26
A la mañana siguiente, cuando me despierto, estoy sola en la cama, pero el olor a café recién hecho inunda mis fosas nasales.
¡Qué bien huele el café que prepara Naruto!
Hago la croqueta sobre la cama mientras pienso en lo ocurrido con mi buenorro y, sonriendo, rememoro la noche de pasión que hemos tenido. Naruto es ardiente. Naruto es tentador y, sin duda, yo no me quedo atrás.
Todavía siento los labios calientes por sus besos y, si cierro los ojos, hasta puedo sentir cómo sus manos recorren mi cuerpo lenta y pausadamente. Estoy recreándome en ello cuando oigo:
—Buenos días, preciosa.
Al mirar, lo veo vestido tan sólo con unos calzoncillos y una bandeja de desayuno en las manos.
—Te dije que no me llamaras preciosa... —cuchicheo riendo—, no me gusta lo que significa para ti.
Sonríe. ¡Qué bribón!
Se acerca hasta la cama, deja la bandeja sobre ella, se aproxima a mí y replica:
—Tú eres Temari y eres preciosa, divertida y encantadora. Nunca dudes que, hablando de ti, esa palabra no tiene el mismo significado que cuando hablo de las demás.
—Vaya..., qué interesante —murmuro acercando mis labios a los suyos.
—¿Cómo está tu mano? —se interesa.
Me la miro y cierro el puño. Dejo el dedo pulgar fuera, como me dijo Ise, y afirmo:
—Preparada para quien se pase conmigo.
Ambos reímos, nos besamos, nos tentamos, nos calentamos, hasta que la bandeja con el café y las tostadas cae al suelo y nos miramos entre risas.
—Da igual —murmura él—. Luego lo limpiamos. Hoy vamos a pasar el día entero en la cama. Ya he puesto el cartel de NO MOLESTAR.
—Pero ¿qué dices? —Me río—. Hoy le dan el alta a tu abuela y...
—No. Hoy no. Han llamado para decir que saldrá mañana.
—¿Por qué? ¿Ha pasado algo?
Naruto me guiña un ojo y murmura sin apartarse de mí:
—Simplemente, quería hacerla rabiar y hablé con mi amigo.
Empiezo a reír y mi chico, mi vaquero, mi Caramelito, me hace con locura el amor.
.
.
Al cabo de dos días, después de veinticuatro horas en las que no salimos de la cama y me duelen hasta los músculos que nunca duelen, cuando me despierto, estoy sola en la habitación. Miro a mi alrededor en busca de mi torturador pasional, pero no lo veo. Sonrío, pero de pronto unas voces llaman mi atención.
Rápidamente me levanto de la cama y, al mirar por la ventana, veo a otros hombres que no conozco junto a Naruto y sus hermanos. Bromean. Dicen bravuconadas, y sonrío. ¿Por qué los hombres, cuando se juntan, son tan machotes?
Observo que Menma no está entre ellos, y que Minato e Ise ríen como siempre separados y sin levantar sospechas. Estoy convencida de que, si esos hombres descubrieran su secreto, muchos de ellos les volverían la espalda. Por desgracia, aún hay personas que catalogan a otras por su sexualidad, olvidándose de que tienen sentimientos como ellos.
Cuando me canso de mirarlos, decido asearme y vestirme. Entonces, de pronto, del bolsillo de un chalequito mío cae al suelo una bolsa naranja. Al verla, recuerdo lo que hay en su interior y sonrío. Allí tengo la pulsera que le compré en el mercadillo a Naruto, ésa en la que pone «¿Repetimos?».
La observo divertida y al final decido regalársela. ¿Por qué no, si la compré para él?
Cuando salgo de la cabaña, los hombres ya no están. ¿A dónde habrán ido? Y, metiéndome las manos en los bolsillos de mi falda vaquera, camino hacia la casa consciente de que llevo la pulsera ahí.
Tan pronto como llego a la puerta veo que se acerca un coche. Enseguida distingo que es el de Hinata, y me paro al ver que en su interior va Menma y, detrás, la abuela.
Para no ser descortés, los espero y, cuando para, abro la puerta trasera y, antes de que yo diga nada, la vieja cascarrabias gruñe:
—Si esperas algo de mí, ya puedes esperar sentada.
Joder con Pocahontas, ¡regresa fuertecita!
Suspiro. Siempre tiene el hacha de guerra en alto.
—Ya veo que está usted mucho mejor —digo—. Bienvenida a...
—Mi casa. Mi rancho —finaliza ella, cortándome.
—¡Abuela! —le reprocha Menma, cogiéndola en brazos.
Me callo. La vieja es peor que un dolor de oídos y, cuando de pronto aparece Ise, ésta le espeta:
—Fuera de mi casa.
Minato, que sale en ese momento, sisea:
—Si él se va, yo también.
La abuela vuelve la cabeza y murmura:
—Ya estáis tardando.
Naruto aparece entonces detrás de su hermano.
—Ise, Minato, en mi cabaña hay una habitación de sobra —ofrece—. Si queréis, podéis llevar allí todas vuestras cosas hasta que decidáis qué hacer.
—Por mi parte, no hace falta. Tengo dónde dormir —responde Ise y, acto seguido, se marcha.
Minato suspira, y Menma, que continúa con la abuela en brazos, va a hablar cuando ella sisea:
—Súbeme a mi habitación, y ten cuidado, que no soy un saco de alubias.
Dicho esto, Menma entra con ella en la casa y entonces aparece Saori. La vieja y la chiquilla se miran.
—Vamos, Menma —dice Chiyo.
Minato agarra a su sobrina por la mano, le da fuerzas y, mirándome, cuchichea:
—Tranquila, no esperábamos menos de Pocahontas.
Una vez Minato y Saori se marchan, Naruto me guiña un ojo y se va con ellos. Sin duda van a hablar con la muchacha de lo ocurrido con los caballos. Los veo alejarse y, sin querer mediar entre ellos, entro en la cocina. Allí, encuentro a Hinata y a Flor y, tras acercarme a esta última, pregunto:
—¿Estás mejor hoy?
La joven asiente y, soltando el pan que lleva en las manos, dice:
—Gracias por enfrentarte a Chiyo por mí. Sin duda, Hinata y tú sois increíbles, y junto a vosotras siento que tengo fuerza.
—Es que la tienes, cielo —afirma Hinata—. Es sólo que eres demasiado conformista y en este rancho no se puede ser así. Te lo digo por experiencia. A partir de ahora, si algo te incomoda, debes decirlo, ¿vale, cariño?
—Lo haré —asiente ella al tiempo que se pone roja como un tomate.
Eso me hace sonreír y, abrazándola, indico:
—Eres una de las mejores personas que he conocido en mi vida. Eres buena y cándida, pero, mira creo que deberías beber cervecitas más a menudo.
Todas soltamos una risotada.
—Lo creas o no —dice ella entonces—, me he tomado una antes de venir.
—¡Ésa es mi chica! —exclama Hinata sonriendo y guiñándonos un ojo.
En ese momento se abre la puerta de la cocina y aparece Kushina, que, al vernos, sonríe. De inmediato, suena una campanita, y yo pregunto:
—¿Qué es eso?
Ella suspira.
—Le he dado una campanilla a Chiyo para que me avise cuando necesite algo y, por lo que veo —dice saliendo de nuevo de la cocina—, ¡ya lo necesita!
Las tres volvemos a sonreír. Está claro que la vieja no lo va a poner fácil. Nos enfrascamos a cocinar, hasta que entra Saori. A pesar de que se le nota en los ojos que ha llorado, con una sonrisa nos hace saber que, tras hablar con sus tíos sobre lo ocurrido, todo está bien.
Luego miro por la ventana y veo a Naruto. Vuelve a estar con el grupo de hombres con los que lo he visto por la mañana, y me entero de que se trata de un grupo de amigos que han venido al rancho para celebrar la despedida de soltero de Shii por la noche.
Después de todo lo que ha pasado, quizá no sea el mejor día para celebraciones pero, si lo pienso fríamente, tras tanta tirantez, no nos vendrá mal un poco de diversión.
Miro a Flor y le pregunto cuándo va a celebrar ella su despedida. La chica sonríe, pero no responde.
—Según ella, no hace falta —explica Hinata—, pero a mí me parece que sería divertido.
—¡Por supuesto que hace falta! —afirmo—. Vamos a ver, Flor, ¿dónde te gustaría celebrar tu despedida de soltera?
Como siempre, ella se pone roja como un tomate, no dice nada, y Hinata cuchichea:
—Esta noche hay un concierto de Luke Bryan en Riverton. Eso habría sido lo ideal, puesto que a ella le encanta, pero las entradas se agotaron hace semanas.
Flor sonríe, se encoge de hombros, y yo, que no he oído en mi vida ese nombre, pregunto:
—Y ¿quién es Luke Bryan?
—Un cantante muy sexi con una sonrisa increíble —cuchichea Hinata mientras Flor y Saori ríen.
—¡Muchachas! —se mofa Kushina, que justo en ese momento ha aparecido en la cocina. Finalmente, me mira y dice—: Luke es un excelente cantante country. Tiene canciones preciosas.
No sé quién es. Nunca lo he oído.
