¡Hola! Espero que estén muy bien en este mes de abril queridas lectoras y estimados lectores. ¿Qué puedo decir que no haya dicho ya? Sólo agradecerles infinitamente a todas/os los que me han acompañado hasta aquí, tanto a quienes tienen una cuenta como a quienes no. Créanme que sin su apoyo esta humilde historia habría terminado hace mucho tiempo, pero sus reviews han sido el alimento para seguir escribiéndola, por eso quiero agredecerle de todo corazón a esas personas que me han brindado su valioso tiempo durante esta segunda parte del fic, específicamente desde el capítulo 10:
Cherrymarce, Kisa Tsutaka, Chichi-san34, DAngel7, Francisvict, Adori-san, FictionInador, DrizzleDay, Suiren15, DM13, Kokoro Uchiha Anele 01, NatyGaitan, Ridesh, VanessaAcosta, Maylina Black, Doncan, Hinamia, Restia32, Nana, Cecilia HP, YamiHyuga22, Rukia94, Holy Van God, Paz, Mangelot Farid, Luned Anko89, HammiYang, AnairamMariana, VikamiValencia, Constanza, Amaterasu13, Lunavianney84, Karen Juliet, Gabi, Xinthiia, DanDrag, Cristy Nohara, HorrorKarua, D.M, , LizzyGrant17, Kristy Vanessa Barreto, Hinamel, Azkipi, Ana, Layill, Christian-dps507, D7 M6 T8, Gaby, Sisori94, Heidy Nares, Majoestuvoaquii, Tamara y a cada uno de los Guests que comentan sin ponerse un nombre. Muchas gracias a todas y todos por darme sus opiniones y acompañarme hasta aquí :D. Por último, también quiero darle un agradecimiento especial a mi amado gatito Chancho, al cual siempre mantendré muy presente.
Vocabulario:
Pírrico: Dicho de un triunfo o de una victoria: Obtenidos con más daño del vencedor que del vencido.
Tizona: Espada.
Zollipo: Sollozo con hipo, y regularmente con llanto y aflicción.
Zollipar: Dar zollipos.
Palastro: Chapa o plancha pequeña sobre la que se coloca el pestillo de una cerradura.
Somatizar: Transformar problemas psíquicos en síntomas orgánicos de manera involuntaria.
Embozar: Cubrir el rostro por la parte inferior hasta las narices o los ojos.
Horrísono: Que con su sonido causa horror y espanto.
Belísono: De ruido bélico o marcial.
Bruno: De color negro o muy oscuro.
Entrechocar: Dicho de dos cosas: Chocar entre sí.
Vindicar: Vengar.
Chapalear: Producir ruido al mover las manos o los pies en el agua o el lodo, o al pisar éstos.
Eviscerar: Extraer las vísceras.
Plañir: Gemir y llorar, sollozando o clamando.
Porrada: Golpe que se recibe por una caída, o por topar con un cuerpo duro.
Aciago: Infausto, infeliz, desgraciado, de mal agüero.
Llantear: Llorar, plañir.
Casquete: Pieza de la armadura antigua que cubría y protegía la cabeza.
Esclava Sexual, Capítulo Final
Al ver la muerte de Suigetsu, la fémina de ojos albinos quiso gritar con todas sus fuerzas, pero su voz fue absorbida por la feroz culpabilidad que azotó cada una de sus entrañas. Si tan sólo hubiera matado a Kabuto con la flecha que disparó, Hozuki aún estaría con vida. Aunque pudiese dañar al peliblanco por error, habría sido mejor tirar a matar, ya que, después de todo, llevaba una armadura que lo protegía. Si fallaba, la flecha difícilmente le habría dado en la zona sobacal o en las corvas; y haber perforado su yelmo era improbable. Tratar de cuidarlo, el hecho de intentar no acertarle, había terminado causando su muerte. A raíz de ello, el agobio del yerro cometido hizo que cayera de rodillas instantes después. Sólo conversó una noche con él mientras se tomaban una cerveza, pero se notaba un tipo de buen carácter que no merecía un destino tan injusto; uno que había acaecido por su maldita culpa. Esa era la cruel realidad.
Su propia angustia le advirtió que Karin debía estar peor que ella, por lo que le dirigió sus ojos; estaba con sus palmas en el rostro, clavándose sus uñas en las mejillas como una manera de liberar su dolor. También intentó constatar el estado de Sasuke, aunque su mirada chocó contra su recia espalda.
Uchiha observó el cadáver de su amigo mientras un peso muy conocido se depositaba en la base su abdomen, ascendía por las costillas y se incrustaba cruelmente en su corazón. ¿Cuantas veces más tendría que perder a los seres que apreciaba? ¿¡Cuantas veces más!? Sin embargo, ahora mismo no tenía tiempos para lamentos; hundirse en éstos sólo causarían que el sacrificio de Suigetsu fuera en vano, que todo lo conseguido hasta ahora sirviera de nada. El poner todo su esfuerzo en salvar a Hinata de Kabuto, provocó que su cansancio fuera terrible; prácticamente inhumano, pues su resistencia física había sido llevada más allá de cualquier límite. En circunstancias totalmente saludables no padecería tal agotamiento, pero en su vulnerabilidad actual ya estaba jadeando profusamente, además de tener gruesas gotas de sudor que recorrían tanto su frente como su pecho. No obstante, sólo quedaban cuatro élites más por derrotar: el terrible dúo formado por Haku y Zabuza, además de Hanzo y Zetsu. Había un quinto guerrero, Sai, al cual Sasuke no descartaba pese a su terrible herida en la rodilla. Que ésta tuviera un corte profundo le impediría caminar, pero aún le sería posible usar sus manos para emplear un arco, por lo que debería tener cuidado de ser flecheado en un descuido. Pensó en lanzarle una espada desde lejos, pero habría sido un desperdicio; era seguro que los cuatro FE que tenía por delante bloquearían el arma antes de llegar a destino.
Entre gritos que las muchachas jamás olvidarían, Kimimaro, cortado por la mitad a la altura de los intestinos, agonizaba mientras sus puños golpeaban el piso a fin de soportar el espantoso tormento en sus centros nerviosos. Justo antes de que Haku llegase con él para extinguir su sufrimiento, los horrísonos alaridos fueron acallados por Zetsu, quien, cansado de escucharlo, le atravesó la cabeza con su acero. Aunque su intención fue puramente egoísta, su acto igualmente extinguió el calvario del discípulo más leal a Orochimaru.
—Ahora estás solo, Uchiha —sonrió Hanzo diabólicamente, sin importarle en nada la muerte de Kimimaro o de sus otros compañeros.
Económicamente hablando, el rubio comandante pensaba en lo bien que habían salido las cosas. Mil monedas de oro serían repartidas entre cuatro, ya que a Sai lo mataría apenas Uchiha cayera. Estaba seguro que ni Zabuza ni Zetsu se quejarían por su muerte, puesto que, gracias a ésta, tendrían una inmensa fortuna de doscientos cincuenta monedas de oro para cada uno. Haku quizás podría oponerse, pero eso daba igual ya que él sólo seguía a rajatabla los designios de Momochi.
Sin desperdiciar el tiempo, los cuatro asesinos de Danzo se colocaron en línea uno al lado del otro. Pronto dejaron escudos a un lado, cogiendo dos espadas en cada mano para realizar una ofensiva imparable. La respuesta de Uchiha fue esgrimir una sola tizona, mientras, como repentizado escudo, tomaba en la otra mano la tapa metálica soltada por Karin. En total tendría que contrarrestar ocho espadas sin ayuda de Suigetsu; una verdadera locura tomando en cuenta que enfrente suyo estaban guerreros de élite del nivel más alto de combate. A eso había que sumarle el hecho de que sus pies imitaban bloques de concreto, los brazos le pesaban como si fueran de plomo y sus pulmones realizaban el acto de respirar con tanta dificultad que parecían llenarse de escarcha en vez de aire. Por lo tanto, sus movimientos serían muy lentos como para enfrentar exitosamente al terrible cuarteto de enemigos. Aquello era lo que dictaba la lógica fisiológica, pero una fuerza desconocida en su interior no estaba de acuerdo con tal premisa. Esa energía espiritual que le permitía seguir de pie era impulsada por sus deseos de salvar a Hinata y vengar a Suigetsu. El amor y la venganza se volvieron una sola fuerza que provocó una ignición incandescente en su dualidad cuerpo-alma.
Entretanto Sai, inmóvil desde su posición, miraba el espectáculo a sabiendas de que en los siguientes segundos se produciría la caída del general Uchiha, aunque, siempre fiel a su costumbre, ninguna emoción asomó en su corazón.
Los contendientes intercambiaron furiosas miradas por última vez antes del ataque decisivo. Los cuatro FE estaban convencidos de que estos serían los momentos finales de su enemigo. Por el otro lado, el guerrero perfecto tenía la seguridad de que los mataría a todos. Vencerlos en su actual estado de agotamiento parecía tan difícil como nadar sobre lava de un volcán, mas no se rendiría en el momento culminante. ¡Ahora menos que nunca!
