Harry Potter: Una lectura distinta, vol. 4
Por edwinguerrave
Copyright © J.K. Rowling, 1999-2008
El Copyright y la Marca Registrada del nombre y del personaje Harry Potter, de todos los demás nombres propios y personajes, así como de todos los símbolos y elementos relacionados, para su adaptación cinematográfica, son propiedad de Warner Bros, 2000.
El Cáliz de Fuego
CAPÍTULO 24 La primicia de Rita Skeeter
—¡Vaya! —exclamó JS, estirando su espalda—, este ha sido el capítulo más largo que se ha leído hasta ahora.
—Realmente —comentó Dil, levantándose—. Antes de seguir, ¿me permitirían ir un momento a los servicios?
—Por supuesto —cedió Dumbledore—, de hecho, considero conveniente tomarnos unos cinco minutos antes de comenzar el nuevo capítulo.
De esa forma, el atril se desvaneció y varios de los más jóvenes corrieron igualmente a los servicios, mientras Harry y Ginny se inclinaban a tomar un trago de jugo de calabaza.
—¿Cómo te terminó de ir con Neville? Digo, en el baile.
—¡Ah! —sonrió Ginny al verlo hablar con Hannah y Alisu—, todo un caballero, sin dudas; no nos separamos en ningún momento, e incluso me escoltó hasta la sala común, y cuando nos despedimos, él, muy respetuosamente, me dijo "Sé que tú querías ir al baile con Harry, y he hecho lo posible para que lo disfrutaras, a pesar de yo no ser él. Cuenta con mi eterna amistad", me besó la mano y subió a las habitaciones de los chicos. Demasiado gentil, de verdad. Y bueno, cuando iba subiendo oí la gritería de Ron y Hermione, que acababan de entrar; pero realmente estaba demasiado cansada para intentar entender lo que se decían.
—Me imagino. Esa fue una pelea terrible. Creo que venía acumulada desde el anuncio del baile.
—Sí, es lo que estábamos comentando. Además, ni él ni tú tenían la experiencia de saber tratar con las chicas.
—Lo sé —admitió Harry, derrotado.
Casi de inmediato pasaron los minutos y Alice, interesada, vio el atril frente a su asiento.
—Mmmm —suspiró, y dijo—, a ver que dice La primicia de Rita Skeeter.
Harry, Hermione, Ron y Hagrid negaron molestos, pero en silencio.
Todos se levantaron tarde el 26 de diciembre. La sala común de Gryffindor se encontraba más silenciosa de lo que había estado últimamente, y muchos bostezos salpicaban las desganadas conversaciones. El pelo de Hermione volvía a estar tan enmarañado como siempre, y ella confesó que había empleado grandes cantidades de poción alisadora; «pero es demasiado lío para hacerlo todos los días», añadió con sensatez mientras rascaba detrás de las orejas a Crookshanks, que ronroneaba.
—Realmente —admitió Seamus—, creo que nos despertamos el 25 a las seis o seis y media por el elfo, y nos acostamos pasada la medianoche, porque Ron no dejaba de gruñir mientras se cambiaba de ropa y Neville seguía recordando su baile con Ginny.
Los aludidos sonrieron apenados, y Alice puso su mano en el brazo de Neville.
Ron y Hermione parecían haber llegado al acuerdo de no tocar más el tema de su disputa. Volvían a ser muy amables el uno con el otro, aunque algo formales. Ron y Harry la pusieron al tanto de la conversación entre Madame Maxime y Hagrid, pero ella no pareció encontrar tan sorprendente la noticia de que Hagrid era un semigigante.
—Bueno, ya me lo imaginaba —dijo encogiéndose de hombros—. Sabía que no podía ser un gigante puro, porque miden unos siete metros de altura. Pero, la verdad, esa histeria con los gigantes... No creo que todos sean tan horribles. Son los mismos prejuicios que tiene la gente contra los hombres lobo. No es más que intolerancia, ¿verdad?
—En cierto modo —argumentó Remus, llamando la atención de los más jóvenes—, todas las criaturas que no son 100% magos puros tienden a recibir ese prejuicio, esa intolerancia.
—Realmente —confirmó Hermione.
Daba la impresión de que a Ron le hubiera gustado dar una respuesta mordaz, pero tal vez no quería empezar otra discusión, porque se contentó con negar con la cabeza cuando Hermione no lo veía.
Había llegado el momento de pensar en los deberes que no habían hecho durante la primera semana de vacaciones. Una vez pasado el día de Navidad, todo el mundo se sentía desinflado. Todo el mundo salvo Harry, que otra vez comenzaba a preocuparse.
El problema era que, una vez terminadas las fiestas, el 24 de febrero parecía mucho más cercano, y aún no había hecho nada para descifrar el enigma que encerraba el huevo de oro (Hermione lo vio interesada, pero Harry miraba al frente, sin comentar nada). Así pues, empezó a sacar el huevo del baúl cada vez que subía al dormitorio; lo abría y lo escuchaba con atención, esperando que algo cobrara sentido de repente. Trataba de pensar a qué le recordaba aquel sonido, aparte de a una treintena de sierras musicales, pero nunca había oído nada que se le pareciera. Cerró el huevo, lo agitó vigorosamente y lo volvió a abrir para comprobar si el sonido había cambiado, pero no era así. Intentó hacerle al huevo varias preguntas, gritando por encima de los gemidos, pero no le respondía. Incluso tiró el huevo a la otra punta del dormitorio, aunque no creyó que fuera a servirle de nada.
—Nada de lo que se me ocurriera servía —confirmó Harry.
—Y no querías atender mi consejo —dijo Cedric, provocando murmullos en la Sala. Harry sólo encogió los hombros.
Harry no olvidaba la pista que le había dado Cedric, pero los sentimientos de antipatía que éste le inspiraba entonces le hacían rechazar aquella ayuda siempre que fuera posible. En cualquier caso, le parecía que, si de verdad Cedric hubiera querido echarle una mano, habría sido algo más explícito. Él, Harry, le había explicado qué era exactamente a lo que se iba a enfrentar en la primera prueba... mientras que la idea que Cedric tenía de justa correspondencia consistía en aconsejarle que se tomara un baño. Bueno, él no necesitaba esa birria de ayuda, y menos de alguien que iba por los corredores cogido de la mano de Cho. Y así llegó el primer día del segundo trimestre, y Harry se fue a clase con el habitual peso de los libros, pergaminos y plumas, más el peso en el estómago de la preocupación por el enigma del huevo, como si también lo llevara de un lado a otro.
—¡Celos, malditos ceeeloooooooos! —atacó nuevamente el coro de bromistas, haciendo sonreir penosamente a Harry.
Todavía había una gruesa capa de nieve alrededor del colegio, y las ventanas del invernadero estaban cubiertas de un vaho tan espeso que no se podía ver nada por ellas en la clase de Herbología. Con aquel tiempo nadie tenía muchas ganas de que llegara la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas, aunque, como dijo Ron, los escregutos seguramente los harían entrar en calor, ya fuera por tener que cazarlos o porque arrojarían fuego con la suficiente intensidad para prender la cabaña de Hagrid.
Sin embargo, al llegar a la cabaña de su amigo encontraron ante la puerta a una bruja anciana de pelo gris muy corto y barbilla prominente.
—Daos prisa, vamos, ya hace cinco minutos que sonó la campana —les gritó al verlos acercarse a través de la nieve.
