Disclaimer: nada de esto me pertenece, los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia a Rochelle Allison, yo solo la traduzco.


APPEASE

Capítulo veintiséisTrastos

La farsa ha terminado, así que Edward me acompaña a la puerta.

El portero le conoce, por supuesto, y le saluda con una sonrisa y un movimiento de la mano cuando pasamos de camino al ascensor.

Soy un manojo de sentimientos encontrados: un subidón de un par de días maravillosos con Edward, nervios por lo que pueda traer el día de mañana o incluso esta noche. Mi corazón da un salto con cada piso que subimos.

―Estás bien ―murmura Edward, apretando mis dedos mientras cruzamos el pasillo―. No voy a entrar, obviamente, pero estoy a una llamada de distancia. ¿Vale?

Asiento, cogiendo mi mochila de su mano. Él me besa en la mejilla y luego en la boca, alargando el beso.

―Gracias por el fin de semana. Ha sido perfecto. ―Río nerviosa―. Casi.

Él da un paso atrás, con las manos en los bolsillos.

―Llámame luego.

―Lo haré.

Él espera hasta que abro la puerta y luego le veo retroceder tranquilamente por el pasillo, como si todo siguiera igual.

Dentro todo está tranquilo, pero no en silencio. Me llegan débilmente unas notas de música clásica, llevándome en el tiempo a mis primeras visitas. El apetecible olor de la cocina de la Sra. Cope me entra por la nariz, recordándome que todavía no he comido nada desde el mediodía, cuando Edward y yo fuimos a Junior's en Brooklyn.

Inhala, exhala. Hombros rectos. Soy Bella Swan/Poppins, super-niñera, prácticamente perfecta en todo. Defensora de los niños dulces, y amante de los novios sexis y pijos. Asesina de perras infieles llenas de Botox...

―Oh, has vuelto ―dice la Sra. Cope, limpiándose las manos con un trapo cuando me uno a ella en la cocina. Me alegro de verla, sonriente y manchada de harina entre trastos de cocina e ingredientes deliciosos―. No estaba segura de a qué hora... normalmente no comemos tan tarde, pero...

―¿Sabes a qué hora llegan los gemelos? ―pregunto, dándole una afectuosa palmada en el hombro.

―Ya deberían estar aquí. Hace un par de horas que Eleazar se ha marchado a recogerles.

Miro el reloj que hay sobre los fogones ―son casi las ocho.

―¿Están... uh... el Sr. y la Sra. Masen en casa?

―Sí, querida.

―Oh. Vale, bueno, voy a ir a refrescarme...

La Sra. Cope asiente y vuelve a la cocina.

A pesar de mis gritos de batalla internos, me encuentro caminando con pies de plomo mientras me acerco a mi habitación. La verdad es que no quiero ver a Tanya, no quiero mirarla a los ojos y que el recuerdo de ese momento pase entre nosotras. Recuerdo a Edward diciendo hace tiempo que su madrastra era una serpiente y ahora lo siento más que nunca. No sé si está en retirada o preparada para atacar. Es horrible.

Me doy una ducha rápida y, cuando salgo, los gemelos ya han vuelto. Sus risas y altas voces se escuchan por todo el ático, seguidas de las respuestas más tranquilas de quien supongo que son sus padres. Me pongo unos vaqueros, calcetines y una camiseta, y entonces salgo, incapaz de aguantar el no saber.

―¡Bella! ―grita Irina, corriendo hacia mí. La atrapo en un abrazo. Alistair sonríe ampliamente y me saluda con un gesto de la mano, no tan exuberante como su hermana, pero contento de verme igualmente. Evito estudiosamente la cara de Tanya y, en su lugar, le sonrío al Sr. Masen.

―¿Cómo está? ―pregunto, escondiendo con una fachada de calma la agitación que siento en las tripas.

―Estoy bien. Gracias, Bella. ¿Cómo ha ido tu cumpleaños? Confío en que lo pasaras bien.

