Capítulo 18 Parte 1 Una tormenta llamada Rose Weasley

Un amor imposible es un amor que siempre estará en tu corazón y nunca se te olvidará

Anónimo

Pov Scorpius

Enfado, ira, celos, desesperación… Todos esos sentimientos me embargaban cuando de Rose Weasley se trataba. Perdía la razón, el autocontrol y las condiciones que un día me impuse para evitar hacerla mía tal y como quería. Mierda, estaba hecho un maldito cavernícola, pero es que cuando se trataba de ella no controlaba mis pensamientos y muchos menos las ganas de hacerle saber cuánto deseaba demostrarle la pasión que me consumía cada día más. Con tan solo verla perdía el norte, el sur y la brújula ya que estábamos. Era un maldito imbécil cuando estaba a su lado, incapaz de controlar mi lengua que se ensañaba con ella por los celos que sentía al reconocer que por más que deseara con todo mi corazón amarla, no podría. No la condenaría a vivir el mismo infierno que yo vivía desde que tenía uso de razón. Eso la rompería y no soportaría ver como desaparecería la luz de sus ojos, ni tampoco el sonido de su sonrisa que tanto me gustaba observar y pensar que algún día podría llegar a ser el privilegiado de recibirlas. Luego, también por culpa de los celos recordaba como éste se apoderaba de mí y cómo actuaba por ello y los remordimientos me atormentaban como un dementor al preso condenado al beso. Maldita sea, nunca habría pensado que quizás sino fuera Slytherin, el tema de los celos lo llevaría mejor. Éramos celosos de lo que considerábamos nuestro, no compartíamos nunca y nada. ¿A quién quería engañar? Era un maldito imbécil al igual que todos los que estábamos en esa casa. El caso era que intentaba controlarme de verdad que sí, pero cuando escuchaba el nombre de Arnau, la serpiente que había en mi reaccionaba como tal. Te preguntarás que quiero decir, pues que básicamente sacaba los colmillos, joder y sobre todo con ella y eso me convertía en un gilipollas importante. Albus no paraba de recordármelo. La estás cagando demasiado, Scor. No me calientes en demasía me decía. Pero ¿Qué hacía ante lo que mis ojos veían? ¿Qué hacía con la impotencia que sentía ante lo que veían los ojos del comedor y que tan sólo yo quería disfrutar? Rose Weasley me atormentaba como nadie lo había hecho nunca. Y eso me aterraba más de lo que imaginaba, sobre todo porque... ¡Por Salazar estaba preciosa entrando en el comedor en ese mismo momento! Desconocía que había ocasionado el cambio de actitud en ella, pero mi musa, —porque eso era, la dueña de mi corazón y pensamientos—despedía seguridad por todos los poros de su cuerpo y no sólo eso. Ya no se escondía del mundo con esas ropas anchas y poco arregladas, no existía ninguna pizca de inseguridad en ella y eso me hizo feliz, pero también un tanto inseguro porque ahora no sólo yo veía lo que valía—cosa que siempre había hecho—sino que ahora todas las miradas estaban sobre ella y eso quemaba como no tenía idea. Mi pecho llameaba con la pelusa de los celos que arañaba otra vez con la intención de que dejara de contener todo ese torrente de sentimientos que guardaba desde que comprendí que la quería. No soportaba los ojos de todos en sus piernas de infarto, que antes ocultaba con faldas largas que le llegaban por debajo de la rodilla. Ahora, podía incluso ver sus muslos blancos y cremosos con esas pecas que a mí me volvían loco y que sólo quería besarlas una a una, con todo el amor y el deseo de años de querer pero no poder acercarme por el miedo de que mi pasado afectara su presente. La luz y la oscuridad no se juntaban, ni tampoco la bella y la bestia por más que insistieran en el cuento. Agobio, un agobio que me arrojaba al mismísimo abismo. No podía dejar de mirarla porque ahora incluso su bonito escote estaba a la vista, la camisa blanca con el lazo rosado de su cuello se había soltado y yo ya estaba más duro que una piedra. ¿Cómo estarían los otros? No quería saberlo. Su pelo caía suelto con tirabuzones pelirrojos sobre su espalda dándole la apariencia de un ángel inocente que un demonio como yo devoraría cometiendo el mayor de los pecados. Tensión, sudor, necesidad y lo que más me asustaba, la pérdida de la calma antes de la tormenta. Y lo peor de todo esto para mi desgracia eran los comentarios. Sí, comentarios que me sacaban de quicio de manera importante. Cómo odiaba a la gente que cambiaba de opiniones como si de comprar ropa se tratara. Desde que Rose llegó, nadie le prestaba atención y de repente todo el mundo comentaba el gran cambio. ¿Qué cambio ni que nada? Siempre fue perfecta incluso cuando no se mostraba. Es verdad que no me gustaba que dejara de ser ella misma, pero sus sentimientos, su luz incluso su bonita personalidad siempre estuvo ahí. ¿A qué venía tanta atención? Malditos hipócritas que sólo se fijaban en el exterior. ¿Pero qué decía? Yo también aprovechaba sus inseguridades para provocarla. Todo eso me convertía en otro capullo más. Me arrepentía, en cuanto mi boca soltaba todas esas tonterías que ni por asomo pensaba, me arrepentía. Si antes nuestra relación se resumía en puyas continuas, ahora no sabría definirla. Quise creer que tras el accidente las cosa serían distintas, tampoco pensaba que todo marcharía de perlas, sería imposible, pero esperaba al menos algo de camaradería. De hecho, había días que si lo cumplíamos, incluso disfrutábamos los tres juntos como antes. Como cuando nos conocimos en Hogwarts y nos defendíamos a capa y espada, hasta que todo dio un giro de 360 grados y que aún hoy día seguía sin pillar. A lo que iba, que las cosas parecían marchar mejor, al menos que mencionaran al besador de caballos. Y sólo ella lo sacaba a la palestra atormentándome y todo porque yo no podía controlar mis emociones. Se suponía que los Slytherin teníamos esa habilidad. Estaba clarísimo que en mi caso eso brillaba por su ausencia igual que mi autocontrol ahora mismo.

