27
A la mañana siguiente, cuando me despierto, veo que estoy en mi habitación. A diferencia de otras noches, ni Naruto ha venido a buscarme, ni yo he ido a buscarlo a él.
Creo que mi confesión tras lo ocurrido entre Shii y Flor va a marcar un antes y un después en nuestra extraña relación.
Me revuelvo en la cama. Pero, vamos a ver, ¿cómo soy tan bocazas?
Pienso en Sakura y sé que en un momento así me diría: «Te lo dije. Te dije que esto iba a pasar», y me desespero. Pero ¿por qué no aprendo? ¿Por qué repito una y mil veces y sigo cometiendo el mismo error?
Tras lamentarme durante un buen rato, decido acabar con ello. Me levanto, me ducho, me visto y salgo de la cabaña en busca de Hinata.
En el camino, veo a lo lejos a Menma y a Chiyo, que están hablando con gesto serio. Ellos no me ven, y continúo caminando.
Al entrar en la casa, todo está en silencio. No sé dónde está Kushina, pero lo que sí sé es que, tras lo ocurrido el día anterior entre ella y Chiyo, su relación no volverá a ser la misma.
De dos en dos, subo la escalera hasta el cuarto de Hinata. Llamo a la puerta y ella abre y me saluda con una sonrisa:
—Buenos días.
Mi gesto debe de ser tan atormentado que, cogiéndome de la mano, me hace pasar, cierra la puerta, me sienta en la cama y, antes de que me pregunte qué me ocurre, yo le canto hasta La traviata. Le cuento la realidad de la relación con Naruto y, cuando acabo, murmura:
—Lo vuestro parecía tan real que nunca lo habría imaginado.
Lo sé. Sé que lo nuestro parece real. Sé lo mucho que me entrego a él y cómo él me besa y bromea siempre que puede.
—Para que veas lo buenos actores que somos —susurro.
Hinata me abraza, yo suspiro y, no dispuesta a seguir hablando del tema y al ver el jaleo de ropa que tiene allí montado, le pregunto:
—¿Puedo ayudarte en algo?
Rápidamente Hinata me explica que está guardando sus cosas. Un camión irá al rancho dentro de un par de días para llevárselas a casa de sus padres en Nueva York. Por suerte, no veo un ápice de inseguridad en lo que dice. Lo tiene clarísimo, y me alegro por ella.
Durante horas, ambas seleccionamos las cosas que quiere llevarse y, cuando acabamos, me mira y me dice que quiere ducharse. Salgo de la habitación y bajo hasta la cocina. Kushina sigue sin aparecer y, deseosa de hablar con mi hija, cojo las llaves de una de las camionetas del rancho y dejo una notita diciendo que he ido al pueblo y que tardaré poco en regresar.
Una vez llego a Hudson, aparco, salgo del coche y, al ver que tengo cobertura en el móvil, sonrío.
¡Viva la modernidad!
Rápidamente, llamo a Chōji, que me pasa con mi niña. Como siempre, la cría es todo amor y sonrisas. Me habla con su media lengua de cientos de cosas y, cuando cuelgo, no puedo parar de sonreír. Estoy deseando verla para comérmela a besos.
A continuación, me siento en la terraza de una cafetería a tomar algo mientras me dedico a consultar mis redes sociales y veo en Facebook las fotos del concierto que colgó Saori. ¡Qué felices estamos!
Cuando salgo de mi Facebook, miro los WhatsApps de mis amigas. Como siempre, hay un centenar, y sonrío al leer las locuras que cuentan. Escribo y les digo que estoy bien y, aunque me muero por hablar con Sakura, es mejor que no lo haga. Me conoce tan bien que estoy segura de que notaría enseguida cómo estoy, y ésa es capaz de presentarse en Aguas Frías y organizar la tercera guerra mundial.
—Hola.
Al levantar la cabeza, me encuentro con Tayuya.
Como siempre, la tía está preciosa con su traje de abogada y, mirando una silla vacía, pregunta:
—¿Puedo sentarme contigo?
Asiento. No estoy yo para charlitas, pero lo esté o no, creo que no me libra ni Dios.
Una vez el camarero le pregunta qué quiere y ella pide un café, comenta:
—Mi prima está destrozada. Anoche, cuando llegó a casa, no paró de llorar hasta que conseguí que se durmiera. ¿Qué pasó?
Como puedo, le relato lo ocurrido y, en cuanto acabo, la pobre murmura:
—Está visto que a ambas nos destrozó el corazón un Uzumaki.
Oír eso no me hace bien. Ante mí tengo a otra mujer que sufre por el mismo hombre que yo. Pero, mira, no estoy dispuesta a ponerme en su lugar. Bastante tengo ya con estar en el mío.
—¿Ayer bien con Naruto? —pregunto.
