Los personajes de Twilight no son míos sino de Stephenie Meyer, yo solo los uso para mis adaptaciones :)


CAPITULO VEINTISIETE

Las familias, ahora reunidas en una, se felicitaban mutuamente, y realmente no tuvieron que aguardar mucho antes que Bella y Edward bajaran al salón. Como había imaginado Emmet, cuando la puerta del dormitorio está permanentemente entreabierta, ni siquiera una pareja de enamorados tiene mucho que hacer. Edward se acercó a Swan, tomó la mano del hacendado y puso en ella un saquito.

-Contiene piezas de oro de cincuenta libras, señor -anunció-. Hay treinta de ellas. El precio de mi libertad. Mil quinientas libras.

-Edward aguardó un momento mientras Swan sopesaba el saquito con la mano experta de un comerciante, Si usted quiere ser tan amable de firmar mis papeles como que ya están pagados...

Swan buscó en el bolsillo interior de su chaqueta de terciopelo y sacó un paquete que entregó a Edward sin abrirlo.

-Han estado firmados desde que usted me devolvió a mi hija.

-Una decisión precipitada, señor -sonrió Edward-. Ahora vuelvo a quitársela.

-¡Maldición! -exclamó Swan con furia fingida-. Es injusto que deba perder a mi hija y a mi siervo más valioso al mismo tiempo.

-Usted no ha perdido nada, señor -le aseguró Edward-. Nunca se verá libre de nosotros dos. -Atrajo suavemente a Bella a su lado y la miró sonriente-. y Dios mediante, dejaremos en su puerta muchos problemas más pequeños.

Carlisle suspiró con evidente alivio y se quitó sus gafas rotas.

-Me habían pedido que no me las quitara -dijo- para que ustedes no notaran el parecido entre mi hijo y yo, y ahora me alegro de que el secreto se haya descubierto, a fin de poder ver nuevamente con claridad. -Sus ojos Dorados chispearon cuando sonrió a Bella y la tomó de la mano-. Mi hijo ha hecho una elección excelente. Eres un orgullo para la familia, Bella.

Alice se adelantó vacilante, con su hijita en brazos.

-Siento mucho haber irrumpido para causar todo este disturbio, y espero que me perdones.

-¿Eres melliza con Kate? -preguntó Bella.

-Naturalmente -río Alice-, pero Edward y yo siempre nos hemos parecido más que los otros. Y eso confunde a la gente cuando se enteran de que soy melliza con Kate. Edward y yo nos parecemos a nuestro padre mientras que los otros salen a mamá.

La criatura se agitó en los brazos de Alice y Bella miró fascinada mientras la niñita bostezaba y estiraba sus bracitos.

-¿Puedo tenerla en brazos un momento? -preguntó suavemente. -Oh, sí, por supuesto. Aquí tienes.

-Es tan pequeñita -dijo Bella, sorprendida.

-Oh, todos lo son al principio -le aseguró Alice-. Ya lo verás.

Charlie Swan se sentó con una sonrisa de satisfacción. Todavía quedaban muchas cosas por explicar, pero confiaba en que ello sucedería oportunamente.

Fue un momento de regocijo para todos. Hasta Carmen, la criada, que tanto había sufrido bajo el peso de su secreto, sonrió desde la puerta al contemplar la felicidad de Bella. Sam, también, se Sintió orgulloso de su a veces dudoso papel en ese matrimonio. Sin embargo, también él sentía que faltaba encontrar la respuesta a muchas preguntas. Y esa inquietud pronto se extendió a todos los demás.

Regresó Biers, y casi inmediatamente se formó una atmósfera opresiva sobre el hasta hacía unos momentos feliz grupo de personas. El hombre flaco entregó su larga capa al criado y entró en el salón. Miró la reunión como si buscara algún -indicio y después vio el pie vendado de Swan.

-Yo... -empezó vacilante-. Yo hubiera llevado mi caballo al establo, pero desde el camino no vi más ese lugar.

Swan río por lo bajo.

-Para encontrar el establo hay que mirar al suelo. -Como Biers lo miró sin comprender, explicó-: Anoche ardió hasta los cimientos y sólo quedan cenizas. -Charlie se detuvo y observó un momento a su agente-. Ahora que lo pienso, a usted no lo vi allí. ¿Dónde ha estado?