—Vaya por Dios —exclama de pronto Kushina—. Necesitaría que alguna de vosotras fuera a Hudson. Con tanto hombre aquí, no habrá pan para todos.
—Iremos Hinata y yo —me ofrezco tirando de ella.
Cinco minutos después, las dos nos alejamos montadas en el coche de Hinata y, sacando mi móvil, la miro y pregunto:
—¿Crees que a Flor le haría mucha ilusión ir a ese concierto?
—Le encantaría —afirma—. Pero a Shii no le gustará.
—¿Por qué no le va a gustar a Shii?
Ella sonríe.
—Porque Luke Bryan es un tipo muy deseado, y muchos hombres le tienen cierta envidia.
—¿Lo dices en serio? —pregunto muerta de risa.
Hinata asiente y yo sonrío.
Decidido: ¡allí que vamos por poco que pueda!
Cuando mi móvil tiene cobertura, marco el teléfono de Sakura. Seguro que ella y los Uchiha, echando mano de sus contactos, consiguen que entremos en ese concierto.
Diez minutos después de haber hablado con mi amiga en plan indio, pues está delante Hinata, suena mi teléfono. Es el mánager de Luke, que llama para quedar conmigo y mis amigas antes del concierto.
Una vez cuelgo, tras haber quedado con él a las ocho para tomar algo con Luke y darle una sorpresa a Flor, Hinata, que lo ha oído todo, me mira boquiabierta.
—No lo dirás en serio, ¿verdad?
Asiento. Luego sonrío y afirmo:
—Ponte guapa esta noche, que nosotras también nos vamos de despedida de soltera.
Tres cuartos de hora después, al regresar al rancho, Flor, Kushina y Saori se quedan sin palabras cuando se enteran de los planes que hemos organizado para esta noche. Kushina se desmarca, prefiere quedarse con Chiyo. Intento convencerla, pero es imposible y, aunque, al principio le dice a Saori que está castigada por lo que ha hecho, tras hacerle entender que es la despedida de soltera de Flor y que queremos que esté con nosotras, Kushina le levanta el castigo. Saori salta y aplaude de alegría. Es una niña, y me hace sonreír.
Poco después, cuando comento que hay que hacer saber a los hombres que nosotras también tenemos despedida de soltera, Flor me pide que guardemos el secreto del sitio al que vamos para que Shii no se enfade. Con decir que vamos de despedida, sobra y basta. Yo no entiendo por qué hay que omitir a dónde vamos, ¡ni que fuéramos a matar a alguien!, pero le hago caso. Ella sabrá.
La campanilla de la abuela no deja de sonar una y otra vez. La muy pesadita no para de llamar la atención y, cuando Kushina ya ha ido diez veces seguidas, la relevo.
Al entrar en la majestuosa habitación, en la que nunca he estado, me quedo alucinada. Es enorme y está repleta de fotos, infinidad de libros y recuerdos de sus antepasados.
Una vez mis ojos han recorrido la increíble estancia, donde hay una librería de pared a pared, la veo sentada en una bonita silla con un libro en las manos.
¡Anda..., pero si le gusta leer como a mí!
Su gesto es desafiante. No le hace gracia verme, pero eso ya lo esperaba.
—He llamado a Kushina —protesta soltando el libro.
Asiento y me coloco a su lado.
—Está ocupada. Por eso he venido yo —digo.
Chiyo intenta achantarme con su mirada de india mala y pérfida y, cuando me canso de verla, pregunto:
—¿Quiere algo o con mirarme como si me fuera a matar tiene suficiente?
—Insolente. Ésa es la palabra que mejor te define.
En lugar de enfadarme por su comentario mordaz, sonrío. Ésta no sabe cómo soy yo y, como dice una que yo me sé, con una sonrisa se gana más que con una mala cara, así que replico:
—¿Quiere que le diga qué palabra la define a usted?
—No te atreverás.
—Oh, sí..., las insolentes somos así: ¡nos atrevemos con todo!
Chiyo me acuchilla con la mirada. Yo sonrío y, al final, ella sisea:
—¡Fuera de mi habitación!
—Venga, mujer, ¿qué quiere? —insisto.
—¡Que te largues!
Me encojo de hombros, doy media vuelta y salgo de allí. Sin embargo, apenas acabo de cruzar el umbral cuando vuelvo a oír la campanilla.
¡La madre que la parió!
Con toda la paciencia del mundo, giro sobre mis talones, entro de nuevo y, al verme, me suelta:
—Tú no me vales. Que venga Kushina.
—Le he dicho que no puede. Está haciendo otras cosas.
—Me da igual lo que esté haciendo —gruñe—. Que lo deje todo y que venga.
Suspiro. Es desesperante.
—Vamos a ver, señora, sea buena con Kushina. Ha subido la escalera como diez veces, y creo que...
—Lo que tú creas no me importa.
—Y lo que usted quiera no me importa a mí.
Madre mía..., madre mía..., ¡cómo me estoy pasando con la vieja! Pero, mira, llegados a este punto, lo cierto es que da igual.
Por su expresión, veo que la estoy descuadrando.
—La verdad es que no me asusta —prosigo—. Y le diré algo: es penoso que, con el sitio tan bonito en el que vive y con la familia tan maravillosa que tiene, no sepa apreciarlo. Se va a quedar sola..., sí..., sí. Va a conseguir lo que siempre ha querido tener: Aguas Frías para usted solita. Porque, seamos sinceros, una vez pase la boda, Naruto y yo nos iremos y tras nosotros, Hinata, Ise y Minato. ¿Cuánto tiempo cree que va a tardar en hacerlo también Saori? Y, si se marcha Saori, ¿cree que Kushina se quedará aquí con usted?
—¡¿Kushina?!
—Kushina adora a sus hijos y a su nieta. Por tanto, le auguro un futuro muy feliz rodeada de sus caballos y una enorme casa vacía. ¿De verdad es eso lo que quiere?
Chiyo no habla. No dice nada. Creo que le estoy dando un buen ¡zas! en toda la boca, cuando replica:
—Ya vendrán otros.
—Por supuesto que vendrán. Y vendrán muchos como Tamaki, dispuestos a quitarle a usted poco a poco lo que tiene. Y, cuando se quede sin nada, ¿quién la cuidará?
No contesta. No dice ni mu.
—No cometa usted la locura de quedarse sin su familia, cuando tiene unos nietos y una nuera que la quieren a pesar de todos esos horrorosos defectos suyos —añado—. Porque, seamos sinceras, usted es...
—Si vas a insultarme, mejor cállate.
—Mejor... mejor me callo.
Ella asiente mientras la comisura de su boca se curva y aprovecho para decir:
—¿Sabe que la sonrisa le sienta muy bien? Se lo digo porque la utiliza poco y la tiene casi sin estrenar.
Ella sonríe de nuevo, aunque enseguida regresa su gesto serio. Entonces, saco mi móvil del pantalón y busco una foto de Candela.
—Por cierto —digo mostrándosela—, esta preciosidad es mi hija. Se la enseño porque estoy muy orgullosa de ella y quiero que sepa que no tengo nada que esconder.
—Mentiste. Tienes una hija y...
—No, señora. No mentí; simplemente omití —la corto—. Tengo una preciosa hija llamada Candela de la que estoy orgullosa y por la que daría mi vida, no una, sino mil veces si fuera necesario. Pero, si Naruto o yo omitimos hablar de ella, precisamente fue por no incomodarla a usted. Él la conoce muy bien y sabía cómo iba a reaccionar. Y, como no sabemos si lo nuestro va a funcionar, dejamos a mi pequeña a un lado.
Chiyo ni se inmuta. Desde luego, es tremenda.
—Por el bien de él, espero que no funcione —replica.
—Ay, Dios, señora, ¿por qué tiene que ser usted tan desagradable?
—Anda, sal de mi habitación de una vez. No me gustan las modernas como tú.
Eso me hace gracia. Mi madre también lo decía hace años.
—El mundo no se detiene porque usted así lo decida —añado—. El mundo sigue adelante le guste a usted o no. Comprendo que en su época el amor fuera sólo cosa de hombres y mujeres, pero en el mundo en el que vivimos hoy en día, el amor es cosa de personas. De hombres que se quieren, de mujeres que se adoran, de parejas que se enamoran. Piense en lo que le digo. Minato e Ise la quieren con locura y...
—¡Basta! No quiero seguir hablando de ello.
—Pues debería tratar de entender su amor.
No contesta. Sin duda, le cuesta hablar sobre el tema.
A continuación, miro el tatuaje que llevo en el antebrazo y que tanto significa para mí.
—¿Ve esto? —señalo.
La mujer lo mira. No entiende lo que pone porque está en español, pero prosigo:
—A mí también me gusta leer, como veo que le gusta a usted, y hace un tiempo, cuando estaba pasando una mala racha en la que creía que mi mundo era una mierda y que iba a ser incapaz de remontar la tristeza en la que estaba sumergida, leí un libro maravilloso que me hizo darme cuenta de que, si los demás pueden salir adelante, ¿por qué yo no? Esto que llevo tatuado aquí es una frase que me dio la fuerza necesaria para salir adelante y recordarme lo que nunca he de olvidar.
Chiyo mira de nuevo mi antebrazo. Duda, pero finalmente pregunta:
—¿Se puede saber qué te dio tanta fuerza?