El camarero llega de nuevo, deja el café sobre la mesita y, cuando se va, mientras Tayuya abre el sobrecito de azúcar y se echa la mitad en el café, responde:
—No lo sé. Hay momentos en los que parece receptivo, pero otros en los que me rehúye. No soy capaz de conectar con él como yo quisiera. Algo le pasa, y no sé qué es.
Suspiro. Sin duda, ese algo soy yo. Le hice prometer que me respetaría, y lo que estoy haciendo es una gran cerdada. A él le pido que me respete y a ella le pido que se lo ligue... Pero ¿me he vuelto loca?
—He estado con él esta mañana —dice entonces.
Oír eso llama mi atención. ¿Cómo que ha estado con él? Pero, sin cambiar el gesto, pregunto:
—¿Dónde os habéis visto?
—Ha venido con Shii al rancho de mis tíos para ver a Flor.
—Y ¿qué ha pasado?
—¿Entre Shii y Flor o entre Naru y yo?
Deseosa de saberlo todo, afirmo:
—Ya que te pones, me gustaría saber de todos.
—Flor y Shii han hablado, pero cuando él se ha marchado, mi prima me ha dicho que todo sigue igual. La boda está anulada. Y, en cuanto a Naru... —baja la voz y murmura—: Hemos salido a dar un paseo mientras mi prima y su hermano hablaban y, sorprendiéndome, me ha besado.
¡Mierda!
De repente, cuando va a seguir contándome lo sucedido, suena su móvil y, tras hablar unos segundos, me mira y dice mientras se levanta:
—Lo siento. Tengo que regresar al despacho con urgencia. Pero me gustaría seguir hablando contigo en otro momento.
Asiento. Sonrío y Tayuya se va.
Abatida por todo lo que me ronda por la cabeza, regreso a Aguas Frías y, tras haber aparcado el coche, camino hasta el establo mientras intercambio saludos con varios de los trabajadores del rancho.
En el establo, voy directamente hacia el potrillo al que he bautizado como Apache y me apoyo en los tablones para mirarlo y admirarlo. El animal, que ya me conoce, acerca su bonito hocico hasta mí y, feliz, lo acaricio consciente de lo mucho que lo voy a añorar cuando me vaya del rancho.
Pensar en ello me rompe el corazón. Nadie mejor que yo sabe lo que me voy a dejar allí cuando me marche. Me guste o no, he de olvidarme de todas las personas que he conocido y que tanto cariño me han dado.
—No le estarás dando nada de comer, ¿no?
La voz de Chiyo me saca de mis pensamientos y, al verla a mi lado con su brazo en cabestrillo, sonrío y respondo levantando las manos:
—Por supuesto que no.
Chiyo llega hasta mí, mira al potrillo y dice:
—¿Has hablado con Flor?
Vaya..., me sorprende que me pregunte por ella y, negando con la cabeza, respondo:
—No. Aunque esta tarde me gustaría ir a su casa con Hinata.
La señora asiente. Luego, el silencio se instala entre nosotras hasta que dice:
—Esta mañana, Kushina me ha dicho que se va de Aguas Frías con Saori. Al parecer, van a buscar una casa en Hudson para no vivir aquí.
¡Ostras!
Eso no lo sabía y, cuando voy a contestar, la mujer murmura:
—Ya me dirás a dónde van a ir esas dos...
Molesta por su falta de tacto al referirse a ellas, afirmo:
—Sin duda, a un lugar donde sean queridas y que consideren su hogar. —Chiyo me mira, pero prosigo—: Se lo dije el otro día. Le dije que con su actitud iba a terminar sola, y así está ocurriendo.
Observo cómo las comisuras de sus labios se tensan y, volviendo a mostrar su faceta de bruja de oscuro corazón, responde:
—Me da igual. Ellas se lo pierden.
Quiero decirle que no, que está muy equivocada. Que, allí, quien más pierde es ella, pero como no quiero entrar en su juego, afirmo:
—Como siempre, vemos las cosas de distinta forma, pero no voy a discutir con usted.
Chiyo asiente, no dice nada, y se aleja de mí con paso firme.
Una vez desaparece de mi lado, oigo las voces de unos hombres que se acercan y aparecen Naruto, Shii y Minato. Rápidamente, mis ojos y los de Naruto se encuentran. Nos miramos. Sé lo que ha ocurrido entre él y Tayuya, la sangre se me revoluciona, pero intento mantener la cabeza fría. Es lo mejor.
Cuando los tres llegan frente a mí, a diferencia de los otros días, Naruto no se acerca para darme ni pedirme un beso. Se acabaron los muas y, mira, se lo agradezco, pues saber que horas antes sus labios han besado otros no es que me vuelva loca.
Al verme, Shii se apresura a decir:
—Flor no ha querido escucharme. Naruto y yo hemos ido a verla esta mañana a su casa y, a pesar de que su madre y su prima Tayuya han intercedido por mí, ella sigue adelante con lo de anular la boda.
—No sé qué decirte, Shii...
