Los personajes de Twilight no son míos sino de Stephenie Meyer, yo solo los uso para mis adaptaciones :)
CAPITULO VEINTISÉIS
La pálida luz del sol se filtraba a través de las cortinas y alegraba la habitación con su brillo matinal. Semi despierta, Bella se estiró con deleite en la amplia cama y abrió perezosamente los ojos. Una mancha de color a su lado, sobre la almohada, le llamó la atención. Levantó la cabeza y vio una rosa roja. Tomó la flor y aspiró su fragancia. Las espinas habían sido cuidadosamente cortadas del largo tallo.
-Oh, Edward -suspiró sonriendo.
Las huellas sobre la almohada, a su lado, le indicaron que él había estado allí durante la noche. Con una carcajada de alegría, Bella estrechó la almohada contra su pecho. Pero la arrojó cuando sintió que llamaban a la puerta. Entró Carmen.
-Buenos días, señorita -saludó alegremente la criada-. ¿Ha dormido bien?
Bella saltó de la cama y se estiró como una gata feliz. -Sí, muy bien. Pero tengo hambre.
Carmen la miró con recelo. -Eso, señorita, es una terrible señal.
Bella se encogió de hombros con aire de inocencia. - ¿Qué quieres decir?
Carmen empezó a sacar vestidos del baúl.
-Creo que usted lo sabe -dijo-. Y la forma en que trata de impedir que yo la vea desnuda. Creo que debería decirle al señor Edward que va a ser padre.
-Ya lo sabe -replicó Bella quedamente y enfrentó la mirada atónita de la mujer-. Has acertado. Voy a tener un hijo de él.
-Ooohhhh, Nooo -gimió la sirvienta-. ¿Qué va a hacer-
-Lo único que se puede hacer. Decírselo a mi padre. -La idea hizo estremecer a Bella-. Espero que no se enfurezca demasiado.
-Ja. -gruñó Carmen-. Puede apostar que el señor Edward será castrado, como es justo.
Bella se volvió y miró a la mujer con ojos llenos de cólera.
- No me digas lo que es o no es justo. Lo que es justo es que yo, amando a Edward, tenga un hijo de él - Golpeó el suelo con el pie para acentuar sus palabras-. ¡No toleraré que nadie hable en contra de mi Edward!
Carmen supo que había llegado a los límites de la paciencia de Bella y cuidadosamente cambió de tema. Mientras ayudaba a vestirse a su ama, le pareció apropiado conversar.
-Los hombres han tomado el desayuno y se han marchado, todos excepto sir James. El parece muy atraído por la señorita Kate.
Bella hizo una mueca de desprecio. -El codicioso petimetre. Aún anda buscando una esposa rica. Tengo que advertir a Kate.
-No será necesario -Carmen río tapándose la boca con una mano. -Ella lo rechazó terminantemente. Le dijo que no toleraría que él le pusiera las manos encima y que en el futuro tenga cuidado con dónde las pone.
-Entonces supongo. que nuevamente vendrá en pos de mí -dijo Bella, suspirando desalentada-. Quizá podamos encontrarle alguna viuda vieja y severa para que lo mantenga en línea.
Carmen se encogió de hombros. -No parecen gustarle las viejas. Pero tiene buen ojo para las muchachas bonitas. Vaya, si cuando pasábamos por Richmond casi se quebró el cuello cuando se asomó por la ventanilla para mirar a una joven que cruzaba el camino. -Río y levantó la nariz-. Yo no lo aceptaría.
-Me pregunto si ha convencido a los Cullens de que inviertan dinero en su astillero. Ellos podrían acceder sólo para librarse de él.
-No es probable -dijo Carmen, con una risita-. Esta mañana oí al caballero que hablaba en el pasillo con el capitán Cullen. El capitán no parecía interesado en la idea.
Bien -sonrió Bella-. Entonces, quizá él se marche pronto.
Cuando Bella bajaba las escaleras, Esme la llamó desde el salón.
-Ven, Bella. Haré que te traigan una bandeja y una tetera. Rosalie y Kate tocaron una alegre melodía en el clavicordio y después se sentaron en los sillones al lado del sofá donde se había sentado Bella.
-Los hombres se marcharon esta mañana temprano para mostrarle la propiedad a tu padre. Ahora todo está muy silencioso -dijo Esme riendo-. Creo que podría oír caer una pluma.
Un fuerte ruido pareció subrayar sus palabras, y las damas se volvieron para mirar el origen. Una criada estaba en la puerta del salón, mirando horrorizada la bandeja caída a sus pies. A su lado, James se sacudía su chaqueta de satén y su corbatín de encaje.
- ¡Tonta! Pon más cuidado la próxima vez -estalló él, Corriendo de ese modo, hubieras podido arruinar mi chaqueta.
La muchacha miró a la señora Cullen y se retorció las manos, muy apenada, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.
-No te aflijas, Rachel -dijo Esme amablemente, y fue a ayudar a la criada a recoger los trozos de la tetera y el plato de porcelana. Después, la señora de la casa se volvió con una lentitud majestuosa que hablaba de su autoridad.
-Sir James -dijo-, -, mientras se encuentre en esta casa, debe recordar no hacer críticas y desprecios a los menos afortunados. Yo no lo toleraré. Rachel fue maltratada antes de trabajar para nosotros. No lleva mucho tiempo aquí, pero es una buena muchacha y yo aprecio mucho sus servicios. No querría que se marchara porque un huésped se muestre innecesariamente duro con ella.
-Señora -dijo James, atónito- ¿está corrigiendo mis modales? Señora, yo vengo de una de las mejores familias de Inglaterra y sé cómo tratar a la gente inferior. -La miró con altanería-. El magistrado, lord James, usted debe haber oído hablar de él. Es mi padre.
- ¿De veras? -dijo Esme, con una sonrisa de tolerancia-. ¿Entonces usted quizá conoce, al marqués, el hermano de mi marido?
James quedó con la boca abierta y Esme, satisfecha con la reacción del hombre, dio media vuelta y volvió a su lugar entre las tres damas sonrientes.
- ¡El marqués! tartamudeó James y se adelantó un paso-. ¿El marqués Cullen, de Londres ?
-¿Acaso hay otro? preguntó Esme lentamente-. No estaba enterada. -Indicó a Rachel que entrara; la muchachita dio un, rodeo para evitar a James-. Ahora, señoras, ¿dónde estábamos?
-Estuviste maravillosa, mamá -gritó, Kate con entusiasmo cuando el hombre se hubo retirado deja habitación.
-Fue una cosa mala lo que hice -confesó Esme. Se encogió de hombros y sus carcajadas resonaron en la habitación-. Pero lo mismo me hizo bien. La forma en que James ordenó al señor Edward retirarse de nuestra mesa, anoche, haría que cualquiera pensara que él es el, dueño de casa.