«Recuerda, Sasuke: el cuerpo dispone de una fuerza y resistencia mucho mayor de la que todos piensan, pero es la mente quien regula tales atributos para no terminar haciéndonos daño. Calcular que levantar mucho peso lastimará la espalda o parar de correr en cuanto el corazón se desboca demasiado, son los limitantes mentales que previenen lacerantes desgarros, fulminantes fracturas o fatales infartos. Sin embargo, en situaciones muy desesperadas tales restricciones pueden anularse ya sea consciente o inconscientemente. Un claro ejemplo de ello es una madre que, sacando fuerzas sobrehumanas, es capaz de levantar un carruaje para salvar a un hijo atrapado. Otro ejemplo es un padre que corre a una velocidad milagrosa para salvar a su hija de ser atropellada. Cuando sufras una situación tan extrema que la muerte será inevitable, piensa con todas tus fuerzas en lo que deseas proteger y libera toda tu capacidad corporal sin preocuparte de lo que suceda después. Hacer eso puede darte la victoria»
Evocando el secreto que su adorado hermano le enseñó catorce días antes de la emboscada, Sasuke se desprendió de sus restricciones psíquicas sin importarle en nada las nefastas consecuencias. Aunque tuviera que sacrificar su salud o su propia vida para lograrlo, salvaría a Hinata.
¡Lo haría a cualquier precio porque la amaba!
Corriendo a una velocidad inhumana a la vez que daba un belísono grito, el último Uchiha avanzó provocando que los élites retrocedieran. Su intención era alejarlos lo máximo posible de las chicas o podrían atacarlas. Aprovechó de modo magistral la única ventaja que tenía: por motivos de espacio, los golpes enemigos eran previsibles estocadas frontales o terminarían hiriendo a quien tenían al lado. Viéndose completamente abrumados por la infernal sucesión de espadazos, los cazarrecompensas supieron que de seguir así morirían pese a su ventaja numérica. Entonces, haciendo gala de su extraordinaria coordinación, Zabuza y Haku detuvieron el feroz adelantamiento atacando por flancos diferentes aunque hiriesen a Hanzo en el proceso. Éste entendió que tal movimiento era necesario o iban a morir todos, retrocediendo un poco para luego volver a sumarse en la acometida.
Zetsu, desplegando una agilidad asombrosa, aprovecharía un espacio libre para desafiar a la gravedad: como si pudiera correr sobre la pared en vez del piso, dio rápidos y largos pasos que le permitieron caer de pie a espaldas de Uchiha. Fiel a su deshonroso estilo, procuró darle la estocada fatal de esa forma alevosa. Muy pronto pasaría a la historia como el hombre que fue capaz de acabar con Sasuke Uchiha. Éste, entretanto, tenía plena conciencia de lo que sucedería, pero incluso para alguien tan hábil como él la situación era nefasta; cuatro FE atacándolo por distintos flancos era una muerte casi segura, dado que defenderse de uno significaba abrir un punto débil para otro. El combate parecía decidido a favor del cuarteto, pero, justo en ese momento, un certero flechazo se incrustó en el cráneo de Zetsu, quien murió sin siquiera enterarse de qué había pasado. El asesino de Danzo pagó muy caro el hecho de despreciar a la mujer Hyuga que yacía en el fondo. La vida, tan irónica como siempre, lo castigó dándole muerte del mismo modo en que él acostumbraba hacerlo: por la espalda.
Temiendo instintivamente que la maldita Yamanaka también estuviera en el barco, los élite retrocedieron de inmediato. En cuanto la lógica venció al instinto de supervivencia, comprendieron que era imposible la presencia de la blonda allí, dado que todas las informaciones aseguraban que nunca abordó a Jiren.
¿Acaso existía una mujer con tanta puntería como ella?
—¡No estás solo, Sasuke! —le dijo Hinata, apuntando sin temblar pese a que era la primera vez que mataba a alguien. Sabía que hacerlo lastimaría su conciencia por muchos días, pero ahora mismo no era el momento para lamentos. Tal como antes lo dijo Uchiha, esto era matar o morir. Aquella era una dolorosa lección que había aprendido con la muerte de Suigetsu.
Mientras tanto, Karin, dispuesta a ayudar a Sasuke y vindicar a su guardaespaldas, arrojó por la izquierda la tapa de la segunda alacena, lo cual sirvió para que Uchiha aprovechara de contratacar de una manera perfecta. Los tres élites restantes no tuvieron más remedio que retroceder aún más ante la bestial acometida, logrando, tras un esfuerzo, alejarse del peligroso pelinegro varios metros. La furia por lo sucedido con Hozuki, hizo que la pelirroja derrotara completamente su miedo a la muerte. Éste podía volverse muy fuerte, pero suele ser superado cuando se tiene que proteger a un ser amado o por la furia que provocaba la sed de venganza.
—¡Van a pagar la muerte de Suigetsu, malditos bastardos! —exclamó la Uzumaki, descontrolada por sus emociones profundamente alteradas.
Para los élites fue increíble que una simple mujer, una con la voz desgarrada de dolor, que no tenía ningún arma y que además tenía lágrimas en sus ojos, pudiera verse amenazadora. Luego enfocaron sus ojos en la que había matado a Zetsu, dándose cuenta de que ella se veía incluso más intimidante. Por mucho que Zetsu se haya confiado, acertarle al primer disparo dejaba claro que esa bruja Hyuga era muy peligrosa.
En medio de los dieciocho cadáveres, envuelto en los chorros de sangre de sus enemigos, Sasuke nunca pensó que sería apoyado por dos mujeres en su batalla más decisiva. Aquello le tocó el orgullo un momento, pues su sexismo no era algo que se extinguiría en tan sólo dos semanas. No obstante, ver a ambas chicas tan llenas de determinación le hizo entender, por fin, que el término «sexo débil» estaba equivocado.
—¡Mujeres atrevidas! —gritó Hanzo enardecido —. ¿¡Cómo osan oponerse a las fuerzas especiales?! Vuelvan al lugar que les corresponde a basuras como ustedes: ¡la cocina!
—¡Vas a morir precisamente en una cocina, pedazo de imbécil! —contestó Karin con la voz desgarrada aunque desafiante, rellena de una ira incontrolable.
El blondo cerró puños y dientes. Por el calor del combate, había olvidado completamente en cuál lugar estaba.
—Apártense, mujeres inferiores —demandó Momochi, subrayando un claro desprecio en sus dos últimas palabras —. Si lo hacen las dejaremos vivir.
—¿Piensas que vamos a creer en la palabra de hombres tan ruines como ustedes? —cuestionó Karin —. ¡Púdranse, malditos! —Avanzó valientemente hasta quedar al lado de su antigua pareja, sujetando con ambas manos una tizona recién recogida de los cadáveres. Estaba dispuesta a caer luchando en vez de morir sin hacer nada; aunque sólo durase un segundo batallando, igualmente podría servir como distracción.
—Van a pagar muy caro la muerte del señor Suigetsu —agregó Hinata sin tartamudeos ni temblores corporales, también avanzando hasta quedar próxima a quien amaba.
A los guerreros de élite les resultó inverosímil que un par de chicas pudieran insolentarse de esa manera ante ellos, pero también tenían dos manos, dos piernas y un espíritu valiente para defenderse de la muerte y ayudar al soldado más fuerte. Ahora mismo la pelirroja sostenía su espada sin mostrar miedo alguno, mientras la de ojos blanquecinos tenía en el arco una flecha lista a dispararse. Definitivamente no podían subestimarlas o les podría pasar lo mismo que a Zetsu. El peligro de ser saeteados obligó a los élite a premunirse de un escudo, dejando de lado la gran ofensiva de blandir dos espadas en cada mano.
—Vuelvan atrás —ordenó Sasuke entre jadeos que pretendían calmar su agitada respiración —. Estando a mi lado sólo serán un estorbo porque necesito espacio para maniobrar la espada. Yo me encargaré de matarlos.
Las féminas entendieron que él tenía razón, por lo cual comenzaron a retroceder sin voltearse. Lo harían lentamente, tanteando el piso con los pies a fin de no tropezar con algún cadáver. Sin embargo, los tres élites no desaprovecharían el agotamiento de Sasuke sumándose a la falta de espaciosidad por culpa de las atrevidas mujeres, de modo que, coordinándose sin palabras de por medio, se lanzaron al mismo tiempo en pos de la anhelada victoria.
Una de las grandes ventajas que tenía Uchiha como guerrero era su capacidad de predecir los movimientos del enemigo, tal como un ajedrecista experto siempre lee la siguiente jugada sobre el tablero. Por ello, corrió hacia delante dispuesto a emplear una de las mejores técnicas de Gaara: hacer que el arma contraria juegue a favor tuyo. A la vez que se agazapaba, su improvisado escudo empujó la primera estocada lanzada por Zabuza de tal manera que la espada atacaría por inercia a la cabeza de quien tenía al lado: Haku. Momochi nunca esperó que Sasuke pudiera hacer tal movimiento a una velocidad tan inhumana, pero para el guerrero más fuerte no existían imposibles. Preocupado de no herir a Haku su guardia cayó por menos de segundo, tiempo que el hijo de Fugaku no desaprovecharía: con un lacerante espadazo horizontal, abrió el vientre del embozado de cintura a cintura y a una profundidad que estuvo a un tris de cortarle la columna vertebral. El terrible golpe siguió hasta bloquear un mandoble de Hanzo por el lado contrario, aunque muy pronto tuvo que dar un salto hacia atrás o el blondo, gracias a ocupar ambas extremidades, superaría su defensa de una sola mano.
—¡Zabuza! —gritó Haku desesperadamente al tiempo que detenía su ataque contra Uchiha.
Momochi cayó de rodillas queriendo dar un tremendo grito de dolor, mas, por alguna razón, de su garganta sólo surgió un agónico gorgoreo. Entre impresionantes chorros de sangre, sus tripas empezaron a salir desde su abdomen como si fuesen temblorosas culebras que se extendían sobre el suelo. Utilizando sus manos quiso impedir el escape de sus vísceras, pero sería una tarea imposible de cumplir por la enorme magnitud del corte.