-Perdone, señor -se apresuró a responder Biers-. Tuve noticias de un conocido que vive en Mill Place y fui a visitarlo. ¿Pero dice usted que el establo ardió?

-Ajá -gruñó Sam-. Parece que usted se perdió todo el incendio. -Dejó flotando su afirmación, como si fuera una pregunta.

Biers se encogió de hombros.

-Cuando encontré a ese hombre, era demasiado tarde para regresar Y él me insistió en que me quedara a pasar la noche. No me pareció que sería desusado. ¿Tuvo usted necesidad de mí, señor?

Swan hizo un gesto con la mano.

-No sabía que tenía amigos en las colonias, eso es todo.

Biers se puso rígido.

-Un amigo de la familia, nada más. Un individuo temerario, dado a especulaciones imprudentes. Incapaz de apreciar los aspectos más finos de los buenos modales ingleses.

Edward levantó las cejas con expresión de duda. Podía imaginar muy bien la alegría de una velada en compañía de Biers.

-Parece haber perdido su fusta de montar, señor Biers -comentó Sam como por casualidad.

-¡Perdido! ¡Hum! -dijo Biers, con algo de irritación-. La dejé mientras mi caballo era ensillado ayer, Y cuando estuve listo para partir, no pude encontrada. No tuve tiempo de interrogar al caballerizo pues tenía prisa, pero tenga la seguridad de que haré que la devuelva o sufra el castigo merecido por su latrocinio.

Carlisle Cullen quiso replicar, molesto por la sugerencia de que un empleado suyo era el responsable, pero Esme lo detuvo poniéndole una mano en el brazo.

-¡Basta! -dijo Swan-. Ya ha habido mucho alboroto sobre el incendio y ese bruto animal que tiene el andar de un caballo de tiro y que no sabe dónde pone sus patas. -Tocó su pie vendado con el extremo de su bastón-. Si alguna vez vuelvo a tocar a esa mula, será con el extremo más grueso de mi bastón.

-Vamos, papá -dijo Bella, saliendo en defensa de Attila-. Se dice muy acertadamente que quien baila con un caballo debe tener los pies excepcionalmente ligeros.

El coro de risas duró unos instantes y se apagó rápidamente. Biers no sonrió, pero controló su reloj con el que estaba sobre la repisa de la chimenea. La conversación se volvió tensa y se produjeron largos períodos de silencio.

Fue en uno de esos pesados momentos que Swan empezó a tamborilear los dedos sobre el brazo de su sillón. De pronto se detuvo, levantó lentamente la mano y la miró fijamente. El tamborileo continuó, y todos los ojos de los que estaban en el salón se posaron en él.

El sonido se convirtió en ruido de cascos que se acercaban al galope, y Rosalie fue hasta la ventana mientras una voz estentórea gritaba una serie de órdenes ininteligibles, y el ruido de cascos cesaba.

-Soldados -informó Rosalie desde la ventana-. Alrededor de una docena. En la excitación del momento, sólo Sam notó que Biers sonreía satisfecho Y dirigía a Edward una mirada cargada de rencor.

Llamaron a la puerta y poco después el criado hizo entrar a un oficial inglés al salón. Edward estaba de pie, con la espalda hacia la chimenea, pero cuando el hombre entró, inmediatamente dio la espalda al centro de la habitación, se apoyó en la repisa y clavó la vista en las llamas del hogar. Dos soldados con mosquetes siguieron al oficial y se ubicaron a cada lado de la puerta.

-Mayor Edward Carter, del destacamento de Virginia del Regimiento Nueve de Fusileros de Su Majestad -anunció el oficial.

-Hacendado Carlisle Cullen. -Carlisle se adelantó y tendió su mano, que fue estrechada brevemente por el otro-. Propietario de esta casa y estas tierras por concesión real.

El mayor Carter asintió con la cabeza pero siguió rígido y formal.

-Estoy en misión de Su Majestad -informó a Carlisle-. Solicito respetuosamente que se permita a mis hombres darles de beber a sus caballos y ponerlos en el establo. Puesto que nos quedaremos a pasar la noche, también solicito alojamiento para mis hombres.

El mayor de los Cullens miró con pena al oficial.

-Parece que no tenemos establo, mayor. Pero hay otros graneros, y estoy seguro de que podremos acomodar a sus hombres.