Sonrío. Ha preguntado lo que yo quería, y respondo de memoria sin mirarme el brazo:
—«Escucha el viento que inspira. Escucha el silencio que habla y escucha tu corazón, que sabe».
Al oír lo que acabo de decir, el gesto de Chiyo se descompone.
—Eso es un proverbio indio —replica.
—Lo sé. ¿Le gusta?
No contesta. Veo que sus fríos ojos se encharcan de pronto y, acercándome más de lo normal a ella, murmuro:
—Ah, no..., no..., no... Prefiero ser la culpable de que se enfade a que llore. Por favor, no llore, señora. Por favor..., por favor...
Chiyo se traga las lágrimas, ¡menuda es ella!, y responde:
—Lo último que me gustaría es que me vieras llorar.
Asiento. A mí tampoco me gustaría.
—Faltaría más.
No habla. Me mira. Sin duda debe de estar cagándose en toda mi dinastía española. Creo que ésta es la primera vez que alguien se atreve a decirle lo que piensa a esa maldita gruñona. Finalmente, cuando se repone, me pide:
—Dame agua fresca de la botella.
Obedezco. Cojo un vaso vacío que hay sobre una mesita y lo lleno de agua. Ella da un trago y protesta:
—Fresca..., lo que se dice fresca, no está.
—Bajaré a la cocina y le traeré una botella fría.
Rápidamente hago lo que digo. Salgo de la habitación y respiro. No sé por qué le he dicho las cosas que le he dicho a Chiyo cuando sé que pasa totalmente de mí. Entro en la cocina, Kushina y las chicas me miran, y yo, sin contarles lo ocurrido, cojo una botella fría de la nevera y regreso a la habitación. Al entrar, la anciana me mira con sus ojos helados y siento que tiene más ganas de batalla que el legendario Toro Sentado.
—Un poco más y llega el invierno. ¿A dónde has ido por el agua?
Creo que mi miradita le hace saber lo que opino sobre su comentario, pero entonces insiste:
—Sírveme agua. ¿O acaso vas a esperar a que se caliente?
Uf..., qué ganas de abrir la botella y echarle el agua por la cabeza me están entrando. Pero me contengo..., me contengo...
Sin duda, en el rato en el que he salido de la habitación, la abuela ha cogido fuerzas. No obstante, en lugar de hacer lo que pienso, agarro el vaso, le echo agua, se lo entrego y ella se la bebe. Una vez acaba, dice:
—Abre un poco la ventana. Necesito aire fresco.
Hago lo que me pide y, cuando voy a escapar de la habitación, murmura:
—Qué muchacha tan torpe. Demasiado abierta. Me acatarraré.
Freno en seco. Vuelvo a la ventana, la cierro un poco más, y entonces sisea:
—Si la cierras, ¡tendré calor otra vez!
Uf..., uf..., lo que me está entrando. Que me conozco y, como siga así, vamos a acabar muy mal.
De nuevo, muevo las hojas de la ventana y, con la más pérfida de mis sonrisas, la miro y pregunto:
—¿A su majestad le gusta así o así?
Ella me mira. Piensa su respuesta y, curiosamente, vuelve a sonreír mientras dice:
—Un poquito más abierta.
Muevo la ventana. ¡Menuda puñetera que es la abuela! Hasta que, finalmente, asiente, ¡menos mal!
Salgo de la habitación y, antes de llegar a la escalera, vuelve a sonar la campanilla.
¡Le arranco la cabellera!
Tras resoplar, doy media vuelta y entro de nuevo.
—Abre el armario de la derecha y saca una toallita.
Camino hacia el armario y hago lo que pide. Después de eso, y aún conmigo allí, toca la campanilla mil veces. Me pide un peine, más agua, ir al baño, que vuelva a mover la ventana, que cambie de lugar sus zapatillas, que estire la cama y, cuando ya me tiene hasta los mismísimos, suelta:
—Creo que podrías ser una buena criada. Ahora dame los almohadones que están en ese butacón que hay detrás de la cama.
¡Lamadrequelapariólacrioylehizosuprimeratrenzaindia!
¡Pero qué tiparraca!
Sin embargo, a diferencia de otras veces, su gesto está relajado. No parece tensa. Es evidente que disfruta con lo que me está haciendo hacer, y decido pagarle con su misma moneda. Si ella es una india con un par, se va a enterar de cómo somos las españolas. Por ello, miro el butacón donde están las almohadas y, con toda mi chulería, camino hacia la cama y, sin quitarme los zapatos, me subo a ella para pasar por encima. Cuando me bajo y cojo los dos almohadones, oigo que exclama:
—Por el amor de Dios, ¿se puede saber por qué has pisoteado mi cama?
Sonrío, no lo puedo remediar, y, volviendo a pisotear la cama ante su gesto de incredulidad, le suelto sobre el regazo los dos puñeteros almohadones y, con la misma mala baba que ella tiene conmigo, respondo:
—Porque soy una mala criada, además de una mujerzuela y una insolente.
Su gesto me hace saber que nadie le contesta nunca como lo estoy haciendo yo. Entonces, menea la cabeza y murmura:
—Comienzo a entender lo que el tonto de mi nieto ha visto en ti. —Sonrío y, sorprendiéndome, añade—: Coge una silla y siéntate conmigo.
Boquiabierta, me siento delante de ella.
Durante más de media hora hablamos con cordialidad, e incluso reímos cuando la puerta de la habitación se abre, entra Kushina y, asombrada, pregunta:
—¿Estáis bien?
Su gesto de incredulidad me hace reír, y afirmo:
—Sí. De momento no nos hemos arrancado la cabellera.
Chiyo sacude la cabeza.
Kushina me mira ojiplática y, al ver que esconde una de sus manos temblorosas bajo el mandil, la cojo de la otra y, acercándola a mí, digo:
—Ahora que estamos las tres en un ambiente tranquilo y relajado, ¿qué tal si te sientas con nosotras y le cuentas a Chiyo lo que te ocurre?
Kushina me mira con gesto serio. Chiyo me mira también, y pregunta:
—¿Qué ocurre?
Kushina no entiende por qué saco el tema, pero sé que o lo hago así o nunca se lo dirá.
—Kushina, tienes que decírselo —insisto—. Debe saber lo que ocurre.
Ella suspira y menea la cabeza. Cojo una silla, hago que se siente junto a nosotras y, tras resoplar incómoda, dice mirando a la vieja:
—A ver, no te preocupes por nada porque nada va a cambiar, pero... pero... me han diagnosticado principio de párkinson.
El gesto de Chiyo pasa de la cordialidad al susto, pero susto..., susto. A continuación, se levanta, se acerca rápidamente a Kushina y murmura:
—Pero... pero... ¿cómo no me lo has dicho antes?
Sorprendida, Kushina suspira.
—No quería preocuparte, Chiyo.
La abuela me mira. Veo preocupación en sus ojos.
—Tranquila —digo—. Un neurólogo la está tratando y ya está medicándose. Y, por suerte, tiene a personas que la quieren dispuestas a cuidarla.
—Y ahora también te tiene a ti, ¿no? —pregunta Chiyo.
Ver que me incluye, cuando por norma es lo contrario, en cierto modo me emociona.
—Yo no vivo aquí —respondo—. Pero siempre que me necesitéis, me tendréis.
Las dos mujeres me miran, y Kushina murmura con una sonrisa:
—Mi Naru ha encontrado a una buena mujer.
No quiero llorar. No quiero sentirme mal por engañarlos a todos y, como necesito salir de la habitación, digo:
—Creo que vosotras dos debéis hablar de varias cosas. Mientras lo hacéis, iré a ayudar a Hinata y a Flor.
Dicho esto, salgo de la habitación y, cuando cierro la puerta, me seco las lágrimas.
Al llegar a la cocina, Hinata y Flor están bebiéndose unas cervezas mientras la primera le cuenta todo lo ocurrido un par de días antes y Flor la escucha boquiabierta. Eso me hace sonreír. Cuando me pasan un botellín a mí, lo hago chocar con los suyos y me inmiscuyo en la conversación.
En un principio, Flor se descuadra. ¿Ise y Minato, gais? ¿Tamaki, Menma y Dasu Kinuta? Pero eso pasa a un segundo plano cuando le hablamos de la enfermedad de Kushina. Sin duda, eso sí es un problema.
Un par de horas después, mientras preparo una deliciosa crema para elaborar unas tartaletas de frutos rojos, Kushina entra en la cocina. Sin pararse, camina directa hacia mí y me abraza un instante.
—No sé qué has hecho —dice—, pero por primera vez desde que la conozco, he podido hablar con Chiyo y me ha escuchado.
—¡Alabado sea el Señor! —afirma Flor sonriendo. A continuación, va a abrazarla y dice—: Kushina, las chicas ya me han puesto al corriente de lo que ocurre, y quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que necesites, ¿de acuerdo?
—¿Cuántas cervezas llevas? —replica Kushina.
—Un par de ellas —se mofa Flor—. Pero ya ves cómo se me suelta siempre la lengua.
Las cuatro sonreímos y luego nos sentamos alrededor de la mesa.
—Minato ha hablado con Chiyo —murmura Kushina.
—¡¿Qué?! —pregunto sorprendida.
