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DIA 27
IN BETWEEN
(O en medio )
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Marinette Dupain-Cheng debe tomar decisiones.
¿Qué debe hacer para cambiar el futuro funesto?
En un último momento, se viste de rojo para su boda, pero ¿será suficiente?
Continúa inmediatamente al día 16: Pretentious.
Leer en este orden, para recordar de qué va este mini-arco: Día 23 y 24, Día 17, Dia 12, Día 18 y 19, Día 22...y por último, día 16 (La boda "roja")
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Había esperado la llegada de la portadora del prodigio del tiempo, pero ella no llegó. Ladybug subía a los tejados, apenas anochecía, evitando reunirse con su compañero y ahí, bajo la noche estrellada en medio de la medianoche y el amanecer, ella esperaba y esperaba. Pasaban los días, las semanas y aunque ella era feliz en su matrimonio, no podía serlo del todo, no hasta que alguien le confirmara la desaparición del futuro apocalíptico.
Y al cansarse de esperar, ella se dio cuenta que no había conseguido nada.
Que todo seguía malditamente, mal.
Recordó los detalles de su última conversación con el Félix del futuro, recordó la identidad del villano, recordó las desgracias y las alegrías que tendrían como familia. Marinette se limpiaba las lágrimas con tristeza, luego suspiraba y miraba al cielo, rogando para que Bunnix apareciera.
Pero nunca apareció.
Y entonces, ella decidió que debía seguir intentando.
*.*.*.*
Marinette se acercó sigilosamente a la puerta, y la cerró, asegurándose que nadie pudiera abrirla. Parpadeó entonces, insegura. Estaba de espaldas a él, reuniendo fuerzas y tomando una decisión. Con una mano, acarició la madera de la puerta examinando la belleza de la pintura con la que estaba recubierta. Hubiese querido estar del otro lado, lejos de ahí. Y, sin embargo, debía hacerlo, debía terminar con el peligro y con la alegoría de un futuro funesto.
- Adrien – murmuró débilmente Marinette. – Adrien – repitió un poco más fuerte.
El primo de su marido detuvo la melodía que estaba tocando al piano, y se incorporó del banco. Él la vio observando la puerta, sin voltearse, como si estuviera a punto de escapar y Adrien quiso, inconscientemente, que ella se quedara con él, que Marinette siempre se quedara con él.
- Marinette – contestó Adrien, emocionado al verla. – Aquí estoy, pasa y acércate. No sabía que estabas aquí dentro. -
Amablemente, Adrien Agreste le señaló un diván al lado del piano, y Marinette ladeó un poco la cabeza para ver a qué se refería. Luego terminó de girar el cuerpo completamente y miró de frente, ahora sí, al primo de su marido.
- Adrien. – dijo más claro, mucho más segura. – Lo que tengo que decirte, lo diré de pie y sin dilaciones. No me temblará la voz, ni hablaré entrecortado. – Marinette Dupain Cheng empezó a acercarse a Adrien Agreste, evitando detenerse, evitando distraerse, evitando escapar. Cada paso hacia él, era un paso que daba dispuesta a cambiar el fin del mundo.
Marinette se dio cuenta que, por detrás de Adrien, el sol entraba iluminando la estancia, traspasando aquellas cortinas blancas de muselina que Kagami Tsurugi había instalado el verano pasado. Ésa luz, hacía resplandecer al rubio, otorgándole un aura de deidad y belleza que en otro tiempo, en su adolescencia, quizá la habrían vuelto loca.
Pero ahora, no despertaban nada en su nuevo corazón.
Nada, salvo afecto y ternura por el buen hombre que era, y, pena y temor, por el monstruo en el que se iba a convertir. Ella tragó saliva, siguió avanzando, se sujetó ambas manos entrelazando sus dedos y respiró, una y otra vez.