-Emmet dijo que oyó que el padre de sir James estaba en Williamsburg, de visita -anunció Rosalie, aceptando una taza que le ofrecía Esme-. Me pregunto si será tan grosero y antipático como su hijo.
Entonces los ojos oscuros se posaron en Bella, quien había cesado súbitamente de revolver su té. Ella no tenía otro pensamiento que escapar de la casa para advertir a Edward que lord Harry estaba lo bastante cerca para ser peligroso.
-Dios mío, Bella -se disculpó Rosalie-, he sido grosera contigo. Esta mañana, en la mesa, James ha dicho que tú y él estaban próximos a prometerse en matrimonio.
Bella se ahogó con un panecillo con mantequilla.
-¿Yo -Tragó un sorbo de té para hacer bajar el panecillo y negó enérgicamente con la cabeza-.. Te aseguro que eso es lo que él desea. Yo ya le di mi respuesta -sonrió al recordarlo- y ciertamente fue una negativa:
-¿Entonces por qué continúa él presionándote, Bella? -preguntó Kate-. Desde esta mañana no me ha dirigido una sola mirada, lo cual, sinceramente, me alivia, pero hoy, en algunos momentos, cualquiera habría jurado que estaba ardientemente enamorado de mí. Si tú lo has rechazado, ¿por qué él habla de compromiso?
Bella sólo pudo encogerse de hombros. Entonces Rosalie estalló en carcajadas.
-Quizá Bella fue un poco más delicada con su negativa, Kat querida. Es humillante para cualquier caballero que una joven le diga que es tan viejo como para ser su padre y que además le señale su barriga.
Bella río por lo bajo.
-y yo que creía que mi respuesta fue brutal. Si su mejilla ya no le duele, mi mano todavía sí.
-Oh, qué gracioso -dijo Kat-. ¿De veras lo abofeteaste? –Bien hecho, Bella. ¿Pero por qué él sigue acosándote? Ya. tendría que haber renunciado.
-Supongo que el señor Biers le ha dicho que mi padre me desea casada con un hombre con título -repuso Bella-. Sin duda, James aún espera que yo me deje influir por su posición.
-Pero a tu padre tampoco parece gustarle el hombre –respondió Esme-. En realidad; se puso furioso cuando James le dijo al señor Edward que se marchara y comiera con los sirvientes. Te has perdido una verdadera batahola, querida mía, con tu padre declarando que iría a comer con su siervo, y Carlisle diciendo a todo el mundo que él era el amo en su propia casa é invitaría al que se le diera la gana a su mesa, y el pobre Emmet tratando de calmar los ánimos, sin mucho éxito. Hasta que nos dimos cuenta de que el señor Edward se había marchado. Pero ni Carlisle ni tu padre, desde entonces, han dirigido a James una palabra cortés.
- Entonces, quizá, fue mejor que me marchara cuando lo hice -comentó Bella:
Momentos después Bella quedó sola con la mayor de las Cullens, intrigada por las excusas que dieron las otras dos para retirarse. Por las ventanas del frente, pudo ver a James que se paseaba con las manos en la espalda, la cabeza baja, como si estuviera sumido en profundas reflexiones.
-Supongo, Bella, que has oído muchas historias que te han hecho pensar que Virginia es una tierra salvaje. -Esme río suavemente cuando Bella asintió-. Sí, es salvaje, pero jamás me he arrepentido de haber venido aquí para construir nuestro hogar. Vivimos en una cabaña de troncos hasta que pudimos despejar el terreno y levantar esta casa. Entonces sólo teníamos a Emmet y nosotros mismos éramos casi niños. Mis padres tuvieron miedo. Querían que yo me quedara en Inglaterra hasta que Carlisle pudiera construirnos un hogar. Ellos pensaban que él renunciaría y regresaría. Y a menudo, él ha dicho que lo hubiera hecho si yo no hubiese venido con él.
-Tiene usted una hermosa casa, señora Cullen, y una familia encantadora.
-Oh, hemos soportado muchas dificultades que no hubiéramos tenido en Inglaterra -continuó Esme-. Pero creo que los problemas que hemos compartido nos han hecho mejores, y quizá más fuertes. Yo no podría soportar a un hijo vanidoso y afectado como James.
Los míos, quizá, estarían fuera de lugar en la corte, pero puedo jurar que son hombres y que no dependen de las riquezas de otro para vivir cómodamente. Y porque los amo, deseo la felicidad para ellos. Es natural que una madre desee lo mejor para sus, hijos. Hasta ahora, han tenido la buena fortuna de encontrar lo que necesitaban en este mundo. Dios mediante, Kate y Seth harán lo mismo.
Bella bebía su té distraídamente y se preguntaba si la madre de Edward la aceptaría con la misma ternura y el mismo afecto que Esme mostraba a Rosalie. Rosalie casi podía ser envidiada, pero la mujer que había criado a Edward también tenía que ser una persona especial
-¿Estás cómoda en la habitación de mi hijo? preguntó Esme suavemente.
-Me siento muy cómoda aquí, como en mi propia casa -declaró Bella con sinceridad-. Y supongo que en verano la habitación es muy fresca, con ese enorme árbol para darle sombra. ¿Dónde está su otro hijo?
- ¿Quieres otra taza de té, querida?
-Media taza, por favor. Gracias.
-El va y viene.
-Me gustaría conocerlo.
Esme miró a su joven huésped.
-Creo que lo conocerás, querida mía. Creo que lo conocerás.
Momentos después, Bella bajó la escalera vestida con un traje de amazona de terciopelo verde, que daba a sus ojos un tono oscuro muy cercano a la esmeralda. Kate salía en ese momento por la puerta principal.
-¿Hay algún sendero por donde pueda cabalgar y no extraviarme? -preguntó Bella.
La mujer respondió llevándola al fondo de la casa. Allí, desde las ventanas, pudieron ver las colinas que se levantaban más allá del lugar donde estaban.
-Hay un sendero que lleva al valle alto junto a aquel gran roble. -Como era un poco más alta, Kate miró a Bella desde arriba, y afirmó, como por casualidad y encogiéndose de hombros-: Probablemente vea allí al señor Edward, con Seth.
Bella se relajó con el ritmo del trote de Jezebel y sintió la brisa vigorizante mientras la hierba corría bajo los cascos del animal. El viento agitaba la pluma curvada de su gorra de montar de terciopelo, y en el puro goce del momento, Bella sacudió las riendas. La montura respondió lanzándose al galope. Jezebel se encontraba en un terreno familiar y Bella la dejó correr hasta que pasaron junto al gran roble y entraron en el bosque, siguiendo una huella de carros. Aquí, redujo la velocidad a un andar más prudente.