—Tenéis que ir tú y Hinata a verla. Por favor. Tenéis que hablar con ella para intentar que recapacite. Yo... yo la quiero... Por favor, Temari.
Su mirada desesperada me llega al corazón. Al final, el duro y frío Shii está más enganchado a ella de lo que yo creía.
—De acuerdo —respondo—. Iremos a verla después de comer.
Él asiente. Ve una esperanza en mis palabras, y se aleja con Minato. Naruto, que se ha quedado parado a mi lado, me mira. Parece que quiere decir algo, pero finalmente murmura:
—Luego te veo.
Y, sin más, se marcha tras sus hermanos y me deja sola en el establo con cara de tonta. Vuelvo a mirar al potrillo. Sus ojitos me dan cierta paz, y apoyo la frente en las maderas.
Diez minutos después, cuando salgo del establo y camino hacia la casa, me encuentro a Saori sentada en los escalones de entrada leyendo un libro.
Con una sonrisa, la miro y saludo:
—Hola, enana.
—Tía Temariiii, ¡no empieces tú también!
Sonriendo por su reacción, le revuelvo el pelo.
—Tranquila. Lo he dicho para hacerte rabiar.
La cría sonríe, pero cuando me siento a su lado, dice:
—La abuela Kushina me ha dicho que nos vamos de aquí. Al parecer, ella y Chiyo han tenido una fuerte discusión esta mañana.
Asiento.
—¿Y tú qué piensas al respecto? —pregunto a continuación.
Saori sonríe.
—Pienso que esto es precioso. Aguas Frías es una maravilla de lugar, pero vivir con Chiyo hace que todo se vuelva oscuro y siniestro. Además, ahora que Hinata se va y que los tíos Minato e Ise también, ¿qué hacemos nosotras aquí?
—Es vuestro hogar.
—No, tía Temari. No es nuestro hogar. Es la casa de Chiyo, ella bien nos lo recuerda a todos.
Suspiro. Creo que no he de continuar la conversación con la cría, y pregunto:
—¿Sabes dónde está Kushina? No la he visto en toda la mañana.
—Imagino que ha ido a ver a Betsy.
Asiento y, queriendo desviar la conversación, afirmo:
—Lo pasamos bien anoche en el concierto, ¿verdad?
—¡Genial! —exclama ella sonriendo—. Fue alucinante. Mira que me gustaba Luke Bryan, pero ahora ¡lo adoro! —Y, bajando la voz, cuchichea—: Además, aunque no lo creas, ver a Silad con esa chica me hizo reafirmarme en que he hecho bien pasando de él. Si él no siente nada por mí, ¿por qué yo voy a seguir creándome fantasías con él?
Sonrío. Lo que acaba de decir debería aplicármelo yo a mí misma.
—Pues sí, cariño —afirmo—. Es lo mejor que has podido hacer. Pasar de él.
Saori sonríe. En ese instante vemos aparecer el coche de Kushina y, cuando para, se baja y veo su rostro, me levanto, me acerco a ella y la abrazo.
—Vamos..., vamos... —murmuro—, no puedes estar así.
La mujer se seca las lágrimas con un pañuelo y responde mientras entramos en la casa y caminamos hacia la cocina:
—Lo sé, hija, pero es que estoy tan desconcertada por todo que no puedo dejar de llorar. Hinata y Menma se separan y ella se va. Minato e Ise se marchan. Flor y Shii no se casan y, para remate, esta mañana Chiyo y yo hemos tenido una tremenda discusión y no me ha quedado más remedio que decirle que me marcho con Saori de aquí y ella ni se ha inmutado. Por suerte, Naru y tú estáis bien, y eso es lo que me hace respirar un poco. Pero, hija, tengo miedo porque no hago más que preguntarme qué más puede pasar ya.
Ay, Diosito, lo que me entra por el cuerpo cuando la oigo hablar.
Sin lugar a dudas, todo, absolutamente todo ha cambiado desde que entré por primera vez por la puerta de Aguas Frías, y ante todo ello poco puedo hacer yo, excepto seguir con mi pantomima de novia y no darle el disgusto del siglo a la pobre mujer.
Durante un buen rato, hablo con ella. Kushina se va tranquilizando poco a poco y, cuando vuelve a hablar de Shii y de Flor, digo:
—Le he prometido a tu hijo que, después de comer, Hinata y yo iremos a visitar a Flor. Quizá a nosotras sí quiera escucharnos.
—Rezaré por que así sea y pueda solucionarse algo de toda esta catástrofe.
Entonces, la puerta de la cocina se abre y entra Chiyo, que, al vernos a las dos, se acerca a Kushina y pregunta:
—¿Sigues manteniendo que te vas de aquí con tu nieta?
—Por supuesto —afirma ella con seguridad.
De nuevo, se enzarzan en otra discusión. Está visto que, cuando la mierda asoma, al final toda sale a flote. Intento calmarlas, pero las mujeres son dos titanes en potencia, hasta que la puerta de la cocina se abre de nuevo y entran Naruto y Minato.
