Disclaimer: nada de esto me pertenece, los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia a Rochelle Allison, yo solo la traduzco.
APPEASE
Capítulo veinticinco – Desdén
El tío con el que está Tanya vuelve a llamarla antes de asomarse junto a ella.
Suelto un involuntario grito ahogado, llevándome las manos a la boca. Es Laurent, el instructor belga de pilates que va al ático a darle clases. Es guapo, alto y de complexión olivacea. Y, definitivamente, no es el Sr. Masen.
Él nos echa una mirada a Edward y a mí antes de desaparecer de nuevo. Detrás de mí, Edward se mueve y apoya la mano en mi cadera. Supongo que no tiene sentido fingir ―después de todo, estamos en la puerta de una suite de hotel a la una de la mañana.
―Bueno, no deje que la detengamos, Sra. Masen ―dice él de forma casi jovial―. Lo que pasa en el Waldorf, se queda en el Waldorf.
Tanya pestañea. Sus labios forman una fina mueca de desdén y se da la vuelta, cerrando la puerta de golpe.
Sigo a Edward al interior de nuestra habitación, asombrada y sobria de repente.
―Yo... no puedo creer lo que acaba de pasar.
―Yo tampoco. Y no hay muchas cosas que me sorprendan estos días. ―Se quita los zapatos y se pasa las manos por el pelo―. Puta mentirosa e infiel...
En mi cabeza dan vueltas todas las potenciales formas en que esto puede estallar. Los efectos pueden ser muy feos.
Apoyándome en el sofá de la sala principal, cierro los ojos mientras estos se llenan de lágrimas.
―Edward, ¿y si pierdo el trabajo?
―Yo cuidaré de ti.
―¡No es eso lo que quiero! ―grito―. ¡No se trata solo del dinero! ―Hago una pausa, sacudiendo la cabeza―. Los niños se volverán locos... sobre todo Alistair. Él cree que solo soy más en una larga lista de personas que le abandonan. Y luego está mi reputación... Tanya inventará algo para quedar bien...
Edward se deja caer a mi lado.
―Nada de eso va a pasar. No lo permitiré.
―Tú no tienes control sobre esto.
―Sí, lo tengo.
Le miro, frotándome los ojos.
―Tenemos una ventaja, Bella. Si ella hace algo, le diré a mi padre lo que hemos visto esta noche. ―Se encoge de hombros, recostándose―. Le contaré también lo que intentó hacer en su día.
―Yo... No podemos hacer eso.
―Puede que tú no seas capaz de chantajear, Bella Poppins, pero yo sí. ¿Ella quiere ser despiadada? ―Ríe oscuramente―. Yo seré su peor pesadilla.
Me muerdo el labio, mirándole. Todavía estoy un poco alterada, obviamente, pero sus palabras ayudan. A lo mejor tiene razón y, por una vez, debo dejar que alguien me cuide. Estoy tan acostumbrada a estar a cargo de mi mundo que se me hace difícil saber que tendré que compartir las riendas.
Al menos sé que Edward estará a mi lado. No sé que haría si le perdiera a él además de mi trabajo. Todo mi mundo cambiaría.
Es increíble ver cómo este se ha convertido en mi mundo.
―¿Confías en mí? ―pregunta como si pudiera leerme la mente. Toma mis manos entre las suyas.
―Sí. ―Es automático. Lo hago.
―Entonces no te preocupes. Nos encargaremos de esto mañana.
―Eso suena bien... pero no sé cómo.
―Eso es porque tu deporte favorito es preocuparte.
―Básicamente.
Él asiente, poniéndose de pie, y me levanta con él. Sin más palabras, camina hasta el baño, donde hay una enorme y preciosa bañera, pétalos de rosa y un cubo con una botella de champán.
―Edward... ―Me cubro la cara, incapaz de evitar el resoplido nada femenino―. Eres un encantador. ¿Qué es todo esto?
―Vamos... a las chicas os encantan estas cosas. Alice me dio algunos consejos.
―Oh, Alice, ¿eh? Claaaro. ―Levanto la mirada hacia él, provocándole.
―¿Qué? ―Abre la boca de forma casi cómica―. ¿Crees que hago esto por todas las chicas? ¿Estás loca?
Le acerco a mí de un tirón y luego me pongo de puntillas para besarle. Sabe al champán que hemos tomado en Mad46, haciéndome desear más.
―¿Podemos abrirla? ―pregunto, señalando el cubo plateado.
―¿Por qué crees que he hecho que nos la suban?
Sonrío ampliamente, sentándome al borde de la bañera mientras él abre el grifo. Los pétalos suben con el agua y me quito los zapatos, queriendo ponerme cómoda. Necesitándolo.
Edward deja el baño y vuelve con dos albornoces. Sirve dos copas de champán y las deja a un lado.
―No voy a darte nada hasta que estés en la bañera.
―Estaba equivocada. No eres un encantador, eres un seductor.
―He disfrutado seduciéndote, es cierto.
―Si yo me meto en la bañera, tú también tienes que entrar...