Has visto a Weasley. Joder, mira que piernas y parecía santurrona—comentó un imbécil de nuestra mesa.

Las santurronas son las peores, amigo. Les gusta hacer creer al personal que son unas estrechas y luego hacen este tipo de juegos para calentar braguetas—dijo otro a su lado que la miraba con deseo contenido

Y tanto que las calienta. Está impresionante. ¿Crees que tendríamos alguna oportunidad con ella? —preguntó otro frente a ellos.

Ni idea, pero de una semana no pasa de que me la tire—siguió el primero que esta vez reconocí. Se llamaba Antoine y era un idiota de diccionario al igual que los otros, David y Pedro, que lo idolatraban como si fuera un salvador y ese no salvaba ni la hora del bocata.

A pesar de que no entendía lo que hablaban, sus miradas lujuriosas me lo confirmaban. La miraban como si fuera un pedazo de carne y no una mujer preciosa y luchadora que por fin se había enfrentado a sus miedos. La acechaban seguramente comentando lo que disfrutarán de su cuerpo y cómo lo harán. Los murmullos se hicieron más imparables, no callaban aunque los profesores que nos vigilaban lo pidieran encarecidamente, el ruido de platos y cubiertos comenzó a ser ensordecedor y de pronto la calma. Ahí supe que estallaría y lo hice irremediablemente. De un momento a otro las copas y vasos de los idiotas que hablaban de Rose estallaron en mil pedazos y los platos se recalentaron tanto que uno de ellos se achicharró la mano con la que cogía la cuchara, otro la boca y el último la lengua. Pidieron agua para calmar la quemazón y se las di. Les lancé en la cara el agua a presión de las botellas de la mesa en la que nos sentábamos. Se miraban entre ellos preguntándose qué demonios ocurría, pero pronto iniciaron una pelea en la que se culpaban entre ellos porque dedujeron que alguno de los tres había gastado una broma pesada. Apreté mis puños aguantando la ira que me consumía a fuego lento, cogí el mantel con fuerza dispuesto a lanzarles incluso la comida encima, pero la mano de Albus en mi antebrazo me detuvo.

Respira, Scor. No tenemos que meternos en problemas lo comprendes—susurró en mi oído.

Tomé aire, varias veces y esperé a recobrar la compostura. Los nervios se habían hecho conmigo. Los nervios… Mentira Scorpius. Solté el mantel y me fijé que todo el comedor nos observaba a Albus y a mí, como si fuéramos bichos raros. ¿En qué momento se habrían dado cuenta de que mi magia se había salido de control? No había mostrado nada para que se notase.

Tus ojos Scor, están brillando—me avisó Al—. Contente.

¿Mis ojos? Joder, vaya mierda. Yo aquí intentado hacer un Guy Fox y no llegaba ni a suplente. Imaginé en mi mente la única cosa que me daba tranquilidad, la canción que cantaba mi madre cuando llegaba la hora de dormir, recordé como acariciaba mi cabello mientras me arropaba en la cama y la paz mental me inundó eliminando la vorágine de sentimientos negativos que se mantenían en una lucha constante.

Lo siento, Al—me disculpé—. He perdido el…

Has perdido el control—me silenció—. Y no sólo eso vas a perder cómo sigas así. Creo que es mejor que vayamos a nuestra sala antes de que nos acusen de que hemos maldecido a sus familias con tus ojos del infierno.

Mis ojos del infierno. ¿Ahora soy el maldito The Punisher?.

Yo pensaba más bien en Kratos, ya sabes el tipo espartano que jura venganza a los dioses por la muerte de su hijo y su esposa.

¿Estás disfrutando con esto, verdad? —pregunté con una risa

irónica.

¿Tanto se me nota? —preguntó Albus con socarronería.

Rodé los ojos y me levanté de la mesa. Bastaba con que el imbécil de Fred Weasley ya fuera el mono de feria, convertirme en su compañero no estaba entre mis planes.

Cuando salimos del comedor en completo silencio, comprendí que Albus sólo quería distraerme para que lograra controlar mi estado anímico.

Subimos las escaleras de aspecto gótico en la que las gárgolas simulaban saludarnos y con paso apresurados nos dimos de bruces con los pasillos de las casas. Giramos a la izquierda y nos detuvimos en la del emblema de Sagittarius. Al entrar el silencio nos dio la bienvenida y lo agradecí inmensamente. La mayoría de los alumnos se marchaban hoy, al contrario que los alumnos de intercambio y los que participaban en las olimpiadas cuya estadía se alargaría durante todo el verano y en nuestro caso hasta el inicio del próximo año en teoría. No escuché a Al hablar durante todo el camino supuse que no le apetecía darle más pies al gato o al menos hasta que llegáramos al cuarto. Al entrar me dirigí a la cama y me eché allí intentando no pensar en lo sucedido, aunque claro Albus no iba a estar callado por mucho tiempo.