—Mamá, por favor, ¡basta ya! —pide Minato mirándola.
Kushina, que ha sacado un genio que me tiene sorprendida, abre la nevera, coge una botella de agua fresca y dice:
—Tranquilos, hijos. Nada de lo que esta mujer me diga me puede afectar ya.
Chiyo maldice. Naruto la ordena callar y, cuando la abuela se marcha, Kushina mira de pronto mi brazo tatuado y señala:
—Siempre he querido saber qué es lo que dice.
—Es un proverbio indio —explica Naruto.
—¿En serio? —pregunta su madre.
Con una triste y desconcertada sonrisa por todo lo que está ocurriendo, asiento.
—«Escucha el viento que inspira —respondo—. Escucha el silencio que habla y escucha tu corazón, que sabe».
Según termino de decirlo, Kushina, que está bebiendo agua, deja de hacerlo.
—¿Chiyo sabe que llevas eso tatuado? —Asiento, y entonces ella añade—: Su madre le decía siempre que nunca debía olvidar ese proverbio. Me lo ha contado cientos de veces.
La miro boquiabierta. El día que le conté lo que decía, Chiyo no comentó nada, pero ahora ya sé por qué se quedó tan descolocada cuando se lo recité.
Naruto guarda silencio, ni siquiera se acerca a mí y, cuando se va con Minato, Kushina me mira y pregunta:
—¿Qué os pasa a Naru y a ti?
Sin lugar a dudas, se ha percatado de la frialdad que existe entre nosotros. Pero, como no quiero ampliar el cúmulo de problemas que la mujer tiene en su cabeza y en su corazón, respondo quitándole importancia:
—Una peleílla sin importancia. No te preocupes.
En ese instante, Hinata entra por la puerta y Kushina se pone en acción y comenzamos a preparar la comida entre las tres.
Mientras comemos, mi codo y el de Naruto se rozan, pero no dice nada. No me habla. No me mira y, cuando no puedo más, pregunto bajando la voz:
—¿Esta mañana bien con Tayuya?
Siento que mi pregunta lo incomoda y, al ver cómo me mira, murmuro:
—Vale..., vale..., olvida lo que he dicho.
Seguimos comiendo sin hablar y, cuando él acaba, se levanta y se va. Yo clavo la mirada en mi plato y pienso en lo ocurrido. Naruto sabe que siento algo por él. No debería haberle dicho nada. Debería haberme callado. ¿Por qué seré tan bocazas?
Cuando ya hemos terminado todos, ayudo a las mujeres a quitar la mesa y, al cruzarme con Chiyo, digo:
—¿Por qué no me contó que su madre le decía siempre que no debía olvidar el proverbio que llevo tatuado en el brazo? —Ella no responde. No dice nada y, con toda mi mala baba, susurro—: Qué triste debe de ser para ella saber que lo ha olvidado.
Y, sin más, prosigo mi camino hacia la cocina.
Veinte minutos después, Hinata y yo subimos al coche de ésta y, cuando llegamos a casa de Flor, vamos directamente al cobertizo. Entonces, veo que ella abre el maletero y, sacando unas enormes cajas sonríe, me guiña un ojo y murmura:
—Creo que le vendrá bien una última fiesta del divorcio.
No entiendo nada. Estoy segura de que lo último que le apetece a Flor es ponerse un vestido de novia, pero como yo no conozco ni las costumbres ni las locuras que se hacen en Wyoming, me encojo de hombros y la sigo.
Flor, que ha visto llegar el coche, sale a nuestro encuentro y se emociona. Su madre nos mira desde el porche de la casa y nos saluda con la mano. Nosotras la saludamos también y, cuando Flor llega hasta nosotras, exclama:
—Qué alegría que hayáis venido.
Tras abrazarnos y decirnos que está bien, las tres entramos en el cobertizo. Rápidamente, Hinaata abre el armario donde tiene los vestidos de novia y, comenzando a montar las cajas de cartón que lleva, dice:
—Celebraremos nuestra última fiesta del divorcio y, después, guardaremos todos los vestidos en estas cajas. El camión de la mudanza pasará a recogerlas.
Flor asiente y, volviendo a sorprenderme, grita:
—¡Disfrutemos de nuestra última fiesta del divorcio!
Me entra la risa. Cuanto más conozco a esas dos, ¡más me gustan!
No entiendo nada. Estas chicas son más raras que un perro verde, pero yo, que no quiero ser menos, voy a coger un vestido del armario cuando Hinata, dice:
—Aquí está el tuyo. Quizá hoy te quede mejor.
Sorprendida, miro el vestido de novia del que siempre he estado enamorada. Sigue sucio y feo, pero aun así lo encuentro tan bonito..., tan precioso..., tan encantador... que, sin dudarlo, comienzo a desnudarme para probármelo.
Los arreglos que le ha hecho Hinata son increíbles.