—Al rato de marcharte, Minato ha aparecido en la habitación. Al principio ha sido un poco incómodo. Hay ciertas cosas que la abuela ni entiende ni quiere entender, pero cuando él le ha dicho que se marchaba a vivir a Chicago con Ise, creo que algo en su corazón se ha quebrado.
Pienso en lo que le he dicho a Chiyo. Sin duda se está dando cuenta de que no la necesitan para continuar sus vidas.
—Y ¿en qué habéis quedado? —pregunta Hinata.
Kushina se encoge de hombros y, apenada, indica:
—En que se van. Pasará un mes o dos, pero se marcharán.
—Oh, Kushina, lo siento —murmuro.
La mujer sacude la cabeza.
—Yo también siento que otro hijo mío se vaya de mi lado, pero al mismo tiempo estoy feliz, porque allá adonde vayan serán más dichosos que aquí, por el hecho de ser ellos mismos y no fingir algo que no son.
Todas asentimos. Tiene razón: en el rancho, su vida nunca sería fácil. Hay demasiados machotes, demasiados prejuicios, por lo que, sin duda, esa solución es la mejor para Minato e Ise.
Veinte minutos después, las cuatro proseguimos con nuestros quehaceres culinarios. Tenemos que esmerarnos, pues debemos dar de comer a más gente de lo habitual.
Estamos de buen humor cuando entra Saori. Rápidamente nos ponemos a hablar de música, y me comenta que Taylor Swift comenzó cantando country. Yo la miro sorprendida cuando ella busca una canción en su móvil y la escucho. Vaya..., pues sí que ha cambiado la reina del pop.
Con buen humor, las cinco proseguimos y decido poner música en mi teléfono. Saori tararea encantada las canciones y, cuando suena la Macarena, Kushina comienza a reír.
—¿Os sabéis el baile? —pregunto entre risas.
—Yo sí —afirman Saori y Hinata comenzando a bailar.
Flor se pone como un tomate, ¡faltaría más!
—Venga..., vamos a bailar —digo mirando a Kushina.
—No, hija, no..., yo no bailo.
La miro boquiabierta, la cojo de la mano y replico:
—¿Cómo que no?... Vamos, comienza a mover ese trasero.
Contra todo pronóstico, Kushina empieza a bailar imitando a Hinata y, poco después, también lo hace Flor.
Al principio están tímidas. Estoy convencida de que es la primera vez que bailan la Macarena en la cocina, pero cuando le cogen el tranquillo a la canción, las cinco bailamos entre risas, bullicio y diversión.
Estamos ensimismados con la fiesta cuando, de pronto, soy consciente de que en la puerta están mirándonos boquiabiertos todos los hermanos Uzumaki.
Mis ojos conectan directamente con los de Naruto y, cuando veo que sonríe, lo hago yo también. Sin lugar a dudas, ver a su madre bailando la Macarena y divirtiéndose, después de lo que ha pasado, le gusta. ¡Le gusta mucho!
Entre risas, las cinco dejamos de bailar, mientras todos ellos, excepto Menma, dicen tonterías. Bromeando, Kushina echa de la cocina a sus hijos y, cuando nos quedamos las cinco solas de nuevo, dice mirándome:
—Hija mía, tu llegada a Aguas Frías ha sido una bendición. Eres pura alegría.
Vuelvo a reír. No lo puedo remediar.
A la hora de la comida, el salón está repleto de hombres jóvenes con ganas de pasarlo bien. Naruto me los presenta a todos, excepto a Sean, el rubiales que ya conozco y que, sorprendentemente, no hace rabiar con su galantería a mi Caramelito.
Animada, bromeo con ellos hasta que aparece un hombre en la puerta, del que más tarde me entero de que es veterinario, y pide hablar con algún Uzumaki. Ise, Menma y Naruto deciden atenderlo, aunque, antes de salir del salón, mi chico me da un beso ante todos los demás y les advierte, mirando especialmente a Sean:
—Cuidadito con mi novia, que ahora regreso.
Eso me hace reír a mí y al resto. ¡Qué mono es!
Instantes después, Shii y Minato suben a la habitación por su abuela, mientras Hinata y yo nos encargamos de acomodar al resto de los hombres alrededor de la mesa.
Cuando Chiyo entra en el salón, como una reinona, me mira. Sigue desconcertada por muchas cosas y, dispuesta a hacerle ver que por mí el hacha de guerra está enterrada, le guiño un ojo. Rápidamente, la comisura de sus labios se curva.
¡Bien! Por fin empiezo a pensar que puedo tener una convivencia cordial con esa mujer.
Chiyo saluda a todos los hombres y, cuando Kushina, Hinata, Saori, Flor y yo terminamos de llevar las bandejas de comida y nos sentamos, la abuela pregunta:
—Faltan Menma, Naruto e Ise; ¿dónde están?
¡Biennnnnnnn! Por primera vez desde que llegué, la he oído decir el nombre de mi vaquero preferido, y sonrío. Dios, cómo me gusta que la implacable Chiyo se baje de la burra.
Al ver las caras de sus hijos mirándola boquiabiertos por lo que acaba de decir la abuela, Kushina responde con una sonrisa:
—Están con Rock Lee. Trae las primeras pruebas que les hizo a los caballos.
Chiyo asiente, veo que mira entonces a Saori y ésta baja la cabeza. Sin duda, ha entendido que lo hizo mal y que, por rabia y enfado hacia su abuela, podría haber acabado con el sustento de toda la familia.
Segundos después, los tres entran y se sientan.
—Naru, ¿qué ha dicho Rock Lee? —pregunta Chiyo.
Al oír su nombre en boca de su abuela, él la mira sorprendido antes de responder:
—El veterinario ya los está medicando, y los caballos responden favorablemente.
Chiyo asiente. Por su gesto, todos vemos lo mucho que le preocupa el tema.
Entonces, dice mirando a Menma:
—Si ves a Tamaki, dile que...
—Ni la veo ni la veré. No me interesan las mujerzuelas como ella —bufa él.
Hinata y yo nos miramos.
—¿Habláis de la veterinaria guapa? —interviene uno de los vaqueros.
Chiyo asiente y éste indica:
—Al parecer, se ha marchado del pueblo a toda prisa. La mujer de Dasu Kinuta se enteró de que ella y su marido estaban liados y ni os cuento la que se lio.
Contengo la risa.
Vale..., no es momento de reírse, pero me encanta saber que la mujer de Kinuta le ha dado su merecido a Vaca Sentada. Demasiado buena ha sido Hinata con ella. Yo, en su lugar, ya le habría arrancado la cabellera hacía mucho.
Nadie comenta nada más en referencia a Tamaki y todos empezamos a comer. Los hombres tienen buen apetito. Cuando Chiyo mira a Flor y a Hinata, las llama por su nombre y les pide con educación que le pasen las patatas y la verdura. Naruto me contempla y murmura:
—Pero ¿qué ha pasado aquí?
Sonrío. Me gusta su gesto desconcertado.
—Que Chiyo está escuchando a su corazón —respondo.
Mi chico sonríe. Veo la felicidad en su rostro y, sin dejar de mirarme, dice:
—Gracias por hacer feliz a mi madre. Verla sonreír antes en la cocina, mientras bailaba, me ha hecho entender que todo va a ir bien.
Oír eso me emociona y, sin dudarlo, digo:
—Dame un mua.
Naruto me lo da y entonces varios de los hombres nos tiran sus servilletas a la cara al tiempo que se mofan de nosotros.
Continuamos comiendo mientras ellos hablan de la despedida de soltero que van a celebrar esa noche. Hay ciertos comentarios que no me hacen mucha gracia, pero prefiero pasarlos por alto. Eso sí, si yo fuera la novia, si yo fuera Flor, otro gallo cantaría.
—Cielo —murmura Naruto—. En referencia a la despedida de esta noche en Hudson, te...
—¡Pásatelo bien! —lo corto—. Por cierto, nosotras también nos vamos de despedida de soltera.
Mi revelación hace que Naruto levante las cejas.
—¿Ah, sí? —Asiento y, sonriendo, cuchichea—: No me digas quién ha sido la instigadora de ello, que me lo puedo imaginar.
Divertida por su comentario, replico:
—Lo asumo. Mea culpa! Pero, oye, Flor también se merece su despedida de soltera. Hemos decidido que iremos Saori, Hinata, Flor y yo. Tu madre prefiere quedarse con tu abuela.
Naruto sonríe, se mete un trozo de carne en la boca y, tras masticarla y tragarla, vuelve a la carga.
—¿Y adónde vais a ir?
Estoy por decirle la verdad, que voy a ir a un concierto en Riverton. ¿Por qué tengo que mentir? Pero, siendo fiel a lo que Flor me ha pedido, murmuro:
—Pues no lo sé.
Mi vaquero asiente. Sabe que no conozco la zona, por lo que difícilmente puedo decidir adónde ir y, tocándome la punta de la nariz, replica:
—Pasadlo bien.
—Te aseguro que lo pasaré tan bien como tú.
Mi seguridad al decir eso hace que Naruto vuelva a clavar sus ojazos azules en mí y, al ver el desconcierto en su cara, pregunto:
—¡¿Qué?!
Él sacude la cabeza y no dice nada. Entonces recuerdo la pulsera que llevo en el bolsillo, la saco y digo entregándosela:
—Es para ti.
