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"Roomies"
Por:
Kay CherryBlossom
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(POV Serena)
25. Intruso
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Abro los ojos sintiéndome sobresaltada. En mi sueño una figura inhumana, larga como gigante y sin cara se cierne sobre mí mientras yo corro de espaldas, sin saber qué aguarda detrás mío, me hace tropezar y me deja indefensa. También he soñado cosas caóticas y confusas en el medio, como una telaraña de sinsentidos inquietantes. Este último ha sido un sueño horrible, pero no he gritado ni llorado ésta vez. Tomo una gran bocanada de aire y espero a que mi ritmo cardíaco se normalice, mientras me tapo el rostro con el antebrazo; repitiéndome que nada de eso es real.
Medio grogui, me incorporo portando seguramente mi mejor máscara de Halloween. Y cómo no, es nada más y nada menos que Yaten el afortunado para verla en vivo y a todo color. Respingo y me llevo la mano al pecho como si me estuviera dando un ataque.
—Dioses… —murmuro en un quejido. Se me olvidaba dónde estaba. Desde la encimera de la cocina, Yaten sólo le da un trago a su café.
—Suelo asustar a la gente, pero no sin decir nada todavía —dice.
Parpadeo. ¿Estoy todavía dormida o acaba de hacerme una broma? Lo vuelvo a mirar y sonríe disimuladamente bajando la vista. ¡Lo era! Me quedo de a cuadros. No estoy acostumbrada a verlo en ese modo, bueno, ni siquiera creo haberlo visto sonreír una vez. Al menos no si no es a Minako.
No me siento precisamente halagada, pero sí agradecida. Mucho. Han sido muy amables al dejarme vivir aquí y me lo hacen hasta fácil, aunque no lo sea.
—No, yo… es que eres muy silencioso —me excuso llevándome una mano a la cabeza. que me pesa más de la cuenta. Diablos, mi cabello parece un nido de pájaros. ¿Podría esto ser más incómodo?
—¿Café? —me ofrece de repente, sin reparar en mi aspecto.
—C-claro… gracias.
Trato de quitarme las lagañas de los ojos y apelmazar mi melena de león, Me hago una coleta con una goma mientras él lo sirve. Llevo una camiseta ancha y un pantalón de chándal como pijama, así que no me preocupa revelar más de lo debido. Eso sumaría más puntos a la incomodidad de mis nuevos roomies. Él está impecable, huele bien y su camisa y pantalón están perfectamente planchados. Pienso momentáneamente en Diamante, siempre a tiempo y arreglado en un típico día laboral por la mañana, como hoy. Mi corazón se estruja un poco, pero es más por la desilusión del desengaño que por anhelo. Eso es bueno. Llevo varios días aquí, y por fin ha dejado de intentar comunicarse conmigo, sea para rogarme hablar o insultarme. Espero que siga así.
Desliza una taza grande color negro que un parece un plato hondo de cereales —excelente tamaño para mí— hasta mi alcance, junto con el azúcar y la crema.
—¿Minako aun no se ha levantado? —pregunto, sólo porque no soporto los silencios.
—Se está duchando.
—Ah.
Hay un ejemplar de periódico enrollado en la encimera. Lo abro y echo un vistazo a la sección de anuncios de ofertas de trabajo. Como Yaten es más conversador que un mimo en estado de coma, vuelvo a hablar yo al ver que no hay nada para mí.
—Hum… he pensado en pedirle trabajo a Lita. Tal vez de mesera, o ayudante.
—¿En el café?
Yo asiento sintiéndome algo avergonzada. Él me mira con profunda seriedad.
Es claro que estoy desesperada por irme de aquí. No es que ellos me traten mal, al contrario, ya dije que han sido muy amables y comprensivos, pero vivir aquí es… es…
Raro. Muy raro. Intrusivo.
—Ya has enviado currículums a todas las editoriales que conoces, ¿no? —me pregunta desconcertándome. No sabía que sabía, pero supongo que Minako se encarga de ponerlo al tanto de… todo. Genial.
—Sí, pero…
—Entonces ten paciencia y espera a que te llamen —me interrumpe en tono autoritario.
Pestañeo con la cucharilla del azúcar en la mano.
—Pero no sabemos cuándo pase eso, y no quiero molestarlos por tanto tiempo…—digo débilmente, apretando la taza del café con las manos y sintiendo su calor abrasador.
La expresión de su rostro se suaviza un ápice.
—No molestas, y no será tanto tiempo —me corta así, como si se hubiera acabado la discusión.
Yo suspiro. Es tan terco como Mina en ése sentido pero mucho más brusco y dictatorial. Y sus intenciones son las mejores, lo sé, pero no son ellos quienes están mermando sus ahorros. No tienen la presión de sus padres encima para volver a casa. No deben cuidar cada detalle para no incordiar a sus amigos. Soy yo. La que cuida no coger una maldita manzana de más del frutero. De ducharme a la velocidad de un rayo porque no quiere subirles la factura. La que quiere desaparecer pero no tiene a dónde ir cuando empiezan a discutir o la que oye por las noches las risitas y juegos de cosquillas que ya sabemos seguramente a dónde van a parar... Y en general, no puedo evitar sentirme un estorbo absoluto. Ellos tienen su rutina, sus cosas, su dinámica. Son una pareja. No un hospicio. Me hace sentir fuera de lugar.
No es que me muera por ser mesera o lavaloza, pero necesito generar un ingreso YA, por ínfimo para poder moverme a un sitio sola, por muy pequeño o feo que sea. Aunque debo admitir que también me asusta la soledad y el desamparo. Con Mina y Yaten me siento una carga, pero también protegida y respaldada. Y lo de Diamante y Shiho está tan reciente, que no sé si pueda enfrentarme tan pronto al mundo real, y lidiar con mis sentimientos y pensamientos atemorizantes sin nadie alrededor.
Recargado en los gabinetes, Yaten mordisquea un panecillo de arándanos, pero noto que menea ligeramente la cabeza, en un ademán reprobatorio que no pasa desapercibido.
—Es algo temporal —le explico algo borde por tener que justificar lo injustificable. ¡Es dinero, caramba! ¿Qué importa de dónde venga a estas alturas?
Él permanece indiferente.
—Es tu vida, tú sabrás. Sólo me recordó cuando Seiya…
Mi lado curioso, que es bastante grande, pica al instante. Mi lado orgulloso quería demostrarle que sé lo que estoy haciendo, pero erré. No tengo cura. Pierdo toda mi capacidad neuronal cuando de trata de él.
—¿Cuando Seiya qué? —inquiero, fracasando en mi intento de que no parezca importarme tanto.
Afortunadamente él no se da cuenta, o no le importa. Seguramente lo segundo.
Yaten traga, se sacude las migajas de las manos en el lavaplatos y luego me mira fijamente con sus ojos de ése tono verde extremadamente claro y tan peculiar.
—Cuando Seiya entró a trabajar al bar. Eso dijo. «Es algo temporal, bro. Sólo quiero un poco de plata. No exageres. Tampoco es que nunca vaya a hacer nada más de mi vida. Déjalo ir.» Y si no me equivoco, ya pasaron casi cinco años desde entonces.
Me deja callada y pensativa.
—No tiene nada de malo. Sólo digo que el tiempo puede ser muy traicionero. No cometas el mismo error —comenta, y su consejo lo siento duro, pero auténtico. Tiene una manera muy particular de conversar, pero no me disgusta.
La puerta de la habitación principal se abre entonces, y Mina irrumpe en la cocina.
—Buenos díaaas —canta anunciándose. Lleva una bata sedosa y floreada que parece una yukata y el pelo mojado.
—¿Por qué no estás vestida? —le increpa Yaten.
—Llegaré por mi cuenta más tarde al trabajo. Serena y yo tenemos unos pendientillos que atender —explica, y se da vuelta para buscar una taza.
Salto en el acto.
—Mina, soy perfectamente capaz de ir a ver a Molly yo sola.
—Ni hablar, ésa tipa me da mala espina. Está medio dañadita, ¿ya no te acuerdas que te tiró tus cosas y ordenó tu ropa por colores?
—Oye, yo hago lo de los colores —le reclama Yaten frunciendo el ceño.
—Pero tu caso no es tan grave, amor. Aun —le sonríe dulcemente y da un pequeño pellizco en la mejilla, como si eso arreglara su falta.
Vuelvo a intervenir.
—Mina, no quiero molestarte en tu horario de trabajo. ¿Y qué pasa si tardo mucho tiempo?
—No es molestia, y no será mucho tiempo —ataja sacando las cajas de cereales. Me da la impresión que los dos se ponen de acuerdo para seguir el mismo guión.
—Bueno, yo me voy —se zafa Yaten mirando su reloj de pulso y luego le da un beso fugaz a Mina —. Suerte con… lo que sea que vayan a hacer. Y tengan cuidado.
