Pasaron la mañana en el jardín trasero, bien protegido por magia para evitar ser vistos u oídos. Remus y Sirius sacaron escobas y balones blandos, y jugaron un uno contra uno, cada uno con un niño montado en la escoba. Eran pequeños para Quidditch aún, pero les encantaba jugar a los pases imposibles.

Sentado en una hamaca cómoda, Snape trataba de leer, pero no podía evitar distraerse mirando el juego, sufriendo a ratos por las locuras de Sirius sobre la escoba, que Harry alentaba con gritos y carcajadas. Iba a echar de menos eso, esa sensación de familia, algo que no había tenido nunca y estaba comenzando a hacerse adictivo.

Cuando había entrado esa mañana con Harry en sus brazos en la cocina, había recibido una sonrisa tan radiante por parte de Black que incluso se había sonrojado un poco. Y tenía que recordarse a sí mismo que aquello era provisional, que Draco y él volverían a su casa en poco tiempo.

— El almuerzo está servido.

La voz del elfo interrumpió el juego. Los niños protestaron un poco al bajarse de las escobas, pero se dejaron llevar adentro por Lupin para asearse. Desde su asiento observó a Sirius recoger las cosas en el cobertizo del jardín antes de dirigirse hacia él con las manos en los bolsillos.

Tomó otra hamaca y se sentó junto a él. Permaneció unos segundos con los ojos cerrados, la cara girada hacia el débil sol.

— Siento lo de tus compañeros —escuchó decir a Severus a su lado.

— Gracias. Yo siento no haber dado señales de vida.

No abrió los ojos, se quedó allí sintiendo como ese momento, ese tímido sol de invierno, le daba un aporte de energía que necesitaba urgentemente, llevaba tres días sin dormir. El sueño acabó por vencerlo en pocos minutos. Oyó a lo lejos a Severus diciendo a Harry que lo dejara descansar antes de taparlo con una manta. Y no sabía si había soñado o no que le acariciaba la cara antes de marcharse.

Despertó un buen rato después. Le dolía todo de dormir en aquella postura, pero se sentía descansado. Abrió los ojos y vio que el sol había bajado bastante. Se levantó, estirando la espalda, y llamó a un elfo para que recogiera las hamacas y la manta.

— ¿Dónde está todo el mundo?

Los ojos redondos lo miraron un momento antes de hablar.

— El señor Lupin y los niños duermen la siesta. El profesor Snape está en el salón. ¿Quiere el amo comer ahora?

— Si, por favor. ¿Podrías preguntarle al profesor si me acompaña en la cocina?

El elfo hizo una inclinación por respuesta antes de desaparecer con un plop.

Estaba dando los primeros bocados de estofado cuando Severus entró por la puerta. El elfo, sin decir nada, le sirvió un café y un trozo de tarta de manzana antes de desaparecer.

— ¿En qué punto está el caso? —le preguntó, después de unos minutos comiendo los dos en silencio.

Black suspiró con frustración. No quería hablar con él de aquello, porque en el fondo sospechaba que Snape quería volver a su casa rápidamente y recuperar su vida, sin ellos por medio.

— Creo que hemos entrado en la última fase. Estos días ha habido muchas detenciones.

Severus siguió comiendo a pequeños bocados. En su cabeza daba vueltas la información. Quería decir muchas cosas, pero no conseguía verbalizarlas.

— Todo irá bien, Severus —le dijo Black, pensando que su silencio era porque estaba preocupado—. Y hablé con el auror que cuida de Andrómeda y Ted, están bien.

Lo vio cerrar los ojos y pellizcarse el puente de la nariz con frustración.

— ¿Tan malo es vivir aquí?

Los ojos negros se abrieron y se clavaron en él. La voz grave, controlada como siempre, contestó lentamente.

— Creo que a los dos nos sorprende lo fácil que ha acabado siendo.

— Pero quieres volver a tu casa.

— Quiero hacer lo mejor para Draco.

Sirius dejó la cuchara y se limpió la boca con la servilleta, haciendo tiempo, tratando de entender.

— ¿Crees que estar aquí no es bueno para él?

— Creo que necesita estabilidad y que cuanto más tiempo esté aquí, más tardará en acostumbrarse a vivir solo conmigo —le confesó, apartando la taza y el platillo para apoyar los brazos en la mesa.

No lo dijo, porque no podía, pero en su mente estaba gritando "y yo también".


Alguien tiene muchos problemas para expresarse, me dan ganas de darle un empujoncito.

¡Hasta mañana!