Tienes que solucionar esto Scor—sugirió Al sentándose en uno de los sillones orejeros de Zarek—. No puedes estar tan inestable, ya sabes que tu magia es muy emocional y la mayoría de las veces se sale de control.

Lo sé, Al. ¿Crees que no lo sé? Pero no puedo evitarlo, sobre todo cuando la he visto ahí, tan arrebatadora, tan segura, tan luchadora—dije liberando por fin todo lo que pensaba desde que la había visto—. ¿La has visto, Al?.

Claro que sí, Scor. Yo siempre la he visto. Es mi prima y conozco perfectamente cómo es y lo que vale.

¿Por qué tenía que mostrarse delante de todos? Yo…deseaba egoístamente que se mostrara ante mi así. Y lo ha hecho delante de todos esos mindundis que no le llegan ni a la suela de los Zapatos. ¡Joder, esto es una mierda, Albus!.

Enfadado lancé uno de los cuadros de la mesita de noche hacía la pared del frente. Por suerte mi puntería no estaba muy afinada porque podía haberme cargado la estantería de pociones de Zarek. ¿Qué por cierto dónde estaba?

No puedes decir que no te lo haya avisado amigo. Rose es imprevisible, nadie sabe bien cuál va a ser su siguiente paso. Nos ha sorprendido sí, pero a ti lo que te molesta es que ahora llame la atención del sector masculino.

¿Quieres que lo niegue? Porque nunca he negado lo que siento—Albus me miró con su mirada de me estás contando una monserga pero vaya que si te lo quieres creer allá tú—. No me mires así, Albus

¿Así cómo, Scor? —preguntó con retintín.

Con esa mirada de condescendencia, como si te diera lástima o algo así. Odio que lo hagas.

No me das lastima, Scor. Me da lástima del cómo te has manejado con Rosie, siempre la has querido, desde que éramos pequeños, aunque tú lo negaras—iba a protestar pero Al lo impidió—. Al principio creía que lo hacías porque éramos niños y es algo normal que te avergüence aceptar sentimientos de ese calibre por evitar las burlas, pero luego cuando ella se alejó de ti sin razón de ser y tu intentabas acercarte a ella y no lo conseguías, incluso molestándola. Comprendí que había mucho más ahí.

No hay más—negué acojonado mientras buscaba algo con alcohol para olvidar todo esto.

Si que lo hay, Scor. Deja de buscar algo para emborracharte. No hay nada. Zarek y su modo padre, ya lo sabes. No quiere que nos destrocemos el hígado.

Maldito Zarek y su buena voluntad. A veces le pierde esa sobreprotección hacia nosotros. Necesitaba olvidar con alcohol

¿Qué quieres que te diga Albus? —farfullé—. Quieres que te diga que tengo miedo de que si alguna vez acepto estos sentimientos que me desbordan, la condene para siempre a la vida de horror que llevo. Quieres que te diga que me aterra que a ella la marquen igual que mí. Quieres que te diga que soy un puto cobarde por insultarla para que me odie definitivamente y se aleje de mí de tal forma que nuestra relación se corte para siempre.

Sí, Scor. Quiero que me digas todo eso y más porque gracias a eso podré perdonarte que la destroces cada vez que hablas con ella, porque también se que al hacerlo te destroza a ti—confesó Al consternado—. Entiendo todo lo que me dices, entiendo tu terror, tu desconfianza incluso. Te conozco demasiado bien, sabía por qué la tratabas así, a pesar de las excusas de que tan sólo con pullas te hablaba. La verdad es que querías alejarla todo lo posible de ti porque te conoces y no puedes controlar tu amor por ella. Porque la amas, Scorpius. Y te lo dije hace poco. La vida no se divide en blanco y negro, también hay grises. Y ella también tiene que decir algo en esto.

Ella no tiene que decir nada. Sólo tiene que ser feliz—contesté agitado con los puños apretados y con los ojos verdes de Albus acusadores abrasando mi nuca.

Feliz a tu costa, ¿no?.

Si eso hace que ella lo sea, sí.

Te estás equivocando, Scor. Luego no me vengas a quejarte porque te lo advertí.

Albus se retiró, recogió sus ropas y se fue a la ducha. Yo tendría que hacer lo mismo, pero mi cuerpo no me respondía. Las palabras de mi mejor amiga taladraban mi corazón. ¿Debería arriesgarme? ¿Debería decirle que la amo más que a nada y que todos estos años me he comportado como un idiota porque quería protegerla? Iluso, no podía ser un iluso. Aunque, Albus dijera que ella también tenía que opinar. Estaba claro que su opinión de mi a estas alturas no llegaba ni a supera las expectativas, y además de eso mi apellido no la protegería. Una Weasley y un Malfoy juntos, los titulares de los periódicos se llenarían de insinuaciones insidiosas como: heroína de guerra e hijo de mortífago juntos por amor o por obligación. ¿La tendrá sometida a través de un filtro de amor o mediante la maldición Imperius? Y eso sería lo de menos. Los ataques, porque vendrían, nos atacarían y no soportaría perderla. No lo soportaría. Echado de nuevo en la cama mientras rumiaba apreció de nuevo Albus y detrás Zarek que al parecer trabajaba desde hace poco en un Starbucks del pueblo mágico. Se quedó mirándonos, pero no comentó nada. Zarek nos conocía tan bien que a veces me asombraba su habilidad de atención a pesar de aparentar que lo que sucedía a su alrededor no le importaba mucho. Siguió, su camino y se encerró entre los doseles de su cama, supongo que se estaría cambiando, así que aproveché el momento para llamar la atención de Al.