Haku, teniendo una expresión atestada de espanto, se arrodilló velozmente a su lado. Afirmó su escudo en la espalda para que la mujer arquera no les diera fin e intentó devolverle los intestinos a su camarada como si eso pudiese ayudarlo de algún modo.
La Salamandra intentó frenéticamente estoquear al soldado perfecto, pero éste hizo que su espada y su escudo se trabaran contra los del blondo, enfrascándose en una batalla de puro empuje físico. Como las manos estaban ocupadas y las piernas imprimían fuerza de tracción contra el suelo para no caerse, ambos se dieron un feroz cabezazo buscando la nariz del otro, pero, al hacerlo al mismo tiempo, sus frentes chocaron la una contra la otra. Esto les obligó a apartarse o la contusión posterior podría dejarlos vulnerables al bajar la guardia durante un segundo. En ese momento crucial, un flechazo de Hinata rozó la nariz de Hanzo. No se trató de que ella fallase el disparo; fue el rubio quien logró evadir al pronosticar lo que sucedería en cuanto quedara en la mira. Otra saeta furtiva atravesó el aire, pero esta vez dirigiéndose directamente al órgano vital de Uchiha, quien apenas pudo evitar la muerte gracias a sus reflejos superiores, empero, la saeta se clavó justo en su bíceps izquierdo. El causante fue Sai, quien, pese a estar sobre el suelo sin posibilidad alguna de moverse, igualmente tomó uno de los arcos desperdigados esperando el mejor momento para disparar. Lo sorpresivo del ataque provocó que Hanzo y Uchiha tuviesen resultados distintos para dos acciones similares.
—¡Sasuke! —se desgañitó una doliente Karin.
Hinata habría gritado de la misma forma, mas, esbozando una agilidad mental impresionante para una civil, aprovechó el espacio lateral a fin de saetear a Sai, quien alcanzó a ladear su torso para evitar un impacto letal. No obstante, pese a su veloz reacción, su brazo también fue atravesado a la altura del bíceps, horrible lesión que le prohibiría volver a disparar nuevamente. Fue como si el mismo destino le cobrara venganza por la acción esgrimida contra el general.
—¡Estás muerto, Uchiha! ¡Con un brazo menos estás perdido! —espetó Hanzo, enardeciéndose ante la nueva e inesperada ventaja.
El rubio tiró el escudo a un lado, desenvainando su arma secundaria. Blandir dos espadas contra una le daría la ansiada victoria, aunque debía seguir teniendo cuidado de la maldita mujer Hyuga, ese clan maldito que aún se negaba a desaparecer del todo.
Mientras todo lo anterior sucedía, el eviscerado Momochi, entre horripilantes estertores, era llevado rápidamente hacia el cese de la existencia.
—¡Zabuza, quédate conmigo! ¡Te lo suplico! —gritó el andrógino mientras oía como las entrañas de quien amaba crepitaban por dentro y por fuera. El viscoso estómago fue deslizándose hacia el espacio vacío que dejaron los intestinos, esperando su turno para salir del cuerpo a través de la tajadura.
—Fuiste... —su mortecina voz trastabilló por lo inconmensurable de su sufrimiento —, fuiste mucho más que una herramienta para mí, Haku... —confesó honestamente para después exhalar su último aliento. La vida escapó de entre sus labios en un prolongado y perturbador jadeo, terminando así por fin su terrible agonía.
—¡No me dejes solo, te lo ruego! ¡Yo te amo, Zabuza!
No hubo respuesta; jamás la habría. El embozado ya poseía la mirada apagada que sólo la muerte podía brindar, lo cual ocasionó que el cerebro de Haku entrara a un colapso. Su velocidad de procesamiento neuronal se ralentizó hasta tergiversar su capacidad de comprensión. Al no ser capaz de enfrentar la realidad su cabeza negó varias veces, intentando reingresar los intestinos y demás entrañas al cuerpo de su compañero, pensando genuinamente que de esa forma él sobreviviría. Su mente se rehúsaba a aceptar el sufrimiento más grande que padecería en toda su vida, por lo que siguió durante muchos segundos devolviéndole los órganos a su portador. Sin embargo, sus sobrecogedores y dementes esfuerzos resultaron infructuosos: como los ligamentos fueron cortados de raíz, los intestinos volvían a emerger como si una fuerza interna los expulsara hacia el ambiente. La fantasía de salvarlo se fragmentó en miles de pedazos al darse cuenta, por fin, que su maestro había partido hacia la inexistencia. A consecuencia de la espantosa verdad, Haku tembló, sollozó, llanteó, plañó, hasta que finalmente dio un grito tan prolongado que le desgarró las cuerdas vocales como lo haría una filosa cuchilla.
En el ínterin, La Salamandra trataba con todas sus fuerzas de rematar a Uchiha aprovechando que estaba dañado en su brazo. La tormenta de espadazos se intensificó a tal nivel que el ojo humano apenas era capaz de seguirlo. Los movimientos eran tan rápidos que Hinata no podía disparar la flecha que tenía preparada o podría matar a Sasuke por accidente, pero al menos la amenaza de su arco seguía latente en el cerebro de Hanzo, coartándole de esa manera algunos movimientos. Al ya no portar un escudo, si se descuidaba podría recibir un saetazo furtivo que podría acabarlo. Karin, sujetando una tizona a dos manos, se debatía entre realizar un ataque suicida o no estorbar a Sasuke, pues su total inexperiencia en la esgrima podría ser perjudicial en vez de una ayuda.
—¡Muere de una vez, maldito Uchiha! —gritó el de opacos cabellos rubios, ya desesperado por la habilidad del guerrero perfecto para mantenerse con vida. Evadía como un torero y contratacaba peligrosamente con su única espada a la vez que lanzaba fuertes patadas buscando el costado de sus pantorrillas. Un golpe bien dado podría entumecerle las piernas o en el peor de los casos incluso hacerlo perder el balance, lo cual lo llevaría irremediablemente a perder la vida. —¡Reacciona, Haku! ¡Hay que matar a Uchiha! —solicitó ayuda al verse sobrepasado, a sabiendas que no podría exterminarlo solo pese a su lesión en el bíceps.
El hombre que parecía mujer no se dio por aludido. Seguía perdido en otra dimensión en que sólo el dolor existía. Había perdido al único ser que se convirtió en su compañero cuando cayó en el abandono total, al hombre que antes de morir le confesó que fue más que una herramienta para él. En un principio Momochi lo apadrinó por razones meramente egoístas, pero, al transcurrir de tantos años, se formó entre ellos un vínculo que no necesitaba nombre ni título. Zabuza fue la única persona que le hizo sentir útil; el único que destruyó su insufrible soledad.
—¡Soldados! ¡Necesito apoyo urgentemente! —gritó el de cabellos amarillentos a todo volumen clamando por los refuerzos que esperaban afuera.
Respondiendo contra el grito recién arrojado, Hinata concretaría una acción decisiva al mismo tiempo que controlaba su ansiedad. El temor a fallar no bloquearía su puntería, puesto que si no acertaba al primer intento lo haría en el segundo. En cuanto rápidamente tuvo en la mira a la cerradura, detuvo su respiración y disparó confiando en su talento innato. Éste, gracias a las cuatro horas previas de práctica, no le falló. La flecha se incrustó de manera perfecta en el objetivo, hundiéndose de tal forma que partió tanto al palastro como al cilindro interno que permitía girar la llave en la cerradura. La entrada de metal se atascaría por lo menos unos quince minutos.
—¡Si vienen los mataré a ustedes también! —añadió el pelinegro para prevenir futuros intentos de tirar abajo la puerta. Los militares, a sabiendas de que ellos recibirían el mismo sueldo de siempre, no arriesgarían sus vidas por una recompensa que sólo recibiría la élite. Mucho menos osarían enfrentar al guerrero más fuerte de todos en un estrecho pasadizo.
La Salamandra no perdería valiosos segundos lamentando su suerte: como la técnica de atacar con dos espadas desde distintas direcciones no daba resultado por las impresionantes evasiones de Sasuke, decidió ejercer velocidad y fuerza al mismo tiempo; así arremetió con las dos tizonas combinándolas como si fueran una. Uchiha, quizás por cansancio, necesitó bloquear en vez de esquivar, pero un solo brazo no era suficiente para contener la fuerza de dos. Por tal razón el de negros ojos necesitó retroceder inevitablemente, pero aquello lo hizo trastabillar con uno de los múltiples cadáveres desperdigados por el suelo, causando que su guardia bajara a la vez que caía de espaldas. Hanzo incluso pudo sentir como la espada se soltaba parcialmente de la diestra de su enemigo, lo cual lo tentó a darle una estocada mortal sin dudarlo siquiera un milisegundo. Aquella reacción instintiva, tan propia de un guerrero, fue lo que precisamente estaba buscando Sasuke con su aparente traspié que en realidad había sido intencional: previó que Hanzo, creyendo en una victoria segura, lanzaría un ataque definitivo arriesgando sus brazos en el proceso. Al de cabellos amarillentos le pareció tan genuino el trompicón y el afloje de la espada que sólo notó su error cuando Uchiha, moviendo su muñeca como lo haría un demonio, le cercenó la mano derecha, la cual cayó al suelo vomitando chorros de sangre. Su zurda, por estar tan cerca de su hermana, sufrió el mismo destino en menos de un segundo. Lograr un movimiento tan potente mientras se caía de espaldas era algo muy difícil, pero lo improbable no era sinónimo de imposible. Y menos tratándose de alguien tan hábil como Sasuke Uchiha, para quien no existían tácticas irrealizables en cuanto a la esgrima.