El aire estaba fresco pero el sol se encontraba alto, y en esta tierra salvaje había una. atmósfera de casta virginidad. Bella alcanzó a ver un ciervo que pasó entre las sombras. Después la huella empezó a ascender. Altas colinas se elevaban a cada lado y el sendero rodeó un acantilado bajo. Cuando dio la vuelta al mismo, Bella soltó una exclamación de asombro y detuvo a la yegua.
Un amplio valle extendiese ante ella, fértil y rico como una piedra preciosa. En el centro del valle, una cadena de pequeñas lagunas brillaban azules debajo del cielo luminoso, alimentadas por una cascada que se derramaba desde un risco en medio de centelleantes arcos iris. Más allá de las lagunas, bajo las ramas de un grupo de pinos, se levantaba una pequeña cabaña de simple y tosca construcción, y de su chimenea salía una delgada columna de humo que se enroscaba en el aire.
Bella vio huellas de varios caballos y espoleó a Jezebel. Pasó entre un grupo de sauces, cruzó el pequeño y límpido arroyo y llegó al terreno que rodeaba la cabaña. La puerta estaba entreabierta y había un hacha sobre una pila de leños recién cortados. Más allá de la cabina, Un cerco rodeaba un prado donde pastaba una tropilla de caballos que rivalizaban en gracia y belleza con el que ella montaba.
Inquieta, Jezebel golpeó con sus cascos la hierba que crecía abundante y Bella tiró con firmeza de las riendas, mientras contemplaba la belleza del pacífico valle. Sintió un leve ruido a sus espaldas, se volvió y vio a Edward que apoyaba su largo rifle en un tocón. Sonriendo, él se acercó y la ayudó la apearse.
-¿Cómo sabías donde me encontrarías?
Ella le sonrió.
-Kate me lo dijo.
-Me alegro -dijo él. Se inclinó y la besó en la boca. Bella suspiró, feliz, y se dejó abrazar por esos brazos fuertes. Pero entonces recordó lo que la había llevado hasta allí.
-El magistrado lord Harry está en Williamsburg -murmuró, y se apartó un poco para mirarlo a los ojos.
- Ese bastardo -gruñó Edward.
-¿Qué haremos? -preguntó Bella en tono de preocupación. Edward le acarició la mejilla.
-No temas, amor mío. Nos salvaremos de eso.
La besó nuevamente, retrocedió un paso y emitió un grito suave arrulante. Un movimiento en los arbustos detrás de la cabaña llamó la atención de Bella, y en seguida apareció Seth. El también llevaba un largo mosquete y vestía como Edward, con suaves calzones de piel de ciervo, chaleco y camisa de lino.
-Señor Edward -dijo Seth, con voz extrañamente cargada de risa-. Creo que será mejor que yo vaya a arreglar esa rotura del cerco antes, de que las yeguas lo encuentren. Me tomará un tiempo.
Con eso, levantó el hacha y se alejó casi al trote. Bella hubiera jurado que oyó una risita.
Edward lo miró alejarse.
-Muchacho listo. Siempre dispuesto a hacer más de lo que le corresponde.
Bella arrugó la frente y sintió como si entre ellos hubiera sucedido algo que a ella se le escapaba completamente. ¿Pero qué importaba mientras ella y Edward pudieran estar a solas?
El tomó la cola del vestido de ella y levantó el borde de la hierba húmeda.
-Necesitarás un par de calzones si piensas vagabundear por aquí. Déjame que suelte a Jezebel. Después te enseñaré el lugar.
Bella se levantó la falda y lo siguió. En el corral, Edward sacó la brida a la yegua. El animal lo siguió como un perro entrenado mientras él la llevaba hasta la puerta y la dejaba pasar.
Feliz, Bella corrió hacia la sombra que proyectaba un alto pino. Bailó y pateó sobre la espesa alfombra de agujas de pino. Después se volvió junto a Edward y se le arrojó en los brazos, como una jovencita recién enamorada.
-¿Quieres ver la cabaña? -preguntó él roncamente, besándola en la boca. Bella asintió con vehemencia y se dejó conducir. Frente a la cabaña, Edward la levantó en brazos y traspuso con ella la puerta. Adentro la cabaña era sencilla, débilmente iluminada por el fuego que ardía en el hogar. Edward dejó a Bella en el suelo, tomó un leño encendido del hogar y encendió su pipa. Intrigada por la sólida comodidad del interior, Bella pasó la mano por la superficie de una rústica mesa y miró una gran olla de hierro que colgaba al lado del fuego. Saltó retozona sobre la cama, tocó la rica manta de pieles y se volvió.
-Oh, Edward ¿no sería maravilloso si pudiéramos tener algo como esto? -exclamó entusiasmada.
El la miró a través de las volutas de humo que se elevaban de su pipa.
-Vamos, Bella, ¿de veras estarías satisfecha aquí?
-¿Acaso lo dudas? Soy fuerte, señor Cullen, y muy capaz de enfrentar cualquier desafío. Aprenderé a cocinar. Quizá no tan bien como las cocineras de papá, pero no me gustan los maridos gordos. -Se tocó el vientre y preguntó-: ¿Me amarás cuando mi barriga esté hinchada por la criatura?
-Oh, Bella -dijo Edward y la abrazó-. Te amaré hasta el día de mi muerte.
Ella se apretó contra él y respondió a sus besos.
-¿Cuánto tiempo tardará Seth en regresar?
- Sólo vendrá cuando yo lo llame -dijo Edward, y fue a cerrar la puerta.
Las ramas desnudas del roble rozaban de tanto en tanto la ventana de la habitación de Bella, quien estaba mirando la noche estrellada. Su tarde pasada con Edward en la cabaña la había convencido del hecho de que quería vivir con él, cualesquiera que fueran las dificultades o las alegrías que se presentaran. Ya estaba decidida, pero se sentía muy sola. Era como si se encontrara sola en el mundo y todo el peso de su locura descansara sobre sus hombros. Lo que pensaba hacer podía dejada sin nadie, sin Edward, sin su padre. ¿Realmente los Cullens la aceptarían pese a su vergüenza, como había dicho Emmet?
Bella apoyó una mano en su vientre y sintió la vida que florecía en ella. Súbitamente supo que nunca estaría sola.
Charlie Swan estaba sentado en el sillón de cuero de la habitación de huéspedes y estudiaba varios mapas y papeles. La producción de esta tierra era lo bastante rica para hacer estremecer a su corazón de comerciante. En realidad, había empezado a ver las ventajas de adquirir una propiedad aquí para él, quizá sobre el río James, donde su flota de barcos podría llegar.