Él sonríe perversamente y empieza a desabrocharse la camisa. Así que me levanto y me bajo la cremallera del vestido, procurando quitármelo lentamente. Es nuevo y, a diferencia de algunas personas que hay en la habitación, no puedo comprarme otro tan fácilmente si me cargo este.
Él intenta, galantemente, mantener sus ojos en los míos pero, al final, es un chico y a los chicos les encantan las tetas. Uno de sus dedos baja por el centro de mi pecho y luego tira de los lados de mis bragas, bajándolas.
―Me alegro de que me hayas dejado entrar ―murmura, enderezándose―. No creí que fueras a hacerlo.
―Yo tampoco creí que fuera a hacerlo ―admito, besándole―. Pero eres muy convincente.
Entramos en la bañera, que está casi demasiado caliente. Me hace falta un momento para acostumbrarme, pero la sensación ―y el olor― son increíbles.
Edward me da mi copa de champán.
―Lo decía en serio, para que lo sepas.
―¿El qué? ―Él sonríe satisfecho contra su copa, mirándome durante solo un segundo.
―Que te quiero.
―Yo también te quiero.
―Yo... lo sé. ―Estoy segura de que me estoy sonrojando, pero ya no importa. Si nos amamos de verdad, vamos a ver tanto lo peor como lo mejor del otro―. ¿Lo has hecho... antes?
―Supongo que lo creí una o dos veces, pero... no me sentía así.
―¿Cómo te sientes?
―Dímelo tú ―dice, riendo―. Acabas de decir que me quieres.
Rodé los ojos ante su evasión.
―Edward.
―Siento que tú vas primero. ―Su mirada se suaviza y él se pone serio―. Y, para mí, eso es una primera vez.
―Para mí es como una pérdida de control. ―Muevo los dedos por el agua caliente, creando ondas―. Como si, por una vez, estuviera dejando que los sentimientos vinieran en lugar de intentar controlarlos.
Él le da un trago a su champán, lo que me recuerda que yo todavía no he probado el mío. Tiene muchas burbujas y no es tan dulce como el de antes. Creo que lo prefiero y se lo dejo saber.
―Este es mejor ―afirma, asintiendo―. Más seco.
Nuestros pies juguetean bajo el agua mientras bebemos y hablamos, y no pasa mucho tiempo antes de que vuelva a sentirme un poco borracha.
Y no es solo por el alcohol o las burbujas... o las rosas o la habitación o el lujo.
Es él.
Esta noche es diferente, absorbente y ardiente.
Todavía estamos húmedos del baño cuando nos metemos entre las sábanas y nos calentamos con nuestros cuerpos.
Él me promete que todo irá bien y le creo. Tengo que hacerlo. La alternativa es demasiado deprimente como para considerarla.
Por la mañana, cuando me despierto, me doy cuenta de que esta es la primera vez que hemos podido hacer esto. Nada de salir corriendo y de despedirnos cuando no queremos. Nada de controlar la hora o de duchas apresuradas.
Al girar la cara, me encuentro con la mirada adormilada de Edward. Él estira el brazo y me echa el pelo sobre el hombro.
―¿Llevas mucho tiempo despierto? ―pregunto con voz rasposa, intentando no bostezar en su cara.
―Solo un poco.
Asiento adormilada y mis ojos se cierran. Un momento después siento sus labios en mi nuca. Sus besos siguen la sábana que se desliza por mi espalda, culminando en uno en cada nalga.
―Nunca habría dicho que fueras un besaculos ―murmuro, sonriendo ampliamente contra la almohada.
Él me muerde y yo me doy la vuelta, dándole un golpecito en su despeinada cabeza.
―Compórtate...
Él me gira y vuelve a tumbarme boca abajo, haciéndome cosquillas, y yo me aparto solo para que él acabe volviendo a acercarme.
―Como si pudieras escapar de mí... ―Me besa el cuello, succionando ligeramente mientras baja la mano, deslizando los dedos entre mis piernas―. Nunca.
―Mm...
Él sigue besándome y tocándome hasta que estoy removiéndome contra él, y entonces entra en mí, manteniéndome extendida en la cama. Es intenso y, aunque no puedo verle la cara, muy íntimo.
No duramos mucho. Todavía estamos muy cansados después de la noche anterior.
Intento con todas mis fuerzas no pensar en la tormenta que se avecina. Es como si aquí estuviéramos en una burbuja.
Ojalá no tuviéramos que irnos nunca.
¡Hola!
Bueno, algunas dijisteis que a lo mejor el hombre que llamaba a Tanya era el Sr. Masen, pero la mayoría acertasteis en que no. Ahora bien, ninguna ha nombrado al profesor de yoga. Recuerdo que cuando leí el fic, la primera vez que se le nombró pensé rápidamente que Tanya se la estaba pegando a Edward con él.
En fin, a ver qué tal adivináis ahora. ¿Creéis que Tanya no hará nada para evitar que se destape lo suyo, o creéis que es tan tonta como para creer que puede intentar tomar represalias contra Bella sin ensuciarse?
Estoy deseando leer vuestras opiniones.
Gracias por estar ahí. ¡Hasta el viernes!
-Bells :)