Mi mirada va a la de Tanya sin querer.

―Yo... sí. Ha sido... excitante. ―No sé qué me ha poseído. Voy a dejar que Edward se encargue de esto, de verdad, pero algo en mi interior está reaccionando al sutil cambio de la expresión de Tanya. Ella entrecierra los ojos y luego aparta la mirada, cruzándose de brazos.

―Seguro que sí. Manhattan es... sí. Es un lugar excitante ―dice el Sr. Masen. A veces es tan cursi que es divertido.

La Sra. Cope nos dirige al comedor, donde nos espera una magnífica cena de pollo asado, puré de patata y verduras. Pan recién horneado, ensalada de fruta... parece Acción de Gracias, pero es una comida típica de fin de semana en esa casa, sobre todo cuando los dos Masen están allí.

Hablo principalmente con Alistair e Irina, preguntándoles sobre su fin de semana en los Hamptons.

―Yo quería quedarme un día más ―dice Alistair, pinchando sus zanahorias―. Para ver si el cielo se aclaraba lo suficiente como para poder volver a mirar las estrellas, pero no lo hizo.

―Podemos volver a intentarlo esta noche ―le ofrezco.

―Las luces aquí dan asco ―dice él, resoplando.

―Alistair, de verdad ―suelta Tanya―. Ese vocabulario.

Intento no ahogarme con la hipocresía de lo que ella percibe como inapropiado.

―Lo siento ―murmura él―. Las luces son muy, muy malas. ―Su sarcasmo es lo suficientemente ligero como para no provocar más reacción que una sonrisa de su padre. A ese hombre no se le escapa nada.

¿Cómo es que no sabe que su mujer le engaña? A lo mejor él también es infiel.

La comida se me revuelve en el estómago. Suelto el tenedor y me limpio la boca, sintiéndome llena de repente.

* . *

Durante los días siguientes, todo está tranquilo.

Voy a clase, mantengo la nariz en los libros y me encargo de los gemelos. Edward y yo hablamos todas las noches, pero decidimos esperar antes de tener citas o hacer visitas. Solo hasta saber qué está pasando.

A Tanya casi no la veo y, cuando lo hago, me ignora de tal manera que me hace sentir como si no existiera. Paso cada día con pies de plomo, esperando lo inevitable.

Sucede el jueves por la noche. Acabo de terminar de ayudar a Alistair con sus deberes de matemáticas cuando Tanya se acerca a la puerta de la habitación.

―Quiero hablar un momento, Bella, por favor. Cuando hayas terminado.

―Claro. ―Mi corazón empieza a latir acelerado―. Vale, amigo. Solo... Supongo que puedes ducharte y volveré para arroparos. ―Espero.

Sigo a Tanya por el pasillo que, raramente, está poco iluminado hasta la habitación en la que nos sentamos cuando me contrató. Ella cierra la puerta suavemente, señalándome que tome asiento.

Me siento, preparándome para su ira y sus amenazas, pero no llegan. En su lugar, está impasible, hundiéndose en la silla frente a mí, con las piernas cruzadas delicadamente y las manos unidas sobre sus rodillas.

―Creo que las dos sabemos porqué estamos aquí ―empieza ella.

―Sí.

―Entonces es obvio porqué esto no puede continuar.

―¿Qué no puede continuar? ―pregunto, aunque ya lo sé.

―Tu empleo aquí. ―Inclina la cabeza―. Pero puedo arreglar una entrevista con una amiga. Sin garantías, por supuesto, pero... teniendo en cuenta la situación...

La miro inexpresiva, con el aire escapando de mí de forma superficial.

―Muy bien. ―Se mueve como si fuera a levantarse.

―No. No, eso no está bien.

―¿Perdona?

―He dicho que no está bien. No he sido nada más que profesional...

Ella ríe incrédula.

―Te estás acostando con el hijo de mi esposo, Bella. Eso no me parece muy profesional.

Quiero echarle en cara lo que ella intentó hacer y lo que está haciendo actualmente, pero solo empeoraría las cosas.