Ojalá hubiera otra manera—le dije observando las constelaciones reflejadas en el techo de la habitación.

Siempre la hay, Scor. Aunque no lo creas—contestó echado en su cama mirando también al techo.

No he tenido muchas oportunidades de creer en nada. Sólo he creído en pocas personas hasta ahora y una de ellas eres tú. Si la pierdo a ella, no soportaría perderte a ti.

Con Albus no me costaba desnudar mi alma, era tan sencillo y liberador. Desde que lo conocí fuimos los mejores amigos, hemos pasado por mucho juntos: peleas, lágrimas compartidas, risas. Albus ya era mi familia, un hermano y un alma afín. Debería dejar este parloteo sentimentaloide, pero no lo dejo porque los hombres también tenemos sentimientos y no me avergüenza demostrarlos.

No me perderás, Scor. Siempre estaremos juntos, te lo prometí recuerdas—me recordó Al y yo sonreí como un niño al recordar todas las promesas entre nosotros.

A mí tampoco—intervino Zarek que venía con unos vasos levitando de a saber qué cosas. Ya tenía el pijama puesto y las gafas de pasta negra que se ponía cuando investigaba algo importante o algo le atormentaba lo suficiente como para no dormir.

¿Eso que huelo es café? —preguntó Al

Café negro.

¿Estamos de buenas, Snape?.

¿y tú, Malfoy?.

Sonreí de medio lado entendiendo el mensaje entre líneas. No estás solo Malfoy, juntos llevamos la carga. Cogí el café que seguramente me impediría dormir y disfruté con la compañía de las personas que siempre mantendría a mi lado.

La semana pasó sin pena ni gloria. A excepción de los resultados de las notas. Y vaya resultados. Al se quejaba de que el profesor de pociones era un desalmado dictador con una mierda de vida al que le gustaba amargar a los alumnos, cosa en la que coincidía. También se quejó del profesor de transformaciones porque el tío apenas le dio tiempo para los ejercicios de transformaciones, así que le quedaron dos asignaturas. A mí por el contrario, me quedó runas. ¿Quizás no debería decir me quedó? Más bien me hice el tonto, porque tenía un conocimiento bastante amplio de runas. Mi intención era ser rompedor de maldiciones, por lo que si no tenías conocimiento del tema, no servías para el trabajo. ¿Por qué la suspendí entones? Por lo que decía Albus en ese mismísimo momento?.

Tendré que pedirle ayuda a Rosie.

Tendremos—le corregí.

Al se rio y yo le acompañé porque sinceramente no había nada más divertido como hacer enfadar a Rose en modo profesora.

¡Eh, chicos! Esperad un momento—Agnes acababa de entrar por la puerta de la sala común y se dirigió con una sonrisa hacia nosotros. La verdad es que era un encanto.

Agni—dijo Albus mientras le revolvía el pelo—. ¿Qué necesitas preciosa?.

Pues veréis chicos, hoy es 23 de junio y bueno aquí es típico el celebrar Sant Joan.

Albus y yo arrugamos las cejas ya que no teníamos ni idea de que era San Joan. Agnes que es bastante despistada siguió hablando aunque en su despiste terminó revelándonos de que se trataba.

En Sant Joan se celebra la llegada del verano, pero también se hacer hogueras donde se quema todo lo que quieras olvidar o deseos que quieres que se cumplan—prosiguió—. Hay más tradiciones, pero la más típica es ir a la playa, hacer el salto de la hoguera y beber, bueno los que beban yo no lo hago.

Es interesante Agnes, sobre todo el tema del fuego y la bebida, ¿pero no creo que tengamos el cuerpo para mucho hoy?.

Yo pongo el cuerpo y lo que haga falta si puedo quemar el temario de pociones y de transformaciones.

¡Oh, cuanto lo siento, Al! ¿Has suspendido?.

Mierda, ¿Agnes no sabía que a Albus no había que hacerles esas preguntas? Pues claro que no, hay que joderse. Ahora teníamos que escuchar una perorata de varias horas con suerte de una de lo poco transigentes que son los profesores y que si el fuera profesor no jodería tanto y le daría los alumnos, la opción de elegir si ir o no a clase y si examinarse o de ella. Porque podría ser que una asignatura pareciera molona pero luego fuera una gran pérdida de tiempo y dinero. El discurso se hizo repetitivo, aunque a Agnes no parecía molestarle la verdad y a mí ya me daba igual.

Pues eso, Agni. ¿Tú lo ves normal?.

En momentos así, me recordaba al Weasley bromista.

Me sabe mal por ti y por Scor, pero seguro que no tendréis problemas en recuperarlos.

Agnes—la llamó un chico de pelo naranja y facciones marcadas—. Se nos hace tarde.

Ui, ya ha llegado el chico del coro—comentó Albus con ironía.