-Donde a usted le sea más cómodo, señor. -El mayor se aflojó un poco-. No quiero molestarlo en lo más mínimo. -Se aclaró la garganta-. Ahora, en cuanto a lo que me ha traído hasta aquí, me han informado que un asesino fugitivo se encuentra en esta casa. Según una carta sin firma que me llegó desde Richmond, el hombre se hace pasar por Masen Edward.

El silencio cayó sobre el salón como una pesada mortaja. Sé hubiera podido oír el ruido de una pluma cayendo sobre la alfombra. Solamente Sam no dio señales de sorpresa. Bella no se atrevió a moverse, aunque miró discretamente a Edward. Con un suspiro de resignación, Edward se volvió y miró resueltamente al mayor, con una sonrisa en los labios.

-Me entrego, mayor Carter. No trataré de escapar. -Edward señaló a los soldados con el mentón-. Aquí no será necesario emplear la violencia.

El mayor recorrió lentamente el salón con la mirada.

-Creo que aceptaré su promesa. Usted comprende, por supuesto, que se encuentra bajo arresto.

Edward asintió y el oficial despidió a los dos soldados. Después volvió a mirar a Edward, y una sonrisa empezó a dibujarse en sus labios.

-¡Cullen! -dijo-. Debí adivinado. -Sin querer, el mayor repitió las palabras de Bella y se rascó el mentón, como si recordara-. Edward Anthony Cullen, si mal no recuerdo.

Ahora Biers se mostró sorprendido. Abrió la boca y se adelantó hacia el oficial.

-¿Qué...? -dijo torpemente-. ¿El? ¿Cullen? -Señaló repetidamente a Edward con el dedo-. ¿El? Pero... Sus ojos oscuros se posaron en Carlisle y después en Esme, Kate, Bella, Seth y Emmet. Su mirada más larga fue para Alice, quien le sonrió dulcemente.

-¡Oh! -Tragó Con dificultad. Jugó un momento con el guante de su mano izquierda y finalmente se lo quito, se acercó a la chimenea y clavó la vista en los leños encendidos.

-Usted era capitán la última vez que nos vimos -dijo Edward.

-¡Sí! -El mayor se rascó nuevamente el mentón. Lo recuerdo muy bien, señor Cullen, y me alegro de haber traído más soldados esta vez.

-Siento mucho aquello, mayor -replicó Edward, y pareció disculparse sinceramente-. Sólo puedo decir que lo que me enfureció fue que me despertaran tan rudamente, sin ninguna explicación.

El mayor Carter río por lo bajo.

-Mi mayor deseo -dijo- es no estar presente cuando usted se enfurece. Le ruego, sin embargo, que no se preocupe por la quijada rota. En estos tiempos de paz los ascensos llegan con mucha dificultad. Fue aquella lesión lo que me valió mi promoción y evitó, al mismo tiempo, que me degradaran. Fue pura buena suerte, aunque un poco dolorosa.

-Nuevamente recorrió con la mirada el salón-. Usted parece ser miembro de la familia.

-Es mi hijo. -La voz de Esme sonó fuerte y enérgica-. Todo esto ha sido una terrible equivocación. Estoy segura de que Edward no es culpable de ese delito y tenemos intención de comprometer todos nuestros esfuerzos para probarlo.

-Naturalmente, señora -repuso amablemente el mayor Carter-. Puede tener la seguridad de que en este asunto se realizará una amplia investigación. Tenemos muchas cosas que averiguar. -Se volvió hacia Carlisle-. Señor, ha sido un largo. viaje desde Williamsburg y creo que casi es hora de tomar el té. Me pregunto si puedo pedirle una taza.

-¿No preferiría algo más fuerte? -repuso Carlisle-. Tengo Un brandy excelente.

-Señor, usted es demasiado amable con un humilde servidor de la corona. -El mayor sonrió cuando le pusieron en la mano una generosa copa de brandy y sus ojos casi se volvieron extasiados hacia arriba cuando la primera gota tocó su lengua-. ¡Esto es algo celestial!

-¡Santo cielo! -exclamó súbitamente el mayor -. La próxima vez olvidaré ponerme las botas. -Buscó en su bolsillo y sacó un paquete de sobres-. ¿Está presente aquí un capitán Emmet Cullen?

Emmet se adelantó y se identificó.

-En estos días tratan de aprovechar al máximo a un oficial –dijo tristemente el mayor-. Estos son despachos para usted, llegados de Londres, que me entregó el jefe de postas de Williamsburg. Por lo menos uno de ellos lleva el sello real.