―No sabía que mis relaciones fuera del trabajo tuvieran consecuencias para ti o el trabajo ―digo. Es mentira. Sabía que ella tendría un problema con ello, pero lo que estoy diciendo es técnicamente cierto―. En cualquier caso, me gusta este trabajo. Está hecho para mí y yo estoy hecha para los niños. No creo que sea justo seguir cambiándoles de cuidador...

―Mis hijos ya no son preocupación tuya ―suelta. Parece estar en negación en lo que concierne a los gemelos.

―¿Por qué exactamente me estás echando? ―pregunto.

―Estoy segura de que ya lo sabes.

―Quiero que tú me lo digas ―digo, intentando mantener la voz calmada.

Ella frunce los labios.

―Por fraternizar.

―Y, ¿qué hay de tu fraternización? ―suelto, con las manos temblándome.

―Perra impertinente. ―Se pone roja, como si mis palabras la hubieran sorprendido―. Te irás por la mañana.

Se escucha un fuerte golpe fuera y la puerta vibra de forma violenta, como si algo acabase de chocar contra ella.

Nos ponemos de pie de un salto, pero yo soy la primera en salir. El suelo está lleno de trozos de cristal y plástico. Una puerta se cierra de golpe en otra parte. Miro a mi alrededor, confusa y sobresaltada. Al final del pasillo, Irina enciende la luz.

Entonces reconozco el objeto del desastre: el telescopio de Alistair.

Tanya maldice suavemente tras de mí.

―¿Qué es esto? ―chilla, señalando al suelo―. ¡Alistair!

Pero la cara de Irina está congestionada y blanca. Me acerco a ella, extendiendo la mano.

―¿Qué ha pasado?

―Alistair os ha escuchado ―susurra con los ojos vidriosos.

―¿Nos ha escuchado hablar a tu madre y a mí? ―pregunto, mordiéndome el labio.

Ella asiente, pasando la mirada de mí a Tanya, que me ha seguido hasta la puerta de Irina. Ella me aparta de un empujón y va a la habitación de Alistair; luego se gira con el ceño fruncido.

―¿Dónde está tu hermano? ―pregunta.

―Se ha marchado.

―¿Qué quieres decir con que se ha marchado?

―Se ha escapado ―dice Irina con un sollozo, derramando sus lágrimas.

Es todo lo que necesito oír. Estoy cruzando el pasillo y saliendo por la puerta antes de que Tanya pueda decir nada, dándome una palmada en el bolsillo para asegurarme de que mi teléfono sigue ahí. El ascensor tarda una eternidad, pero sigue siendo más rápido que bajar por las escaleras, así que espero.

Temblando, pulso el número 1 en la pantalla táctil de mi móvil, que es el número de marcación rápida de Edward. Va al buzón de voz. No dejo un mensaje; en nada verá que he llamado.

El ascensor finalmente llega y bajo hasta el primer piso, rezando. Felix está en el vestíbulo, mirando hacia la calle.

―¿Está aquí? ¿Alistair? ¿Ha pasado por aquí? ―digo sin aliento.

―Sí... ha pasado tan rápido que no he podido reaccionar antes de que desapareciera. ―Se estremece con disculpa―. Lo siento mucho. Ya he llamado al ático.

―Está bien. ―Salgo a la calle a toda velocidad. Estamos en otoño y los días ya son considerablemente más cortos. Los coches pasan, una pareja pasea a su perro por la acera; al otro lado de la calle, las oscuras siluetas de Central Park se ciernen como centinelas.

Moviéndome por instinto, cruzo la calle y entro en el parque.

Podría estar en cualquier parte, en un gran número de parques de juego, esquinas y huecos. El carrusel. Kioscos de comida. Es tan enorme... Hemos pasado todo el verano jugando al escondite. Conteniendo un sollozo, grito su nombre. Recuerdo que tiene móvil, así que le llamo, pero no contesta.