Naruto la mira. Veo que la comisura de sus labios se curva, y lee:
—«¿Repetimos?».
Eso me hace sonreír y, bajando la voz, cuchicheo:
—Nunca pensé que fueras a decirlo, machote.
Ahora es él quien sonríe y, tras darme un beso, lo ayudo a ponérsela.
—Gracias —dice—. Es un bonito regalo.
—Bonito..., bonito, no sé, pero tentador por su mensaje ¡creo que sí!
De nuevo, ambos volvemos a sonreír y, con sincronía, nos acercamos para darnos un beso en los labios. En ese instante, oímos a Chiyo decir:
—Tanto besuqueo no creo que sea bueno.
Todos ríen...
Todos se mofan...
Pero da igual, ¡yo soy feliz!
Cuando terminamos de comer, los hombres, a cuál más fanfarrón, hablan de mujeres. Nunca entenderé por qué, cuando se juntan varios de ellos, su tema principal es hacerse los machotes, cuando seguro que en la intimidad no se comen ni un colín. Vamos, como dice mi madre, perro ladrador, poco mordedor.
En ese instante soy consciente de que la única pareja allí que no es de verdad somos Naruto y yo y, en cambio, sólo nosotros parecemos felices y enamorados. En cuanto ha terminado de comer y hemos salido todos al porche trasero, lo primero que ha hecho Naruto ha sido sentarme sobre sus piernas. Encantada, noto cómo pasea la mano con mimo por mi cuello y mi espalda. Me gustan sus cosquillitas.
Minato e Ise están cada uno en una punta, sin mirarse. Eso lo entiendo: intentan pasar desapercibidos como han hecho siempre, y la verdad es que lo hacen muy bien. En cuanto a Menma y Hinata..., lo suyo es irreconciliable. Imagino que hablan sobre cómo van a proceder. Y, por último, está Shii, que dice bravuconadas de mujeres delante de todos, sin mirar una sola vez a Flor, que está sentada unas sillas más atrás. Pero ¿de verdad está enamorado de ella?
—Esta noche te llevarás el móvil, ¿verdad? —me pregunta Naruto.
—Obvio —contesto—. ¿Por qué lo dices?
Él sonríe y, dándome un dulce beso en los labios, responde:
—Porque estaré preocupado por ti y quiero saber dónde andas.
¡Ayyy, qué monooooooooo! Me encanta que se preocupe por mí.
—¿A dónde vais a ir? —vuelve a preguntar entonces—. ¿Habéis hablado algo?
Su insistencia me hace sonreír, y él, levantando una ceja, cuchichea:
—Cuéntamelo, rubita.
—¡Ni hablar!
Según digo eso, maldigo, y él replica:
—¿Lo ves? Ya sabes a dónde vas a ir. ¿Por qué ocultármelo?
Vuelvo a sonreír y, tras darle un beso en los labios que me sabe a miel, murmuro:
—Porque se lo prometí a Flor y soy una mujer de palabra.
No vuelve a insistir. No vuelve a decir nada, y yo me olvido del tema.
Un par de horas después, los chicos se marchan, y Naruto, antes de meterse en el coche con los demás, me abraza.
—Ten mucho cuidado y, al más mínimo problema que tengáis —me enseña su móvil—, ¡me llamas! ¿Entendido?
—Que sí, pesadito..., que sí.
Los hombres comienzan a llamarlo. Se mofan porque aún siga abrazado conmigo, y entonces Naruto, como un macho troglodita, me besa de tal manera que todos aplauden divertidos. Cuando el beso acaba, lo miro casi sin respiración, y él dice:
—Pórtate bien.
En el momento en que se vuelve y echa a andar en dirección al coche, le doy un azote en el trasero y, cuando me mira, le guiño un ojo y afirmo:
—Tan bien como te vas a portar tú.
Entonces, tras señalarse la pulsera en la que pone «¿Repetimos?», ambos reímos y nos despedimos.
Según se marchan los chicos, Kushina, que sale con Chiyo al porche, nos anima:
—Vamos, chicas..., id a prepararos.
—¿A dónde van? —pregunta Chiyo.
Hinata y Flor se paralizan. Sin duda, a la abuela no le gustará esa salida.
—Vamos a divertirnos —respondo—. A celebrar que Flor se va a casar.
Chiyo no replica, pero en su cara se lee que no le parece bien. Se limita a mirarnos con gesto serio y finalmente dice:
—Tened cuidado. Parece que va a volver a llover.
Todas miramos al cielo. Es cierto. Amenaza tormentilla, pero con ganas de pasarlo bien, vamos a arreglarnos.
Flor se va a su casa y Saori y Hinata a sus habitaciones. Que Chiyo no haya soltado una de las suyas es muy pero que muy de agradecer.
En la cabaña, me ducho, me arreglo el pelo, me maquillo, me pongo unos vaqueros, mis botas de cowboy, una blusa blanca y roja y mi sombrero vaquero y, cuando me miro al espejo, sonrío y murmuro:
—Vaquera..., cuando pasas por chapa y pintura, ¡qué mona estás!
Una hora después, aparece Flor en su coche y, cinco minutos más tarde, Hinata y Saori. Kushina, que está en el salón cosiendo con Chiyo, al vernos, dice encantada:
—Estáis preciosas, ¡pasadlo estupendamente!
La abuela no dice nada. ¡Mejor!
Tras repetirnos veinte mil veces que cuidemos de Saori, Kushina nos besa a todas, nos montamos en el coche de Flor y las cuatro nos vamos a Riverton de concierto.
Al pasar por Hudson, de pronto Flor se desvía por una calle.
—¿A dónde vamos? —pregunta Madison.
—A comprobar una cosa —responde ella.
Circula por Hudson hasta llegar a una calle donde al fondo vemos los coches de los chicos. Están acompañados por un grupo de mujeres.
—Lo que me imaginaba —murmura Flor al tiempo que detiene el coche.
Con curiosidad, observo a Ise y a alguno de los demás bromeando con varias chicas que, en vez de faldita, llevan cinturoncito. Eso me intranquiliza, y más cuando veo a Shii en una actitud que, si yo fuera su novia, le arrancaba las orejas. Rápidamente busco a Naruto entre todos ellos y mi cuerpo se tensa al verlo hablando con Tayuya.
Ahora entiendo por qué Flor no la ha incluido en el grupo en ningún momento. Ya sabía sus planes.
Hinata me mira. Yo la miro a ella y pregunto al ver cómo Saori nos observa a todas:
—Flor, ¿por qué dices que lo imaginabas?
Mientras está saliendo de la calle, responde:
—Porque mi prima me dijo que habían quedado con ellos y me confesó que una tal Cherry estaba como loca por ver a Shii.
No sé qué decir. Sin duda Tayuya va a aprovechar la noche. Pero no quiero estar pendiente de ello, me niego. Sin embargo, al mirar a Flor y ponerme en su piel no sabría qué pensar, y más después de haber visto a Shii en esa actitud con la tal Cherri.
Cuando llegamos a Riverton, aparcamos cerca del lugar donde se va a celebrar el concierto. El humor de Flor no parece haber mejorado. La calle está abarrotada de gente, la gran mayoría mujeres que, como nosotras, esperan ansiosas a que empiece el espectáculo.
Mientras caminamos por la calle, Saori de pronto se para y exclama:
—¡Qué manía le he cogido! ¿Cómo he podido estar tan ciega?...
Al mirar, vemos a Silad besándose con una muchacha y, pasando el brazo por encima del hombro de Saori, murmuro:
—Del amor al odio hay un pasito, cielo. Nunca lo olvides. Y, recuerda, la próxima vez has de ser más lista.
Ella asiente, sonríe y proseguimos nuestro camino hasta que ve a unas amigas y corre a saludarlas. Nos dice que se queda con ellas un rato y que luego se reunirá con nosotras en el bar.
Accedemos. Antes de continuar miro al cielo.
—Va a caer una buena.
Las demás asienten. El cielo está más que negro, aunque por suerte el local al que nos dirigimos es cerrado; por tanto, que llueva, que no nos vamos a mojar.
Hinata y yo nos miramos. Flor está seria.
Entramos en un bar a tomarnos unas cervezas y Hinata le pregunta:
—¿Estás bien?
Flor asiente y da un trago a su cerveza, pero al ver que yo levanto las cejas, murmura:
—Odio que Shii se comporte así conmigo. ¿Acaso no se da cuenta del daño que me hace su actitud?
Que hable de ello ya es un paso.
—Y ¿por qué no se lo dices? —pregunto.
—Ya se lo he dicho, pero él no me escucha.
—Pues dale un escarmiento —insisto.
—Es demasiado buena para eso —susurra Hinata.
Flor la mira.
—Pero ¿qué dices? Tú tampoco se lo has dado a Menma.
—Lo sé —afirma Hinata—. Y, precisamente porque yo lo hice mal desde el principio, creo que tú no has de hacerlo así.
Ambas se miran, y a continuación Flor murmura emocionada:
—Te voy a echar mucho de menos cuando no estés.
Hinata suspira, da un trago a su bebida y afirma:
—Yo a ti también.
Un extraño silencio se hace entonces entre las tres, hasta que Hinata dice:
—Ya lo he arreglado todo. Me marcho de Aguas Frías al día siguiente de la boda.
