EPÍLOGO II

OBITO

Temari había empezado a balancearse al andar.

Y Dios, me ponía como una moto.

Sacudía las caderas al moverse, con el estómago inclinándose a izquierda y derecha. Ya era una mujer muy atractiva, pero estar embarazada la volvía irresistible.

No podía quitarle las manos de encima.

Se sentó a mi lado en el sofá con el hinchado vientre abultando la camiseta.

Mi mano se dirigió automáticamente hacia distendido abdomen, con la esperanza de sentir movimiento bajo ella. La primera vez que había notado cómo mi bebé daba una su patada, me había quedado extasiado. Estaba tan cegado de alegría que no podía pensar con claridad. Un año atrás, lo último que quería era una esposa e hijos.

Y ahora, me sentía profundamente agradecido por tener las dos cosas.

―Mis padres van a venir a cenar ―dijo ella―. Espero que no te importe.

―Me parece bien.

Se había recogido el pelo en una cola de caballo, manteniendo la nuca despejada. Era un día de verano y el aire acondicionado no bastaba para refrescarla cuando llevaba a otro ser humano en su interior.

―¿Quieres algo de beber?

―No. Sólo estoy un poco incómoda. ―Se echó hacia atrás y se frotó la barriga―. Todavía me quedan tres meses. Sakura lo llevó como una campeona.

―Sasuke me dijo que fue como una pesadilla.

―Eso no es verdad.

―De acuerdo, no dijo eso. Pero sí que dijo que se le puso un carácter difícil.

―Y ahora entiendo por qué. –Se acercó más a mí y me puso la mano en el muslo―. ¿Qué te parece que invitemos a Sakura y a Sasuke?

―Estoy seguro de que querrán quedarse en casa con el bebé.

―¿Cómo vas a saberlo si no preguntas?

Sonreí.

―Ahí me has pillado, Sra. Uchiha.

.

.

.

Cenamos juntos en la terraza. El sol acababa de ponerse por el horizonte, bañándonos en la fresca brisa del anochecer. Para cenar teníamos pan recién hecho, pasta que Gerald elaboraba él mismo, el mejor vino de Italia... y una compañía estupenda.

Los padres de Temari se habían adaptado muy bien a Italia. No parecían echar de menos el constante ajetreo de Estados Unidos. Les encantaban los paisajes infinitos, los olivos que salpicaban los campos y el olor a vino y queso allá donde iban.

Además, tenerlos allí hacía muy feliz a mi esposa.

Y eso me hacía feliz a mí.

Sakura tenía en brazos a Satoru casi todo el tiempo, pero se lo daba a Sasuke cuando tenía que ir al aseo o comer. Ahora estaba enfrascada en una conversación con los padres de Temari, con una copa de vino en la mano por primera vez en casi un año.

Aquello nos dejaba a Sasuke y a mí en un extremo, dentro de nuestro pequeño mundo.

Lo miré por encima de mi copa de vino, viéndolo feliz a pesar de no estar sonriendo. Tenía a su hijo acurrucado en un solo brazo, como si no pesara nada. Satoru estaba envuelto en una mantita azul, con los ojos cerrados porque estaba dormido.

Sasuke contempló el horizonte antes de desviar la mirada otra vez hacia mí. Se dio cuenta de que lo estaba mirando fijamente, así que dijo:

―¿Qué pasa?

–Pareces feliz.

Una ligera sonrisa se extendió por sus labios.

―En toda nuestra vida nunca has parecido feliz. Y ahora, pareces feliz todo el tiempo.

Sus ojos se iluminaron, desprovistos de su oscuridad habitual.

―No creo que supiera lo que es la felicidad hasta hace muy poco.

―Sí...

Me mantuvo la mirada.

―Y tú también pareces feliz.

–Porque lo soy.

―Si crees que eres feliz ahora, espera a conocer a tu hijo o hija. No hay nada igual.

Mis ojos bajaron hasta Satoru.

–Sí... Ya me lo imagino.