Un ligero golpe en la puerta interrumpió sus cavilaciones y la voz de Bella dijo, suavemente:
-Papá, ¿estás despierto?
El dejó los papeles sobre el escritorio y dijo:
-Entra, Bella, entra.
La puerta se abrió y Bella entró y cerró. Se le acercó, lo besó en la frente y vio que él sonreía.
-¿Sucede algo malo, papá?
-No, criatura. Sólo estaba recordando. -La miró con ternura. Se la veía pequeña entre los amplios pliegues de su bata de terciopelo-. Parecías asustada, como cuando eras pequeña y había tormenta. Llamabas a nuestra puerta y te refugiabas entre tu madre y yo.
Bella se estremeció interiormente y buscó una silla para calmar su temblor.
-Papá, yo... -dijo en voz baja, casi trémula. Aspiró profundamente y soltó todo rápidamente-. Papá, estoy encinta y el padre es Masen Edward.
Siguió un momento de profundo silencio y Bella no pudo levantar los ojos para mirar la cara de su padre.
-¡Buen Dios, mujer!
Bella saltó cuando oyó la exclamación de él. Charlie se levantó de su silla y en un paso estuvo ante ella. Bella se preparó para lo peor, pero la voz de él sonó más baja, aunque resonó ronca y fuerte en la habitación silenciosa.
-¿Sabes lo que has hecho?
Ella tenía los ojos fuertemente cerrados y de sus pobladas pestañas las lágrimas colgaban y amenazaban con caer. Entonces las palabras de él cayeron en sus oídos y le llenaron la mente.
-Has solucionado por mí, querida muchacha, un problema que me ha estado amargando las últimas semanas. ¿Cómo hubiera podido yo, con todas mis veleidades sobre sangre y títulos de nobleza, pedir a mi hija que se casara con un siervo? -Se inclinó y le tomó las manos. Después la obligó a mirado a la cara-. Si me hubieras dado a elegir a mí, yo te habría rogado que te casaras con Edward. Pero como juré que tú podrías elegir, no quise interferir. -La miró a los ojos-. ¿Lo amas?
-Oh, sí, papá. -Bella se levantó y echó los brazos al cuello de su padre-. Oh, sí, lo amo.
-¿El te ama? ¿Se casará contigo? -No la dejó responder-. ¡Claro que lo hará! -Su voz empezó a levantarse, airada-. Yo me ocuparé.
Bella se llevó un dedo a los labios y lo hizo callar. Tenía pensado confesar toda la historia, pero temía que el engaño que había tramado pudiera herir los sentimientos de su padre. Sería mejor dejar pasar un tiempo.
-Papá, hay una dificultad. Te lo diré a su debido tiempo, pero hay una razón para que por un tiempo no podamos sacarla a la luz. -Vio que él se ponía ceñudo y rogó-. Confía en mí, papá. Todo saldrá bien.
-Supongo que tienes un buen motivo -dijo él con renuencia-. Pero no debe ser demasiado tiempo. Quiero poder hablar de mi nieto.
-Gracias, papá. -Lo besó y regresó a su habitación.
Allí cerró la puerta tras de sí y muy pensativa fue hasta la cama, sonriente y llorosa al mismo tiempo. Una sombra se levantó de un sillón y ella ahogó una exclamación antes de reconocer a Edward. Se arrojó en sus brazos y río contra su pecho.
-Se lo dije, Edward. Le conté a papá acerca de nosotros dos.
-Me lo imaginé. -La besó en el cabello-. Oí su grito de dolor.
-¡Oh, no! -se apartó un poco y lo miró a los ojos-. El lo aprueba, Edward. Está muy feliz.
Edward enarco las cejas, sorprendido.
-Oh, no le dije que estamos casados, sólo que juntos habíamos hecho un bebé.
Edward levantó las manos y exclamó:
-Gracias, muchas gracias, señora. Ahora soy un profanador de viudas.
-¡Tonto! -dijo Bella apartándose, y mirándolo por encima de su hombro-. Si en verdad yo fuera viuda, eso podría ser cierto. Por supuesto -lo miró con fingida cólera- está esa viuda teñida. ¿A ella te refieres?
-No, señora. Me refiero a una mujer joven y seductora que me tienta en exceso.
Llegando a una conclusión propia, Edward se puso serio.
-Bella, amor -dijo-, puesto que la noche parece apropiada para decir verdades, yo también tengo que confesar algo.
-Edward, no tengo miedo de tus anteriores amantes -río Bella-. No me importunes con secretos, ahora. Mis nervios todavía están temblando. - Fue hasta la puerta y la cerró con llave. Miró a su alrededor, un poco desconcertada-. ¿Cómo llegaste aquí? David estaba abajo. Lo vi desde la escalera. ¿Acaso te han crecido alas?
- No, mi amor. - Edward señaló la ventana-. El roble que crece junto a la cocina es una buena escalera.
-Le puso las manos en la cintura y la atrajo hacia si. Pero, Bella, hay una cosa que quisiera decirte. Esta es mí...
Bella lo silenció con un beso y se apretó contra él.
-Ven háblame de tu amor -murmuró ella-. Y después dame una prueba de ese amor.
-Te amo -susurró Edward, sus brazos la rodearon debajo de la bata. El sintió la tibieza del cuerpo de ella bajo la delgada seda del camisón, y todos los otros pensamientos huyeron de su mente-. Te amo como la tierra debe amar a la luna que se eleva en la noche como una diosa de plata y da su luz a las diminutas criaturas de la oscuridad.
Bella lo empujó hacia la cama y lo acarició con pasión.
-Te amo como las flores aman a la lluvia y abren sus pétalos, para recibir su tierna caricia. -Su boca buscó la de ella-. Te amo, Bella por encima de todas las cosas.
Bella se despertó sobresaltada y quedó inmóvil, preguntándose qué era lo que había interrumpido su sueño. El reloj de la chimenea dio delicadamente las tres, y ella escuchó. Sintió el cuerpo desnudo de Edward contra su espalda. Entonces se percató de que también él estaba rígido, tenso, conteniendo la respiración. Volvió la cabeza, y al débil resplandor del fuego, lo vio apoyado sobre un codo y mirando fijamente la puerta. Entonces ella oyó el ruido de la perilla que giraba y volvía lentamente a su lugar; la puerta, cerrada con llave, no se abrió. Miró a su marido con una muda pregunta en los ojos.
Edward se llevó un dedo a los labios para pedirle silencio. Saltó sigilosamente de la cama, tomó sus calzones y se los puso. Con pasos rápidos y silenciosos cruzó la habitación mientras Bella se ponía su bata. Si él iba a enfrentar a alguien más allá de esa puerta, ella no quería que la sorprendieran desnuda.