—¡Siempre! —asegura ella sentándose a mi lado para desayunar.
Suspiro profundamente mientras Mina me sirve sin que se lo pida un plato de Lucky Charms. Ha sido todo un detalle que me hayan comprado mi cereal favorito en su día de despensa, pero eso no es lo que hace que me sienta como de cinco años.
El día que llegué con asilo político al apartamento de Mina y Yaten, como recordarán, Molly inesperadamente llamó. No me dijo mucho, salvo que necesitaba hablar personalmente conmigo y que era importante. Me tomé el fin de semana para meditarlo, ya que nuestra amistad no terminó precisamente en besos y abrazos. Y claro que intuyo que no sea coincidencia que justo después de lo que ocurrió en la editorial, mágicamente dé señales de vida. ¿Qué quiere? Es extraño, pero también dijo que era importante. Al menos admito que me da gusto que esté vivita y coleando. Yo ya asumía lo peor.
Finalmente el domingo por la tarde mientras mis amigos estaban haciendo su compra, le envié un mensaje informando que accedería a verla hoy en su apartamento. He estado inquieta desde entonces, dándole vueltas al tema y nerviosa por lo que tenga que decirme, y la presencia de Mina sólo lo empeorará. Necesito ir yo sola.
—Mina, a mí tampoco me agrada Molly. Pero iré sola, si no te importa… por favor —le insisto dócilmente, sin ganas de discutir.
—No es sólo por eso, Sere. Me preocupa que andes sola por la calle —argumenta pasándome la leche —. ¿Qué tal si Diamante o el otro degenerado te sigue la pista?
Trago saliva con dificultad. Incluso los cereales me saben a tierra mojada.
—Un taxi me recogerá en la puerta del edificio, y me aseguraré de que sea así de regreso. Lo prometo. No andaré deambulando por ahí. Shiho huye de la justicia, no creo que sea tan estúpido para estar en este vecindario precisamente. Y Diamante ya ni siquiera me llama.
Mina resopla. Parece frustrada con algo.
—Si tan sólo Seiya hubiese vuelto ya, le pediría que te acompañe… —murmura.
Mis tripas se encojen involuntariamente al escuchar su nombre. Cómo quisiera verlo, contar con su apoyo en estos momentos. Pero sigue en el festival de música y no llega hasta el fin de semana. Seguro no sabe nada de mi drama con Diamante. Aparentemente, decidió quedarse por unos días más con sus compañeros de banda pues conocieron un contacto prometedor (o eso nos contó Andrew). La idea de que se líe con alguien por allí, entre tantas fans borrachas y libertinas me enfurece, pero no puedo hacer nada.
—Estaré bien —le digo en tono golpeado, producto de mi imagen mental. Minako me mira abriendo mucho sus ojos celestes. Yo dulcifico mi voz —. No te preocupes, de verdad. Te avisaré cambios en todo momento. Cuando llegue, y regrese y así.
Finalmente relaja los hombros.
—Si te empeñas...
—Sí. Gracias.
—Y si la fenómeno ésa adicta a los desinfectantes te hace algo, me llamas también y la dejo sin pelos de a una.
Se me sale una risita que resulta refrescante.
—No es mala gente. En la oficina nos llevábamos relativamente bien. Quizá sólo no congeniamos para ser compañeras de piso. No todos pueden ser el roomie perfecto...
—¿Como yo? —sonríe con orgullo.
Iba a decir como Seiya.
Me sonrojo y pongo los ojos en el cereal.
—Sí, amiga. Como tú.
Es un descanso mental y físico tener el apartamento para mí varias horas, aunque no sea mío. Puedo pensar en mis elucubraciones sin que nadie me dé sermones ni intente protegerme con la guardia nacional. Apenas Mina se marcha, me hago otro café, enciendo el televisor y luego me doy un baño. Me pongo ropa limpia y pido el dichoso taxi, aunque quisiera ahorrarme la plata tomando el autobús, se lo prometí a Mina. Además en el fondo, yo también desconfío de que Diamante Black haya sacado la bandera blanca. Algo me dice que sólo está pensando en su siguiente estrategia, o que ya tiene una en práctica.
El auto aparca en la entrada del edificio de Molly, y yo prácticamente salto del coche sin darle las gracias al pobre conductor. Cuando estoy delante de la puerta no sé si llamar o no. ¿Cómo pueden haber cambiado tantas cosas desde la última vez que la vi? Parecen ahora tan tontos aquellos problemitas, como su ascenso que me parecía una injusticia o que me obligara a tomar esos asquerosos batidos de fibra por la mañana. La perspectiva es una dura maestra de vida, sin duda.
A fin de cuentas decido pulsar el timbre.
El apartamento de Molly es tal como lo recordaba. Todo está perfectamente limpio y ordenado, y el difusor de aceite despide un aroma a vainilla que invade mis fosas nasales. Eso me recuerda a que también aquí me sentía una intrusa, pues el lugar no va para nada conmigo, pero de una manera diferente.
Ansío tanto tener mi propio hogar… escoger los muebles, los colores de las paredes y los cuadros. Tener una cafetera maravillosa, un futón y muchos libros. Mi propio refugio. Un sueño hecho realidad.
Quizá algún día.
Mientras espero sentada casi en la orilla del sillón, me pregunto qué ha sido de su vida. Ella aparece cargando una charola con una vajilla de porcelana exquisita para servir té. También ella está muy bien vestida y maquillada a comparación de mí, que parezco una universitaria desprolija y desvelada con mi sudadera de capucha, jeans y Converse. Por lo menos me bañé, eso sí.
—Gracias por venir —dice en tono cordial —. También tengo café, por si te apetece. Sé que te gusta mucho.
Con esa pequeña conexión se me dibuja una pequeñísima sonrisa en los labios.
—El té está bien. Gracias por llamarme —devuelvo. Aunque no se me antoje, hoy hace algo de frío, así que me viene bien lo que sea caliente.
Molly se sienta en el sofá de una pieza, justo frente a mí y a una prudente distancia. Tomo mi tacita y le doy un sorbo, sin saber muy bien cómo empezar la conversación. Recuerdo que como es ella quien me ha llamado, decido pasarle el balón.
—¿Vas a decirme por qué estoy aquí? —pregunto sin reparos.
Ella respira hondo y también da un sorbo a su té antes de contestarme. Su expresión es neutra.
—Unazuky me dijo que renunciaste a la editorial. O más bien… que dejaste de presentarte de un día para otro.
Esa no la veía venir. Me revuelvo en mi asiento.
—Pensé que ustedes ya no se comunicaban —o eso fue lo que me dijo Unazuky.
Ahora ya no se ve tan calmada.
—No lo hacíamos. Cambié mi número telefónico y perdimos contacto. En realidad yo… me la encontré en el centro comercial la semana pasada por casualidad. Estaba muy preocupada por ti. Dijo que te había llamado y enviado mensajes muchas veces pero que no atendías, así que decidí probar suerte yo.
Ladeo un poco la cabeza, sin comprender bien.
—Pudiste decirme eso por teléfono, ¿no? Imagino que hay más.
Molly desvía sus ojos cetrinos hacia un lugar de su impoluta alfombra.
—Te fuiste muy rápido de la editorial y sin aviso. Cambiaste tu número telefónico —le digo llamando su atención, aunque tratando de no escucharme agresiva. Necesito una aliada, y sé que en ella puedo obtenerla, pero no debo presionar —. Lo que sea que te haya hecho o intentado hacer Shiho, hizo lo mismo conmigo.
Entonces me mira y su rostro se deforma. Ahí está, yo tenía razón. Sujeto la taza de té con ambas manos para intentar no pensar en el dolor de mis recuerdos, y prepararme para la contestación de Molly. Una chispa de lástima se refleja en su mirada antes de abrir la boca. Se queda observándome durante un instante antes de hablar.
—Una dijo que enviaste alguien por tus cosas, pero… quería saber si estabas bien —confiesa.
—No lo estoy —confieso también. Molly vuelve a mirarme consternada —. Ése hijo de puta malnacido intentó abusar de mí. Y creo que lo sospechabas antes de que te lo dijera. ¿Qué te hizo a ti para que salieras despavorida?
Molly deja su taza en la mesilla de la sala, y veo que le tiembla la mano. Parece escandalizada. No sé si por la noticia que le he dado, mi lenguaje soez o que haya adivinado su situación. Probablemente sea todo junto.
—A mí no me hizo nada. Me fui porque… quería un trabajo mejor, menos demandante —miente.
—Venga Molly, y justo cuando creí que valía la pena venir… —le reto poniéndome de pie. No estoy para estúpidas apariencias. No es que quiera sentarla en el banquillo de los acusados, y sé que dije que no la presionaría, pero nos merecemos la verdad al menos.
—No te vayas, Serena —me pide cuando ya me he puesto el pequeño bolso cruzado al pecho —. Por favor.