—¿Qué? —pregunta Flor desencajada.
Veo la desesperación en su rostro. Sabía que Hinata se marcharía, pero nunca pensó que lo haría tan pronto. Cuando va a romper a llorar, Hinata dice:
—Por favor, disfrutemos del tiempo que nos quede por estar juntas. Tú comienzas una nueva vida y yo quiero comenzarla también. Por favor..., entiéndeme.
Flor asiente, la abraza. Yo las miro, cuando ellas abren su abrazo y me cobijo entre ellas. Desde luego, es increíble el cariño que les he cogido en tan poco tiempo a esas dos mujeres.
—Me alegro de haberte conocido, Temari —dice Flor entonces—. Tú eres totalmente diferente de nosotras y, en cierto modo, nos has abierto los ojos.
Sonrío. Flor está equivocada: yo soy como ellas. Cuando me enamoro de alguien, a pesar de lo dura, chulita y demás que parezco, le entrego mi vida sin pensar en mí, por lo que replico:
—Cuando me enamoro hago mil tonterías, pero también soy consciente de que no quiero sufrir, aunque sufro. Quizá por eso no me he casado todavía, ni tengo nov...
Dios, pero ¿qué estoy diciendo?
Al ver que ambas me miran a la espera de que termine la frase, continúo:
—Vale. Adoro a Naruto, pero ya veis que, aunque digamos que somos novios, hay cosas por las que no estoy dispuesta a pasar, especialmente, porque, si quiere estar conmigo, ha de estar sólo conmigo, no con otra.
Flor y Hinata me miran. No sé si la he cagado.
—Sé que no debería decir esto —comenta Flor—, pero ya que llevo varias cervecitas seguidas, me atrevo: ¿puedes explicarme por qué le has dicho a mi prima Tayuya que intente ligarse de nuevo a Naru?
Hinata me mira estupefacta. Es su primera noticia y, como puedo, trato de responder:
—Bueno, yo...
—¿Que le has dicho a Tayuya que te quite el novio? —exclama Hinata incrédula.
—Eso me ha contado mi prima —insiste Flor.
Joder, con la Tayuyita de las narices, ¡menuda bocazas!
—A ver, chicas —digo—. Yo adoro a Naruto, pero siento que a él todavía lo atrae Tayuya, y lo que quiero es que él sea feliz. Lo que no quiero es que esté conmigo y, cuando me entregue totalmente a él, me diga: «Pues, mira, Temari..., que me confundí y te dejo por Tayuya».
—Pero, Temari..., no puedes permitir eso —murmura Hinata.
—Lo sé. Pero, si al final Naruto decide que la quiere a ella y no a mí, prefiero saberlo cuanto antes.
—Pero tú lo quieres, ¿no? —pregunta Flor.
Pienso la respuesta, aunque en realidad no tengo que pensar nada porque estoy coladita hasta los huesos por él.
—Sí —asiento.
—Y ¿no vas a luchar por él? —insiste.
Sus preguntas me hacen darme cuenta de que haría cualquier cosa por él, pero murmuro:
—Claro que sí, aunque en determinadas ocasiones no se puede luchar contra lo imposible. Lo cierto es que creo que Naruto aún siente algo por Tayuya, y contra eso no puedo luchar.
Las chicas suspiran. Estamos abriendo nuestros corazones en el sitio menos oportuno, cuando en ese instante llega Saori. Cambiamos de tema y, haciendo de tripas corazón, pagamos las bebidas y proseguimos nuestro camino. Sin lugar a dudas, los Uzumaki nos han roto el corazón a las tres.
Al llegar a la entrada vip del local donde se celebra el concierto, saco el móvil del bolsillo de mi vaquero, llamo al mánager del cantante y éste sale a recogernos. Cuando, diez minutos después, estamos ante el grandioso Luke y su picarona sonrisa, creo que las chicas se me van a desmayar.
Luke y su banda son encantadores con nosotras. Hablando con él me entero de que es muy buen amigo de Itachi Uchiha, el marido de mi amiga Mei, y entre risas nos damos cuenta de que hemos estado en alguna fiesta en casa de aquéllos juntos y no nos hemos conocido.
Luke se hace fotos con todas nosotras: individuales, colectivas..., y nos regala las camisetas de la gira y su último CD firmado por él.
Las chicas no se lo creen. Están como en una nube, y yo las miro encantada. Les sucede como a mí cuando Sakura me presentaba a los cantantes que tanto adoro. Recuerdo cuando conocí a Luis Miguel. Si ese día no me morí, dudo que nada me mate.
El tiempo pasa a toda leche y, cuando falta media hora para comenzar el espectáculo, Luke nos dice que nos quedemos en el backstage mientras dure el concierto para luego irnos con ellos a una fiesta que organizan a las afueras de Riverton. Encantadas, aceptamos. ¡No lo dudamos!
Cuando la banda se marcha a prepararse, entre risas pasamos a un baño, donde nos cambiamos las camisetas que llevamos por las que el cantante nos ha regalado de la gira. Son negras, con su nombre en plata, ¡chulísimas!
El concierto empieza, Luke sale al escenario con su banda y el local se viene abajo con los gritos y los aplausos del público. Nosotras aplaudimos también en el backstage, mientras bebemos cervezas en un lugar privilegiado en el que podemos bailar y mis amigas cantan al son de la voz y la banda de aquel tiarrón.
Un par de veces, noto cómo mi móvil vibra en el pantalón. Lo saco. Lo miro y veo que es Naruto, que me pregunta si estoy bien. Molesta por saber que está con Tayuya y deseosa de divertirme, simplemente escribo: «Sí», y sigo a lo mío. Él sabrá lo que hace.
Saori, tan emocionada como las demás, hace mil selfies con su teléfono, y me río cuando dice que los va a subir a las redes sociales. Vamos, que va a hacer lo que hace hoy en día media humanidad cuando asiste a cualquier evento de música, de payasos o de croquetas, y le pido que me etiquete. Será un bonito recuerdo.
Encantada, escucho a Luke cuando canta. Tiene una voz preciosa y muy varonil. Nunca había escuchado su música, pero lo que sí que tengo claro es que, a partir de ahora, lo haré. De momento, tengo un CD en mi bolso firmado por él.
¡Madre mía, qué rollito más bueno tiene!
Bailamos y bailamos, y nos despendolamos del todo cuando canta Country Man. ¡Me acabo de enamorar de esa canción! Y, cada vez que dice eso de «Eh, nena, soy un hombre de campo» y me mira para guiñarme un ojo..., madre..., madre..., ¡qué calor me entra!
Bailamos, gritamos, bebemos y me parto de risa al ver a Flor totalmente desinhibida. Madre mía, pero ¿cuántas cervezas lleva? Si Chiyo nos viera ahora, ¡nos desheredaría a todas!
El tiempo pasa volando, el concierto finaliza, y uno de los miembros de la banda nos da la dirección del lugar donde será la fiestecilla. Encantada, Flor coge la dirección y, mirándonos, murmura con gesto pillo:
—¡Tenemos fiestecita!
Entre risas, abandonamos el backstage. La gente está tan pletórica como nosotras y, cuando salimos a la calle, vemos que ha llovido a mares y que aún chispea. A toda prisa, corremos hacia el coche de Flor, pero al llegar todas nos quedamos de pasta de boniato al ver a Ise y a los hermanos Uzumaki, excepto a Menma, apoyados en el vehículo, empapándose con cara de siesos.
Vaya..., ¡qué machotes!
Cuando mis ojos y los de Naruto conectan, veo en su mirada algo que me desconcierta y, antes de que pueda decir nada, Shii le grita a Flor fuera de sí:
—¡Luke Bryan!
Ay, mi niña... La miro dispuesta a abrazarla en cuanto comience a llorar, pero ésta responde:
—Sí, Luke Bryan. ¿Qué pasa?
Toma yaaaaaaaaaaaaaaa... ¡Viva Flor!
Shii la mira desconcertado, pero insiste sin bajar su tono de voz:
—¿Se puede saber qué estás haciendo aquí?
—Y tú, ¿qué haces tú aquí, pudiendo estar metiéndole mano a Cherri?
—¡¿Qué?! —pregunta él incrédulo.
Los Uzumaki miran a Flor atónitos. Estoy convencida de que es la primera vez que levanta la voz delante de ellos; entonces dice:
—Shii Uzumaki, yo que tú cerraba el pico y me metía en mi coche porque quiero hablar contigo ¡ya!
Vayaaaaaaaaaa con Flor... Pero ¿de dónde ha sacado ese carácter?
Shii, que ha perdido todo el fuelle que en un principio tenía, nos mira con gesto confuso. Ésa no es su Flor.
Entonces, sin decir nada más, monta en el coche, ella también y, sin mirarnos, arrancan y se van.
—Joder... —murmuro.
—Eso digo yo..., joder... —afirma Hinata.
Al ver el percal, Minato e Ise les dicen a Saori y a Hinata que suban a la camioneta y se marchan. Cuando nos quedamos Naruto y yo solos, pregunto mientras la lluvia me empapa:
—Pero ¿qué ocurre? ¿Por qué estáis aquí?
