Disclaimer: Yu-Gi-Oh! no me pertenece. Sólo esta historia llena de clichés y el OC.


Actualización 12/05/21: Corrección de errores menores, y reescritura de algunos párrafos para hacerlos más claros. Los cambios son menores, y no implican alteraciones para la trama general de la historia.


Interludio B


Fiber Jarra

[Planta/Efecto/TIERRA/Nivel 3/ATK 500/DEF 500]

VOLTEO: Cada jugador baraja al Deck todas las cartas en su mano, Campo y Cementerio, y después roba 5 cartas.


I. Seto Kaiba

La magia no era confiable, la tecnología sí. Sin embargo, la magia podía saltarse más fácilmente las leyes de la naturaleza o doblarlas a su antojo. Esa era una verdad que Seto Kaiba tuvo que aceptar a regañadientes.

Con el tiempo suficiente, estaba seguro de que podría haber hecho él mismo realidad el milagro de viajar en el tiempo. Tenía noticias de otros que lo habían conseguido. Pero esa era la ironía: no habían tenido el tiempo, no al menos para encontrar la forma correcta de hacerlo sin que terminaran de nuevo en el mismo desastre.

Esa maldita Luz pisaba sus talones, cazando uno por uno a los pocos duelistas que había en ese mundo devastado que podrían haber hecho algo para acabarla. Y por más que le plantara cara, usando toda la potencia de sus poderosos dragones, la maldita cosa era más difícil de matar que la hierba mala. Algún absurdo decreto de un supuesto dios se interponía en su camino: «Sólo la Oscuridad puede purificar a la Luz, y solamente la Luz calmará a la Oscuridad». Es lo que Pegasus había encontrado tallado en los muros de aquel viejo templo perdido en las arenas de Egipto, dedicado a la diosa Horakhty.

—No puedo decirlo con exactitud, pues no soy más que un aficionado en esto de la arqueología, pero creo que ese templo es incluso más antiguo que la misma humanidad.

Kaiba se habría reído en su cara por creer esas tonterías, si no estuviera demasiado cansado como para hacer siquiera eso.

—La clave está allí —prosiguió.

—Si es tan antiguo, ¿cómo pudiste leer lo que había escrito allí en primer lugar?

Pegasus soltó una carcajada sin gracia.

—De la misma forma en que supe cómo debía ser el juego cuando lo creé: una fuerza desconocida estaba susurrando las verdades en mi cabeza.

Kaiba le habría sugerido ver a un psiquiatra, si todavía quedara en pie algo que no fuera la Isla Academia.

Y ahora, de pie nuevamente frente a la sede de Corporación Kaiba, tras haber regresado en el tiempo, a punto de anunciar al bastardo que era su padre adoptivo que ahora todo eso era suyo, sentía ganas de morderse la lengua. Mejor eso que admitir que ese molesto despojo de persona había tenido la razón.

—Hermano.

Kaiba se giró a ver a Mokuba, permitiendo que sus facciones se relajaran un poco.

A veces, la magia realmente podía hacer algo que valía la pena, como permitirle reencontrarse con aquellas personas a quienes la muerte había reclamado antes que a él.

—Vamos.

Mokuba asintió y ambos entraron al edificio de oficinas. A Seto le disgustaba enormemente. Tan frío y corporativo, sin espacio para los juegos. No podía esperar a derribarlo para construir Kaibalandia sobre sus ruinas.

Por supuesto, una vez hecho aquello, podría comenzar a concentrarse en la razón por la que había aceptado hacer ese viaje en primer lugar: demostrar a esa asquerosa Luz de la Destrucción que nadie se metía con Seto Kaiba y, especialmente, nadie se metía con su familia.

II. Yugi Muto

Durante mucho tiempo, Yugi se preguntó que tanto cambiarían las cosas. Todas las predicciones de Pegasus indicaban que sus días como hijo único llegarían a su final. Pero, la verdad, su mente tan adelantada en el tiempo seguramente lo haría comportarse más como un padre que como un hermano mayor. Por suerte, tenía experiencia criando hijos, a diferencia de su propio padre.