Emmet tomó las cartas y se acercó a la ventana, donde la luz era mejor.

Bella se acercó. a Edward y lo tomó de un brazo. Habiendo observado sus graciosos movimientos, el mayor Carter la miró un poco desconcertado. Había tomado nota de la belleza de ella no bien entró al salón y suspiró decepcionado cuando Edward la presentó.

-Mi esposa, señor. Bella Cullen.

El mayor se inclinó profundamente.

-¡Es usted muy hermosa, señora! Estoy encantado de conocerla. -Se enderezó y la miró con atención-. ¿Ese nombre? ¿Bella? ¿Es usted quizá, o mejor dicho era, la señorita Bella Swan?

-Sí -respondió Bella graciosamente-. Y este es mi padre, Charlie Swan. -Señaló al hacendado, quien seguía sentado.

-¡Lord Swan! -El mayor estaba obviamente impresionado y se acercó a Swan-. He oído hablar mucho de usted, señor.

-¡Hum! - Swan rechazó la mano que le ofrecían-. Seguramente mal, supongo, pero mi mal genio mejorará mucho cuando haya terminado esta tontería acerca del joven Edward. Puede informar a sus superiores, mayor, que también mis influencias y mi dinero apoyarán a esta causa.

El oficial se sintió incómodo. Si había dos apellidos y dos fortunas que podían trastornar más la tranquilidad de la corona, él no estaba enterado.

Emmet interrumpió su lectura junto a la ventana y se reunió con ellos.

-Creo que no hará falta gastar dinero en esto. -Tendió un documento de aspecto oficial, lleno de sellos-. Esto es para ser entregado al más próximo oficial de la corona, señor. ¿Quiere aceptarlo?

El mayor tomó la carta con renuencia. Empezó a leer, moviendo silenciosamente los labios. Miró a Edward, dejó su copa y siguió leyendo. Empezó a hacerlo en voz alta.

"...Por lo tanto, vistas las nuevas evidencias y accediendo a una petición del marqués de Cullen, todas las actuaciones en el caso de Edward Anthony Cullen quedan suspendidas hasta que nuevas investigaciones hayan aclarado los hechos en este asunto."

El mayor Carter dejó de leer y se dirigió a todos los presentes:

- lleva los sellos del marqués y del tribunal de pares. -Miró a Edward y a Bella y les sonrió con evidente alivio-. Parece que está usted libre, señor Cullen.

Bella dio un grito de alegría y echó los brazos al cuello de Edward. Se oyeron suspiros de alivio en toda la habitación.

-¿Quiere decir -interrumpió Biers con voz estridente, y todos se volvieron para mirarlo- que un asesino fugitivo puede ser dejado en libertad por un -se adelantó y aferró un ángulo del documento antes que el mayor pudiera ponerlo fuera de su alcance- por un pedazo de papel? ¡Esto es una injusticia! ¡Una grosera equivocación!

El mayor se irguió en toda 'su altura.

-Esta carta lo explica todo, señor. La mujer tenía marido y además recibía a otros hombres. Antes hubo quejas de hombres que fueron robados. Ellos dijeron que después de visitarla, ninguno pudo recordar nada, excepto que despertaron a una buena distancia de la posada. Además, varios caballeros de Escocia reconocieron la llegada del señor Cullen desde las colonias. El no hubiera podido ser el padre de la criatura y ahora se sospecha que el marido la mató por celos.

-¿Una buena muchacha inglesa fue brutalmente asesinada, estando encinta, y ahora su atacante queda en libertad? -Biers parecía no haber entendido lo que no se ajustaba a sus deseos.

-¡Señor Biers! -rugió Swan.

El mayor Carter apoyó una mano en el pomo de su espada. - ¿Desafía .usted una orden del tribunal de pares, señor?

La desaprobación de estos dos hombres de autoridad fue suficiente para calmar al agitado Biers. Sin embargo, fue la llama de ira en los ojos de Bella, quien se adelantó hacia él, lo que lo hizo retroceder.

El hombre sólo pudo tartamudear.

-Yo solo... ¡No! ¡Claro que no! -Tragó con dificultad y su nuez de Adán se agitó convulsivamente.

-Vuelva a pronunciar el nombré de mi marido -dijo Bella- y le arrancaré los labios de su cara. -Aunque la voz fue apenas un susurro, Biers entendió como si le hubieran gritado. Asintió ansiosamente.