- ¿Qué me tienes que decir, Marinette? No… no… no sé qué he hecho mal, pero, si me he equivocado, por favor, dímelo y prometo no volver a hacerlo y claro, te pediré perdón, pero…pero…- Adrien le sonrió, al inicio débilmente, para luego conseguir confianza y sonreír con normalidad. – pero ven… acércate y hablemos. ¿Qué me dirás, Mari?¿es sobre…? ¿Félix? ¿Félix te ha tratado bien? ¿Eres feliz en Londres? -
Marinette terminó de avanzar y se colocó a escasos centímetros de Adrien. Despacio, ella levantó su mirada haciéndola coincidir con la de él. Por un segundo, Marinette pensó que quizá en otro momento, quizá si todo hubiese sido de otra manera, ella hubiera despertado todos los días mirando esos ojos, tocando ese cuerpo, peinando ese cabello. Quizá si todo hubiese sido diferente, Adrien sería su marido y tendrían una casa con jardín, tal vez pequeña, o tal vez amplia, tendrían un hámster, un perro, tendrían niños y ambos sonreirían y andarían tomados de la mano, alucinando con una vida en color rosa, con baldosas de caramelo y chocolate creciendo en sus árboles. Siempre sería primavera, siempre tendría un paraguas para guarecerse.
¿Algún día me cansaría de eso?, pensó Marinette nuevamente, ¿Algún me hartaría de tanta miel y tanta azúcar? ¿de tanta irrealidad y fantasía?
Ella se contestó rápidamente. `
Sí, se dijo para sí misma, claro que me cansaría. Porque ahora sé que tu risa, Adrien, es sólo una máscara de condescendencia y paz. De paz a golpe de ceder, a golpe de dejar pasar cosas. Y que, en realidad, te conformas con lo poco que tienes, y que no harás nada para cambiar la situación, hasta que estés ahogado en ella. Nunca hubieses tenido el valor de decirme que me amabas, nunca te hubieses arriesgado. Te entiendo Adrien, has elegido lo seguro… pero ahora sé que eras una ilusión hecha por mí, un deseo persistente y cíclico. Una obsesión. Sí – ella se volvió a repetir en su mente. - Sí, hubiéramos sido felices un rato, pero... pero después, después cuando llegase el invierno… ¿Qué hubiera pasado? ...Somos polos iguales, somos idénticos. Reímos para aligerar el ambiente, sonreímos cuando la cosa se pone dura, hablamos en vez de gritar y valoramos las mismas cosas. Positivo y positivo. Día y día. Risa y risa. Ideal para ser amigos. Imposible para amar.
Suspiró, y se mordió los labios levemente.
No hubiéramos resistido ni la primera nevada, ni la primera lluvia de otoño. No, Adrien, tu y yo, nunca hubiéramos sido nosotros.
Marinette Dupain-Cheng concluyó su debate interno, ahogándose en la indecisión, a pesar de tener razón. Pero debía hacerlo, claro que debía hacerlo. Recordó las profecías de Félix el guardián del futuro. Volvió a vivir su muerte, su cuerpo frio y blando de contornos violetas y de tonos pálidos, sintió sus labios secos y marchitos bajo el tacto de sus manos. Y no olvidó las lágrimas amargas que nacieron en su garganta y en sus ojos. Sus gemidos y chillidos suplicándole que despertara. Sus gritos tratando de impedir que lo enterraran, porque de seguro, él abriría los ojos en cualquier momento.
Félix, Félix, ¿Qué futuro nos espera? ¿Por cuál futuro deberemos luchar?
Así que tragó fuerte y desdeñó para siempre sus sueños infantiles. Cogió aire, tratando de inhalar valentía y coraje.
Coraje.
Eso que al luchar como heroína le sobraba, pero que al interactuar con Adrien habitualmente le faltaba.
Valentía.
Eso que tuvo Félix cuando fue donde Tom Dupain a avisarle que se casaba con Marinette aunque él no lo quisiera ni un poquito.
Félix.
- Adrien – murmuró Marinette, desviando la mirada y fijándose en sus pies, para luego coger aire y lanzar un cañonazo. - ...¿Me amas?...-
Adrien Agreste abrió sus ojos inmensamente y se quedó rígido y tieso, como si le acabasen de golpear la espalda con una vara.
- Adrien- repitió la heroína, ahora clavándole su mirada azul cielo resplandeciente. - ...¿Me amas? ¿Tú me amas?...-
¿Amor? ¿qué sé yo sobre el amor? ¿Amor será seguirla a todas partes? ¿o coger su bolso de esgrima y acompañarla al coche? ¿o mentir para encontrarse? ¿Amor?, pensó Adrien.