No hay que malinterpretar, Yugi amaba a su padre. Siempre le traía toda clase de juegos nuevos de sus viajes por el extranjero. «La obsesión Muto por los juegos», solía decir su madre en tono mezclado de burla y cariño. Por eso se había identificado tanto con Hanasaki, su compañero del colegio. Eso no cambiaba el hecho de que su padre se había perdido todos sus cumpleaños desde los tres años, y que durante los casi dos años que duraron sus aventuras a lado de Su Otro Yo, no estuvo en casa más de un mes.

Yugi se preguntaba si un hermano cambiaría eso. Hasta que su padre ya no regresó. Un accidente en carretera a causa del mal clima en los Estados Unidos. Sus restos fueron repatriados a Japón para recibir un funeral budista tradicional.

Su muerte trajo grandes cambios en su vida. En primer lugar, su abuelo le entregó el Puzle tres años antes que la última vez. La tentación de armarlo y reencontrarse con Su Otro Yo fue casi irresistible, más incluso que cuando sabía que el abuelo tenía el Puzle, pero no en dónde lo guardaba (resultó que todo ese tiempo estuvo en la cámara de seguridad de un banco). Se contuvo… por un par de meses al menos.

Fue incapaz de hacerlo. No sabía si era el destino, o su subconsciente diciéndole que todavía no era el momento, sólo que cada vez que lo intentaba, ninguna pieza encajaba en su lugar, a pesar de que conocía al Puzle y su composición como conocía a cada una de las cartas de su mazo.

Hablando de sus cartas, a veces las extrañaba tanto como al propio Atem. Era una tortura tener que esperar años para reencontrarse con ellas.

El siguiente cambio sucedió el mismo año que Magic and Wizards se volvió internacional, cambiando su nombre a Duelo de Monstruos. Recibió una caja en su cumpleaños. Cuando la abrió, dentro había un paquete de cartas, y una nota escrita en clave dónde le indicaban que las guardara hasta que fuera el momento.

«No me siento cómodo teniendo esto en mi poder, y entregarla a Ishizu no siento que sea la opción correcta que me pareció en aquellos días. Incluyo algo de soporte nuevo. Buena suerte, chico Yugi».

Años más tarde, al abrirlo, dentro encontró a Osiris y el soporte prometido.

El destino tenía formas extrañas de actuar, formas que lo aterraban y le hacían pensar que todos sus esfuerzos eran en vano. Jonouchi y Honda se volvieron sus amigos en las mismas circunstancias que la última vez… bueno, casi. En realidad, Jonouchi en gran medida lo había ignorado hasta ese día, sobre todo porque no era el mismo chico débil y presa fácil de matones como la última vez, lo que a su vez le mantuvo lejos de Ushio y sus tácticas de intimidación. A veces todavía le costaba separar a ese chico del hombre que, junto con Johan, se quedó atrás para asegurar la evacuación de los habitantes de Neo Domino.

El hecho es que las cosas sucedieron de forma muy parecida a como las recordaba. Más tarde, Jonouchi confesó que lo hizo más que nada por frustración y para divertirse un rato a costa de alguien más. No tuvo que decir que la causa de su mal humor fue su padre alcohólico y abusivo… otra vez.

Sabía, sin embargo, que no necesitaba que el Puzle le concediera amigos como la última vez. Lo que necesitaba era esperanza.

«Por favor, ayúdanos a vencer a la Luz».

Años más tarde, mientras sostenía el Puzle entre sus manos, a espera que los demás miembros de la Corte Sagrada se presentaran, se dio cuenta de que, una vez más, su deseo se había hecho realidad.

Tener a Atem fue maravilloso, y una tortura. Saber su nombre y no poder decirlo. Y a la vez, fue extrañamente reconfortante ser él quien guiara sus pasos esta vez, refrenando su oscuridad (producto de estar tres mil años encerrado bajo la influencia de Zorc, incluso cuando era pequeña en comparación con la que había en otros de los Objetos Milenarios) y asegurándose de que estuviera listo para la batalla que tenía por delante. Eso sí, tratando de no atrofiar su desarrollo.

Por supuesto, no se pudo reprimir a jugarle algunas bromas. Como durante ese duelo Oscuro contra Pegasus, en el cual Atem estaba frustrado por no poder ganar ante alguien que llegaba allí a amenazar al hombre que veía como un abuelo (Yugi ahora sabía que se debía a que, a través de su abuelo, recordaba a Siamun). Eso hasta que Pegasus soltó una carcajada divertida. Y luego Yugi se unió a él.