Sabía que se molestaría si me marchaba, pero no tenía ni idea de que sería así. De todas formas, ¿por qué estaba escuchando al otro lado de la puerta? Me hace preguntarme cuántas otras conversaciones ha escuchado a escondidas. Qué otros secretos conoce.

Mi teléfono suena en mi mano. Edward.

―¿Hola?

―Hola, Bella.

―¡Alistair se ha escapado!

―¿Qué? ¿Dónde estás? ¿Estás en casa?

―Estoy en Central Park, justo al lado de ese kiosco del café.

―¿Qué...? Vale. Estoy de camino.

―Edward, ella ha intentado despedirme. Bueno, me ha despedido. Alistair nos ha escuchado y... oh Dios mío. ¿Por qué ha hecho esto?

Sabía que tendría que haber hablado con ella ―dice―. Lo sabía. Debería haberle dicho lo que había, pero no lo he hecho... porque creí que era más lista. No puedo creerlo. ―Se escuchan puertas abrirse y cerrarse de fondo, como si estuviera dejando su loft, tal vez.

―Llámame cuando estés aquí ―digo, incapaz de soportar oír cómo se echa la culpa―. Debo seguir buscando.

Así como colgamos, mi teléfono vuelve a sonar. Tanya.

―He llamado a Edward ―dice cuando contesto―. A su padre. Llegará a casa en cualquier momento. ¿Dónde estás?

―En el parque, buscando.

―Oh. Yo también. Eleazar está peinando las calles.

―Tengo que colgar ―digo, cortando la llamada. No tengo nada que decirle y necesito concentrarme.

Nunca en todos mis años de cuidar niños he tenido que lidiar con algo como esto. Grito su nombre hasta que me duele la garganta. Gente que pasa me pregunta qué sucede, incluyendo un policía que me dice que le acaban de informar por radio. Parece que los Masen han llamado a la policía. Gracias a Dios.

Edward aparece. Vagamos sin rumbo, gritando el nombre de Alistair y llamando a su teléfono. El Sr. Masen me llama y le digo lo que estamos haciendo, asegurándole que volveré a llamarle.

Mi teléfono está a punto de morir, pero entonces suena con el tono de Alistair.

―¿Dónde estás? ―grito al auricular.

Él se sorbe la nariz.

―En el parque de juegos.

―¿En cual? ―Estoy intentando no venirme abajo, pero estoy cerca de hacerlo. Miedo, alivio y angustia recorren en olas mi cuerpo; no puedo dejar de temblar.

Él me lo dice y yo se lo digo a Edward. Solo estamos a unos metros de distancia.

Alistair está acurrucado sobre un tobogán, apenas visible.

Se baja cuando nos acercamos y Edward le recoge, acurrucándole en sus brazos. Nunca he visto a Alistair llorar y, ahora mismo, está casi histérico. Me hace sentir incluso peor e incluso a Edward le caen las lágrimas por sus mejillas.

Agarro la mano de Alistair mientras marco el número del Sr. Masen para dejarle saber que hemos encontrado a su hijo.


¡Hola!

Bueno, muchas de vosotras creíais que Tanya era más lista y que no haría nada para evitar que su infidelidad quedase al descubierto, mientras que otras creíais que sí que haría algo. De todas formas, para mí Bella no ha sabido llevar muy bien la situación. Entiendo que se haya encariñado con los niños y quiera quedarse con ellos, pero solo es la niñera y, evidentemente, no tiene ningún derecho a decirle a su madre lo que estos necesitan o a insinuar que es peor madre por tener una relación extramatrimonial. Al fin y al cabo, su marido tampoco es un santo y él mismo ya le fue infiel a su primera mujer, así que los problemas que haya entre ellos son de ellos y Bella no es nadie para meterse. Y, en cualquier caso, podría haber seguido teniendo contacto con los gemelos a través de su relación con Edward.

¿Qué pensáis vosotras? Estoy deseando leer vuestras opiniones.

Mañana más. Gracias por estar ahí.

-Bells :)