A pesar de todo, a pesar de sus dudas, Adrien Agreste sí sabía de eso.
O al menos lo intuía.
No, amor no era seguirla como un perrito faldero ni alabarla en sus victorias, ni obligarla a encontrarse en cada minuto que tuvieran.
No, amor era acompañarse en su soledad, apoyarse en sus desconciertos, y abrazarla cuando lo necesitase. Calidez, comprensión.
Eso era Marinette para él. Ella era algo entre amistad y cariño, oh sí, ahora estaba seguro, ella era amor.
- Sí – murmuró Adrien, con seguridad y locura. Aprovechando el momento, sintiéndose entre la espada y la pared. – Sí, Marinette, sí te amo. Desde hace mucho, pero no supe reconocerlo, no supe apreciarlo. Lo lamento…lo lamento…no… ¡no! ¡no lo lamento! ¡No lamento decirte todo esto!. -
Él se acercó rápidamente a Marinette y la tomó de los hombros. Ella aún continuó mirándolo, sin retirarse, sin alejarse.
Adrien la amaba, claro que sí, pero su amor por Marinette había sido tan placentero y suave que no distinguió cuándo terminó la amistad y cuándo empezó el amor. O quizá desde el inicio fue amor, y él, lo etiquetó de manera errónea. Pero ella acababa de casarse con su primo, acababa de volver de Londres. ¿Cómo ella lo supo? ¿Por qué se lo pregunta ahora?
- ¿Por qué me preguntas esto, Marinette? ¿No entiendes que no puedo mentirte? Pensé que yo lo ocultaba bien, pensé que tú no lo imaginabas. Pensaba seguir así… para siempre, o hasta que algo sucediera, no sé qué pero yo soñaba que algo sucediera…que te divorciaras o que él muriera…no, no, eso no. – Adrien cerró fuertemente los ojos, pero luego los volvió a abrir, dándose cuenta de lo horrible que fue decir eso. -…Perdóname, él es mi primo…pero tú eres mi amiga y sé que antes me amabas. ¿no es así, Mari? ¿no me amabas también? -
Ella pestañeó, ahogando el llanto que quería brotar de sus ojos. No, no, no ahora, Marinette. No te doblegues ante el pasado, no te permitas huir.
Marinette frunció levemente la frente y cerró sus ojos dubitativos. Cogió todos sus recuerdos con Adrien, todo el amor que le tuvo, todo el dolor que él le dio, y los lanzó por la ventana, los echó por la borda, para no verlos nunca más.
Ahora o nunca, Marinette, ahora o nunca.
Y sin pensarlo más, ella alzó ambas manos para sujetar el rostro suave y joven de Adrien Agreste y tanteando con sus dedos, encontró sus labios y de un impulso hacia adelante, los unió a los suyos. Al inicio, un beso ligero, tímido, un beso naciendo desde la duda, un beso pariendo en la esperanza. Con delicadeza, Marinette entreabrió la boca, moviendo la mandíbula hacia abajo. Fue un movimiento leve y pequeño, pero que Adrien interpretó por pasión y sometimiento, y oportunidad y finalmente, reciprocidad. Con fiereza, sujetó a la mujer de su primo desde la nuca atrayéndola hacia él. Impidiendo su huida, impidiendo la retirada.
Y ella, sabiendo que sería el único beso que recibiría de Adrien en toda su vida, abandonó su última duda y continuó moviendo sus labios, ladeando ligeramente la cabeza, sintiendo como detrás suyo, Adrien Agreste la cogía del pelo con una mano mientras que, con la otra, la abrazaba por los hombros, fuertemente, apretándola contra sí mismo. Segundos largos e infinitos. Intercambiando carne y saliva. Y desesperación, pasión, infidelidad y acidez.
Ella se alejó cuando sintió como el primo de su marido bajó una de sus manos y la tomó de la cintura, apretándolo más y más contra él.
Suficiente, se dijo ella, es suficiente, se convenció.
No se alejó demasiado de él, tan solo lo necesario para respirar y resistió con fuerza cuando él la volvió a empujar hacia si mismo.