Me vuelvo a sentar. Ella cruza las manos como a modo de oración, pero colocadas sobre su falda plisada. Tarda mucho pero yo guardo silencio hasta que vuelve a hablar.
—Unazuky dijo que había policías por todo el edificio apenas te fuiste, así que pensé que… que lo habrías denunciado o algo. Pero también me dijo que… que él también se había marchado días antes de eso —le cuesta decir su nombre, y algo oscuro se remueve dentro de mí. Desgraciado cerdo. ¿A cuántas les habrá hecho lo mismo?
—Sí. Está acusado y prófugo por agresión e intento de violación —le digo con sangre fría.
Sus ojos brillan con alivio.
—¿Intento?
—Pude escapar.
Ella suspira, cierra los ojos y la oigo murmurar algo como una plegaria. Ahí está la Molly que me acompañó a la clínica. La que me ayudaba con mis reportes o me llegó a contar de los problemas con su novio. ¿Cómo es que puede ser una chica tan pesada, cuadriculada y al mismo tiempo tan compasiva?
—Qué bien —dice, y sé que en el instante se arrepiente, porque se retracta —. Perdón, lo quise decir es que…
La interrumpo con un ademán tranquilizador.
—Lo sé. No importa. Molly, lo que necesito es que me digas exactamente qué pasó entre tú y él. Fue en New York, ¿verdad? ¿Cuando fuiste a la exhibición de los nuevos autores?
—¿Qué importa ya? Tú misma dices que se fugó —refuta en tono áspero. Ya sé, nadie quiere indagar en el fango de la porquería del jefe depredador, ni yo, pero es necesario. Aun con lo que la entiendo, empiezo a agobiarme.
—Molly, tu testimonio es importante para reforzar la culpabilidad de ése tipo. Si lo pillan, no tendrá una denuncia en su contra, si no dos. Le darán una buena condena. La que merece. No lo encubras. No protejas a quien nos ha hecho tanto daño…
—¡A mí no me ha hecho daño! —objeta.
Me quedo boquiabierta. ¿Qué?
—¿Estás segura?
—Pues sí.
No le creo ni una mierda.
—¿Y por qué no quieres contarme entonces lo que pasó allá? ¿Por qué te fuiste de la editorial? Porque eso del buen trabajo no te lo creería ni un niño. No soy imbécil. Tú me llamaste, ¡ayúdame en algo, carajo! —le exijo al borde de las lágrimas.
No consigo llevarla al límite, así que aunque yo me derrumbe también, la haré reaccionar. Meto la mano en mi bolso y saco las fotografías dobladas que llevo conmigo. Sabía que las necesitaría.
Se las extiendo para que las coja.
—Mira.
—¿Q-qué es eso? —balbucea, como temiendo algo horripilante. Y es que lo es, pero tiene que verlo.
—Las fotografías que me hicieron en el examen médico. Está bien. No me digas nada, tienes derecho a no hacerlo. No hagas ninguna denuncia. Sólo mira estas fotos bien y luego me lo vuelves a decir en mi cara.
—Yo…no puedo...
—¡Vamos! —le recrimino con urgencia —. Demuéstrame que dices la verdad y me iré.
Tras dejarme con la mano extendida como medio minuto, accede. Yo suspiro fuertemente. Molly abre el sobre con infinita aprensión, y apenas desdobla una de las hojas y sus ojos entienden lo que ven, profiere un grito ahogado. Se lleva una mano a la boca, pero no se detiene. Las pasa una a una, y yo lucho fuertemente por no llorar al mirar de lejos los moratones, las heridas y las mordeduras, pero empiezan a darme náuseas. Temo echar el té sobre su impecable alfombra.
Molly no llega a las últimas, supongo que es suficiente. Dos lágrimas gruesas caen por sus mejillas. Luego empieza a sollozar bajito, igual que una niña pequeña que no quiere que la regañen.
Mi garganta se cierra y justo cuando menos me lo espero, ella levanta el rostro y me mira.
—¡Lo siento! ¡Lo siento tanto, Serena! —chilla, y se pone de pie.
Apenas soy consciente de lo que está pasando. Molly me ha envuelto en sus brazos y yo, torpemente, he hecho lo mismo. Recargo la barbilla en su hombro, con la única visión de su cabello ondulado color cobrizo. Es un abrazo algo breve, pero lo siento cálido y sincero. Como si fuera el de una amiga de verdad pero que no está acostumbrada a dar abrazos.
Se limpia la cara amargamente con una mano, y aunque rompe el contacto físico no regresa a su sofá. Se queda cerca mío sacudiendo la cabeza, como si se lamentara una y otra vez.
—Soy una estúpida. Es mi culpa lo que te ha pasado…
—No es así —la calmo.
—Sí que lo es. Si yo hubiera hablado esta abominación no te habría ocurrido…—señala las fotos con los ojos. Son bastante gráficas, no sé como yo no me he quebrado también. Debo estarme haciendo más fuerte. Eso espero.
La obligo a que me mire tomando su mano.
—Molly, lo hecho, hecho está. Lo importante es ahora romper este espantoso ciclo. Tenemos que hacer que se haga justicia. ¡Podemos evitar que a otra chica le pase lo mismo! —le digo, recordando las palabras de Mina.
Afortunadamente ella asiente con la cabeza, estando de acuerdo.
—¿Qué pasó en New York? —le pregunto de nuevo. Mi voz se oye más calmada de lo que estoy, porque me sudan las manos y mi corazón va a mil en este momento. Me alegra que Mina no viniera, jamás habría podido hacerla hablar con ella aquí.
Se frota las manos y mira hacia el techo, como para aclararse.
—Veamos… antes de eso ya había algunos indicadores extraños. Cosas que me hacían pensar que Shiho era alguien malo. Pero no le di importancia a algunos, otros simplemente me obligué a ignorarlos —me empieza a contar —. Yo de verdad pensé que mi promoción se debía a mi trabajo. Trabajo muy duro siempre, ¡no fallo nunca! —declara con mordacidad, cómo si esa parte le irritara de verdad.
No sé qué lamenta más, si haber sido una víctima de Shiho o haber perdido su empleo. Joder con Molly, sigue siendo algo rara.
—Claro —coincido para animarle, aunque no le entienda.
—Tuvo sutiles comportamientos que podrían pasar por inapropiados, para también podría ser que yo estaba loca y lo malentendía. Yo pensaba que estaba enloqueciendo. ¿Me entiendes?
—Me pasó lo mismo —afirmo, coincidiendo en eso. Maldito Shiho. Sólo deseo que lo refundan y se pudra en la cárcel. Fantaseo con ello cada día.
—Bueno, eran algunos mensajes con "halagos", tocamientos sutiles (en la mano, la pierna, etc), e invitaciones a salir, no precisamente de trabajo. Todo eso ocasionó que empezara a tener problemas con Neflyte. Mi entonces novio —me aclara, cuando ve mi cara de desconocimiento absoluto —. Estaba desquiciado de celos, quería que renunciara. Decía que ése tipo no tenía buenas intenciones y yo al no hacer nada le daba pie a que siguiera. Me advirtió que no fuera a New York o terminábamos. Yo no le escuché. Creí que estaba resentido de mi crecimiento profesional, o que él era un macho anticuado…
Sus ojos reflejan angustia. Yo me quedo callada.
—No me preguntes cómo, pero Shiho se dio cuenta que Neflyte y yo terminamos. Quizá por mi estado de ánimo en el trabajo. El día de mi cumpleaños me hizo un regalo repugnante —Abro mucho los ojos. De ése monstruo puedo esperarme lo que sea —Me dio ropa interior. Vulgar y corriente, casi para una prostituta. Pero no firmó. Eso dejó en claro su acoso, pero complicó que yo pudiera tomar acción de cualquier tipo porque no tenía pruebas de que él me lo había dado.
—Seguramente sabe bien cómo cubrirse las espaldas.
—Así es. Para entonces ya estaba a días el viaje a New York. Yo no pensaba ir, de hecho ya estaba buscando un nuevo trabajo… pero un ex compañero de la facultad con quien charlo a veces me dijo que era una oportunidad única en la vida, y que allí podría conocer editores de todo el mundo. Ir me abriría muchas puertas. Así que me hice de tripas corazón y me dije que me mantendría lo más alejada de él posible.
—Debió ser difícil —opino.
—No tanto. Él tenía una imagen que cuidar y no se arriesgaría a hacer algo en público. La última noche del viaje nos fue tan bien en las exposiciones, que los socios americanos insistieron en ir a "celebrar" al bar del hotel. Quise zafarme, pero no pude. O más bien, no fui fuerte… éramos cuatro, dos hombres y dos mujeres. Y yo sólo me bebería una copa para quedar bien, me retiraría rápido y todo el viaje habría terminado. Al otro día salíamos muy temprano para Japón y yo ya pensaba renunciar de todas formas.