¿El chico del coro? — le pregunté confundido.

Nada, le digo así porque cada vez que Agni se acerca a nosotros empieza a llamarla a voces y pensé que ensayaba para el coro de la EMB.

¡Vaya con Al! Qué puntos tenía. Ya volvía a ser el de siempre.

Raoul, no tiene muy buena voz para eso, chicos—contestó la chica que no se enteraba de los sarcasmos de Albus—. Tomad, aquí tenéis unas invitaciones para esta noche para ir a la discoteca y celebrar San Joan—nos dio las invitaciones en unos sobres negros y dorados—. Os espero allí, vale.

Tan pronto como nos dio las invitaciones, dio media vuelta y se encontró con su grupo de amigos que seguían mirándonos con desconfianza. ¡Vaya novedad! . Nos dirigimos al cuarto y ya allí abrimos los sobres.

Ens complau convidar-los a la vetllada de Sant Joan a la Terrrazza. Un lloc màgic al centre de Barcelona, on sereu rebuts per un espectacular castell i les vistes a Montjuic. (Nos complace invitarlos a la velada de san juan en la Terrrazza. Un lugar mágico en el centro de Barcelona, dónde seréis recibidos por un espectacular castillo y las vistas a Montjuic).

Es requereix que els convidats facin servir antifaços. (Se requiere que los invitados usen antifaces).

¿Qué te parece, Al? — pregunté a mi amigo que aún seguía leyendo el sobre.

La idea suena interesante, sobre todo después de enterarme de los suspensos. Además estos días han sido una mierda—dejó el sobre en la mesa de noche y se sacudió el pelo—. Deberíamos distraernos un poco.

Sí, sobre todo Zarek. ¿Cuánto tiempo hace que no sale de ahí? —señalé su cama oculta entre doseles—. Lleva ahí haciendo al saber que desde después de los exámenes, sólo lo deja para ir a trabajar.

Es que ir a trabajar si que le interesa, Scor.

¿A qué te refieres?

Bueno, nuestro querido Snape está teniendo vistas inmejorables.

¿Vistas inmejorables? —pregunté confundido.

No has notado que ahora sonríe disimuladamente después de llegar del trabajo. Incluso está más comunicativo.

Es verdad, sí que está más comunicativo, pero sigo sin entender lo de las vistas.

Bueno… ¿Tú quién crees que ocasionaría tal cambio en él?.

Confundido pensé en la pregunta de Albus. Dentro de la pregunta estaba la partícula quién por lo que con toda seguridad alguien era la causa. Y sólo hay una persona que afecte el ánimo de Zarek hasta el punto de hacerlo sonreír disimuladamente. Miré a Albus y asintió ante mi reflexión. Al parecer se habían arreglado o al menos se encontraban en un punto medio. Me alegraba por él. Zarek, a pesar de aparentar esa seriedad y esa independencia necesitaba que le comprendieran y aliviaran el dolor que cargaba y que se negaba a compartir. Esperaba que con ella si lo hiciera.

El susodicho, abrió la cortina de su cama y se sorprendió de vernos por allí. Seguro que silenció el cuarto para no escuchar nada.

¿Qué ocurre? — preguntó con la seriedad que lo caracterizaba.

Estábamos teorizando—contestó Albus con picardía

¿Teorizando? —volvió a preguntar arqueando las cejas—. Vaya, eso si que es una sorpresa. ¿Y qué teorizabais?.

Hablábamos de los milagros que surgen tras disfrutar ver el cabello pelirrojo fuego y los ojos azules de las hadas, ¿no es así, Al?.

Si, Scor. Exactamente de eso.

Zarek carraspeó un poco y eso me hizo sonreír. Ver una estampa así en nuestro compañero resultaba tan extraño pero a la vez tan alentador. Llevaba tanto tiempo apagado que las ganas de comprobar si soñaba cada vez eran más difíciles de aguantar.

Interesante planteamiento—comentó cortado, —pero se os olvida algo en esa teoría.

Al y yo confundidos los observamos intentando interpretar sus gestos.

Lo que más me pierde es su boca y sus comentarios inteligentes.

¿Qué había pasado con Zarek y quién era este tipo con sus mismas pintas? ¿Zarek siguiendo una broma? ¿Desde cuándo no lo hacía? Y sobre todo, ¿desde cuando hablaba sobre sus sentimientos tan libremente? Al darse cuenta de que nos habíamos quedado bastante cortados ante su inesperada repuesta, fijó su atención en el sobre de las invitaciones.

¿Qué es eso? —se acercó a la mesilla de Albus y cogió el sobre.

Son invitaciones para esta noche. Al parecer hoy se celebra la velada de Sant Joan o algo así y es una tradición bastante típica. ¿Vendrás? —le respondí.

Paso—contestó pragmático.

Demos la bienvenida al Zarek de siempre. Pensé al escuchar su respuesta. Mucho le había durado el cambio de chip.

—Vamos, Zarek. Llevas encerrado desde después de los exámenes haciendo a saber que cosas. Tienes que despejarte—lo animó Albus.

No es algo que me interese y tengo trabajo pendiente. Además no sé si lo habéis leído pero hay que llevar antifaces.

Casi mejor que los llevemos puestos así no nos reconoce nadie. ¿Qué tienes que perder, Zarek? —insistió Al—. Incluso puede que vengan mis primas.

