueros agujereados y la camiseta de tirantes negra de los Rolling Stone le aportaban tanta seguridad que a veces me preguntaba si yo podría llegar a tenerla algún día. Era tan fascinante, tan asombrosa y a la vez tan sensible. Nique aparentaba ser dura, pero en realidad su corazón era frágil.

La marabunta de gente aumentó, se crearon atascos en las calles, apenas se lograba dar un paso y el ambiente agobiaba tanto que buscaba como desesperada algún hueco para coger aire y respirar a placer.

¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué la gente se apelotona en este sitio?.

No lo sé, Rosie. Esto es muy raro—contestó Nique—. Vamos a intentar pasar entre los huecos a ver si vemos algo. Y no te preocupes si no nos dejan pasar, mis pequeñas harán el trabajo—concluyó señalando sus botas—.

Un par de pisotones, insultos y empujones después, llegamos a un claro donde la gente rodeaba la tienda de mascotas del valle. Todo el perímetro permanecía acordonado y algunos agentes prohibían el paso a los viandantes. Algo muy gordo debía de haber pasado. Mientras veíamos a los agentes tomar declaración, aparecieron las chicas que también habían sido atraídas por el escándalo.

Rose, ¿estabas con Dom? —suspiró con alivio Auba—. Menos mal, cuando te perdimos de vista, enseguida empezamos a buscarte, pero esto se ha llenado de tanta gente que cada vez se dificultaba más.

¿Qué es lo que ha pasado? —preguntaron Lorcan y Scarlet a la vez.

No lo sé. Acabamos de llegar y nos hemos encontrado con esto—contesté.

Han atacado la tienda de animales—aclaró la voz de Luna que parecía bastante cabreada y no era para menos—.

¿Han atacado la tienda? ¿Pero cómo? —preguntó Nique.

Luna que miraba la tienda y a los agentes con ganas de apartarlos de allí y ponerse ella misma a encontrar al culpable, contestó con furia.

No se sabe muy bien cómo, pero esto no se va a quedar así. Han matado a todos los animales. Están irreconocibles—confesó intentando controlar su temperamento—. Parece como si hubieran sido envenenados, no lo sé. ¡Es tan horrible! Parecen como momificados. Están secos, sin una pizca de magia en sus cuerpos. Sólo ven sus huesos.

Es horrible—Me acerqué a Luna y la agarré fuerte de la mano. Necesitaba consuelo y yo siempre estaría para ella.

¿No tienen alguna idea? ¿Alguna prueba o algo que los ayude a aclarar el caso? —Preguntó Auba, ahora más preocupada.

No lo sé, yo os cuento lo que he podido escuchar con mis capacidades licantropas. Lo único que sé es que se ha encontrado un olor putrefacto no identificado y que el núcleo mágico de las criaturas ha sido completamente absorbido.

Los agentes al comprobar que la gente intentaba por todos los medios de traspasar las barreras para enterarse no tuvieron otra alternativa que echarnos de allí y controlar a todo aquel que se negara a obedecer con amenazas de multa. Ninguna de nosotras necesitaba una sanción administrativa, así que lo más relajadas posibles volvimos a la EMB. El día había sido un infierno desde el entrenamiento de Horsgic, sólo me apetecía dormir y no despertarme durante mucho tiempo.

Por el camino, las chicas se despidieron para ir a sus respectivos cuartos. Yo decidí quedarme con Luna y Nique, no me apetecía estar sola, quizás pudiéramos dormir juntas. Llegamos a la puerta con el emblema de Pugiane que sin ningún problema nos dejó pasar. La sala común, estaba llena de maletas de alumnos que se iban a sus casas por las vacaciones y se despedían de sus amigos y compañeros hasta el próximo curso. Nosotros, en cambio, nos quedaremos durante el verano también. Aún no decidía que iba a hacer durante las vacaciones, pero seguramente encontraría algo que hacer. Tarde o temprano lo hacía. Ya en la habitación de doseles negros y paredes de piedra similar a la de los castillos, caí rendida en la cama de Nique. Ella se tiró a mi lado con un largo suspiro y Luna se dirigió a la ducha para darse un baño relajante. El silencio inundó la habitación hasta que Nique habló.

Rose, ¿Qué hacías en la tienda con la Ninfa? —preguntó.

Sorprendida por la pregunta y también avergonzada, oculté mi cara bajo mi brazo, esperando que ella no me juzgara por mi debilidad, por mi poco control ante mis deseos egoístas.

El anuncio me llamó la atención, yo… por una vez, quería convertirme en otra persona distinta.

¿En una persona distinta? ¿por qué nena, qué decía exactamente el anuncio?.

Prometía un cambio de imagen. Te haría parecer una venus y yo caí como una tonta—balbuceé intentando aguantar las lágrimas que sin remedio cayeron por mis mejillas—. Quería comprobar por mí misma, conocer y ver cómo es sentirse admirada, deseada y que no me juzgaran por mi apariencia, por mi ropa ni por mi cuerpo. Quería ser una persona distinta. Me odio tanto a mí misma y no lo entiendo Nique. No entiendo por qué se acumula esta opresión en mi pecho que ni siquiera me deja respirar. No entiendo , ¿por qué en este mundo todo se basa en la apariencia y en tener un cuerpo diez? Cuando hay mucho más. Necesitaba comprenderlo y necesitaba ver por mi misma las razones.