Muy suavemente, Edward giró la llave. Entonces, con un rápido movimiento que hizo sobresaltar a Bella, dio un paso atrás y abrió completamente la puerta.
No había nadie. Tampoco en el pasillo, que estaba completamente a oscuras. Edward regresó al dormitorio, cerró la puerta y nuevamente le puso llave.
-¿Quién pudo haber sido? -susurró Bella.
-Estoy empezando a sospechar -replicó Edward. Después de unos momentos, se quitó los calzones y volvió a meterse en la cama.¡
-Estás frío -dijo Bella, apretándose, contra él.
De pronto Edward se sentó y Bella lo miró sorprendida.
-¿Qué demonios es eso? -dijo él, e inclinó la cabeza para oír mejor. En el silencio de la habitación pudo oírse un débil pero furioso relincho.
-Attila -susurró Bella, sentándose junto a Edward-. Algo lo está perturbando.
Edward se levantó, se puso otra vez los calzones y dijo:
-Iré a ver-. Se puso también la camisa-. Cierra la puerta con llave cuando yo salga. Si alguien trata de entrar, grita. Alguien te oirá.
Bella sintió miedo. Parecían demasiadas coincidencias ser despertados de un sueño profundo y en seguida escuchar los relinchos de Attila. Si hubieran estado dormidos, no habrían oído al caballo con las ventanas cerradas y el establo a una buena distancia de la casa.
-Edward, no vayas -rogó ella-. No sé, pero aquí hay algo malo te pasa.
-Tendré cuidado. -La besó rápidamente en los labios-.
Mantén caliente mi parte de la cama. Tendré frío cuando regrese. Bella lo miró con expresión preocupada y lo siguió hasta la puerta. Cuando él salió, ella cerró con llave y empezó a pasearse nerviosamente, por la habitación. Momentos más tarde, ella no pudo decir cuánto tiempo, el corazón se le estremeció cuando oyó que Rosalie gritaba desde un dormitorio al extremo del pasillo.
-¡El establo! ¡El establo está ardiendo! Emmet, despierta. ¡El establo está en llamas!
Bella se levantó con un grito. Una mirada a la ventana le reveló un resplandor en las cortinas.
-¡Edward! -Con un grito ahogado llegó a la puerta y con dedos temblorosos trató de hacer girar la llave-. ¡Oh, no! ¡Por favor, no! ¡Edward!
Descalza y en camisón, Bella abrió la puerta y salió al pasillo, donde casi chocó con Emmet, quien apenas había alcanzado a ponerse un par de calzones. Rosalie estaba con él, llevando una linterna y con los hombros envueltos en una manta. En el pasillo ya empezaban a abrirse las otras puertas.
-¡Edward! -gritó Bella, al borde de la histeria-. ¡Está en el establo!
-¡Oh, Dios mío! -Rosalie se llevó una mano a la boca y sus ojos se dilataron de miedo.
Emmet no tuvo tiempo para comentarios y ahora, completamente despierto, bajó las escaleras como si un demonio lo siguiera. Pisándole los talones. Corrió a la parte posterior de la casa, dejando puertas abiertas a su paso, y no se detuvo hasta que cruzó el prado de césped.
Las llamas, como lenguas hambrientas, lamían las paredes del establo, y ellos encontraron las puertas cerradas: La puerta más ancha estaba atrancada con un pesado madero y la pequeña tenía apoyado un grueso poste que impedía que fuera abierta desde dentro. Los relinchos y quejidos de los animales encerrados desgarraban la noche y el crepitar del fuego se convertía en un rugido.
-¡Edward! -gritó Bella, clavando las uñas en el brazo desnudo de Emmet-. ¡El vino a ver a los caballos!
Se acercaron a la puerta más pequeña y Emmet sacó cubos de agua del abrevadero para arrojarlos sobre las llamas que amenazaban el umbral, mientras Bella luchaba contra el peso del grueso poste. Emmet la hizo a un lado, y de un empujón desplazó el poste. Sollozando, Bella aferró el picaporte. El metal recalentado le quemó los dedos, y ella envolvió su mano en un extremo de la manta y consiguió abrir.
Densas nubes de humo brotaron del interior cuando la puerta quedó completamente abierta. Bella tuvo que retroceder, casi sofocada. Emmet arrebató la manta de los hombros de ella, la mojó en el abrevadero, se la puso sobre la cabeza y los hombros y entró en el infierno.
Un grito de terror de Attila desgarró el aire y Bella, presa de miedo, se tapó los oídos. Ahora varios hombres corrían de un lado a otro. Se formaron más para pasarse cubos de agua de mano en mano. Una lluvia de chispas cayó en el interior y Bella quedó paralizada. Por su mente se cruzó una visión de Edward retorciéndose en espantosa agonía. El pánico estuvo a punto de hacerla entrar en el establo como una demente, pero entonces vio una forma que avanzaba hacia ella en medio del humo. Bella se adelantó. Emmet salió tambaleándose, con Edward cargado sobre sus hombros, y la manta mojada cubriéndolos a los dos. Bella lo tomó de un brazo, lo condujo al exterior y sintió sus propios pulmones a punto de estallar.
Otros hombres entraron para soltar a los caballos, entre ellos Charlie Swan, con una bata de color vino que se abría a la altura de la barriga y Sam, con su largo camisón flameando sobre sus calzones.
Emmet cayó de rodillas, jadeante, y Edward se deslizó fláccidamente sobre la manta mojada. Rosalie se arrodilló junto a su marido, mientras Bella, frenéticamente, arrancaba la manta empapada que cubría a Edward. El gimió y levantó la cabeza.
-Oh, mi amor, mi amor. -Lloró aliviada cuando él abrió los ojos-. ¿Estás bien? ¿Estás herido?
-Mi cabeza. -El dio un respingo cuando ella le tocó el cuero cabelludo. Bella ahogó una exclamación: la manga de su camisón estaba manchada de sangre.
-¡Estás sangrando! -exclamó.
Rosalie se acercó y separó delicadamente los cabellos de Edward.
-Aquí hay una herida -anunció Rosalie.
-Un maldito bastardo me golpeó desde atrás -gruñó Edward roncamente. Se sentó y se tocó la parte posterior de la cabeza.
-El estaba tendido en el suelo y las puertas estaban cerradas desde el exterior -dijo Emmet-. El que inició el fuego quiso asar vivo a Edward.
Sam salió conduciendo a Jezebel, seguido de otros hombres que sacaron a otros del establo en llamas.