—¿Quién? —preguntó JS sorprendido, mirando a Hagrid, al igual que varios de los que conocían al guardabosque y profesor. Éste, simplemente señaló al pergamino delante de Alice.
—¿Quién es usted? —le preguntó Harry mirándola fijamente—. ¿Dónde está Hagrid?
—Soy la profesora Grubbly-Plank —dijo con entusiasmo—, la sustituta temporal de vuestro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas.
—¿Dónde está Hagrid? —repitió Harry.
—Está indispuesto —respondió lacónicamente la mujer.
—Qué raro —dijo con mucha seriedad Molls—, que Hagrid esté indispuesto quiere decir que algo lo está molestando.
—Como cuando pasó el problema con Buckbeak —complementó Rose, extrañada.
Hasta los oídos de Harry llegó una risa apenas audible pero desagradable. Se volvió. Estaban llegando Draco Malfoy y el resto de los de Slytherin. Todos parecían contentos, y ninguno se sorprendía de ver a la profesora Grubbly-Plank.
—Por aquí, por favor —les dijo ésta, y se encaminó a grandes pasos hacia el potrero en que tiritaban los enormes caballos de Beauxbatons.
Harry, Ron y Hermione la siguieron volviendo la vista atrás, a la cabaña de Hagrid. Habían corrido todas las cortinas. ¿Estaba allí Hagrid, solo y enfermo?
—Seguramente —mencionó Dumbledore, viendo a Hagrid, quien sólo suspiró, tan ruidosamente que asustó a Paula.
—¿Qué le pasa a Hagrid? —preguntó Harry, apresurándose para poder alcanzar a la profesora Grubbly-Plank.
—No te importa —respondió ella, como si pensara que él trataba de molestar.
—Sí me importa —replicó Harry acalorado—. ¿Qué le pasa?
La bruja no le hizo caso.
—Es decir, lo normal —refunfuñó Lily—, cuando Harry se interesaba con sinceridad de lo que ocurría a su alrededor, no le prestaban atención.
Los condujo al otro lado del potrero, donde descansaban los caballos de Beauxbatons, amontonados para protegerse del frío, y luego hacia un árbol que se alzaba en el lindero del bosque. Atado a él había un unicornio grande y muy bello.
Muchas de las chicas exclamaron «¡oooooooooooooh!» al ver al unicornio.
—¡Qué hermoso! —susurró Lavender Brown—. ¿Cómo lo atraparía? ¡Dicen que son sumamente difíciles de coger!
—Así es —indicó Hagrid, y Charlie confirmó en silencio—. Y lo conversamos en primer año, ¿recuerdas, Harry?.
—Sí, por supuesto —intervino Rose—, cuando estaban en el Bosque Prohibido, pagando el castigo por Norberta, a una pregunta del tío Harry sobre si un hombre lobo podía haber atacado al unicornio que buscaban, Hagrid dijo "No son bastante rápidos. No es tan fácil cazar un unicornio, son criaturas poderosamente mágicas. Nunca había oído que hubieran hecho daño a ninguno". Y también Firenze, el centauro, cuando rescató a tío Harry, le preguntó si sabía lo que se hacía con la sangre del unicornio; cuando mi tío le dijo que no, que sólo usaban el cuerno o los pelos de la cola del unicornio, él le dijo: "Eso es porque matar un unicornio es algo monstruoso. Sólo alguien que no tenga nada que perder y todo para ganar puede cometer semejante crimen. La sangre de unicornio te mantiene con vida, incluso si estás al borde de la muerte, pero a un precio terrible. Si uno mata algo puro e indefenso para salvarse a sí mismo, conseguirá media vida, una vida maldita, desde el momento en que la sangre toque sus labios".
Varios se estremecieron al recordar esos instantes leídos e incluso vividos.
—Pero sí —reconoció Lucy—, vivos son hermosísimos los unicornios.
El unicornio era de un blanco tan brillante que a su lado la nieve parecía gris. Piafaba nervioso con sus cascos dorados, alzando la cabeza rematada en un largo cuerno.
—¡Los chicos que se echen atrás! —exclamó con voz potente la profesora Grubbly-Plank, apartándolos con un brazo que le pegó a Harry en el pecho—. Los unicornios prefieren el toque femenino. Que las chicas pasen delante y se acerquen con cuidado. Vamos, despacio...
Ella y las chicas se acercaron poco a poco al unicornio, dejando a los chicos junto a la valla del potrero, observando.
En cuanto la profesora se alejó lo suficiente para no oírlos, Harry se dirigió a Ron.
—¿Qué crees que le pasa? ¿No habrá sido un escreg...?
—No era eso —dijo Hagrid, apenado.
—No, nadie lo ha atacado, Potter, si es lo que piensas —intervino Malfoy con voz suave—. No: lo que pasa es que le da vergüenza que vean su fea carota.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Harry. Malfoy metió la mano en un bolsillo de la túnica y sacó una página de periódico.
—Aquí tienes —dijo—. No sabes cómo lamento tener que enseñártelo, Potter.
Sonreía de satisfacción mientras Harry cogía la página, la desplegaba y la leía.
—Qué hipócrita, Malfoy —soltó Parvati, sorprendiendo a varios, incluyendo al propio Draco, quien la vio extrañado—, por eso te pasaba lo que pasaba.
Ron, Seamus, Dean y Neville miraban por encima de su hombro. Se trataba de un artículo encabezado con una foto en la que Hagrid tenía pinta de criminal.
EL GIGANTESCO ERROR DE DUMBLEDORE
—Ah, me imaginé que sería eso —rumió Molly, molesta—, una sarta de inventos de Rita Skeeter.
Albus Dumbledore, el excéntrico director del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, nunca ha tenido miedo de contratar a gente controvertida, nos cuenta Rita Skeeter, corresponsal especial. En septiembre de este año nombró profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras a Alastor Ojoloco Moody, el antiguo auror que, como todo el mundo sabe, es un cenizo y además se siente orgulloso de serlo; una decisión que causó gran sorpresa en el Ministerio de Magia, dado el bien conocido hábito que tiene Moody de atacar a cualquiera que haga un repentino movimiento en su presencia. Aun así, Ojoloco Moody parece un profesor bondadoso y responsable al lado del ser parcialmente humano que ha contratado Dumbledore para impartir la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas.
Rubeus Hagrid, que admite que fue expulsado de Hogwarts cuando cursaba tercero, ha ocupado el puesto de guardabosque del colegio desde entonces, un trabajo en el que Dumbledore lo ha puesto de forma fija. El curso pasado, sin embargo, Hagrid utilizó su misterioso ascendiente sobre el director para obtener el cargo adicional de profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas, por encima de muchos candidatos mejor cualificados.
—No recuerdo que tuviera una lista de candidatos para la asignatura —mencionó Dumbledore—, apenas Kettleburn me comentó que quería retirarse, le dije directamente a Hagrid.
Hagrid, que es un hombre enorme y de aspecto feroz, ha estado utilizando su nueva autoridad para aterrorizar a los estudiantes que tiene a su cargo con una sucesión de horripilantes criaturas. Mientras Dumbledore hace la vista gorda, Hagrid ha conseguido lesionar a varios de sus alumnos durante una serie de clases que muchos admiten que resultan «aterrorizadoras».