Eso nos llamó la atención tanto a mí como a Zarek que en ese instante revolvía los pergaminos y las plumas de su despacho improvisado.

Sólo estaré hasta la media noche.

Bien—respondió Al.

Ni un minuto más ni un minuto menos—volvió a decir.

Entendido, capi—contestamos a la vez mientras Zarek rodaba los ojos con hastío, aunque bien mirado sus ojos seguían brillando.

La tarde se nos pasó buscando la ropa que nos pondríamos parala velada y en crear antifaces que pegaran bien con nosotros.

Yo elegí un traje de chaqueta color gris perla con botones en las mangas, una camisa blanca de Lacoste y unos zapatos negros de Armani y un antifaz negro y plateado que sólo cubrían mis ojos. En cuanto a mi pelo, lo engominé un poco dándole un aspecto desenfadado.

Albus, por otro lado llevaba un traje de chaqueta completamente negro con camisa blanca y unos zapatos del mismo color de la chaqueta. En cuanto al antifaz, después de muchos intentos decidió quedarse con uno dorado por eso de darle la bienvenida al verano con entusiasmo. Su pelo al igual que el mío estaba engominado.

Y por último Zarek, que decidió engalanarse en un traje de chaqueta negro y con un antifaz blanco que le tapaba tan sólo media cara. Era la viva imagen de Eric el fantasma de la ópera. El tiempo se nos fue volando y sin darnos cuenta ya estábamos frente a la entrada de Terrrazza.

Cuando entramos al lugar nos recordó a Hogwarts. La discoteca daba al patio de un castillo y la zona al aire libre dejaba ver las estrellas iluminado el cielo. Justo bajo el teleférico que te permitía subir al Montjuic estaba la barra libre decorada con un montón de lucecitas led. En el centro estaba la pista de baile que ya se empezaba a llenar y junto al mirador el dj que pinchaba in the name of love de Martin Garrix.

Bueno, yo voy a buscar unos chupitos así me entono un poco—soltó Albus con toda su poca vergüenza.

Potter—lo llamó Zarek.

Snape—contestó él con una sonrisa hincha pelotas

¡Qué bien ya estáis presentados! —intervine— Ea, ya podéis liaros.

Albus se desternilló de risa, al contrario que Zarek que no le había hecho ni puta gracia mi salida de tiesto, no por la salida en sí sino porque se preocupaba por nosotros en serio y no quería que nos propasáramos bebiendo.

Me comportaré Zarek—lo tranquilizó Al.

Yo lo vigilaré papi—salí en defensa de Al. Zarek mi dio su mirada perdona vidas y nos dejó que nos marcháramos a la barra. Una vez allí, Albus se dedicó a pedir chupitos para calentar motores o más bien los chupitos rompe hígados.

Joder Al, absenta nada más empezar—Carraspeé al beberme el chupito, La garganta me ardía por el alcohol—. No hay diferencia entre beber esto y tomar colonia.

Me gusta empezar fuerte. Además la ocasión se lo merece. Aprovechemos esto y olvidémonos de lo que nos atormenta durante un rato.

Amen a eso, amigo.

Chocamos nuestros chupitos y bebimos a nuestra salud. El alcohol subía rápido pero nada que se nos saliera de control, todavía no veíamos doble así que todavía había aguante. A los pocos minutos se nos acercó Agnes que vestía un vestido pin up estilo sesentero de color azul y encaje negro de hombros descubiertos, unos tacones que si mi escaso conocimiento de moda femenina no me fallaba eran stilettos y un antifaz que le cubría medio rostro de color negro y lazadas azules. Su pelo castaño estaba semirrecogido en una coleta ladeada y su maquillaje suave le daba un aspecto dulce. Estaba muy bonita.

Chicos, habéis venido—dijo mientras nos daba un abrazo a los dos, primero a Albus y luego a mí. Aún no me acostumbraba a las muestras de afecto de los españoles. Aquí se repartían besos y abrazos como si fuera Navidad.

No me perdería una fiesta por nada del mundo. Y menos si puedo verte tan bonita, Agnes—La chica se ruborizó adorablemente mientras que Albus la cogía de la mano y la obligaba a dar una vuelta sobre si misma para que se apreciara mejor su vestido.

Preciosa—dije yo con una sonrisa de medio lado que la volvió a ruborizar.

Gracias chicos—contestó ella algo avergonzada por el espectáculo que montábamos sobre todo Albus que le había dado más vueltas a la pobre chica que un tiovivo—. ¿Habéis venido solos o esperáis a alguien más?.

Hemos venido con Zarek, pero nos hemos separado cuando hemos venido a la barra. Debe de andar por ahí buscando algún sitio en el que corra el aire—contesté divertido mientras miraba la entrada de la discoteca.

¿Algún sitio en el que corra el aire? Pero si estamos al aire libre—respondió ella sin entender mis insinuaciones.

Son cosas de Slytherins, Agni—explicó Al—. Ahora deberías irte, tu chico del coro te reclama.

Ella suspiró y con un beso que nos sorprendió tanto a Al como a mí se despidió de nosotros. Cuando alcanzó al pelinaranja malhumorado la rodearon sus otros amigos. Uno de ellos parecía ser de ascendencia latinoamericana, grandote y bastante musculoso. Otro tenía aspecto de chico inteligente, de pelo negro y facciones estilizadas, barbilla algo pronunciada y gafas. Y por último una chica bastante bajita de pelo negro y corto, algo ruda o eso me parecía porque siempre estaba peleándose con el chico del coro tal y como lo llamaba Al.