—Muy bien, chico Yugi, creo que es hora de ponernos serios. Supongo que puedo contar contigo para el torneo.

—No me lo perdería por nada.

—¡Maravilloso!

Días después de aquello, Atem seguía insistiendo que era una trampa, a pesar de que Pegasus ni siquiera hizo amago de tomar el alma de su abuelo en esta ocasión. Oh, y eso sin contar la alegría que le ocasionó al anciano el que su nieto fuera invitado a tan prestigioso torneo.

—Era de esperarse —dijo Jonouchi con suficiencia—. Luego de la forma en que pateó el trasero a Kaiba durante la inauguración de Kaibalandia. Ese tipo, Pegasus, estaría loco si no lo invitara.

—La invitación dice que puedo hacer equipo con otro duelista. Pensaba que el abuelo iría conmigo, pero, aunque quiere ir, sabe que ya no es tan joven para un torneo de esta clase. ¿Qué me dices, Jonouchi, porque no vienes conmigo? Hay un premio en efectivo de tres millones de dólares. Eso podría pagar la operación de Shizuka.

Jonouchi no cuestionó como sabía sobre el problema en la vista de su hermana, deslumbrado por la oportunidad que tenía enfrente.

Por supuesto, sin la preocupación por recuperar el alma del abuelo, esta vez se tomó el tiempo para prepararse mejor, llevando todo lo necesario para acampar al aire libre. Ayudó también la experiencia de su abuelo y su madre, quienes estaban acostumbrados a empacar para las expediciones arqueológicas del abuelo. Tampoco es como si el torneo fuera un día de campo, la amenaza del Ladrón de Tumbas se movía sobre ellos. Y esta vez su sed de venganza era mayor, al haber sido derrotado ya en un RPG Oscuro, un evento que Yugi no vivió en la línea del tiempo anterior, lo cual en sí ya fue una sorpresa un poco desagradable. Curiosamente, dicho evento le recordó aquel duelo en el bosque, cuando atrapó su alma y las de sus amigos en sus cartas favoritas.

El Reino de los Duelistas se desarrolló en circunstancias similares, y el resultado no vario mucho. Pegasus aún perdió el Ojo Milenario, y la operación de Shizuka se realizó con el dinero del premio.

El cambio más grande, quizá fue la ausencia de Kaiba en la isla. La mayoría de los rumores apuntaban a que estaba avergonzado por su derrota. Nada que ver con la realidad. Tuvo que lidiar de nuevo con un intento de obtención hostil de Corporación Kaiba, esta vez por parte de una alianza de la junta ejecutiva con Zigfried von Schroeder.

Por supuesto, los rumores terminaron un mes más tarde, cuando Kaiba reapareció para anunciar la realización del Torneo de Ciudad Batallas.

De nuevo, no hubo muchas sorpresas allí. Salvo que esta vez Kaiba estaba preparado para la carga que la energía de duelo de los dioses causaría a su sistema de transmisión. El mundo ya no tenía que hacer conjeturas, ahora todos vieron lo que pasó. Por supuesto, muchos estaban convencidos de que todo fue una especie de espectáculo montado, como la lucha libre, y no faltaba el que acusaba a Kaiba de haber pagado a los involucrados para que actuaran todo ese drama de faraones, venganzas y Juegos de lo Oscuro.

Al menos entre aquellos que no habían experimentado aun el verdadero poder del duelo. Poco a poco, las noticias de incidentes con monstruos que se hacían reales aparentemente de la nada se fueron acumulando, esta vez de formas mucho más desagradables que la última vez.

La razón era obvia: el velo entre el mundo humano y el de los espíritus era mucho más débil. ¿Se debía a lo que hicieron? Podían estar un noventa por ciento seguros de que era así.

Kaiba no estaba feliz cuando Pegasus lo forzó a establecer un límite de doce años antes de poder usar un disco de duelo. Y esto lo llevó a alargar la vida útil de las Arenas un poco más, ya que daban más espacio para medidas de seguridad contra explosiones repentinas de energía de duelo. Y a la vez, hizo que se diversificara a productos con menos riesgos como los Tapetes de Duelo.