«A mí me atacó un hipogrifo, y a mi amigo Vincent Crabbe le dio un terrible mordisco un gusarajo», nos confiesa Draco Malfoy, un alumno de cuarto curso. «Todos odiamos a Hagrid, pero tenemos demasiado miedo para decir nada.»
Varios miraron a Draco, quien simplemente se miraba las uñas de la mano derecha.
No obstante, Hagrid no tiene intención de cesar su campaña de intimidación. El mes pasado, en conversación con una periodista de El Profeta, admitió haber creado por cruce unas criaturas a las que ha bautizado como «escregutos de cola explosiva», un cruce altamente peligroso entre mantícoras y cangrejos de fuego. Por supuesto, la creación de nuevas especies de criaturas mágicas es una actividad que el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas siempre vigila de cerca. Hagrid, según parece, se considera por encima de tales restricciones insignificantes.
—¿De dónde sacaría eso? —mencionó Hagrid, extrañado.
«Fue sólo como diversión», dice antes de apresurarse a cambiar de tema.
Por si esto no fuera bastante, El Profeta ha descubierto recientemente que Hagrid no es, como ha pretendido siempre, un mago de sangre limpia. De hecho, ni siquiera es enteramente humano.
Su madre, revelamos en exclusiva, no es otra que la giganta Fridwulfa, que en la actualidad se halla en paradero desconocido.
Brutales y sedientos de sangre, los gigantes llegaron a estar en peligro de extinción durante el pasado siglo por culpa de sus luchas fratricidas. Los pocos que sobrevivieron se unieron a las filas de El-que-no-debe-ser-nombrado, y fueron responsables de algunas de las peores matanzas de muggles que tuvieron lugar durante su reinado de terror.
En tanto que muchos de los gigantes que sirvieron a El-que-nodebe-ser-nombrado cayeron abatidos por aurores que luchaban contra las fuerzas oscuras, Fridwulfa no se hallaba entre ellos. Es posible que se uniera a una de las comunidades de gigantes que perviven en algunas cadenas montañosas del extranjero. Pero, a juzgar por las travesuras que comete en las clases de Cuidado de Criaturas Mágicas, el hijo de Fridwulfa parece haber heredado su naturaleza brutal.
Lo curioso es que, como todo Hogwarts sabe, Hagrid mantiene una amistad íntima con el muchacho que provocó la caída de Quien-ustedes-saben, y con ella la huida de la propia madre de Hagrid, como del resto de sus partidarios. Tal vez Harry Potter no se halle al corriente de la desagradable verdad sobre su enorme amigo, pero Albus Dumbledore tiene sin duda la obligación de asegurarse de que Harry Potter, al igual que sus compañeros, esté advertido de los peligros que entraña la relación con semigigantes.
—¡Vamos! —exclamó Al, molesto—, ¿Hagrid peligroso? ¿Qué se habría tomado esa mujer?
—Al…
—Es verdad, papá —se giró a ver a Harry—, para escribir eso tiene que haberse tomado una poción mal hecha.
Snape miró al hijo de Harry con interés, aunque quien intervino fue Hermione:
—Y ahora es que falta que se mencione a Rita Skeeter.
Harry terminó de leer y alzó los ojos hacia Ron, que contemplaba boquiabierto la página del periódico.
—¿Cómo se ha enterado? —susurró éste.
Pero no era eso lo que preocupaba a Harry.
—¿Qué quieres decir con eso de «todos odiamos a Hagrid»? —le espetó a Malfoy—. ¿Qué son todas estas mentiras acerca de que a ése —y señaló a Crabbe— le dio un terrible mordisco un gusarajo? ¡Ni siquiera tienen dientes!
Crabbe se reía por lo bajo, muy satisfecho de sí mismo.
—Una de las pocas cosas que hizo bien —comentó sombríamente Astoria.
—Bien, creo que esto debería poner fin a la carrera docente de ese zoquete —declaró Malfoy con ojos brillantes—. Un semigigante... ¡Y pensar que yo suponía que se había tragado una botella de crecehuesos cuando era joven! A los padres esto no les va a hacer ninguna gracia: ahora todos tendrán miedo de que se coma a sus hijos, ja, ja...
—¡Mald...!
—¡Ronald! —exclamó Molly, aunque estaba colorada de la rabia.
—¡No fui yo, mamá!
—¿Estáis atendiendo, por ahí?
La voz de la profesora Grubbly-Plank llegó hasta ellos; las chicas se arracimaban en torno al unicornio, acariciándolo. Harry sentía tanta ira que el artículo de El Profeta le temblaba en las manos mientras se volvía con la mirada perdida hacia el unicornio, cuyas propiedades mágicas enumeraba en aquel instante la profesora en voz alta, para que los chicos también se enteraran.
—¡Espero que se quede esta mujer! —dijo Parvati Patil al terminar la clase, cuando todos se dirigían hacia el castillo para la comida—. Esto se parece más a lo que yo me imaginaba de Cuidado de Criaturas Mágicas: criaturas hermosas como los unicornios, no monstruos...
—Pasa como en todos los aspectos de la vida —reflexionó Dumbledore—, hay aspectos hermosos y otros que no lo son tanto. Nunca se podría complacer a todos al mismo tiempo.
Los profesores, a excepción de Snape, asintieron.
—¿Y qué me dices de Hagrid? —replicó Harry enfadado, subiendo la pequeña escalinata.
—¿Hagrid? —contestó Parvati con dureza—. Puede seguir siendo guardabosque, ¿no?
Desde el baile, Parvati se había mostrado muy fría con Harry. Éste reconocía que debería haberse mostrado más atento con su compañera de baile; pero, después de todo, ella no lo había pasado nada mal. De hecho, le contaba a todo el mundo que estuviera dispuesto a escucharla que se había citado con el chico de Beauxbatons en Hogsmeade el siguiente día que tuvieran permiso para ir allí.
—Sí, es verdad —admitió Parvati, aunque sin la altivez con la que Alice la había retratado en su lectura—, yo también te pido disculpas, Harry.
—Tranquila —respondió el aludido, levantando las manos en son de paz.
—Ha sido una buena clase —comentó Hermione cuando entraron en el Gran Comedor—. Yo no sabía ni la mitad de las cosas que la profesora Grubbly-Plank nos ha dicho sobre los unic...
—¡Mira esto! —la cortó Harry, y le puso bajo la nariz el artículo de El Profeta.
Hermione leyó con la boca abierta. Reaccionó exactamente igual que Ron.
—¿Cómo se ha podido enterar esa espantosa Skeeter? ¿Creéis que se lo diría Hagrid?
—No —contestó Harry, que se abrió camino hasta la mesa de Gryffindor y se echó sobre una silla, furioso—. Ni siquiera nos lo dijo a nosotros. Supongo que le pondría de los nervios que Hagrid no quisiera decirle un montón de cosas negativas sobre mí, y se ha dedicado a hurgar para desquitarse con él.
—Tal vez lo oyó decírselo a Madame Maxime durante el baile —sugirió Hermione en voz baja.
—Mmmmmmm —se oyó la voz de Rose meditando.
—¡La habríamos visto en el jardín! —objetó Ron—. Además, se supone que no puede volver a entrar en el colegio. Hagrid dijo que Dumbledore se lo había prohibido...
—A lo mejor tiene una capa invisible —dijo Harry, sirviéndose en el plato un cazo de guiso de pollo, con tanta furia contenida que lo salpicó por todas partes—. Es el tipo de cosas que haría, ¿no?: ocultarse entre los arbustos para espiar a la gente.
