CAPÍTULO 24
Edward
Por primera vez desde que me había convertido en senador, supe que me había distraído durante la sesión de más temprano aquel día.
Me odiaba por eso.
Tenía un trabajo que hacer, pero parecía que no podía pensar con claridad. Desde el momento en que me desperté y descubrí que Bella se había ido a Boston, no había sido yo mismo.
Pasaba de estar deprimido a períodos de ira, sin saber si quería gritarle a Bella o suplicarle que volviera. Mi orgullo ya no importaba. Algunas cosas valían más que evitar la humillación.
—La tengo, —dijo Anthony cuando entró en mi casa histórica en Georgetown, mi residencia cuando trabajaba en Washington.
Probablemente podría haber estado más cerca de Capitol Hill, pero prefería el encanto de una residencia histórica a un apartamento contemporáneo. Me sentía más como en casa cuando me quedaba allí.
Me estaba preparando un trago y me giré para mirarlo.
—¿Qué tienes?
Volviendo para llenarme la copa, también preparé una para Anthony.
—Tengo la dirección actual de Bella en Boston. Sabes que irás allí en cuanto termine esta sesión, —respondió Anthony, sonando como si me retara a negar que fuera a volver a ir tras ella.
Yo asentí.
—Bien. Me alegro de que hayas encontrado su dirección. Me ahorrará un poco de tiempo. —«A la mierda mi orgullo», pensé. Ya no me importaba quedar como un imbécil. De alguna manera, iba a recuperar a Bella. Fueran cuales fueran sus problemas con el compromiso, yo los resolvería. Lo último que quería era retenerla. Lo único que quería era amarla y que ella me correspondiera, joder.
Anthony sonrió con suficiencia y dejó caer el trozo de papel en una mesita auxiliar.
—¿No podías habérselo preguntado? Tienes su móvil, ¿verdad?
Tenía su número actual, pero no había sido capaz de llamarla. Si ella iba a dejarme totalmente plantado, pensaba obligarla a hacerlo en persona.
—Las llamadas nunca nos han funcionado bien en el pasado, —respondí mientras le ofrecía un vaso de buen whisky escocés a Anthony—. Y dudo que me diga su dirección si responde.
—¿Estás seguro de que quieres perseguir a esta mujer? —Preguntó Anthony vacilante.
—Sí, —respondí bruscamente.
—¿Se puede saber por qué te abandonó de todos modos?
—Ojalá lo supiera, —respondí con un profundo suspiro—. Pero algo no anda bien y necesito saber qué está pasando. Bella no es de la clase que huye sin más. Si no me quisiera, no tendría problemas para decírmelo a la cara. Algo la está frenando. Algo la perturba. Simplemente no sé cuál es el problema.
—¿Quieres que investigue un poco? —Sugirió Anthony.
—Sí... No... —«¿Quiero saberlo? Claro que sí. Pero quiero escucharlo de boca de Bella», me dije—. No. Necesito que me lo diga ella misma. No más malentendidos.
—De acuerdo. Pero llámame si necesitas cualquier cosa, —dijo Anthony con brusquedad—. Me dirijo de vuelta a Rocky Springs.
—Volveré pronto a Colorado. Las cosas irán bien en Boston o no lo harán.
—Había estado casi dos semanas en Washington y tendríamos un descanso antes de volver a reunirnos.
—Buena suerte, —dijo Anthony en tono sombrío mientras vaciaba su copa y luego se dirigía hacia la puerta.
—La necesitaré. —Lo seguí afuera hasta su coche y su conductor y luego vi cómo la limusina atravesaba la calle y desaparecía.
A la mañana siguiente, me dirigiría a Boston. Estaba resuelto a sonsacarle la información a Bella: principalmente por qué demonios se había marchado y por qué estaba tan poco dispuesta a intentar que funcionara nuestra relación.
Cada maldito día la quería más y la necesidad me devoraba por dentro. Bella siempre había sido la parte de mí que faltaba. Solo tuve que verla de nuevo para darme cuenta.
Terminando mi bebida, apoyé el vaso en el fregadero del bar y luego me giré para subir las escaleras. Necesitaba hacer la maleta y luego salir temprano por la mañana.
Subí los escalones corriendo, con la esperanza de poder derribar el muro defensivo de Bella por fin y hacer que me confesara la información que necesitaba.
Bella
Ángela estuvo conmigo una semana antes de irse a visitar a nuestros hermanos. Cuando se fue, lo único que me quedaba era mi propia compañía y yo lo odiaba.
No me llevó mucho tiempo decidir que necesitaba dejar de huir de Edward. Tenía que contárselo y lidiar con las consecuencias emocionales derivadas de aquella decisión.
Mi hermana tenía razón. La vida era demasiado corta para este tipo de mierda. Estaba evitándolo. Estaba huyendo de algo bueno. Sí, podría terminar rechazada o incluso resentida al final, pero al menos Edward no seguiría confuso sobre cómo me sentía.
Lo amaba. Había sido el único chico para mí desde la primera vez que estuve con él. Obviamente, él sentía lo mismo, ya que en realidad había rechazado a todas las mujeres que lo miraban o intentaban llamar su atención durante los últimos doce años.
Había pasado varios días lamentándome sobre qué hacer exactamente y por fin había decidido que necesitaba verlo en persona. Me iba a Washington. Mi hermano, Jacob, había averiguado la dirección de Edward en Georgetown y me había enviado su propio avión para que lo usara como transporte.
Después de todo, Edward sería mío o me rompería el corazón. Pero eso era mucho mejor que no saber qué habría pasado si se lo hubiera dicho.