Un grito furioso, no de un animal, sorprendió a todos. Attila salió disparado, saltando para librarse del bulto oscuro que se aferraba a su lomo. Edward dio un silbido penetrante y el semental se volvió y se detuvo junto a Bella. El bulto oscuro resultó ser Charlie Swan.
-¡Gracias a Dios! -dijo Swan-. Temí que me llevara a los bosques. Un extremo del cinturón de su bata estaba atado alrededor del cuello del animal y el otro sostenido firmemente en la mano de Swan.
El hacendado tenía el rostro manchado de hollín. Le faltaba una zapatilla y su pierna y su pie estaban manchados con una sustancia de color parduzco, mientras la otra zapatilla parecía aplastada.
-¡Papá! -exclamó Bella.
-El animal estaba atado en su establo -dijo Swan, apoyándose en el cuello de Attila-. Cuando lo solté, el muy bruto me pisó un pie. -Se tocó cuidadosamente el pie y gruñó de dolor cuando lo apoyó en el suelo-. ¡Animal ingrato! Me has lastimado.
El semental resopló y rozó con el morro el hombro de Swan.
-Eh, ¿qué es esto? - Swan miró la cabeza del caballo-. Está todo ensangrentado.
Edward olvidó el dolor de su cabeza, se puso de pie y examinó el morro y la cara de Attila, donde se veían largas manchas ensangrentadas.
-Ha sido golpeado. ¿Y dice usted que estaba atado?
-¡Ajá! - Swan flexionó los dedos de la mano, como si dudara de que estuvieran en condiciones-. Y con la cabeza baja, cerca de las tablas.
Carlisle se acercó y dijo:
-Parece que lo hicieron para atraer a alguien al establo.
Miró pensativo a Edward y después a Bella, quien estaba tomada del brazo de su marido.
Carlisle agregó:
-Cada vez me convenzo más de que esto fue un intento de asesinato. Pero en nombre del cielo, ¿por qué?
-No puedo decirlo -gruñó Edward y se volvió a los otros hombres-. ¿Los caballos están a salvo?
-Sí -dijo Sam-, pero miren lo que encontré-. Mostró una fusta cargada con perdigones, que en su superficie negra tenía manchas de sangre y pelos grises adheridos.
Edward apretó los labios.
-¡Maldito bastardo! -dijo con vehemencia-. Si le llego a poner las manos encima, lo mataré.
-Bueno, cualquier cosa que hagas con él tendrás que hacerlo con las manos -dijo Emmet secamente-. Creo que vi tus pistolas y tu mosquete en el establo, antes de cenar. Probablemente ahora están ardiendo.
El establo ardió completamente. Algunos de los hombres abrieron a golpes de hacha un agujero en la pared exterior del cuarto de arneses y salvaron casi todas las sillas de montar. Empezó a amanecer antes de que los últimos restos calcinados se derrumbaran entre lluvias de chispas.
El grupo regresó a la casa. Cansados, con los rostros ennegrecidos. Una vez allí, reconociendo que el desastre hubiera podido ser peor, todos brindaron agradecidos.
Carlisle examinó sus gafas rotas con una sonrisa, y dijo:
-Ahora podré levantar un establo en la colina donde siempre quise tenerlo.
-Buena suerte, entonces -dijo Esme-, excepto, claro, el pie del señor Swan, la cabeza del señor Edward y tus gafas.
Todos rieron.
-Señor Edward -dijo Esme por encima de su hombro-. Usted puede usar la antigua habitación de Emmet. Está junto a la de Bella.
A Biers no se lo veía en ninguna parte. Su cama no había sido usada, James dormía pacíficamente y sus ronquidos resonaban en el pasillo, frente a su habitación.
Después que todos se bañaron, desayunaron más tarde que de costumbre. Charlie entró en el comedor con un pie vendado. Pese a los ruegos de Bella, Edward no se había dejado vendar la cabeza. Cuando él entró, se sentó silenciosamente al lado de ella. Nadie cuestionó su derecho a sentarse allí, y en ausencia de James y Biers, el desayuno fue una reunión amable y animada.
Por fin apareció James, quien observó al grupo sentado alrededor de la mesa y consultó desconcertado su reloj.
-Hum -murmuró-. ¿Me he perdido alguna celebración local?
-¿Durmió usted toda la noche? -preguntó Bella, sorprendida. -Por supuesto -suspiró él-. Estuve leyendo un volumen de sonetos hasta tarde, pero después... -Se rascó pensativamente la mejilla con un dedo inmaculado-. Parece que hubo cierta perturbación, pero luego de un rato la casa quedó silenciosa y yo pensé que lo había soñado.
Se sentó en una silla y empezó a llenar un plato. Para ser un hombre tan ocioso, su apetito resultaba sorprendente.
-¿Por qué me lo pregunta? -dijo él-. ¿Sucede algo malo?
-Usted duerme excepcionalmente bien, señor -comentó Edward, en tono levemente irónico.
James dirigió a Edward una mirada biliosa y tomó nota de su proximidad con Bella.
-Creo que usted ha olvidado nuevamente su lugar, siervo. Sin duda, estas buenas gentes son demasiado corteses para recordárselo.
-Pero usted lo hace, por supuesto -replicó Edward despectivamente.
Carlisle había dejado su taza de té y ahora habló con firmeza.
-El señor Edward es bienvenido a mi mesa, señor.
James se encogió de hombros.
-Esta es su casa, por supuesto.
Estaban levantándose de la mesa cuando el caballero se dirigió a su anfitrión.
-¿Sería posible que un sirviente me prepare un buen caballo? Tengo deseos de conocer este lugar que tanto elogian ustedes, para ver, si es posible, si encuentro algún mérito en él.
-El establo ardió hasta los cimientos anoche -dijo Esme.
James levantó las cejas.
-¿El establo, ha dicho usted? ¿Y los caballos también?
Sam se aclaró la garganta y dijo:
-Los hemos salvado a todos. Parece que alguien inició el fuego después de encerrar adentro al señor Edward. Pero, por supuesto, usted estaba durmiendo y no se enteró de nada.
-Sin duda -dijo el caballero en tono despectivo- esa es la historia que contó el siervo después de provocar el incendio por descuido. Una buena excusa.
-No es posible -intervino Emmet- puesto que las puertas estaban cerradas desde el exterior.
-Quizá el esclavo se ha hecho de algunos enemigos -dijo James, y se encogió de hombros-. Pero eso a mí no me interesa. Yo sólo pedí un caballo, no un relato de las desdichas de otro.
-Le conseguiremos un caballo -anunció bruscamente Carlisle.
La familia y los huéspedes se congregaron en el salón, pues se decidió que el día sería dedicado a descansar. Sir James, para alivio de todos, consiguió montar un caballo y pronto se perdió de vista.