—Shii ha visto una foto del lugar en el que estabais en el Facebook de Saori. —Asiento. Menudas chivatas que son las redes sociales—. ¿Por qué no me has dicho que veníais al concierto de Luke Bryan? —dice a continuación.
Su pregunta me parece ridícula.
—Pues por el mismo motivo que tú no me dijiste que habíais quedado con unas chicas, entre las cuales estaba Tayuya. ¿Algo más?
La sorpresa de Naruto es colosal.
—Hemos estado cenando con unas amigas de Shii. Yo no sabía que estaría también Tayuya. Luego hemos ido a tomar algo, y ha sido cuando él ha visto la foto de Saori y hemos venido a buscaros.
Asiento. Sé que me dice la verdad; entonces pregunto:
—¿Lo has pasado bien con Tayuya?
Naruto me mira con intensidad. Ay, madre, miedito me da lo que va a contestar. Pero dice:
—Te aseguro que no. ¿Y tú lo has pasado bien?
Parece que la lluvia cesa poco a poco y, sonriendo al oír lo que dice, afirmo mientras señalo mi preciosa camiseta:
—Sí. Me encanta Luke, y me encanta su...
—Sí, ya lo he visto —me corta—. Mi amigo Owen trabaja para la seguridad del concierto y me ha dejado pasar. Por cierto, ya me ha dicho que habéis estado con ellos antes del espectáculo y que parecías pasarlo muy bien. Es más, yo mismo he podido comprobar lo mucho que disfrutabas cuando Luke cantaba Country Man y te guiñaba el ojo.
Uau, ¿está celosón?
Y, encantada, aunque no sé muy bien por qué, sonrío y canturreo moviendo los hombros:
—«Eh, nena..., soy un hombre de campo...».
Naruto finalmente sonríe. Sin lugar a dudas, no es un troglodita como su hermano Shii y, sorprendiéndome, se acerca a mí, me quita unas gotas de lluvia de las mejillas y dice:
—Y ahora, ¿qué tal si me das un beso y me dices que me has echado de menos?
Bueno..., bueno..., bueno... ¿De verdad me está diciendo lo que acabo de oír?
Bloqueada, lo miro cuando mi vaquero da otro paso hacia mí, me agarra por la cintura y murmura contra mis labios:
—Vamos..., dame ese beso.
Encantada, le rodeo el cuello con los brazos y sé que paso de fiestecitas en las que no esté él. Sus labios encuentran los míos y, cuando nos besamos, siento tal chispazo de electricidad que creo que me he quedado pegada a su boca para el resto de mi vida.
Entre risas y buen rollo, nos damos cuenta de que no tenemos coche para regresar, hasta que ve a unos amigos y éstos amablemente nos acercan al rancho. Una vez llegamos, tras despedirnos de sus amigos, nos encontramos a Ise, a Hinata y a Minato, que están apoyados en su camioneta. Saori ya ha ido a acostarse.
Les pregunto si ha llegado Shii, y ellos niegan con la cabeza. Entonces aparece Menma, que detiene su vehículo cerca de nosotros. Hinata y yo nos miramos preocupadas por Flor. ¿Qué estará ocurriendo?
Estamos hablando apoyados en la camioneta cuando oímos:
—¿Qué ocurre?
La voz de Kushina hace que todos miremos hacia atrás. La mujer sale por la puerta de la cocina en camisón, baja los escalones para acercarse a nosotros y, rápidamente, Naruto murmura:
—Tranquila, mamá. No tenemos sueño y estamos hablando.
—¿Y Saori? —pregunta ella.
—En la cama —dice Minato.
—¿Y Shii y Flor?
—No creo que tarden. Vienen en el coche de ella —informa Naruto.
Kushina asiente, nos mira a Hinata y a mí y, al ver que ambas sonreímos, ella parece tranquilizarse. Entonces, de pronto, vemos los faros de un coche a lo lejos.
—Mira..., seguro que son ellos —señala Menma.
Pero, según se acerca el vehículo, todos nos damos cuenta de que ése no es el coche de Flor.
Cuando el automóvil se detiene, se baja Bettina, la mujer del párroco. Todos la miramos sorprendidos y ella nos saluda. Luego se acerca a Kushina y dice con voz compungida:
—Ha ocurrido una desgracia.
—Ay, Dios mío, ¿qué ha pasado? —pregunta Kushina llevándose las manos al corazón.
—Mamá, tranquila —murmura Naruto cogiéndola del brazo.
Al ver su gesto asustado, Bettina se apresura a aclarar:
—La lluvia torrencial ha derrumbado el techo del salón donde se iba a celebrar la boda de Shii y Flor. Menos mal que no había nadie dentro; si así hubiera sido, estaríamos hablando de desgracias personales.
Respiro. Por un segundo, me había asustado pensando que había pasado algo peor, pero entonces aparecen al fondo los faros de un coche. Todos miramos el vehículo que se acerca y entonces vemos que es el de Flor.
—Ay, qué disgusto les vamos a dar a las criaturitas, ¡qué disgusto! —dice Kushina.
—Bueno, mamá, relájate. Ya buscaremos una solución —afirma Naruto.
El coche se acerca a nosotros. Segundos después, se apean Shii y Flor. Ella nos mira extrañada, y Shii, al vernos a todos allí, incluida la mujer del párroco, pregunta:
—¿Qué ocurre?
Kushina y Bettina se lo explican rápidamente y, cuando acaban, Shii mira a Flor y dice:
—Buscaremos otro sitio.
Pero ella no se inmuta. Por primera vez desde que la conozco, su gesto es extraño, y me encantaría saber lo que piensa. Los hombres comienzan a hablar y Bettina, tras despedirse de nosotros, se monta en su vehículo y se va.
Estamos buscando soluciones para el problema cuando, de pronto, Flor parece despertar de su letargo y, acercándose a Hinata, a Kushina y a mí, coge a su futura suegra de las manos y dice:
—Te quiero. Eres como una madre para mí y, pase lo que pase, siempre te querré. Lo sabes, ¿verdad?
—Lo sé. Pero, hija —murmura Kushina—, ¿por qué dices eso?
La joven sonríe, le da un beso y, mirando a Hinata, añade:
—Eres como mi hermana. Siempre me has querido y apoyado a pesar de que yo, en ciertos momentos, he dejado mucho que desear, y sabes que lo siento.
—No digas eso, tonta —murmura Hinata—. Pero ¿qué te pasa?
Luego, Flor me mira a mí y concluye:
—Me ha encantado conocerte y ya te quiero. Eres una chica fantástica.
—Hija..., me estás asustando —insiste Kushina.
Y, plantándose en el centro de todos, Flor dice para llamar la atención:
—Siempre he soñado con una boda en la que yo vestiría un precioso vestido de novia. La celebraría en un sitio lleno de luz, magia, música y amor y, junto a mí, tendría a un novio orgulloso de que yo fuera su mujer.
Hinata y yo nos miramos. Pero ¿por qué está diciendo todo eso?
Kushina le coge las manos. Está nerviosa, y pregunta:
—¿Qué pasa, Flor? ¿Por qué nos dices esto?
La joven, con los ojos empañados en lágrimas, prosigue:
—Porque... porque todo es un desastre. Shii y yo somos un desastre. Nada de lo que siempre soñé está ocurriendo. El único lugar que podíamos permitirnos se ha derrumbado; siento que el novio al que quiero no está orgulloso de mí, y el vestido de novia que he de ponerme no es el precioso vestido que siempre he deseado. Perdóname, Kushina... Perdóname. —Y, dándose la vuelta, mira a Shii, que aún no ha dicho nada, y añade—: Creo que tu abuela tiene razón. Esta boda es un error. Por tanto, la ceremonia queda anulada. No voy a casarme contigo.
Ay, madreeeeeeeeee.
Ay, madreeeeeeeeeeeeee.
Me entra un sudor frío tremendo, mientras observo que Kushina se lleva las manos a la boca.
El corazón se me paraliza, como siento que se les paraliza a todos los que estamos allí. Todos miramos a Shii y a Flor. Ninguno sabe qué decir, hasta que el novio murmura:
—Pero... pero ¿qué dices?...
—Digo lo más sensato, Shii. Piénsalo con frialdad.
Él nos mira. En sus ojos veo miedo, incertidumbre, susto y, como puede, balbucea:
—Yo... yo estoy orgulloso de ti.
—Pues no lo siento así. No me haces sentir especial, ni querida. Sabes que te lo he dicho mil veces, pero tú nunca me has escuchado. Deseo a mi lado a un hombre que me quiera y me haga sentir la mujer de su vida. Deseo una relación basada en la confianza y en la sinceridad, una relación donde los besos, los abrazos y las miradas sean importantes. Quiero una relación como la que tienen Naru y Temari, no una como la que tenemos tú y yo.
Ay, madre, lo que me entra por el cuerpo cuando la oigo y pienso en las cervezas que debe de haberse bebido para ser capaz de decir todo eso.
Naruto y yo intercambiamos una mirada. Sé que se siente tan traidor como me siento yo en este instante.
Entonces, Shii se acerca hasta su hasta ahora novia y murmura:
—Escucha, cariño, yo...
—Cariño... —lo corta ella sonriendo con tristeza—. ¿Sabes que es la primera vez que me llamas de esa forma en lo que llevamos de relación?