—Que no era de extrañar —ratificó Harry—, si metía a la gente en armarios de limpieza o aparecía de detrás de árboles.
—¿Como tú y Ron, te refieres? —preguntó Hermione.
—¡Nosotros no pretendíamos oír! —repuso Ron indignado—. ¡No nos quedó otro remedio! ¡El muy tonto, hablando sobre la giganta de su madre donde cualquiera podía oírlo!
—Perdón, Hagrid —se adelantó Ron al reclamo que Molly estaba a punto de hacer.
—Está bien, Ron —admitió el guardabosque—, tienes razón, fue tonto de mi parte.
—Tenemos que ir a verlo —dijo Harry—. Esta noche, después de Adivinación. Para decirle que queremos que vuelva... ¿Tú quieres que vuelva? —le preguntó a Hermione.
—Yo... bueno, no voy a fingir que no me haya gustado este agradable cambio, tener por una vez una clase de Cuidado de Criaturas Mágicas como Dios manda... ¡pero quiero que vuelva Hagrid, por supuesto que sí! —se apresuró a añadir Hermione, temblando ante la furiosa mirada de Harry.
—Harry cuando mira furioso es impactante —reconoció Hermione.
—¿Me lo dices o me lo confirmas, tía? —preguntó JS, provocando risas.
—Herencia de la pelirroja —dijo Sirius, a lo que Lily respondió con una mirada de sorpresa.
—Es verdad, amor —le dijo James—, tus miradas molesta son intimidantes.
Snape, por primera vez en mucho tiempo, asintió evidentemente a lo dicho por alguien, aunque mantuvo su imperturbabilidad general.
De forma que esa noche, después de cenar, los tres volvieron a salir del castillo y se fueron por los helados terrenos del colegio hacia la cabaña de Hagrid. Llamaron a la puerta, y les respondieron los atronadores ladridos de Fang.
—¡Somos nosotros, Hagrid! —gritó Harry, aporreando la puerta—. ¡Abre!
No respondió. Oyeron a Fang arañar la puerta, quejumbroso, pero ésta siguió cerrada. Llamaron durante otros diez minutos, y Ron incluso golpeó en una de las ventanas, pero no obtuvieron respuesta.
—¿Por qué nos evita? —se lamentó Hermione, cuando finalmente desistieron y emprendieron el regreso al colegio—. Espero que no crea que a nosotros nos importa que sea un semigigante.
Pero parecía que a Hagrid sí le importaba, porque no vieron ni rastro de él en toda la semana.
—Admito que eso me afectó muchísimo —reconoció Hagrid—, y derrumbó toda la confianza que tenía.
No hizo acto de presencia en la mesa de los profesores a las horas de comer, no lo vieron ir a cumplir con sus obligaciones como guardabosque, y la profesora Grubbly-Plank siguió haciéndose cargo de las clases de Cuidado de Criaturas Mágicas. Malfoy se relamía de gusto siempre que podía.
—¿Se ha perdido vuestro amigo el híbrido? —le susurraba a Harry siempre que había algún profesor cerca, para que éste no pudiera tomar represalias—. ¿Se ha perdido el hombre elefante?
—Es muy distinto un "hombre elefante" a un "semigigante" —indicó Arthur—. No es mi área de experticia, pero recuerdo que un sanador en San Mungo me comentó que un "hombre elefante" es aquel que nace con una malformación en las piernas y pies, que hace que se parezcan a las patas de un elefante; incluso los brazos y manos pueden tener esa malformación.
Dumbledore asintió en silencio, mientras Draco sólo soltaba el aire con más fuerza de lo normal.
Había una visita programada a Hogsmeade para mediados de enero. Hermione se sorprendió mucho de que Harry pensara ir.
—Pensé que querrías aprovechar la oportunidad de tener la sala común en silencio —comentó—. Tienes que ponerte en serio a pensar en el enigma.
—¡Ah...! Creo... creo que ya estoy sobre la pista —mintió Harry.
—¿Mentiste? —le reclamó Lily, a lo que Harry sólo respondió:
—Relativamente, mamá. No quería confiarme por completo de la pista que me había dado Cedric, pero tampoco quería que Hermione me siguiera dando la lata.
—¿De verdad? —dijo Hermione, impresionada—. ¡Bien hecho!
La sensación de culpa le provocó un retortijón de tripas, pero no hizo caso. Después de todo, todavía le quedaban cinco semanas para meditar en el enigma, y eso era como cinco siglos. Además, si iba a Hogsmeade, tal vez pudiera encontrarse con Hagrid y persuadirlo de que volviera.
Él, Ron y Hermione salieron del castillo el sábado, y atravesaron el campo húmedo y frío en dirección a las verjas. Al pasar junto al barco anclado en el lago, vieron salir a cubierta a Viktor Krum, sin otra prenda de ropa que el bañador.
A pesar de su delgadez debía de ser bastante fuerte, porque se subió a la borda, estiró los brazos y se tiró al lago.
—¡Qué! —exclamó JS—, ¡Se lanzó al lago en pleno enero! ¡Se volvió loco y no avisó!
Alice sonrió mientras las carcajadas sonaban.
—¡Está loco! —exclamó Harry, mirando fijamente el renegrido pelo de Krum cuando su cabeza asomó en el medio del lago—. ¡Es enero, debe de estar helado!
—Lo que dije —admitió JS, satisfecho.
—Hace mucho más frío en el lugar del que viene —comentó Hermione—. Supongo que para él está tibia.
—Sí, pero además está el calamar gigante —señaló Ron. No parecía preocupado, más bien esperanzado. Hermione notó el tono de su voz, y le puso mala cara.
—Ron —dijo Fred—, no esperaba menos de ti.
—Especialmente en esos momentos —complementó George, provocando más risas.
—Es realmente majo, ¿sabéis? —dijo ella—. No es lo que uno podría pensar de alguien de Durmstrang. Me ha dicho que esto le gusta mucho más.
Ron no dijo nada. No había mencionado a Viktor Krum desde el baile, pero el 26 de diciembre Harry había encontrado bajo la cama un brazo en miniatura que tenía toda la pinta de haber sido desgajado de alguna figura que llevara la túnica de quidditch del equipo de Bulgaria.
Nuevamente sonaron carcajadas, haciendo que Ron se ruborizara.
Mientras recorrían la calle principal, cubierta de nieve enfangada, Harry estuvo muy atento por si vislumbraba a Hagrid, y propuso visitar Las Tres Escobas después de asegurarse de que éste no estaba en ninguna tienda.
La taberna se hallaba tan abarrotada como siempre, pero un rápido vistazo a todas las mesas reveló que Hagrid no se encontraba allí. Desanimado, Harry fue hasta la barra con Ron y Hermione, le pidió a la señora Rosmerta tres cervezas de mantequilla, y lamentó no haberse quedado en Hogwarts escuchando los gemidos del huevo de oro.
—No me imaginaba que habían estado tan preocupados por mí —admitió Hagrid, emocionado.
—La duda ofende —replicó James.
—Hagrid sabe que no dudaríamos de él —recalcó Harry.
—Pero ¿es que ese hombre no va nunca a trabajar? —susurró Hermione de repente—. ¡Mirad!