Y durante todo ese tiempo, ni una sola señal del factor externo. A veces, Yugi pensaba que la muerte de su padre significó que él, o ella, no nacería. Kaiba no estaba contento con eso. Su necesidad de venganza contra la Luz le imposibilitaba considerar esa posibilidad. Tal era así, que a veces ni se molestaba en buscar arreglar las cosas con Atem, más centrado en revisar los datos de su satélite una y otra vez.

Los incidentes que rodearon al torneo vinieron y se fueron. Kaiba decidió aplazar la segunda edición de Ciudad Batallas hasta que «el absurdo incidente de Egipto», como llamaba al RPG de Sombras que el Rey de los Ladrones preparaba, hubiera pasado. Yugi no se sorprendió cuando Judai no vino desde el futuro en compañía de Yusei. Eso tenía que ser buena señal, ¿verdad? No quería pensar la posibilidad de que eso significaba su fracaso.

El Rey Ladrón no estaba contento cuando Kaiba, tras rescatar a Mokuba, en vez de escucharlo e ir a buscar respuestas a Egipto, fue directamente a verlo a él para entregarle el Ojo Milenario.

—Entre más pronto entierren estas cosas, mejor para mí.

Dicho eso, dio media vuelta y se fue. De nuevo, Yugi tardó un tiempo en descubrir que Kaiba había hablado entre líneas al decir aquello.

El factor externo dio sus primeras señales de vida un par de meses después de que volvieran de Egipto. Brilló un momento, y luego se apagó. Kaiba admitió que llevaba haciendo eso de forma intermitente desde hacía algunos años, pero esa era la primera vez que duraba tanto tiempo.

—El pequeño imbécil se niega a convertirse en duelista —espetó Kaiba durante su reunión después de aquello.

—No creo que…

—¡Tiene tu energía de duelo! No hay otra explicación de por qué no he podido detectarlo hasta ahora.

Yugi suspiró, sabiendo que Kaiba decía la verdad.

—¿Dónde está?

Kaiba no respondió.

—Seto, sabes que es mi familia. Voy a ocuparme de esto en persona. Dime dónde está.

—Tokio.

Yugi asintió, e igual que Kaiba hizo aquel día en el aeropuerto, solamente dio media vuelta y se marchó. Kaiba, como siempre, conspiró por su propia cuenta para traer al niño a Ciudad Domino. Al menos Yugi se dio cuenta a tiempo, antes de que llevara a cabo el plan A: quitar los obstáculos del camino (con violencia si era necesario), y asegurar la custodia del niño para sí mismo.

Con los años, Yugi y Pegasus tuvieron que obligarle a desechar muchas conspiraciones como aquella. Mokuba fue de gran ayuda con eso. En especial aquella vez que Kaiba intentó militarizar la Academia Central, como si necesitaran otro clon de la Academia Oeste en el mundo. No se sintió bien tener que usar sus obvios traumas con la educación que Gozaburo le dio, pero al menos eso le hizo desistir de llevar a cabo los cambios tan extremos que tenía en mente.

No es que la Academia Central no necesitara un cambio respecto a la forma en que funcionaba. Bien sabían que muchos exalumnos, frustrados por la forma en que funcionaba el sistema de dormitorios de la academia y lo clasista que podía volverse, sintiendo que les habían truncado sus sueños de ser profesionales a propósito, cayeron presas fáciles ante la manipulación de la Luz. Alumnos que habían tenido potencial, pero fueron dejados abajo no por sus calificaciones, sino porque no podían pagar un ascenso.

Ahora habían pasado años desde aquello, acababan de enfrentar a la Luz, manipulando un poder del que ni siquiera sospechaban su existencia, y casi al instante, de nuevo a Zorc.

Y ahora, mientras contemplaba el atardecer en la azotea de la Torre Kaiba en Alcatraz, Yugi no podía apartar la mente de lo que Atem le había revelado antes de nombrarlo su sucesor en el trono de Egipto:

—Hay otra fuerza moviéndose además de esta Luz. Zorc intentará volver a este mundo. Su sacerdote todavía vaga por este mundo con la forma de un hombre, y vendrá a reclamar el trono que no pudo robar a mi padre.

Cada día, Yugi se encontraba pensando más en la vieja profecía que Pegasus encontró en el mismo templo en el que descubrió el ritual para viajar en el tiempo usando un factor externo como medio para reescribir la historia en lugar de únicamente repetirla:

«Sólo la Oscuridad puede purificar a la Luz, y solamente la Luz calmará a la Oscuridad».