Su indignación y su furia aumenta a cada segundo que pasa, y la mío también, y eso que ni siquiera conozco el contexto de su experiencia.
—Me levanté de la mesa un momento a atender una llamada de mi madre, y cuando regresé los americanos ya se habían ido. Sólo estaba Shiho. Se iban de viaje y aparentemente no querían tener jet lag al día siguiente —se pasa los dedos por el pelo, y tiene una expresión difícil de interpretar —. Lógicamente quería que yo me quedara, pero no lo permití. Me acabé mi copa y decidí pagarla por aparte. El problema es que casi enseguida comencé a sentirme terriblemente mareada y enferma. Y juro que sólo me tomé una.
Se me hiela la sangre en las venas.
—¿Crees que te drogó?
—Estoy segura, sí —dice reteniendo su coraje —. Lo demás es… borroso y confuso.
Madre mía…
—Lo siguiente que recuerdo es que estábamos en el elevador y él… pues ya sabes, no perdió oportunidad de besarme y meterme mano. Ante el personal éramos dos personas que fueron con consentimiento mutuo y a la señorita ebria había que escoltarla hasta su habitación. Pasaría por un perfecto caballero. Yo no podía ni hablar bien. Me sentía como atrapada en el cuerpo de otra persona. Mi mente sabía lo que estaba pasando, o más o menos, pero mi cuerpo no me respondía.
¿Cuán retorcido, enfermo y desgraciado puede ser ése depravado? No doy crédito. Para entonces Molly ya está llorando. Oh, Dios. Pobre.
—Entramos en mi cuarto y siguió haciendo lo mismo que en el elevador. Luego me empujó a la cama… pero casi inmediatamente de eso tocaron insistentemente a la puerta. ¡Era el camarero! Yo había olvidado mi bolso en el bar y fue a devolvérmelo. Y como no había letrero de no molestar, siguió tocando y no tuvo opción más que abrirle. Sabía que el chico sabía que estábamos ahí.
—¡Vaya! —exclamo soltando un jadeo. Los ojos de Molly parpadean y brillan mucho. Se esfuerza para no llorar más.
—A veces me pregunto si él se dio cuenta de lo que estaba pasando… otras que sólo tuve ayuda divina o algo así —susurra con voz rota y endeble —. Esa interrupción fue suficiente para que yo me pudiera levantar a rastras, y comprometiera toda la situación. Shiho no tuvo más remedio que largarse, pues no sabía hasta que punto podía hablar y hubiera sido muy riesgoso que un testigo se percatara de que estaba en la habitación de una chica casi inconsciente. Después de todo, tenían todos nuestros datos en el hotel. El día siguiente fue totalmente incomprensible. Actuaba como si nada hubiera pasado, y en algún momento yo también lo creí. Pensé que lo había soñado, luego me convencí que no. El viaje fue asqueroso, eterno y apenas pisé tierra decidí desaparecer sin decirle nada a nadie.
Suspiro.
—Lo siento, Molly —le repito lo que me ha dicho. Además es cierto.
—¡A ti te hizo algo peor! —me discute, como si se odiara por ello —. Yo… no sé por qué no dije nada. Iba a hacerlo. Hablar con la junta directiva o algo… Pero yo… no lo sé. Me arrepentí.
Me apresuro a contestar.
—Porque te dio miedo. Porque pensabas que era tu culpa. Porque sólo querías pretender que no pasó, porque afrontarlo era demasiado duro. Pensaste que nadie te iba a creer —le digo, repitiendo exactamente mis mismas sensaciones un día antes de que fuera a la policía. Aun las tengo.
Molly parece desconcertada por mi temple frío para decirlo todo.
—Sí, supongo que sí.
—Pero que no te golpeara como a mí no quiere decir que lo que hizo fuera poca cosa. Te hostigó, se aprovechó de su autoridad como tu jefe y te drogó. También te tocó sin tu consentimiento y estaba dispuesto a violarte. Debes denunciarlo, Molly. Ayúdame a hundirlo, por favor…
—¡Pero ni yo misma recuerdo bien lo que ocurrió! —se condena —. Pareceré una idiota incoherente.
—A mí me lo acabas de contar, y me parece muy coherente.
—Porque eres tú. Pero no sé si pueda hacerlo frente a la policía. Todo es confuso y raro… no es lo mismo, tú tenías pruebas, yo no. Borraba todos sus mensajes, su asqueroso obsequio lo tiré y no tenía nota. Y obviamente el efecto de la droga está más que pasado…
Carajo, no sé qué hacer. Está demasiado dudosa al respecto.
—Eso no importa. No necesitas una prueba tangible para señalarle. Pregúntale a un abogado.
El simple hecho de que tres de sus asistentes renunciaran sin aviso y razón ya es bastante sospechoso y seguro que se seguirá destapando la cloaca conforme se investigue —persisto. No quiero que ahora que he llegado tan lejos, Molly se eche para atrás.
Así que me aferro a los bordes del sofá como anclaje, con la única esperanza que tengo. La piedad.
—No me dejes sola en ésto —le ruego, mirándola fijamente. Mis ojos están vidriosos, lo sé —. Molly, por favor.
Puede que sea su sentido de culpabilidad, su odio hacia Shiho o que tengo muy buena labia. El caso es que asiente firmemente después de unos segundos de silencio. Yo suelto una exhalación de alivio y dejo de apretar la tela del sofá, pero ahora me duelen todos los músculos del cuerpo.
—No quiero parecer mórbida pero… ¿cómo escapaste? —me pregunta, normalizando su respiración.
Me estremezco ante los parpadeos de imágenes que vienen a mi mente.
—Luché con él.
Se le ve impactada.
—¿Ah, sí?
—¿Específicamente? Lo apuñalé con una pluma de acero en el brazo. Aunque hubiera querido tener mejor puntería y habérsela clavado en un ojo —añado ponzoñosa.
Miro a Molly, esperando a que me diga que estoy demente o algo, pero en vez de eso me sonríe.
—Bien —dice.
Qué curioso ha resultado este encuentro.
—Deberías llamar a Unazuky, está muy preocupada por ti —me recuerda.
—No quiero involucrarla en esto.
Y además es muy cotilla. ¿Y si le cuenta a alguien?
—Al menos dile que estás bien. Invéntate algo —sugiere tomando de nuevo su taza de té y bebiendo de él. Ambas hemos recuperado la normalidad de una conversación, o al menos una menos oscura y tortuosa —. Además dice que se corren un montón de chismes en la editorial, seguro no tardarán en enterarse de todo.
—Vaya mierda…
—Hay una cosa más.
—¿Más? —me alarmo.
—Unazuky mencionó que en el lugar de ése… de ése —define con desprecio —, se quedó a cargo temporalmente una de las directivas más importantes de la cadena editorial, y que estaba tratando de localizarte. Una le dio tu número telefónico, que era lo único que tenía, pero imagino que no atendiste.
Sacudo la cabeza.
—¿Y? ¿Qué querrá?
—Quién sabe. Pero quizá podrías contactarla. A lo mejor puede ayudarte.
—O chantajearme —mi voz no transmite ya la determinación que quería.
Lo que menos necesito ahora es a otra persona persiguiéndome, por el motivo que sea. No confío en nadie. Y si es una de las dueñas, seguro que sabe que su porquería de editor es un presunto criminal, y eso mancha terriblemente la imagen de la empresa. No le conviene nada lo que está pasando. ¿Y si me amenaza? ¿Y si le defienden?
—Nada pierdes con intentar —me aconseja Molly. Y luego dice como a modo de reflexión suya más que para mí —. Al menos es mujer, y es una pequeña ventaja. O eso quiero creer.
Sé que le juré a Minako que no lo haría, pero mi cerebro es un pelambrero de ideas, y necesito desesperadamente despejarme un poco. Le pido al taxi que me deje en una plaza pequeña de árboles enanos y que jamás había visto. Todos los jardines están llenos de hojas secas y piñas. Lo recorro caminando lentamente dando varias vueltas. Han sido demasiadas cosas las que hablé con Molly, pero casi todas son al menos buenas noticias para mí. Me ha prometido que mañana sin falta irá a la comisaría acompañada de su otra vez novio, con quien gratamente ha vuelto, pero aun no vive con él. No se siente lista y quiere ir poco a poco. Me alegro por ella.
Además antes de despedirnos, Molly hizo algo que no esperaba. Se disculpó por cómo habían terminado las cosas entre nosotras, y me aseguró que estaba muy arrepentida por ello. Por supuesto que le perdoné, como dije, la perspectiva puede ser una maestra de vida demasiado severa, y yo la necesito de mi lado.
La noche empieza a caer pronto por ser otoño, así que me apuro a tomar otro taxi para irme a casa de Mina y Yaten. Hace más frío aun. Al menos me he asegurado de enviarle mensajes todo el tiempo, y eso la ha mantenido apaciguada, pero no quiere que ande sola de noche.