Poco tiempo después, llamó la atención de todos el ruido de un carruaje que se acercaba. Kate fue hasta la ventana. Bella se acercó y alcanzó a ver a una joven con una criatura en brazos que descendía de un landó ayudada por el cochero. Kate se volvió y con los ojos dilatados, se dirigió a su madre:
-¡Es Alice! ¿No le habías dicho que no viniera?
Esme ahogó una exclamación y dejó caer su labor de aguja. Se puso de pie, aparentemente indecisa.
-¡Oh, Dios mío! ¡Alice! -Se volvió hacia su marido: con expresión de súplica. ¿Carlisle?
También Edward pareció súbitamente alterado. Sacudió la cabeza como apesadumbrado, se apartó de Bella y se apoyó en la repisa de la chimenea, ceñudo, con expresión de genuino disgusto. Bella lo miró sumamente desconcertada.
La entrada de Alice fue como la llegada de un torbellino, una brisa de aire fresco llenando toda la casa. Cuando entró, fue directamente hacia su madre y le entregó el niño. Sin mirar a nadie más, la recién llegada fue directamente hacia Edward y lo besó.
Bienvenido a casa, Edward -dijo ella en voz suave y afectuosa. Alice se volvió, se quitó el sombrero y se acercó a Bella, quien vio el cabello renegrido, los ojos Dorados y la sonrisa radiante. No le quedó ninguna duda de que Alice era hermana de Edward. Pero Alice era hermana de Kate, y de Emmet, y de Seth. ¡To-dos hermanos y hermanas de Edward Anthony Cullen!
-y por supuesto, tú debes ser Bella -dijo Alice.
-¡Oh! -exclamó Bella saliendo del shock. Miró a Edward, quien le sonrió tímidamente y se encogió de hombros-. ¡Tú! -Miró nuevamente a la muchacha-. ¡Tú eres... oh!
Bella dio media vuelta y huyó del salón, subió la escalera y se encerró en el dormitorio que había estado usando. Cerró la puerta con llave y enfrentó a la sorprendida Carmen, quien estaba limpiando el cuarto. Bella miró por primera vez a su alrededor con otros ojos, y comprendió: esta era la habitación de Edward. Su escritorio. Su libro en griego. Su cama. Su guardarropa. ¡Oh, cómo la había engañado!
La voz de Charlie Swan resonó con fuerza en medio del silencioso salón.
-¿Alguien quiere decirme qué está sucediendo?
Sam soltó una risita y Edward se adelantó, juntó los talones e hizo una leve reverencia.
-Edward Cullen, a su órdenes, señor.
-¡Edward Cullen! -exclamó Swan.
Su siervo no se detuvo a explicar sino que salió corriendo en pos de Bella. Swan se levantó y empezó a seguirlo, pero se lo impidió su pie lastimado. Golpeó el suelo con el bastón y gritó, hacia arriba de la escalera:
-¿Cómo demonios puede ser ella viuda si usted es Edward Cullen?
Edward replicó por encima de su hombro:
-Ella nunca fue viuda. Yo mentí.
-¡Maldición! ¿Están o no están casados?
-Estamos casados -respondió Edward desde la mitad de la escalera. Charlie gritó más fuerte aún:
-¿Seguro?
-Sí, señor.
Edward desapareció por el pasillo y Swan regresó al salón, con expresión ceñuda y pensativa. Miró acusadoramente a Sam, quien se limitó a encogerse de hombros y encender su pipa. Después miró a su alrededor y vio las expresiones preocupadas de todos los Cullens. La barriga de Swan empezó a temblar y poco después resonaron sus potentes carcajadas. Hubo alguna que otra tímida sonrisa. Swan se acercó, cojeando, a Carlisle y le tendió la mano.
-Suceda lo que suceda, señor -dijo-, estoy seguro de que no sufriremos de aburrimiento.
Edward probó a abrir y encontró la puerta cerrada con llave.
-¿Bella? -dijo-. Te explicaré.
-¡Vete! -respondió ella con un grito-. ¡Me hiciste quedar como una tonta delante de todos!
-¿Bella? Abre la puerta.
-¡Vete!-
-¿Bella? - Edward empezó a encolerizarse y apoyó un hombro contra la puerta.
-¡Déjame en paz, mequetrefe llorón! -repuso Bella-. ¡Ve a hacer tus bromas a alguna otra estúpida!
-¡Abre la puerta!
-¡No!
Edward retrocedió y lanzó una patada con todas sus fuerzas.
La puerta era de roble macizo, pero el pistillo y la jamba no resistieron el mal trato.
Edward entró y se encontró frente a una horrorizada Carmen.
-¡S...s...señor Edward! -tartamudeó la mujer-. Váyase de esta habitación, señor Edward. No permitiré que la deshonre delante de estas buenas personas.
Edward la ignoró y avanzó hacia Bella, quien le había vuelto la espalda. Pero la escocesa se adelantó y se interpuso.
-Salga de mi camino -gruñó Edward. No estaba de humor para tolerar intromisiones.
La criada se mantuvo firme.
-¡Señor Edward, usted no hará esto aquí!
-¡Mujer, usted está interfiriendo entre mi esposa y yo! ¡Váyase!
Carmen lo miró con la boca abierta. Muy dócilmente, se hizo a un lado y salió de la habitación.
-¡Bella! -dijo Edward, furioso, pero en seguida comprendió que ella debía sentirse herida-. ¿Bella? preguntó, en tono más Suave-. Bella, te amo.
-¡Cullen! ¡Cullen! -dijo ella, golpeando el suelo con el pie con cada palabra-. Debí saberlo.
-Anoche traté de decírtelo, pero tú no quisiste escucharme.
Bella lo miró con ojos llenos de lágrimas.
-Entonces, soy una señora Cullen, de los Cullens de Virginia. No soy viuda ni lo he sido nunca. Seré la madre de un Cullen y mi padre tendrá lo que tanto ansiaba.
-Al demonio con lo que ansiaba tu padre. -Edward la tomó en sus brazos-. Tendrás todo lo que desees.
-Desde el principio me tomaste por una tonta -acusó ella, resistiéndose al abrazo-. Hubieras podido decírmelo y me habrías ahorrado muchas cosas.
-¿Recuerdas, amor mío, en Mare's Head, cuando dijiste que me aceptarías si yo viniera de una familia de elevada posición y de buen nombre? -preguntó él suavemente-. Yo quería que tú me amases, Bella, como siervo no como un Cullen. Si te lo hubiera dicho, nunca habría estado seguro.
-¿Esto es todo tuyo, verdad? ¿Esta habitación? ¿El valle con la cabaña y la cama donde hicimos el amor? ¿Los caballos? ¿Hasta Jezebel fue un regalo tuyo?