Tan distraído estaba observando a los chicos que apenas noté los codazos de Albus en mi costado. Un poco más y me hundía las costillas. Cuando se emborrachaba perdía la compostura.

Scor, a tus diez —me indicó señalando la puerta de Terrazza—. Esta noche va a ser interesante amigo y por una vez en tu vida, piensa en frío y no jodas más la perdiz.

Iba a replicar su argumentación pero la verdad era que mis ojos buscaban como un náufrago la tierra prometida, esperé que la gente se apartara y me dejaran el camino libre, esperé que el aire siguiera entrando en mis pulmones y esperé que Albus no se hubiera quedado conmigo porque a mis diez no había nada. ¿Se había quedado conmigo o es que ya iba tan pedo que imaginaba cosas? Las luces que alumbraban la terraza cambiaron de color y el azul y sus distintos tonos fueron los protagonistas. Y luego allí, junto a un grupo de chicas que bailaban muy pegadas, la distinguí. Brillaba con luz propia. De repente el firmamento con todas sus constelaciones se quedó pequeño en comparación. No reaccionaba. ¿Cómo iba a hacerlo? Me encontraba obnubilado por esa gran obra maestra que era Rose Weasley. La respiración se me cortó de improviso y no me importó morir admirando su resplandor. ¿Si la tocaba desaparecería? Recorrí su figura vestida con un traje negro de pedrería, sus mangas de gasa y su escote tan perfecto a mis ojos. Sus labios color melocotón clamaban por ser besados y yo deseaba ser el afortunado de ofrecerles todos y cada uno. Quería ser el rey de su boca mientras ella fuera la soberana y dueña de mi corazón. Por Salazar estaba loco por ella sin remedio alguno. Su pelo lleno de rizos de color cobrizo junto con la corona de trenzas que lo adornaban despertó mis ganas de pasar mis manos sobre ellos, tocarlos y palpar su suavidad. Mi imaginación corría como la pólvora mientras soñaba con cómo sería despertar en la cama y admirar su pelo enredado entre las sábanas. No me atreví a acercarme. ¿Qué derecho tenía? Me quedé entre las sombras observando sus risas y como las demás chicas la sacaban a bailar. Reía de verdad. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que la vi hacerlo? La noche pasaba mientras ella bailaba sin preocupaciones, sin percatarse de los sentimientos de dolor reflejado en mis ojos. Los mismos ojos que habían aguantado gran parte de la noche mirando como compartía momentos no sólo con sus amigas sino con chicos que no eran él. Cuánto me dolía verla allí, compartiendo momentos que para mí eran mágicos. En cuanto el dj pinchó una canción lenta supe que mi cupo de aguante había terminado. No quería que la tocaran, me ponía tan enfermo y a la vez me horrorizaba de lo que pensaba. Ella no era nada mío y aunque lo fuera tenía todo el derecho de bailar y relacionarse con quien quisiera, además esto era lo que quería que se alejara de mí para que no sufriera. Entonces ¿por qué me molestaba tanto? ¿Por qué sólo yo quería ser la razón de sus sonrisas y de sus bonitos sonrojos? Era un imbécil egoísta y me iré al infierno por esto. Estaba seguro.

Me hice paso entre los cuerpos sudorosos amontonados en la pista, algunos los aparté mediante empujones, no me importaba mientras pudiera llegar junta a ella y calmar esta necesidad que llevaba a cuestas. Tan sólo un segundo a su lado para mí eran años. Tenía que sentir su cuerpo junto al mío, una vez más y respirar su aliento al ritmo de la música. Cuando la alcancé, el tiempo se detuvo y los fuegos artificiales explotaron sobre el cielo estrellado. Detuve sus intenciones de ir a observarlos y la atraje a mi pecho, sujetando esa cintura que me volvía loco con tan sólo sentirla. Ella me daba la espalda por lo que no podía ver quién la sostenía de manera tan desesperada. Antes de que se pusiera nerviosa, acerqué mis labios a su oído y le susurré.

—Puis-je avoir cette danse, mademoiselle? (¿Me concede este baile, señorita?).

Decidí hablarle en francés. No solía utilizarlo porque vivía en Inglaterra, pero eso no significaba que no conociera el idioma del lugar de procedencia de mis antepasados. Esperé que no reconociera mi voz. Al hablar en otro idioma me cambiaba un poco y gracias al ruido de los fuegos apenas se llegaba a distinguir las voces de los demás, eso me hizo respirar tranquilo. Rose, aún de espaldas a mí, aceptó la invitación y me sentí dichoso, tanto que apenas contuve la euforia de al fin poder pasar tiempo con ella, aunque fuera así, de espaldas y sin darnos la cara bajo las luces de los fuegos, balaceándonos al ritmo de la canción que sonaba en ese instante. Perfect de Ed Sheeran. No habían podido elegir una más adecuada.

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Acaricié uno de sus tirabuzones y respiré su aroma a vainilla. Me encantaba toda ella. Sobre toda la forma en la que arrugaba el ceño al estar concentrada o los mohines de sus labios cuando la molestaba, sin embargo lo que más adoraba su existencia misma. Rose Weasley era una bendición. Mi bendición.