—Pero ¿cómo sabías mis medidas? —pregunto.
Entre risas, la pelinegra me guiña un ojo.
—Te hice el vestido de dama de honor. ¿Cómo iba a fallar?
Encantada, me miro al espejo y sólo puedo murmurar:
—Me encanta..., me encanta..., me encanta.
Durante un buen rato, las tres charlamos, cotilleamos y ponemos de todos los colores a Pocahontas. Sin duda, es nuestro tema principal de desahogo.
Mientras hablamos, Hinata me entrega una liga azul y blanca.
—En cada fiesta se suman complementos.
Sin dudarlo, me pongo la liga y, tras recogerme el pelo en un moño despeinado, cojo un velo y clavo la peineta en él. Entonces, cuando ya me siento como una verdadera novia, grito:
—¡Viva la fiesta del divorcio!
Vestidas de novia y como algo surrealista, salimos del cobertizo y vamos a dar un paseo por el campo.
Durante un rato, y conscientes de que nadie puede vernos de esa guisa, caminamos con tranquilidad mientras charlamos y disfrutamos del precioso paisaje. Yo les hablo de Los Ángeles, de mis amigas, del bareto del novio de la abuela de Sakura y de los destornilladores tan ricos que allí preparan. De inmediato, ellas prometen que irán a visitarme para probarlos, y yo acepto encantada.
Hinata habla de cómo será su vida en Nueva York, de los proyectos que quiere intentar cumplir, y Flor no dice nada. Se dedica a escucharnos hasta que, cansadas, regresamos al cobertizo.
Flor abre entonces una pequeña nevera azul y, mirándonos, pregunta:
—¿Quién quiere una cervecita?
Tras la primera cerveza, cae la segunda y, después, la tercera.
Hablamos de hombres y los ponemos a caer de un burro. Ninguna de las tres está pasando por su mejor momento.
—Hazme caso, Hinata —digo entonces—, la próxima vez quédate con el tío que te haga sentir mariposas en el clítoris, porque lo del estómago ¡es hambre!
Las tres reímos por mi ocurrencia y retomamos el tema de la boda de Flor, pero ésta se niega a dar marcha atrás, a pesar de todo lo que Hinata y yo le decimos.
—Entonces, definitivamente, ¿no hay boda? —concluyo.
Sus ojitos vidriosos amenazan con abrir las compuertas y, asintiendo, afirma:
—Esta mañana he llamado al servicio de catering para anular el pedido. Por suerte, la penalización es pequeña y podré pagarla yo sola. No quiero que, encima, Shii tenga que hacerse cargo.
—Pero, Flor —insiste Hinata—, tú lo quieres. ¿Por qué de pronto esa cabezonería?
—Porque Temari tiene razón: ¿y si yo no soy la mujer de su vida? ¿Y si él debería casarse con otra, pero como me tiene a mí, no lo sabe?
—¡¿Qué?! —pregunto incrédula.
Ay, madre..., ay, madre... ¿A que al final va a ser cierto que yo tengo la culpa?
—Tú aseguras que el amor de Naru es mi prima Tayuya y luchas por saber la verdad —replica ella—. Y, por el amor que le tienes a Naru, simplemente quieres que él sea feliz. ¿Acaso yo no puedo querer lo mismo para Shii?
Con la mirada, Hinata me dice que le cuente la verdad, pero no puedo. No puedo contar eso que tanto me avergüenza y que ha hecho que Flor anule su boda.
Entonces, protesto. Intento hacerle entender que mi caso y el suyo no son el mismo, pero Flor no quiere escucharme. Se agarra a lo que dije, y poco puedo hacer yo.
Sin desvelar lo que sabe, Hinata intenta echarme una mano. No para de hablar, hasta que Flor, desesperada, exclama:
—¡Por el amor de Dios, chicas, pero si incluso el techo del local se hundió! ¿No veis que hasta el cielo está en contra de esa boda?
Ay, Dios..., ay, Dios...
Esto es surrealista y, sin poder evitarlo, me entran ganas de reír.
Subida a la tinaja que hay junto a la puerta del cobertizo, la miro y digo:
—Vamos a ver, Flor. El techo del local no es el cielo; además, estaba para caerse, y no me digas que no te habías dado cuenta. Lo que no sé es cómo no se había caído antes.
—Vale. Tienes razón —afirma ella—. Pero me ha pasado a mí, no a otra novia, y...
En ese instante se oye el frenazo de un coche fuera del cobertizo y, segundos después, unas puertas que se cierran. Flor nos mira extrañada y, cuando atisbo por la puerta abierta, siento que me da un patatús.
A pocos metros de nosotras están Naruto y Shii, que nos miran alucinados a las tres. Sin duda deben de pensar que nos hemos vuelto locas al vernos vestidas de esa guisa.
¡Ay, Diosssssssss, no sé dónde meterme!
—¿Qué quieres, Shii Uzumaki? —pregunta Flor al ver que se acercan a nosotras.