Antes de subirme, miro el letrero de «Se solicita personal» en el vitral de una pequeña librería de la calle. Sonrío tristemente ante la ironía. ¿Cuántos de ésos libros no están ahí, posiblemente debido a mis esfuerzos y ahora terminaré limpiándolos y vendiéndolos con separadores? Sé que Yaten tiene razón, pero no sé si pueda ser tan paciente como dice. La sensación de intrusa se refuerza día con día, y es pesado cargarla…
Cuando llego al apartamento, Mina está tratando de convencer neciamente a Yaten de comprar un aparato de sonido que según es fabuloso y moderno, que el de ellos es una chatarra, que no se qué tanto. Él no le hace mucho caso, apenas quita los ojos del televisor y mira de cuando en cuando el folleto que le restriega casi encima de la nariz. Ninguno se percata de mi presencia. Soy una especie de fantasma, cosa que sería una ventaja si no tuviera que dormir en el sofá donde están sentados.
Me obligo a saludar.
—Hola, chicos…
—¡Hey! ¿Cómo te fue con la loca de las verduras? —salta Minako. Yaten aprovecha para mirar su programa y le esconde discretamente el folleto entre los cojines.
—Bien. Ya no está tan loca —esbozo una sonrisa cansada —. Y me va a ayudar con… el asunto —me limito a contestar, esperando que no me interrogue demasiado.
—¡Excelente!
Dejo mi bolso y me dirijo hacia la cocina.
—Voy a hacerme un emparedado, si no les importa… no tuve tiempo de comer con tanta cháchara.
No la miro, pero sé que Minako está rodando los ojos.
—Ya te hemos dicho millones de veces que no debes pedir permiso para tomar nada de la comida —me reprende.
—Lo sé…
—¿Entonces por qué sigues diciendo eso?
No digo nada y sólo suspiro. Estoy agotada mentalmente de explicar que no quiero ser una abusona y preguntar o avisar siempre me hace sentir un poco menos mal. Yaten se levanta y dice algo como que se va a bañar y preparar unas cosas de trabajo en su estudio, pero sospecho que sólo quiere dejarnos solas como siempre. Cada día me agrada más.
Mina se acerca hasta mí.
—¿De veras te fue bien con la tal Molly? —se quiere cerciorar, mientras yo saco de la nevera lo que necesito.
—Sí, Mina. Va a denunciar a Shiho. Con ella también se propasó, pero tampoco logró lo que quería.
—¡Madre! Qué sujeto más repugnante —repone con desdén.
—Sí. Espero que lo atrapen pronto —digo, y cambio de tema —. Mmm… ya sé que no te va a gustar lo que voy a decir, pero voy a pedir trabajo en una librería.
Minako hace aspavientos con los brazos.
—¡Nooo!
—Ahórratelo, por favor. Ya me soltó el sermón Yaten en la mañana —Mina pela los ojos como platos. Sorprendida porque su marido hable conmigo, o que hable simplemente. A saber —. Pero si lo piensas bien, tengo todas las de perder en este asunto. No puedo usar referencias de la editorial, y es la única experiencia que tengo. Mi título universitario y mi linda cara (que ya no está tan linda, por cierto) es lo único que tengo para pedir empleo. Y hay miles de pasantes más jóvenes y monas, sin menos exigencias de sueldo aplicando todos los días. La tengo muy, muy peliaguda.
—Pero ese hecho no cambiará por trabajar en una librería —me refuta Mina tamborileando los dedos en la barra de la cocina.
—No desistiré de encontrar algo de mi profesión, lo juro —la señalo con el cuchillo con el que he untado la mayonesa en el pan —. Lo más probable es que sea algo de medio tiempo. Pero no es sólo tema del dinero, Mina. Me voy a volver loca estando encerrada aquí todos los días esperando a que me respondan los correos. Necesito algo que me distraiga. Pienso muchas cosas cuando estoy sola, la mayoría bastante negativas y oscuras, ¿sabes?
Y evito hacer contacto visual. Mina asiente lentamente desde su posición, mientras gira frenéticamente las sortijas de su dedo anular. Sabe lo de las pesadillas, pero no que las revivo aun despierta.
—Bueno, si crees que eso te hace bien… —comenta.
Compongo una sonrisa agradable.
—Sí, ya verás. Y también me hará bien ayudarte a planear tu fiesta de cumpleaños, que está cerca —le digo para no preocuparle por mi salud mental, más que porque me entusiasme la idea de una fiesta.
Mina recobra la luz en la cara y se endereza.
—¡Sí, sí! Será súper divertido comprar las decoraciones y todo eso. Oh, y estaba pensando que podríamos salir juntas el sábado. Sólo algo tranqui, para que te orees un ratito y te despabiles de tanto encierro, ¿quieres? —agrega.
Yo me detengo en mi preparación. Parece haber gato encerrado en todo eso. Con Minako el salir un sábado jamás ha sido sinónimo de algo «tranqui» y mucho menos para despabilarnos. Nuestros (sus) planes solían ser alocados, con muchos tragos, ligues, juerga y karaokes o ir a bailar a discotecas. Y yo no estoy para ésas, me siento como de cuarenta años.
Enarco una ceja y la miro con poco interés.
—No sé…
—Te prometo que la pasarás bien —junta sus manos.
—¿Y si no?
—Y si no, nos volvemos a casa en cuánto tú digas —dice poniendo una mano al frente, como si estuviera jurando en una corte.
Bueno, cierto es que desde que se casó, no hemos salido juntas a ninguna parte de noche.
Ni siquiera me había percatado de eso. Durante poco menos de un año todo han sido cafés, almuerzos cortos e improvisados, y nunca tenemos suficiente tiempo de charlar. Además sé que sólo quiere levantarme la moral. Quizá no es tan mala idea. Quizá sólo necesito retomar la normalidad poco a poco, para que yo misma empiece a sentirme normal. Eso y el hecho de que podría en pocos días ya tener un trabajo me enciende una pequeñísima chispa de entusiasmo en el pecho.
La miro, ésta vez con otros ojos.
—Vale, pero un rato nada más —le acuso con el cuchillo de pan —. Y si me aburro, o me siento miserable o me canso o lo que sea, nos volvemos sin convencimientos ni chantajes. ¿De acuerdo?
Mina sonríe triunfal y me guiña un ojo, prometiendo que no me voy a arrepentir.
Llega el sábado mientras sigo indecisa de llamar o no a Unazuky, y estoy sentada en el sofá esperando a que Minako termine de arreglarse. Lleva más o menos como un milenio y medio alisándose el pelo. Me pesan los párpados y empiezo a querer recostarme y echarme una siesta. Con las pesadillas, tengo mucho sueño a todas horas. Le doy un trago largo a la Coca-Cola que me he estado tomando, esperando que la cafeína me ayude a sobrellevar la noche. Ruego porque Mina me escuche y cumpla su promesa de volver temprano.
Yaten aparece en mi rango de visión. Trae vaqueros negros y una camisa verde claro casual, pero para evidentemente se ve dispuesto para salir a alguna parte. No creo que se vista así para ir a comprar leche, y aquello me desconcierta.
—Tú sí te alistas rápido —farfulla quejándose —. Ojalá Minako fuera así.
Bueno, yo no me esmeré mucho en el atuendo, debo decir. Traigo mis mejores jeans oscuros y una blusa negra prestada de Minako, es de manga larga con algunos bonitos diseños de bisutería brillante en el cuello. Mis botines negros de tacón cuadrado y chaqueta negra lo complementan. En la cara sólo me puse base, rímel y brillo labial rosa, aunque Mina quería ponerme cien cosas más, no me dejé y amenacé con quedarme en casa... bueno, en su casa. Sólo así me dejó tranquila, aunque sigo sin querer ir. Los sitios concurridos me ponen la piel de gallina, y si un tipo intenta filtrear conmigo definitivamente saldré corriendo.
Espera… ¿Por qué a Yaten le importa si se tarda o no? ¿No irá a…?
—Tú… ¿vas a alguna parte? —le pregunto, tratando de no sonar muy grosera.
Yaten abre la boca, pero la vuelve a cerrar.
—Pues claro que… ¿Que Minako no te dijo? —corrige y me pregunta en un tono molesto. Oh, no me digas que saldremos los tres juntitos. ¡¿Cómo narices se le ocurre?! ¡Qué vergüenza! ¡Qué pasada de su parte!
Estoy a punto de ponerme de pie para ir y reclamárselo cuando tocan el timbre. Yaten abre la puerta e instantáneamente a mí se me detiene el corazón.
—Qué hay —saluda él con un asentimiento de cabeza. Está bronceado, guapísimo y sonriente, sonrisa excepcional que se ensancha aun más en cuanto nuestras miradas se encuentran —¡Bombón, qué sorpresa!
