Disclaimer: Twilight le pertenece a Stephenie Meyer, la historia es de Violet Bliss, la traducción es mía con el debido permiso de la autora.

Disclaimer: Twilight is property of Stephenie Meyer, this story is from Violet Bliss, I'm just translating with the permission of the author.

Capítulo beteado por Yanina Barboza

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Capítulo Veinticinco

SEPTIEMBRE

—Amor, tienes que despertar —dijo Edward, diversión en su voz mientras alejaba la colcha de Bella que lo estaba mirando, su cabello estaba hecho un desastre y sus brazos extendiéndose para arrebatársela.

—No voy a ir —murmuró, su tono presumido de una manera que la hacía sonar como si tuviera ocho años, pero no le importaba, solo quería su manta de vuelta.

—Es el primer día de regreso a la escuela, creo que es un poco temprano para empezar a tomar vacaciones —bromeó mientras ella se sentaba, con los brazos cruzados y los ojos entrecerrados.

—Creo que me gustabas más trabajando por las noches —mintió y él perdió todo el control que tenía sobre su diversión y echó la cabeza hacia atrás y se rio de ella.

Edward había dejado su trabajo en el Hospital de Forks el día que estuvo en Port Angeles, y se ofreció como voluntario para ayudar a administrar una clínica gratuita en la biblioteca, una que lo llevó a conocer al Dr. David Talbot, un hombre que era dueño de su propia práctica, cobrando solo lo mínimo para ayudar a las personas a recibir la atención que necesitaban, pero que estaba luchando por satisfacer la demanda llevando el programa por sí mismo.

Le dije que no me importaba que me pagaran. Tengo suficiente dinero, más de lo que nadie necesita. Es un buen trabajo, del tipo que me hace sentir bien. No creo que nunca me haya sentido más necesitado de lo que me sentía hoy y va a ser un ajuste pero… —Bella lo interrumpió, presionando su boca contra la de él y luego apartándose para mirarlo, sus ojos se llenaron de lágrimas y sus labios se curvaron en una sonrisa.

Es maravilloso, Edward —alabó, su corazón se hinchó por la pasión en su voz y en su rostro—. Eres tan... eres un buen hombre y sé que no siempre sientes que lo eres y me siento muy honrada de estar contigo, de ser tu pareja.

Bella —respiró su nombre, ahuecando su rostro y acariciando sus mejillas con los pulgares—. ¿Qué hice para merecer esto?

Ella le dedicó una sonrisa acuosa.

Creíste en esto. En nosotros.

Edward ahora trabajaba horas similares a las de ella y decidió con una luz en los ojos que nunca tuvo antes, que realmente disfrutaba despertar a Bella.

—Eres molesto —refunfuñó, limpiando el sueño de sus ojos. Él se rio entre dientes de nuevo y ella casi pudo sentir sus ojos rodar.

—¿Estás segura? —preguntó y ella miró hacia arriba para verlo sosteniendo una bandeja que definitivamente no estaba sosteniendo segundos antes. Sus ojos inmediatamente se movieron hacia la taza de café humeante y suspiró derrotada, sus ojos se suavizaron.

—Eres el mejor —admitió mientras él colocaba la bandeja en su regazo, una sonrisa se abrió paso en su rostro cuando vio la pila de panqueques perfectamente redondos y esponjosos.

Cocinar, descubrió, era una fuente de frustración para el amor de su vida. Sobresaliendo en todo lo que intentó, Edward se sintió inmensamente irritado al descubrir que ni siquiera sabía cómo cocinar tostadas y casi quemó la cocina tres veces antes de descubrir que podía cocinar algo y que era fantástico en eso.

Y Bella descubrió que de repente los panqueques eran su comida favorita en el mundo.

—¿Estás nerviosa? —preguntó, sentándose a su lado en la cama mientras ella tomaba un sorbo de café, saboreándolo. Le compró una cafetera elegante después de haberla visto maldecir y gruñir cuando su vieja y de segunda mano finalmente había muerto. Era tan buena que ni siquiera se quejó.

—Sí —admitió ella en voz baja. Era la primera vez que estaba impartiendo clases de principio a fin, creando planes y notas y pasando tanto tiempo yendo y viniendo entre las opciones de libros, y preguntándole a todos por los suyos que finalmente Rosalie le dio su opinión.

Elige algo que te guste, no algo que creas que les gustará. Las clases siempre son mejores cuando un profesor se apasiona por lo que está enseñando.

Bella había estado tan atónita que le tomó cinco segundos completos tartamudear un agradecimiento.

—Serás maravillosa —sentenció, y ella lo miró, vio su hermoso y serio rostro y sonrió.

Ella le creyó.

Observó con una sonrisa mientras Bella salía del camino, saludándolo mientras él estaba de pie junto a su auto, listo para ir al trabajo él mismo. El viaje era un poco molesto, pero el trabajo le daba una satisfacción que hacía que valiera la pena el tiempo extra en el coche.