III. Jun Manjoume

Los recuerdos de la otra vida se deslizaban lentamente, en la forma de pequeños presentimientos y, a veces, como pensamientos mordaces. Esto hizo que en los primeros días se sintiera como si hubiera otro Jun Manjoume diferente viviendo en su cabeza. La primera sensación fue más común en sus años de infancia temprana, antes de los cinco años; y fue reemplazada poco a poco por la segunda, hasta que todo cayó en su lugar como las piezas de un rompecabezas y por fin fue consciente.

Más tarde, con sus pensamientos ya en orden, se dio cuenta del porqué de muchas de sus decisiones y sentimientos en esta nueva vida. Por ejemplo, su anhelo constante de estar junto a su madre y no separarse de ella. En su vida anterior siempre estuvo más de su lado que el de su padre. Años después de la muerte de su esposa, su padre, Daiki Manjoume, aún se quejaba de como la «ridícula amabilidad» de su madre lo había echado a perder. En esta vida, su desdén era incluso mayor, y sus hermanos, por completo los hijos de su padre, hacían constante burla sobre su «grave caso de mamitis».

No es que a Jun le importaran esas burlas. Él necesitaba aprovechar cada instante, porque sabía que ella no estaría allí siempre. Su mente en crecimiento no lo entendía, sus instintos sí. Misae Manjoume no viviría más allá de su noveno cumpleaños. Y antes de eso, pasaría años convaleciendo víctima de una enfermedad que los médicos parecían incapaces siquiera de diagnosticar.

Misae no toleraba las burlas de Chosaku y Shoji. Y ellos al menos tenían la decencia de mostrar un poco de respeto a su madre, parando con el simple hecho que ella les dirigiera esa mirada severa, la cual dolía más que cualquier comentario hiriente que su esposo pudiera ofrecer a sus hijos.

Esa mirada jamás iba dirigida a Jun. Aunque él estaba seguro de que, en algún momento del pasado, la había decepcionado lo suficiente como para ser merecedor del castigo que significaba el mero hecho de recibirla. Pero no podía recordar cuando, al menos no al comienzo, así que se esforzaba para nunca tener que verla otra vez.

Por supuesto, su padre no estaba nada contento con su hijo menor. No lo estuvo en otra vida, menos lo estaría en esta, en la cual seguía su madre como un pequeño patito o un cachorro perdido.

—A ver si creces de una vez —le dijo una ocasión en que ella estaba demasiado lejos como para escucharlo.

Jun no se contuvo, y decidió probar a ver si podía conseguir igualar la mirada severa y decepcionada de su madre.

Esto solamente hizo que su padre enfureciera más y le soltara una bofetada.

—¡Vas a aprender a respetarme!

Jun únicamente intentó con más fuerza lograr igualar aquella mirada. Sabía que Daiki Manjoume no tenía todo el poder que presumía. De no ser porque había tomado el apellido de su esposa, ese hombre no sería nadie. Presumía orgulloso de una fortuna y de una empresa que no eran suyas, y de las cuales podía ser despojado con una simple firma.

La pesada mano de su padre volvió impactar con fuerza su mejilla. Jun cayó hacia atrás y sintió la sangre escurriendo por sus labios partidos. E incluso mientras estaba en el suelo, con las lágrimas manchando su mejilla enrojecida por el golpe, se negó a volver a ser débil, y siguió intentando dar esa mirada a su padre.

Daiki, completamente fuera de sí, estuvo a punto de darle con su bastón, ese que llevaba para complementar la imagen de supuesto caballero occidental que le gustaba aparentar.

Fue el grito duro y aterrador de su madre lo que evitó que el bastón lo golpeara.

«Ella es tan fuerte, incluso más que Padre», pensó Jun cuando la vio detenerse frente a su padre y hacerlo retroceder sólo con verlo de esa forma. Pero, entonces, ¿por qué únicamente podía recordarla débil y enferma, recostada en esa enorme cama, aislada de toda su familia?