Dios mío, es Seiya. Y todo mi cuerpo responde magnético y excitado hacia su presencia. Su voz, su aroma —Paco Rabanne otra vez—, y el brillo zafrino de sus ojos. Todo ello me calma y me trastorna a partes iguales. Siento felicidad y nostalgia. Emoción y miedo. Amor y desamor. Los ojos me escuecen y quiero echarme en sus brazos, pero apenas logro imitar una mala copia de su galante sonrisa.
—Hola —digo con un hilo de voz, levantando la mano derecha.
—De haber sabido que tú eras mi cita no habría hecho el tonto tanto rato —bromea entrando en el apartamento.
—Y de haber sabido que eras tú el otro acompañante yo no habría aceptado —escupe Yaten mordaz.
Yo suspiro. Ésa Minako… no sé si tiene complejo de Cupido, es una sociópata o sólo cree que hace obras de caridad.
—¿Qué dijiste, enano entrometido? Desde aquí arriba, en la altura de los normales no se oye nada de lo que dices —se burla Seiya inclinándose y haciendo la mímica de agudizar el oído.
—Nada que no sepas, que te vayas a la mierda sin retorno —le insulta Yaten, aunque sonríe también. Luego cierra la puerta detrás de él y lo mira de arriba abajo —. Joooder, pareces un cono de tránsito. No creí posible que te vieras más ridículo de lo habitual, pero sí. Ya quiero que llegue la noche para saber si también brillas en la oscuridad —se mofa cruelmente.
—El festival era en la playa. No te molestes en disimular tu envidia, renacuajo paliducho y cateto. Te vendría bien tener vida fuera de tu agujero de vez en cuando, pues con tu estatura y color, la gente va a pensar que además de subdesarrollado estás enfermillo de algo grave…
—Enfermillo estás tú permanentemente de la sesera, imbécil.
Yo suelto una risita infantil al verlos discutir. ¡Me estoy riendo! No puedo creerlo. Su ánimo me contagia y me siento muy bien con ellos alrededor. La única vez que los vi interactuar también discutían, pero no en buen rollo. Estaban realmente peleado y era un caso serio lo del departamento. Esto más bien parece un acto de comedia muy bien ensayado. Se dicen cosas mezquinas, pero a ninguno parece afectarle.
Yaten dice que va a arrear a Mina para que podamos irnos a cenar, y Seiya se instala a mi lado subiendo mi pulso súbitamente.
—¿Cómo estás? —me pregunta cruzando una pierna sobre otra.
—¿Ahora mismo? Bastante entretenida —respondo sonriendo, y señalo hacia el cuarto —. ¿Siempre se han llevado así?
—¡Dios, no! —exclama Seiya fingiendo preocupación, llevándose una mano al pecho —. Sólo desde que ése empezó a hablar. Antes me caía mejor.
Me vuelvo a reír. Seiya me mira con expresión divertida, pero la recompone en algo más natural.
—En serio, ¿estás bien? —me vuelve a preguntar. Yo levanto la cabeza para mirarle a los ojos y trago saliva —. Vi a Andrew ayer, apenas llegué a la ciudad. Me dijo que te había visto con maletas corriendo y muy asustada. Iba a llamarte, pero Minako me obligó a venir.
Me ruborizo ligeramente. Vaya, qué rápido corren las noticias.
—Sí… bueno, yo… —no sé bien hasta qué punto contarle, o si deba ser ahora. Al final me decido a darle una versión resumida y menos dramática —. Diamante y yo terminamos, así que estaba buscando donde quedarme. Andrew fue muy amable en guardarme las maletas un rato, por eso lo supo.
—Sí, me lo dijo. Pues… —Seiya se inclina y duda un instante de sus palabras —, lo siento.
Es capaz de decir eso aunque vaya en contra de mis propios deseos, quizá hasta los suyos.
—Yo no —le digo por eso. Seiya enarca las cejas asombrado por mi respuesta, y sonríe socarrón.
—Ah, pues tampoco yo —dice. Nos reímos a la par —. ¿Y en dónde te estás quedando?
—Oh, es un lugar estupendo —empiezo a relatar para engañarlo —. Muy amplio, cómodo y con acabados de lujo. Una gozada.
Seiya pestañea inocentemente mientras yo reparo en su vestimenta. Sólo él puede verse incluso aun más atractivo con una playera de algodón corriente con el estampado colorido de un festival.
—¿En serio? Vaya, pues… qué bien —farfulla, y noto un matiz de irritación en su voz —. ¿Dónde es?
—Estás sentado en él.
Tarda unos segundos en unir las piezas del puzzle cuando me encojo de hombros. Seiya reacciona, sacude la cabeza y me jala una de las coletas como si me estuviera castigando.
—¡No juegues!
—Auch. Te lo juro.
—Bombón, no puedes quedarte aquí —cuchichea acercándose un poco más. Noto como me empieza a dar calor —. Sencillamente no puedes, es...
No termina la oración porque pongo una mano al frente.
—Mira, ellos dos son geniales. En serio —me apresuro a aclarar —. Pero sí, debo admitir que es extraño. No puedo evitar sentirme como…
—Una intrusa —adivina. Las pilla al instante, como siempre.
—¡Sí! —sonrío, y apoyo la barbilla en mi mano apenada, dejando caer la cabeza en los cojines altos del sofá.
—Así me siento yo cuando vengo algún domingo. Como su hijo adoptivo. Entre sobrado, querido y… diferente. ¡Es raro!
—Yo me siento como una mascota. Al menos tú tienes una categoría más importante —le pincho para seguir la charada.
—Eso es porque tengo derecho de antigüedad, me lo he ganado ¿vale?
Nos echamos a reír otra vez. Su familiaridad es tan placentera y agradable en tantos sentidos. Lo he echado muchísimo de menos.
—Por cierto… —sigue Seiya, pero el piqueteo de unos tacones me distraen.
—¿Listos para la diversión? —canturrea Mina sonriendo como una porrista, con las manos en la cintura. Está divina con un vestido negro, corto y entallado con escote de corazón.
Yaten suspira. Yo gimo como si me doliera algo. Seiya aplaude y grita un «yupiiiii» súper falso.
Dios nos ampare.
Después de estacionar el coche, estamos frente a un local de dos plantas. Por las ventanas de cristal se ven cientos de luces brillantes que iluminan a los asistentes en movimiento, y crean una extraña combinación de cuerpos, piernas y brazos. No dista mucho de lo que debería ser una discoteca. Sólo que el sitio es algo más pequeño y con menos gente para serlo. Hay un hombre gigantón y calvo en la puerta que tiene una carpeta en la mano y controla el acceso de la cola. O sea que sí es lo que creo que es.
Me alegra que sea Yaten el primero en abrir la boca.
—¡Minako! ¡Dijiste que iríamos a un restaurante! —la riñe.
Ella se encoge de hombros como si eso no viniera al caso.
—Es un restaurante-bar —sonríe muy jocosa —. Me lo recomendó una compañera del trabajo. ¿A qué es genial?
—No lo es —decimos Yaten y yo al mismo tiempo. En cambio Seiya le sonríe y asiente. Demonios. Se me olvidaba como era de vago.
—Bueno, somos dos contra dos. Y como yo organicé todo, mi voto vale por doble —alega Minako sin sentido. Antes de que cualquiera replique, ella se encamina hacia la entrada, contoneando sus caderas y jalando con fuerza la mano de Yaten peor que si fuera a su primer día de clases en el kínder.
Gracias a una intervención divina por la falta de reserva, nos quedamos en la planta de arriba, donde está la terraza. Ahí no hay humo asfixiante, la luz es clara y la música está relativamente más tranquila y a un volumen más aceptable. No hubiera soportado estar ni cinco minutos ahí abajo.
Aun así, hay que sortear algunas personas para llegar hasta nuestra mesa. Yo me pongo tensa casi de inmediato, con la sensación asfixiante de querer salirme. Justo cuando me estoy rezagando, siento la mano de Seiya entre la mía.
—Vamos, Bombón —me indica, y todo mi sistema angustiado se anestesia.
Suspiro de alivio. Mi bálsamo ha vuelto. Todo está bien.
—Sí, vamos —digo también, siguiéndole.
Nos ubicamos en una mesa alta para cuatro que está casi pegada al balcón, alejados un poco de la pista y el bar. Miro alrededor con curiosidad. Debo admitir que es bonito, como esos lugares donde llevarías a alguien que quieres impresionar en una cita. Hay buenos tragos, música variada y hay privacidad para hablar.
Un mesero muy guapo de melena rubia y playera blanca embarrada nos da la bienvenida (y se traga a Mina con los ojos de pasada), y nos ofrece traernos algo de beber. Mi amiga inspecciona el pequeño menú de las bebidas y Seiya el de la comida, quien como siempre se muere de hambre.
—¡Queremos cuatro cócteles de la casa para empezar! —exclama señalando una bebida misteriosa que se anuncia por todas partes.
El tipo le sonríe exageradamente.