Sin detenerse a pesar de su cara de desconcierto, Shii va hasta ella, le entrega un ramo de flores y dice:
—Yo... venía a ver cómo estabas. Pero, caray..., estás preciosa.
Flor, a la que le ha cambiado la cara, coge las flores y, sin mirarlas, se las entrega a Hinata.
—Te agradezco el detalle —dice—, pero, por favor, no quiero verte. Ya te lo he dicho esta mañana.
Dicho esto, da media vuelta y entra de nuevo en el cobertizo. Shii me mira, mira a Hinata, y entonces ésta cuchichea:
—Vamos, entra, ve tras ella. Sé galante.
Shii no pierde el tiempo y, entrando, dice:
—Pero, nena..., escúchame.
Hinata va tras ellos y yo me quedo como una tonta sentada sobre la tinaja.
Me siento incómoda. La mirada de Naruto me disgusta. No debería haberme encontrado así. Pero ¿qué hago vestida de novia? El tiempo parece detenerse hasta que, por fin, él se mueve y pregunta:
—¿Ese vestido a qué se debe?
Ay, madre..., ay, madre, que no sé ni qué decir...
Pero, con la mejor de mis sonrisas, contesto al ver que espera una respuesta:
—¡Fiesta del divorcio! ¡Chupi!
Me mira. No se mueve. No sé qué pensará de mí. El silencio entre él y yo es incómodo, hasta que no puedo más y cuchicheo para que nadie me oiga:
—Vale. La he cagado al revelarte mis sentimientos. Pero... pero yo soy así. Soy excesiva, impulsiva, romántica hasta decir basta, y clara y concisa cuando necesito decir algo. Me gustas. Me agrada la sensación de ser tu novia, de besarte, de acostarme contigo. Pero, visto que a ti te incomoda lo que a mí me agrada, sólo puedo decirte que tranquilo. Apenas quedan cuatro días para que este teatrillo se acabe, y que conste que, si no lo he acabado hoy mismo, ha sido por tu madre y por Flor. Por Flor, porque voy a poner todo mi empeño en conseguir que se case con Shii porque lo adora, y por tu madre, porque creo que la pobre ya tiene bastante con lo que tiene como para darle otro disgusto más.
—Te dije que no te enamoraras de mí.
—Lo sé —protesto—. Lo sé..., pero, tranquilo, cuando nos vayamos de aquí, volveré a mi vida y me olvidaré de ti.
Menuda mentira acabo de soltar. Conociéndome como me conozco, cuando me vaya de aquí, lloraré por las esquinas y escucharé música country hasta que mis amigas me den cuatro guantadas con la mano abierta y vuelva a ser la loca Temari que pasa de todo y se pone el mundo por montera.
Naruto me mira. No abre la boca. Sin duda no sabe qué decir ante lo que acabo de confesarle de nuevo.
Entonces, desde la puerta, veo que de pronto Flor empuja a Shii y grita mientras Hinata intenta separarlos:
—¡Vete. No quiero verte!
—Cariño, por favor..., recapacita.
—He dicho que no me voy a casar contigo, ¡asúmelo! Búscate otra novia como yo me buscaré otro novio y...
—Flor, pero ¡¿qué estás diciendo?! —grita Shii.
—Digo lo que pienso, y ahora, por favor, márchate de mis tierras.
Shii maldice. Se caga en todo lo cagable, pero finalmente da media vuelta y camina hacia el coche. Al ver a su hermano, Naruto reacciona y dice tocándose el sombrero vaquero:
—He de acompañarlo.
Una vez se marchan, Flor se desmorona y, hecha un mar de lágrimas, se deja caer sobre una destartalada silla, donde no para de llorar durante horas.
Cuando ha anochecido y Flor vuelve a ser persona, Hinata y yo regresamos al rancho, aunque antes nos despojamos de los vestidos de novia, que metemos en las cajas. En silencio, hacemos el camino y, cuando llegamos, digo:
—Voy un momento a la cabaña.
—De acuerdo. Yo también subiré a mi habitación a asearme un poco antes de bajar a la cocina para ayudar a Kushina —dice ella caminando hacia la casa.
Sin muchas ganas de cenar, puesto que tengo el estómago cerrado por el estado de nervios que llevo, entro en la cabaña. Allí, me siento en una silla y, durante diez minutos, miro al suelo. Soy una mujer madura. Soy autosuficiente. Y soy capaz de estar al lado de Naruto y disimular por Kushina.
He de superar la situación. He de hacerle saber a Naruto que no me he vuelto loca y que no le daré la tabarra una vez salgamos del rancho.
Cuando me he convencido de que puedo hacerlo, me levanto, salgo de la cabaña y me encamino hacia la casa. Al entrar en la cocina, miro a Kushina, que, como siempre, está entregada a los fogones.
—¿En qué puedo ayudar? —le pregunto.