-¡Si! ¡Si! Quiero decir... ¡nunca! ¡Jamás!

Biers permaneció inmóvil hasta que ella se alejó.

Cuidadosamente sacó su bota del hogar y limpió las cenizas de la suela de su bota. Siguió a Bella con la mirada hasta que ella estuvo nuevamente tomada del brazo de su marido. El agente empezaba a recobrar su compostura pero volvió a perderla cuando Sam lo tocó en un brazo.

-Señor Biers, he encontrado esto. Creo que es suyo. -El hombre tendió la fusta que antes había mostrado a Edward y observó atentamente al otro.

-¡Oh, sí! ¡Gracias! - Biers se mostró aliviado y aceptó la fusta-. Sí, es mía. Es difícil cabalgar con solamente una vara de sauce para azuzar al caballo. -Se interrumpió, hizo una mueca desagradable y observó más atentamente el objeto que tenían en la mano-. ¿Qué es esto?

-Sangre -gruñó Sam-. Y pelo. Pelo de Attila. Fue usada para golpear al animal hasta que relinchó y atrajo a Edward a los establos. Pero, por supuesto, usted nada sabe de eso. Estuvo ausente toda la noche. ¿Cuál dijo que era el apellido, de su amigo?

-Blakely. Jules Blakely -respondió Biers, con aire ausente.

-Blakely. Lo conozco -dijo Carlisle desde el otro extremo de la habitación-. Tiene una cabaña cerca de Mill Place. Lo oí hablar de un pariente en Inglaterra, pero era, déjeme pensar... era el hermano de su esposa.

Biers no quiso mirar a nadie de frente y bajó la vista al suelo. Su voz sonó ronca, casi un susurro cuando por fin habló.

-Mi hermana... cuando yo era apenas un muchachito, fui falsamente acusado de robo y vendido en servidumbre. Ella... se casó con el hombre, un colonial. -La vergüenza de esta última información casi fue más de lo que el hombre podía soportar.

El mayor Carter, quien había permanecido de pie junto a Swan escuchando todo lo que se decía, sacó del gran bolsillo de su chaqueta un grueso manual. Lo hojeó rápidamente, se detuvo a leer una página, pareció reflexionar profundamente y después empezó a hablar.

-He sido oficial de línea la mayor parte de mi carrera, excepto esa temporada en Londres. -Sonrió levemente e inclinó la cabeza hacia Edward-. Y por lo tanto, estoy bien entrenado en las artes de batalla. Claro que ser un oficial de la corona en época de paz es algo muy diferente. Sin embargo, los mejores jueces de los tribunales han redactado un manual que puede reemplazar a la experiencia y que es de carácter orientador y no obligatorio. -Levantó el libro y lo mostró a todos-. Deja la libertad. de elegir entre seguirlo al pie de la letra o arriesgarse a una corte marcial. El mismo dice, aquí, que cuando un oficial encuentra en el campo civil un asunto que parece desusadamente confuso y/o sospechoso, debe imponer su autoridad para investigar y averiguar los hechos. -Golpeó la página con el dedo-. Y aunque pueda parecer presuntuoso, no podría encontrar mejores palabras para describir esta situación.

Se volvió y miró a Sam a los ojos.

-Este asunto del establo. ¿Usted quiso decir que el incendio fue deliberado?

-No hay ninguna duda -intervino enfáticamente Emmet-. La entrada estaba asegurada con un tronco y mi hermano había sido golpeado en la cabeza.

A instancias del mayor, fue relatada toda la historia. Al final el oficial levantó las manos, completamente desconcertado.

-Caballeros, por favor. Estoy tratando de entender esto y me resulta sumamente confuso. Quizá será mejor que empecemos desde el principio. -Se volvió lentamente y miró a Edward-. Señor Edward Cullen, no entiendo cómo fue que su nombre apareció entre la lista de condenados a la horca y ahora usted se encuentra aquí, aparentemente sano y salvo. ¿Cómo puede ser?

Edward abrió los brazos.

- yo solo sé que fui sacado de mi celda, puesto con otros hombres y después llevado a bordo de un barco que zarpó hacia Los Camellos.

-Señaló a Biers por encima el hombro del mayor-. Quizá el señor Biers pueda explicarlo mejor. Fue él quien lo arregló todo.

-¡Qué! - Swan se irguió en su sillón y se volvió para mirar a Biers-. ¿Usted lo compró en Newgate?