—A la orden.
—No... Yo… —empiezo a decir, pero no sé si quiero mostrar mi ignorancia preguntando qué tiene.
—Una Perrier para mí. Con hielo —le corrige Yaten hosco, y se asegura que lo anote bien. Seiya mira a su hermano como si fuera un fenómeno de feria —. ¿Qué? Conductor designado —le espeta algo ruborizado.
—Entonces tres Polinesian Dancers y un agua gasificada con hielo —corrobora el melenas-rubio.
—Yo no tomo esas mariconadas, quiero un trago de verdad —interviene Seiya rápidamente —. Tráeme un tequila doble.
—Igual yo —digo inesperadamente. El muchacho asiente mecánico sin mirarme y lo escribe en su libreta. Luego se va.
Seiya me sonríe y arquea una ceja sorprendido, mientras pasa un brazo por el respaldo de mi silla, cosa que me hace subirme como a una nube.
—Bombón, estás imparable hoy.
—Qué va… sólo se me antojaba más —me explico tímidamente. No sé si voy a ser capaz de aguantar tantas de sus sonrisas y su cercanía.
—No quiero recordarte lo que pasa cuando tomas demasiado tequila —me dice provocador en el oído.
Le miro escandalizada, sintiendo el fuego correr por mi cara.
Hablar de Seiya y yo, tomando tequila y sacándonos la ropa entre besos de lengua sobre la mesa de la cocina es como hablar de otra época histórica. Sucedió, pero ahora es algo muy lejano. No por eso menos vívido, por desgracia. No puedo dejar de preguntarme que, si hubiera tomado otro tipo de decisiones, mi vida sería muy distinta ahora. Es algo que constantemente me persigue. Si hubiera preferido conservar su amistad o le hubiera hablado de mis sentimientos, antes de que tanto drama y problemas nos arrasaran… ¿habría tenido una oportunidad con él?
Nunca lo sabré.
—Oye —me susurra, trayéndome a la realidad. Una canción de Jason Derulo que me gusta resuena por todas partes —. Lo siento, no quise incomodarte con el comentario… sólo me acordé.
Llevo mi mano hasta su rodilla tratando de hacerle saber que no pasa nada, pero decido mejor retirarla. Eso parecería un coqueteo.
—¡No lo hiciste! Sólo… —bajo la vista a mis manos bien amarradas, sin saber qué decir. Mina y Yaten están en lo suyo hablando. No nos prestan atención, por suerte —. Es sólo que ha pasado tanto tiempo desde éso…
Él menea la cabeza, como dubitativo.
—No tanto, Bombón. No tanto.
Nos traen las bebidas. El de Mina es un vaso de tubo colorido con una rodaja de lima y una sombrilla y pajita. Seiya le dice que es tan horrible como si un unicornio hubiese orinado allí, lo que nos hace reír a todos pero ella insiste en que está delicioso. Yo no me atrevo a zamparme el tequila de una, aunque Seiya me critique. Le doy un breve trago que lo deja a más de la mitad y lo amargo y caliente del alcohol me adormece agradablemente la garganta. No puedo evitar hacer gestos al chupar el limón. Sigo siendo una novata.
La música cambia con algo tropical y pegajoso, y varias parejas se levantan al centro para bailar.
—¡Ay, me encanta ésa canción! —grita Mina por encima de la música, y entonces mira suplicante a Yaten. Él niega con la cabeza rotundamente.
—Yo iré con ella. Si no te importa —dice Seiya entonces. Yaten agita su mano como invitándoles a levantarse.
—Cuidado con las manos, pervertido —lo mosquea fulminándolo con la mirada.
—Ya lo sé, teto.
Seiya y Mina se pierden en la pista. Cómo no, lo hacen como unos expertos. Saben exactamente como moverse, qué vueltas dar cuándo y están perfectamente sincronizados. Los dos son hábiles y sexys. Se ve que disfrutan la cosa del baile. Si no supiera quiénes son, diría que son la pareja perfecta y la más guapa del lugar. Yaten los mira desde su sitio mientras le da tragos a su bebida transparente.
—¿No te molesta? —le pregunto. Oh, Dios. ¿Qué estoy diciendo? El tequila es el que me infunde valor. Tal vez no debí haberlo pedido…
Yaten frunce un poco el entrecejo, pero creo notar que sonríe con ironía.
—No.
—Ah —le brindo una sonrisa floja, sin emoción —. A Minako le gusta mucho bailar, ¿verdad? Esperemos no se quiera quedar allí todo el rato… —le digo, como tratando de ponerme de su lado, aunque sé que es sólo porque quiero que vuelva Seiya.
Yo soy más habilidosa que un pobre y triste tronco, pero eso me recuerda que cuando bailé con Seiya en la boda lo hice bien. Seguro porque él me llevaba. Yaten me saca de mi pensamiento:
—Qué haga lo que quiera. Ya no salimos mucho que digamos… —revela trazando círculos en la mesa con su vaso. Su mente parece estar a años luz de aquí. Mmm...
Le tomo a mi tequila y las palabras salen de mi boca antes de que pueda contenerlas:
—Oye, Yaten. ¿Puedo hacerte una pregunta personal? Bueno, en realidad son dos.
Estoy preparada para que me mande a callar, pero no lo hace. Coge el vaso de Minako, primero lo huele y luego le da un trago evaluativo. Su cara se contrae.
—Agggr, es peor de lo que creí —dice, refiriéndose a la bebida —. Sí, bueno… que sea rápido, no sé cuánto dure la dichosa cancioncita.
Carraspeo.
—¿Cómo supiste…? Ya sabes, cuando te declaraste y eso… ¿cómo sabías que Minako era la persona con la que querías estar para siempre?
Seguramente no debo ser así de sincera con él. Se enfadará. Lo tomo desprevenido, sin duda, porque me mira desconfiado pero no me suelta ninguna fresca. Cuadra los hombros y se cruza de brazos indeciso, aunque no sé si de responder o sobre qué responder en particular.
Pone los codos en la mesa y se inclina para que lo oiga bien. Yo aguardo.
—¿Sabes que es lo opuesto de la felicidad, Serena?
Su pregunta me deja totalmente descolocada. Pero como he sido yo la que ha empezado con las preguntitas impertinentes, no tengo más remedio que seguirle la corriente.
—No sé. La tristeza, supongo…
—No. Incluso la tristeza, en su peor cara, tiene momentos buenos que la diluyen. Diría que hasta es útil. No, lo contrario de la felicidad es el aburrimiento. Es lo peor que le puede pasar a alguien. Cuando ya no te queda nada qué sentir.
Le miro sin comprender del todo, pero ensimismada en sus palabras. Siento que incluso la música y el escándalo ha desaparecido.
—Antes de conocerla, mi vida era muy aburrida, gris y sin propósito alguno. Y Minako es… bueno, ya sabes como es. No necesito describírtela —ataja mirando hacia otro lado, abochornado. Es claro que no me va a hablar de lo que siente por ella, es más, ni yo lo preguntaría —. Ella nunca deja de sorprenderme cada día, de hacerme sentir bien y me contagia de sus locuras. Como traernos aquí, por ejemplo. Y… por eso supe que debía estar con ella.
Asiento.
—Ya lo capto…
Pero claro. Al final del día, no importa nada, ni si la otra persona es guapa, alta o exitosa. No importa si tiene o no dinero. Ni siquiera si son parecidos en gustos o le agrada a tus padres. Importa quién eres con ésa persona. Si saca lo mejor de ti. Si te da un motivo para sonreír o levantarte cada día.
—Si ésa era la primer pregunta no sé si quiero oír la segunda —me dice Yaten. Yo sonrío sacudiendo la cabeza.
—Descuida, sólo quería saber si lo que arreglé… quiero decir, lo que arreglamos del problema de la deuda de su departamento ya lo sabe Seiya.
—Cómo crees. No, claro que no sabe.
—¿Crees que se enojará mucho conmigo por...?
No me deja terminar.
—Pues se enojará con los dos. Yo también lo decidí.
—Aun así...—murmuro insegura.
Yaten truena la lengua contra su paladar, como si fuera poca cosa.
—Me la suda —su comentario me hace reír —. Fue lo mejor y debe aguantarse. Cuando llegue el momento se lo diré. Ahora no tiene caso pensar en eso.
Minako y Seiya vuelven, acalorados y contentos por el efecto del baile. Mina le da un beso a Yaten que dura más de lo normal, como si no lo hubiera visto en años. Yo aparto la mirada ante ése gesto tan íntimo. Seiya pone los ojos en blanco y se dirige a mí.
—Perdón por dejarte sola tanto tiempo con Don Diversión. Lo siento, Minako quiso bailar otra y ¿quién le puede negar algo a ésa mujer? Seguro estabas desesperada, ¿no?
Le doy un manotazo.
—No seas malo. Y no, de hecho me cae bien —le digo, y no miento.