El blondo no dio ningún grito; quizás por tener una gran resistencia al dolor, quizás por la conmoción de tener que asimilar que había perdido ambas manos de un segundo a otro. Pasar de saborear una victoria segura a sufrir una cruenta derrota lo hizo caer de rodillas, pero Sasuke no quiso darle la estocada de gracia. La Salamandra había matado a Suigetsu, por lo que después pagaría un terrorífico precio por ello. A sabiendas que un élite sin manos todavía podía usar sus dientes contra los cuellos de las chicas que él debía proteger, decidió no correr riesgos al respecto. Pese a su inmenso cansancio logró ponerse de pie, azotándole dos veces la cabeza contra el suelo de una manera brutal a fin de asegurarle la inconsciencia. Ambos golpes también pudieron haberlo matado perfectamente, pero, si seguía vivo después de eso, entonces se encargaría de darle un final acorde al que se merecía.
Dirigió su mirada a Haku, el último élite a vencer, quien, protegido por el escudo que se afirmaba contra su espalda, lloraba sobre el cadáver de Momochi. Pensó en arrojarse para darle muerte por sorpresa, pero Hanzo había conseguido retrasarlo lo suficiente: el andrógino se irguió alzando el escudo en su zurda; entonces Hinata pudo ver como desde su menudo cuerpo surgía un aura completamente negra y desbocada. Fluía por todo su semblante como un fuego negro de proporciones asombrosas.
En cuanto el guerrero más fuerte enfocó esos ojos enfermos de odio, se recordó a sí mismo como si estuviera viéndose en un espejo. Haku estaba colérico, sediento de sangre, irradiando vindicta por cada poro, misma que era un enorme motivador para superar cualquier límite. Aquello era algo que Uchiha sabía mejor que nadie.
Se miraron un par de segundos, destellando emociones divergentes. Sasuke, tan agotado que apenas podía sostenerse en pie, supo que ganar sería una misión muy difícil de lograr en su estado actual. No obstante, como una inagotable fuente de inspiración, momentos vividos junto a Hinata aparecieron en oleadas sucesivas. Dolor; discusiones; confesiones; perdones; reconciliaciones... Un conjunto de cosas que se fusionaban en una sola y mágica palabra: amor. Y entonces, como si fuera una corriente eléctrica contactando cada centímetro de su cuerpo, aquel sentimiento prendió todos sus músculos con una renovada dosis de adrenalina, preparándose a dar el último esfuerzo que significaría salvar a Hinata de las fuerzas especiales.
De súbito, Haku envió una sentencia que estaba muy seguro de volver realidad. Buscaría la muerte del guerrero más fuerte con toda su fuerza, con todo su espíritu, con todo el amor que seguía sintiendo por Momochi, a fin de hundir sus armas en quien le quitó la vida.
—Me quitaste lo más importante en mi vida y te juro que vas a pagar por ello, Uchiha Sasuke —su tono de voz desprendió una tranquilidad que contrariaba completamente la violencia de su mirada.
Entre prominentes jadeos, el prometido de Hinata dio su ácida respuesta.
—No te preocupes, muy pronto te unirás a Zabuza en el infierno. —Por más cansado y herido que estuviera no fallecería justamente cuando sólo quedaba un élite por vencer. Iba a derrotarlo sin caer, ya que aún debía proteger a Hinata de las huestes de Danzo que esperaban afuera. ¡No sucumbiría ahora!
Extrañamente Haku no se lanzó al ataque enseguida: retrocedió unos pasos hasta llegar con el cadáver de Kimimaro, ya que utilizaría su torso cortado a su favor. También podría hacer lo que tenía en mente con los restos de Zabuza, pero obviamente jamás maltrataría a su maestro ni siquiera estando muerto. Moviendo el cadáver partido de un lado a otro, arrojó hacia la hilera de antorchas la sangre que seguía brotando a chorros desde el corte.
Uchiha, por mera deducción lógica, sabía muy bien lo que se proponía hacer Haku. De hecho, él mismo se lo había mencionado a Suigetsu cuando planeaban la estrategia antes de la pelea: «Quizás, en algún momento de urgencia, deje este pasillo a oscuras apagando las antorchas con la sangre de algún brazo cortado». El andrógino debía tener muy claro que, pese a tener un brazo extra, seguía sin estar a su altura o, como mucho, lucharían como dos iguales. Si quería tener completa seguridad de obtener la victoria entonces apagar las luces asomaba como la mejor táctica. Ya cobijado por la negrura se sacaría el calzado para que sus pasos apenas provocaran ruido, mismo que además sería camuflado por la estruendosa lluvia. Se volvería un ser prácticamente inaudible. Sasuke podría intentar lo mismo, pero sus zapatos estaban fuertemente abrochados, por lo que no alcanzaría a retirárselos. Haku, en cambio, llevaba unas alpargatas que se podía quitar fácilmente en apenas unos segundos. El hombre que amaba a Hinata hubiese preferido arremeter para prevenir la extinción de las llamas, pero un fuerte mareo le avisó que, por el terrible agotamiento que padecía, podría caer infartado en cualquier instante. Incluso tuvo que poner su espada a modo de bastón para mantenerse en pie. Entonces decidió seguir inmóvil, pues cada segundo transcurrido le significaría un aliento más de lozanía antes que los ventrículos de su corazón colapsaran por el exceso de esfuerzo. No tenía más remedio que confiar en que la tiniebla le sería una aliada en vez de una enemiga y esperar que el río de sangre sobre el suelo le permitiese oír los chapaleos del pelilargo.
Hinata disparó dos flechas tentando suerte, pero Haku las bloqueó fácilmente con el escudo. Apenas precisó moverlo un poco.
Después de un lapso las antorchas se apagaron por la lluvia de sangre, suscitando una oscuridad casi total en el pasillo. Sólo el inicio del mismo, en donde no había nadie, siguió iluminado gracias a los candiles portátiles que dejaron las FE en cuanto entraron. La tenebrosidad consiguiente fue tan grande que ninguno de los allí presentes podría haber visto su mano de acercarla a su cara. De hecho Karin realizó el movimiento anterior, pero no pudo ver sus dedos aún teniéndolos a menos de tres centímetros de sus ojos. Ahora mismo, todos en aquel pasillo tenían la misma capacidad visual que un ciego desde el nacimiento. Por cortos segundos, pero largos al mismo tiempo, hubo un silencio espectral, sepulcral, tétrico. Sólo la sinfonía de la lluvia persistía en hacerse notar acústicamente.
Hyuga necesitó morderse el dorso de una mano para liberar un poco la tensión terrible que vapuleaba cada nervio de su cuerpo. Quería indicarle a Uchiha por dónde atacaría el enemigo, pero las auras brunas que sus luceros detectaban desaparecieron camufladas por la oscuridad. Quizá de ser energías con otra tonalidad la historia habría sido diferente, pero ni siquiera sus ojos podían distinguir al color negro entre más negro. Karin, entretanto, dejó su espada a un lado y entrelazó sus dedos para enviar un sentido rezo a las fuerzas divinas del cielo; suplicar era lo único que podía hacer para que todo saliera bien. Entonces, apenas tres segundos después, una secuencia de golpes produjo ecos por doquier.
«¿¡Qué rayos está pasando!?» se preguntó Hinata, bañándose en una dañina desesperación. Si fuera una guerrera, sabría que en situaciones de total oscuridad ambos hombres provocaban ruidos pateando objetos o cadáveres hacia el lado contrario de por dónde atacarían realmente. Confundir y despistar era básico para que el adversario no pudiera adivinar desde qué lugar vendrían los ataques realmente. Más bullicio resonó por aquí y por allá, al igual que golpes contra la pared y el piso, aunque en ningún momento se oyó a espadas colisionando. La tensión de no saber qué pasaba, de no ver absolutamente nada en el pasillo, hizo que Hinata y Karin supieran el verdadero significado de las palabras ansiedad, horror, desasosiego y turbación.
Inesperadamente todo pareció detenerse de golpe, incluido el mismísimo aguacero. Ninguno de los dos guerreros dio gemidos de dolor o sufrimiento que indicaran cuál había sido el resultado del duelo. Cinco segundos después se escuchó el claro porrazo de un cuerpo cayendo pesadamente. El espectral sonido vibró en los dientes de Hinata, en sus músculos, en sus huesos, pero lo peor fue la forma en que golpeó a su corazón, provocándole el nacimiento de un horrible presentimiento. Algo, no sabía qué, le indicó que el caído había sido su amado. En su imaginación apareció, como un relámpago de fatalidad, la imagen de Uchiha muriendo en sus brazos. El pavor que sintió por tal expectativa le provocó un hórrido retorcijón en las entrañas.
—¡Sasuke! —gritó aterrada, corriendo hacia el lugar dónde lo vio por última vez sin importarle el hecho de estar a ciegas.
—¡Ten cuidado! ¡El enemigo puede seguir con vida! —avisó la espía jubilada, temiendo que el peor de los escenarios se concretara. No sabía si era su imaginación o un hecho real, pero sus oídos captaban el sonido de pasos excesivamente lentos.
—¿¡Sasuke, dónde estás?! —impulsada por sus sentimientos en vez de la razón, la Hyuga ignoró la advertencia de su amiga. Su grito rebotó en las paredes, delatando a través del eco su tremenda angustia.