Señaló el espejo que había tras la barra, y Harry vio a Ludo Bagman allí reflejado, sentado en un rincón oscuro con unos cuantos duendes. Bagman les hablaba a los duendes en voz baja y muy despacio, y ellos lo escuchaban con los brazos cruzados y miradas amenazadoras.
Harry se dijo que era bastante raro que Bagman estuviera allí, en Las Tres Escobas, un fin de semana, cuando no había ningún acontecimiento relacionado con el Torneo y, por lo tanto, nada que juzgar. Miró el reflejo de Bagman. Parecía de nuevo tenso, tanto como lo había estado en el bosque aquella noche antes de que apareciera la Marca Tenebrosa.
—Interesante —comentó Rose, pensativa.
Pero en aquel momento Bagman miró hacia la barra, vio a Harry y se levantó.
—¡Un momento, sólo un momento! —oyó que les decía a los duendes, y Bagman se apresuró a acercarse a él cruzando la taberna—. ¡Harry! ¿Cómo estás? —lo saludó; había recuperado su sonrisa infantil—. ¡Tenía ganas de encontrarme contigo! ¿Va todo bien?
—Sí, gracias —respondió Harry.
—Me pregunto si podría decirte algo en privado, Harry —dijo Bagman—. ¿Nos podríais disculpar un momento?
—Eh... vale —repuso Ron, y se fue con Hermione en busca de una mesa. Bagman condujo a Harry hasta el rincón de la taberna más alejado de la señora Rosmerta.
—Eso sí que está raro —comentó Louis, extrañado.
—¿Bagman conversando con duendes? —dijo Bill, igualmente suspicaz—, quizás estaba metido en problemas de apuestas. Hacer negocios con los duendes no es sencillo.
—Bueno, sólo quería felicitarte por tu espléndida actuación ante el colacuerno húngaro, Harry —dijo Bagman—. Fue realmente soberbia.
—Gracias —contestó Harry, pero sabía que aquello no era todo lo que Bagman quería decirle, porque sin duda podía haberlo felicitado delante de Ron y Hermione. Sin embargo, Bagman no parecía tener ninguna prisa por hablar. Harry lo vio mirar por el espejo a los duendes, que a su vez los observaban a ellos en silencio con sus ojos oscuros y rasgados—. Una absoluta pesadilla —dijo Bagman en voz baja al notar que Harry también observaba a los duendes—. Su inglés no es muy bueno... Es como volver a entendérselas con todos los búlgaros en los Mundiales de quidditch... pero al menos aquéllos utilizaban unos signos que cualquier otro ser humano podía entender. Estos parlotean duendigonza... y yo sólo sé una palabra en duendigonza: bladvak, que significa «pico de cavar». Y no quiero utilizarla por miedo a que crean que los estoy amenazando —Se rió con una risa breve y retumbante.
—¿Qué quieren? —preguntó Harry, notando que los duendes no dejaban de vigilar a Bagman.
—No creo que te lo dijera —mencionó Bill, serio.
—Eh... bueno... —dijo Bagman, que de pronto pareció muy nervioso—. Buscan a Barty Crouch.
—¿Y por qué lo buscan aquí? —se extrañó Harry—. Estará en el Ministerio, en Londres, ¿no?
—Eh... en realidad no tengo ni idea de dónde está —reconoció Bagman—. Digamos que... ha dejado de acudir al trabajo. Ya lleva ausente dos semanas. El joven Percy, su ayudante, asegura que está enfermo. Parece que ha estado enviando instrucciones por lechuza mensajera. Pero te ruego que no le digas nada de esto a nadie, porque Rita Skeeter mete las narices por todas partes, y es capaz de convertir la enfermedad de Barty en algo siniestro. Probablemente diría que ha desaparecido como Bertha Jorkins.
—No creo que sea eso —insistió Bill.
—¿Se sabe algo de Bertha Jorkins? —preguntó Harry.
—No —contestó Bagman, recuperando su aspecto tenso—. He puesto a alguna gente en su busca —«¡A buena hora!», pensó Harry—, y todo resulta muy extraño. Hemos comprobado que llegó a Albania, porque allí se vio con su primo segundo. Y luego dejó la casa de su primo para trasladarse al sur a visitar a su tía. Pero parece que desapareció por el camino sin dejar rastro. Que me parta un rayo si comprendo dónde se ha metido. No parece el tipo de persona que se fugaría con alguien, por ejemplo... Pero ¿qué hacemos hablando de duendes y de Bertha Jorkins? Lo que quería preguntarte es cómo te va con el huevo de oro.
—Un clásico cambio de tema —comentó Charlie, extrañado.
—Eh... no muy mal —mintió Harry. Pero, al parecer, Bagman se dio cuenta de que Harry no era sincero.
—Escucha, Harry —dijo en voz muy baja—, todo esto me hace sentirme culpable. Te metieron en el Torneo, tú no te presentaste, y... —su voz se hizo tan sutil que Harry tuvo que inclinarse para escuchar— si puedo ayudarte, darte un empujoncito en la dirección correcta... Siento debilidad por ti... ¡La manera en que burlaste al dragón! Bueno, sólo espero una indicación por tu parte.
Harry miró la cara de Bagman, redonda y sonrosada, y los azules ojos de bebé, completamente abiertos.
—Se supone que tenemos que descifrarlo por nosotros mismos, ¿no? —repuso, poniendo mucho cuidado en decirlo como sin darle importancia y que no sonara a una acusación contra el director del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos.
—Algo sumamente difícil —reconoció el propio Harry.
—Bueno, sí —admitió Bagman—, pero... En fin, Harry, todos queremos que gane Hogwarts, ¿no?
—¿Le ha ofrecido ayuda a Cedric?
Bagman frunció levemente el entrecejo.
—No, no lo he hecho —reconoció—. Yo... bueno, como te dije, siento debilidad por ti. Por eso pensé en ofrecerte...
—Bueno, gracias —respondió Harry—, pero creo que ya casi lo tengo... Me faltan un par de días.
No sabía muy bien por qué rechazaba la ayuda de Bagman. Tal vez fuera porque era para él casi un extraño, y aceptar su ayuda le parecía que estaba mucho más cerca de hacer trampas que si se la pedía a Ron, Hermione o Sirius.
—Tiene lógica —comentó el propio Sirius, llamando la atención de James—, no es cuestión de que lo ayude, sino la confianza que le pueda tener.
Bagman parecía casi ofendido, pero no pudo decir mucho más porque en ese momento se acercaron Fred y George.
—Hola, señor Bagman —saludó Fred con entusiasmo—. ¿Podemos invitarlo?
—Eh... no —contestó Bagman, dirigiéndole a Harry una última mirada decepcionada—. No, muchachos, muchas gracias.
Fred y George se quedaron tan decepcionados como Bagman, que miraba a Harry como si éste lo hubiera defraudado.
—Hay algo malo entre los tíos gemelos y el señor Bagman —reflexionó Dom, llamando la atención de sus padres—, ¿tendrá que ver con la apuesta de la final del Mundial de Quidditch?
—Yo creo que sí, Nique —indicó Rose, pensativa.
—Bueno, tengo prisa —dijo—. Me alegro de veros a todos. Buena suerte, Harry.
Salió de la taberna a toda prisa. Los duendes se levantaron de las sillas y fueron tras él. Harry se reunió con Ron y Hermione.
—¿Qué quería? —preguntó Ron en cuanto Harry se sentó.