-Comprar no es exactamente la palabra, papá -dijo Bella-. El carcelero, señor Hicks, tiene mucha inclinación hacia las monedas relucientes, como todos podemos atestiguar. -Miró fijamente a Biers-. ¿Cuánto le cobró el señor Hicks? ¿Cien, doscientas libras?

Biers tartamudeo y no pudo mirar al mayor a los ojos. Después miró a Bella y pareció darse cuenta de algo.

-Usted me ha amenazado y acusado en varias ocasiones, señora, pero ¿cómo fue que se casó con un tal Edward Cullen cuando el mismo hombre estaba alojado en una celda de Newgate?

Swan se volvió lentamente Y miró a Bella.

-Hum -dijo-, será muy interesante escuchar eso, criatura.

Bella miró atentamente el broche que llevaba, alisó delicadamente la alfombra con el pie, sonrió tímidamente a Edward, aspiró profundamente y miró a su padre a los ojos.

-yo fui allí en busca de un apellido, para dejarte conforme y cumplir con tus deseos. Encontré uno que no podía ser cuestionado y cuyo dueño, pensé, no sería para mí una carga por mucho tiempo. Los dos hicimos un pacto. -Sonrió por encima de su hombro y tendió una mano a Edward. El la tomó, se le acercó y le rodeó la cintura con un brazo. Ella se dirigió nuevamente a su padre-. La mentira resultó muy amarga para mí, porque cuando descubrí que no era viuda, no pude admitirlo -Se apoyó cómodamente en Edward-. Siento haberte engañado, papá, pero si pudiera estar segura de que final sería el mismo, volvería a hacerlo nuevamente.

Swan río regocijado y la miró.

-Estaba preguntándome cuánto tiempo habrías aceptado el ultimátum. Por un tiempo tuve la seguridad de que te habías rendido, pero ahora veo que tienes más sangre Swan de la que pensaba.

Bella miró vacilante al mayor.

-Otro hombre fue sepultado en el ataúd que yo creí que era el de Edward. Quizá un cadáver sin nombre destinado al cementerio de pobres. . Más allá de eso, yo nada sé.

Sam se adelantó y tomó la palabra.

-yo recibí el ataúd, que me entregó el señor Hicks en Newgate. Era el de un anciano, flaco, macilento, muerto de hambre o de enfermedad, no sabría decirlo. Quienquiera que haya sido, yace debajo de una bella lápida con un buen apellido grabado en ella. Poco más hay que contar, sólo que yo encontré a un hombre que dice ser el marido de la muchacha asesinada, en Londres. -Cuando el mayor abrió la boca para hablar, Sam levantó una mano-. Sé que el hombre está considerado un sospechoso. En este momento se encuentra en Richmond. En Londres el hombre estaba bebido y entonces solamente me dijo que Edward no podía haber cometido el crimen.

Sam vio -la mirada acusadora de Bella y se apresuró a añadir: -Cuando descubrí que Edward había escapado al verdugo, no vi motivos para seguir revolviendo el asunto. Pero en Richmond el marido de la muchacha dijo que pronto podría demostrar que Edward era inocente, de modo que le dejé que hiciera lo que planeaba. Pudo ser una treta para salvarse él -Sam se encogió de hombros- pero yo confié en el hombre.

-Hubo una muchacha asesinada en nuestra isla -dijo Swan- y ella dibujó una "R" en la arena. Sam posó su mirada en Biers y la dejó allí hasta que el hombre empezó a temblar.

-¿Usted me acusa? -ladró Biers-. Yo detestaba a esa mujerzuela pero no tenía motivos para matarla. Ella era nada para mí.

Bella lo miró ceñuda.

-Victoria estaba encinta y usted le daba dinero. Edward y yo lo vimos en el hall de la mansión.

-Ella iba a traerme pescado, eso era todo.

-¿Por qué seguía a Edward en la isla? -preguntó Sam-. En varias ocasiones lo vi haciéndolo.

El hombre apretó la mandíbula con furia.