Ella retira del fuego unas verduras salteadas y, limpiándose las manos con un trapo, viene hacia mí y suelta:
—¿Qué os ocurre a Naru y a ti?
—Ya te lo dije. Una simple discusión.
Kushina menea la cabeza. Piensa en lo que le he dicho y, finalmente, replica:
—No sé qué os habrá pasado, pero conozco a mi hijo y sé lo susceptible que es para algunas cosas, y hoy tiene el día muy tonto. Sin duda, vuestra discusión lo ha alterado.
Chiyo entra entonces en la cocina.
—Me dijiste que te gustaba leer, ¿verdad? —me dice.
—Sí.
Me alucina su repentina amabilidad para conmigo; entonces me ofrece:
—Pues, anda, ve al salón verde que hay a la derecha y mira todos los libros que tenemos.
—Gracias, pero he de ayudar aquí.
Tan sorprendida como yo, Kushina mira a su suegra cuando ésta insiste:
—¡Vamos, ve! Quiero hablar con Kushina.
Sin rechistar, hago ahora lo que me pide, aunque antes de salir les digo a las dos con la mirada que no quiero gritos y quiero tranquilidad. Ellas asienten. Me entienden sin hablar.
Sin muchas ganas, llego hasta el salón verde. Allí, hay una enorme librería de pared a pared y, rápidamente, me acerco a ella para cotillear.
Con curiosidad, observo que hay un poco de todo, y me paro a mirar las colecciones de novela romántica. Sonrío. Yo tengo esas mismas colecciones en español en mi casa.
De pronto, mis ojos divisan un equipo de música con tocadiscos. Junto a él, veo muchos discos de vinilo y los comienzo a cotillear. Allí, hay discos muy antiguos: Johnny Cash, Billie Holiday, Elvis Presley, Jerry Lee Lewis, The Carter Family, Patsy Cline, Loretta Lynn... Y, de pronto, veo uno que me hace sonreír. Entre todos esos discos y singles, hay uno de mi querida Rocío Dúrcal y, al comprobar que es el de La gata bajo la lluvia, murmuro:
—No me lo puedo creer. ¿Qué haces tú en Aguas Frías?
—¿Conoces ese disco?
Al volverme, veo que Naruto está sentado en un butacón, leyendo, y rápidamente pienso que Chiyo me ha enviado aquí porque sabía que estaba él.
Tengo dos opciones: o darme la vuelta y marcharme o intentar normalizar la situación. Me decido por la segunda y, sonriendo, le enseño el single que tengo en las manos y digo:
—Por favor, ¡es la gran Rocío Dúrcal! ¿Cómo no voy a conocerla?
Naruto deja el libro que estaba leyendo, se levanta y, acercándose a mí, mira el disco.
—A mi padre le gustaba mucho. Aún recuerdo que trajo ese disco de un viaje que hizo a México para comprar unos caballos.
Con cariño, miro el viejo single y afirmo:
—Rocío Dúrcal era española, aunque, bueno, en México la querían mucho, y reconozco que cantaba las rancheras como nadie.
Entonces, tras cogerme el disco de las manos, veo que Naruto enciende el equipo de música y, sonriéndome, pregunta:
—¿Te apetece escucharlo?
Dios, no..., no..., no...
Quiero decirle que no. No quiero que esa canción que tanto me gusta pase a ser un recuerdo más con él, pero al ver su mirada, asiento.
Segundos después, cuando coloca el disco y comienzan a sonar los primeros acordes de la magnífica canción, Naruto me mira y pregunta:
—¿Bailas conmigo?
No..., no..., eso no.
Pero acepto.
Dejo que me rodee la cintura con sus brazos y, al mirarnos, siento que la tensión que hay entre nosotros se acrecienta aún más. Como no quiero mirarlo a los ojos, apoyo la frente en su hombro, y entonces oigo que dice:
—Siento haberme enfadado contigo, pero me descolocaste con tus palabras.
Lo miro. Sus disculpas me gustan.
—Vale.
—No. No vale.
Sonrío. No quiero que sigamos con ese incómodo tema.
—Ya está, Caramelito..., disculpas aceptadas.
En silencio, nos movemos durante unos segundos al ritmo de la lenta y pausada canción, cuando de pronto añade:
—A mí me sucede lo mismo que a ti.
Ay, Dios, ¿qué ha dicho?
Y, al ver mi cara de alucine total, murmura:
—He de confesarte que la sensación de que seas mi novia, de amanecer contigo en la cama y de besarte, entre otras cosas, me gusta, y me gusta mucho. Y cuando lo dijiste anoche, yo...
—Dios mío —lo corto—. ¿Qué estamos haciendo?
Naruto sonríe, pone un dedo en mis labios y murmura:
—De momento, bailar.
Madre mía..., madre mía, ¡esto ya clama al cielo!
Creo que hemos perdido el rumbo los dos.
Creo que la situación se nos ha ido totalmente de las manos.