-Todo lo que tengo lo pongo gustosamente a tus pies –murmuró Edward.
-¿Cómo es que sabes tanto de aserraderos? -preguntó Bella, súbitamente recelosa.
El respondió quedamente:
-He construido tres, que son míos, sobre el río James y uno muy grande en Well's Landing, Richmond.
-¿Y los barcos? -Lo miró con sospechas-. Siempre me sentí intrigada por la goleta, por lo bien que la conducías. Parece que también tienes conocimientos de navegación.
-Mi familia posee seis barcos que recorren la costa -dijo Edward y la acarició con la mirada-. Yo poseo dos, ahora tres, con la goleta.
Bella gimió con desesperación.
-Eres más rico que mi padre.
El río por lo bajo.
-Eso lo dudo sinceramente, pero puedo comprarte todos los vestidos que desees.
Bella enrojeció al recordar todas sus reyertas y las veces que lo había rechazado.
-Te reíste de mí todo el tiempo -gimió desconcertada-. Cómo debes de haber sufrido al no poder echar mano a parte de tu fortuna para librarte de la servidumbre en Los Camellos.
-Te lo dije una vez, el dinero no era problema para mí. –Fue hasta la caja de música y abrió una puerta oculta en uno de los costados, revelando un compartimiento secreto que ocupaba toda la base. Sacó varias piezas de piel de ciervo encerada y después dos saquitos de cuero, que tintinearon cuando él los sopesó en una mano. He tenido esto desde que Emmet fue a Los Camellos. El hasta me envió la caja para guardado. Aquí hay más que suficiente para pagar mi libertad y mi pasaje a Virginia. Si no hubiera querido estar contigo, me habría marchado.
Se acercó a Bella y le acarició el cabello. Ella lo miró a los ojos.
-Te amo, Bella. Quiero compartir mi vida y todo lo que me pertenece contigo. Quiero construirte una mansión, como hizo tu padre para tu madre y mi padre. para mi madre. Quiero darte hijos, verlos crecer, bañados en nuestro amor. Poseo propiedades en el James. La tierra es buena y alimentará a nuestros descendientes. Sólo espero que tú me digas dónde quieres que construya la casa.
Bella sollozó.
-Yo alentaba la idea de vivir en una cabaña contigo. -Edward la estrechó con fuerza y ella murmuró, contra el pecho de él-: Te habría arrancado el cuero cabelludo, sabes.
Momentos después, oyeron que alguien se aclaraba la garganta en la puerta. Esta vez volvieron sin temor y se encontraron con la sonrisa de Emmet Cullen.
-Parece que siempre estoy interrumpiendo -dijo Emmet, y río suavemente.
Bella se volvió sin dejar los brazos de Edward.
-Esta vez no pediré su discreción, señor. Cuénteselo a quiero quiera.
Edward hizo señas a su hermano para que entrara.
-¿Qué estás pensando? -preguntó.
Emmet los miró afectuosamente.
-Temía que Bella pudiera considerarme un mentiroso por no haberte reclamado como a un hermano, y yo quiero aclarar eso, ahora que el secreto ha sido revelado.
Impulsivamente, Bella plantó un beso en la mejilla de su cuñado.
-Lo perdono. Sin duda, Edward, le hizo jurar que guardaría silencio.
-Sí, así fue -respondió Emmet-. Cuando llegamos a Los Camellos, Edward me buscó. Le di dinero para que pagara su deuda pero él se negó a partir y a revelar la verdad. Pensé que alguna bruja lo había hechizado. -El capitán río-. Entonces la conocí, y comprendí por lo menos una parte de su actitud.
-¿Pero cómo fue que usted llegó a Los Camellos? -preguntó Bella-. Seguramente no fue una coincidencia.
-Cuando llegué a Londres, hice averiguaciones sobre el paradero de mi hermano.
Me enteré de que lo habían acusado de asesinato y ahorcado por ese delito. Los archivos de Newgate decían que su cuerpo había sido entregado al servidor de la señora Cullen. En los muelles me informaron que esa misma dama y su comitiva habían zarpado hacia una isla llamada Los Camellos. Se despertó mi curiosidad, de modo que hice una escala en mi viaje de regreso. También tengo que decide otra cosa que puede darle un poco de tranquilidad. Contraté abogados en Londres, quienes me prometieron una muy seria investigación sobre la muerte de esa muchacha, aunque todavía no he recibido ninguna noticia alentadora.
-Pero seguramente llegará -dijo Bella-. ¡Tiene que llegar! Edward no mató a la muchacha. Y nosotros no queremos pasar el resto de nuestras vidas ocultos del mundo. Llegarán más hijos después de este. Ellos necesitarán un apellido.
Edward se acercó a su esposa y la rodeó con los brazos.
-Sí -dijo-, vendrán más Cullens, para que sean conocidos por todo el mundo.
-¿Le ha hablado a su padre del niño? -preguntó Emmet a Bella.
-Sí, anoche- respondió ella.
Emmet asintió satisfecho.
-Eso, también, ha dejado de ser un secreto.
-Perdóname, amor mío -dijo Edward-. Yo traje la noticia a mi familia antes de traerte a ti. Me adelanté para saludados antes de que ustedes llegaran.
-Y creo que Kate es una chiquilla perversa por haberte provocado como lo hizo -dijo Bella, riendo alegremente.
-Todos se mostraron renuentes a seguir el juego, pero la presencia de James los convenció de su importancia. Nuestra madre habría hablado si no hubiera sido por él -explicó Edward-. Ella no tolera que se engañe a nadie.
-Fue terrible de tu parte -dijo Bella, mirando a Edward-. Sabes, tuve ganas de marcharme, de tan furiosa que me sentí.
-Yo te habría seguido -le aseguró Edward con un relámpago de dientes blancos-. Tú tienes mi corazón y mi hijo contigo. No los hubiera dejado escapar.
-Sí -río Emmet-. Y eso puede creerlo, Bella. El estaba decidido a ganarse su amor, y yo diría que lo ha conseguido.
-Oh, sí -respondió Bella, radiante.
-Entonces los dejaré solos. -En el vano, Emmet se volvió con una sonrisa y señaló la puerta estropeada-. Aunque supongo que ahora, con tan poca privacidad, no hay motivos.
y por fin...! jajaj Charlie lo tomo muy bien, era de esperarse :D el aprecia mucho a Edward y ahora mas que Edward es un Cullen
quien creen que intenta matar a nuestro Edward
y si unas estaban en lo cierto, Edward era el hijo que faltaba en la Casa Cullen
veremos como solucionan lo de la condena...
nos vemos el miércoles, y ya quedan poco capítulos, es decir entramos en la recta final
besos y abrazos