- Adrien – murmuró Marinette contra su boca, aún cerrando sus párpados. Era éste el momento, era ésta su última oportunidad. – Adrien, no te confundas. No…no…no creas…Adrien, tú y yo nunca seremos algo, tu y yo no nos amaremos jamás. Y este beso, no se repetirá nunca más. Yo también te he amado, yo también soñé contigo…yo, yo soñé con esto, Adrien. Con tus brazos alrededor mío, con tu boca sobre mi boca y tus dedos en mi cuerpo, aprisionándome contra ti. -
Marinette abrió sus ojos, anegados de lágrimas contenidas y de profunda desesperación, y encontró a Adrien, mirándola, sorprendido y angustiado. Él tenía los labios aún más carnosos de lo que ella pensaba, o parecían algo hinchados, tenía el pelo rubio desordenado y pudo ver, en su cercanía, las pecas que él tenía en sus pómulos.
- ¿Y sabes qué? – continuó Marinette, con ímpetu y valentía. - ¿sabes por qué lo hago? ¿por qué he hecho esto?... Porque debes saber, que no hay un futuro para ti y para mí, juntos. Porque yo amo a alguien más, alguien que no eres tú, y tú, quizá no lo sepas, o no lo entiendas pero estoy seguro que también la amas, a ella, a Kagami Tsurugi.-
A pesar de su sorpresa, Adrien no la soltó, sino que frunció el ceño sin poder comprender lo surrealista de la situación. Ella se inclinó sobre él, y cerca de su oído, remató:
- Este beso- susurró lentamente, bajando la voz. – Este beso es lo que seríamos Adrien, este beso, esto beso sería nuestro amor. Lo tendríamos siempre, a todas horas, al despertar, antes de comer, al saludarnos, o al recoger a los niños del colegio. Este beso, este beso sería nuestro amor, lo que podríamos ser, lo hermoso y bueno que sería estar juntos. Tu y yo. Este beso, seríamos nosotros. -
Retrocedió otra vez y rozándole, de nuevo, la boca con sus labios, terminó de cerrar el círculo y concluyó su kamikaze intento de evitar el futuro. Ella habló, por última vez:
- Pero no lo seremos. Tu y yo, nunca seremos uno. Porque yo lo amo a él, a tu primo. Y lo amaré eternamente. Porque no puedo soportar ni un solo día sin él, sin saber que me quiere. Porque su amor ha permanecido en las turbulencias, y en la paz. Porque somos uno y siempre, siempre, sin importar lo que hagas o lo que dejes de hacer, siempre, nos amaremos. –
Aprovechó el desconcierto que, con seguridad, Adrien estaría sintiendo, para alejarse ahora sí, más, mucho más. Marinette se liberó de los brazos calientes de Adrien que llevaban la huella de su pecado, y caminó de prisa hasta casi llegar a la puerta. Pero antes de salir, se dio la vuelta y apoyando la espalda en la madera, habló, relajándose sólo unos segundos.
- Quizá en otra vida Adrien, pero en ésta, no me ames por favor. - dijo ella claramente, antes de salir de ahí.
Apenas cruzó el umbral, Marinette cerró otra vez la puerta y echó a correr, llorando desconsolada y tratando de limpiarse la boca con el brazo.
Afuera, desde el patio, y observando a través de las cortinas, Félix Graham de Vanily presenció incrédulo la escena, sin poder escuchar nada. Sorprendido, dejó caer la rosa que había cortado para Marinette, logrando que los pétalos se cayeran de la flor, esparciéndose por todo el patio. Su corazón se hizo añicos, y los trocitos se quedaron tirados sobre el patio de la mansión Agreste, una tarde corta de invierno en París.
Cuando empezó a caminar, para irse de ahí, Félix se dio cuenta que bajo sus pies, el suelo crujía.
- Mi corazón – se dijo. - Éste es el sonido de mi roto corazón.-
No derramó ni una lágrima. No. Ella no se las merecía.
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¡4 días de felinette!
Prometí no más angst, pero es inevitable. En una guerra siempre hay daños colaterales. Paciencia, seguro que Ladybug lo arreglará todo, ¿no? ...¿no?
3 días y esta pequeña aventura se acaba... ay dios, disfruto muchísimo matando al adrinette...el infierno debe tener un lugar con mi nombre en él...
GRACIAS POR LEER Y GRACIAS POR ESTAR AHI.
un fuerte abrazo
Lordthunder1000