Rosie, mírame—me suplicó Nique.

No. Por favor no. Lo siento, siento ser tan débil Nique. Pero yo nunca me he sentido valorada ni querida por nadie aparte de ustedes. Cada una de las personas que se han interesado en mí ha sido por la fama de mis padres. Nunca por mi persona, por como soy sino por lo que puedo aportarles—Lloré desconsoladamente, lloré por todo aquello que había vivido desde pequeña, por los desplantes, por las decepciones de las personas que llegué a querer más que a mí misma.

Rosie, por favor— Nique me abrazó con fuerzas y con tanto amor que deseé que nunca me soltara—. Todo eso que dices no es cierto, es sólo tu mente la que juega contigo.

No es mi mente, soy yo que soy horrible. ¿Cómo me puedo odiar a mí misma y no a todos los demás? ¿Por qué soy tan extraña y anormal? —grité con desesperación y mirándola a los ojos, aún en sus brazos—. Tú no lo comprendes porque eres preciosa, segura de ti misma y sabes lo que quieres y luchas por ello, pero yo sólo tengo libros e inteligencia. ¿De qué me sirve eso para que alguien me quiera?

La cachetada de Nique al terminar de hablar me noqueó por la sorpresa. Mi prima que jamás en la vida me había levantado la mano, lo había hecho y me sentí la peor persona del mundo. No tenía derecho a hacerle pasar por esto, por qué esto no tenía nada que ver con ella y de cierta forma la culpaba por no ponerse en mi lugar y por no corresponder y entender mis sentimientos.

Jamás vuelvas a degradarte así delante de mí Rose Weasley porque igual no te pego una cachetada sino varias y sin remordimiento alguno. Esto no es cuestión de ser preciosa o ser segura de ti misma o de tener cualidades que te hagan resaltar—me dijo alterada—. Incluso las personas que crees que lo tienen todo en su interior están asustadas al igual que tú. Incluso las personas que a tus ojos son tan hermosas se preguntan si la querrán por su belleza o por lo que son en realidad, por sus almas, por sus corazones ya sean valientes o apasionados incluso si son débiles. Nadie escapa del terror del rechazo ni a la desconfianza ni al odio a sí mismo. Yo también me odio a mi misma Rosie, me odio tanto que a veces tengo ganas de desaparecer.

Tú, ¿te odias? ¿Por qué?.

Yo…sólo hago daño a los que más quiero y por más que me gustaría protegerlos, el miedo me paraliza y acabo alejándolos.

Nique…

Escúchame, Rosie—dijo acariciando mi mejilla, la misma que había golpeado con suavidad—. Eres maravillosa tal y cómo eres porque eres un ser con la capacidad de amar sin medida incluso a aquellos que no se lo merecen. Tienes increíbles cualidades que te hacen muy especial. Sólo estás asustada de mostrar tu verdadero yo, porque si lo haces, crees que te van a abandonar, que no te necesitarán más y te escondes y te ocultas a la vista de todos, a través de ropas gigantes y de desprecios a tu propio cuerpo. La verdadera belleza está en lo que ocultas a la vista de otros. Está en tus respuestas amables y sonrisas cálidas, está en tu amor por tu familia y cada una de las piezas que tocas al piano. La verdadera belleza está en ser tú misma sin ocultarte de nada y nadie. No te escondas más pequeña y vuela como la hermosa mariposa que eres, porque cuando el gusano de seda aún está en su capullo sabe que tarde o temprano renacerá y volará con la seguridad de ser único y distinto. Y tú también eres única y distinta.

Nique, gracias, muchas gracias por decirme todo esto. Me dolía tanto el corazón—la abracé de nuevo mientras limpiaba mis lágrimas.

No me des las gracias, prima. Te quiero tanto que a veces me gustaría poder hacer más.

Ya lo haces Nique y te prometo que seré yo misma y que no me ocultaré, pero ¿tienes que prometerme algo?.

Claro, lo que sea.

No te ocultes, tú tampoco.

Ella se quedó pasmada por unos segundos hasta que me devolvió la sonrisa y mi corazón ahora lleno de agradecimiento descansó tranquilo. Gracias a ella, ahora comenzaré a verme como soy de verdad. Una mariposa tal y como ella me había dicho. Sacaré mis alas de colores y volaré a partir de ahora sin dolor y con la convicción de empezar una nueva etapa.

Nos quedamos dormidas entre risas y confesiones y al amanecer le pedí ayuda para dejar atrás a la vieja Rose y que diera la bienvenida a la nueva. Ya no me escondería en mis inseguridades y mucho menos en el odio a mi misma, aprendería a quererme.

Con seguridad entré al comedor y todos los ojos que antes no me miraban observaron cómo me sentaba en la mesa de milites, incluso unos ojos mercurio que no me quitaron la vista de encima en ningún momento.