-A usted le gustaría acusarme de intentar asesinarlo ¿verdad? Usted y ella -señaló a Bella- conspiraron en Londres a mis espaldas para arreglar el casamiento. Bueno, yo no sabía que ella estaba casada cuando los vi juntos cerca del trapiche. El señor Edward se mostró muy atrevido con sus manos y comprendí que algo había entre ellos. Como responsable de que él se encontrara en la isla, yo sabía que si a él lo acusaban de propasarse con la hija del hacendado, surgirían preguntas y yo tendría que responder a más de una. Sólo me enteré de que estaban casados en el viaje hacia aquí, y no bien desembarcamos envié una carta a las autoridades. Yo tenía entendido que el se-ñor Edward era un asesino ¿no comprenden? El señor Hicks así lo informó.

Bella y Edward intercambiaron miradas que comunicaron el hecho de que ambos habían captado la importancia de lo que Biers acababa de decir. Además de Sam, solamente Victoria había estado enterada del casamiento.

-Señor Biers -carraspeó Sam-. Usted es un hombre sorprendentemente inocente.

-¡Mayor! -Biers llamó la atención al oficial-. Soy ciudadano inglés y merezco la protección de la ley. -Se quitó el guante de la mano derecha y arrojó los dos sobre la mesa-. Si alguien va acusarme, que lo haga ante un tribunal. Entonces responderé. Pero esta comedia es intolerable. Exijo la protección oficial del rey.

Esme se había acercado a Edward mientras el hombre soltaba su discurso y ahora tocó a su hijo con el codo. El la miró y ella dirigió sus ojos a Biers. Intrigado, Edward la miró ceñudo y Esme señaló la mano derecha de Biers. Edward miró, y súbitamente comprendió lo que su madre le quería señalar.

-¿Señor Biers? -preguntó Edward amablemente-. ¿Dónde obtuvo esa sortija?

Biers levantó la mano para mirar el anillo y respondió en tono cortante:

-Me la dieron en pago de una deuda. ¿Por qué?

Edward se encogió de hombros Y dijo:

-Ha pertenecido a mi familia por varias generaciones. Creo que me fue robada.

-¿Robada? ¡Tonterías! Yo presté algún dinero a un hombre y él no tenía medios para pagarme. En cambio, me dio esto.

Edward se volvió a medias al mayor y habló un poco para el militar y un poco para Biers y los demás.

Mi madre me dio la sortija para que yo se la obsequiara a mi esposa cuando eligiera una. Yo la llevaba en una cadena al cuello, y allí estaba cuando fui a la habitación de la muchacha; en Inglaterra.

Esa fue la noche que la asesinaron. Quienquiera que haya tomado la sortija, estuvo en la habitación aquella noche.

Biers quedó atónito cuando comprendió el significado de lo que Edward acababa de decir. El mayor se llevó la mano a su pistola. Las facciones de Biers se crisparon en una expresión de horror.

-¡No! ¡Yo no fui! ¡Yo no la maté! -Empezó a sudar-. No pueden culparme de eso. Tome, aquí tiene su maldita sortija. -Se arrancó el anillo del dedo y lo arrojó al otro extremo de la habitación. Miró a todos con ojos desorbitados-. ¡Les digo que no la maté!

Su voz se volvió implorante cuando miró a: Edward.

-¿Cómo puede usted acusarme? Nunca hice nada para lastimarlo. Dios mío, hombre. Yo pagué el dinero para salvado de la horca. ¿Acaso eso no vale nada?

Súbitamente Biers recordó las cadenas con que había cargado al hombre, las amenazas proferidas. Ninguna compasión podía esperar por ese lado. Se volvió hacia Sam.

-Hemos viajado juntos. -Pero Biers recordó la fusta ensangrentada y supo que el hombre hosco sospechaba de él. Ninguna ayuda por este lado. Miró a Swan y vio la expresión furiosa del hacendado

-¿Usted compraba los hombres en la cárcel -preguntó Swan y se embolsaba la diferencia?

¡Pánico! ¡Miedo! El mundo de Biers se derrumbaba a su alrededor. Luchó por aquietar sus manos temblorosas y sus rodillas que se sacudían violentamente. Entonces Edward habló con calma.

-¿Quién le dio el anillo, señor Biers? ¿Sir James, quizá? El agente lo miró con la boca abierta y súbitamente soltó una carcajada histérica.

-Por supuesto -dijo-. Con eso me pagó un dinero que yo le había prestado.

-¿Y dónde dijo sir James que lo había obtenido? –preguntó Edward, por encima de los murmullos de sorpresa.

-Vaya, dijo que de un escocés. Por algo que el hombre le debía.

-Eliazar es escocés -dijo Sam, ceñudo-. El podría haberle robado el anillo a Edward.