Esa fue la última vez que el matrimonio Manjoume durmió en la misma habitación. Y la admiración de Jun por su madre no hizo sino crecer. Ella era como una madre dragón cuando se trataba de proteger a sus crías, y estaba seguro de que haría lo mismo por Chosaku y Shoji, a pesar de que ellos eran claramente más hijos de su padre que de ella. Jun entendía a los dragones, sabía de forma instintiva que en otra vida había convivido con ellos, los había criado. De hecho, tenía el vago recuerdo de otra madre dragón, una que fue fundida con la carne de un mortal para crear al guardián perfecto. Un dragón que más que fuego, respiraba pesadillas. En momentos como ese, Misae Manjoume bien podría ser una versión renacida de aquel dragón.

Conforme creció, y ambas partes de sí volvieron a ser una, Jun comprendió muchas cosas. Se daba cuenta de esos pequeños detalles que antes no había notado. Supo exactamente, por el humor de Daiki Manjoume —no había forma alguna de que siguiera considerándolo su padre— y de sus hermanos, cuando Misae cambió su testamento. Esos días, Daiki estaba mucho más cabreado de lo normal, y sus hermanos eran inusualmente amables con él.

Eso también había sucedido antes. Y, según recordaba, fue a partir de entonces que Daiki Manjoume orquestó el supuesto plan de dominio global que pretendía cumplir a través de sus hijos. El mismo plan que él le echó a perder, y supuso el comienzo de mil y un intentos de asesinarlo, que al final degeneraron en una cruzada en nombre de la Luz para «purificar» su linaje.

Cuando cumplió los ocho años, ocurrió. Tal como lo esperaba, tras meses siendo consumida de forma gradual, Misae Manjoume cayó en cama. Aunque, esta vez hubo algo diferente. Antes, ese fue el punto en que Daiki tomó el control de todo; ahora, ella se aferraba —de nuevo como una madre Dragón— con uñas y dientes para no ceder ante él, incluso cuando eso minaba más sus ya reducidas fuerzas.

Jun lo comprendió. Aquella tarde, si ella no hubiera llegado, Daiki Manjoume lo habría asesinado por atreverse a desafiarlo con esa mirada. Eso cambió todo. Misae entendía ahora, de una forma que antes quizá solamente sospechó, lo que su muerte significaría para su hijo menor, y estaba dispuesta a hacer lo que fuera con tal de evitarlo.

«Tengo que salvarla», pensó Jun con desesperación. No podía perderla de nuevo. Sin ella, iba a morir. Sin ella no valdría la pena luchar. Una de las razones para aceptar ese absurdo plan siempre fue volver a verla. Ahora se daba cuenta de lo ingenuo que fue. La primera vez dolió como si le hubieran cortado una extremidad. Esta vez sería como perder su propia alma.

Necesitaba salvarla, y sabía que, si la medicina de los humanos no podía, entonces debía recurrir a la magia. Y los únicos seres capaces de lograr ese milagro, eran los representados en las cartas. Pero, desde que volvió, no había visto a ningún espíritu.

«¡Judai!».

La respuesta había sido obvia desde el principio, que no pudo sino maldecirse por no pensar en ella antes. Quizá él no recordara, pero los espíritus de su mazo debían tener respuestas. Nunca estaban lejos de él. No lo hicieron en su vida como el Príncipe de Kronet, tampoco cuando todo parecía perdido en un futuro sin esperanza. Ellos estarían allí, y podrían indicarle como contactar al espíritu que podría salvar a su madre.

Escapó de casa y fue a la estación del tren, tenía que llegar a ciudad Domino, dónde estaba Judai.

Antes de que pudiera siquiera entrar al edificio, alguien se interpuso en su camino. Era una niña un par de años mayor que él. Una niña que le resultó muy familiar. La había conocido antes, incluso se había inclinado ante ella, pues era la hermana de aquel bastardo que lo había engañado para arrebatarle su libertad y volverlo esclavo de la Luz: Mizushi Saio.

—Una pequeña alma perdida en la oscuridad —dijo la niña caminando en su dirección. Jun retrocedió—. Estás muy lejos de casa, pequeño criador de dragones. Deberías volver, yo puedo llevarte de regreso. Seguro todos están preocupados por ti.

—Necesito ir a un lugar.

—¿Buscas al Heraldo? Me temo que es un viaje muy largo para un niño solo como tú. Vamos, te llevaré a casa. Si lo que quieres es salvarla, la Luz puede ayudarte. Tu alma fue tocada por ella antes, así que sabes que digo la verdad.

—La Luz siempre miente.

Mizushi lo miró con odio un momento, antes de que sus facciones volvieran a mostrar esa falsa amabilidad de los esclavos de la Luz.