—Quería ayudarme con el huevo de oro —explicó Harry.
—¡Eso no está bien! —exclamó Hermione muy sorprendida—. ¡Es uno de los jueces! Y además, tú ya lo tienes, ¿no?
—Eh... casi —repuso Harry.
—¡Bueno, no creo que a Dumbledore le gustara enterarse de que Barman intenta convencerte de que hagas trampa! —opinó Hermione, con expresión muy reprobatoria—. ¡Espero que intente ayudar igual a Cedric!
—Pues no. Se lo he preguntado —respondió Harry.
—Le apostó a los duendes que Harry gana —aventuró Roxanne.
—No me extrañaría —mencionó Bill, ceñudo.
—¿Y a quién le importa si a Diggory lo están ayudando? —dijo Ron. Harry, en su interior, se mostró de acuerdo con su amigo.
—Esos duendes no parecían muy amistosos —comentó Hermione, sorbiendo la cerveza de mantequilla—. ¿Qué harían aquí?
—Según Bagman, buscar a Crouch —explicó Harry—. Sigue enfermo. No ha ido a trabajar.
—A lo mejor lo está envenenando Percy —sugirió Ron—. Probablemente piensa que, si Crouch la palma, a él lo nombrarán director del Departamento de Cooperación Mágica Internacional.
Hermione le dirigió a Ron una mirada que quería significar «no se bromea sobre esas cosas» (—Justo lo que iba a decir —indicó Molly, sumamente molesta, mientras Percy veía a su hermano, totalmente palidecido), y dijo:
—Es curioso que los duendes busquen al señor Crouch... Normalmente tratarían con el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas.
—Pero Crouch sabe un montón de lenguas —le recordó Harry—. A lo mejor buscan un intérprete.
—¿Ahora te preocupas por los duendecitos? —inquirió Ron—. ¿Estás pensando en fundar la S.P.A.D.A., o algo así? ¿La Sociedad Protectora de los Asquerosos Duendes Atontados?
—Ja, ja, ja —replicó Hermione con sarcasmo—. Los duendes no necesitan protección. ¿No os habéis enterado de lo que ha contado el profesor Binns sobre las revueltas de los duendes?
—Pero lo duuudooooooooo… —saltó el coro de bromistas, provocando risas.
—No —respondieron al unísono Harry y Ron.
—Bueno, pues son perfectamente capaces de tratar con los magos —dijo Hermione sorbiendo más cerveza de mantequilla—. Son muy listos. No son como los elfos domésticos, que nunca defienden sus derechos.
—¡Oh! —exclamó Ron, mirando hacia la puerta.
Acababa de entrar Rita Skeeter. Aquel día llevaba una túnica amarillo plátano y las uñas pintadas de un impactante color rosa, e iba acompañada de su barrigudo fotógrafo. Pidió bebidas, y junto con su fotógrafo pasó por en medio de la multitud hasta una mesa cercana a la de Harry, Ron y Hermione, que la miraban mientras se acercaba. Hablaba rápido y parecía muy satisfecha por algo.
—No me extrañaría —comentó Frank, asqueado, al igual que varios en la Sala.
—... no parecía muy contento de hablar con nosotros, ¿verdad, Bozo? ¿Por qué será, a ti qué te parece? ¿Y qué hará con todos esos duendes tras él? ¿Les estaría enseñando la aldea? ¡Qué absurdo! Siempre ha sido un mentiroso. ¿Estará tramando algo? ¿Crees que deberíamos investigar un poco? El infortunado ex director de Deportes Mágicos, Ludo Bagman... Ése es un comienzo con mucha garra, Bozo: sólo necesitamos encontrar una historia a la altura del titular.
—¿Qué, tratando de arruinar la vida de alguien más? —preguntó Harry en voz muy alta.
Algunos se volvieron a mirar. Al ver quién le hablaba, Rita Skeeter abrió mucho los ojos, escudados tras las gafas con incrustaciones.
—¡Harry! —dijo sonriendo—. ¡Qué divino! ¿Por qué no te sientas con nos...?
—No me acercaría a usted ni con una escoba de diez metros —contestó Harry furioso—. ¿Por qué le ha hecho eso a Hagrid?
—Buena reacción, Harry —mencionó Lily, satisfecha.
Rita Skeeter levantó sus perfiladísimas cejas.
—Nuestros lectores tienen derecho a saber la verdad, Harry. Sólo cumplo con mi...
—¿Y qué más da que sea un semigigante? —gritó Harry—. ¡Él no tiene nada de malo!
Toda la taberna se había sumido en el silencio. La señora Rosmerta observaba desde detrás de la barra, sin darse cuenta de que el pichel que llenaba de hidromiel rebosaba.
La sonrisa de Rita Skeeter vaciló muy ligeramente, pero casi de inmediato tiró de los músculos de la cara para volver a fijarla en su lugar.
—Realmente las descripciones de Harry son lo mejor —insistió Dil.
—Es que se le notaba a kilómetros —confirmó Harry, suspirando violentamente.
Abrió el bolso de piel de cocodrilo, sacó la pluma a vuelapluma y le preguntó:
—¿Me concederías una entrevista para hablarme del Hagrid que tú conoces?, ¿el hombre que hay detrás de los músculos?, ¿sobre vuestra inaudita amistad y las razones que hay para ella? ¿Crees que puede ser para ti algo así como un sustituto del padre?
Hermione se levantó de pronto, agarrando la cerveza de mantequilla como si fuera una granada.
—¡Es usted una mujer horrible! —le dijo con los dientes apretados—. No le importa nada con tal de conseguir su historia, ¿verdad? Cualquiera valdrá, ¿eh? Hasta Ludo Bagman...
—Siéntate, estúpida, y no hables de lo que no entiendes —contestó fríamente Rita Skeeter, arrojándole a Hermione una dura mirada—. Yo sé cosas sobre Ludo Bagman que te pondrían los pelos de punta... y casi les iría bien —añadió, observando el pelo de Hermione.
—Esa malnacida —soltó Molly, sumamente molesta, lo que sorprendió a todos los Weasley.
—¡Mamá! —exclamó Ginny, haciéndola sonrojar.
—Vámonos —dijo Hermione—. Vamos, Harry... Ron.
Salieron. Mucha gente los observó mientras se iban. Harry miró atrás al llegar a la puerta: la pluma a vuelapluma de Rita Skeeter estaba fuera del bolso y se deslizaba de un lado a otro por encima de un pedazo de pergamino puesto sobre la mesa.
—Ahora la tomará contigo, Hermione —dijo Ron con voz baja y preocupada mientras subían la calle, deshaciendo el camino por el que habían llegado.
—¡Que lo intente! —replicó Hermione con voz chillona. Temblaba de rabia—. ¡Ya verá! ¿Conque soy una estúpida? Pagará por esto. Primero Harry, luego Hagrid...
—No hay que hacer enfadar a Rita Skeeter —añadió Ron nervioso—. Te lo digo en serio, Hermione. Te buscará algo para ponerte en evidencia...
—¡Mis padres no leen El Profeta, así que no me va a meter miedo! —contestó Hermione, dando tales zancadas que a Harry y Ron les costaba trabajo seguirla. La última vez que Harry había visto a Hermione tan enfadada, le había pegado una bofetada a Draco Malfoy—. ¡Y Hagrid no va a seguir escondiendo la cabeza! ¡Nunca tendría que haber permitido que lo alterara esa imitación de ser humano! ¡Vamos!