Ángela tenía razón cuando dijo que merecía ser feliz; lo que ocurrido hacía años estuvo fuera de mi control. Yo no tenía necesidad de sentirme rota y nunca lo había hecho hasta que me volví tan condenadamente vulnerable. Había aceptado cómo sería mi vida... pero luego había vuelto a ver a Edward y todo lo que sentía me había revolucionado.
Pero ahora estaba preparada. Mi hermana estaba a salvo, así que yo ya no estaba revoloteando con un miedo constante. Por fin me había aclarado las ideas lo suficiente como para saber qué quería y qué tenía que hacer para conseguirlo.
Tenía que correr un gran riesgo con mi corazón, pero Edward valía la pena.
Me movía inquieta mientras esperaba que despegara el avión de Jacob. Era el colmo del lujo, con asientos de cuero color crema y un dormitorio en la parte trasera, pero apenas me di cuenta. Lo único que quería hacer era llegar a Edward de inmediato y revelarle los secretos que había estado guardando.
Suspiré cuando el avión despegó. «¿Qué pasa si no quiere hablar conmigo?
¿Y si no me quiere cuando se entere? ¿Por qué siempre tienen que inmiscuirse los pensamientos negativos justo cuando decides jugarte el corazón?».
Gran parte de aquella decisión la había tomado escuchando a Ángela hablar durante la última semana, discutiendo sus encuentros con sus captores y cómo no quería arrepentirse de nada nunca. Me di cuenta de lo poco que estaba disfrutando de mi vida en realidad. Me llenaba lo que hacía, pero mi corazón y mi alma estaban vacíos y yo no quería seguir así. No si no necesitaba estar sola. No si a Edward le importaba lo suficiente.
Rechacé la comida y bebida ofrecidas por el azafato, con un nudo en el estómago. Jacob tenía un coche esperándome en el aeropuerto e intenté inspirar profundamente para relajarme en camino a casa de Edward.
Cuando llegamos, tomé mi maleta de mano y le di las gracias al conductor con una enorme propina; luego me dirigí a la puerta. Tal vez estuviera aterrorizada, pero no pude evitar percatarme de la hilera de casas históricas, cada una mejor conservada que la anterior.
Me encantaba que Edward hubiera elegido un hogar en lugar de vivir en un apartamento más cerca de Capitol Hill. La arquitecta en mí quería dar un paseo y echar un vistazo a lo que se había hecho para conservar todas las casas, pero tenía problemas más urgentes que gestionar en ese momento.
Llamé al timbre y esperé hasta que, finalmente, alguien abrió la puerta. Por desgracia, no era la cara que esperaba ver. La mujer era de mediana edad y tenía una aspiradora en la de mano.
—Hola, estoy buscando a Edward Cullen, —dije vacilante.
—No está aquí, señora. —La mujer era cortés, pero fue al grano.
«¡Maldita sea!», pensé.
—¿Ha vuelto a Colorado?
Mi teléfono empezó a sonar e hice malabares con las cosas para sacarlo. Respondí sin aliento por el miedo y la decepción de no haber llegado a tiempo para verlo.
—Hola.
—¿Dónde demonios estás? —Preguntó Edward en tono exigente.
—En Georgetown, —respondí sinceramente—. Vine a verte.
—¡Mierda! —Maldijo con aspereza—. Estoy en Boston. Tenía que verte. Tardé un momento en darme cuenta de que seguíamos en ciudades distintas, aunque ambos habíamos tenido la misma idea de estar en el mismo sitio. Me eché a reír; la señora que parecía ser el ama de llaves de Edward me miró como si estuviera tocada de la cabeza. En el otro extremo de la línea, él también se estaba riendo, como pude percatarme.
—Increíble. Intentamos llegar el uno al otro y terminamos en sitios distintos, —dijo Edward en tono divertido.
Yo solté una risita.
—Si te hubieras quedado aquí...
—O si tú te hubieras quedado en Boston. No vayas a ningún lado. Estaré allí en un par de horas, —exigió—. ¿Está mi ama de llaves allí?
—Sí. —Le entregué mi teléfono a la mujer desconcertada que seguía en la puerta.
Habló con Edward durante varios minutos, en su mayoría dando respuestas monosílabas. Cuando finalmente colgó y me devolvió el teléfono, dio un paso atrás.
—Pase, por favor. Al senador Cullen le gustaría que se sienta como en casa.
Entré, admirando la decoración mientras analizaba lo bien que se había conservado la arquitectura. Era una casa encantadora. Sin pretensiones, pero definitivamente diseñada con antigüedades para que coincidiera con el período de construcción.
Me llevó a una sala de estar familiar que tenía muebles nuevos, probablemente el espacio más utilizado de la casa.
—Gracias, —musité.
—¿Puedo traerle algo de comida? ¿Algo de beber?
Aunque en realidad quería seguir comiendo compulsivamente y pedirle algo de comida, terminé respondiendo:
—No. Estoy bien, gracias.
La mujer se retiró y cerró la puerta detrás de ella. Me quité la chaqueta y las botas que llevaba puestas y me senté en el cómodo sofá de cuero, aún atónita de que Edward hubiera ido a buscarme a Boston.
Eso me daba esperanza. Hacía que mi corazón se sintiera más liviano.
Encendí la televisión y luego me tapé con una manta. Intenté mantenerme despierta y concentrada, pero casi no había dormido en las últimas noches y estaba exhausta.
Unos minutos después, no conseguía mantener los ojos abiertos y me dormí.