—Estabas preciosa con ese vestido de novia —dice él a continuación.
—Estaba ridícula. No mientas.
Naruto sonríe entonces de esa manera que me pone cardíaca.
—Estabas encantadora. Eras la novia perfecta.
Bueno..., bueno, ¡lo que me ha dicho!
Creo que me voy a desmayar de un momento a otro.
¡Joder, que el hombre que me gusta me ha dicho algo alucinante!
—¿Puedo pedirte un favor? —pregunta entonces.
—Claro, dime.
Mientras Rocío sigue cantando eso de «la vida es así», mi vaquero dice:
—Cuéntame qué dice la canción. Ya sabes que no sé español, y me gustaría saber si la letra es tan bonita como la melodía.
Sonrío. Ay, Dios, qué nerviosa estoy. Podría inventarme la letra como hice con la de Luis Miguel, pero, sin ganas de mentir en un momento tan raro a la par que mágico, respondo:
—La canción habla del amor imposible de una mujer que se autodenomina como una gata bajo la lluvia. Cuenta una historia que comenzó por casualidad pero que, a pesar de lo bonita y especial que fue, nunca pudo ni podrá ser.
—Vaya... —murmura, y siento su aliento aterciopelado.
—En... en la canción, ella le habla de lo mucho que lo quiere y cuánto lo va a añorar cuando se separen, pero también, a pesar del dolor que siente por su separación, le dice que, aun en la distancia, le desea que la vida le vaya bien.
Naruto me mira. ¡Dios, cómo me mira!
Y yo siento unas irrefrenables ganas de besarlo, pero entonces dice:
—Vaya, nunca imaginé una letra tan triste.
¿Triste? ¡¿Triste?!
Lo triste es sentirse identificada con la canción, pero respondo:
—Sí, pero también es muy bonita.
—Tan bonita como tú.
El vello de todo el cuerpo se me eriza.
Pero ¿qué está ocurriendo aquí?
Lo miro confundida.
Miro su boca, su inquietante, tentadora y dulce boca, mientras la canción me posee más y más y lo oigo decir en un tono ronco a escasos centímetros de mi boca:
—Oye, rubita, ¿tú qué miras?
Dios mío..., Dios mío... La frasecita lapidaria, que sabe muy bien que me pone cardíaca, me deja sin tener ni idea de qué contestar.
Mi excitación sube por segundos, pero me contengo hasta que murmura:
—Te voy a besar, si me lo permites.
Se lo permito, ¡claro que se lo permito!
Y, acercando mi boca a la suya, dejo que me bese con pasión, mientras continuamos bailando lentamente al compás de la música y nuestras bocas se encuentran una y otra vez con mimo y posesión.
La cabeza me da vueltas y, asustada por el torrente de emociones que siento, como puedo, me separo de él y susurro:
—Naruto, creo que deberíamos...
Pero no puedo continuar. Vuelve a tomar mi boca con urgencia. Su respiración se acelera tanto como la mía y, cuando el beso se acaba y nos miramos con ganas de desnudarnos sin que nos importe dónde estamos, dice:
—Hay algo en ti que me vuelve loco como nunca me ha pasado y...
—¡Ay, Dios mío! Cuántos años llevaba sin oír esta canción...
Al oír la voz de Kushina, Naruto deja de hablar y ambos la miramos. Está temblando como una hoja y, llevándose las manos a la cara, se echa a llorar.
Él me suelta rápidamente y se encamina hacia su madre. La sienta en el butacón donde momentos antes estaba él y, cuando yo me acerco, él pregunta:
—Mamá. Mamá, ¿estás bien?
Kushina me mira, después mira a su hijo y, limpiándose las lágrimas, asiente.
—No te imaginas lo feliz que me ha hecho oír esa canción y veros a vosotros bailándola como la bailamos cientos de veces tu padre y yo. Ay, Naru..., no te imaginas lo dichosa que me estás haciendo. Y tú, Temari, eres una bendición para mi hijo, con todo lo que nos está cayendo encima. Estoy tan... tan contenta de ver cómo os queréis, que creo que voy a explotar de felicidad.
Creo que, al oír eso, ambos regresamos a la realidad.
Pero ¿qué le estamos haciendo a esa pobre mujer?
En ese instante veo a Chiyo, que nos mira desde la puerta. No dice nada, y yo no despego mis labios. Naruto, que está a mi lado, tampoco sabe qué decir. Entonces, para cortar ese momento tan incómodo para nosotros, pero tan emotivo para Kushina, señalo:
—Caramelito, creo que es mejor que vayamos a cenar.
Naru asiente. En sus ojos veo el desconcierto y, tras agarrar a Kushina del brazo, la levanto y digo:
—Venga, vayamos a cenar antes de que los demás se lo coman todo.
Eso hace sonreír a la mujer, que sale conmigo del salón verde, mientras Naruto nos sigue y estoy segura de que se siente tan desconcertado como yo.