—Tus padres no, Hermione —comentó Hannah, algo afectada—, pero sí muchos de los que estábamos en Hogwarts.
—Después me dí cuenta de eso, Hannah —admitió Hermione, sorprendida por la descripción que Harry había hecho de su reacción.
Hermione echó a correr y precedió a sus amigos durante todo el camino de vuelta por la carretera, a través de las verjas flanqueadas por cerdos alados y de los terrenos del colegio, hacia la cabaña de Hagrid.
Las cortinas seguían corridas, y al acercarse oyeron los ladridos de Fang.
—¡Hagrid! —gritó Hermione, aporreando la puerta delantera—. ¡Ya está bien, Hagrid! ¡Sabemos que estás ahí dentro! ¡A nadie le importa que tu madre fuera una giganta! ¡No puedes permitir que esa asquerosa de Skeeter te haga esto! ¡Sal, Hagrid, deja de...!
Se abrió la puerta. Hermione dijo «hacer el... » y se calló de repente, porque acababa de encontrarse cara a cara no con Hagrid sino con Albus Dumbledore.
La explosión de risas hizo que Hermione se ruborizara a más no poder. Dumbledore sonreía con un brillo especial en sus ojos, mientras que Hagrid, apenado, simplemente sonreía.
—Buenas tardes —saludó el director en tono agradable, sonriéndoles.
—Que... que... queríamos ver a Hagrid —dijo Hermione con timidez.
—Sí, lo suponía —repuso Dumbledore con ojos risueños—. ¿Por qué no entráis?
—Ah... eh... bien —aceptó Hermione.
Los tres amigos entraron en la cabaña. En cuanto Harry cruzó la puerta, Fang se abalanzó sobre él ladrando como loco, e intentó lamerle las orejas. Harry se libró de Fang y miró a su alrededor. Hagrid estaba sentado a la mesa, en la que había dos tazas de té. Parecía hallarse en un estado deplorable. Tenía manchas en la cara, y los ojos hinchados, y, en cuanto al cabello, se había pasado al otro extremo: lejos de intentar dominarlo, en aquellos momentos parecía un entramado de alambres.
Hagrid vio a Harry sorprendido, y levantó las manos como preguntando si era cierto, a lo que Harry afirmó en silencio, aunque se oían carcajadas de parte de los más jóvenes.
—Hola, Hagrid —saludó Harry.
Hagrid levantó la vista.
—... la —respondió, con la voz muy tomada.
—Creo que nos hará falta más té —dijo Dumbledore, cerrando la puerta tras ellos.
Sacó la varita e hizo una floritura con ella, y en medio del aire apareció, dando vueltas, una bandeja con el servicio de té y un plato de bizcochos. Dumbledore la hizo posarse sobre la mesa, y todos se sentaron. Hubo una breve pausa, y luego el director dijo:
—¿Has oído por casualidad lo que gritaba la señorita Granger, Hagrid?
Hermione se puso algo colorada, pero Dumbledore le sonrió y prosiguió:
—Parece ser que Hermione, Harry y Ron aún quieren ser amigos tuyos, a juzgar por la forma en que intentaban echar la puerta abajo.
—¡Siempre! —exclamó Harry—, no importa lo que digan de ti.
—Al menos fuiste más respetuoso hoy de lo que fuiste en aquel momento —mencionó Alice, con una amplia sonrisa.
—¡Por supuesto que sí! —exclamó Harry mirando a Hagrid—. Te tiene que importar un bledo lo que esa vaca... Perdón, profesor —añadió apresuradamente, mirando a Dumbledore.
—Me he vuelto sordo por un momento y no tengo la menor idea de qué es lo que has dicho —dijo Dumbledore, jugando con los pulgares y mirando al techo.
Nuevamente, las risas llenaron el ambiente, provocando el sonrojo en Harry.
—Eh... bien —dijo Harry mansamente—. Sólo quería decir... ¿Cómo pudiste pensar, Hagrid, que a nosotros podía importarnos lo que esa... mujer escribió de ti?
Dos gruesas lágrimas se desprendieron de los ojos color azabache de Hagrid y cayeron lentamente sobre la barba enmarañada.
—Aquí tienes la prueba de lo que te he estado diciendo, Hagrid —dijo Dumbledore, sin dejar de mirar al techo—. Ya te he mostrado las innumerables cartas de padres que te recuerdan de cuando estudiaron aquí, diciéndome en términos muy claros que, si yo te despidiera, ellos tomarían cartas en el asunto.
—No todos —repuso Hagrid con voz ronca—. No todos los padres quieren que me quede.
—Si acaso —indicó Sirius—, los padres como Malfoy, Crabbe, Goyle o Parkinson.
—Sí —reconoció Draco—, entre varios, mi padre.
—Realmente, Hagrid, si lo que buscas es la aprobación de todo el mundo, me temo que te quedarás en esta cabaña durante mucho tiempo —replicó Dumbledore, mirando severamente por encima de los cristales de sus gafas de media luna—. Desde que me convertí en el director de este colegio no ha pasado una semana sin que haya recibido al menos una lechuza con quejas por la manera en que llevo las cosas. Pero ¿qué tendría que hacer? ¿Encerrarme en mi estudio y negarme a hablar con nadie?
—Ya... pero tú no eres un semigigante —contestó Hagrid con voz ronca.
—¡Hagrid, mira los parientes que tengo yo! —dijo Harry furioso—. ¡Mira a los Dursley!
—Bien observado —aprobó el profesor Dumbledore—. Mi propio hermano, Aberforth, fue perseguido por practicar encantamientos inapropiados en una cabra. Salió todo en los periódicos, pero ¿crees que Aberforth se escondió? ¡No lo hizo! ¡Siguió con lo suyo, como de costumbre, con la cabeza bien alta! La verdad es que no estoy seguro de que sepa leer, así que tal vez no fuera cuestión de valentía...
—Cada familia tiene sus particularidades —comentó Frank, a lo que Alice asintió en silencio, para después retomar la lectura.
—Vuelve a las clases, Hagrid —pidió Hermione en voz baja—. Vuelve, por favor: te echamos de menos.
Hagrid tragó saliva. Nuevas lágrimas se derramaron por sus mejillas hasta la barba. Dumbledore se levantó.
—Me niego a aceptar tu dimisión, Hagrid, y espero que vuelvas al trabajo el lunes —dijo—. Nos veremos en el Gran Comedor para desayunar, a las ocho y media. No quiero excusas. Buenas tardes a todos.
Dumbledore salió de la cabaña, deteniéndose sólo para rascarle las orejas a Fang. Cuando la puerta se hubo cerrado tras él, Hagrid comenzó a sollozar tapándose la cara con las manos, del tamaño de ruedas de coche. Hermione le dio unas palmadas en el brazo, y al final Hagrid levantó la vista, con los ojos enrojecidos, y dijo:
—Dumbledore es un gran hombre... un gran hombre...
—Gracias —le dijo Dumbledore.
—Siempre lo he dicho y siempre lo dire —ratificó Hagrid.
—Sí que lo es —afirmó Ron—. ¿Me puedo tomar uno de estos bizcochos, Hagrid?
Molly sólo negó en silencio, mientras los Weasley se reían en distintos niveles de intensidad.