Karin, aceptando que no ganaría nada con dilatar la situación si Hinata se arriesgaba de esa manera, llevó su diestra al bolsillo donde solía guardar su cajita de cerillas, mismas que siempre portaba para encender antorchas o cigarrillos. Luego, utilizó su izquierda a fin de hallar la pared. Una vez que tocó ésta, tanteó a ciegas para hallar alguna antorcha. Mucho más pronto de lo que pensaba su diestra contactó el sebo combustible; entonces, sin limpiarse la mano, abrió la cajita de cerillas y tanteó que sólo quedaban dos. Prender un par de antorchas no serían suficientes para iluminar todo el pasillo, pero igualmente mitigó su frustración al pensar que era mejor eso que nada. Tuvo que frotar dos veces el fósforo, compartiendo el fuego con la lámpara; velozmente hizo lo mismo con una segunda. Sólo entonces usó su propio vestido como un paño para quitarse la suciedad de su palma, al mismo tiempo que se ponía los lentes que, para su gran sorpresa, aún colgaban de su escote pese al gran tirón que le dio Hinata para salvarle la vida.
En cuanto el fuego alcanzó el suficiente vigor para alumbrar un poco más, ambas mujeres gritaron de espanto cuando vieron a Sasuke tendido de bruces sobre el suelo tal como lo estaría un muerto, mientras Haku regresaba lentamente hacia el inicio del pasillo, dándoles la espalda. El hecho de estar descalzo, sumándose a la gran morosidad de su caminar, hacía que sólo causara ruido cuando pisaba charcos de sangre.
Sintiendo que su corazón se desgajaba en miles de trozos, Hinata corrió hacia Uchiha de una forma tan desesperada que se tropezó con uno de los cadáveres, dándose un fuerte golpazo contra el suelo. Sin embargo, no demoró siquiera dos segundos en volver a erguirse y reanudar su carrera hacia el hombre que amaba. Su rostro distorsionado era la más viva expresión del sufrimiento.
Karin agarró una de las incontables espadas del suelo y avanzó dispuesta a proteger a Hinata apenas el último élite se diera vuelta para atacarla. La futura guerrera le había salvado la vida ante Kabuto, por lo que no dudaría en devolverle el favor a la vez que intentaba vengar tanto a Sasuke como a Suigetsu.
Entretanto, los cansinos pasos de Haku llegaron junto al cadáver de Zabuza. Entonces se desplomó estrepitosamente de rodillas, dejando caer su busto y cabeza encima de su occiso maestro. Sus curvadas pestañas sostuvieron temblorosas lágrimas, las que terminaron recorriendo sus mejillas que muy pronto perderían todo color. La estocada que le acertó Sasuke le perforó un pulmón en su zona más crítica, lo cual provocó que, por el movimiento de respiración, la sangre que se mezclaba con el aire burbujeara como agua hirviendo. La parca lo llevaría inevitablemente hacia su lúgubre aposento, pero antes haría un último gran esfuerzo: cariñosamente posó sus labios sobre el rostro embozado de su compañero de mil batallas. Hubiese preferido quitarle aquellas vendas faciales, pero ya no tenía manos que pudieran hacerlo; tampoco la fuerza ni el tiempo para hacerlo.
«Zabuza... no me importa que mi destino sea irme al infierno; seré feliz si puedo acompañarte allí. Espérame porque muy pronto estaré a tu lado otra vez...»
Diecisiete segundos después, Haku exhaló su último aliento. Su cuerpo perdió la vida encima del de Momochi, pero, incluso más allá de la muerte, sus labios siguieron besando a quien amó con todo su corazón. Aunque su alma no era maligna, el seguir los ambiciosos deseos de su maestro lo transformaron en un asesino y finalmente había pagado por ello.
Hinata presintió que ambos guerreros se habían herido al mismo tiempo con lesiones letales; que se habían asesinado mutuamente. Por ello, la idea de que Sasuke fuese un cadáver le hizo sentir una tremenda aflicción en su pecho. Imploró para que su prometido estuviese bien; rogó para que ni el cielo ni el infierno quisieran recibirlo todavía. Uchiha aún tenía muchas cosas qué hacer: conocer la felicidad, resarcir sus pecados, amarla a ella. Su vida no podía terminar justo cuando daría un vuelvo radical hacia la luz. El universo, la fuerza divina, o quienquiera que fuera, no podía ser tan injusto con él ni con ella.
—¡Sasuke! —gritó como si fuera una invocación para detener su viaje hacia el otro mundo.
Atormentada por aquel fúnebre destino dio vuelta el cuerpo de su amado, colocándolo en posición supina sobre su regazo. La luz que llegaba era muy tenue, pero eso no impidió que la información recibida por sus ojos se transformara en un escalofrío de horror que fluyó salvajemente a través de sus vértebras: el pecho de Uchiha tenía una herida que estaba cubierta por un cuantioso mar de sangre.
—No... —escapó un susurro entre sus labios entrecerrados, negando con su cabeza mientras incontables lágrimas empezarían a escocerle sus ojos —, no puede ser cierto... —suplicó en un hilo de voz. Pronto sus maxilares comenzaron a entrechocar espasmódicamente —. ¡Sasuke, no me dejes sola! —gimió rogando lo imposible al tiempo que lo zarandeaba. Brutales espasmos dio su corazón, desbocando sus latidos. Quiso albergar la esperanza de que todo regresaría a la normalidad, que podría volver a escucharlo, que sentiría sus dedos acariciando sus mejillas nuevamente, pero las brutales contracciones que sentía en su ser le advertían que se preparase para aceptar la horrenda verdad.
La de cabellos rojos tuvo que poner su espalda contra el muro a fin de afirmarse, pues una serie de recuerdos vividos con su primer amor hizo que sus piernas se volvieran de jalea. Por ello, su columna se deslizó lentamente por la pared hasta que sus nalgas tocaron el suelo. Abrazándose a sí misma, necesitó abstraerse del mundo circundante siquiera un minuto después de perder a Suigetsu y Sasuke.
Galopando a través del llanto y la desesperación, Hinata sólo atinó a abrazar el cuerpo de su amado como si él todavía pudiera sentirla. Enredando sus finos dedos entre los morenos cabellos, le habló al oído con tanta ternura que parecía estar mimando a un bebé, pero, a cada segundo que transcurría, el volumen de su voz fue adquiriendo un tono más alto a la par de angustioso. La conmoción emocional la estaba destrozando, pues todas sus expectativas de vida habían sido rotas una vez más. Sin ser capaz de asimilarlo todavía, lo aferró contra su cuerpo con todas sus fuerzas como tratando de compartirle su calor, darle el fuego de la vida que podría vencer al destino. Sin embargo, la fémina debería asimilar que la vida era una esclava sometida a los designios de la reina llamada Muerte.
—¡Despierta, por favor! —El llanto de Hinata prosiguió desgarrador, lastimero y calcinador, siendo la muestra más vívida del terrible dolor que provocaba perder a quien se ama. —¡No me dejes sola! ¡Te necesito, Sasuke! ¡Te quiero a mi lado! —gritó en un atroz llanto sin consuelo. En lo más hondo de su psique mantenía la esperanza de que su hombre siguiera con vida.
Karin comprendió que el estado emocional de Hinata estaba más deteriorado que el suyo, levantándose para intentar ayudarla. Su propia situación era aciaga, pero confortarla era lo mínimo que podía hacer después que le salvara la vida arriesgando la suya. Irguiéndose a duras penas caminó lo más rápido que pudo hacia la futura guerrera, se arrodilló colocándose a su lado y le dio un sentido abrazo que ella misma también necesitaba.
—¡Él me dijo que estaría conmigo! —le dijo mirándola a los ojos, aunque estaban tan nublados por las lágrimas que no conseguía distinguir algo; luego volteó su rostro hacia el guerrero recordándole todo lo que hablaron —. ¡Me prometiste que tú también sobrevivirías! ¡Me aseguraste que me entrenarías! ¡Me dijiste que formaríamos una familia y que haríamos todo lo que yo quisiera! ¿¡Entonces por qué me abandonaste!? ¿¡Por qué no cumpliste tus palabras!? —increpó sin poder soportar más lo opresión que sentía en su pecho.
—Hinata, lo siento... —musitó Karin compadeciéndola, conmovida hasta decir basta.
Hyuga se deshizo del abrazo de la pelirroja, envolviendo fuertemente una mano de Sasuke entre las suyas.
—¡Me dijiste que ninguno haría sufrir al otro con su muerte, así que ponte de pie! —demandó agobiada, culpándolo por el terrible dolor que estaba sintiendo —. ¡Levántate, Sasuke! —exigió para luego zollipar desconsolada.
Finalmente la tremebunda tensión nerviosa acumulada, le provocó una arcada que envió algo de vómito que se estancó en su garganta. Arrastrándose un poco hacia la orilla del pasillo, tuvo que escupir el jugo gástrico mientras su avinagrado sabor se aferraba a su lengua sin querer irse. Para agravar todavía más las cosas, un súbito ataque sistémico hizo violenta aparición: su estómago siguió revolviéndose con la fuerza de un tornado, sus ojos se escocían de tantas lágrimas, su piel se debatió entre cruentos tercianas y escalofríos, pero lo peor llegó cuando su enamorado corazón comenzó a fallar latidos y sus pulmones cesaron los movimientos propios de la respiración. Todo, absolutamente todo su dolor espiritual estaba somatizándose.