Seiya me examina como si fuera un doctor, me pone la mano en la frente y toma mi pulso. Es un payaso haciendo toda la parafernalia.
—Otra causa perdida —concluye trágicamente, haciéndome reír de nuevo. Eso me recuerda las palabras de Yaten y me ruborizo, y sé que no es fiebre.
Nos traen otras dos rondas de bebidas y esta vez las tomo como Dios manda. O como Seiya manda, porque sigue siendo un mandón, igual que Minako. Incluso ha convencido a Yaten de compartir una bebida con él, siempre y cuando la cambie por whisky. No puedo creer lo que estoy diciendo, pero de hecho me estoy divirtiendo de verdad. Por fin me ocurre algo bueno, y me siento tan a gusto con ellos como si realmente perteneciera aquí. Ya no soy una intrusa.
Una balada animosa cantada por un hombre empieza a sonar, y Minako ahoga un grito emocionado. No entiendo bien lo que está pasando, sólo veo que le hace mohínes y que Yaten asiente resignadamente, toma su mano y luego los dos se van a bailarla a la pista. Se abrazan y se mecen al ritmo de la música. Son un cuadro muy romántico y dulce.
—Es la canción de su boda —me explica Seiya. ¡Vaya! No sabía. O no me acordaba, más bien. Qué bonito debe ser tener un tema especial para tu propia historia. Yo nunca tuve una.
—Y tú, ¿no bailas? —le escupo a Seiya. En realidad es el alcohol el que habla.
¿¡Pero qué estoy haciendo!?
—Yo no bailo ésas cosas, Bombón. Ya lo sabes —contesta de mala gana, y sigue bebiendo y chupando limones.
—¿Qué? —lo he oído, pero quiero que lo que acabo de decir borre su respuesta. Como sé que no, le doy por un ángulo diferente —. Sólo es música, Seiya. No te va a sacar alergia un poco de romance. Musicalmente hablando, quiero decir —compongo arrastrando un poco las palabras.
Se encoge de hombros, como si no le importara. Porque así es.
¿Ves, tonta? Me repito a mí misma. No puedes construir castillos de azúcar ni cuentos de hadas con Seiya Kou. Sin importar que ambos estemos solteros ahora o lo divertido o guapo que sea. Ni aunque se preocupe por ti o te tome de la mano, o te haga sentir bien siempre. Le sigue huyendo al amor como quien huye de una peste.
—Te diré qué, si ponen una canción que sea aceptable para mis gustos musicales la bailaré —me dice entonces, como si fuera un reto emocionante, y me sonríe con complicidad.
—Pues… vale —acepto atontada, sin entender bien de qué habla. ¿A qué viene este ofrecimiento? Antes no habría ni negociado.
Mina y Yaten regresan y se nos unen, y parecen más acaramelados a partir de allí. Yo también quiero eso. Y no con alguien con quien tenga que fingirlo como con Diamante o suplicarlo como con Darien. Quiero que esa persona se sienta igual que yo. O que baile conmigo aunque no le guste bailar, sólo por complacerme. Por verme feliz.
No me doy cuenta de lo abatida que estoy hasta que Minako me pregunta si estoy bien o si quiero irme a casa. Le aseguro que todo va de fábula y podemos seguir otro rato, pero dentro de mi cabeza sólo retumba la idea: que el maldito DJ me haga el milagrito. Una canción. Sólo éso.
Media hora después de charlas indistintas yo regreso del baño un poco achispada. He decidido que he bebido suficiente, y aunque la noche no haya cumplido mis sueños imposibles, sí que ha superado mis expectativas. La he pasado muy bien, me he reído y me siento normal. Cosa que era imposible si reparo en que por la mañana no tenía ni ganas para respirar.
Seiya está oyendo a Minako parlotear sobre un rumor de un cantante famoso. Apenas toco el asiento y me acomodo, la música cambia. Seiya me mira con sus ojos azules y brillantes, con una expresión distinta. ¿Qué?
—¡Ésa es! Vamos.
—¿A dónde?
—A bailar. ¿Dónde si no? —y me toma de la mano para incorporarme.
Mi corazón da un salto mortal.
No es necesario alejarnos de ninguna multitud, apenas suena la música la gente empieza a dispersarse. No parece ser un tema popular, claramente. Es una melodía lenta, acústica con guitarra y la voz del chico que la interpreta es suave y calmada. Me encanta.
—Yo… no sé qué hacer —le digo con una sonrisa nerviosa.
—Yo te enseño.
Me pone una mano en la cadera y la otra la entrelaza con la mía, elevándola a la altura de su hombro. Pega su cuerpo al mío y aunque lo piso un par de veces, creo que entiendo el compás relativamente rápido. Ni en mil años me habría imaginado estar bailando así con Seiya en un bar. Noto el calor ardiente en mis mejillas y como mi pulso está acelerado, así que evito a toda costa mirar hacia nuestra mesa. Seguro que Minako está eufórica, como si viera a su pareja famosa favorita en una revista de chismes volverse a juntar.
—Es… una bonita canción —le susurro al oído, mientras mi mano libre se aferra a los músculos firmes de su espalda —¿Quién es?
—Ryan Cabrera.
—No lo conozco.
—Lo sé. Y por eso es genial.
Pongo los ojos en blanco y separo la cara para mirarlo.
—¡Pues qué amable de tu parte!
Seiya se ríe travieso, y su aliento tibio me llega como una brisa deliciosa a la nariz. Huele a tequila, a perfume y a él.
—Me refiero a que no es comercial, Bombón. Pero el tipo tiene talento, basta escuchar cómo maneja los acordes y la letra es buena. Al menos buena para el estándar de lo ñoñas y empalagosas que suelen ser las baladas pop.
Agudizo el oído a pesar de que mi inglés no es muy bueno. «He esperado toda una vida para cruzar ésta línea, por lo único que siento que es verdad. Así que ya no me esconderé. Es hora de intentar lo que sea para estar contigo. ¿Sabes lo mucho que me conociste? Toda la vida te he esperado. Es verdad».
Cielos, la necesito en mi celular ahora con la letra y escucharla un millón de veces.
—¿Es rara? —me pregunta, al ver que no opino nada —le miro de cerca, muy cerca. Su piel más trigueña por el sol hace contraste con sus ojos azules, y es una maravilla.
Me trago un suspiro de colegiala.
—No, la verdad es que es perfecta —sonrío, y apoyo la cabeza en su pecho, esperando que no me quite o me diga que le da vergüenza, o a saber. Con él nunca se sabe.
No lo hace.
Sé que no estamos exactamente bailando, no giramos ni coordinamos los pasos. Ahora sólo nos balanceamos abrazados al ritmo de la música de un lado a otro, pero no me importa. Es mil veces mejor que bailar. Es lo más cerca que he estado de él en público, y en mucho tiempo, y mi corazón se expande como un globo dentro de mí, borrando temporalmente todo lo malo y agrio.
Seiya se aclara la garganta para llamar la atención, pero no se separa.
—Bombón, hay una cosa que quiero decirte…
Le chisto suavemente poniendo un dedo en sus labios, y le pido que espere a que termine la canción. La letra es cada vez más y más preciosa. No me importa estarme mintiendo a mí misma, la siento como nuestra. Nuestra canción. Yo cierro los ojos, me refugio en su pecho y me dejo disfrutar de este momento. No quiero que se acabe. Estoy en sus brazos, feliz...
Estoy en casa.
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Notas:
¡Está vivooo, está vivoooo! '*voz de Frankenstein* jajaja. La verdad no me voy a explayar en el por qué de las demoras de actualización, quienes me conocen y me siguen saben cuáles fueron mis motivos y lo comprenden :) Agradezco infinitamente a quienes sigan por aquí leyendo y comentando, espero que los capítulos me salgan más constantes. Para las que les urge que esto vuelva a ser un SxS al 100% no se precipiten. Creo que es claro hacia dónde van las cosas, pero todo tiene su momento y lógica. Falta mucho que quiero mostrar. Forzar las cosas no es mi estilo.
La canción existe, es de Ryan Cabrera y se titula "True" (Spotify), y es de mis oldies favoritos. *-*
Esta semana es mi cumpleaños así que un review de regalo me vendría muy bien ahora mismo uwu
EDITO: Para la pobre alma en desgracia sin vida que me mandó su patético review anónimo te digo: ME LA PELA si llevas el hilo o no de mi historia, yo escribo cuando quiero y puedo. Tú se nota que ni me conoces, o sabrías que tengo una vida, más fics en actualización y el día que me pagues me vienes a exigir lo que quieras o mínimo da la cara, COBARDE. Nomás te quiero dar el consejo: si te da flojera leer algo de CALIDAD ponte a leer el libro Vaquero o la TV Novelas, seguro va más con tu personalidad XD o compra libros si te alcanza el sueldo! jajajajaja.
XOXO
Kay