—Qui es tu? Nous nous connaissons? (¿Quién eres? ¿Nos conocemos?). —preguntó ella con suavidad.

—Je t'ai rencontré dans un beau rêve et depuis je ne suis plus le même. (Te conocí en un sueño preciosa y desde entonces no soy el mismo)—le contesté de nuevo en francés haciéndola temblar. No me sorprendía que me entendiera. ¿Acaso había algo que no hiciera bien?

—Dans un rêve? Comment est-ce possible? (¿En un sueño? ¿Cómo es posible?).

He luchado en vano, y ya no lo soporto más—parafrasee recorriendo con mis labios su cuello deteniéndome más tiempo en sus bonitas pecas—. Estos últimos meses han sido un tormento. He luchado contra el sentido común, las expectativas de mi familia, su inferioridad social, mi posición y circunstancia, pero soy incapaz de contener mis sentimientos y estoy dispuesto a dejarlos a un lado y pedirle que ponga fin a esta agonía.

¿Eso es de orgullo y prejuicio? ¿Lo conoce? —se sorprendió ella. Intenté seguir acariciándola pero ella lo impidió—. Por favor no me toque, no le conozco como para que se tome ese tipo de atrevimientos.

¿Está segura de que no me conoce? —reí divertido imaginando su cara de reproche—. Ya le dije que ha formado parte de mis sueños desde siempre.

Pues usted no lo ha sido de los míos.

Eso ha dolido preciosa.

Seguro que se recupera pronto del dolor.

No lo sé, me ha dejado usted bastante magullado—me quejé—. ¿Ni siquiera tengo alguna posibilidad?.

Bueno que conozcas orgullo y prejuicio le da puntos—me reconoció.

¿Ah, sí? Entonces—la abracé entre mis brazos suplicando porque los fuegos se prologarán tan sólo un poco más—. Permíteme soñar hasta que las luces se apaguen.

Ella comenzó a protestar, pero finalmente calló. Nos quedamos observando los últimos fuegos que creaban una de las pinturas más hermosas, aunque la primera era la de ella, aquí en mis brazos y pensando en que soy alguien que no conoce. Pronto todo se apagó y los aplausos llenaron la terraza. Algunos se abrazaron, otros se besaron y nosotros nos descubrimos, bueno nosotros no, ella que finalmente se dio la vuelta y al cruzar nuestras miradas me reconoció a pesar del antifaz. Recé a todos los dioses que existieran porque este momento no terminará,que permaneciera para siempre, pero dentro de mí sabía que no sucedería así.

¿Malfoy? Todo este tiempo tu…

Si, he sido yo el que ha bailado junto a ti. Siéntete orgullosa Weasley, no todas tienen esa oportunidad.

¿Y se supone que me tengo sentir orgullosa por eso? No te des ínfulas Malfoy.

¿Qué yo me daba ínfulas? ¿De qué hablaba? ¿Tan sólo yo había disfrutado del momento? No podía ser, lo había sentido. Sus gestos, sus respuestas y palabras, había sido mágico para los dos.

No me doy ínfulas, Weasley. A pesar de que me gusta faldar esta vez no lo estoy haciendo. Ha sido especial. No me lo niegues.

Si te refieres con especial a recitar a Mr. Darcy, te lo reconozco—contestó ella pragmática.

¿Me tomas el pelo, verdad? —le pregunté incrédulo. No podía creer que ella no hubiera sentido lo mismo.

Hablo muy en serio, Malfoy. No entiendo tu malestar.

Está bien, Weasley. Reconozco que he sido un capullo de los grandes contigo, pero esto no me está haciendo ni puta gracia—ella frunció el ceño con intenciones de contestar, pero la corté—. No puede ser que no hayas sentido nada, porque es mentira. He visto como temblabas entre mis brazos, he visto como aceptabas mi cuerpo contra el tuyo, he visto como incluso permitías mis caricias, antes de que las cortaras. Joder, no estoy ciego, he visto como te entregabas. No me lo niegues—solté furioso.

No lo niego—respondió con simpleza y ¿frialdad?,—pero la connotación de especialidad es de tu propia cosecha. No ha sido distinto de mis otros bailes de esta noche.

Todo menos eso. Esperaba todo menos el rechazo que sentí al escuchar esa respuesta. Dios, era lacerante. El pecho me apretaba como si estuviera dentro de un bloque de hielo y el frío quemara mis entrañas. Alfileres, millones de ellos traspasaban mi corazón. ¿Iba a llorar? Maldita sea, sí. Quería llorar como un maldito niño. Esto era insoportable. ¿Cómo se atrevía a menospreciar algo tan especial? Nuestros corazones se habían conectado y los desechaba, así tal cual. Mi mente se nubló y ya no escuchaba a nadie. Mi corazón paró de latir pero mis labios no lo harían, me conocía y esta vez, todo iba a terminar para nosotros. Lo supe y sin embargo lo hice. Esto se acababa al igual que los latidos de mi corazón que ya no se escuchaban.

Esa respuesta es típica de una furcia. ¡Enhorabuena, Weasley! Ya tienes tu vocación.

El rostro de Rose hasta ahora sereno se encogió de dolor. Sus ojos azules se oscurecieron y lo que más temí salió de su boca, ejecutándome para siempre.

Te odio, Scorpius Malfoy y siempre lo haré.