Karin se acercó a ella dándole un masaje de círculos en la espalda, haciéndole sentir que no estaba sola, que contaba con su apoyo. Pasaron varios segundos hasta que pudo verla un poco mejor; entonces pensó en el inminente peligro que se les cernía. Las FE habían caído, pero afuera aguardaban más de un millar de soldados que tarde o temprano entrarían por esa puerta como carroñeros buitres.
—Sasuke y Suigetsu murieron para protegernos, Hinata —le susurró al oído mientras lágrimas caían a chorros desde sus ojos, nublándole completamente la vista —. No dejemos que sus sacrificios sean en vano. Tenemos que escondernos dentro de las despensas y cubrirnos con las carnes. Si tenemos suerte los soldados no escucharon nuestros gritos por el grosor del muro sumado a la fuerte lluvia, de modo que cuando entren aquí pensarán que todos murieron y que no había nadie más aquí. Tal vez no revisen las despensas; quizás podamos salvarnos.
Pasaron otros segundos más antes que los órganos de Hinata recuperasen un ritmo que no fuese anómalo, aunque, entrando a un llanto silencioso, se sentía sin fuerzas para continuar. Era como si alguna especie de entidad sobrenatural le hubiese succionado toda su energía de raíz. Estaba vacía, ida, con ganas de que la muerte la llevase al inframundo también. Gimiendo e hipando, intentaba lidiar contra la cruenta realidad que se encargó de castigarla una vez más. Dolía aceptarlo; dolía tanto admitir que el proceso de redención de Sasuke no podría continuar, mas no existía otra alternativa que seguir adelante en su honor. Para su pesar, Karin tenía toda la razón: no podían dejar que el sacrificio de ambos guerreros fuera en vano. Extrayendo fuerzas desde lo más profundo de su alma, se puso de pie a duras penas.
Siendo apenas un niño Sasuke lo perdió todo, entrenándose desde entonces para ser el guerrero más fuerte de todos. En el camino trazado para conseguir su anhelada venganza decidió fundamentar su ser en el odio, dejando atrás el lastre de tener sentimientos o empatía, procurando siempre disfrutar el tremendo dolor que causaría en quienes debían rendirle cuentas. Gracias a toda la locura, caos y maldad que existía en el mundo su persona fue obligada a convertirse en un monstruo, en una máquina bélica implacable. Sin embargo, esta noche había luchado para proteger a una Hyuga sin importarle no alcanzar su venganza contra Danzo; incluso desdeñó el costo de pagar con su vida el precio de salvar a quien amaba. De una forma paradójica, la heredera del clan que aniquiló a su familia se terminó convirtiendo en lo más importante de su sombrío corazón. El guerrero que se había llenado con un odio infinito logró dejarlo atrás para salvar a su prometida, alcanzando la redención bajo el costo de la muerte.
Pensando en ello, la aprendiz de arquera se enjugó las lágrimas con el antebrazo repetidas veces. En cuanto sus ojos pudieron enfocar de buena forma nuevamente, observó a su amado para expresarle su total gratitud.
—Gracias, Sasuke... Gracias por salvarme —dicha su sentida y conmovedora frase, se preparó a retornar hacia sus lugares originales las despensas que sirvieron de trincheras.
—Hay que acabar con los dos FE que quedan o nos delatarán con los soldados —anunció Karin y, sin dar siquiera una pausa, apresuró las siguiente palabras —. Yo lo haré; por mi trabajo de espía estoy preparada para matar y quiero vengar tanto a Sasuke como a Suigetsu.
Hinata leyó claramente el odio que destilaban esos lacrimosos ojos de tono bermejo. Fue entonces que volcó su mirada hacia Sasuke, especulando que, incluso si reviviese destellando el rencor demoníaco de antes, hubiese sido feliz intentando cambiarlo nuevamente. Lamentando la realidad su pecho se hincharía en un sufrido suspiro, pero la futura acción se interrumpió súbitamente. Se sobresaltó entera en cuanto detectó algo que había pasado por alto, un suceso que su inmenso dolor le impidió racionalizar antes. Se dejó caer de rodillas junto a su amado, rogando a los cielos que su descubrimiento no fuese sólo una falsa esperanza. El inmenso dolor que la atacó hizo que se dejara llevar por la gran cantidad de sangre yacente en su pecho, pero la verdad era que en ningún momento verificó si el corazón seguía latiendo...
—Karin...
Llamó la atención de la pelirroja a fin de comentarle que la herida en el pecho de Sasuke no parecía profunda, pero no alcanzó a decírselo cuando sintió como una fuerte mano aferraba la suya. Hinata separó sus labios preguntándose si acaso no estaba volviéndose loca, si acaso su mente no estaba inventándose un mundo alterno para huir del sufrimiento. Bajó su mirada lentamente, como temiendo que pudiera despertar del sueño de un momento a otro, hasta que finalmente sus luceros selenitas se estancaron en unos profundos ojos negros que la observaban con una fijeza extraordinaria.
—No voy... no voy a morir hasta salvarte, Hinata —dijo de manera entrecortada por culpa del cansancio que todavía lo castigaba —. Aún faltan un millar de soldados con los que saldar cuentas.
—¡Sasuke! ¡Sasuke! —repitió en una vorágine indescriptible de emociones mezcladas, arrojándose a él en un abrazo que abarcó sólo la mitad derecha de su cuerpo a fin de no dañar su brazo lastimado.
Hinata gritó, sollozó, gimió, gimoteó, hipó, lloró. Todo ello de manera secuencial. No podía creerlo, pero su cerebro no tardó en comprender que, en su atroz tribulación, ambas habían confundido un desmayo por agotamiento con una fatalidad. Tanta fue la angustia que ninguna se percató que la herida de Sasuke era sólo superficial, que la gran mancha roja había sido causada por la sangre de Haku que le cayó encima. De hecho, su herida apenas liberaba a cuentagotas algo de líquido vital. Sakura Haruno nunca habría cometido un error así, pero, a diferencia de la pelirrosa, ni Hinata ni Karin eran enfermeras preparadas para lidiar contra la desesperación.
—¡Por qué me haces sufrir tanto! —lo abrazó llorando desconsolada de emoción —. ¡Pensé que habías muerto! ¡Mi corazón se despedazaba en miles de trozos mientras lo aceptaba!
Mientras erguía su espalda, Uchiha necesitó tragar profundos respiros antes de poder hablar. Pese a que habían transcurrido dos o tres minutos desde su inconsciencia, el agotamiento extremo continuaba vigente en su cuerpo, pero eso no le impidió estrechar a su musa de una manera entrañable. Ella destiló todo el padecimiento acumulado por medio del líquido que brotaba de sus luceros albinos, gimoteando a la vez que su amado la reconfortaba como si fuese una niña pequeña. Aquello perduró un par de minutos, hasta que Sasuke, sin rehuir de su lado contencioso, le recriminó algo.
—Antes de llorar debiste verificar si mi corazón seguía latiendo o no. Confundir un desmayo con la muerte no es digno de una mujer tan perspicaz como tú —su voz salía espaciada, pero firme.
Azorada, ella sintió como sus mejillas se achicharraban de vergüenza. Queriendo ocultar ésta hundió su rostro en el hombro de él, intentando explicar prontamente las causas de su error.
—N-no me juzgues, la desesperación de perderte me nubló el juicio —dijo entre una vorágine que intercalaba sonrisas y llanto —. Además tienes una herida en el pecho con un montón de sangre encima y hay muy poca luz como para distinguir que es sólo un rasponazo. Como si fuera poco, no parecías estar respirando. Eras un verdadero muerto.
—En eso tienes razón porque yo también pensé que iba a morir. Me dolía el corazón cuando caí al piso.
En cuanto el duelo contra Haku concluyó, el sistema nervioso parasimpático de Uchiha redujo rápidamente sus signos vitales al punto de alcanzar una lipotimia, misma que, afortunadamente, lo ayudó a prevenir un infarto por exceso de esfuerzo.
—Me alegra tanto que sigas con vida —dijo Hinata expresando su sentir a través de una conmovida y extensa sonrisa.
Observándola atentamente, Sai se preguntó si esas eran las emociones que le habían enseñado a desdeñar desde niño. ¿Valía la pena tenerlas si podías pasar del llanto a la alegría de esa manera tan radical. ¿Valía la pena tener esos vaivenes tan extremos? Su primera respuesta se dijo que no, que tales agitaciones sólo llevaban al sufrimiento, pero ver esa tremenda sonrisa emocionada en el rostro de Hinata hizo que la envidiara sinceramente. Sí, muy a su pesar, por primera vez en su vida sintió tal sensación.
Karin, quien procuró mantenerse distanciada por respeto a su amiga, no aguantó más y se arrodilló junto a Sasuke para darle un abrazo también.
—Eres un bastardo muy duro de matar —dijo despejando sus lágrimas tanto de las mejillas como de sus ojos. Luego de muchos segundos se separó, colocándose de pie nuevamente a la vez que ajustaba sus lentes de mejor forma en su nariz.
—Adivino que ha pasado poco tiempo desde que me desmayé, ¿pero cuánto ha pasado realmente?
—Sólo tres o cuatro minutos —indicó Hinata.
De súbito, la de cabellos rojizos abrió la boca cuando se dio cuenta de que tal vez podía existir otro milagro. Si Uchiha seguía vivo, tal vez Suigetsu...