—Eso es grosero, sobre todo cuando estamos ofreciéndote la cura al mal que está dañando el corazón de tu madre.

Jun dio media vuelta y se echó a correr. Odiaba mostrarse débil ante el enemigo, pero, con un mazo sin espíritus y sin un disco de duelo, ¿qué podría hacer?

Se detuvo en un parque a varias calles de la estación, los pulmones le ardían y casi no podía respirar. No recordaba haber corrido tanto y de forma tan desesperada antes.

«Tengo que seguir moviéndome», se dijo. La Luz no tendría problemas en encontrarlo, no ahora que… ¿Y si iba a por su madre?

—Parece que estás un poco perdido.

Jun saltó asustado cuando una voz juvenil interrumpió sus pensamientos.

Alzó la mirada y se encontró con un joven que lo miraba preocupado. Se trataba de Koyo Hibiki. Recordó que esa noche tendría un duelo en la arena de la ciudad. Él iba a verlo, pero su madre había empeorado, así que decidió quedarse en casa, al menos hasta que tuvo la idea loca de ir en busca de Judai.

—¡El jefe! —un trío de voces chillonas resonó en el parque, antes de que tres criaturas conocidas comenzaran a bailar a su alrededor.

Jun miró al trío de ojamas con el ceño fruncido, mientras los tres seres berreaban llorando de felicidad, al tiempo que trataban de contar una historia disparatada de cómo habían pasado mil y un penurias buscándolo.

—Ya veo, así que tú eres a quien buscaban estos tres pequeños —dijo Koyo rascándose la nuca—. Encontré a estos tres botados en la basura hace unos seis meses. Dijeron que estaban buscando a su Maestro, pero terminaron perdidos en el mundo humano, sin más remedio que unirse a las primeras copias de sus cartas que encontraron...

—Las que otro duelista tiró a la basura —murmuró Jun con ira. ¿Quién se había atrevido?

—Eso mismo.

Koyo se sentó en una banca y le hizo una señal para que se sentara junto a él. Cuando lo hizo, le pasó las cartas del trío Ojama.

—Los he traído conmigo en mi gira desde entonces. Dijeron que no te perderías la oportunidad de ir a cualquiera de mis duelos, así que fue la mejor forma de buscarte.

Koyo se interrumpió cuando la presencia conocida de la Luz se hizo presente.

A unos cinco metros de ellos, Mizushi Saio los miraba con un rostro sin expresiones. Luego de unos minutos, simplemente dio la vuelta y se marchó.

—¿Una niña? —preguntó Koyo con el ceño fruncido—. Imagino que esa presencia terrible de la que hablaron es la que se sintió hace un momento.

Los tres ojamas, escondidos detrás de Jun, chillaron su respuesta afirmativa.

—¡Se atreve a usar una niña! —escupió el duelista profesional con ira. Se puso de pie y comenzó a caminar en la misma dirección por la que Mizushi se había ido.

—Ella es peligrosa —le advirtió Jun.

—Lo sé, pero no puedo dejarla a merced de esa cosa. No te preocupes, estaré bien.

Jun frunció el ceño.

—No puede perder, Jefe, él tiene a ese dragón.

Jun no sabía a qué se refería Amarillo con eso, pero la certeza de que Koyo ganaría lo invadió.

Tras una media hora, se levantó y decidió volver a casa. No tenía caso ir en busca de Judai, no al menos ahora que tenía tres espíritus que podían ayudarlo a buscar al correcto para salvar a su madre. Los Ojamas eran pequeñas y molestas criaturas, pero los bastardos estaban muy bien conectados en el mundo de los espíritus, especialmente con ciertas Hadas.

Por otro lado, eran apenas las cuatro de la tarde. Tal vez después de todo valía la pena ir a ver a Koyo, aunque fuera para asegurarse de que la Luz no lo había infectado.

En casa, sólo su madre se dio cuenta de que había escapado. Le dijo una verdad a medias: había ido en busca de alguien que podría salvarla. Misae le recriminó el haber hecho eso por su cuenta, pero estuvo de acuerdo en que podía ir al evento de esa noche. Quizá pensando en que eso alejaría de su mente por un momento la absurda idea de ir en busca de ayuda por su propia cuenta.