—Te lo llamaré a partir de ahora todos los días —replica él y, cogiéndola de las manos, aunque ella se resiste, pregunta—: ¿Ya no me quieres?
Con entereza, a pesar de lo nerviosa que está, Flor lo mira.
—Claro que te quiero, Shii, pero el problema es que tú no me quieres a mí.
—Te quiero. ¿Cómo que no te quiero? —insiste él descolocado—. Quizá no soy un tipo que lo demuestre, pero yo te quiero, cariño. Por Dios, Flor, ¿quién te ha hecho creer lo contrario?
Ay, no..., yo no he sido. ¿O sí?
Me siento mal. Fatal. No quiero ser la culpable de ese desastre.
Ambos se miran a los ojos durante unos segundos hasta que Flor, deshaciéndose de sus manos, responde:
—Tú. Me lo has hecho creer tú con tus actos. Prefieres divertirte con otras a estar conmigo. Les dices piropos a otras, y a mí nunca. Miras a otras mujeres con deseo y a mí apenas me miras. Me haces sentir fea, poca cosa, y... y...
Finalmente, Flor se derrumba. Estoy por abrazarla, pero Naruto me sujeta y niega con la cabeza. Entonces, Shii la estrecha entre sus brazos y oigo que le dice bajito al oído:
—Cariño, acabamos de hacer el amor hace apenas una hora y...
Flor se lo quita de encima de un empujón y, sin importarle que estemos los demás delante, le suelta:
—Maldita sea, era mi despedida. Adiós, Shii.
Entonces, la puerta de la cocina se abre y aparece Chiyo con el brazo en cabestrillo.
—Muchacha, no te muevas de ahí —le ordena.
—¡La que faltaba! —murmuro al verla bajar la escalera.
Hinata suspira, y Flor, que está abriendo la puerta de su coche, se para cuando Naruto se acerca a ella y dice:
—Creo que estás cansada, Flor. Estoy seguro de que mañana verás las cosas de otra manera y...
—No, Naru. No voy a cambiar de opinión.
La abuela llega hasta ellos y, cuando se dispone a hablar, Shii grita desesperado:
—¡Será mejor que no abras el pico, Chiyo!
—Muchacho, soy tu abuela, ¡un respeto!
—¡¿Respeto?! —grita él—. ¿Cuándo has tenido tú respeto por cualquiera de nosotros? ¿Cuántas veces hemos hablado tú y yo y te he pedido que respetaras a mi novia? ¡¿Cuántas?!
Saber eso hace que, de pronto, vea a Shii de otra manera.
La abuela no responde. Flor se mete en el coche, cierra la puerta y, mirando a su hasta ahora novio, dice:
—Ya es demasiado tarde.
Sin más, arranca el motor del vehículo y se va, mientras Shii corre tras ella.
Los demás lo observamos con el corazón paralizado y sentimos la desesperación que siente Shii, y entonces la abuela murmura:
—Ya decía yo que ésa no era la mujer que mi nieto necesitaba.
La mato..., ¡juro que la mato!
Pero, vamos a ver, ¿cómo no puede tener corazón en un momento así? Y, cuando voy a contestarle, Kushina la mira y replica:
—Para ti, ninguna somos buenas. Ni yo lo fui para tu hijo ni ellas lo son para tus nietos. Pero ¿sabes, Chiyo? Definitivamente me acabo de dar cuenta de que la que no es buena para nosotros ¡eres tú!
Y, sin más, da media vuelta y entra en la casa, mientras observo que la vieja gruñona no sabe qué decir.
Shii llega corriendo hasta nosotros y dice desesperado:
—Dame las llaves de la camioneta, Minato. Tengo que alcanzar a Flor.
Cuando su hermano le da las llaves, Naruto se las quita de las manos y replica:
—Déjala que duerma esta noche y descanse. Si vas ahora, lo empeorarás más. Dale un margen.
Shii se mueve inquieto. Veo en sus ojos la desesperación por lo ocurrido y, mirándonos a Hinata y a mí, grita:
—¡Vosotras sois las culpables de lo que ha pasado! ¡Vosotras...!
—Tenlo por seguro —dice Menma.
—Dejad de decir tonterías los dos —les reprocha Naruto.
Con descaro, Hinata y yo miramos a Menma, que ha permanecido apartado en un segundo plano. Mientras Minato tranquiliza a Shii, Hinata da un paso adelante, mira con desprecio al que hasta hace unos días era su pareja y espeta:
—¿Por qué nosotras?
Al verse observado, Menma esgrime una envenenada sonrisa como las de su abuela y responde:
—Porque, como dice Chiyo, vosotras no sois lo que nosotros necesitamos.
De repente, Naruto le suelta un puñetazo en toda la cara. ¡Toma ya, mi chico! Su hermano cae al suelo y, cuando los demás reaccionan y los sujetan para que la cosa no vaya a más, Hinata mira a su ex y sisea:
—Acabarás como tu abuela, ¡solo!
Miro a Chiyo. Su gesto es tenso. Se acerca a Menma, que se toca la mejilla, y dice agarrándolo del brazo:
—Vamos, es mejor que esto acabe aquí. Y cierra la boca.
Sin movernos, vemos cómo esos dos, que son tal para cual, se alejan.
Entonces, Shii vuelve a protestar, por lo que lo miro y gruño:
—¿Sabes, guapito? El único culpable de lo que ha pasado eres tú. Si alguien ha hecho sentir mal a Flor, has sido tú. Si alguien ha estado con Cherri esta noche, has sido tú. Por tanto, deja de buscar culpables a tu alrededor, porque el único que lo ha hecho mal has sido tú.
Mis palabras lo callan. Creo que por fin entiende lo que digo y, quitándose el sombrero, menea la cabeza y, en un tono de voz que nada tiene que ver con el de antes, susurra:
—Por favor, necesito que habléis con ella. Necesito que sepa que la quiero y que es la mujer de mi vida...
—Y ¿por qué no le has hecho saber eso en todo este tiempo? —pregunta Hinata.
Shii se toca el pelo. No para de moverse y, dando una patada al suelo, sisea:
—Porque soy un idiota, un chulo y un bien queda con los amigos, y ahora me doy cuenta de mi gran error..., ¡joder!
—Se acabó —dice Naruto tocándose el puño dolorido—. Creo que lo mejor es que todos nos vayamos a descansar. Mañana, frescos y despejados, intentaremos resolver este tema; ¿de acuerdo, Shii?
Su hermano asiente y, al final, dice mientras camina hacia el interior de la casa, acompañado por Minato:
—Sí. Creo que será lo mejor.
Una vez todos se marchan, Naruto coge mi mano con fuerza y nos dirigimos hacia la cabaña en silencio.
Desde luego, la nochecita no ha acabado con la felicidad que ninguno de nosotros esperaba.
Una vez llegamos a la cabaña y con infinidad de sentimientos encontrados por lo que ha ocurrido, Naruto va a besarme y lo paro.
—No. Hoy no.
—¿Qué te ocurre a ti ahora?
Su pregunta y su tono me tocan la moral.
Pero, vamos a ver, ¿éste se cree que, cada vez que toque las palmas, yo me voy a poner a bailar?
No puedo. Hoy no puedo. Lo ocurrido me ha removido excesivamente por dentro y, sin saber por qué, digo:
—Ocurre que en mi cabeza y mi corazón hay un gran conflicto de sentimientos con respecto a ti.
Bueno..., bueno..., ¡el bombazo que acabo de soltar!
Y, frunciendo el ceño, el hombre que me quita hasta el sueño pregunta sin el menor tacto:
—Pero ¿qué dices?
—Joder..., joder... —murmuro consciente de lo que he dicho.
Naruto da un paso atrás, se aparta de mí. Sin duda ya no quiere nada conmigo y, con gesto acusador, pregunta:
—¿Acaso no quedó claro lo que tú y yo estamos haciendo aquí?
Asiento. Cierro los ojos y camino de un lado a otro con nerviosismo.
De nuevo, vuelvo a sentirme una tonta fracasada en lo que al amor se refiere, una tonta que lo da todo a cambio de nada. Cuando vuelvo a abrirlos, digo:
—Me quedó clarísimo, pero... necesito ser sincera y decirte la verdad. Me está gustando más de lo que yo creía ser tu novia, estar aquí contigo, ser parte de tu familia y, aunque mi cabeza me repite una y mil veces que lo que quiero no puede ser porque tú no sientes lo mismo por mí, mi corazón comienza a resentirse.
Ea..., ¡ya lo he soltado!
A pesar de la tía dura y segura que quiero aparentar ser, sigo siendo la misma Enamoracienta de siempre y, sin que él diga nada, ya sé que la he vuelto a cagar.
Ahora es Naruto quien camina de un lado a otro de la cabaña. Lo que acabo de decir lo descabala, no entra en sus planes y, disgustada por ver el desconcierto que mis palabras provocan en él, murmuro:
—Mira, olvida lo que he dicho porque creo que es mejor que dejemos esta conversación aquí.
—Sí. Es mejor.
Y, sin más, sin pensar en mis sentimientos, se mete en su habitación y cierra de un portazo.
Con el corazón dolorido, hago lo mismo. Me tumbo en la cama y, por primera vez desde que llegué a Aguas Frías, lloro por un hombre que, una vez más, me ha roto el corazón.