En realidad nadie había comprobado su fallecimiento, lo cual le causó una incertidumbre que se encargó de fustigarla por dentro. Sin dudarlo corrió hacia quien fue su protector durante muchos meses, implorando que siguiese con vida. La adrenalina de la expectativa fluyó velozmente a través de su torrente sanguíneo. Dijo su nombre tres veces en su mente, aunque sólo una expresaron sus labios. En cuanto estuvo al lado del peliblanco, se arrodilló de tal modo que sus glúteos descansaron sobre sus talones. La cascada de sangre que salía a través del yelmo ya se había detenido, lo cual aumentó sus esperanzas. Empleando el mismo cuidado que se tendría con una tela de seda, afirmó la cabeza de su guardaespaldas en su regazo y lentamente empezó a quitarle el dañado casquete. Tuvo que forzar un poco ya que estaba ajustado, pero finalmente consiguió sacarlo. Fue entonces, en ese preciso instante, que sus esperanzas fueron destruidas de cuajo: la cabeza tenía una profunda herida que le había trozado la oreja y había penetrado en su cerebro por lo menos diez centímetros. Sus ojos abiertos, sin brillo alguno de vida, enviaban el minúsculo consuelo que su muerte había sido instantánea e indolora.
—Suigetsu... —musitó su nombre con la voz ahogada, como si hablar más fuerte pudiera romper sus dientes. Gruesas lágrimas empezaron a caer sobre el cadáver que sostenía entre sus manos —. Muchas gracias por salvarnos... —le dio un dulce beso en la frente como sentida despedida. La resurrección del tormento sentimental hizo que sus lágrimas incrementaran aún más su volumen.
Por medio del semblante compungido que expresaba la pelirroja, el Uchiha y la Hyuga recibieron la confirmación que el guardaespaldas efectivamente había perdido el don de la vida. Sasuke cerró los ojos con tristeza, puesto que, si no fuera por la invaluable colaboración brindada por su amigo de la infancia, ahora mismo todos estarían muertos.
—Suigetsu no merecía irse así... —habló Karin lastimeramente, mientras incontables lágrimas se agrupaban en sus ojos —. No es justo que un buen tipo como él muriera de esta forma...
—La muerte no sabe de justicia. —Usando su brazo no lesionado a la vez que sustentaba el peso de su cuerpo en las rodillas, irguió su cuerpo con ayuda de su prometida. Luego cerró sus párpados al rememorar todas las cosas que había vivido con Hozuki durante su infancia. Al instante un gran pesar mezclado con gratitud brotó en su corazón.
Hyuga le echó un vistazo a su amado comprobando que, salvo su horrenda herida del bíceps, su semblante se veía tan berroqueño como siempre. Por ello no tuvo que debatir consigo para tomar la decisión de acudir en consuelo de su compañera. Apenas llegó con ella la acogió fuertemente entre sus brazos, pues, a su juicio, tal muestra de cariño sería mucho mejor que las palabras.
Un fúnebre silencio se hizo en el lugar; únicamente la intensidad de la lluvia interrumpía el ambiente sobrecogedor. Dieciocho hombres de Danzo murieron mientras Uchiha sólo tuvo que sufrir la baja de Suigetsu, pero en su corazón sintió que igualmente obtuvo una victoria pírrica. Ganaron la batalla contra la élite guerrera, pero no había nada que celebrar. Cerró sus ojos ya cansado de perder a quienes apreciaba, realmente harto de vivir lo mismo una y otra vez. ¿Cuándo la desgraciada parca le daría tregua?
De súbito sintió una hoguera en su alma; un fuego calcinador que ya conocía demasiado bien y, por ello, también sabía muy bien cuál era la mejor forma de apagarlo. Recordando entonces al rubio que cesó la existencia de su amigo, el furor le fue creciendo de un modo equiparable a un río azotado por cuarenta días de lluvia. Destinó su mirada hacia el hombre que perdió ambas manos, dirigiéndose lentamente a su lado. Y como existía un significado trascendental en vengar a un caído con el arma que le perteneció, durante el trayecto recogió el mandoble de Hozuki desde el piso, cargándolo con una sola mano a pesar de su elevado peso.
En cuanto llegó con La Salamandra, le incrustó la punta de la espada en el muslo. Se decepcionó al no ver ninguna reacción, dado que tal cosa podía significar que había muerto. A fin de cerciorarse removió el acero en círculos como un remolino, afectando carne, músculos e incluso el fémur, de tal modo que, por el dolor provocado, Hanzo regresó desde el mundo de la inconsciencia dando un grito. Hinata reaccionó por el susodicho.
—¿Qué estás haciendo, Sasuke? —preguntó muy alarmada.
—Calla, Hinata. Esto no te concierne —su voz fue ronca y áspera, casi maligna.
Ella replicó, pero Uchiha la ignoró de plano. Clavando sus ojos brunos en el de cabellos amarillentos, le hizo saborear el natural miedo a la muerte cuando alzó el arma hasta tocar el techo. Hanzo, muy debilitado por la sangre perdida a través de sus muñones abiertos, aceptó su inminente final dando un profundo suspiro resignado. Tenía temor, incluso tuvo la deshonrosa idea de pedir clemencia, pero aquello no era digno de un verdadero guerrero; gruñó enojándose consigo mismo por sentirse un cobarde y, a ojos abiertos, espero el espadazo que acabaría con su vida. Sin embargo, para su enorme sorpresa, el golpe que siguieron sus ojos no fue hacia su cráneo: descendió como si fuera un machetazo en la rótula izquierda, astillándole el hueso en dos pedazos que sonaron como cerámica quebrándose. El grito de dolor fue espeluznante, impresionante e irreal. Gracias a los fornidos ligamentos la pierna no se cortó del todo, pero estuvo a escasos centímetros de hacerlo.
—¿Creías que te mataría rápidamente, maldito? —su voz fue la antítesis total de la bondad —. Tus manos no serán lo único que perderás antes de morir...
—¡Sasuke, basta! —reaccionó Hinata tras vencer a su asombro, empatizando con el terrible dolor expresado por Hanzo.
Uchiha no hizo caso alguno. El malévolo demonio que aún vivía en su interior seguía dando coletazos destinados a contaminar su alma, de modo que su venganza no se conformaría con tan poco. Alzó su espada de forma lenta hasta que topó con el cielo raso nuevamente, dándole el tiempo a su enemigo de catar visualmente el movimiento que descargaría su ingente ira a través del afilado metal.
—Vas a sufrir lo indecible por lo que hiciste a Suigetsu... —Poseído por una maldad que se expresó en todo su rostro, el hijo de Fugaku siseó la terrorífica condena que le propinaría su víctima. Su tono fue tan sombrío que sus cuerdas vocales parecieron teñirse de fuego negro.
Las pupilas del blondo se contrajeron al punto de volverse casi tan finas como las de una serpiente. El terror que se apoderó de su psiquis descalabró cualquier atisbo de tranquilidad o valentía. Lo leyó claramente en esos terribles ojos brunos: Uchiha lo haría pagar horriblemente la muerte de su amigo.
—¡No lo tortures, Sasuke! —gritó Hinata, abrumada por el demonio renacido que tenía por delante.
El hermano de Itachi dejó caer el arma con una ferocidad bestial, pero esta vez en la pierna derecha, la cual se separó del cuerpo desde la mitad de la canilla. El afilado acero no tuvo problemas para seccionar carne, tibia y peroné como si fueran poca cosa. La sangre del élite corrió a chorros, aunque con menos fuerza que la que antes salió por sus muñones abiertos.
Corriendo hacia él, la hija de Hiashi le sujetó la muñeca fuertemente con ambas manos a fin de detenerlo.
—¡Basta, Sasuke! ¡Torturarlo no hará que Suigetsu regrese a la vida! ¡Por favor, detente!
Uchiha apretó los dientes, haciéndolos rechinar.
—Yo no soy tan noble como tú, Hinata. No me pidas que perdone a este maldito —su odio irradió también toda su frustración.
—No le hagas más daño —preocupada por Hanzo gracias a su natural solidaridad, Hinata sostuvo su agarre decidida a impedirle el movimiento de la espada otra vez —. ¡Míralo como está! ¡Ya no puede hacerle daño a nadie!
—Matar al único amigo que tuve en mi vida cuesta mucho más que tres extremidades perdidas —refutó él sin voltearse a mirarla.
Antes de que la futura guerrera pudiera replicar, Karin habló.
—Sasuke tiene razón, Hinata. Ese maldito igualmente va a morir y no merece irse tranquilamente. Tiene que pagar por todo el daño que le hizo a gente inocente, pero sobre todo debe sufrir por lo que le hizo a Suigetsu —apoyó a su antiguo novio sin titubeos, mientras algunas lágrimas cayeron de sus rojizos ojos denotando el gran sufrimiento que padecía.
—Karin...
Hyuga entendió que si soltaba la muñeca de Uchiha la tortura continuaría, dado que Suigetsu era alguien muy importante para ellos dos. Ahora mismo, tanto el pelinegro como la miope vivían ese dolor insufrible que llevaba inevitablemente hacia el odio. Por ello, la sed de venganza los estaba consumiendo fácilmente. Empatizaba plenamente con lo que sentían sus compañeros, pero no podía permitir que un castigo así de atroz prosiguiera. Era incorrecto, inmoral e inhumano.
—Suéltame, Hinata —ordenó el guerrero más fuerte, mirándola por el rabillo del ojo.
—No libraré mi agarre, Sasuke. Esta no es la manera de castigar a alguien.
—Ojo por ojo y diente por diente es mi ley. Esa es la verdadera justicia, la única que es realmente efectiva.
—En nada te diferenciarás de él si haces lo mismo. ¡En nada!
—No fui yo el primero en vertir la sangre. Toda acción tiene una consecuencia y Hanzo se buscó este destino con creces.