Jun aprovechó las conexiones de su familia, algo que hasta entonces se había negado a hacer en esta vida. Eso era lo que ellos hacían, después de todo. Si quería ser libre, entonces debía alejarse lo más posible de todo lo que le habían enseñado en su otra vida. Pero necesitaba saber.

—Me alegra que estés aquí —lo saludó Koyo cuando fue a verlo a su camerino—. Siempre es bueno recibir apoyo antes de un evento tan importante como el de hoy.

Era un evento de clasificación para el Mundial de Duelos.

—¿Qué pasó…?

—Me temo que no pude encontrarla —respondió Koyo en un suspiro—. ¿Ella te persigue?

—Es probable.

—Ya veo, toma, estoy seguro de que esto podrá ayudarte.

Koyo le arrojó una carta. En cuanto la atrapó, Jun sintió una calidez que no había experimentado nunca antes al sostener cualquier otra carta, incluso aquellas que tenían espíritus que eran leales a él.

—«Dragón de la Luz y la Oscuridad». Nunca había escuchado sobre esta carta.

—Yo tampoco, me encontró un día. Pero, creo que ahora quiere ir contigo. Buena suerte.

Y vaya que fue buena suerte. El Dragón sabía cosas, y fue él quien logró lo que los médicos pagados por Daiki Manjoume nunca habrían hecho: deshacerse del veneno que mataba a su madre lentamente.

IV. Profesor Chronos

Únicamente restaba un día para que comenzaran los exámenes de ingreso de ese año, pero aun así sentía que no llegaban lo suficientemente pronto.

—Deberías tratar de relajarte —le pidió Samejima por tercera vez esa mañana—. Estás incluso peor que antes de los exámenes de hace dos años.

—¡Este año es importante, quizá el más importante de todos!

Samejima sonrió con indulgencia. Considerando que dos años atrás habían recibido a Káiser Ryo y al Rey Fubuki, varios podían estar en desacuerdo con esa aseveración. Por supuesto, Chronos tenía sus motivos para decir eso, y Samejima los sabía tan bien como él, así que se apresuró a decir:

—Lo sé, lo sé. Tendremos muchas promesas este año. Joran nos envía a la que posiblemente fue su mejor generación. Sin contar a los hijos de Pegasus, y del hijo adoptivo del mismo Rey de los Duelistas y a su sobrino.

—Di clases a algunos por un tiempo, y créanme, no decepcionarán.

Chronos quiso responder a su colega, Midori Hibiki, con un: «¡Por supuesto que no! ¡Serán la mejor generación que está escuela dé! Y por mucho». Pero se contuvo. No se suponía que él los conociera. Además, aunque no lo admitiría de forma abierta, estaba un poco celoso de que ella hubiera tenido el placer de dar clases a sus preciados estudiantes antes que él.

Por supuesto, no es como si fuera la única profesora que tuvieron durante su educación básica. Al menos una veintena de personas en el mundo compartían eso en común. Pero la diferencia era que estarían aquí, en su Academia. Y Midori Hibiki, a pesar de su impresionante currículo, hasta hacía cinco años era una profesora de primaria, y una presencia nueva en su amada escuela que todavía no lo convencía del todo.

Chronos terminó su almuerzo y se excusó para volver a su oficina.

Una vez allí, encendió su computadora para descubrir una cantidad enorme de correos y mensajes de texto. La gran mayoría de exalumnos que se comunicaban para dar sus buenos deseos ante el nuevo año escolar que comenzaba en un par de semanas.

El profesor se permitió sonreír con alegría. No sabía cómo pudo pasar décadas sin la satisfacción de saber lo que era de verdad ser apreciado por sus estudiantes, sin importar que color de uniforme hubieran llevado durante su paso por la Academia. Le debía eso a esa generación en particular que ingresaba (regresaba, para él) a la escuela ese año. Y en especial, a ese desgarbado, flojo e incorregible estudiante de Osiris.

Si las cosas no fueran tan diferentes, estaría tentado a volver a usar su influencia para enviarlo al dormitorio de Daitokuji y Midori. Y quizá esta vez pudiera convencerlo de aceptar los ascensos, por más que hasta cierto punto verlo con otro color que no fuera el rojo sería ir contra la naturaleza.

Miró el reloj de nuevo. Sólo veintidós horas más para verlos, ojalá el maldito tiempo avanzara más rápido.