-¿Dónde está sir James? -preguntó Edward-. ¿Cabalgando, todavía? .

-Nadie lo ha visto -repuso Esme.

- Llegaremos al fondo de este asunto cuando él regrese -dijo el mayor.

-¿Cuánto pagó usted por Edward? -preguntó Swan a su agente. El alivio de Biers se convirtió abruptamente en consternación, y el hombre farfulló la respuesta:

-Doscientas libras.

-Usted me dijo mil quinientas y debo suponer que me ha estafado antes. - Swan sacó el saquito de dinero y lo arrojó a Edward-. Nunca ha existido una deuda de servidumbre contra usted, y sus servicios han pagado con creces lo que invertí en usted, muchacho. -Sin volverse, añadió-: Las cuentas a su favor que tiene el señor Biers en Los Camellos servirán para pagar lo que me ha estafado.

Biers tartamudeó, indignado:

-¡Esto es todo lo que poseo en el mundo!

-Sería mejor que poseyera lo suficiente para vivir un tiempo en las colonias -dijo Swan, atravesando a Biers con una mirada glacial- porque usted ya no es empleado mío. -El hacendado continuó, en tono casi jovial-: Quizá el señor Blakely lo acepte como siervo. Quienquiera que sea su próximo amo, le sugiero que no lo estafe.

Biers dejó caer los hombros. Había perdido aquí más de lo que ganara por medio de sus sucias artimañas. Era un golpe cruel, ciertamente, si tendría que pasar el resto de su vida en las colonias. Si James no le pagaba lo que le debía, se vería en un verdadero aprieto.

La habitación quedó silenciosa y Biers se desplomó sobre un sillón.

Pasada la excitación, Bella se sintió súbitamente cansada. Había sido un día muy largo desde el incendio del establo y después el temor de que a Edward se lo llevaran los soldados. Ahora, después de tanta tensión, se sentía al borde del agotamiento. Edward la acompaño escalera arriba y cerró las cortinas de la habitación. Ella bostezó y se dejó caer sobre el borde de la cama. El sonrió y la miró.

-No es posible cerrar la puerta -le recordó ella, y se tendió de espaldas en la cama-. ¿Te, das cuenta de que no tendremos que seguir ocultándonos?

Edward fue hasta el guardarropa y sacó una camisa limpia.

-Ahora que puedo reclamar mi habitación, voy a reclamar todo lo que hay en ella.

La miró y ella le respondió con una risita.

-No con esa puerta abierta. Refrena tu ardor hasta que esté reparada.

-Me ocuparé de que la arreglen cuanto antes.

Bella lo miró mientras él se quitaba el chaleco de cuero y se ponía la camisa limpia.

-Hay algo que todavía me inquieta, Edward -dijo ella quedamente-. ¿Quién trató de matarte.?

-Tengo mis fuertes sospechas -repuso él-. y pienso descubrir la verdad, tenlo por seguro.

-Te amo -susurró Bella y le echó los brazos al cuello cuando él se acercó.

Edward empezó a acariciarla suavemente. Pero de pronto sus dedos se detuvieron debajo de una rodilla de ella.

-¿Qué tienes aquí?

Bella se levantó la falda y le mostró la daga que llevaba sujeta con la liga.

-Desde esta mañana decidí que tú necesitabas protección.

Edward estaba más interesado en la exhibición de las bien formadas piernas y siguió acariciando la piel desnuda. Sus besos se hicieron más atrevidos y su sangre empezó a circular alocadamente. Sin aliento, Bella le susurró al oído:

- La puerta. Alguien puede vernos.

-Parece que tenemos problemas de intimidad -repuso Edward roncamente, -y depositó un beso en el vientre de terciopelo antes de bajarle las faldas-. Veré que puedo conseguir para arreglar esa puerta. No te vayas.

-Te esperaré -le aseguró ella.

Mientras escuchaba las pisadas de él que- se alejaban por el pasillo, Bella sonrió y se acurrucó sobre la almohada. Momentos después, cerró los ojos y se hundió en un pacífico sueño.


Bueno bueno... parece que todo les salio bien, por ahora, quien creen que mato a la chica por la que culparon a Edward?

y que pasaria con James, parece ser que se escapo

chicas que prefieren, el ultimo capitulo y el epilogo juntos o esperamos y subimos uno el sabado y el otro el miercoles

leo sus reviews

besos y abrazos