—Puede que no lo creas, pero al hacerle daño a él también te estás haciendo daño a ti mismo —arguyó lastimeramente —. No continúes esta barbarie —insistió presionando más sus dedos en la muñeca.
—Escucha a tu mujer, por favor —imploró Hanzo.
Sasuke le encajó su negra mirada a quien estaba tirado enfrente suyo.
—¿No te da vergüenza pedir piedad cuando tú nunca la tuviste?
Hanzo enmudeció por el golpe verbal. ¿Qué podía responder a eso? Sus facciones se trastornaron al entrar en un doloroso e inexorable pánico.
Pese a estar firmemente sujeto por Hinata con ambas manos, el general movió su diestra fácilmente. Como era lógico, la fuerza de ella no se podía comparar a la de él. Sin embargo, caridoliente hasta transfigurarse, trataría de retener ese fornido brazo aunque tuviera que colgarle todo su peso. Sabía que sería inútil, dado que el guerrero ya la había levantado antes con un solo brazo, pero de todas formas tenía que intentarlo.
—Si lo sigues torturando me vas a decepcionar, Sasuke. ¿¡Acaso quieres matar el amor que siento por ti!?
—¡Cállate, Hinata! —demandó a la vez que se soltaba de su agarre dándole un fuerte empujón que la envió de nalgas al suelo; incluso estuvo a punto de azotar su espalda si no hubiese puesto sus manos atrás para evitarlo —. ¡Este soy yo! ¡Este es mi verdadero ser! ¡Entiéndelo de una vez!
Ella pensó que nunca más tendría miedo de Uchiha, pero esta vez lo sintió. Pávida, tan lívida como una hoja de papel, vio en los ojos brunos la búsqueda de sangre. No se parecía en nada al hombre que le dijo que la cuidaría, que incluso la había protegido sin importar dar su vida por ella. ¿Quién era la persona que tenía enfrente? ¿Acaso este era el verdadero Sasuke? ¿Acaso el demonio que llevaba por dentro nunca se extinguiría?
Desdeñando la caída de Hinata pues tal cosa no la mataría, alzó la pierna no cercenada de Hanzo a fin de concluir el proceso de cortarla. Sin embargo, esta vez no emplearía un golpe fulminante: comenzó a serrarla desde la corva como si fuese la carne de un cerdo. El grito de dolor subsiguiente fue impresionante.
—¡Asesíname de una vez! —en forma desesperada, suplicó la muerte cuando minutos antes incluso había pensado el pedir clemencia. Y es que el hambre de sadismo que vio en los orbes de Uchiha le informó que él todavía no estaba conforme con su sufrimiento, que lo seguiría torturando vilmente antes de que muriera desangrado.
—No hay piedad para quien no la tiene —sentenció el joven a la vez que, dando un tirón, separó el último trozo de carne que mantenía la pierna unida al cuerpo.
Ahora el FE tenía la misma movilidad que un gusano sobre tierra seca, puesto que sus cuatro extremidades habían sido amputadas. Los alaridos desgarradores que expulsaba a través de su boca jamás serían olvidados por Hinata mientras tuviese vida.
—Te irás al infierno sin extremidades, sin ojos, sin vísceras ni orejas. Así, al verte, todos los demonios te reconocerán diciéndote lo siguiente: «Ese es Hanzo, el idiota que se atrevió a matar al único amigo de Sasuke Uchiha»
Honestamente, el blondo habría preferido morir recibiendo la mordida de una venenosa cobra, los zarpazos de un oso, los brutales golpes de un gorila o las dentelladas de un león, antes que padecer las torturas del sádico que tenía enfrente suyo.
La Salamandra había sido un tirano monarca en las lejanas tierras del continente más allá del mar. Su reinado de terror llegó a su fin en cuanto Pain, un hombre que afirmaba ser un dios, lo derrocó buscando venganza por el asesinato de su mejor amigo. Entonces, abrumado por la destreza tanto guerrera como política de aquel hombre que buscaba castigarlo terriblemente, abandonó a sus hijos, a su esposa y al resto de su familia sin importarle qué suerte tendrían. Huyendo recorrió cientos de parajes hasta que, al cruzar el mar con rumbo hacia la nación de Sasuke, su persecutor le perdió el rastro por fin. Allí fue asilado por Danzo, quien vio en él a alguien muy útil tanto como guerrero como aliado. Sin embargo, por toda la malevolencia que cometió contra gente inocente durante su cruel reinado, el destino le tenía reservado el mismo castigo que hubiera recibido ante Pain: sufrir la furia de un demonio precisamente por matarle a un amigo suyo.
—Detente, Uchiha —pidió el rubio con voz desfalleciente —. Suficiente castigo es haber perdido todas mis extremidades —alzó los cuatro muñones que intentaban coagularse. Luego su débil mirada divagó por el suelo, mirando las piernas cercenadas que el guerrero más fuerte le arrojó a cada costado para mortificarlo psicológicamente. Su rostro acongojado remarcó las hondas líneas de expresión yacentes en su frente y en el costado de los ojos, arrugas propias de alguien de su edad.
—¡Frena esta locura, Sasuke!
Hyuga decidió ponerse enfrente de él para detenerlo, pero, justo cuando iniciaría su carrera, Karin la tomó del brazo antes.
—No te acerques a él; no te va a escuchar porque ahora mismo está loco de venganza. Además ese maldito merece morir así.
—No, Karin; por mucho mal que alguien haya hecho, nadie merece ser mutilado —le dijo mirándola fijamente al tiempo que se soltaba de sus manos.
Corrió de manera tan rápida que alcanzó a llegar justo antes de que Uchiha clavara el arma en el ojo derecho de Hanzo, interponiéndose de tal manera que empujo la hoja hacia un lado.
—¡Eres una bestia, Sasuke! ¡¿Así torturaste a mi familia también?! —espetó encolerizada al mismo tiempo que abría sus brazos hacia los lados, dispuesta a proteger al agonizante.
—¡Sí, Hinata! —confirmó igual de enfurecido —. ¡Así los hice pagar porque se lo merecían! ¡Y a diferencia de este maldito murieron con honor! ¡Nunca suplicaron clemencia!
—¡No eres más que un demonio vil! ¡Nunca debí enamorarme de ti! ¡Nunca! ¡Te pido que no lo tortures más, pero sigues dejando que tu odio interior te domine como a una marioneta!
Uchiha la miró destellando inquina, tensando tanto sus maxilares que se le formaron pequeños hoyuelos en las mejillas.
—Te entendería si Hanzo fuese alguien digno de compasión —su furia se diluyó un ápice —, ¿pero por qué te empeñas en defender al asesino de Suigetsu? ¿Protegerás a un hombre que además es un violador, un asesino de niños y también de embarazadas? ¡¿Te parece correcto ayudar a un maldito así sólo para quedar bien contigo misma?! —desató toda su ofuscación enredándose en una lucha de miradas sin cuartel —. Él realmente no te importa, Hinata, lo único que te interesa es no lastimar tu propia conciencia con la sensación de no haber hecho nada por ayudarlo —espetó distorsionando su voz por el vaivén de emociones, intercalando momentos agudos entre los broncos.
—Eso no es cierto, sólo quiero que no lo lastimes más. Nadie merece ser castigado de una manera tan espantosa.
—Él sí lo merece —refutó imprimiendo una seguridad abismal —. Ahora quítate de una vez; no me obligues a usar la fuerza para apartarte —no quería empujarla de nuevo, aunque si era necesario lo haría sin titubear.
Hinata iba a responder, pero en ese momento un par de agónicos gorgoteos se dejaron oír por detrás de ella. Volteándose rápidamente, presenció los últimos segundos de vida del rubio guerrero. La tremenda pérdida de sangre, uniéndose a su avanzada edad, causó estragos que sus órganos no fueron capaces de soportar por más tiempo. Una falla sistémica no tardó en llevarlo a la muerte, plasmándole un rictus de sufrimiento acorde al de una feroz pesadilla.
Sasuke lamentó el hecho de no poder continuar su castigo, pero aún quedaba un último FE con el cual desquitarse. Poseído por una cólera irrefrenable que la muerte de Hanzo no mermó, se dirigió hacia el futuro occiso portando a un demonio en el rostro.
Sai, quien no podía ponerse en pie por el profundo corte en su rodilla, miró al general sabiendo que su vida terminaría de la forma más horrible posible. Empero, el inminente dolor físico no lo perturbó emocionalmente; lo que sí lo hizo fue preguntarse si realmente su existencia tuvo un sentido o sólo fue un muerto que soñó estar vivo. Seguramente la segunda suposición era la respuesta acertada. Entonces una extraña melancolía lo invadió, obligándolo a suspirar con resignación. Entrenado para ser un hombre que mataba sin sentimientos, también fue concientizado para aceptar la muerte sin temor ni quejas. En realidad no tenía querellas contra el destino, sólo experimentó tristeza porque en los últimos momentos de su vida se dio cuenta que ésta nunca valió la pena.
Continuará.
Notas Finales: Mil sorrys por el título de capítulo final, pero fue para darle un poco más de drama a la supuesta muerte de Sasuke :P. Pueden reprocharme e insultarme con toda confianza por eso, pero iba en beneficio de la historia y de crear emociones ;D
También adelanto que en el siguiente episodio se decide todo, incluyendo el desenlace entre el duelo de Gaara y Deidara.
¿Podrá Sasuke vencer a mil doscientos cincuenta soldados sin Suigetsu y con un brazo menos?
Por cierto, ¿quieren que se salve Sai? Tengo ganas de matarlo, pero quiero saber qué opinan al respecto.
