Arrepentimiento
Es una carnicería. Percy no tiene que mirar a Leo y Nico para saber que piensan lo mismo que él: ¿qué hicimos?
Sigue concentrándose, su sangre ebulle dentro de sus venas, y palpita en su cabeza como olas rompiendo en el mar. Puede imaginarse como se retrae el mar, lentamente, hacia atrás, acumulándose.
Los dioses lo miran extrañados, pero no preocupados.
—Vas a destruir Nueva York —dice Poseidón—, ¿dónde está Sally? ¿Dónde está tu madre, Percy?
La determinación de Percy flaquea con esas palabras. En su ceguera por destruirlo todo olvidó que destruir todo era destruir todo, y que esa ola arrasaría no sólo con el Olimpo sino también con cientos de mortales que en esos momentos están mirando con aprehensión cómo el agua de los ríos y del mar baja.
Intercambia una mirada aterrada con Leo, que lo entiende todo y asiente. Suelta al mar.
Pero no lo hace de golpe, sino poco a poco; es doloroso, pero si lo suelta de golpe provocará lo que planeaba, pero no lo quiere hacer ahora.
—¡Venga, Jackson! Estoy aburrido —dice Ares fingiendo un bostezo—, me dijeron que venías a matarnos, ¿qué esperas?, pelea conmigo.
Se levanta de su silla y aparece una espada y escudo. Nico detiene a Percy del brazo.
—Percy, no.
—¿Qué más puedo hacer?
—No mueras, por favor —le suplica el chico.
—Si te mueres, te matamos —bromea Leo con la voz forzada.
Nico lo suelta. Percy asiente y toma a Contracorriente con ambas manos y carga contra el dios. Lo venció una vez. ¿Quién dice que no puede hacerlo una vez más?