Sonrió al pensar en la carrera de Bella para prepararse esa mañana, en la emoción en sus ojos cuando habló sobre sus planes para involucrar a sus estudiantes haciéndoles ayudarla a decorar sus paredes una vez más.

La amaba más que cualquier cosa que hubiera creído posible.

Y por eso le iba a pedir que le permitiera transformarla.

No podía seguir posponiéndolo.

—Pronto —se dijo a sí mismo.


Era pasada la medianoche, lo que significaba que ya no era su cumpleaños.

Estaba cansada y saciada, Edward había usado sus manos y boca para exprimir una cantidad inconmensurable de placer de su cuerpo en las pocas horas que llevaban en casa.

Pasó las primeras horas de la noche con su padre, teniendo una cena más relajada que la que habían tenido desde que Charlie se enteró de la verdad sobre Edward en la que incluso Sue parecía más tranquila, y las horas posteriores con su familia, que estaba emocionada de hacer una fiesta de cumpleaños por primera vez en décadas.

Recibió demasiados regalos, incluso de su padre, que le compró un estéreo más nuevo y mucho mejor para su coche. Él admitió a regañadientes cuando ella ya se iba que le preguntó a Edward qué pensaba que le gustaría. La hizo sonreír y sabía que, aunque a él le incomodaba, su padre estaría dispuesto a pasar por alto sus reservas sobre Edward porque era obvio lo feliz que la hacía. Feliz de una manera que nunca antes estuvo.

La familia de Edward se excedió, flores, serpentinas y comida cara que la hizo gemir y luego sonrojarse de inmediato. Emmett fue el único que se rio en voz alta, pero el resto sonrió como si lo estuvieran escondiendo y aunque estaba avergonzada, estaba feliz por lo bien que encajaba en su familia, por cómo no tenía que ser otra cosa que ella misma alrededor de ellos.

Le regalaron dos pasajes de avión para visitar a su madre, y ropa y tarjetas de regalo para casi todas las cadenas de librerías de las que había oído hablar, y cantaron feliz cumpleaños en voz alta (incluso Rosalie) antes de que apagara las velas de un pastel que Esme había viajado a Port Angeles para recoger.

Edward le dio su regalo esa mañana, despertándola presionando besos en la piel no cubierta por su camisola lavanda.

Ella lloró cuando él abrochó la cadena de oro blanco alrededor de su cuello, el corazón de diamante transparente se posó justo encima de sus pechos. Le dijo que era de su madre, un regalo de su padre y que ella no vivió lo suficiente como para usarlo. Lo besó en respuesta, su felicidad era evidente cada vez que su mano descansaba sobre ella.

Tuvo un día maravilloso, el mejor día de su vida, si era honesta, pero cada vez que abría una tarjeta con el número veinticinco en la portada, no podía detener el dolor de estómago ante la vista.

Ella era ocho años mayor que él ahora y sabía que no podía seguir fingiendo que estaba bien sin saber cuánto tiempo más tendría con él, porque lo amaba más que a nada en el mundo, pero no sabía si podría sobrevivir viéndose a sí misma marchitarse a su lado, dejándolo vivir sin ella.

Ella tampoco estaba segura de si él podría sobrevivir.

—¿Edward? —llamó, su voz poco más que un susurro y su mano se detuvo desde donde estaba trazando patrones en la piel desnuda de su espalda.

—¿Sí? —preguntó, sus cálidos ojos color caramelo moviéndose de su mano para encontrarse con sus chocolates.

—Necesito saber, Edward —susurró, su voz llena de emoción, y vio como la confusión recorría su rostro, su sonrisa desapareciendo.

—¿Necesitas saber qué, cariño? —cuestionó, moviendo su mano para acariciar su cabello.

—Necesito saber si voy a seguir siendo humana o si... si me vas a transformar —indicó, con una lágrima cayendo por el rabillo del ojo.

—Bella —respiró y ella sintió que su cuerpo se ponía rígido.

—Te amo a ti y a nuestra vida, lo hago. Y si quieres que me quede así, lo haré, pero…

—Quiero cambiarte —la interrumpió y fue su turno de ponerse rígida. Sus ojos se abrieron en estado de shock cuando se dio cuenta de que hablaba en serio.

—¿En serio? —preguntó, necesitando la confirmación.

—Si me dejas —susurró, moviendo su brazo para atraerla hacia su cuerpo para que estuvieran cara a cara—. Pensé que podía, pero no puedo... No puedo verte morir.

—¿Me quieres? ¿Para siempre? —demandó, extendiendo la mano para presionarla contra la piel y el hueso que cubría su corazón sin latido, una tarea casi imposible con lo cerca que estaban presionados uno contra el otro.

—Por la eternidad —prometió.