—Todos los que quieras —contestó Hagrid, secándose los ojos con el reverso de la mano—. Tiene razón, desde luego; todos tenéis razón: he sido un tonto. A mi padre le hubiera dado vergüenza la forma en que me he comportado... —Derramó más lágrimas, pero se las secó con decisión y dijo—: Nunca os he enseñado fotos de mi padre, ¿verdad? Aquí tengo una...
Hagrid se levantó, fue al aparador, abrió un cajón y sacó de él una foto de un mago de corta estatura. Tenía los mismos ojos negros de él, y sonreía sentado sobre el hombro de su hijo. Hagrid debía de medir entonces sus buenos dos metros y medio de altura, a juzgar por el manzano que había a su lado, pero su rostro era lampiño, joven, redondo y suave: seguramente no tendría más de once años.
—¿Por qué nosotros nunca vimos esa foto, Hagrid?
La pregunta de James no pasó desapercibida para la Sala.
—Porque creo que nunca hablamos de mi padre, James.
—Abuelo... —Lilu, sorprendida, le alargó una foto, que correspondía exactamente a la que Harry había descrito—. Me cayó en la mano.
—Woooow —sólo exclamó James al ver la foto, para después mostrársela a Lily y pasársela a Sirius, quien, impactado, se la pasó a Remus y Tonks.
Luego de unos minutos en que la foto recorrió las manos de todos los más jóvenes y sus padres, llegó a las manos de Hagrid, quien sonrió al ver nuevamente a su padre. En ese momento, Alice retomó la lectura.
—Fue tomada justo después de que entré en Hogwarts —dijo Hagrid con voz ronca—. Mi padre se sentía muy satisfecho... aunque yo no pudiera ser mago, porque mi madre... Ya sabéis. Naturalmente, nunca fui nada del otro mundo en esto de la magia, pero al menos no llegó a enterarse de mi expulsión. Murió cuando yo estaba en segundo. Dumbledore fue el único que me defendió después de que faltó mi padre. Me dio el puesto de guardabosque... Confía en la gente. Le da a todo el mundo una segunda oportunidad: eso es lo que lo diferencia de otros directores. Aceptará a cualquiera en Hogwarts, mientras valga. Sabe que uno puede merecer la pena incluso aunque su familia no haya sido... bueno... del todo respetable. Pero hay quien no lo comprende. Los hay que siempre están contra uno... Los hay que pretenden que simplemente tienen esqueleto grande en vez de levantarse y decir: soy lo que soy, no me avergüenzo. Mi padre me decía que no me avergonzara nunca, que había quien estaría contra mí, pero que no merecía la pena molestarse por ellos. Y tenía razón. He sido un idiota. Y, en cuanto a ella, no voy a volver a preocuparme, os lo prometo. Esqueleto grande... Ya le daré esqueleto grande.
—Uuuuupaaaaaaaaa —los bromistas de tres generaciones hicieron ruborizar a Hagrid y reir a varios en la Sala.
Harry, Ron y Hermione se miraron nerviosos unos a otros. Harry antes se hubiera llevado de paseo a cincuenta escregutos que admitir ante Hagrid que había escuchado su conversación con Madame Maxime, pero Hagrid seguía hablando, aparentemente inconsciente de haber dicho algo extraño.
—¿Sabes una cosa, Harry? —dijo, apartando la mirada de la fotografía de su padre, con los ojos muy brillantes—. Cuando te vi por primera vez, me recordaste un poco a mí mismo. Tus padres muertos, y tú te sentías como si no te merecieras venir a Hogwarts, ¿recuerdas? ¡Y ahora mírate! ¡Campeón del colegio! —Miró a Harry un instante y luego dijo, muy serio—: ¿Sabes lo que me gustaría, Harry? Me gustaría que ganaras, de verdad. Eso les enseñaría a todos... que no hay que ser de sangre limpia para conseguirlo. No te tienes que avergonzar de lo que eres. Eso les enseñaría que es Dumbledore el que tiene razón dejando entrar a cualquiera siempre y cuando sea capaz de hacer magia. ¿Cómo te va con ese huevo, Harry?
—Muy bien —dijo Harry—. Genial.
—No podía decirte que no lo había resuelto —le aclaró Harry, a lo que Hagrid le restó importancia.
En el entristecido rostro de Hagrid se dibujó una amplia sonrisa.
—Ése es mi chico... Muéstraselo, Harry, muéstrales quién eres. Véncelos.
No era lo mismo mentir a los demás que hacerlo con Hagrid. Aquella tarde Harry volvió al castillo con Ron y Hermione, incapaz de desvanecer la imagen de la expresión de contento en la cara de Hagrid cuando se lo había imaginado ganando el Torneo. El incomprensible huevo pesaba aquella noche más que nunca en la conciencia de Harry, y, cuando volvió a la cama, se había forjado un propósito muy claro: era ya hora de tragarse el orgullo y ver si la pista de Cedric conducía a alguna parte.
—Qué bien —indicó Cedric—, ya iba a pensar que no me harías caso.
—No era precisamente eso… —intentó justificarse Harry, pero los bromistas, incentivando el alboroto, interrumpieron con su coro:
—¡Celos, malditos ceeeelooooooooss!
Luego de las risas, Alice colocó el pergamino en el atril, y en el instante que se separó de ella, la voz de la Sala preguntó:
—¿Les parece bien leer un capítulo más para después almorzar, o prefieren adelantar el almuerzo?
Se generaron rumores, y de alguna manera, los "jefes de familia" fueron dando su opinión a favor o en contra de leer un capítulo más. Finalmente, Harry dijo:
—Creo que estamos de acuerdo en leer el próximo capítulo y después almorzar, ¿sí?
La mayoría acepto con mucho alboroto, por lo que el atril se movió hasta el asiento de Susan, quien suspiró antes de mirar el título del nuevo capítulo.
Buenos días desde San Diego, Venezuela! Luego de la fiesta y el baile, la resaca, y con la resaca las consecuencias. Y en este capítulo se muestran esas consecuencias, especialmente bajo la pluma de Rita Skeeter, afectando la dinámica del colegio y la propia vida del "guardian de las llaves y terrenos de Hogwarts" y profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas, es decir Hagrid; busqué una mayor variedad en las reacciones de los oyentes de la lectura y el detalle de que la Sala les permitiera ver la foto de Hagrid con su padre, modestamente, me gustó mucho. Igualmente, me gusta, me encanta, me importa y les agradezco que me sigan acompañando en esta "aventura astral de tres generaciones y ocho libros", estén alerta, marquen como favorito y comenten, como esta semana hicieron creativo (Sí, digna hija de su madre, aunque tambien de su padre) y Juan Zacarías (Saludos a Aguascalientes! Me alegra que te guste el estilo que adopte para esta aventura... Y sí, yo también espero mantener el ritmo, y son ustedes quienes me mantienen activo en esta tarea). Como ya se ha hecho tradicional desde hace trece meses, por favor, cuídense y cuiden a sus familiares, lo que estamos viviendo no es conspiranoia ni misterio, la salud de la humanidad está en riesgo y todos debemos cuidarnos; si tienen que salir, tomen todas las previsiones del caso (mascarilla / tapaboca / barbijo, protección ocular, lavado de manos con alcohol o gel alcoholado, distanciamiento físico suficiente), y si no, #MejorQuédenseEnCasa! Salud y bendiciones!
